9- María.


 Lo primero que hicimos fue alejarnos de la villa. No había gente en ese lugar, pero sí se escuchaba cumbia de las casas o gritos. Las rocas crujieron bajo nuestros pies. Caminábamos a un lado de las vías y Ángel era el que dirigía. Había almacenado en su teléfono celular la información que necesitábamos. Tenía un mapa electrónico con el camino que debíamos seguir.

 Tomamos el tren con dirección a Retiro, nos bajamos ahí y caminamos por la ciudad turística hasta una calle concurrida donde las tiendas ya habían abierto y los empleados arreglaban los escaparates o limpiaban el cristal o barrían la vereda o hacían otra cosa que nadie apreciaría.

 Eran las diez de la mañana. Avanzamos unas dos calles y nos detuvimos en una parada de colectivos.

 —Uno de los que transcurren por acá nos adelantará un poco —informó y se sentó en el banco debajo del toldo metálico.

 Cristiano se sentó a su lado y yo esperé de pie.

 El colectivo tardó unos diez eternos minutos en venir. En ese transcurso pasamos la mayor parte del tiempo en silencio. Cristiano escudriñaba con determinación el horizonte y mi hermano jugueteaba con sus dedos.

 —Percibo una incipiente tención en el equipo de búsqueda —comentó Ángel.

 —No somos un equipo —espeté.

 Cristiano se encogió de hombros.

 —¿Y vos amigo de María? ¿Tenés una razón noble para buscar a esta damisela en peligro?

 Cristiano se encogió de hombros nuevamente y buscó con sus ojos una respuesta idónea.

 —¿Amor al prójimo?

 Ángel parecía decepcionado con la respuesta.

 —Mejor regresemos al silencio.

 —Me llamo Cris, por cierto.

 Los ojos de Ángel resplandecieron con más interés. Se irguió en el asiento y sonrió relucientemente.

 —Bueno, esto es un avance. Llamarte chongo de María o amigo de mi hermana estaba comenzando a molestarme.

 —A mí ustedes están comenzando a molestarme —informé tratando de ser benevolente y paciente con ellos.

 Para mi alivio apareció el colectivo. Lo abordamos, Cris pagó los pasajes y nos sentamos en una sección de cuatro asientos. Ángel aprovechó la ocasión para enseñarnos un plano del buffet de abogados. No tenía idea de donde lo había conseguido, pero resultó más que útil. Esperaba que con esa facilidad algún día se consiguiera una dignidad.

 Explicó que si Dante estaba con sus amigos no sería precavido adentrarnos en el callejón como si entráramos en un cabaret. Sugirió que tomásemos la entrada trasera del buffet, nos adentremos en el interior del edificio y desde esa ubicación, después de estudiar el terreno, podríamos desembocar al callejón, claro si todo era seguro. Concordamos con su plan y cuando le dimos la razón sonrió complacido y satisfecho consigo mismo.

 Después de unos quince minutos bajamos del colectivo. Ángel nos guío por las concurridas callejuelas. El barrio era bonito, las calles parecían antiguas porque era de adoquines grises y gastados, hundidos por el correr de los años. Los edificios no eran muy altos y tenían ornamentas en las columnas, los marcos de ventanas o balcones, lo sé porque Cristiano lo señaló, no sé cómo pensó que llegaría a interesarme.

 El buffet de abogados no era nada de otro mundo. Las ventanas estaban pintadas de negro, tapadas con diarios o sin vidrios. Del otro lado estaban tableadas desprolijamente con madera como si el lugar tuviera cosas valiosas que guardar o asuntos oscuros que ocultar. La pintura carmín había sido carcomida por el tiempo y se veía de un siniestro marrón, las paredes estaban infladas y llenas de humedad.

 Cris dijo que muchas veces había pasado en auto frente a ese lugar porque el departamento donde vivía estaba a unos quince minutos. Traté de ignorar el comentario y Ángel opinó que le encantaría ver aquel departamento, de noche. Le hizo ojitos cuando comentó eso.

