* 18 *
A la mañana siguiente, Trini despertó con los ojos hinchados. Se sentía cansada, pesada, como si estuviera envuelta en una nube de humo. Se metió a la ducha para sacarse la modorra y ver si conseguía ganas para salir a hacer lo que debía hacer, porque lo único que deseaba era quedarse en su cama.
Ese día, decidió no ir a la universidad. Había faltado a muchas clases por su situación y cuando regresó, no quiso contar detalles de lo que le pasó. Les dijo a sus amigos que había estado enferma. Nadie le creyó, Samuel estaba enfadado con ella, porque no le contestaba los mensajes y él se había preocupado mucho, aun así le prestó sus apuntes para que se pusiera al día.
La segunda oportunidad de rendir el examen del profesor Pereira, había pasado y ella no se había podido presentar, pero no tenía ganas de enfrentar ese hecho. Era probable que él intentaría darle una oportunidad a cambio de algo, y ella no estaba lista para ese algo.
Decidió salir a caminar, tomar un poco de aire fresco y luego ir a ver a su abuela. Debía decirle lo del viaje, sabía que le encantaría la idea, pero ella no estaba tan segura de que funcionara. Caminó por las calles de la ciudad, observó a la gente pasar, cada quién enfrascado en sus propios problemas y realidades, se preguntó qué tan difícil sería las vidas de los demás. Vio a las parejas de la mano, pero esta vez no se sintió como en otras oportunidades que se había encontrado soñando despierta con ser ella parte de esa ecuación romántica.
Ya no deseaba estar en pareja con nadie, no deseaba tampoco ir a Luna Blanca, la ciudad de sus sueños, no quería ver a Dante, ni a Isa, ni a Samuel, ni a ninguna de las personas de su entorno. Tampoco quería ir a ver a su abuela. Le hubiera gustado abstraerse de la realidad, huir, salir de su cuerpo y elevarse a un más allá donde vivir no fuera tan doloroso.
Cuando se dio cuenta, sus lágrimas estaban derramándose sin piedad, por lo que se las secó con premura y sacudió su cabeza, avergonzada de ella misma y de su situación. Entonces, caminó hasta una plaza y se sentó en un banco. Observó a los niños correr, jugar, caerse, llorar, reír. Se preguntó dónde estaba la niña que alguna vez fue. Tenía recuerdos de su infancia, vagos recuerdos de una casa antigua con mucha gente dentro, un oso de peluche color rosa y el olor a tabaco. También recordaba su infancia con sus abuelos, al principio fue difícil, aunque no tenía recuerdos claros del abandono, tenía la sensación constante de extrañar a alguien, de necesitar ver a quien suponía era su madre.
Según su abuela, cuando la dejaron tenía unos cinco años, por lo que debía recordar algo. Sin embargo, todo estaba borroso. Quizá no tenía cinco años, quizás era más chica. Ni siquiera tenía una fecha de cumpleaños, lo festejaban el día que les dieron los papeles de adopción a sus abuelos. ¿Dónde estaba su madre? ¿Por qué la había abandonado así? ¿Por qué no la quiso?
No podía negar que sus abuelos ganaron su corazón de a poco, con cariño, paciencia y comidas caseras. La hicieron sentir en casa, la hicieron sentir protegida. Pero no fue fácil. Ella recordaba las noches enteras sin dormir sintiendo que no pertenecía a donde estaba, que ese no era su hogar. Hasta que su abuela venía, se acostaba a su lado, le cantaba una canción de cuna o le rezaban juntas a su ángel de la guarda.
Una mujer se sentó a su lado, Trini se inquietó.
—Muchacha, ¿estás bien? —inquirió.
—Sí, no se preocupe...
La mujer no dijo nada, pero tampoco se alejó. Trini, algo incómoda, pensaba levantarse, pero entonces la mujer la tomó de la mano.
—Sea lo que sea que te está pasando, quiero que sepas, que no estás sola. Hay un Dios que te ha creado y que tiene un propósito para tu vida, si estás aquí es por algo, y aquello que te está atormentando, es solo una prueba...
Trini asintió, ya había escuchado aquello varias veces, su abuela misma se lo había dicho, pero a ella le costaba creer que tuviera un propósito en su vida, pensaba que Dios quizá la había olvidado, después de todo no ha de ser tarea fácil velar por todos los humanos y ella en especial, no tenía nada para dar.
—Gracias... —susurró.
La mujer no se alejó, pero Trini tampoco lo hizo, se quedó allí, junto a esa extraña que de pronto le daba sensación de seguridad.
—La vida es como un laberinto, muchacha, vamos caminando sin saber bien a dónde, nos topamos con paredes y buscamos otras salidas. Y hay momentos, en los que nos cansamos, es como si no viéramos salida alguna, como si todo se pusiera oscuro y pensáramos que en realidad no las hay. Pero esos son los momentos en los que más cerca estamos de la salida, son esos los momentos en los que no debemos desistir, es la parte más dura de la prueba. Descansa, respira, toma aire y continúa. Cuando menos lo esperes, la pared se abrirá y encontrarás la salida. Tienes que abrir bien los ojos, las oportunidades se nos cruzan siempre, pero a veces no las vemos. Nos enfocamos en el problema, y no en la solución.
—Gracias por sus palabras, señora —dijo Trini con una sonrisa.
La mujer le tendió un pañuelo y se marchó no sin antes regalarle una sonrisa.
Trini pensó que aquello fue extraño, pero le agradó saber que todavía habían personas en el mundo que observaban a su alrededor y veían el dolor de los demás. Observó el pañuelo, tenía un corazón bordado en hilo rojo, el punto era muy rústico, parecía hecho por alguna persona que estaba aprendiendo a bordar, pero le agradó. Se limpió las lágrimas y lo guardó en el bolsillo.
