* 3 *
Un cliente más entró aquella noche, uno muy distinto a Dante, era un hombre de unos cincuenta años, canoso y con olor a cigarro. Venía a menudo y pedía por Elsa o Lulú porque le gustaban las chicas jóvenes. Como siempre, no dijo ni una sola palabra, solo la desvistió y la recostó en la cama, y sin mucho preámbulo, la penetró.
Trini se fue a ese lugar seguro al que iba cada noche, ese sitio en su interior donde nada ni nadie podía tocarla, cerró los ojos y se imaginó a sí misma flotando sobre un mar azul turquesa. Siempre había querido conocer el mar, mas nunca había tenido la oportunidad de hacerlo. El año anterior, Lulú e Isa la habían invitado a tomarse unos días de descanso con ellas, pero Trini no podía darse el lujo de gastar más dinero. Lo único que deseaba era acabar la universidad y tratar de conseguir un trabajo en su profesión para poder finalmente alejarse de aquella vida.
Esa noche, fue distinta, cuando ya había dirigido sus pensamientos a su lugar seguro, la imagen de Dante se apareció en sus pensamientos, era como si pudiera sentirlo a su lado, ambos eran libres de estereotipos, de cuerpos asquerosos, de personas que le gritaran cosas horribles por las calles, ambos flotaban y reían. Sus risas retumbaban en el aire y el viento soplaba en sus rostros.
El hombre se levantó, se vistió y arrojó los billetes en la cama. Elsa no se inmutó, aún no tenía ganas de regresar de su lugar seguro. El sonido de la puerta cerrándose la trajo de nuevo a la vieja habitación, se levantó y fue hasta el vestuario de las chicas. Eran casi las cuatro de la mañana, hora de irse. Se vistió con la misma ropa con la que había llegado, guardó sus prendas más provocativas en el bolso y salió en medio de la madrugada para caminar hasta su casa.
La noche estaba fresca y silenciosa, Trini recordó cómo en sus inicios tenía tanto miedo de ser atacada o violada en aquellas calles silenciosas, sin embargo, un día se dio cuenta que su cuerpo ya salía lo suficientemente ultrajado cada noche de aquel burdel, ¿cuál sería la diferencia? Eso le dio tranquilidad y fuerzas para caminar las diez cuadras que la apartaban de su casa.
Llegó al edificio y subió las escaleras, piso tras piso mientras miraba e imaginaba las diversas vidas tras cada una de las puertas de sus vecinos. La anciana del piso uno seguro ya habría vencido al insomnio, la familia del piso dos ya habría logrado hacer dormir al bebé, el muchacho del piso tres, era probable que ya estuviera dormido, y ella llegaba a su piso, cansada física y mentalmente, con ganas de darse una ducha para sacarse el olor a humo de aquel viejo y poder meterse a su cama para dormir un par de horas antes de ir a la escuela.
Se bañó mientras se preguntó cuándo volvería Dante y si lo haría. Se acostó en su cama y aspiró el aroma a lavanda de sus limpias sábanas blancas. Eso era su cama, su refugio, su hogar. Aquel que olía al jabón que solía usar su abuela para lavar la ropa, aquel que olía a su infancia y a la inocencia que perdió alguna vez, quizá demasiado pronto.
El despertador sonó y llegó la hora de levantarse. Un día más, uno que la acercaba a su meta, terminar su carrera y conseguir un trabajo que le permitiera pagar el hogar de retiro. Era un sitio caro, pero era el único lugar que su abuela se merecía. Allí tenía atención médica y los medicamentos que necesitaba, y sobre todo, estaba bien atendida y feliz. Ver su sonrisa cada tarde, hacía que todo su esfuerzo valiera la pena. Era imposible que pudiera estudiar y pagar aquel sitio con un trabajo de medio tiempo en algún supermercado, era imposible mantener la vejez de su abuela con dignidad si no perdía ella la suya en el proceso.
Pero su abuela Cata lo valía, le había dado su vida, le había hecho la persona que era, le había recogido de la calle cuando nadie más la había querido, y se había encargado de ella como si fuera su propia sangre dándole el amor que nadie más le había podido dar. Le debía la vida, y no le faltaría nada mientras ella pudiese dárselo.
Llegó a su clase y, como siempre, encontró a Samuel esperándola en la entrada. Le había pedido que fuera su novia en tres ocasiones, pero ella le había dicho que no y él se conformaba con su amistad. Samuel creía que era su mejor amigo, pero ella no tenía amigos cercanos, no podría tenerlos siempre que tuviera un secreto tan oscuro que guardar.
—¿Qué tal la noche? —preguntó Samuel que creía que ella trabajaba en las noches en la parte administrativa de un motel de paso.
