48- María
Encontramos a Lambi haciendo su trabajo.
Si es que le pagaban por comer empanadas, tomar mate y balancearse en una silla en medio de la sala de pájaros.
Era un hombre petizo, de piel morena, barba cortada al ras, papada, ojos chiquitos y nariz abultada. Tenía puesto el uniforme de un guardia y su barriga enorme se vertía a los costados por la presión del cinturón. La sala tenía el suelo negro y los techos también, para que te concentraras en la fauna detrás de la vitrina y en los animales con plumas. Había desde aves de selva, llanuras o de ciudad, debajo de cada presentación yacía una fila de botones para que apretaras y pudieras escuchar qué sonido hacían los pájaros.
Pero yo no podía ver a los pájaros cuando tenía una exhibición como Lambi.
—Hola —saludó Cris, levantado una mano.
Lambi perdió el equilibrio y cayó al suelo de la sorpresa. La silla provocó un estruendo terrible, el mate terminó volcado al suelo con la bombilla casi a tres metros de distancia y había aplastado una empanada. Era tan patético que me dio vergüenza ajena.
Se levantó como un relámpago y nos miró asombrado, agarró su linterna como si se tratara de un arma.
—Niños, n-n-no deberían es-es-e-s-star acá.
—Venimos de parte de Dante Weinmann —dije.
Él meneó la cabeza, estaba un poco asustado de que su trabajo como guardia implicara algo más de acción que engullir empanadas.
—No conozco a ningú-n-n Dante Weinmann, si m-m-me hacen el favor de irse o llamaré a l-l-la poli-li-cía...
Tartamudeaba mucho, por ahí estaba enfermo. Yo no sabía de enfermedades, pero no tenía compasión por la gente enferma; Gemma me decía que eso me convertía en una persona despiadada pero nunca la había entendido.
—No llames por favor —pidió Cris alzando las manos.
—Vinimos por información ¿Está seguro que no conoce a Dante? El señor Fave, la viuda María Delagua ¿Le suenan esos nombres? —presionó Ángel.
Él hombre se veía de verdad asustado.
—N-n-no sé de lo que ha-ha-hablan —Se ajustó la gorra, sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó la transpiración de la frente de forma apresurada, lo guardó a medias en su pantalón y nos hizo un gesto hacia el final del pasillo—. Déjenm-m-e que los acompañe a la salida. T-tengo que lla-llamar a sus p-p-padres.
—Dejá de boludeces —lo reprendió Ángel.
—Más respeto a los mayores, ni-i-iño —más que una orden o un reto parecía una súplica.
Era de ese tipo de adultos que nunca había crecido y en el fondo seguía siendo un niño asustado de todo; me daba un poco, casi nada, de lástima, pero no había venido hasta ahí para compadecerme de él.
—Mirá, sabemos que estamos en el infierno y Dante Weinmann es un Protector de la Destrucción —dije—. No nos vengas con eso de que vas a llamar a nuestros viejos o que no tenés idea de qué hablamos porque sé que sabés.
Entonces ocurrió algo perturbador.
Toda la simpleza del hombre se desvaneció de su cara, sus ojos despejaron el miedo y el asombro, como si fuera una máscara de turno que se pusiera y quitara cuando quisiera, como si todo el tiempo hubiese estado actuando. En su lugar, expresaron un vacío devorador, que te arrancaba toda la felicidad y la agonía de tu mente, que te dejaba sin nada.
Colgó los pulgares de su cinturón y alzó las cejas.
—¿A qué vinieron? —preguntó firme, sin balbucear ni tartamudear.
—Dante está en problemas, bueno la chica que él quiere, el alma condenada —explicó Cris—. Queremos saber dónde está, tenemos que buscarla y llevarla a un lugar importante.
—¿Ah sí? Bueno, suerte con eso.
—Creemos que sabés dónde está, en su diario menciona que lo ayudaste a esconderla —expliqué.
—No, no sé nada.
—Dale, conchudo hijo de yuta —lo insultó Ángel—. ¡Es importante! ¡No te cuesta nada, gil!
El vocabulario venía de familia.
—¿Qué te haría cambiar de opinión? —preguntó Cris.
Me puse tensa. Un favor a cambio de información no parecía buena idea teniendo en cuenta de que Lambi probablemente no fuera humano.
Lambi rio.
—Que te maten tus amigos, eso quiero —dijo señalando a Cris.
—¿Qué? ¿Yo? ¿Por qué?
Lambi se encogió de hombros.
—Parecés el más bueno, me gusta cuando mueren los buenos. Es divertido. Es injusto y siempre me divirtieron dos cosas: el oro y las injusticias.
Ángel rodó los ojos como si estuviera cansado de los protectores y sacó una pistola. Era el arma que el Dante falso había dicho que era especial, con eso podíamos lastimarlo, pero jamás asesinarlo.
Hizo que el cañón de la pistola apuntara a la cabeza del hombre. Lambi lo miró asombrado, parpadeó y estalló en carcajadas que duraron cinco segundos. Luego se cayó repentinamente, se enderezó en toda su altura y resultó que era bastante largo. Sonrió como si lo desafiara.
—¿Qué vas a hacer? ¿Matarme?
—Sí —explicó calmado Ángel—, soy un híbrido.
Lambi resopló y miró el techo, luego a nosotros.
—Sí, seguro.
