35- Gemma

 El humano es un ser que siempre está en movimiento.

 Desde que fue creado... no, desde que evolucionó no paró ni un solo instante. Podría decirse que tiene un cohete en el culo. Pasó de un extraño pez o renacuajo a un animal que camina erguido, lampiño y que crea máquinas para volar o salir del planeta. Siempre está dando un paso adelante, se mueve mucho, pero hay algo que nunca va a alcanzar por más que avance: la paz.

 Bueno.

 En ese momento, después de tirar del gatillo y clavarle tremenda bala a Lu, pude percibir un momento de paz, no sentir, solo lo vi. Fue un instante en donde el mundo se congeló y dejó de ser lo que había sido hasta el momento: un caos.

 Fue entonces cuando alguien me agarró de las muñecas, hizo que dirigiera el cañón del arma hacia abajo. Estaba dura, petrificada, me estremecí y un segundo disparo salió despedido, pero se perdió en el piso.

 Cuando regresé a mí traté de forcejear, pero ya era demasiado tarde, Baal me arrastraba hacia una de esas mesas con correas. Me arrojó sobre la superficie. Me incorporé y le di una patada en la cara, el me agarró de los tobillos y me hizo caer otra vez sobre la base arrugada de la mesa de madera. Entonces me ató la mano con una correa de cuero y por más que traté de resistirme pude ver cómo iba inmovilizando mis extremidades de a poco.

 Arqueé mi espalda y aullé como nunca había gritado, un bramido animal que venía desde lo más profundo de mi tripa. Era furia, angustia, temor todo condensado en el sonido, traté de no entusiasmarme demasiado.

 Un golpe. Me habían dado una trompada, pero tardé en darme cuenta de lo que habían hecho porque una oscuridad negra se apoderó de mi por unos instantes.

 Escuché el sonido de unas ruedas metálicas corriendo. Asmodeus había hecho lo mismo con Dante.

 ¿De verdad?

 Lo tenía sujeto en una camilla de hospital, él continuaba luchando con las ataduras. No tenía caso y no se daba cuenta. No había recibido golpes, pero no podía decir lo mismo de Asmodeus, el hombre tenía la cara destrozada, como si le hubiesen dibujado garabatos con un cuchillo.

 Tenía la boca cerrada ¿Qué iba a decir? ¿Déjenos ir? ¿Pedir piedad? Nada tendría sentido, solo tenía que esperar a ver qué pasaba. Pero tenía miedo y eso me gustaba.

 A María no le gustaba demostrar que tenía miedo o que estaba angustiada, pero yo nunca los había sentido y ahora que tenía la oportunidad de ser como todos los demás no iba a desaprovecharla. Pensé, otra vez, que había algo malo en mí.

 Creí toda mi vida que había estado maldita por tener las emociones tan escondidas y ser frívola, pero me equivocaba, era una bendición porque sentir miedo era la peor de las torturas. Y, aun así, estaba contenta de sentirlo, pero a la vez lo sentía y eso me angustiaba. Un sonido agónico se escapó de mis labios, en mi interior había un caos que no comprendía.

 Cerré los ojos y traté de dirigirme a ese lugar recóndito, pero todo seguía rodeándome, la sensación de las correas, la mesa húmeda con olor a desinfectante, los resuellos de Asmodeus, los gemidos de Dante y la risilla de Baal.

 Uno de los hombres, no sabía cuál, se dirigió a la pared y descolgó un serrucho y un cuchillo. Los blandió frente a mi cara y me estremecí.

 Era Baal, sus dientes eran muy puntiagudos y la piel de Asmodeus estaba brillante de la transpiración. Pero, aun así, inquietantemente, eran muy guapos, casi perfectos, de una forma exagerada y poco humana. Resultaba macabro ver en una cara tan bonita unos sentimientos tan horrendos, unas ideas malignas se reflejaban en sus ojos y te hacían temblar.

