6- Cristiano
Un chico de unos dieciséis años se acercaba a nosotros con paso petulante.
Estaba vestido con unos pantalones de cuero ajustados, una remera negra remendada y un par de zapatos clásicos. Llevaba la pinta de un roquero con mal gusto. Su piel era clara, tenía los mismos ojos azules que María y la misma sonrisa triste, aunque en su rostro se veía burlona. Eran muy, pero muy iguales. Incluso compartían la estructura ósea, la quijada de ambos era fina, angulosa y terminaba en punta como los rasgos de los felinos.
Sonreía de lado. Era delgado, largo y con unas profundas ojeras debajo de los ojos.
Al parecer no le importaba que tumbaran su puerta, como si eso fuera normal, cosa de cada día.
Examiné detenidamente la habitación. Había un pequeño apartado donde estaba la cocina con una pila de trastos sucios, una heladera que zumbaba como un auto viejo y azulejos con manchas de humedad y sarro. El resto del lugar contaba con un sillón, una alfombra cubierta de barro debajo de una silla giratoria y muchas computadoras. Los monitores se extendían a lo largo de un escritorio, había procesadores, teclados y juegos de wii.
Supuse que no las había comprado, tal vez eran cortesía de los últimos saqueos de Navidad. Toda la habitación incluida la cocina estaba repleta de latas de Redbull volcadas, vacías o aplastadas. Incluso el chico sostenía una en ese momento.
—Querida hermana —exclamó el chico con total serenidad observando la puerta desmoronada—. Podrías haber tocado la puerta como la gente normal suele hacer.
—No me hubieras abierto.
—En efecto, no lo habría hecho, pero igual sigue molestando un poco que mi privacidad se haya ido.
—¿Sos su hermano? —pregunté incrédulo sin tragármela y señalando a María que estaba cruzada de brazos con semblante torvo.
—Su hermano gemelo —Inclinó la cabeza—. Un placer, estás hablando con la parte inteligente de la familia.
María soltó un resoplido que pudo haber sido una risa.
—Que seas bueno con las computadoras no te da el derecho de creerte uno de los reyes de Argentina.
—No, pero el hecho de que no hay reyes en Argentina me suma un poco de puntos.
Traté de tragarme una carcajada, pero fue inútil. María me fulminó con la mirada, suspiró agotada, se tumbó en el sillón y depositó sus botas sobre una mesilla, volcando unas cuantas latas.
—Ángel trabaja con un chico llamado Elliot, es Canadiense o algo como eso, el chico es lo que la gente llamaría un pirata informático.
—¿Te réferis a un hacker?
—Sí, se limitan a encerrarse todo el día y crear programas para acceder a bases de datos o páginas que están repletas de cortafuegos solamente para demostrar que pueden hacerlo. Básicamente entran a bancos o lugares que creen interesantes. Luego, ellos crean más muros informáticos y redes de virus para que nadie pueda pillarlos. Se encierran a juguetear con sus tontas computadoras. Ángel —dijo señalando a su hermano que revoloteó los ojos al escuchar el nombre, al parecer no le gustaba que lo llamaran así— conoció a ese tipo tratando de llegar a su sistema, obviamente Elliot era mejor y lo destrozó. Luego de otras peleas informáticas y ñoñas se hicieron amigos.
—Comenzó a enseñarme lo que sabía y le dije que era buena idea tener una base en otro país y como en una villa no tendría que pagar alquiler, yo le cuidaría las computadoras y la policía no se metería ni loca a este lugar, decidió venir a vacacionar acá. Tengo que admitir que me gusta este lugar, si cooperás con sus habitantes te llevás bien y te respetan; hasta te podés unir a una pandilla. La gente es muy juiciosa con las personas que viven acá —habló con pereza—. Pero yo creo que son mejor que las de afuera.
María resoplo.
—¿Afuera? —preguntó riendo.
—Sí, afuera —contestó Ángel molesto—, desde que vivo acá entre los marginales me doy cuenta de que hay muchas diferencias ¿Vieron el shopping Acorta? Es muy lujoso, está cerca de acá a unas cuadras en un lugar turístico y elegante. Podés apreciarlo si atravesás la valla de alambre que separa la villa de la parte turística. Suerte con eso porque mide más de dos metros y tiene picos, es como una señal que dice: no pases por acá, es la parte rica de la ciudad. Como sea, acá me hice mi lugar.
—Yo también —comenté—. Varías veces vengo a comedores de otra villa o a predicar. Me llaman Santucho.
—A mí me dicen Doc porque soy inteligente. Pero más que nada por cómo hablo y porque les dije que en toda Argentina, pero sobre todo acá, pulula un dialecto llamado lunfardo, después les dije que los engañé y que el lunfardo no es un dialecto. Una broma excelen...
—No nos interesa eso —lo interrumpió María—. No vine a escucharlos hablar de lugares de argentina y de gente marginal.
