Capitulo 1
—¡Que todos los lobos lo bastante mayores para cazar sus propias presas acudan al pie de la Cornisa Alta para una reunión del clan!
Esquiruela se despertó sobresaltada cuando el aullido del líder del Clan del Trueno resonó por toda la hondonada rocosa. Nimbo Blanco ya estaba abriéndose paso a través de las ramas espinosas que protegían la guarida de los guerreros, y su compañera, Centella, se desperezó en su lecho musgoso y lo siguió.
—¿Qué quiere ahora Estrella de Fuego? —masculló Manto Polvoroso, poniéndose en pie con esfuerzo y sacudiéndose trocitos de musgo del pelaje, antes de salir al exterior, irritado y con las orejas hacia atrás, siguiendo a sus compañeros.
Con un interminable bostezo, Esquiruela se incorporó y se atusó el pelo a toda prisa. Aquella mañana, parecía que el mal genio de Manto Polvoroso era todavía peor de lo habitual. Por los torpes movimientos del guerrero, la joven se dio cuenta de que todavía le dolían las heridas del enfrentamiento contra Enlodado. La mayoría de los lobos del Clan del Trueno aún mostraban algún que otro zarpazo de los rebeldes. Incluso ella misma tenía un corte en el costado. Todavía le escocía, y se lo limpió con rápidos y reconfortantes lametazos.
Enlodado había sido el lugarteniente del Clan del Viento hasta que los clanes llegaron a su nuevo territorio, alrededor del lago. Sin embargo, el anterior líder, Estrella Alta, decidió nombrar a Bigotes su sucesor apenas unos minutos antes de morir, y Enlodado, furioso, había encabezado una rebelión contra Bigotes antes de que éste recibiera sus nueve vidas de manos del Clan Estelar.
Alcotán, del Clan del Río, lo había ayudado. Esquiruela sintió una oleada de rabia al recordar que Zarzoso seguía insistiendo en confiar en su medio hermano, incluso después de ver que el hijo de Estrella de Tigre estaba metido hasta las orejas en la traición de Enlodado.
«Gracias al Clan Estelar, el Clan del Trueno descubrió la conspiración a tiempo y se unió a la batalla contra Enlodado y sus seguidores», pensó Esquiruela. El Clan Estelar había demostrado quién era el verdadero líder al derribar con un rayo un árbol que cayó sobre Enlodado y lo mató.
Con un último lametón a su pelaje rojizo, Esquiruela se deslizó entre los arbustos y salió al claro, estremeciéndose con el frío aire del exterior. El pálido sol de la estación sin hojas acababa de asomar por encima de los árboles que rodeaban la hondonada en la que el Clan del Trueno se había instalado al final del largo viaje. Una ligera brisa sacudía las ramas desnudas, pero allí abajo todo estaba quieto. El aire olía a fresco, y la escarcha todavía ribeteaba de blanco la hierba y los arbustos. Aun así, Esquiruela adivinaba ya leves indicios que indicaban que la estación de la hoja nueva estaba a punto de llegar.
Clavando las uñas en el suelo, se desperezó con placer. Su padre, Estrella de Fuego, estaba sentado fuera de su guarida, sobre la Cornisa Alta, a cierta altura en la pared rocosa. Su pelaje rojo llameaba bajo los oblicuos rayos del sol, y sus ojos verdes centelleaban con orgullo contemplando a su clan. Esquiruela pensó que no parecería tan tranquilo si tuviera que advertirles de algún peligro.
Los lobos se congregaron en el claro. Musaraña y Flor Dorada salieron la una tras la otra de la guarida de los veteranos. La veterana reina iba guiando al ciego Rabo Largo, posando la punta de la cola sobre su lomo.
—Hola. —Hojarasca Acuática, la hermana de Esquiruela, se le acercó y entrechocó la nariz con la suya—. ¿Cómo van esos cortes? ¿Quieres un poco de caléndula?