 Puso el cuchillo en mi garganta. Era la segunda vez en el día que me amenazaban con degollarme y ni siquiera era mediodía.

 —A ver, Dante ¿De dónde has sacado a la chica?

 —¿Qué? —preguntó él, Asmodeus le tenía la cara con las manos, no sé muy bien por qué.

 —¿De dónde sacaste a la híbrida? —preguntó otra vez Baal agitando el serrucho como si fuera un bate y tratara de golpear una pelota, agitándolo en el aire y enarbolándolo sobre su cabeza.

 —No sé de qué me hablás.

 —¡Dicidme o la mato!

 —¡No sé qué es un híbrido! ¿Te refieres a Gemma?

 —¡Sí!

 —Yo... no sé.

 —¿Así que se te fue la memoria?

 —No. Sé. Qué. Es. Un. Híbrido.

 —¡Un híbrido es el hijo de un condenado y un Protector de la Destrucción! —le gritó Asmodeus, acercando su cara a la de Dante, rosando las narices, abriendo bien sus fauces para dejar escapar el bramido que dio después—. Es un nefilim, mitad humano mitad demonio. No veía uno crecido hace más de tres mil años, están prohibidos.

 Baal asintió satisfecho.

 —Sí —señaló a Lu con el serrucho—. Y solo un híbrido puede matar a un Protector de la Destrucción, los humanos no pueden matarnos ni herirnos y... —me miró y colocó el diente del serrucho sobre mi estómago que se agitaba—. Tú pudiste matar a Lu. Pobre Lu —observó su cadáver con lastima—. No se lo vio venir.

 —Ella no es un híbrido. Es una compañera de mi colegio.

  Asmodeus se rio a carcajadas y nuevamente dirigió cada una de ellas a la cara de Dante como si quisiera hostigarlo. Él cerró los ojos para impedir que gotitas de saliva le entraran.

 —El colegio en donde rogaste trabajar.

 Dante parpadeó.

 —N-n-n...

 —¿También te olvidaste de eso, Dante? —preguntó Baal.

 —Yo... no sabía...

 —¿Tampoco sabes que, por estar con una humana, hace unos cien años fuiste castigado al cuerpo de un adolescente? ¿Se te olvidó eso?

 —Yo no soy Dante.

 Ambos se rieron. Baal abrió los ojos como si presenciara un espectáculo divertido.

 —Ah ¿no?

 —No ¡Y sóltame la cara!

 Asmodeus siseó. Literalmente. Hubiera sido gracioso si no estuviera amarrada a una mesa de madera y si todavía recordara cómo se ríe.

 —Yo no soy una híbrida —dije con la voz firme y ausente.

 —¿Huérfana o no? —preguntó Baal en tono burlón—. Os pido perdón —se rio como si fuera una broma decirnos perdón—. Todo en ti dice huérfana.

 —Yo... no.

 —Ya sé lo que está pasando —dijo Baal alzando las manos e interrumpiendo a Dante que parecía no comprender nada de lo que ocurría—. Es tu hija ¿o no Dante? Por eso pediste permiso para trabajar en el colegio ese que hace inclusión a algunos chicos del orfanato ¿Qué le había dicho al jefe?

 —Le había dicho —respondió Asmodeus— que había aprendido la lección y quería atormentar almas jóvenes. Pidió que lo transfirieran ahí.

 Ambos me miraron. Sonrieron al advertir mi expresión de espanto.

 —Vaya, vaya. Felicidades, pequeña, acabas de conocer quién es tu padre. La pregunta es quién es tu madre porque Dante tiene fama de...

 —Edén Larbaleister —murmuré.

 —¿Quién?

 —¿Qué dijo?

 Enmudecí. No iba a repetir ese nombre porque no sabía de qué eran capaces y porque no creía lo que dije. Mi mamá estaba loca y muerta. Sí la había conocido y no se llamaba Edén Larbaleister, se llamaba Juana Ramos. Yo le decía Juana Banana porque cuando era pendeja creía que sonaba divertido. Tal vez Juana no era mi verdadera madre y ella estaba oculta en algún lugar.

