8- María
Cristiano tenía la boca tan abierta que todas las moscas de la cocina pudieron haber entrado en su boca y cagado ahí, de hecho, una hizo lo primero, rogué que también lo segundo.
Si no hubiera estado tan alterada me hubiera reído de él, jamás reiría con él, y de cómo tosió tratando de buscar un poco de aire. Encorvó su espalda y Ángel le dio palmaditas distraídas entre los omóplatos.
Era una locura. Tal vez quien vivía en esa casa terminaba con el delirio de que era un pecador en un lugar de tortura o qué sé yo disparate pedorro*. La coincidencia asustaba, pero eso no importaba. Todos esos datos eran irrelevantes a la hora de buscar a Gemma. Yo había venido para encontrarla no para descubrir lo que ya sabía: Dante estaba loco.
—Es todo lo que encontré. Pero les aconsejo algo, búsquense nuevos amigos. María, sé que sos una persona difícil de tratar, poca gente te quiere cariñosamente y no te desea muerta pero tampoco para tanto. Podés conseguirte otra amiga, no veo por qué Gemma es tan especial.
El cinismo venía de familia.
Pero había descubierto algo de mí en la última hora, algo que antes no sabía ni creía que era. Yo era leal. Tal vez cínica, maleducada y prejuiciosa, pero era leal y no iba a dejar a Gemma.
—No voy a abandonarla —respondí con la voz cargada de indignación.
—¿Por qué no? —preguntó Ángel con incredulidad como si no creyera que ella era mi amiga—. Ella te dejaría, hasta yo te dejaría ¡Incluso vos misma te autodejarías!
No quería discutir con Ángel sobre qué haría o no.
Él siempre actuaba como mi hermano mayor aunque hacía mal su trabajo ya que yo era mayor que él (por ocho minutos) y porque no me protegía como se supone debería hacerlo cariñosamente un hermano. Simplemente siempre me aconsejaba que pensara en mí misma, cosa que ya hacía.
No éramos muy unidos. Éramos como la marea y la arena siempre que nos encontrábamos nos alejábamos más.
Él se había ido de casa a los diez años, yo había decidido quedarme un poco más, pero simplemente para dormir de noche o tener algún lugar donde guardar mis cosas. Mi mamá, no sé muy bien en qué andaba, solía estar todo el tiempo por una jeringa en el brazo o un tirito* en la nariz. Y mi papá chupaba como tierra seca, era difícil imaginarlo sin una botella en la mano, pero ya tampoco lo veía porque se lo había llevado la yuta*. Él era más tumbero* que una reja, debía llevar en la cárcel más de dos años.
Pensar en él me hacía hablar y actuar como él y eso me ponía loca y agresiva, más de lo normal.
Ángel era igual de adicto al alcohol que él, pero odiaba admitirlo y se negaba a beber un sorbo de cualquier licor porque cuando empezaba no podía parar. Él dice que jamás terminaría como papá, eso explica todas las botellas de RedBull. Necesitaba la cafeína o desistiría y acabaría como el hombre que más odiaba.
Pensé en lo que Ángel me había dicho; en todo el historial ocultista, bandalista y falso que tenía el delincuente del año: Dante Weinmann. No podía creerlo, escuchar todos los datos me había dejado aturdida.
Una mezcla de sentimientos revoloteó por mi cabeza: confusión, incredulidad, furia, indignación, melancolía, tristeza y finalmente desesperanza. No podía encontrar a Gemma, ese chico parecía un fantasma intocable. Si no la había llevado a su Baticueva que era el callejón o el buffet de abogados entonces tendría que ir a su casa. Pero ahora Ángel me decía que no era su verdadera casa, que la dirección podría ser falsa.
Quería gritar y llorar, sentía que mis intentos de ayudar a una de las pocas personas que quería era tan inútil como tratar de vaciar el mar con una cuchara.