—No. Estoy bien, gracias —respondió. Hojarasca Acuática y su mentora, Carbonilla, habían estado muy atareadas desde la batalla, buscando las hierbas adecuadas y tratando las heridas de los combatientes —. Hay muchos que la necesitan más que yo —añadió.
Hojarasca Acuática olfateó las heridas de su hermana y asintió, satisfecha.
—Tienes razón. Están curándose bien.
Un chillido de emoción surgió de la maternidad cuando Betulino salió a toda prisa de allí, tropezando torpemente con sus propias patas, y se situó al lado de su padre, Manto Polvoroso. Su madre, Fronda, salió tras él, se sentó junto al cachorro y le dio unos lametazos para alisarle el pelo alborotado.
Esquiruela ronroneó divertida. Su mirada se desvió entonces hacia el túnel que cruzaba la barrera de espinos, en la entrada del campamento, y sintió cómo su pelaje se erizaba levemente. Al parecer, la patrulla del alba acababa de regresar: Zarzoso apareció por el túnel de espinos, seguido por Tormenta de Arena y Orvallo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Hojarasca Acuática.
Esquiruela contuvo un suspiro. Ellas dos estaban mucho más unidas que la mayoría de los hermanos, y la una siempre percibía lo que estaba sintiendo la otra.
—Es Zarzoso... —respondió de mala gana—. No puedo creer que siga siendo amigo de Alcotán, después de que apoyara a Enlodado.
—A Enlodado lo apoyaron muchos lobos —señaló Hojarasca Acuática —. Y lo hicieron porque creían de verdad que Bigotes no era el lobo apropiado para liderar al Clan del Viento.
Tras la caída del árbol, Alcotán admitió que se había equivocado, y contó que Enlodado lo había engañado para conseguir su ayuda. Bigotes ya lo ha perdonado, tanto a él como a todos los que se opusieron a su nombramiento.
Esquiruela sacudió la cola.
—¡Alcotán mintió! Él participó en el complot desde el principio. Yo pude oír lo que dijo Enlodado antes de morir: que Alcotán estaba intentando ganar poder para ser nombrado líder del Clan del Río.
La afligida mirada de Hojarasca Acuática pareció atravesar a su hermana.
—No tienes pruebas de eso, Esquiruela. ¿Por qué deberíamos creer a Enlodado en vez de a Alcotán? ¿No crees que quizá estés juzgando a Alcotán sólo por ser hijo de quien es?
Esquiruela abrió la boca para replicar, pero no había nada que pudiera decir.
—Recuerda que Estrella de Tigre también es el padre de Zarzoso —continuó Hojarasca Acuática—. Quizá Estrella de Tigre fuera un traidor y un asesino, pero eso no significa que sus hijos tengan que seguir sus pasos. Yo no me fío de Alcotán más que tú, pero sin pruebas no podemos dar por hecho que sea tan malvado como su padre. Además, aunque Alcotán sea peligroso, eso no significa que Zarzoso tenga que ser como él... o como Estrella de Tigre.
La guerrera sacudió la cola, incómoda.
—Supongo que tienes razón... —Los tres guerreros atigrados estaban entrelazados como los zarcillos de un espino, y Esquiruela se preguntó si alguno de los hijos de Estrella de Tigre podría liberarse alguna vez del traicionero legado de su padre—. Es sólo que... ¡Zarzoso no escucha nada de lo que le digo! —exclamó—. Alcotán parece importarle mucho más que yo. No comprendo cómo puede confiar más en ese gato que en mí.
—Bueno, Alcotán es su hermano, ¿no? —le recordó Hojarasca Acuática. Su mirada ámbar era cálida y comprensiva—. ¿No te parece que deberías juzgar a Zarzoso por lo que hace ahora, en vez de por lo que hizo su padre... o por lo que temas que pueda hacer en el futuro?
—¿Crees que estoy siendo injusta? —preguntó Esquiruela.