 Se escuchó un gemido. Todos giramos la cabeza.

 Lu abrió los ojos y comenzó a retorcerse en el suelo. Creí que sus amigos irían a ayudarla, se sorprenderían y le pedirían perdón por darla por muerta sin siquiera corroborar sus signos vitales. Pero en lugar de eso estallaron en risas y la miraron alborozados cómo trataba de ponerse ella misma de pie.

 La mujer se agarraba el estómago donde le creía una flor roja de sangre que se derraba por sus caderas. La remera negra se hundía y se pegaba a la carne abierta y perforada, parecía que le chorreaba brea. Caminó trémulamente hacia mí, pero le costó porque en el camino vomitó.

 Nunca había visto algo tan repulsivo y... sobrenatural. Esa era la única palabra que se me ocurría: Sobrenatural.

 Vomitó sangre, no una, ni dos ni cuatro veces, sino muchas. Y regurgitó tantos litros que parecía estar vertiendo una piscina. Abría su boca describiendo un amplio circulo y regurgitaba las grandes cantidades de sangre fresca con bilis. Ninguna persona podía contar con tantos litros. Olía a podrido.

 Ella estuvo varios minutos así, empapándose de sangre, regurgitando, tratando de tragarla, se le desbordaba por la nariz cuando cerraba la boca. Los repulsivos sonidos que producía sonaban como una bestia atragantándose. Tenía toda la quijada mojada y sucia, la ropa se le pegaba y sus dientes estaban ocultos tras saliva roja. Tosía mientras balbuceaba:

 —Quiétenme de este cuerpo. Quiero otro. Quiten...

 Entonces volvía a vomitar aquel liquido rojo y grumoso como si su cuerpo se hubiera descompuesto. Sus amigos la palmeaban y le aplaudían. De repente a Baal comenzaron a revolotearle moscas alrededor o salían de su boca cuando reía.

  Fue entonces cuando comencé a creer que tal vez Dante, o el chico que no recordaba su  nombre, me estaba diciendo la verdad.

 Lu se incorporó. Se limpió la boca roja con el dorso de la mano y caminó haciendo muecas de dolor hacia mí. Se aferró de la mesa y me observó colérica.

 —Voy a acabar con vos. Te voy a dejar hecha mierda.

 —Si te apuntaba a la cabeza te mataba —opinó Baal.

 —Sóltame, cagona —la reté, María estaría orgullosa de mi lenguaje.

 Ella me miró con asombro.

 —¿Te gusta lastimarme? —preguntó—. Pero no podés. Nadie puede. Mirá.

 Agarró uno de los cuchillos que habían traído al principio sus compañeros. Era un arma de carnicero, de hoja ancha y filosa, incluso provocó un sonido metálico al rasgar el aire. Extendió su brazo y enterró la hoja cerca de su muñeca, la punta se perdió bajo el hundimiento de su piel y los torrentes de sangre que liberó. Cortó una línea en su carne, desgarrándola, frunciendo el ceño por concentración o dolor no lo sabía. Después viró un poco a la izquierda para hacer un rombo, como dibujando.

 Escarbó con la punta del cuchillo y después lo tiró al suelo para hurgar con sus propios dedos. Agarró con sus uñas un fragmento resbaladizo de piel y musculo y tiró con fuerza porque los tejidos humanos suelen ser más resistentes en un momento como ese.

 Me mostró el hueco que le había quedado, pero de un momento a otro no estaba, tenía su tersa piel sucia con sangre pero nada más. Aun sostenía en sus dedos el trozo de carne que se había extraído, se balanceaba imperceptiblemente como gelatina.

 —¿Sorprendida?

 No dije nada.

 La chica se acercó hacia mí y depositó el pedazo de carne que se había sacado en mis labios. Los cerré más y ella miró con ausentismo. Me metió los dedos entre las comisuras y me forzó a abrirlos. Los otros miraban. Yo gritaba ahogadamente y me estremecía del asco.

