41- Gemma
Todos permanecieron callados y quietos.
Dante me desprendió una mirada desesperada que suplicaba ayuda.
—Sí —dije—. Es la verdad.
Les conté todo lo que había pasado en el día, desde que nos cruzamos con los protectores que no podían ser heridos y el incidente del cyber.
—Es más amplio de lo que parece —continué— y tiene mucho más sentido, pero a resumidas cuentas es la verdad. Todo este sistema está hecho para perpetuar el sufrimiento, los políticos, las religiones, las organizaciones gubernamentales, las fronteras entre países, las publicidades poniéndonos parámetros a los que no podemos llegar, las enfermedades, la pobreza, la desigualdad social, la desesperanza... cada cosa, por pequeña que sea, está puesta para hacernos sufrir. Algunas son peores que otras, pero cada una cumple su función.
Tuve que desviar la mirada de María porque me observaba como si fuera un monstruo. Siempre me había sentido rara, pero ella era la única que me tratara como si fuera la persona más cuerda de Buenos Aires. Jamás volvería a tratarme de esa manera, lo sabía.
—Cuando morimos llegamos acá —continué narrando—. Cada alma renace, muere y vuelve a nacer. Es un ciclo sin fin. Pero Dante es un Protector de la Destrucción, un espíritu maligno, un demonio, como quieras llamarlo, él agarró el alma de una persona que había sido enjuiciada injustamente y que terminó acá. Pero en lugar de hacerlo nacer, como corresponde con cada uno, puso el alma en su cuerpo y le dejó conservar todos los recuerdos de cuando estuvo con vida. Le dijo que él quiere sacar a una chica llamada Edén Larbaleister del infierno, pero para eso debe abrir una puerta de escape y eso le costaría tiempo. Por aquella razón le pidió a Ernesto...
Lo señalé y él sonrió y alzó una mano, dubitativo.
—...que buscara a la chica por él, que la cuidara hasta que él pudiera abrir una puerta de salida y en recompensa lo dejaría irse. Hay un cuaderno con información de ella, para encontrarla. Dante tuvo que irse antes de poder decirle donde está, pero le indicó que podría encontrar todo en el cuaderno. Estamos buscándolo. No sabemos dónde está la chica porque desapareció en la dictadura militar, fue una de las secuestrada por el gobierno, creo que estaba embarazada.
Les estaba contando demasiado.
—¿De otro mundo dijiste? —preguntó el chico moreno... Cornerlio, Claudio... ¿Celestino?
Dante asintió.
—Sí, de un mundo maravilloso, donde la gente no envejece ni enferma ni se preocupa en cómo se ve, donde todos son más ágiles, inteligentes, fuertes y menos limitados. También nos vemos diferentes, no todos somos casi iguales como acá. No tenemos forma humana, hay gente más alta, algunos con más brazos, otros con miembros que acá no tienen nombre, hay petizos o gente que mide muchos metros, con ojos, con pocos, con muchos o con ningún ojo, ni todos tenemos los mismos colores, pero nadie es diferenciado por eso.
—¿Y nos morimos? —preguntó el chico—. ¿O sea todos? ¿Ahora? ¿Estamos muertos?
Los gemelos se negaban a hablar.
—Sí —respondió Dante.
—¿Y vos no sos Dante? ¿O sea te llamas Ernesto y moriste esta mañana y apareciste en el cuerpo de Dante?
—Sí.
—¿Cómo?
—En la noche de los fuegos. Es cuando unos pájaros luminosos sobrevuelan el mar de vapor...
—¿Mar de vapor? ¿Cómo... un mar de nubes?
—Sí. Vuelan sobre el mar de vapor y emigran con dirección a su isla. Me metí en una balsa que no estaba bien terminada, se hundió... yo no me negué a abandonar el mar, de noche el vapor se condensa, se hace agua, después hielo y me morí.
Omitió que murió porque se negó a abandonar a su amigo.
—¿Y ese se supone que es el mundo real? ¿El de los vivos? —preguntó el chico.
