* 25 *

El viernes comenzó como un día normal, la última caminata por la playa con la promesa de seguir con los ejercicios cuando volvieran a la ciudad, un descanso, el desayuno y de nuevo a la playa. Por la tarde, fueron a visitar el centro histórico de la ciudad y luego, al hotel a descansar.

Eran cerca de las ocho de la noche, cuando Trini recibió un mensaje.

«Hola, Trini. Soy Angélica, agenda mi número. Estuve pensando mucho en todo lo que hablamos y algo de ti me recuerda a alguien que quise mucho. Quiero ayudarte, tengo una oferta para ti. Sé que hoy es tu último día en la ciudad, pero avísame si puedo llamarte».

El corazón de Trini comenzó a latir a toda fuerza y le contestó que estaba libre, que la llamara.

—¿Hola? —saludó entonces.

—Hola, Trini. Bueno... iré al grano —dijo la mujer—. Estoy retirándome en un par de meses más, y quiero volver a vivir aquí. He estado viendo locales para alquilar, pero creo que terminaré por vender mi casa en la ciudad y comprarme una aquí. Quiero venir en dos meses y abrir una clínica en este sitio. Me preguntaba si querrías trabajar conmigo. No puedo pagarte mucho al inicio, pero sí puedo darte un lugar en la casa para ti y tu abuela, y creo que con lo que te pagaré podrás pagar alguien que la cuide decentemente.

—¡Dios! ¡Eso es... demasiado! —exclamó Trini.

—Sé que es una sorpresa, y que debes pensarlo en frío. No respondas ahora, piénsalo y organiza tu vida, habla con tu abuela y cuando tengas una decisión, me avisas. Solo te pido que me avises sea cual sea tu decisión, y si es posible, en un mes a más tardar, porque si no aceptas, debo ver opciones.

—Gracias, Angélica... Gracias por confiar en mí —dijo la muchacha con lágrimas en los ojos.

Cuando colgó, decidió callarse la noticia, lo pensaría primero, lo meditaría en silencio y luego hablaría con Dante y su abuela. Venir a vivir a Luna Blanca, iniciar desde cero, alejarse de su ciudad, parecía prometedor.

Se vistió y salió dispuesta a encontrarse con Dante para ver las estrellas, pero el tiempo estaba nublado, y cuando llegó a la playa, se encontró con el encargado del planetario —que era quien llevaba los telescopios a la playa los viernes—, explicando que probablemente llovería y no podrían ver nada.

—No puede ser —dijo Dante de mal humor—. Esta tenía que ser una noche especial.

—La haremos especial —dijo Trini incapaz de sentir que nada podría sacarle de su estado de alegría.

—¿Qué quieres que hagamos?

—Caminemos —dijo Trini—, creemos nuestras propias estrellas.

Dante sonrió ante aquel comentario y decidió caminar con ella.

Un rato después, las primeras gotas comenzaron a caer, ninguno de los dos se percató de ello y siguieron su camino.

—No puedo creer que se haya terminado este viaje, ha sido mágico y revelador.

—Gracias por haber aceptado venir —dijo Dante—, ha sido genial tenerte aquí.

—No, gracias a ti por insistir en que viniera. Siempre sabes lo que me hace bien.

Siguieron un poco más, pero la lluvia se hizo torrencial. El vestido amarillo de Trini estaba empapado, así como la camiseta blanca y los pantalones de Dante.

—¿Vamos al hotel? —inquirió el chico.

—Mojarse es divertido —dijo ella—, pero ya ha sido suficiente —añadió cuando un relámpago se vislumbró en el horizonte.

Corrieron entre risas hasta llegar al hotel, y allí, agotados, se cubrieron bajo el toldo que daba a la entrada.

—¿Quieres venir a mi habitación? —inquirió Dante—. Es temprano para dormir y es nuestra última noche. Puedo pedir servicio de habitación y comemos algo.

—Está bien —respondió la muchacha.

Subieron al ascensor y rieron. El vestido amarillo pegado a su cuerpo, trasparentaba y dejaba al descubierto su ropa interior, aunque en realidad no traía sostén y Dante lo descubrió de inmediato. Las rodillas le temblaron al verla así, hermosa, mojada, vulnerable, y la experiencia hizo que Trini se diera cuenta, así que no tardó en cubrirse con sus brazos.

—Lo siento...

—No, no te preocupes —dijo él.

Ingresaron a la habitación del chico y él le ofreció una toalla seca y una camisa. Trini fue al baño, se secó y se colocó la camisa de Dante, absorbiendo su aroma, su calor. Cuando salió del cuarto, Dante estaba sentado en la cama, ordenando una pizza y vestido con una camiseta seca y un short.

Trini se recostó en la cama. Eso no era nada nuevo, había dormido a su lado un montón de noches antes, vestida incluso en paños menores y sexy. Sin embargo, Dante no podía mirarla, su presencia en su cama lo ponía nervioso, lo excitaba y ya no sabía cómo manejar aquello.

Ambos sintieron la incomodidad del momento, por lo que Trini se levantó y se sentó en una pequeña silla. En eso, llegó la pizza y utilizaron el momento para distenderse y comer.

—He hecho una cita con una nutricionista —comentó Dante—, apenas llegue allá comenzará el cambio —prometió.

—Eso es bueno, Dante, te ayudará a sentirte mejor —dijo la muchacha.

—Tú... ayer me has visto... Quiero saber algo —inquirió el chico—. ¿Qué pensaste?

—Cuando te vi venir a mí, sin camiseta, pensé que habías vencido a tus miedos y que me sentía orgullosa de ti... —respondió ella con sinceridad.

