INICIO
Cuando Catalina salió a tirar la basura una mañana de invierno, justo junto al basurero, se encontró a una pequeña niña. Tenía el cabello rojo y la piel blanca muy lastimada por el frío, no lloraba ni emitía un solo sonido, parecía estar en estado de shock. Catalina se quitó el abrigo y se lo envolvió por el cuerpo, la niña la observó sin rastros de inmutarse por aquel gesto.
—¿Dónde está tu madre, pequeña? —preguntó la mujer mirando alrededor, pero no había nadie.
Aquel era un paraje desierto, una ciudad perdida en el campo en el cual Catalina había decidido vivir en soledad.
Cargó a la niña en sus brazos y la llevó a su casa, Tomás, su marido, estaba de viaje, así que estaba sola en aquel lejano paraje. La metió a un baño caliente y la arropó con lo que pudo, le preparó una sopa de pollo caliente que casi la obligó a comer, bocado tras bocado, con paciencia desmedida. Y recién luego de tres largas horas, la niña echó a llorar desconsolada.
Catalina no supo qué hacer, una tormenta de nieve se avecinaba, y sería imposible salir de su casa para llegar a la comisaría más cercana.
—Por esta noche te quedarás aquí, y luego buscaremos a tu madre, ¿está bien? —inquirió la mujer.
La niña no respondió.
Aquella noche, Catalina, a quien hacía muchos años se le había muerto una hija de cinco años, pensó que la niña era demasiado pequeña para dejarla dormir sola y asustada en el cuarto de huéspedes, así que la metió a su cama, le dio un oso de peluche que guardaba del recuerdo de su princesa, y la besó en la frente, antes de apagar las luces.
—No quiero volver con mi madre —pidió la niña en el silencio de la oscuridad—. Déjeme quedarme aquí para siempre —rogó.
Entonces Catalina supo que la niña no tenía tres o cuatro años como aparentaba, sino un poco más por la manera en que hablaba.
—No te preocupes, te prometo que haremos lo mejor para ti —dijo la mujer antes de acariciarle la cabecita hasta que la niña cayera en un sueño profundo.
Catalina no durmió esa noche, ni las posteriores. Se dedicó por meses a investigar el posible paradero de la madre de la pequeña, pero nadie la requería, nadie la buscaba. Entonces, la justicia la puso en adopción, y Catalina y Tomás, pidieron adoptarla, y lo lograron, incluso a pesar de su edad ya madura.
Se mudaron a una ciudad más poblada donde pudiera criarla y darle mejor futuro, y dejó así de lado su soledad y tristeza para volver a amar a una hija —o una nieta—, que aunque no había salido de sus entrañas, había ingresado a su corazón. La llamó Catrina, porque siempre le había gustado el significado del nombre: «pureza». Y Catalina pensaba la pureza estaba impregnada en el alma de aquella pequeña niña, en su sonrisa, en su mirada, en su tez blanca salpicada de pecas, en su alma.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top