* 29 *

En la universidad, le tomaron los exámenes que debía del semestre y luego le dieron los papeles necesarios para convalidar sus materias en la filial de Luna Blanca. Contra todo pronóstico, el profesor Pereira se acercó y le dio una tarjeta.

—Cuando esté allá, Catrina, busque a esta persona, la ayudará en todo lo que necesite en la universidad —mencionó.

—Profesor, se lo agradezco, pero no puedo recibir ninguna clase de favores que representen realizar un pago de la manera en que usted piensa, me estoy alejando de esa vida —admitió.

—Catrina, escucha. Nunca me has dejado explicarte —dijo el hombre y ella lo observó—. Es una mujer —dijo señalando con el dedo la tarjeta que le dio—, no va a pedirte ese tipo de favores —sonrió.

—Ah... —dijo ella sintiéndose un poco estúpida.

—Mi madre era prostituta —afirmó entonces y Catrina lo observó con sorpresa—. Me crie allí, en un burdel, observando como los hombres entraban y salían de su habitación. Todas las mujeres del lugar me querían, eran mis tías —admitió.

—Ohh...

—Ella murió de una enfermedad que contrajo en una de esas citas —admitió—, yo era solo un adolescente —admitió—. El dolor me cegó, la rabia, la desazón, la soledad... Me convertí en uno de esos hombres que odiaba, porque era mi manera de vengarme... Fui tan estúpido...

—Lo siento mucho...

—Llevaba una doble vida, y tú eras parte de una de esas vidas —admitió—. Hasta que te vi aquí, estudiando, haciendo un esfuerzo por salir adelante, por lograr una mejor vida. Y fue como si el mundo se detuviera, como si mi madre llorosa me rogara que frenara.

—¿En serio?

—Te vi y vi sus esfuerzos por sacarme adelante, vi tus esfuerzos por sobresalir, por dejarme en claro que tú no eras la persona con la que yo... con la que yo me encontraba por las noches. Me sentí tan sucio, tan culpable, Catrina —susurró—. Tenía tanto odio dentro de mí... y tú me ayudaste a verlo, a tratarlo, a curar esa herida, sin siquiera saberlo.

—Profesor...

—Perdóname, Catrina, perdóname por todo. Y deseo de corazón que tengas éxito en tu vida, que salgas adelante y que logres todos tus sueños. Esa mujer —señaló la tarjeta—, fue el único amor de mi vida, alguien a quien no supe mantener... y es colega mía, está allá en la filial, de hecho me consiguió el puesto de suplente aquí. Sé que te ayudará, te protegerá, yo se lo pediré como un favor especial —admitió.

—Gracias... —Fue todo lo que ella alcanzó a decir, se sentía sorprendida, agradecida, confundida. Lo único que pudo pensar era en la manera tan extraña en que se unían los caminos en la vida.

El día llegó y Trini junto con su abuela y un par de maletas, embarcaron hacia Luna Blanca. Trini había conseguido todo lo que había deseado con mucha facilidad, parecía que el mundo conspiraba para que ella alcanzara sus sueños. Durante el vuelo, no pegó un ojo, se sentía libre, liviana, feliz. Incluso la incertidumbre del nuevo comienzo le generaba adrenalina, fuerzas para afrontar lo que sea que no saliera bien.

En el aeropuerto, Angélica las esperaba con un abrazo y una sonrisa. Trini no supo por qué, pero al verla sintió como si fuera parte de su familia. Quizás era el agradecimiento inmenso que sentía hacia ella.

Angélica las llevó a su hogar. Era una casa grande, que en el fondo tenía un pequeño departamento con dos habitaciones, una cocina, una sala y un jardín. Estaba todo amoblado y con todas las comodidades que podían requerir, incluso se había encargado de poner algunas manijas especiales por las paredes del baño, para que su abuela no tuviera problemas a la hora de sujetarse.

Les preparó una rica comida y les explicó cómo sería la jornada. Trini trabajaría ocho horas en el pequeño consultorio que estaba hacia adelante del terreno, su labor consistía en agendar a los pacientes y cosas así, sería la secretaria. A la salida, iría a la universidad, donde cursaría su último semestre en el turno noche, y luego podría regresar a su casa a descansar.

Angélica ya había previsto también, quién cuidaría a la abuela en el horario en el que Trini no estaría, así que tenía todo bajo control. La casa era hogareña y con un aire campestre, la playa quedaba a cuatro cuadras de allí.

Esa noche, la muchacha caminó hasta el mar, se descalzó y se sentó sobre la arena. No había manera en que no fuera feliz, no había forma en que su nueva vida no funcionara bien. Quizá tendría muchos nuevos problemas, nuevos retos, nuevas adversidades a las qué enfrentarse, pero estaba segura de que saldría airosa de todas ellas. Lo había hecho siempre, había salido adelante en demasiadas cosas peores, ¿cómo no lo haría ahora?

Se sentía fuerte, se sentía capaz, se sentía especial. En ese momento sintió el calor que se había encendido hacía mucho tiempo en su interior, ese calor se había expandido, la hacía sentir segura, la hacía sentir a salvo. En ese instante comprendió lo hermoso que se sentía lograr algo, sentirse orgullosa de sí misma. Sí, eso era lo que estaba sintiendo, orgullo, admiración.

Si hubiera sido otra persona, ella la habría abrazado, le habría dicho lo orgullosa que se sentía de ella y lo mucho que la quería. Y entonces comprendió el concepto de enamorarse de sí misma, de superarse a sí misma, de quererse y aceptarse con todo lo que había vivido y todavía podía vivir. Envolvió sus brazos por alrededor de su cuerpo y se dijo a sí misma:

—Mira todo lo que hemos logrado, mira todo lo que hemos pasado y superado, mira cómo nos hemos levantado. Si alguien te abandonó alguna vez, tú nunca lo has hecho, nunca te has dejado caer, nunca te has rendido. Y ahora estás aquí, viviendo en el muro de tus sueños, que recién está comenzando, que tiene todavía mucho más para sorprenderte. La vida es linda, a pesar de todo, y vale la pena vivirla si hay momentos como este. Estoy orgullosa de ti y te quiero.

En ese momento sintió como si el reflejo de alguien la observara, era una sensación extraña, porque sabía que era interna. Era Elsa, y lo sabía, esa mujer a la que había creado ella misma y que era parte de sí. Era difícil de explicar sin parecer una lunática, pero Elsa estaba dentro de ella, y se sentía de alguna manera atrapada. Trini lo sabía, pero era una de esas cosas que aún no lograba solucionar.

Caminó de nuevo a su casa, renovada, feliz, entusiasmada, y lista para afrontar los nuevos retos del camino que había elegido. Observó el cielo una vez más y se preguntó si Dante estaría bien, esperaba que él también hubiera logrado sus propósitos y se encontrara disfrutando del éxito de su carrera junto a la mujer que amaba.

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