* 31 *

Aquella mañana, Dante despertó con un apretón en el pecho. Había tenido un sueño, un sueño claro y muy real.

—¿Qué sucede? —preguntó Priscila, su novia desde hacía varios meses.

—Tuve un sueño extraño...

—¿Un sueño? ¿Qué sucedió? —preguntó la muchacha.

—Era Catalina, la abuela de Trini. Se veía joven y estaba con un hombre de la mano y me decían que era el momento —susurró.

—¿El momento de qué? —inquirió la muchacha.

—No lo sé...

Priscila se levantó de la cama y se vistió.

—Dante, hay algo que te quiero decir desde hace unas semanas —admitió—, esto... no está funcionando —dijo señalándose a ambos.

—¿Qué quieres decir?

—Que tú no estás aquí, Dante... no estás aquí conmigo...

—No, ¿qué dices?

—Yo... seré muy sincera contigo —dijo Priscila y se sentó en la cama—. Cuando te conocí, decidí acercarme más a ti porque me pareciste una persona buena, noble. Estaba cansada de los hombres egoístas, esos que me habían dejado una y otra vez por otra mujer. Pensé que contigo sería distinto, te veías inocente, incapaz de hacer algo así... Y yo quise probar a tener un novio diferente a lo que estaba acostumbrada. Necesitaba con ansias sentirme amada, sanar heridas que tenía, romper con eso que siempre se repetía en mi vida, eso de que me dejaran por alguien más.

—No te entiendo, Pris...

—Tú eres bueno, sé que me quieres. Yo también te quiero a ti, pero no estamos enamorados y lo sabes. Ni a ti te explotan las estrellas cuando estás conmigo ni a mí se me doblan las piernas cuando te veo —admitió—. Lo hemos intentado, tú no sé por qué, yo porque quería la seguridad que tú me brindabas...

—Pris...

—Tú amas a Trini, y no sé si eres tan tonto como para no haberte dado cuenta de eso hasta ahora o es que es algo que no sé por qué no quieres admitir. Te engañas conmigo, sé que la buscas cada vez que me miras, que me besas, que me acaricias. Me hablas tanto de ella, que creo que es un fantasma que está siempre entre nosotros, incluso cuando hacemos el amor.

—¡Qué cosas dices!

—¿No te has dado cuenta que has pronunciado su nombre más de una vez? —inquirió la muchacha.

—No... —respondió él con sinceridad.

—Estoy cansada, porque yo sola me metí en esta situación. Forcé esta relación y al final terminó igual, tú dejándome por otra.

—Pero no estoy dejándote por nadie...

—Yo me estoy dejando, Dante —susurró la muchacha—. Me estoy dejando cuando acepto las sobras, cuando acepto ser el segundo plato de otros chicos o el tuyo. Ella es tu plato principal, el que no sé por qué no puedes tener, pero te conformas conmigo, y no es justo para nadie. Ni para ella, ni para mí, ni para ti.

—Priscila... yo te he contado que la he conocido porque quería acercarme a ti.

—Lo sé, pero en algún punto te enamoraste de ella. ¿Acaso no te das cuenta? Hasta sueñas con su abuela, Dante. Todo lo que sabes es preguntarte cómo estará, dónde estará, caminas por la calle y la ves en cualquier mujer pelirroja que encuentres, miras vitrinas y me dices que tal o cual cosa le gustaría a ella.

—Nunca me di cuenta que estaba lastimándote —susurró.

—A veces pienso que eres un poco tonto —añadió—, pero es una de las cosas que te hace más lindo a mis ojos, eres como un niño grande —musitó con tristeza—. Yo tampoco estoy enamorada, Dante, te quiero, y quizá podría enamorarme, pero no estoy dispuesta a vivir esta experiencia de nuevo, a ser la segunda de alguien. Mejor sola, hasta que alguien sepa valorarme.

—¿Estamos terminando?

—Sí, Dante, lo estamos haciendo —añadió y luego negó—. Deja de mentirte a ti mismo, hazte un favor y define lo que sientes, y persigue lo que amas... o a quien amas, en este caso. Gracias por estos meses.

—Priscila, perdóname...

—No, no hay nada que perdonar. Tanto tú para mí como yo para ti, intentamos protegernos, mantenernos a salvo. Pero el amor es más que eso, Dante, el amor es arriesgarse. Te quiero, escríbeme cuando necesites hablar, allí estaré —prometió, tomó sus cosas y se marchó.