—Sí.
—¿Y qué otras cosas hay allá que no haya acá?
No le creía, nadie preguntaría por eso.
—Bueno... las montañas se mueven, todo el suelo se mueve, despacio y sutil, no como los terremotos. No existen los mapas ni las fronteras, los continentes no están fijos ni los países. La tierra es como... un calidoscopio, es impredecible pero estático. Tampoco existen los planetas, ni un universo tan grande que no podemos visitar ni ver. Hay estrellas, pero están cerca y no son de gas. No hay un universo infinito que te hace sentir solo, pequeño, vacío y que deja a tu vida como un acto poco importante e insignificante.
—¿A no?
—No, allá el cielo es polvo y se mueve...
—Claro, por qué no.
—Y el viento canta. Las estaciones tienen voz, los colores vibran, los animales no se comen entre ellos y...
—Dante, basta —dije.
Silencio.
—No te creen —concluí.
Él se mostró desanimado.
—Pero es la verdad —dio paso hacia atrás—. ¿No los atacaron los señores Weinmann? Los padres de Dante son protectores, ellos se aseguran de que los condenados se destruyan entre ellos ¿No les parece extraño que trataran de matarlos? Porque no estuve aquí, pero de seguro hicieron eso. Son demonios, criaturas horribles que no podemos entender.
—No se preocupen —dijo Ángel—. Ya nos encargamos de ellos.
—No, porque los condenados no pueden matar protectores. Solo los híbridos como Gemma pueden, los que son hijos de condenados y protectores. Lo único que hiciste es lastimarlos por un tiempo, sanarán en cuestión de segundos como si tuvieran años para recuperarse ¿Dónde dejaste los cuerpos?
No había pensado en eso.
—Los lastimé con esto —dijo el chico moreno señalando con la cabeza el arma que sostenía Ángel—. Y no parecía que iban a sanar rápido, tal vez, no sé, fueron lastimados como personas normales.
Ernesto inspeccionó la pistola, brillaba mucho. Estaba construida de un metal que nunca había visto en mi vida, como un metal de luz, aunque más allá de eso era una pistola como cualquier otra.
—Es un arma creada por Protectores. Dante me habló ellas.
No sabía a qué se refería ni de dónde salía eso. Nunca me había hablado de reglas como esas y no era el mejor momento para sacarlas a la luz.
—Si la empuña un condenado puede dañar a un Protector. Están prohibidas. Aunque, igual, no los mataste. No podés. Solamente los híbridos u otros Protectores pueden matar Protectores.
Me había molestado que les contara que era híbrida pero ya no tenía sentido ocultar la verdad. A ellos no pareció importarle, lo tomaron como un dato sin sentido más. Yo estaba preocupada porque nos topáramos con otros dos protectores más. Después de Lu y Baal y Asmoquéséyo, no podía aguantar a otro tipo de esos.
—Voy a buscar el cuaderno, ya vuelvo —me dijo Dante apresurado y subió las escaleras.
Iba a seguirlo, pero María me interrumpió.
—Gemma, pará, ¿A dónde vas?
—Tenemos que encontrar a Edén para irnos. Mirá no tengo tiempo para explicarte todo ¿Me crees o no?
María se acercó hacia mí mirando el suelo como si buscara la forma de serenarse. Me agarró de la mano y me miró fijamente.
—Sé que algo raro pasa... los chicos de la escuela, la mitad están muertos y la otra mitad los tiene el gobierno en un hospital. Creo que son rehenes para que te entregues... o entregues a Dante. No soy tarada, sé que algo pasa.
—¿No me escuchaste? Te dije que son Protectores. Eso es lo que pasa, nos quieren retener acá. Nos quieren hacer sufrir, esto es una fiesta para ellos.
María meneó la cabeza.
—No me importa lo que son, pelotuda. Estás en peligro, tenemos que irnos y después pensar una forma de ayudar a los pibes.