 Dante gritaba que se detuvieran, pero era en vano.

 Estuve varios segundos desviándole la cara de dirección y sacudiéndome, pero finalmente me tapó la nariz y tuve que inhalar aire por la boca. Ella introdujo su trozo de carne y piel en mi garganta, lo sentí velloso, pegajoso y húmedo. Me giré y me atraganté.

 La mujer se abalanzó sobre mí y me tapó la mitad de la cara para que no pudiera respirar bajo ninguna medida. Hasta que no se aseguró de que hubiera tragado no me liberó. Respiré una profunda bocanada de aire sintiéndome de derrotada.

 Ella se inclinó al suelo y recogió el cuchillo que goteaba sangre.

 —Ahora compartime vos un trocito.

 —¡Esperen! —chilló Dante.

 —¿Qué? —preguntó Lu mordaz.

 —Yo... este... tengo información importante de Dante, el verdadero. Les juro que yo no soy él. Yo soy un condenado, morí en el mar. Dante me contactó, me dijo que él estaba enamorado de una condenada de acá, llamada... Edna García —estaba mintiendo— o algo así. Me pidió que yo la buscara y la llevara al portal que él abriría hacia el cielo. Edén conoce la dirección donde él abrirá el portal, se ve que es cosa de los dos. Él quiere que el alma de la chica pueda escapar y a cambio me va a dejar ir...

 Los adultos se quedaron escuchando, asimilando sus palabras.

 —Juro que es la verdad, yo no conozco nada de este lugar.

 —¿No naciste acá? —preguntó Lu gimiendo de dolor y agarrándose de la mesa para no derrumbarse.

 —No, no nací como todo el resto que reencarnan. Yo aparecí en este cuerpo... de verdad no sé lo que hizo Dante. pero quiero irme ya.

 Baal comenzó a sonreír maliciosamente al igual que sus colegas, se lanzaron unas miradas divertidas.

 —¿Entonces... sabés dónde está la condenada de Dante? —preguntó Lu.

 —Sí, él me lo dijo, puedo llevarte a ella. A Dante también. Se escondió en la escuela.

 Cerré los ojos. No quería ver. Si se llevaban a Dante... el otro Dante, entonces me matarían a mí. Ese era mi final. Me sentía culpable de no sentir pena por todos los errores que había cometido, se suponía que en los últimos momentos de la vida se lamentan de las fallas o se desea haber gastado el tiempo de otra forma. Pero eso no me pasó a mí. Mi tiempo ya había sido gastado, ya había sufrido por mis errores, lo único que tenía para llevarme a la tumba era la soledad y el terror que me seguirían como una sombra. Eran mi compañía eterna.

 —Registrad la escuela —Asmodeus estaba hablando por un teléfono celular, supuse, no quise mirar—. Ya vamos nosotros, creo que Dante... se pasó de la raya. Está escondido ahí. Sí, todos los de ahí saben que estamos en el infierno. Creo que los convenció. No lo podemos desmentir. Sí, sí, sería lo mejor. Acábenlos.

 Colgó, o eso pensé al principio.

 En realidad, había interrumpido su conversación por un estruendoso sonido.

 El ruido provenía de Baal, era un grito desgarrador. Abrí los ojos, giré la cabeza y pude ver como Dante estaba liberado y le había clavado una lapicera en el ojo. Al parecer lo había encontrado en el piso de arriba, cuando había subido solo a buscar pistas.

 Asmodeus trató de alcanzarlo, pero él corrió hacia una pared con armas, descolgó lo que parecía un cinturón, quitó un anillo a la granada ¿Qué hacían esas cosas ahí? Se veían viejas como si fueran de la guerra de Malvinas. Se lo tiró como si estuviera jugando a embocar la herradura. El hombre era un manojo de carne voladora antes de que pudiera notarlo.