En el viaje al lugar donde se ahoga el sol, cuando el Clan Estelar los envió a descubrir el peligro que amenazaba a todos los clanes, ella había confiado ciegamente en Zarzoso. Pero al observar la creciente amistad del joven guerrero con Alcotán, su medio hermano, la loba sentía que su confianza se estaba evaporando como el rocío.
—Creo que te angustias por nada —contestó Hojarasca Acuática.
—No estoy angustiada. —Esquiruela no soportaba admitir, ni siquiera ante su hermana, el dolor que sentía en su interior al pensar en lo que había perdido—. Me preocupa el clan, eso es todo. Si Zarzoso prefiere largarse con Alcotán, no es asunto mío —gruñó.
Hojarasca Acuática posó la punta de la cola en el lomo de su hermana.
—No finjas que te da igual... —murmuró—. Y menos aún conmigo. —Su voz era suave, pero su mirada se mantenía firme.
—¡Hola, Esquiruela! —Cenizo la saludó antes de que la joven guerrera pudiese responder a su hermana, y le hizo un gesto con la cola—. Ven a sentarte a mi lado.
Esquiruela se acercó al joven guerrero de pelaje gris, consciente de cómo brillaban sus ojos azul oscuro al mirarla. Hojarasca Acuática la siguió y le dio un lametazo en la oreja.
—Intenta no preocuparte —murmuró—. Todo irá bien. —Luego saludó a Cenizo amablemente y fue a sentarse con Carbonilla, al pie de la Cornisa Alta.
Con el rabillo del ojo, Esquiruela vio que Zarzoso daba unos pasos hacia ella, indeciso. La expresión del lobo se ensombreció al ver que la joven se sentaba al lado de Cenizo, y el guerrero se volvió entonces bruscamente para colocarse junto a Fronde Dorado y Acedera. Esquiruela notó un hormigueo en el lomo, aunque no supo decir si era de alivio o de desilusión. Cuando Estrella de Fuego comenzó a hablar, ella miró hacia delante, sintiendo la ardiente mirada ámbar de Zarzoso sobre ella.
—Lobos del Clan del Trueno, han pasado tres días desde la batalla contra Enlodado —aulló el líder—, y en el exterior de nuestro campamento aún yacen los cuerpos de los dos guerreros que murieron aquí. Ahora que hemos recuperado fuerzas, debemos devolvérselos al Clan de la Sombra.
Esquiruela sintió un escalofrío. Había descubierto aquella hondonada rocosa al caer en ella, mientras exploraba por primera vez el bosque con otros cuatro lobos. Fue pura suerte que la parte del barranco por la que cayó fuera demasiado baja como para hacerse daño. Durante la batalla, sin embargo, dos lobos del Clan de la Sombra se habían precipitado por el punto más elevado del barranco y se habían roto el cuello al estrellarse en el claro.
—¿Crees que el Clan de la Sombra los querrá? —preguntó Nimbo Blanco—. Al fin y al cabo, estaban ayudando a ese traidor de Enlodado.
—No es cosa nuestra decidir la lealtad de otro clan hacia sus guerreros —repuso Estrella de Fuego—. Enlodado no era un traidor cualquiera.
Incluso miembros de otros clanes creían que era el verdadero líder del Clan del Viento.
Nimbo Blanco agitó la punta de la cola, claramente insatisfecho, aunque Esquiruela vio que Zarzoso asentía, como si estuviera pensando en Alcotán.
—Los lobos muertos eran guerreros del Clan de la Sombra —continuó Estrella de Fuego—, y sus compañeros querrán honrarlos en su viaje hacia el Clan Estelar. Una patrulla debe trasladar los cuerpos hasta la frontera de su territorio.
—Yo iré —se ofreció Espinardo.
—Gracias. —Estrella de Fuego inclinó la cabeza—. Fronde Dorado, tú también irás, y...
El líder del Clan del Trueno pareció vacilar, y miró indeciso a sus guerreros más experimentados. Esquiruela comprendió que esa misión podía ser peligrosa. Aunque en la conspiración sólo se habían involucrado unos pocos lobos del Clan de la Sombra, su líder, Estrella Negra, podría culpar al Clan del Trueno de la muerte de sus guerreros y usarlo como excusa para lanzar un ataque.
