18- María.


 —Bueno, seguramente escucharon lo que yo escuché —susurró Ángel sin ánimos de levantar la voz—. Tengo una explicación lógica.

 No sonaba muy convencido.

 Todos continuábamos inclinados cerca de la puerta, como animales callejeros encontrando una ayuda.

 —¿Explicación lógica? —preguntó Cris con los ojos encendidos de confusión, brillaban como si fueran de vidrio—. Lo que vimos no fue lógico. No entiendo nada ¿a quién busca mi papá? Él es un predicador, se supone que busca la gracia de Dios y la riqueza espiritual ¡Se supone que dice caracoles y recórcholis no esos insultos!

 Iba a decirle que cualquier insulto era mejor que caracoles y recórcholis, pero se veía muy molido y no deseaba que se pusiera a llorar o algo por el estilo, porque entonces ahí sí que lo dejaba.

 —Y mi mamá. Él dijo que ella está con él. Están cazando a unas personas ¿no te parece coincidencia que busquen a dos personas cuando nosotros hacemos lo mismo?

 —Mirá, tranquilo. Mi conclusión es abstracta, pero es lo único que pude comprender. Es una teoría y no creo que te guste, pero me parece que estamos metiéndonos en un lío groso. Un lío religioso.

 —Pero la religión es amor —protestó Cris con insistencia y obstinación en la voz. Tenía las piernas estiradas en el suelo y de verdad parecía derrotado.

 La religión es amor.

 Ja.

 Tuve que contenerme para no reírme en su cara, era tan ingenuo. La religión era muchas cosas, pero no amor, no podía serlo cuando alentaba a la segregación, cuando impedía que dos hombres se amaran, cuando decía que la raza negra debía ser condenada a la esclavitud. Esa religión había quemado a mujeres, a científicos y a casi todo el mundo que no le cayera bien. El único "amor" que había visto en la religión era cuando curas abusaban de vírgenes infantiles.

 Pero no mencioné ninguna de las cosas que pensaba, no podía, no mientras se veía tan desdichado.

 —Bueno esta no es tan amorosa, qué se yo —dijo Ángel—. Mirá, la mitad de las denuncias de Dante eran por prácticas paganas como ritos y esas cosas. Tal vez todos sean de la misma secta y como Dante ahora perdió la cabeza y está a punto de convertirse en el centro de atención de los noticieros entonces están frenéticos y furiosos, buscándolos por toda la ciudad. Eso explicaría muchas cosas, como la sala de tortura, las armas raras, las conversaciones... Es más, puede que tus viejos estén en la cúspide de la secta lo cual explicaría que ese soldado se haya comportado como un niño de cinco años ante un hombre flaco y débil.

 Ay no. Iba a llorar. Se la estaba aguantando, su voz lo delataba.

 —Pero eso no explica que ellos tengan acceso a la Interpol, que mi papá tenga brigadas con otros curas, los padres fantasmas de Dante y otro montón de cosas como la mención de híbridos.

 —Aparte ¿Quién es Cormac Cantrell? —pregunté.

 Cris frunció el ceño.

 —Lo leí en el diario esta mañana. Es un empresario desaparecido, la embajada presiona a los policías para obtener pistas, pero él se esfumó ¿Qué tiene que ver él con mi papá o con los híbridos y Dante?

 —¡Bueno, no sé! —Ángel se abrió de brazos—. ¡Seguramente lo van a averiguar después porque ya traté de convencerlos que meterse en este quilombo es mala idea, pero ustedes se empecinan en buscar a Gemma! ¡Felicidades, no encontraron a Gemma, estamos confundidos, metiéndonos con gente que maneja la Interpol! ¡Y ahora jamás voy a volver a ver a un cura como lo veía antes!

 Vaya que sí. Por la expresión de Cris supe que él tampoco vería las cosas como antes. La teoría de que nos estábamos metiendo con una secta religiosa respondía muchas preguntas pero no todas. Quería responderlas, quería encontrar respuestas y hallar a Gemma. Las sectas no me daban miedo, los fan número uno de la tortura no me harían retroceder.

 Ya teníamos el efectivo.

 Yo ya sabía que buscaría a mi amiga y trataría de revelar al mundo que había gente peor que yo, personas que de verdad estaban perdidas.

 Mi hermano no se iba a ir, no al menos que yo me fuera, él vivía en una villa y era un pirata informático que todo el tiempo se metía en líos, no tenía un instinto del peligro muy agudo, a él tampoco lo asustaba la idea de la secta, lo inquietaba un poco y le daba una ligera frustración, pero nada que unos gritos no puedieran liberar. Nada más quedaba...

 —Cris —lo llamé. Se había quedado mudo desde que Ángel dio su teoría de lo que estaba sucediendo. Vi sus manos y estaban temblando, aunque se esforzaba por ocultarlo. No quería que actuara conmigo, que fingiera ser fuerte cuando se rompía a pedazos por dentro—. Cris está bien. Seguro todo tiene una explicación más... normal. De seguro tu papá está haciendo algo noble, no sabemos sus razones...

 Ni yo me lo creía.

 —No pienso preguntárselas —susurró—. Acabo de descubrir que miente... miente mucho, no quiero escuchar más mentiras.

 No sabía por qué estaba consolándolo, por ahí estaba cansada de ver tanta miseria, necesitaba un respiro. O sea, me divertía el drama y la desgracia, pero tampoco tanto.

 Hace unas horas hubiera preferido que se fuera a su casa y me dejara sola, pero ahora ya en su casa, quería que fuera a la casa de Dante y siguiera la... ¿investigación? Ni siquiera sabía qué era.

 Que su familia fuera parte de un chanchullo de política y religión no me intimidaba, a mí nada me hacía retroceder.

 —Eh, no digas eso —susurré, le tomé la mano y le acaricié su palma con mi pulgar, una trabajadora social una vez lo había hecho conmigo y se sintió bien—. Mira, en caso de que tu familia esté involucrada en... digamos, algunos contratiempos que chocan con tu moral, podés contar con nosotros.

 Odiaba que la gente contara conmigo, pero no sabía qué más decir y si necesitaba ayuda, a mala gana, se la iba a dar.

 —Si querés hasta podés ir unos días a la casa de Ángel no creo que él y su novio tengan problemas.

 —No es mi novio, pero sí, no tengo problemas.

 Enmudecí porque aborrecía consolar a las personas y ya no podía conmigo misma, sentía que si volvía a abrir la boca iba a vomitar flores y abrazos. Pero se la debía a Cris porque él había vuelto por mí cuando flaqueé en el buffet de abogados.

 —Déjenlo —dijo poniéndose de pie, comprimiendo los labios, endureciendo sus rasgos y ocultando todos sus pensamientos detrás de un rostro hermético e inexpresivo—. Puedo sopórtalo —agregó agitando una mano y restándole importancia—. Una charla escuchada al azar no significa nada. Tal vez me estoy haciendo un teléfono descompuesto en la cabeza.

 Qué mentira más piadosa, había más benevolencia en esa mentira que en el indulto de un rey.

 Agarró la mochila que había dejado tirada en el piso y se la colgó al hombro.

 —Vamos, tenemos un remis que tomar.  

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