* 20 *

Cuando llegaron al hotel y les dieron las habitaciones, los tres se sentían en otro mundo. Dante tenía una habitación para él solo y Trini y su abuela tenían una doble con vista al mar. Catalina decidió tomarse una siesta, porque el viaje la había cansado, pero Trino salió al balcón a observar el mar.

La playa estaba llena de gente disfrutando, las aguas eran tan turquesa que a Trini le pareció que alguien había pintado aquello con acuarela. Se sintió feliz, sintió un gozo en el interior de su alma que le hizo olvidar de todo lo malo por unos instantes, cerró los ojos y aspiró aquel aire con sabor a mar. Lo había soñado tantas veces, lo había idealizado allí parada frente a su muro de los sueños en su pequeño cuarto de alquiler. Ese era el sabor de la libertad para ella, era el sabor del cambio, de la felicidad.

Una lágrima se derramó por sus mejillas, pero no era una lágrima de tristeza, era una lágrima de placer, de gozo, de alegría, de felicidad. Sentía que no cabía en su propio cuerpo, que necesitaba correr y gritar, sacar de adentro la algarabía que la estaba llenando.

Salió de la habitación y fue a ver a Dante. Golpeó y él le abrió envuelto en una bata de baño y con el cabello húmedo.

—Perdón, me estaba bañando —dijo Dante—. ¿Estás bien?

Trini lo abrazó sin pensarlo más, se zambulló en el cuerpo del hombre que amaba en silencio y dejó que se le escaparan más lágrimas.

—Trini, me estás asustando —dijo Dante abrazándola.

—Gracias, gracias por esto, Dante, gracias por todo, gracias por tanto —susurró—. Creo que nunca podré agradecerte lo suficiente.

Dante sonrió y la besó en la frente, tomó entonces su rostro entre sus manos y lo levantó con delicadeza, para que lo mirara.

—Te mereces esto y mucho más, Trini, te mereces ser feliz siempre —susurró—. Me gustaría mucho poder hacer más por ti, me gustaría poder sacarte de la vida que llevas, pero yo no soy quién debo hacerlo... —añadió recordando su conversación con Isa—. Luego de este viaje, tú decidirás y yo aceptaré lo que tú decidas, porque te quiero... y mucho...

La muchacha se sonrojó, su carita se veía tierna a los ojos de Dante y sus labios más rosados que de costumbre volvieron a llamarlo. Ella también lo deseó, quería besarlo, decirle que lo amaba, que estaba enamorada. Fantaseaba con que él le dijera que él sentía lo mismo.

Se acercaron, más de lo que debían, ambos se respiraban mutuamente, Trini cerró los ojos, y entonces recordó aquel beso que vio tras la ventana.

No era justo, no era justo para Priscila, no era justo para Dante.

Se alejó.

—Lo siento... —susurró y caminó hasta el balcón del chico. Se volvió a perder en el paisaje.

Dante tardó en acompañarla, estaba confundido, acalorado, un poco sofocado. Deseaba ese beso, pero sabía que no era justo, no era justo para Trini. Ella era su amiga, nada más, debía de dejar de verla como de pronto la veía o acabaría con aquello tan bello que tenían. La espantaría.

Se metió al baño y se terminó de vestir, salió hasta el balcón y se detuvo a su lado.

—¿Qué deseas hacer estos días? —inquirió—. Yo estaré ocupado por tres días, pero luego tendré dos días para disfrutar.

—No te preocupes, he pasado años mirando mapas de esta ciudad y averiguando qué se puede hacer aquí. Lo tengo claro, disfrutaré de la playa, el sol, y caminaré descalza por la arena, iré al museo y a la colonia de los artesanos y el viernes por la noche, iré a la playa, porque los viernes hay telescopios y puedes ver las estrellas y la luna.

—Muy bien, puedo contratarte como guía turística —bromeó Dante.

—No te arrepentirás.

—¿Puedo acompañarte el viernes por la noche? —inquirió el chico.

—Por supuesto que sí —dijo ella volteándose a verlo—. Gracias...

—A ti... jamás me hubiese arriesgado a venir si no me hubieras dado la fuerza para vencer mis propios miedos.

—¿Sabes? Este es un buen lugar para empezar a cumplir mi promesa. ¿Quieres que caminemos por la playa todos los días? Podemos hacerlo antes del amanecer, así llegas a tiempo a tus actividades y no nos perdemos el amanecer en la playa.

—Odio despertarme tan temprano —admitió Dante—, pero no perderé esa oportunidad. ¿Iniciamos mañana?

—Perfecto —dijo la muchacha—. Ahora yo iré a mi habitación a darme un baño.

—Bien... Te veo en la cena —susurró el chico antes de verla salir corriendo de su habitación como una niña pequeña.