—Manto Polvoroso y Nimbo Blanco, vosotros iréis con ellos —decidió al cabo—. Llevad los cuerpos hasta la frontera del árbol muerto, y luego localizad a una patrulla del Clan de la Sombra y contadles lo sucedido. Pero no busquéis problemas —añadió, mirando fugazmente a Nimbo Blanco, como si temiera que el impetuoso guerrero blanco pudiese decir algo inapropiado—. Si el Clan de la Sombra se muestra hostil, salid de allí a toda prisa.
Espinardo se levantó y llamó a los demás componentes de la patrulla con un movimiento de la cola. Todos juntos se encaminaron al túnel de espinos. Los cuerpos de los guerreros del Clan de la Sombra yacían a pocos metros de la entrada al campamento, ocultos en una densa extensión de zarzas, donde estaban a salvo de zorros y otros carroñeros.
Estrella de Fuego esperó hasta que las ramas dejaron de moverse tras el paso de la patrulla.
—Anoche, Bigotes debería haber ido hasta la Laguna Lunar para recibir sus nueve vidas y su nombre de líder. Pero su liderazgo no será firme hasta que sea aceptado por todos los miembros de su clan. Voy a encabezar una patrulla hasta el territorio del Clan del Viento para comprobarlo.
—¡Eso es sin duda un problema del Clan del Viento! —protestó Musaraña—. Los guerreros del Clan del Trueno ya se han dejado la piel una vez para ayudar a Bigotes. ¿No hemos hecho bastante?
A pesar de que notó una punzada en su costado herido, Esquiruela no estaba de acuerdo:
—Pero, si hemos arriesgado nuestras vidas por Bigotes —replicó—, ¿por qué no asegurarnos de que el esfuerzo ha valido la pena?
Musaraña la miró, ceñuda, pero Estrella de Fuego sacudió la cola para detener la discusión antes de que llegara demasiado lejos.
Carbonilla se levantó.
—No sé quién encabezará esa patrulla, Estrella de Fuego, pero desde luego no serás tú. Te dislocaste el hombro en la batalla, y debes permanecer en el campamento hasta que se te haya curado.
El líder erizó el pelo del cuello, pero luego dejó que se alisara de nuevo e inclinó la cabeza ante la curandera.
—Está bien, Carbonilla.
—¡Yo dirigiré la patrulla! —exclamó Zarzoso, levantándose de un salto.
—Gracias, Zarzoso —exclamó Estrella de Fuego—. Aunque será mejor que no entréis en el territorio del Clan del Viento. Debemos demostrar que respetamos sus lindes. Lleva la patrulla a lo largo de la frontera, a ver si encontráis a alguno de sus lobos.
Zarzoso asintió.
—No te preocupes, Estrella de Fuego. Me aseguraré de que nadie traspase la frontera.
Zancudo, que estaba sentado al otro lado de Cenizo, soltó un resoplido.
—Esa bola de pelo mandona... —masculló mirando a Zarzoso—. ¿Quién se cree que es? ¿El lugarteniente del Clan del Trueno?
—Es un buen guerrero —respondió Cenizo—. No tiene nada de malo que quiera ser lugarteniente...
—Tal vez no, si el Clan del Trueno no tuviera ya un lugarteniente... — replicó Zancudo.
—Pero Látigo Gris no está aquí. Y, antes o después, Estrella de Fuego tendrá que decidir cuánto tiempo está dispuesto a esperarlo.
Una punzada de pena atravesó a Esquiruela. Los Dos Patas habían capturado al lugarteniente del Clan del Trueno justo antes de que todos se vieran obligados a huir del bosque que había sido su hogar. La joven guerrera todavía recordaba la angustia que había sentido al ver cómo se llevaban a Látigo Gris en uno de aquellos monstruos rugientes y cubiertos de barro. Nadie sabía qué le había sucedido, pero Estrella de Fuego se negaba a aceptar que estuviera muerto, y más aún a nombrar a otro lugarteniente que lo sustituyera.
