Epílogo
Trini estaba sentada en la arena observando el amanecer, Dante bajó junto a ella en la playa y se sentó a su lado.
—¿Qué haces? —inquirió.
—Una carta...
—¿Para quién?
—Léela —dijo Trini y se la pasó—, en voz alta...
—Ok... Querida Elsa: Sé que eres parte de mí, que en algún momento necesité inventarte para poder sobreponerme a todo lo que estaba viviendo. Sé que necesité odiarte porque llegaste a ser esa parte que me avergonzaba, la parte que odiaba de mí, la que me alejaba de todo lo que alguna vez soñé. Sé que estás allí, en algún lugar, dormida quizás, descansando de todo lo que tuvimos que pasar. Hoy quiero darte las gracias, por haberme permitido descansar mientras tú tomabas el control de las cosas que nos pasaban, sé que si no lo hubieses hecho, yo hoy no sería quién soy. Sé que tú eres parte de mí, sé que yo soy parte de ti y que jamás podremos separarnos, pero necesito que nos reconciliemos, que te integres a mí, necesito perdonarte y que me perdones, para poder ser feliz. Así que hoy te invito a que nos tomemos las manos, olvidemos el pasado, y caminemos hacia adelante. Dante me ama, me ha aceptado así, me ha hecho la mujer más feliz, y dijo que también te ama a ti. Querida Elsa, hoy somos una sola, y podemos al fin ser feliz.
Dante se acercó a ella y la besó en la mejilla. Llevaban casi tres meses saliendo, pero él había regresado a la ciudad durante el primer mes, hasta que por fin se animó a alquilar un lugar en Luna Blanca y se mudó allí. Pasaban mucho tiempo juntos, cuando Trini salía del trabajo o cuando no tenía charlas con su tutora de la universidad. A veces él la ayudaba con los archivos de la tesis, porque ella aún no se amigaba del todo con la tecnología.
Trini se levantó y depositó la carta en la arena, esperó a que una ola viniera y con dulzura se la llevara. Entonces abrió los brazos y echó la vista al cielo.
—Soy libre al fin —murmuró.
Dante la observó brillar, respiraba su libertad y la amaba más por eso. Se sentía tan orgulloso de ella que no cabía dentro de sí tanta felicidad.
—Amo tu libertad, amo tu vida, amo tu cuerpo, amo tu fuerza, amo tu corazón —susurró Dante acercándose a ella y abrazándola desde atrás.
—Yo también, amo todo de ti —murmuró ella en sus brazos.
Se dejaron caer en la arena y ella se acostó sobre su estómago, en posición trasversal.
—Ya no estás tan cómodo como antes —admitió—, ahora estás duro.
Dante se echó a reír.
—¿No te gusta?
Trini se volvió y lo observó.
—Sabes que me encantas —susurró.
—Ven aquí —dijo él atrayéndola para besarla.
Se apartaron un rato después, y se quedaron en silencio, observando a las personas que se cruzaban con ellos, que sonreían, que corrían o que se metían al agua.
—No puedo creerlo, esta era la postal que solía imaginar —admitió Trini.
—Sí, tú con alguien, de la mano, en la playa de Luna Blanca, como una chica normal.
—Así es...
—Ahora falta la boda...
—Ya tengo el novio, ¿no?
—Y yo ya puedo ponerme trajes de baño —admitió él.
—¿Nos casaremos en trajes de baño? —quiso saber Trini entre risas.
—No es mala idea —susurró él—. Me encanta ponerte el bloqueador —bromeó.
—Ahhh recuerdo la primera vez —dijo ella y le guiñó un ojo—. Me encantó tocarte y noté que tu piel se estremeció.
—Por supuesto, y no te hagas porque yo noté que logré el mismo efecto —respondió él.
—¡Qué tontos fuimos! —rio ella—. La abuela ya lo había entendido todo.
—Desde el inicio —comentó él—. Pero no podía entender que te gustara yo, con todo esa grasa... hasta tenía pechos. ¡Qué vergüenza me dio!
Trini se echó a reír.
—Ni siquiera lo noté, estaba ciega... me gustabas demasiado. Y ese día en especial, me sentía orgullosa de tu pequeño logro —comentó ella y se volteó para darle un abrazo.
—Te amo...
—Y yo... ¿Sabes? En este tiempo he aprendido muchas cosas. Los seres humanos juzgamos a todos y todo lo que vemos, y sin darnos cuenta muchas veces lastimamos a las personas. Te juzgaron por tu gordura tanto, que te rompieron la autoestima, me juzgué a mí misma por lo que hacía, y olvidé todo lo bueno que tenía dentro. Juzgué a Isa sin saber lo que había sufrido, o al profesor Pereira, o a cualquier persona... Aprendí que todos tenemos una historia, Dante, una realidad que solo la vemos nosotros y que muchas veces nos condiciona. Las personas miran desde otro lado y por eso no la pueden comprender. Todos tenemos un corazón, y está lleno de cicatrices, de amor, de dolor, de abandono, de pérdidas, de recuerdos, de momentos, de personas que se fueron y dejaron un vacío, de miedos. Y esos corazones que no vemos, son los que juzgamos sin saber lo que han tenido que vivir, sin haber estado en sus zapatos, sin haber experimentado sus sufrimientos. Juzgamos los corazones que no vemos por el exterior que vemos, por las ropas que usamos, por el tamaño del cuerpo, por la manera de caminar o por el trabajo que tenemos... ¿Te das cuenta?
—Sí, tienes razón, si toda la gente fuera capaz de ver a los corazones en vez de a los ojos o a los cuerpos, en vez de dejarnos llevar por los estereotipos, definitivamente el mundo sería un lugar mucho mejor para vivir, para creer, para soñar...
—Gracias por ver mi corazón, Dante... Tenía tanto para dar que dolía —susurró ella.
—Gracias por ver el mío, Trini, tenía tanto miedo que ni siquiera yo lo veía —añadió.
—Ahora tienes mi corazón, es tuyo, ¿lo sabes?
—No es mío, es tuyo, y es tu mayor tesoro, por eso yo prometo cuidarlo y protegerlo, después de todo eso es lo que nos unió. Yo cuidando tu corazón y tú cuidando el mío, incluso cuando aún no lo sabíamos —dijo y la abrazó.
La besó con dulzura y el mundo dejó de existir, por un segundo, para los dos.
Llegamos al final, extrañaré a Trini y a Dante, pero me ha encantado crearlos. Gracias por acompañarme :)
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