 Baal comenzó a deslizar la lapicera fuera de su cuenca perforada, su piel comenzó a sanarse. Lo que hubiera cicatrizado en semanas, meses o años se arreglaba en cuestión de segundos hasta regresar a la normalidad. El proceso provocó un sonido extraño, como dedos escarbando en tierra mojada. Quiso atrapar a Dante, pero mi compañero de clases repitió el proceso con él y después con Lu y aun así quedaban muchos más explosivos en estantes y repisas.

 Respingué con el estruendo que provocó el cuerpo de Lu, aunque ella cuando fue alcanzada ya parecía estar muerta. Se había caído al suelo cuando vio a Dante escapar y no se había levantado desde entonces. Estaba pálida, descansado entre la sangre que había vomitado. Aun así, Dante fue por ella y la... ¿La remató? No entendía por qué inmolar sus cadáveres. Estaba cubierta de sus restos...

 Llorando. Estaba llorando otra vez.

 Dante comenzó a desatarme apresurado, con el miedo dilatando sus ojos, tenía el cabello húmedo de sangre y transpiración, supuse que yo me veía igual de hecha percha.

 —Tenemos que irnos ahora, ellos van a volver.

 No me atreví a decir nada.

 Me senté en la mesa llorando, sin saber qué hacer. No me sentía tonta porque ya casi no sentía nada más que miedo y una extraña devoción y lealtad a Dante.

 —¿Qué no los escuchaste? —preguntó—. ¡Estamos en el infierno!

 ¿Yo era una híbrida? ¿Esto es real? ¿Los vecinos habían escuchado las explosiones? ¿Iban a venir a rescatarme? ¿Y si me rescataban qué? Iba a volver a mi vida ordinaria para morir y reencarnar en otro lugar ¿De verdad tenía tan poco sentido mi vida? Estaba aturdida pero sabía lo que tenía que hacer en el momento, me lo decía Dante:

 —¡Tenemos que irnos ya! ¡Baal y el otro van a regresar! ¿Viste cómo se le formó la cara otra vez? Creo que nada puede herirlos, al menos no yo, tuve que dejar que los mataras, al menos creo que acabaste con la chica ¡Pero tenemos que irnos! ¡Pueden venir refuerzos! ¡Tenemos que encontrar a Edén e irnos a la mierda!

 —¡Cállate! ¡Para un poco, boludo! —lloriqueé.

 Me bajé lentamente de la mesa tersa y húmeda, mis pies tocaron la sangre acumulada del suelo, la que había escapado por el esófago de Lu. Vomité también, pero no dejé que me ocupara más tiempo porque me tambaleé hasta la pared más cercana y descolgué dos armas.

 ¿Quiénes eran mis padres? ¿De verdad podía matar a protectores de la destrucción? ¿De verdad era una híbrida? ¿Podía ser cierto que estuviéramos en el infierno? ¿Qué mierda había pasado? ¿Por qué había tanta sangre?

 —¡Gemma! —me llamó Dante—. Tenemos que irnos. Ahora.

 Me agarró de la mano, me llevó hasta una canilla que goteaba en un rincón. Había una manguera. Dante me roció con el agua mientras yo continuaba pasmada, me puso una mano en el cuero cabelludo y me quito algo que no quise ver que es. Se aseguró de que no quedara nada rojo en mí.

 Luego se empapó a él, hasta que se quitó toda la mugre y toda la sangre. Estábamos mojados, pero más allá de eso no llamaríamos la atención.

 Me agarró de los hombros y se interpuso en mi campo de visión.

 —¿Podemos irnos? Te... —humedeció sus labios—. ¿Me vas a dejar?

 Dudé. No lo sabía.

 Él estaba muerto sin mí, pero yo estaría muerta si no fuera por él.

 Negué con la cabeza a intervalos. Enfundé ambas armas y caminé hacia la salida sin saber qué hacía. Mi cuerpo se iba, pero mi cabeza seguía amarrada a esa mesa de madera, esperando su muerte.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top