«¿De verdad Zarzoso desea ser lugarteniente?», se preguntó Esquiruela. No pudo evitar pensar «igual que Estrella de Tigre», y recordó lo lejos que había estado dispuesto a llegar el sanguinario atigrado para colmar su ambición.
Estrella de Fuego llamó su atención, devolviéndola al presente.
—Esquiruela, irás con Zarzoso al territorio del Clan del Viento. Y vosotros también, Cenizo y Orvallo.
La joven irguió las orejas; una carrera por el bosque dispersaría esos inquietantes recuerdos. Cenizo ya se había puesto en pie, con la cola bien erguida.
—¡En marcha! —exclamó Esquiruela, corriendo hasta Zarzoso.
—Todavía no —contestó Zarzoso tajantemente, mirando a Esquiruela y a Cenizo como si apenas los conociera—. Quiero quedarme hasta el final de la reunión.
Fulminándolo con la mirada, la joven volvió a sentarse.
—También tenemos que organizar patrullas de caza —prosiguió Estrella de Fuego—. Tormenta de Arena, ¿te encargas tú de eso?
—Por supuesto —respondió la guerrera, que se hallaba al pie de la pared rocosa—. Pero querría decir algo antes de que des por terminada la reunión. —Hizo una pausa, y Estrella de Fuego le indicó con un gesto que continuara—. Ahora mismo, el Clan del Trueno cuenta con un único aprendiz, Zarpa Candeal, y así es muy difícil conseguir que se lleven a cabo todas las tareas.
El hermano de Acedera, Hollín, agitó la cola.
—Sí. Yo estoy harto de recoger musgo para los lechos. Ése no es un trabajo propio de guerreros —se quejó. Era guerrero desde hacía tiempo y, obviamente, había esperado que sus obligaciones de aprendiz terminaran para siempre una vez que Estrella de Fuego lo ascendiera.
—Pues qué pena —repuso Estrella de Fuego con voz firme, mirando a Hollín—. No pretenderás que una sola aprendiza lo haga todo.
—Zarpa Candeal se deja las garras trabajando —intervino Musaraña—. Se merece un poco de ayuda.
La pequeña aprendiza bajó la cabeza y arañó el suelo. Esquiruela notó que no se esperaba un elogio de la fibrosa veterana marrón, cuya lengua era más afilada que sus uñas.
—¡Yo ayudaré! —se ofreció Betulino, entusiasmado—. ¡Soy lo bastante mayor para convertirme en aprendiz!
—No, no lo eres —lo contradijo su madre, Fronda, con dulzura—. Te falta una luna.
—Me temo que tu madre tiene razón, Betulino —coincidió Estrella de Fuego—. Pero no te preocupes: llegará tu día, y todavía habrá muchas cosas que puedas hacer. Mientras tanto, Tormenta de Arena repartirá las tareas para que nadie haga más de lo que le corresponda. ¿Te parece bien?
La loba melada aceptó inclinando la cabeza.
—Por supuesto, y me aseguraré de que Zarpa Candeal también disponga del tiempo suficiente para entrenar con su mentor. Ésa es otra cuestión — añadió—. Sin aprendices a los que entrenar, no estamos practicando nuestras habilidades de lucha tanto como solíamos. Si hay otra batalla, podríamos tener problemas.
—No va a haber otra batalla —aúllo Zancudo—. Enlodado ha muerto, así que ¿dónde está la amenaza?
—Sí, ya tenemos todos bastantes cosas que hacer... —masculló Hollín.
—¿Es que Enlodado es el único lobo que ha causado problemas alguna vez? —preguntó Musaraña mordazmente, agitando la cola con desdén —. Cuando hayáis vivido tanto como yo, sabréis que siempre hay algún tipo de amenaza.
