21- Cristiano
La reja estaba abierta. La atravesamos, enfilamos hacia la estructura y golpeamos la puerta. Primero creí que Dante me había abierto la puerta, retrocedí junto con María, pero entonces vi mejor su cara. Tenía arrugas debajo de los ojos y en su mata de cabello castaño dorado se podían apreciar canas. El hombre iba vestido con un saco de tweed, camisa, moño, pantalones de vestir y zapatos lustrosos.
Aunque si bien era el rostro de Dante este no expresaba ningún sentimiento desagradable y malicioso.
—¿En qué puedo ayudarlos, jovencitos?
—Señor Weinmann —se adelantó Á—, seguramente las autoridades le informaron lo que hizo, su hijo —no mencionó qué había hecho, ya que, luego de escuchar la radio no sabíamos qué historia sabría el mundo entero o sus padres—. Somos amigos de Gemma y tenemos algo que decirle. Una verdad que usted no sabe.
—¿Qué verdad?
—Una muy importante, tal vez pueda cambiarle el día —la noticia de que su hijo era un loco psicópata en gran escala a un loco psicópata en menor escala no sabía que tanto podía cambiar un día.
—Además, veníamos a hacerles algunas preguntas —agregué.
—¿Qué clase de preguntas? —inquirió reticente, tratando de cerrar la puerta.
A mí eso no me hacía retroceder, cuando predicaba solían cerrarla mucho antes.
—Nada que pueda perjudicarlo se lo aseguro —aseveró María con tono diplomático, muy extraño en ella—. Y si está incómodo con algunas de las preguntas con gusto nos marcharemos.
El hombre lo pensó unos segundos. Asintió, arrimó más la puerta y nos indicó que pasáramos con una inclinación de cabeza.
Dentro, la casa de Dante era una combinación de madera oscura, arte, muchas plantas, luz entrando a raudales por las ventas y paredes blancas o revestidas de roble. Se parecía mucho a mi casa de campo.
Adentro la calefacción emanaba un calor vigorizador que desentumeció mis dedos congelados y mis piernas rígidas. No sabía que tenía tanto frío hasta que dejé de sentirlo, por esa razón, mi mamá decía que el frío era como el amor.
María frotó sus manos reparando en el cambio de temperatura. Á escurrió la bufanda lejos de su cuello, mirando con atención los cuadros, había uno especialmente enorme de Cronos, el dios griego del tiempo, comiéndose a sus hijos, su pequeño era un angelito asustadizo que gritaba de dolor.
El señor Weinmann nos condujo por un pasillo a un pequeño estudio con las paredes forradas de libros, un escritorio y un apartado con sillones de cuero y una mesa para café. Los pantalones de Á hicieron un ruido gracioso al deslizarse por el cuero. Miré que mis zapatillas estaban sobre una lujosa alfombra de entramados extraños.
Todo era muy caro ahí ¿Por qué su hijo asistía a una escuela del estado con huérfanos que iban solamente por una acción de inclusión por parte del gobierno?
El señor Weinmann nos pidió un momento, se marchó y cuando apareció lo hizo con su esposa. O al menos eso supuse que era, ya que vinieron agarrados de la mano.
Ella tenía los rasgos de la cara angulosos, era como un rombo, con los pómulos definidos, su piel se veía suave y madura, tenía su cabello castaño claro recogido en un peinado elaborado. Vestía un traje diplomático para mujer con una blusa blanca debajo. Ambos se sentaron frente nuestro.
Vaya, nos habían tomado en serio. Ambos estaban enfrentándonos y aguardando la explicación que prometimos.
María se inclinó levemente en su dirección como si quisiera estudiarlos. Por como trataba a los profesores siempre había sabido que se llevaba mal con la gente adulta, sobre todos los que tienen un cargo importante. Pero esa mañana estaba un poco más paciente.
Apoyó sus codos en las rodillas y comenzó a explicarles que nosotros éramos alumnos del Instituto San Pedro, ambos compañeros de Dante. Aunque era solo el principio pareció sorprenderlos y horrorizarlos.
Ella explicó lo que vimos esa mañana, cómo su hijo perdió la cabeza, la manera en qué secuestró a Gemma y que luego de eso se marchó y no volvimos a verlo. Enfatizó en que el colegio continuaba vivo cuando él huyó, que nos evacuaron a la calle y que luego nosotros nos fuimos porque queríamos buscarlos por nuestra cuenta.