Era obvio que Trini despertaba cosas en él, cosas que no sabía cómo explicar, pero que él creía que eran físicas. Ella era sexy, era hermosa, era dulce y a la vez provocativa, pero a Dante verla de esa manera le asustaba, por lo que cambiaba sus pensamientos y los llevaba hacia una zona más segura. Desde el inicio, él se había propuesto ofrecerle a su amiga algo distinto, no mirarla como la miraban los otros hombres, con deseo, con lujuria, sino con cariño y bondad, como miraría un hermano mayor o un padre. Pero cada vez le estaba costando más y no quería que ella se diera cuenta, pues se sentiría profundamente defraudada de él y se alejaría para siempre.

Pensó en Priscila, en ella sí podía pensar así, y aunque no le nacía tanto como antes, debería enfocarse en hacerlo, sobre todo ahora que ella había demostrado claro interés en él. Le mandaría un mensaje para contarle cómo había llegado y conversaría un rato con ella, a ver si se le pasaba la sensación que la visita de su amiga había dejado en el ambiente.

Los tres cenaron en el restaurante del hotel y luego subieron a descansar, pues al día siguiente, Trini y Dante se irían temprano a caminar.

—Dante es un gran hombre —murmuró la abuela—, deberías jugarte por él.

—Abuela, Dante está interesado en otra chica, no me ve como nada más que una amiga, una hermana. Así me describió ante la chica —comentó Trini ya en su cama.

—Las acciones dicen más que las palabras, Catrina —susurró la abuela—. Solo basta ver cómo se comporta contigo, todo lo que hace por ti, cómo te ha cuidado cuando enfermaste, e incluso cómo me ha cuidado a mí, solo por ti...

—Es difícil, abu, tú no comprenderás... Hay cosas que... Dante vio en mí y quiso que ayudarme, quiso... no lo sé. Él dice que también yo lo ayudé. Él antes no salía, no quería que la gente lo viera y cosas así, por su sobrepeso, y pues... es complicado.

—Los jóvenes creen que los adultos no vemos el trasfondo de las cosas...

—No es eso... abu...

—¿Él sabe todo de ti, cariño? —inquirió la mujer con la voz adormilada por el cansancio—. ¿Todo?

—Sí, abu, es quién más sabe de mí. Sabe... todo —dijo ella y pensó en Elsa.

—Eso es bueno, la sinceridad es importante para el amor. Si ha visto todo y aun así se queda, es porque es amor del bueno.

—Abu, ya mejor duérmete, porque estás desvariando —rio Trini.

—Buenas noches, frutillita.

—Buenas noches, abu.

***

Eran cerca de las cuatro y media de la mañana cuando Trini y Dante se encontraron en la entrada del hotel. Trini estaba entusiasmada, pero Dante se veía adormilado. Ella le sonrió y le dijo que se moviera, que era hora de empezar.

Caminaron hasta la rampla y bajaron a la playa, las estrellas aún brillaban, pero el cielo se estaba tornando liláceo, cada vez más claro. Trini aspiraba y exhalaba, y le enseñaba a Dante cómo hacerlo. Él estaba sudado y toda su camiseta se veía mojada.

—Estoy asqueroso —dijo el chico cuando se detuvo a descansar.

—Te ves guapo, más guapo que nunca —respondió Trini sin dejar de caminar, pero volteándose para verlo—. Vamos, tú puedes.

—Me dará un ataque al corazón —se quejó Dante.

—No, no te sucederá nada —dijo Trini volviendo y dándole la mano para que diera unos pasos más.

Caminaron en silencio y sin soltarse de la mano.

—Estos somos nosotros, ayudándonos siempre el uno al otro —dijo Dante—, me agrada... Eres... la mejor amiga que puede existir —añadió.

Su objetivo era dejarle en claro que solo la veía como una amiga, sin embargo, no podía dejar de admirar sus curvas tras la ropa deportiva que traía.

—Los mejores amigos —comentó Trini. Debía aprender a conformarse con eso y estaba bien, estaba comenzando a ser feliz con esa idea.

—Me preocupaba que estuvieras entrando en una depresión severa, Trini —añadió él entre jadeos—. Los últimos días antes del viaje te vi mal...

—Lo sé, estaba mal —admitió la muchacha. Ya venían de regreso y cuando estuvieron frente a la playa del hotel ambos se dejaron caer en la arena.

—Qué cansancio —susurró Dante—, pero se siente bien...

—El ejercicio hace bien... Creo que también me hacía falta —añadió ella.

—Prométeme que no dejarás que la depresión te trague, Trini. Si necesitas ayuda médica yo me encargaré... Haré lo que sea necesario.

—Venir acá me ha hecho bien, Dante. Supongo que mi abuela tenía razón y los viajes siempre cambian la vida. Me siento renovada. He imaginado esto muchas veces, ¿sabes?

—Sí, me habías dicho. En tu imaginación vives frente al mar y estás enamorada y casada con un hombre con el que caminas de la mano por la arena —ambos hicieron silencio.