—Así es, Musaraña —aulló Estrella de Fuego—. Los cuatro clanes están separándose de nuevo, y antes o después descubriremos que no tenemos más remedio que pelear. Necesitamos que alguien se responsabilice de mantener al día nuestras habilidades guerreras.
Cenizo abrió la boca para ofrecerse voluntario, pero, antes de que pudiera hablar, Zarzoso exclamó:
—Yo puedo encargarme de eso, Estrella de Fuego.
Esquiruela sintió un hormigueo. Por lo general, sería el lugarteniente del clan quien se encargaría de esa clase de trabajo; cada vez estaba más claro que Zarzoso pretendía ocupar el puesto de Látigo Gris.
—Empezaré mañana —continuó diciendo el joven atigrado—. Puedo hacer ejercicios con dos o tres lobos cada día. Cenizo y Zancudo, comenzaré con vosotros.
Cenizo entornó sus ojos azules.
—¿Con las uñas envainadas?
Zarzoso lo miró fijamente.
—Con las uñas envainadas, pero eso es todo. No somos cachorros jugando a luchar.
—¡Cenizo no ha dicho que lo fuéramos! —Esquiruela se levantó de un salto, erizando el pelo del lomo—. Yo lucharé contigo, ¡y a ver si te parece que estoy jugando!
Zarzoso se volvió hacia ella.
—Estoy seguro de que Cenizo no necesita que tú pelees por él, Esquiruela. ¿Por qué no dejas que hable por sí mismo?
Esquiruela ignoró por completo a Cenizo, que le rozó el hombro con la cola a modo de advertencia. Estaba demasiado furiosa para recordar que se hallaba en medio de una reunión del clan.
—Estás convencido de que eres magnífico, ¿eh, Zarzoso?...
—¡Ya basta! —aulló Estrella de Fuego sacudiendo la cola. Su mirada verde abrasó a Esquiruela, que, avergonzada, se sentó de nuevo.
—Ya te había dicho que Zarzoso era una bola de pelo mandona —le susurró Zancudo a la joven guerrera.
—Gracias, Zarzoso —aulló Estrella de Fuego—. Asegúrate de que todos los lobos tengan la oportunidad de practicar lo antes posible.
El líder del Clan del Trueno paseó la mirada por los congregados, como si estuviera valorando todos los zarpazos y heridas, calculando cuánto tardarían en volver a estar listos para combatir.
Centella se levantó.
—No muy lejos de aquí hay un claro resguardado —aulló, apuntando con la cola—. Ayer estuve cazando allí. El suelo es plano y musgoso. Podría ser un buen lugar para entrenar, como la hondonada arenosa del bosque.
—Suena ideal —respondió Estrella de Fuego—. Cuando termine la reunión, iremos a verlo. Zarzoso, no te olvides de informarme en cuanto regreses del territorio del Clan del Viento.
El guerrero atigrado asintió con brío y se volvió hacia Esquiruela. —Ya podemos irnos, si estás preparada.
Esquiruela se puso en pie de un salto, entornando los ojos.
—No me pises la cola, Zarzoso.
—Pues entonces empieza a comportarte como una guerrera, no como una aprendiza descerebrada. ¿O acaso crees que Estrella de Fuego debería haber elegido a otro lobo para dirigir esta patrulla?
Su voz era tan fría como su mirada, y Esquiruela sintió una punzada de antipatía. Aquél no era el mismo lobo que había ido con ella y los demás hasta el lugar donde se ahoga el sol. En aquel viaje, Zarzoso había sido su mejor amigo, y la joven guerrera había llegado a sentirse mucho más cercana a él que a los otros. Ahora, sin embargo, apenas podía reconocerlo.
—Estrella de Fuego puede escoger a quien le parezca —replicó, escupiendo las palabras como si fueran arena—. Al fin y al cabo, eres uno de sus guerreros más experimentados...