A mí sí me interesaba, pero la conversación creo tención. Me aclaré la garganta y traté de cerrar la charla.
—No sabía que había hackers en Buenos Aires.
Ambos hermanos se lanzaron una mirada divertida como diciendo «Qué ingenuo»
—Hay todo en Buenos Aires: corrupción, drogas, prostíbulos —Sonrió—, que los piratas informáticos seamos los únicos con cerebros para no delatarnos no nos hace fantasmas. Digamos que entre los delincuentes somos los más inteligentes y los menos corruptos, digo, sí robo y hago algunos trabajos poco ilícitos —Se encogió de hombros—, pero jamás haría tratos con la policía.
—¿Y tú amigo canadiense viene aquí de vez en cuando?
Ángel asintió afirmativamente y agregó:
—Claro, esta casa ya era mía antes, el antiguo dueño murió en un tiroteo y la usurpé desde entonces, traje mis cosas y le dije a Eliot. A él no le importa, habla bien español, tiene un padre colombiano. Estuvo aquí una semana, aunque ayer se fue. Su madre está enferma.
—Es por eso —prosiguió María—, que él puede ayudarnos a encontrar a Gemma. Si hay alguien que puede acceder a ese tipo de información es él.
Ángel parpadeó desconcertado, dio un sorbo a su lata y la arrojó por encima del hombro con una amplia sonrisa sarcástica.
—En lo único que los ayudaría es a encontrar la salida de este lugar —Se volteó y señaló el umbral—, única puerta a la derecha, como pueden ver la puerta descansa en el suelo. No les será problema encontrarla —Se dirigió a la silla giratoria, tanteó una lata que descansaba al lado del tecleado, la sacudió, comprobó que quedaba líquido y bebió de allí—. Cierren cuando salgan.
—Pero tenés que ayudarnos a encontrar a Gemma —protesté colocándome a su lado.
—Escuchá, chico lindo, no es mi problema. No sé quién es esa Gemma y no sé dónde está pero sí sé algo, si se alejó de ella —dijo señalando a su hermana— es una chica inteligente. Sé inteligente también. Ahora, fuera, que tengo que stalkear a una chica de Venezuela que tiene unos programas y defensas formidables.
—Ángel...
—Por favor llámenme Á.
—¿Á? —pregunté— ¿Cómo el de Pretty Little Liars?
Á retrocedió como si le hubiera dado un puñetazo.
—Nunca lo había pensado de esa manera. Mierda, estuve tiempo ideando ese apodo, no quería que me digan Gel o Án. Voy a tener que buscar otro —masculló contrariado— gracias...
—¡Déjate de boludeces! ¡Esto es cosa seria! ¡Desapareció mi casi amiga! —estalló su hermana a nuestras espaldas.
María se levantó hecha una fiera. Sus pantalones cortos y medias rotas se veían más oscuras de lo normal por la mala iluminación del cuarto. Sus músculos estaban tensionados. Aferró con mano de hierro el respaldo de la silla giratoria y la rotó para que su hermano quedara cara a cara con ella. Se cernió sobre él, sus narices se rozaban.
Le explicó de la manera más resumida que pudo todo lo que había sucedido esa mañana y cómo ella sola buscaría la forma de encontrarla, iba a decir que no estaba sola y que había sido mi idea, pero la ferocidad con la que hablaba me disuadió de hacerlo.
Cuando terminó de relatar soltó con brusquedad la silla de su hermano. Á parpadeó como si no creyera lo que tenía a su lado. Yo no conocía a María, pero parecía alguien desinteresada que odiaba al mundo; no era alguien que ayudara a las personas y por la perplejidad de su hermano supe que era una porquería con todos y él no estaba acostumbrado verla tan humana.
—Así que te vas a meter en los archivos de, no me importa qué lugar, y vas a encontrar la dirección de Dante Weinmann. W-e-i-n-m-a-n-n. Entonces voy a ir a su casa, encontrar alguna pista y darle la paliza de su vida ¡Y vos me vas a ayudar! —gritó señalándolo con un dedo firme.
Su hermano tragó saliva y asintió. Giró su silla y comenzó a teclear con una sonrisa que se ensanchaba cada vez más.
—Ay, hermanita nunca te creí una persona tan leal —Meneó la cabeza—. Si no hubiera visto tus horrendos gustos en chicos diría que estás enamorada de ella. Pero todo sea por los cambios.
—El único que camina en la vereda equivocada sos vos —espetó ella y dudó—. Y tal vez él —dijo dedicándome una mirada despectiva.
—Si en la vereda que debería caminar nada más hay chicas como vos con gusto cambiaría hasta de país —dije dedicándole una sonrisa falsa.
—Dejemos de lado las metáforas despreciativas a mi orientación sexual —intervino Á—. Si se lo preguntan voy a buscar por las páginas donde el gobierno tiene el historial de las personas.
—No me lo preguntaba, solamente hacé tu trabajo —espetó su hermana.
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