—Pero... ¿no te dio algo? ¿Ponerme la crema, tocar mi cuerpo?

Trini hizo silencio, no podía decirle que le dio una sensación completamente distinta a la que él esperaba que le respondiera.

—No necesitas decir nada, tu silencio lo dice todo.

—Dante... estás malinterpretando mi silencio —susurró ella, no quería admitir sus sentimientos—. Por favor, no crees historias en tu mente... no pensé ni sentí repulsión ni asco por ti, si eso es lo que quieres oír.

—No quiero que me lo digas porque quiero oírlo...

—No lo hago por eso, lo hago porque es la verdad.

—Es imposible, yo me miro al espejo y me doy asco... No puedo creer que nadie se sienta bien con mi cuerpo.

—Dante, debes trabajar eso porque si no tendrás problemas cuando te toque estar con Priscila —respondió la muchacha.

Dante hizo silencio, tenía razón, pero por alguna circunstancia no le importaba lo que pensara Priscila, sino ella.

—No creo poder nunca gustarle a alguien, necesito esforzarme por mejorar mi cuerpo —admitió y dejó el trozo de pizza para ir a sentarse en la cama y cubrirse el rostro con la mano, rendido, frustrado.

—No debes gustarle a nadie, debes gustarte a ti. Eso es lo que aprendí estos días —dijo ella acercándose a él y quedándose de pie frente al chico—. Ve a la nutricionista, ve al gimnasio, haz lo que desees, Dante, pero hazlo por ti, por tu salud o porque tú deseas mirarte al espejo y verte más guapo de lo que ya eres, pero no lo hagas por nadie más, porque no será verdadero ni duradero. ¿Comprendes? El problema no es como te vea yo o cómo te vea Priscila, el problema es cómo te ves tú —admitió.

—Puede que tengas razón —admitió y la observó.

Trini levantó sus manos para acariciarle el rostro, él la vio allí, envuelta en su camisa que le quedaba gigante y sintió ganas de desprenderle los botones uno a uno. Entonces, levantó su mirada y volvió a mirarla.

Ella sabía, sabía lo que pasaba por su mente porque era capaz de leer las intenciones de los hombres, podía ver el deseo y el fuego en su mirada, podía ver el sudor en su cuerpo, el leve temblor en sus manos.

Dante volteó la mirada, no podía mirarla de esa manera, no a ella.

—Sé lo que piensas —dijo Trini en un susurro.

Se sentía confundida, nunca antes había deseado que un hombre la mirara así, de hecho lo odiaba, le daba asco y tenía que aguantárselas, pero esta vez era distinto, le agradaba, le halagaba la mirada de Dante.

—Perdóname —admitió Dante—. No sé lo que me sucede...

—Me deseas, es eso —dijo la muchacha.

—Sí, pero nunca antes... Nunca lo había sentido, Trini —añadió y bajó la vista—. Nunca ni cuando nos conocimos por primera vez, ni cuando te tuve durmiendo a mi lado noche tras noche...

—¿Entonces?

—Entonces tengo miedo, porque yo no quiero lastimarte, no quiero que pienses que te veo cómo te ven tus clientes...

—¿Y cómo me ves? —quiso saber ella.

—No lo sé —respondió Dante, porque en realidad no lo sabía.

Trini empezó entonces a desprender lentamente los botones de la camisa, hasta dejarla caer al suelo. No sabía exactamente por qué lo estaba haciendo, pero el deseo bullía en su interior como nunca antes y una fuerza desconocida la llevaba a provocarlo. Dante la observó, su cuerpo desnudo por completo apareció frente a sus ojos, se veía perfecta, hermosa, brillante, rosada y apetecible.

—Trini, por Dios... —susurró él.

Entonces la muchacha se acercó y lo abrazó, dejando su alma en ese abrazo y derramando algunas lágrimas por el camino.

Dante la envolvió con sus brazos, y sus manos comenzaron a cobrar vida propia, recorriendo aquellos sitios donde nunca antes se había animado a tocar. Trini sentía que cada parte de su cuerpo temblaba y explotaba de placer. Eso era el sexo con amor, como le había dicho su abuela, eso era lo que jamás había experimentado.

No tardó ella en desnudar al chico, para encontrarse con ese cuerpo voluminoso y fláccido, que aun así le provocaba un placer intenso. Lo besó, recorrió con sus labios y su lengua todas y cada una de las zonas que Dante tanto odiaba y que ella tanto amaba.

La pasión los envolvió por completo y cegó a la razón, el calor les abrumó los pensamientos, mientras el deseo se apoderaba de ambos y se hacían uno solo sin ninguna dificultad, como si ambos se hubiesen pertenecido desde siempre.

Trini llegó a la cima sin necesidad de fingir, era un secreto que nunca había mencionado a nadie, pero era la primera vez que alcanzaba la cúspide del placer, ni siquiera sabía cómo o por qué, porque Dante no era un amante experimentado y se notaba en sus movimientos algo torpes y apurados. Sin embargo, para ella fue perfecto, se envolvió a su cuerpo y se encaramó a sus cabellos mientras susurraba su nombre en su oído.

Dante también obtuvo lo suyo, y se sintió desfallecer, eso no se comparaba ni con sus experiencias en la soledad de su cuarto, ni con las películas que había observado. Eso era el cielo mismo, y todas las estrellas que la lluvia había ocultado, estaban ahora en su cama, en su alma, en su piel.

Rendidos ante tanto placer, ambos se quedaron desnudos y abrazados en el silencio de la noche. El amanecer no estaba lejos, y el avión de regreso partiría temprano. Solo les quedaba unas horas más para disfrutar de aquello que habían experimentado.

Disculpen la demora, han sido unos días ocupados.

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