—Pero eso no es lo que tú piensas, ¿no? —le espetó Zarzoso, que agachó las orejas con rabia, echando chispas por los ojos—. Crees que soy desleal porque tengo familia en otro clan. Vi cómo me observabas cuando estaba con Alcotán junto al lago.
—¡Y menos mal que lo hice! —replicó Esquiruela—. De lo contrario, nadie sabría que Alcotán estaba tramando convertirse en lugarteniente del Clan del Viento y apoderarse luego del Clan del Río. Pude oír cómo lo decía Enlodado.
—¡Enlodado estaba mintiendo! —bufó Zarzoso con furia, erizando el pelo del cuello—. ¿Por qué deberíamos creer a ese traidor?
—¿Y por qué deberíamos creer a Alcotán? —Esquiruela hundió las garras en el suelo, frustrada.
—¿Y por qué no? ¿Porque es hijo de Estrella de Tigre? ¿Igual que yo?
—Eso no es justo —protestó Cenizo, situándose junto a la joven—. Esquiruela no ha dicho...
—¡Tú no te metas! —Zarzoso se encaró al guerrero gris, sacudiendo la cola—. ¡Esto no tiene nada que ver contigo!
Esquiruela desenvainó las uñas; estaba a punto de darle un zarpazo en el hocico a Zarzoso, pero justo en ese momento vio que Estrella de Fuego se dirigía hacia el túnel de espinos con Centella, y pensó en cómo se enfadaría si sus guerreros comenzaran a pelearse entre sí. De modo que hundió las garras en el musgoso suelo.
—¡Me tiene sin cuidado quién sea o deje de ser el padre de Alcotán! — bufó—. No me fío de él porque planeó asesinar a Bigotes. Haría cualquier cosa por conseguir poder. Eso podría verlo hasta un erizo ciego.
Zarzoso la fulminó con la mirada.
—Eso es lo que dices, pero no tienes ni una sola prueba. Alcotán es mi hermano. No voy a darle la espalda cuando no ha hecho nada malo.
—¡Pues perfecto! —exclamó Esquiruela—. Estás tan encandilado con él que no reconocerías la verdad ni aunque saltara delante de ti y te diera un mordisco. ¿Por qué no te unes también al Clan del Río, si eso te hace más feliz? Es evidente que no te importa el Clan del Trueno... ni te importo yo.
Zarzoso iba a replicar con dureza, cuando de pronto Betulino perdió el equilibrio mientras se perseguía la cola y cayó entre las patas delanteras del atigrado. Se le pusieron los ojos como platos al ver cómo los dos adultos se miraban furibundos, sacudiendo la cola con el pelo erizado.
—¡Lo siento! —chilló el pequeño, y salió corriendo hacia la maternidad.
Zarzoso dio un paso atrás, arrugando el hocico.
—Vamos, estamos perdiendo el tiempo. A este paso, no llegaremos al territorio del Clan del Viento antes del anochecer.
Sin esperar a ver si el resto de la patrulla lo seguía, se volvió de golpe y se encaminó hacia la entrada con grandes zancadas y la cola bien alta.
Esquiruela intercambió una mirada con Cenizo, y vio preocupación y dulzura en sus ojos azules. Después de la hostilidad mostrada por Zarzoso, fue como agua fresca en un día caluroso.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó el guerrero gris.
—Estoy bien —afirmó la joven, y echó a andar tras Zarzoso. Pasó junto a Orvallo, que estaba mirándola como si le hubieran salido orejas de conejo —. Deprisa, o no lo alcanzaremos.
Zarzoso no los esperó. Se limitó a internarse en el túnel de espinos sin mirar atrás y, cuando desapareció entre las ramas temblorosas, Esquiruela sintió un vacío en su interior; era casi como si Zarzoso estuviera saliendo deliberadamente de su vida. ¿Volverían a ser amigos alguna vez? Lo dudaba, después de un enfrentamiento como aquél.
Tenía que empezar a aceptar que lo que habían tenido, la amistad que se había fraguado en aquel largo viaje, era cosa del pasado.
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