Había un cabo suelto en la historia, cómo lo habían admitido al colegio si era menor de edad y no tenía viejos o si era tan peligroso ¿Dónde vivía realmente? ¿y por qué inventar esa sarta de mentiras de que estamos todos muertos? Muchas cosas no me cerraban.
Cristiano encomió a Ángel por toda su rigurosa investigación y él sonrió con suficiencia y orgullo, como solía hacer cuando destacaban su talento. Él se tronó los dedos y flexionó los brazos, creando una almohada detrás de su nuca.
Cristiano elevó su sosa mirada hacia mí. La determinación de sus ojos se había esfumado y por cómo me miró supe que la mía también.
Un tren sacudió la estructura, las latas vacías repiquetearon, se volcaron o cayeron estrepitosamente al suelo. Que la casa estuviera al lado de las vías intensificaba los temblores.
—¿Qué hacemos? ¿La seguimos buscando o le dejamos el trabajo a nuestros amigos uniformados?
Eso sí que no.
Si algo me había dejado en claro Ángel era que la policía trataba a Dante Weinmann como si fuera el rey de los ladrones. Pero tampoco sabía qué hacer, sentía que me estaba metiendo en algo grande y apretando mi botón de autodestrucción. Una voz fuerte me gritaba que dejara a Gemma y que se lo merecía por boluda y buena persona. Pero no podía.
Yo no soy de los que piensan en el perdón, es más, ni existe. El perdón no te lo da Dios, ni vos o un cura, es una palabra que inventaron para olvidar algunos errores y jamás olvidar otros.
Aun así, sabía que si dejaba de buscarla era algo que no me perdonaría nunca.
Yo era leal.
Mierda, podría haber sido determinada o ambiciosa, pero tenía que ser leal. Mierda santa.
—Vamos a Villa Delito —susurré sin ánimos.
Cris me sonrió como si hubiera esperado que dijera algo como eso.
—Esperen, a ver si oí bien, tengan paciencia porque no escucho las malas ideas —intervino Ángel alzando ambas manos, girando la silla y pidiendo un alto—. ¿Después de todo lo que les dije se van a meter en el territorio favorito de Dante Weinloco?
—Para mí sí escuchas las malas ideas —respondió Cristiano y traté de ocultar que me había gustado su respuesta.
—No puedo dejar que vayas —exclamó dirigiéndose hacia mí—. No sos la mejor hermana del mundo, pero sos la única que tengo. Sos mi gemela ¿Qué voy a hacer si te morís y me falla un órgano? ¿eh? ¿Quién me lo va a donar?
—¿Quién dijo que te iba a dar mis órganos?
—De verdad es mala idea —prosiguió —, puede ser peligroso. Está armado...
—Con una navaja —le recordé suspirando y poniendo los ojos en blanco.
Hasta yo llevaba una navaja conmigo y era buena usándola.
—¿Ese escarbadientes? —preguntó Cristiano con aire burlón—. En esa repisa tenés cuchillos de caza. Si es tanto problema andar desarmados entonces podemos pedirte prestado —concluyó señalando el mueble de armas de decoración que tenía Ángel.
—No saben usarlos, por lo tanto, esos cuchillos no van a desprenderse de la repisa —decretó negando con la cabeza e incorporándose de la silla.
Ángel trató de disuadirnos, pero lo único que logró fue extinguir mi paciencia.
Le grité y le expliqué que eso ya se había convertido en algo personal, no podía ser verdad que Dante continuara impune por todo lo que hizo. Había arruinado mi día y no se lo iba a dejar pasar tan fácilmente. Le dije eso pero en realidad pensaba que había arruinado mi vida, gracioso, Gemma no era mi vida pero la estaba arriesgando para recuperarla.
No sé qué más le dije, muchas cosas, supongo, hablaba sin pensar como esas modelos de las revistas que se casan con un viejo millonario que toma viagra: sin pensar.
Cuando terminé Ángel asintió y me miró como si no me conociera. De hecho, no me conocía y yo tampoco a él.