 —Este edificio se parece a tu departamento, Ángel —opiné viendo la sucia fachada.

 —Entonces cuando demos vuelta la manzana y lleguemos a la puerta trasera te voy a dejar los honores de tirarla abajo otra vez.

 —Buena esa —opinó Cris.

 Dimos vuelta la manzana y comprobamos lo que ya sabíamos, el edificio era tan largo que ocupaba ambas caras. La puerta trasera no era tan inmensa como la principal que era de doble hoja y se encontraba encima de unos escalones. Esta puerta era normal y de metal. Sin duda no le daría una patada a eso. Todavía me dolía la pierna por haber demolido la de mi hermano.

 Les desvié una mirada que amenazaba con que no me molestaran y les sugería que dejaran de lado el chiste de la puerta. Ambos asintieron.

 Ángel descubrió de su manga un trozo de alambre plateado, había venido preparado.

 —¿Alguien quiere profanar la puerta de este hermoso y antiguo santuario de leyes y normas donde tantas personas hicieron tanto bien al mundo?

 —Yo no sé truquear las cerraduras —dije.

 —¿No? —preguntó Cris, sus ojos avellanas parpadearon con escepticismo.

 Seguramente estaba juzgándome por mi apariencia y creería que como anduve envuelta en unos líos pasados sin duda sabría todo ese tipo de cosas como abrir puertas con alambres, encender un auto sin llaves, desviar llamadas o hacer llorar a los niños con la mirada a través de mis poderes súper malignos.

 Su comentario me ofendió y decepcionó no sabía por qué, nunca había esperado nada de él, así como no esperaba nada de mí.

 —No —respondí seca—, no tengo por qué aprender a forzar cerraduras, siempre soy bienvenida.

 Lo último no era mentira, pero era bienvenida en lugares donde nadie querría serlo.

 —Yo sí sé —declaró Cris, se adelantó, tomó el alambre, se inclinó frente a la cerradura y se concentró en su trabajo.

 Ángel hizo un gesto como diciendo «Quién soy yo para juzgar» y flanqueó la derecha del concentrado Cris que giraba el alambre.

 Yo todavía me encontraba asombrada. No se me venía en mente la razón de por qué una persona tan devota como Cristiano supiera forzar cerraduras. Él elevó sus ojos hacia mi expresión de desconcierto. En la claridad del día, la avellana de su mirada resaltaba, contrarrestando con su piel bronceada.

 —Mi padre suele olvidar siempre las llaves de la Iglesia —explicó centrándose en su trabajo—. Las primeras veces las iba a buscar a casa y me dejaba a mí esperando en la puerta. Una de esas veces estaba lloviendo y me aburrí así que salí a caminar, encontré un alambre y traté muchas veces hasta que...

 La puerta se abrió emitiendo un chirrido agudo como si estuviera esperando a que él llegara a esa parte del relato para dejarnos ver lo que ocultaba. Cris sonrió con orgullo y le tendió el alambre a Ángel que se lo guardó con asombró.

 —Sólo vos podrías volver una habilidad entretenida en una historia aburrida —dije introduciéndome a la penumbra del edificio.

 Cris sacó su teléfono celular e iluminó las tinieblas. Ángel extrajo una linterna de la mochila y la encendió, enarqué una ceja preguntándome cuantas cosas había empacado para el «equipo de búsqueda»

 ¿Qué esperaba encontrarme en ese edificio?

 Bueno, tal vez algunos vagabundos tomados, callejeros o rincones de chicos donde se juntaban a fumar marihuana, tal vez algunas revistas pornográficas y ese tipo de cosas. Basura humana y material, más que nada. Tal vez un poco de telarañas y polvo. Quién dice, incluso podía encontrarme un esquema o un diario de Dante donde escribiera sus alocados planes y anotara los lugares a donde llevar a potenciales rehenes, pero lo que encontré no era nada de eso.

 No.

 Lo que vimos ante nuestros ojos sin duda nos quitó el aliento. Ángel nos arrebató las palabras de la boca.

 —Santa mierda —murmuró.

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