No mencionó las cosas extrañas que habíamos presenciado esa mañana, ni el callejón o el hecho de que ellos dos eran unos fantasmas en la red electrónica. La señora Weinmann tenía los ojos vidriosos, negó levemente con la cabeza y una sonrisa incrédula y temblorosa afloró en sus labios:
—Pero los oficiales ya vinieron a nosotros. En las noticias.
Á tenía su computadora en el regazo y navegaba en archivos con aire frenético. De repente encontró lo que buscaba, volteó la computadora para que ellos pudieran verla y le señaló unos archivos y varias listas.
—¿Lo ven? María Dubanowski y Cristiano Paz, ellos de verdad asistieron a clases está mañana, no les mentimos. Lo que ellos vieron no es lo que ustedes escucharon. Miren, sé que suena a disparate, pero creo que alguien con poder está manejando a la policía e incriminando a Dante. La policía mató a casi todo el colegio y seguirán con la otra mitad que son los desaparecidos. Es un milagro que ellos hayan logrado escapar —Á nos desprendió una mirada—. Mire, no creo en milagros, pero si María y Cris vieron la verdad y pudieron sobrevivir tal vez lo hicieron por una razón. Tal vez estén destinados a resolver este lío. Lo cierto es que si no encontramos a Dante de donde sea que esté escondido, puede que muera Gemma y muchas más vidas inocentes. Necesitamos su ayuda.
—¿Cómo pudiste acceder a eso? —preguntó el señor Weinmann extrañado, señalando la computadora de Á.
Á parpadeó un tanto molesto, él hombre esperó una respuesta como si no hubieran escuchado ni una palabra de lo que él había dicho.
—Puedo burlar algunos códigos, no es problema... soy bueno con la informática. Le pongo más procesadores a una computadora normal ¿Ven que es ancha como una computadora de los noventa? Son los hardware suficientes para que pueda burlar software, pesa más, pero es eficiente.
—¿Y podés buscar a cualquier persona? —inquirió el señor Weinmann.
—No a todos —respondió mordaz.
Sabíamos a dónde se dirigía.
—Miren —intervine y junté mis manos—, crean la historia que quieran, la nuestra o la de la policía. Lo cierto es que nada cambia el resultado. Su hijo está desaparecido y nuestra amiga también. Necesitamos encontrarlos, tal vez ustedes sepan de un lugar a donde Dante iría. Queremos hacerles un par de preguntas al respecto, cómo pasatiempos de su hijo.
—¿Quieren té? —inquirió la señora Weinmann poniéndose de pie—. Todo es mejor con té y al parecer esto va a llevarnos un tiempo.
Nadie respondió, los hermanos Dubanowski la miraron con poca paciencia y estoy seguro de que María estaba a punto de decirle alguna grosería. Los señores Weinmann no serían de mucha ayuda, tal vez nos creían unos chiquillos molestos que no venían a hacer nada útil.
Una rockera con gustos extrovertidos y sin interés en el respeto ajeno junto a un adolescente con la pupila dilatada por la cafeína, que temblaba, hablaba rápido y que a su vez era pirata informático acompañado de un moralista, casi religioso con fe en el mundo no eran buena combinación para confiar. Tenía que ir a la habitación de Dante y buscar alguna pista mientras ellos hacían las preguntas. La madre de Dante aguardaba una respuesta como si el té fuera lo único que importara.
—Yo quiero.
—¿Con miel?
—Doble, por favor —odiaba la miel y el té, pero necesitaba que ella se marchara— ¿Podría ir al baño por un momento?
María me desprendió una mirada orgullosa como si hubiera adivinado lo que me pretendía. Por su parte, Á me lanzó un vistazo inquieto, alarmante, estaba abriendo mucho los ojos y supe que algo quería decir, quería advertirme de algo malo.
Pero antes de descifrar el mensaje la madre de Dante apoyó sus manos en mis hombros y me dirigió a una puerta de ébano que era el baño. Alborotó mis cabellos antes de marcharse y se alejó murmurando tranquilamente una canción.
¿Cantaba cuando su hijo era declarado un terrorista?
Eso estaba raro, teníamos que irnos rápido. Nos habíamos arriesgado mucho al venir hasta ahí.
Esperé unos segundos a que se marchara y me alejé del baño.
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