—Bueno, entonces voy yo.
—¿Qué? —inquirió Cristiano como si él tampoco escuchara las malas ideas.
—Voy con ustedes. Si ese chico tiene un amigo o un arma de fuego están muertos. De cualquier manera, esté o no armado ustedes tienen muchas posibilidades de fracaso. No quiero mucho a mi hermana, pero no me gusta la idea de que la familia termine tan rápido. Por obligación moral tengo que ir. Tres son mejor que dos —Miró a Cris—. Bueno, medio —deslizó sus ojos hacia mí—. Vos no contás ni como uno.
—Pero creí que tenías que vigilar los monitores y comprobar que nadie los vea a vos y tu amigo canadiense —comentó señalando las pantallas.
—Puedo cerrar la puerta —le respondió encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona. Al no obtener respuesta de ninguno de los dos añadió—. Tengo contactos leales en esta villa que pueden vigilarlos por mí.
—¿Contactos? —preguntó Cris.
—Así se le llama a los amigos en el idioma de los ñoños que pasan todo el día con una computadora —le expliqué para hacerlo rabiar y fingí confusión—. Creí que vos hablabas el idioma de los boludos con fluidez.
Cristiano meneó la cabeza, tensó su cuello y se cruzó de brazos.
—No es así, a veces no te entiendo cuando hablás.
Sonreí para mis adentros, me gustaba cuando se defendía rápidamente. Yo lo creía un chico fácil de asustar, pero sin duda era un hueso difícil de roer porque no retrocedía con amenazas. Quería intimidarlo y si hubiera sido un día normal lo hubiera intentado con más ganas pero tenía cosas más importantes en qué pensar.
—No creo que a Elliot le importe. Él va a entender, claro si se entera —explicó Ángel.
—¿Le vas a contar cosas a tu noviecito?
—¡Él no es mi novio! —protestó como una adolescente encaprichada, dando una ligera patada al suelo.
Reí como si gozara hacerlo enfadar y de verdad lo gozaba, aunque me daba bronca* que nunca admitiera que era gay, no tenía nada malo eso.
Él me dedicó una mirada ponzoñosa, dijo repleto de ira que iba a cambiarse y que venía en un minuto. Desapareció por el pasillo angosto y me dejó a solas con Cristiano.
Me gustaba la idea de que viniera mi hermano conmigo tanto como me gustaba estar en esa pocilga. Pero tenía que admitir que podía sernos de ayuda, no físicamente, claro estaba, mis dos acompañantes eran un peso muerto en ese caso. Pero sí podían ser útiles si tenía que averiguar un poco más de información.
Otro tren transcurrió e hizo que todo dentro se sacudiera.
No supe por qué, tal vez era mi autodestrucción actuando pero saqué un cigarrillo, lo encendí nerviosamente y expulsé el humo cerca de Cris, él alzó la mirada, arrugando su entrecejo por el olor, comprobó que era yo, meneó la cabeza con decepción. Ya somos dos. No era el único que estaba decepcionado de mí.
Lo apagué contra la pared.
Cristiano deslizó al interior de su mochila, de parches, un libro de historietas. Me llamó la atención la portada: unos ojos confundidos, asustados y un poco calientes que te observaban, era como si viera mis propios ojos.
La determinación y el aturdimiento que expresaban esos ojos era como una garra que me tocaba.
—¿Qué estás leyendo?
—Un libro —dijo eludiendo la pregunta y encogiéndose de hombros, estaba avergonzado.
Iba a ironizar sobre el hecho de que si le pregunté que leía estaba más que entendido que era un libro, además de que no le había preguntado qué tenía más bien qué leía. Pero seguramente él me hubiera dado una respuesta que me hiciera quedar tonta. Él podía ser muy inteligente. En las clases siempre solía corregir a los profesores, claro, cuando no estaba viendo con ojos de perrito a Gemma.