—Soy el hijo de Eden Larbalestier ¿No estaba embarazada cuando la encontraron?
Eso era una suposición porque no habíamos leído que estaba embarazada cuando la atraparon. Es más, leímos de una Eva Evangelio pero de ninguna Edén.
—Mataron al bebé, hicieron que Dante se lo comiera vivo —contradijo Lambi.
Hubo un segundo de un silencio escéptico.
Cris empalideció como un fantasma, le temblaron las rodillas y vomitó en el suelo, lo que no ayudó a mejorar su imagen de buenito. Le di palmaditas en la espalda, pero él se incorporó rápidamente como si nada hubiera ocurrido. No podía culparlo él era el que más tortura había recibido de la mujer y tenía los nervios de punta, además de que, en realidad, era el más blandito de todos.
Eso pareció divertir más a Lamberto porque sonrió y comenzó a agitarse de la emoción.
—¿Asustado?
Cris lo miró mudo y negó con la cabeza, secándose los labios con la manga de su camisa.
—¿Asustado, mortal? —presionó Lambi fluctuando la voz de la alegría.
—No —dijo con voz ronca, hizo una pausa y agregó—. ¿Un padre comiéndose a sus hijos? Nada nuevo. Me parece usado ¿No hizo lo mismo Cronos? Y por lo que sé inventaron ustedes todas las religiones de la historia ¿Qué les pasa se están quedando sin ideas para torturar?
Lambi se mordió el labio.
—Son unos mentirosos. Yo escuché cómo mataban al bebé. Gritaba tanto que se escuchaba en toda la cuadra. Está muerto. Mataron al hijo de Dante. Y eso fue hace veinte años. Vos no tenés veinte.
Ángel negó con la cabeza.
—¿Arriesgarías tu vida por eso? Acá estoy. Y técnicamente no me mataron si nací en el infierno... supongo que nunca estuve vivo.
Nunca estuvo vivo.
Esas palabras me golpearon y me hicieron sentir culpa por Gemma. Ella nunca había estado realmente viva, yo sí había estado en el mundo de los vivos, pero ya ni me acordaba.
Después de leer el diario de Dante lo más probable era que yo ni siquiera fuera mujer o lo que sea, es más, después de escuchar los disparates del Dante falso, lo más probable era que en el verdadero mundo no me viera como una humana, él había dicho que teníamos otra forma; que vernos humanos era una manera de torturarnos porque era un cuerpo inútil con el que no se podía hacer ninguna de las cosas asombrosas que se hacían en el mundo de los vivos. No sabía qué tenía de malo mi forma humana.
Como sea, sentí lastima por Gemma pero no había nada que pudiera hacer.
Miré la tensión que se formaba entre Lambi y Ángel.
—Dispará —retó Lambi.
—Los dos sabemos que eso no me conviene ni a vos ni a mí, así que decime...
—Me —Lambi rio de su propia broma.
No nos estaba tomando en serio, se reía de nosotros como un loco. Ángel le quitó el seguro al arma y Lambi levantó las manos.
—Está bien, cálmate, te digo dónde está la chica, pero ni loco pienses que los voy a guiar hasta allá.
—Te escucho —dijo Ángel.
—Está en Recoleta, en la calle Austria al 2421.
Ángel bajó el arma.
—Gracias —le respondió con una sonrisa sombría mientras Cris buscaba en su mochila alguna tableta electrónica.
Finalmente encontró una, la sacó y buscó la dirección.
—La tengo. Queda a unas treinta cuadras más o menos de... de ya sabés qué.
Sí, ya sabía qué, quedaba cerca del hospital donde trabajaba la mamá, donde seguramente tenían encerrados a nuestros compañeros de escuela, los cuales, no teníamos ni idea de quienes eran.
—No le digan a nadie que los ayudé —amenazó Lambi—, la última vez que le di una mano a Dante perdí mi trabajo.
—¿Mammón? —pregunté—. ¿Sos vos?
—Sí ¿quién más, retrasada?
«Eso no es un insulto» me dijo la voz de Gemma desde adentro de mi cabeza. Y lamenté que no estuviera ahí conmigo, todavía le tenía la bronca por comportarse como una infeliz; pero ya se me había ido de a poco y lo único que hacía ahora era replantearme si sabotear la huida de mi mejor amiga. Ella no tenía la culpa de haber nacido en un lugar así y ser tan friki y bicho raro; ella no tenía la culpa de no quererme como yo la quería.
Si le reprochaba no quererme era igual que el psicópata de Dante-Fave-viuda ¿Esa era mi consciencia? ¿Por qué había tardado tanto en aparecer?
—Tenemos que irnos —susurró Cris, solo para que yo lo escuchara, se veía súper tenso—. Ahora. Tenemos que irnos, ya.
—¿Qué?
—Irnos, Mía, ahora.
Sabía que Lambi era espeluznante pero no entendía su preocupación, era obvio que íbamos a irnos, pero no sabía porque tenía que ser ya. Tal vez estaba avergonzado porque había vomitado por segunda vez en la noche. Alguien tenía un estomago muy sensible. Pensar eso me hizo divertirme un poco, o distraerme de la mirada asesina del guardia.
Él me miró insistentemente, me quería decir algo con los ojos, se había dado cuenta de un detalle que yo no. Empezó a retroceder, pero el tañido de una campana lo detuvo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top