Dante la vio partir y se puso la almohada sobre la cabeza, era un idiota, un fracasado, un estúpido. Sabía que amaba a Trini, lo había sabido desde el primer día que ella se alejó de su vida, no sabía cómo no lo había visto antes, pero confundió todo lo que habían vivido, y eso, sumado a su poca experiencia en relaciones, lo había hecho cometer errores.

Priscila tenía razón, ella era cómoda para él, le gustaba, sí, y le había ayudado a sobrellevar los momentos de incertidumbre y soledad luego de la partida de Trini, pero no era ella, como ella misma había dicho, no le hacía explotar estrellas ni lo volvía loco, no solo con un beso o una caricia, sino con el simple rose de sus manos, o una mirada.

Sin embargo, Trini lo había echado de su vida, y no sabía cómo reaccionar ante aquello. El sexo le había obnubilado el pensamiento, llegó a creer que Trini tenía razón, que él solo la había visto como un objeto y no pudo contenerse, y se sentía culpable por ello. No sabía cómo encarar una relación luego de eso, como recomponer la amistad perdida. Trini no le iba a perdonar eso, ella se lo había advertido desde el inicio, el sexo era su enemigo y él no supo contener sus impulsos.

Pero no eran impulsos, era amor, era deseo. Le dolía recordar que había estado con Elsa, no con Trini, porque él amaba a Trini, no a Elsa... Porque Elsa mandaba a Trini a un sitio seguro y entonces ella no había estado allí nunca.

Entonces entendió algo en su interior. Él no odiaba a Elsa, era él mismo el que le había dicho a Trini que debía agradecerle a Elsa las veces que la había protegido. Él amaba a Elsa tanto como a Trini, la amaba igual, con su pasado, con sus historias, con sus defectos. Él amaba a Trini y Elsa era parte de ella.

¿Por qué entonces no se había animado a decirle nada? ¿Por qué la había dejado partir? ¿Por qué siguió como si nada con Priscila?

Intentó buscarla un par de veces, pero el celular daba apagado. Fue al burdel una noche, que había bebido de más, e Isa le dijo que Trini se había ido y no sabían dónde ni nada de ella. Se sintió feliz porque Trini ya no trabajaba allí, pero no tenía idea de dónde encontrarla. Isa le dijo que había ido a perseguir sus sueños, y Dante sintió que él ya no era parte de ese sueño, y que no quería restregarle el pasado en la cara, cuando al fin había logrado desprenderse de lo que le atajaba para volar.

Dante se preguntó mil veces si eso era lo correcto, pero no hallaba respuestas, a veces pensaba que sí, otras pensaba que no. A veces escribía mensajes que nunca enviaba, sin embargo ella jamás lo había buscado.

No había tenido nada tan claro hasta ese momento.

Entonces recordó el sueño, Catalina se acercaba a él de la mano de aquel hombre y le sonreía. Le decían que Trini estaba lista, que era el momento, luego se iban.

En eso, su celular sonó, había recibido un mensaje. Por un instante pensó que era Priscila, pero después pensó que no podría ser ella. Priscila era decidida, decía las cosas de frente, no se tragaba ni se aguantaba nada, eso era lo que le gustaba de ella, y ya le había dicho todo lo que pensaba, no recularía sobre sus palabras.

Tomó el celular en sus manos y leyó el mensaje. Era un número desconocido.

«Hola, Dante. Espero que aún tengas este número porque es la única manera que tengo de conectarme contigo. Siento haberme mantenido lejos todo este tiempo, pero recuerdo que una vez nos prometimos estar, pase lo que pase, a pesar de todo. No sé si la vida te permitirá hoy cumplir tu promesa, pero por si acaso, por si pudieras darme una mano... mi abuela ha fallecido anoche, hoy amaneció muerta. Me siento sola, te necesito a mi lado, necesito a mi mejor y único amigo. Soy Trini, y estoy en Luna Blanca, en la calle 7, justo frente a la fuente. Allí me encontrarás hoy, allí velaremos a la abuela».

Dante no necesitó nada más, la abuela Cata le había dado la señal. Sabía lo que tenía que hacer. 

Estamos a nada del final.

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