* 17 *
Dante y Priscila fueron a comer algo, y luego a caminar por la peatonal. Los sábados a la noche, el lugar estaba iluminado y muchas personas andaban por allí. Él la tomó de la mano y la chica se dejó. Conversaron sobre sus días, sobre sus planes, sobre la universidad, sobre los profesores y sobre los videojuegos. Para sorpresa de Dante, ella sabía mucho de eso, más que nada por lo que escuchaba hablar a su hermano menor.
—Me dijo mi hermano que estarás en el encuentro de gamers más importante del país —mencionó entonces.
—Sí, finalmente acepté. Es la cuarta edición y me lo vienen pidiendo desde la segunda —comentó.
—Será emocionante. ¿Conoces Luna Blanca? —quiso saber.
—No, nunca he ido, pero imagino que es un lugar paradisíaco.
—Así es, nosotros fuimos una vez, hace muchos años... Es mágico —mencionó—. ¿Cuándo es? ¿Por cuánto tiempo?
—Solo unos días, creo que una semana o menos. Nos vamos el jueves.
—¡Ya casi! —exclamó con emoción.
—Sí, así es. Voy a llevar conmigo a una amiga y a su abuela —comentó Dante. Pensaba que era momento de que Priscila supiera de Trini.
—¿Una amiga? —inquirió y lo observó con curiosidad.
—Sí, creo que necesita un tiempo para relajarse y pues, se me ocurrió que sería buena idea que fuera allí, en el paraíso, ¿no crees?
—Sí... supongo —dijo la muchacha y luego quedó pensativa.
Caminaron en silencio un par de cuadras más.
—Dante, sé que esto... es apresurado, pero... quisiera hacerte una pregunta —comentó al fin.
—Dime...
—¿Qué clase de amiga es? Es decir, yo... bueno... estamos en una cita y pues... no quisiera entusiasmarme y que luego... No sé, no me malinterpretes, solo...
—Es solo una amiga, Priscila, es como una hermana para mí —dijo Dante, aunque apenas lo dijo recordó el beso, su sueño y las sensaciones que había tenido.
—Está bien... me gustaría un día conocerla —afirmó la muchacha.
—Ahora ¿puedo hacerte una pregunta yo? —quiso saber Dante.
—Claro, es lo justo —bromeó.
—Tú... y yo... Bueno, ni siquiera sé cómo formular la pregunta, pero me has dejado pensando que quizá...
—Estoy buscando nuevos horizontes —interrumpió Priscila—, la última vez, me fue muy mal. Pero esa no fue la única vez que me fue mal. Mi mamá me dijo que era porque yo buscaba en sitios equivocados, ¿comprendes? Quizá si busco otra clase de chico, el resultado sea distinto...
—Comprendo... —dijo Dante pensativo, lo comprendía, pero no sabía qué tan bueno era aquello que acababa de escuchar.
Pasada la media noche, luego de tomar algo en un bar del centro, Dante la acompañó a su casa, y allí parado en el pórtico de la misma, se preguntó si debía besarla.
—Bueno... ha sido una noche fantástica —dijo Priscila—, la he pasado muy bien.
—Yo también —respondió Dante.
Buscó entonces en su rostro, en sus labios, algún gesto que denote que ella esperaba que la besara, buscó el brillo que vio en los ojos de Trini antes del beso, el leve temblor en los labios, el aliento agitado. Pero no lo encontró, Priscila lo observaba con una sonrisa tierna y una mirada dulce.
—Bueno... creo que ya es hora de irme —dijo entonce.
—Espero que nos veamos de nuevo antes de tu viaje —musitó la muchacha.
—Seguro que sí... —afirmó él antes de dar media vuelta y caminar hacia la calle.
La vio ingresar a su domicilio y pensó que debió besarla, pero luego pensó que quizás ella no era de esas que besaban en la primera cita. Caminó hasta su casa ansioso por llegar y encontrarse con Trini para decirle que todo fue mejor de lo que esperaba, pero al llegar, se encontró con su padre viendo televisión.
—Trini te dejó un pastel y una carta en la cocina —dijo su papá—. Creo que se fue.
—¿Cómo?
Trini le había dicho que se marcharía, pero no pensó que lo hiciera ese mismo día. Caminó rápido hasta la cocina y abrió el sobre que tenía su nombre.
«Dante:
No me alcanzaría la vida para pagarte todo lo que has hecho por mí en estos días, pero quise dejarte esto, porque sé que significa mucho para ti. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites, que aquí siempre estaré para ti. No sabes lo bella persona que eres, no sabes lo bien que me haces...
Es hora de irme, ya te lo había dicho, debo... seguir...
Espero que disfrutes la tarta,
Con cariño,
Trini».
Dante cortó un pedazo de la tarta y la puso en un plato, luego cortó otro pedazo y la puso en otro plato. Y fue a la sala, junto a su padre, le dio un pedazo.
Su padre aceptó el trozo y lo comenzó a comer, luego apagó el televisor y observó a su hijo.
—¿Estás bien? —inquirió.
—Sí...
—¿Qué es exactamente esa chica de ti? —preguntó el hombre.
—Una amiga, nada más, papá —afirmó Dante.
—Me dijo la señora de la despensa que... ella se gana la vida... bueno... de una manera fácil —dijo en un susurro—. ¿Sabes algo de eso?
—Sí, es prostituta, papá —admitió sin tapujos, su padre asombrado abrió los ojos como platos.
—Pero... ¿tienes una relación con ella? Es decir... ¿eres un cliente o algo así?
Dante bufó, pensó en irse, pero se quedó.
—No, papá. Es... solo una amiga —admitió—. Pero sí, la conocí en el burdel donde trabaja.
—¿Frecuentas esos sitios, hijo? Es peligroso, hay enfermedades y...
—Lo sé, tranquilo, no he estado con nadie allí, no te preocupes.
—No sé qué pensar... ¿Por qué se fue?
—Siente que debe retomar su vida...
—¿Volverá a trabajar?
—Supongo... pero no todavía —admitió Dante.
—Qué pena, me parecía una buena chica —susurró.
—Lo es, papá. Y no, no es como dices, no lleva una vida fácil. De hecho, su vida es difícil... muy difícil —admitió y perdió la vista en la ventana.
—¿Te has enamorado de ella, Dante? —preguntó el hombre.
Dante no respondió. No se sentía enamorado de Trini, pero no podía dejar de pensar en ella, en su beso, en sus abrazos. Sin embargo, tampoco se sentía enamorado de Priscila como hacía un tiempo, creyó que salir con ella sería imposible, y ahora que lo había hecho, no le había parecido tan divertida como su salida con Trini. Lo cierto es que ya no sabía muy bien qué era sentirse enamorado.
—No creo que esa clase de mujeres esté lista para sentar cabeza, Dante...
—No, papá, no estoy enamorado —dijo al fin, más que nada para acabar con la conversación.
Se levantó y se fue a su habitación, intentó llamar a Trini, pero el celular le daba apagado. Tenía un mensaje de Priscila que decía que la había pasado muy bien y que esperaba que repitieran pronto la salida.
Dante cerró los ojos, estaba agotado y no sabía qué pensar, qué sentir o qué hacer. Extrañaba a Trini, quería llegar y verla, darle un beso en la frente antes de que se fuera a dormir como cada noche en esos días. Quería darle un abrazo y, a la vez, estaba preocupado por ella. Esperaba que el viaje le hiciera bien.
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