—Ellos no son mi problema y yo no deberían ser el tuyo.
—¿Estás hablando en serio, hija de puta?
Era triste, pero era verdad, no podía hacer nada por los chicos de la escuela, además, ella no parecía estar escuchándome. Ellos no podían morir porque ya estaba muertos y el resto que estaba encerrado no corría peligro, no verdadero. Solo tenían que sufrir una muerte dolorosa a manos de los Protecores pero sería una más de muchas. Y yo no me iría a esconder con ella porque lo único que quería hacer era vivir un ratito o ir a otro lado. No había sido mi culpa nacer en ese lugar ni ser un adefesio.
—Gemma, por favor. No lo sigas.
Me había agarrado la mano.
Bajé la mirada. Ella no era de hacer contacto físico, ni de dar abrazos o palmadas ni besos ni nada. Me sentí fatal de alejarla, pero ya le había dado mis razones, ella se negaba a escucharme y a creerme. Supe que no podía llevármela conmigo a donde venía.
Le solté la mano. Sentía los ojos de su gemelo y el chico moreno sobre nosotras.
—Ya te dije. No puedo. No te pedí que me buscaras, no te pedí que te metieras en todo este lío. Es mejor que te vayas.
—¿Qué? ¿Estás hablando en serio infeliz? ¡Obvio que no me lo pediste!
—Ándate, María —Caminé de espadas hasta el pasillo con suelos de madera, sin sacarle los ojos de encima—. Es mejor que nos separemos.
—¡Pero ese chico está loco! —protestó el moreno, aunque no sonaba convencido—. ¡Gemma, por favor!
—Váyanse los tres, antes de que los señores Weinmann despierten.
—¡Escùchame, conchuda... —comenzó a gritar Ángel.
—¡Nos vamos! —gritó María, mirando el suelo, alzó sus ojos vidriosos, azules, opacos y húmedos hacia mí.
Estaban venenosos, había una oscuridad en ellos que me dejó helada, su nariz estaba roja y se sorbió las lágrimas. Se acercó un par de pasos y me susurró:
—Para mí nunca te encontré.
Por primera vez que la vi había dejado de temblar de la rabia, estaban tan rígida que parecía que iba a fundirse con la casa para siempre.
Le di la espalda y me fui, subí los escalones de dos en dos, caminé por el pasillo del piso de arriba con cautela, temiendo encontrarme con uno de los Protectores. Dante salió apresurado de una habitación.
Su mirada estaba apagada.
—¿Encontraste el cuaderno?
—No —respondió—. Pero sí encontré un número. Mirá qué dice.
Me mostró una tarjeta, de esas que se hacen los oficinistas importantes. La leí con esperanza lo que tenía.
Decía:
Fabián Ramírez.
4663-8229
Avenida Rivadavia 3384.
Debajo del número Dante había escrito una única palabra: Amigo.
Alcé la mirada hacia Ernesto.
Un aliado de Dante. Si un Protector de la Destrucción como Dante consideraba a alguien como amigo significaba que era un verdadero ser querido. Porque se suponía que yo era mitad protector y era una persona antipática, con todos los sentimientos positivos atrofiados como el amor o la felicidad, alguien verdaderamente Protector no debería sentir nada por nadie.
Pero si lo consideraba amigo...
—Hay que ir —dije.
Dante asintió muy serio.
—¿Tus amigos...
—Ya no son un problema.
—Pudieron haber venido con nosotros, pasar el portal. Pudimos haberlos salvado.
—¿Después de que trataron de matarte?
—Si son importantes para vos —respondió alzando un hombro y dirigiéndose hacia la escalera.
—No son más importantes que vos —dije dándole un codazo amistoso y guardando la tarjeta en mi bolsillo—. ¿Somos aliados? ¿Te acordás?
Él me sonrió apagadamente.
Escuchamos un rechinido en la madera de la escalera. Nos detuvimos, petrificados como roca. Por los escalones estaba subiendo penosamente un hombre. Era el señor Weinmann.
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