—¿Te acuerdas que prometiste ponerte traje de baño para mi boda? —inquirió ella en un intento porque la conversación no se volviera incómoda.

—Lo recuerdo, pero todavía falta el novio para la boda y también que yo baje de peso. Menos mal, tengo tiempo —afirmó con una sonrisa.

—Dante... vi a Priscila besándote el otro día —mencionó al fin la muchacha—. Estoy feliz de que a ti también se te hayan cumplido los sueños...

—Sí, me tomó por sorpresa... —admitió.

—¿Te gustó?

—Fue... estuvo bien...

—¿Ya son novios? —quiso saber.

—No... pero supongo que lo seremos.

—Eso es bueno, Dante...

—Supongo que sí...

—Pensé que estarías más feliz —dijo la muchacha viéndolo.

—Yo igual, pero... quizá solo es porque son demasiados cambios al mismo tiempo —admitió.

El sol estaba comenzando a salir y el cielo se teñía de los más bellos colores sobre el mar turquesa.

—No puedo deprimirme en un lugar así —admitió Trini.

—La depresión volverá si no haces algo, Trini. Estos días son solo un paréntesis, tienes que encontrar la mejor manera de seguir y lo sabes —dijo él.

—Lo sé, pero disfrutaré del paréntesis. Estoy agotada sabes, y no me refiero a nuestro ejercicio, estoy agotada en el alma... necesito un respiro, así no puedo definir nada... —susurró mirando al cielo.

—Lo entiendo a la perfección. Me alegra que disfrutes de este viaje.

Dante se recostó en la arena y extendió brazos y piernas, Trini se acercó a él y colocó su cabeza sobre su estómago para recostarse también, pero en dirección transversal.

—Estoy sudado...

—No me importa —añadió ella—, yo también...

—¿Estás cómoda? —preguntó el chico al verla recostada sobre su barriga.

—Comodísima, eres una almohada genial —admitió ella.

Dante rio y colocó su mano con cuidado sobre el abdomen plano de la muchacha. Trini sintió estrellitas por todo su cuerpo y Dante cerró los ojos, el calor del contacto le hacía sudar más.

—Dante... —dijo entonces Trini luego de permanecer en silencio por un buen rato.

—¿Sí?

—Te quiero... mucho... demasiado... —admitió.

—Yo igual, Trini, yo igual —susurró él.

El sol salió y las primeras aves comenzaron a elevar el vuelo.

—Tenemos que volver, me tengo que preparar —dijo Dante.

—Podría quedarme a vivir aquí —murmuró Trini.

—¿En Luna Blanca?

—No, en la arena, sobre tu barriga —bromeó la muchacha.

—Haré dieta, bajaré de peso y ya no habrá barriga.

—Pero si amo tu barriga... —dijo ella poniendo un gesto infantil en la boca y volteándose a verlo.

—No mientas —dijo Dante levantando el torso con cuidado, lo que hizo que la cabeza de ella cayera un poco y quedara recostada en su regazo.

—No lo hago —respondió Trini, quería decirle que lo amaba completo, pero no podía, ese era su secreto—. Es cómoda... —añadió con una sonrisa dulce.

Dante la observó, acarició sus cabellos con dulzura y ella cerró los ojos dejándose ir en la ternura del gesto. Permanecieron un rato más allí, sintiéndose.

—No quiero que me malinterpretes, Trini —dijo Dante entonces—, pero eres... tan bella... tan...

Trini abrió los ojos, lo observó con cuidado. ¿Por qué le decía aquello? ¿Por qué la estaba mirando así? Su mirada se perdía en sus labios, en su cuerpo, en sus pequeños senos. Se asustó, le gustaba, sí, pero le daba miedo también.

—Dante... —susurró ella como una súplica, aunque no tenía idea qué más decir.

—Lo siento, Trini. Por favor no te sientas mal, a veces te miro y... eres tan... perfecta... Te pido perdón por ser así, no quiero que sientas que soy como todos esos hombres a los que conociste, no quiero que te sientas mal... pero necesito que lo sepas, porque a veces siento que no lo puedo controlar.

—¿Cómo ahora? —inquirió la muchacha y él asintió—. ¿Y qué deseas hacer?

—Mejor vámonos... —susurró—. Necesito una ducha...

—Dime... ¿qué deseas hacer, Dante?

Él pensó que ella lo estaba poniendo a pruebas, ella solo quería saber si él deseaba besarla tanto como ella.

—Irnos, Trini, irnos —dijo él y ella suspiró.

Se levantó de encima de él y se sacudió la arena.

—Estamos asquerosos —dijo Dante mientras hacía lo mismo, ella no respondió.

Caminaron en silencio de regreso al hotel y entonces antes de que cada quien fuera para su habitación, Dante le preguntó.

—¿Estás bien? ¿Estamos bien? —inquirió—. He sido un estúpido, perdóname...

—Estamos bien, Dante, estamos bien...

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