—¿De qué trata? —regalándole la mayor paciencia que le había dedicado a alguien.
Silencio.
—¿Te comió la lengua el gato, pelotudo?
Estaba sentado en el sofá, cruzado de brazos. Observaba la suciedad del suelo y las paredes como si lo enfermara. Levantó la vista lentamente con los ojos cargados de una densa y furibunda indignación.
—No, pero me figuro que a vos sí y varios gatos* y varias veces.
—Una respuesta agresiva para un chico tranquilo. Debería sentirme amenazada.
—¿Funcionó? —preguntó apretando los labios para no sonreír, demostrando fácilmente que su actitud era una farsa.
—Practicá en el tono de la voz.
—¿Qué tiene mi voz? —preguntó perplejo, parpadeando.
—Nada intimidante, te lo aseguro.
—Ya que nos estamos dando consejos si querés parecer más intimidante podrías no dibujarte Pangeas cerca del hombro.
¿Por qué la gente cree que quiero serlo?
—El Pangea —continuó— es el único continente, el mundo unido. Es símbolo de unidad. Pónele que de paz. Yo que vos si quiero parecer ruda me haría caraberas o frases en otro idioma o tornillos con sangre chorreando.
—Lo tendré en mente —respondí escueta.
Él se encogió de hombros como si le diera igual.
—Y no me lo dibujé porque significa unión. Para mi tiene otro significado...
—¡Dije un minuto! ¡Y un minuto fue! —proclamó triunfante Ángel haciendo su aparición y saltando en el medio de la sala.
—Pero estuviste cambiándote por más de diez minutos —protestó Cristiano.
—¡Y un minuto fue! —volvió a proclamar Ángel.
Se había puesto unos vaqueros ajustados y negros de mezclilla, una camisa roja de leñador, unas botas oscuras y una chaqueta de cazador. Había peinado su cabello para que pareciera despeinado involuntariamente.
Era tan tonto, se arreglaba como si fuera a pasear por unas galerías y no a hacer algo serio. Siempre se fijaba en la apariencia de las personas, por lo cual, criticaba constantemente mi gusto. Sí era un chico guapo y tenía derecho de concentrarse en cosas como esas, pero toda su arrogancia y torpeza lo hacían tan virgen como la María original.
A veces odiaba mi nombre parecía un chiste irónico de mal gusto.
Ángel se inclinó y escudriñó el fondo del sofá, alargó su brazo por el suelo y extrajo de la oscuridad una mochila. Dirigió sus pasos al escritorio sepultado por computadoras y latas de RedBull. Cogió una tableta electrónica y una computadora portátil, también metió algunos cables y procesadores para conectarlos a la computadora y poder hackear. Las escondió en la mochila, se armó de unas cuantas latas de bebida y finalmente se la colgó.
—Estoy listo, si ya terminaron de admirarme podemos irnos.
Quería deshacerme de esos dos insoportables, no era de pasar el rato con nerd de bibliotecas o falsos delincuentes electrónicos, pero tenía que buscar a Gemma. Pensé que ella estaría muy en deuda conmigo. Demasiado.
Ángel encomió la mochila de Cristiano y ambos rieron gastándose bromas que tenían que ver con esas películas o cómics.
Oh, sí, ella me iba a deber mucho.
Pedorro: algo feo, de mala calidad, que fastidia con su torpeza.
Tirito: hilo de cocaína que se da en la nariz.
Tumbero: proveniente de la cárcel, todo lo relativo a la prisión.
Yuta: sinónimo de policía.
Bronca: furia, enojo.
Gato: Antiguamente el significado de 'gato' se refería a los hombres que acudían a clubs de vedettes. En los años 90, en las cárceles se empezó a dar otro uso al 'gato'. Dentro de la jerga carcelaria este era quien hacia las tareas básicas como lavar platos o estar al servicio de otro preso. Con el tiempo el termino 'gato' significó 'ladrón nocturno'
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