—Bien, no hubo mucho movimiento —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Has dormido algo? —preguntó.
—Un par de horas, como siempre.
—Ten, aquí está tu café —dijo el chico dándole un vaso con café negro, bien cargado, para mantenerla alerta en las clases. Lo hacía cada día.
—Gracias, Samuel...
—Deberías dejar ese trabajo, no es para ti —musitó.
—No puedo, debo mantener a mi abuela...
—Pero podrías conseguir algo más...
—Como cajera o supervisora no ganaría mucho dinero, lo sabes... y ese sitio es caro —añadió cansinamente, siempre era la misma charla—. Además, no tiene nada de malo.
—Lo sé —murmuró Samuel.
El padre de Samuel era pastor de la iglesia evangélica de la ciudad, por lo que ella entendía que a él no le pareciera que trabajara en un motel de paso. Se suponía que ella le había mentido, le había dicho que trabajaba en un centro de atención a clientes de una farmacia, en la noche, pero él la había descubierto pues un compañero y amigo en común, llamado Guillermo, había hecho un comentario que casi la había delatado.
Guillermo había frecuentado la Estrella negra y la había encontrado allí. No lo tomó a mal, pues era un chico de mente abierta, sin embargo, un día que estaban almorzando luego de clases, le preguntó si la vería esa noche en el burdel. Samuel no entendió, y Trini se apresuró a explicar.
Dijo que no era un burdel, sino un motel. Guillermo entendió de inmediato que se había equivocado al abrir la boca, cuando vio los ojos sorprendidos de Samuel, quien no paró de hacerle preguntas a Trini hasta que ella tuvo que admitir que le había mentido y que trabajaba en un motel en la parte administrativa, haciendo los cobros y demás.
Samuel se enfadó por unos días, pero Guillermo ayudó a Trini a recuperar a su amigo. Después de todo se sentía mal por haberla expuesto, no lo había hecho adrede, solo creía que Samuel ya lo sabía, porque eran inseparables.
—¿Qué clase tenemos ahora? —preguntó Trini.
—Tenemos clase con el nuevo profesor, el que suplirá a la profe Elena en su permiso de maternidad —explicó Samuel—. Creo que es el doctor Pereira o algo así.
—Bien —dijo Trini sin muchas ganas.
Luego de ponerse sus batas, ingresaron a la clase y tomaron sus asientos de siempre, el profesor tardó en llegar, y cuando lo hizo, Trini sintió que el mundo se abría bajo sus pies. Era el mismo hombre con el que había pasado la noche después de que Dante se fuera.
Él la reconoció de inmediato, se quedó allí, perplejo, como si hubiera visto un espectro. Trini deseó que la tierra la tragara, una de sus pesadillas se estaba haciendo realidad. Guillermo fue el único que atinó a entender lo que probablemente pasaba, así que le dijo a su compañera de al lado, Mónica, que se presentara y hablara al profesor.
—Bienvenido, profesor Pereira —dijo la voz chillona de Mónica, la mejor alumna de la clase—. Estamos viendo la página 74 del libro, ¿continuaremos allí? —inquirió.
—Sí, sí... claro —dijo el hombre volviendo en sí y acercándose al escritorio.
Trini no pudo concentrarse en toda la clase, era como si estuviese en medio de un sueño horrible. Se sentía insegura y creía que de pronto las ropas se le caerían y todos podrían leer en su piel sus secretos más oscuros.
La clase terminó y ella se apresuró a salir.
—Samaniego —llamó el profesor al ver la lista con rapidez—. Quédese un momento —pidió.
Samuel la miró consternado, ¿qué podría querer con ella el nuevo profesor?
Trini tragó saliva y suspiró. Esperó a que todos salieran y se acercó al hombre con temor, las piernas le temblaban, las manos le sudaban.
—Dígame, profesor —susurró con nervios.
—No se preocupe, aquí nadie tiene que saber lo que sucede fuera de la escuela —dijo el hombre con tono seco y distante—. Creo que ninguno de los dos nos veríamos beneficiados de esa información. —Trini asintió con nervios—. Sé separar la vida personal del trabajo, Catrina, no se preocupe, nadie sabrá su secreto —afirmó.
Trini asintió y salió del salón casi trastrabillando, corrió hasta el baño de damas, se encerró en un cubículo y se puso a llorar. Sentía mucho asco de sí misma y tenía muchas ganas de desaparecer de aquel sitio. En momentos como esos, no podía evitar odiarse a sí misma y todo en lo que se había convertido. Nunca su vida nocturna se había unido de esa manera a su vida diurna. Nunca Elsa y Trini habían estado tan cerca, y eso la asustaba.
Espero que esta nueva historia les esté gustando :)
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