* 16 *

Dante no pudo dormir, se daba vueltas en la cama sintiendo el calor de los labios de Trini sobre los suyos. Su cuerpo experimentaba sensaciones nuevas, ideas alocadas que lo hacían delirar entre el deseo y la culpa.

Se preguntaba sin con Priscila sería igual, se preguntaba si acaso Trini no había sentido nada, y luego se recordaba que ella estaba acostumbrada y que era probable que no haya sentido nada más.

Quería ir a su cuarto y preguntarle, quería hablarle, que le comentara más, sobre los besos, sobre las sensaciones físicas, sobre el contacto. Nunca había hablado con nadie de esas cosas y se sentía extraño. Como un niño de doce años con las hormonas efervescentes y mil preguntas en la punta de la lengua.

Se quedó dormido, y esa noche tuvo un sueño que involucraba a Trini, pero no era dulce ni tierno. Y al despertar, se sintió culpable. Se dio una ducha, se vistió y salió para encontrarla a ella preparando el desayuno.

La observó sin que la viera, su figura era delicada, pequeña, tierna. Ya no había rastros de los golpes que había sufrido, pero aún se la veía un poco triste, algo decaída. Ese día, Dante saldría con Priscila, era su noche, era su oportunidad. Sin embargo, por un instante deseó volver a salir con Trini.

—Oye... ¿Qué haces? —le preguntó la muchacha al verlo de pie en el umbral de la cocina.

—Nada... solo... pensaba —respondió y pasó a sentarse.

—Tu padre ha salido ya —dijo Trini y luego se sentó a su lado—. ¡Hoy es el gran día! —dijo fingiendo entusiasmo.

—Algo así...

—¿Estás nervioso? —inquirió Trini y él negó.

—No... —admitió, y era verdad.

—Estoy orgullosa de ti. Esta noche, trátala con cariño, con suavidad, dile que se ve bonita, hazla sentir especial, única. Que sienta que tú eres único, que eres detallista, que ves más allá... Que se sienta cómoda contigo —dijo Trini.

—Lo intentaré —susurró Dante sin sacarle los ojos de encima.

—Yo... creo que es hora de regresar a mi casa —añadió entonces Trini.

—¿Por qué? ¿Necesitas algo?

—No... Dante, yo... te agradezco mucho todo el cuidado que me has dado, no sé qué hubiera hecho sin ti, pero yo debo... volver a mi vida, a mi casa, a... trabajar...

—Trini —dijo Dante asustado al oír la última frase. Desde aquella discusión que habían tenido no habían tocado el tema—. Puedes ir a tu casa si quieres, lo entiendo... pero, ¿no crees que es pronto para trabajar? ¿Por qué no te tomas más días?

—Ya va a ser un mes que sucedió aquello...

—Lo sé, pero Isa dijo que podías tomarte el tiempo que quisieras...

—Pero debo conseguir dinero, no puedo... vivir siempre de... ti —admitió.

—Te propondré un trato —añadió Dante en medio de un suspiro—. Mi viaje se acerca, ven conmigo, llevaremos a tu abuela también.

—Ya te dije que eso...

—No, escúchame —pidió—. No te veo bien aún, no digo físicamente, sino... no lo sé, estás triste y cansada, no creo que sea buena idea volver todavía. Tómate unos días, disfruta del sitio que tanto anhelas conocer, lo tenemos todo pagado, ellos pagaran lo que yo pida porque quieren que yo promocione unos juegos nuevos que saldrán el año próximo, además quieren involucrarme en más viajes y cosas así. Por lo visto mi hermetismo creó más curiosidad sobre mí, y ellos lo quieren explotar.

—Oh...

—El caso es que... quiero que te tomes esos días para pensar, son solo unos días, podrás ir al mar, pasar tiempo de calidad con tu abuela, descansar, pensar lo que realmente deseas hacer de tu vida... Si cuando volvemos, crees que ya estás lista para volver al trabajo, no lo impediré.

—No lo sé...

—Por favor —susurró él—. Hazlo por mí —pidió—, yo lo hago por ti...

Trini no pudo negarse a aquellas palabras tan dulces, Dante la miraba con sinceridad, con cariño, con bondad. Se veía tan guapo a los ojos de Trini, que no podía ver ni un solo gramo fuera de lugar en su cuerpo, no podía percibir nada que estuviera mal, todo en él le gustaba y le parecía perfecto.

—Lo haré, no puedo negarme cuando me miras así —admitió la muchacha.

Dante sonrió, por unos instantes sus ojos se posaron en los rosados labios de la muchacha, deseaba volver a besarlos, volver a probarlos, volver a sentirlos pegados a los suyos. Su corazón comenzó a acelerarse sin que lo pensara. Trini se dio cuenta, la experiencia hacía que ella pudiese adelantarse a esas expresiones, a esos movimientos.