Se levantó y caminó hasta donde su abuela, que la esperaba ansiosa con una sonrisa, como siempre. Hacía ya unos días que había vuelto a verla.
—Hoy viniste temprano —dijo la mujer.
—Sí, no tuve clases —mintió Trini.
—¿Cómo va todo? No te noto bien...
—Bien, abuela, no te preocupes. De hecho, venía a contarte que haremos el viaje que habías pedido —añadió.
—¿Sí? ¿Iremos al campo? ¿Cuándo? —respondió ansiosa como una niña pequeña.
—No, iremos al mar. A Luna Blanca.
—Pero ese lugar es caro, hija...
—No, bueno, iremos con Dante... Lo llevan para algo de sus juegos y pues, quiso llevarnos —dijo Trini mientras acariciaba la mano arrugada de su abuela.
—Ohh, frutillita, pero yo no quiero molestar. ¿Por qué no van solos? Es un hermoso lugar para luna de miel...
—Abuela, él y yo solo somos amigos, ya te lo he dicho muchas veces. Es por eso que quería decirte lo del viaje, necesito que ya no hagas estos comentarios cuando estamos juntos —pidió—. Es en serio...
—Bueno, frutillita, es que... he visto como lo miras —dijo la abuela y ahora fue ella quien la tomó de la mano—, nunca te he visto mirar a alguien de esa manera...
Trini se mordió el labio, a su abuela no podía ni quería mentir, además, necesitaba sacar lo que sentía.
—¿Tanto se nota? —inquirió.
—No —rio la abuela—, solo lo noto yo, porque te conozco... ¿Entonces?
—Abu, él es un hombre fantástico, no sé si estoy enamorada o solo... deslumbrada porque no creo haber conocido antes a nadie como él. De todas maneras, él no es para mí... no puedo explicarte... solo... que yo no soy para él...
La mujer calló. No dijo nada más, lo que sorprendió a Trini, que pensó que le daría un discurso. Quizá su abuela también estaba de acuerdo con eso.
—¿Crees que te darán permiso para viajar? —inquirió entonces para cambiar de tema.
—Sí, le pedí al doctor el mismo día que te lo dije, me dijo que no había problema si prometía tomar mis medicamentos.
—Entonces debes cumplir esa promesa —añadió Trini con una sonrisa.
—Me emociona la idea de pasar tiempo juntas —susurró la abuela.
—Y a mí...
Cuando Trini llegó a su casa, encontró a Dante sentado en las escaleras.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Te llamé todo el día —dijo él—, estaba asustado porque no contestabas...
—Lo siento, apagué el teléfono anoche y no quise encenderlo hoy. Perdón, no pensé que te preocuparías.
—¿Cómo que no, Trini?
—Tienes razón, Dante, lo siento.
—¿Estás bien? —quiso saber él—. Tienes los ojos algo... hinchados.
—No dormí muy bien... pero no te preocupes —añadió.
Trini se paró frente a la puerta de su departamento y puso la llave para abrir.
—¿Quieres pasar?
Dante no respondió, solo ingresó.
—Hablé con la abuela, está feliz de irse con nosotros —informó con voz mecánica.
—A ti no te veo tan feliz —dijo Dante—. Pensé que tu sueño era conocer el mar y...
—Sí, estoy feliz —interrumpió la muchacha y luego se sentó en la cama—. No tengo nada para ofrecerte —dijo señalando la heladera—. Aún no he podido hacer las compras.
—¿Quieres que vayamos? —preguntó él.
—No... iré yo mañana —respondió ella—. ¿Qué tal te fue con Priscila?
En realidad no quería saberlo, pero debía preguntar.
—Bien... fue una... cita normal, supongo —dijo él encogiéndose de hombros—. Caminamos, comimos, hablamos...
—¿La besaste? —preguntó Trini.
—No... Llegamos a su casa y, no me animé... no sabía si era de esas que besan en la primera cita.
Trini se mordió el labio.
—Claro, supongo que no van a gustarte de esas —dijo entonces con dolor.
Dante no entendió el sentido del comentario, pero sí la ironía en las palabras.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar.
—Sí, ya te lo dije —respondió ella exasperada.
—¿Por qué estás enfadada? —quiso saber él.
—No estoy enfadada... solo... me duele la cabeza —respondió.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó Dante levantándose.
Trini suspiró, no, no quería que se fuera.
—Perdón... cuéntame más, lo siento...
—No tengo mucho que contar...
—Pensé que luego de salir con ella estarías mucho más feliz, Dante. Era tu sueño... ¿Volverán a salir?
—Sí... eso creo. Y pues, estoy feliz, solo que... creo que es porque todavía no me la creo, Trini. Me dio a entender algo como si en algún momento podríamos ser algo más, no pensé que... fuera a ser tan sencillo.
—Es cuestión de tiempo, Dante. Estoy segura de que harán una buena pareja —susurró apenas—. ¿Te gustó la tarta?
—Sí, estaba deliciosa. No pensé que te ibas a ir tan pronto. Extrañé llegar a casa y no verte...
—Lo siento...
—Está bien, te entiendo —dijo dándole la mano—. Ya llega el viaje, sé que todavía estás mal por todo lo sucedido, pero estoy seguro que estos días te harán bien...
—Gracias... así será —respondió ella sin mucho convencimiento.
Dante se quedó un rato más, pero la notó distante y ausente, por lo que pensó que lo mejor sería dejarla descansar. Quizás había algo que no le quería contar y que le estaba molestando. Le hubiera gustado poder sacarla de ese estado, pero no sabía cómo hacerlo, así que pensó que lo más prudente era dejarla descansar. Trini se sintió mal al dejarlo ir, pero sabía que era lo mejor.
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