Ella también moría por besarlo, por tirarse a sus brazos y rodearlo con ellos, por perderse en sus besos y saborearlos, pero no era eso lo que Dante necesitaba justo en el día que saldría con Priscila.

Trini sabía que eso era solo un efecto, una especie de resaca del beso que habían experimentado, el primer beso de Dante, su primera experiencia de contacto físico. No significaba nada más.

—Ahora me iré a bañar y luego prepararé mis cosas —dijo la muchacha levantándose y cortando aquel momento.

Dante se dio cuenta, no esperaba que ella lo besara, pero entendió ese comentario como una especie de rechazo. Era lo justo, él no podía besarla todo el rato solo porque tenía ganas, y lo peor era que se sentía mal por tener ese deseo, porque pensaba que le estaba perdiendo el respeto, o que la estaba comenzando a ver como la veían otros hombres. Y eso era algo que no se podía permitir, no él, no nunca.

***

La tarde llegó y Dante se dispuso a salir. Iría por Priscila, pero antes, quería despedirse de Trini. La encontró en la sala, viendo una película, y se mostró para que lo viera.

—¿Cómo me veo? ¿Estoy bien? ¿Ridículo? —inquirió.

—¡Guapísimo! —exclamó Trini con una sonrisa.

Y era cierto, tenía un jean y una camisa de algodón de color negro que le hacía ver más esbelto. Su cabello estaba pulcramente ordenado y su aroma a lavanda tomaba todo el ambiente.

—¡Ya me estás mintiendo de nuevo! —exclamó él entre risas.

—Yo no miento, estás guapo, a mí me gustas y estoy segura que también le gustarás a ella. —Trini dejó escapar aquella frase que escondía su secreto de una manera casual.

Dante sonrió sonrojado.

—Te haré solo una pregunta antes de irme —susurró—. Contéstame con la verdad —añadió y

—Dime...

—Tú como mujer, ¿podrías enamorarte de alguien como yo? ¿De verdad? —inquirió.

Trini tuvo ganas de decirle que sí, que ya estaba enamorada, de hecho. Pero eso arruinaría su salida y los dejaría en una posición compleja para la amistad que compartían.

—Podría, Dante, podría —respondió la muchacha en medio de un suspiro.

Dante sonrió, por lo menos por ese momento, no pondría en duda la palabra de su amiga. Quería creerle, necesitaba hacerlo.

Salió de la casa con seguridad y dispuesto a dar lo mejor de sí con su cita. Trini lo vio partir y suspiró mordiéndose el labio. Por un instante se imaginó a Dante abrazado de Priscila, besándola, llevándola de la mano por las calles de la ciudad, sentado con ella en el cine, comiendo algo a la salida de la universidad.

Y sintió celos y un poco de enfado consigo misma por no poder aspirar a ser esa chica, una chica normal que enamora a un chico, que no tiene un alter ego que esconder, que no tiene una doble vida.

Apagó la televisión y fue a su habitación, juntó sus pertenencias en una mochila y bajó. Iba a irse ya, pero antes decidió hornear un pastel de manzana y canela. Lo hizo, con el corazón estrujado, con algunas lágrimas atascadas en la garganta, y deseando que Dante la estuviera pasando bien.

Cuando la tarta estuvo horneada, la sacó, la dejó en el centro de la mesa para que se enfriara y escribió una nota que guardó en un sobre con el nombre Dante. Sabía que su padre no la abriría aunque la viera, no había intercambiado muchas palabras con él, pero era un hombre correcto y gentil.

Salió de la casa que ya se sentía un poco como suya, y caminó por las calles de la ciudad. Por un lado, no podía dejar de sentir temor, siempre que salía lo hacía con Dante, y Ramón podría aparecerse en cualquier esquina, pero por otra parte, la apatía y la desazón en la que estaba sumida, hacían que no le importara demasiado, después de todo, muy dentro suyo, había días en los que sentía deseos de desaparecer, de morir.

Llegó a su departamento y subió las escaleras, abrió la puerta y se encontró en su pequeño espacio. Dejó la mochila en el suelo, se acostó en la cama y se puso a llorar. Lloró por minutos que se convirtieron en horas, lloró tanto que su rostro se hinchó y el párpado se le inflamó. Lloró de tristeza, lloró de enfado, lloró de frustración, mientras que sentía que la soledad se le calaba en los huesos, helada y punzante. Sintió que le apretaba el pecho, y los sollozos la dejaban sin respiración. Pero entonces, como si se hundiera en un profundo mar azul oscuro, la calma la rodeó, hasta que el cansancio, por fin, la venció.

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