* 14 *

Una semana después, Trini se sentía mucho mejor, los moretones ya estaban en el último proceso de curación y los dolores habían remitido, pero aún se sentía desanimada.

Aquella tarde, Dante llegó sonriente. Tenía dos buenas noticias para comentarlas con su amiga, bueno, una era buena, la otra, no sabía.

—Oye... tengo cosas que decirte —dijo al verla preparando una cena en la cocina.

Dante no quería que hiciera nada, pero ella decía que era lo mínimo que podía hacer por él y su padre que le estaban dando alojamiento. Dante se sentó en la mesa y la observó, se veía bonita deambulando por su cocina.

—Hoy me fui a la reunión con la gente de Mundo de juegos —comentó—, y ellos quieren que vaya a Luna Blanca, para el encuentro anual de gamers. Me van a pagar, ¿lo crees?

—¿Te van a pagar por viajar? —preguntó ella con asombro.

—¡Sí! Y no solo eso, además me pagan todo el viaje —comentó—, y puedo llevar a alguien si quiero...

—¡Oh! Eso es... ¡grandioso! —dijo ella con emoción.

—Estaba pensando que... tú y tu abuela podrían venir conmigo —dijo con algo de temor a su reacción—, me habías comentado que ella quería viajar y... Luna Blanca es tu... tu sitio —susurró.

Trini lo observó, sus ojos no parecían emocionados ni asombrados. Desde aquel evento parecía otra, era distinta y apática.

—No lo sé, Dante... No creo que me corresponda estar allí. ¿Por qué no invitas a Priscila?

Su pregunta confundió a Dante, ella sabía que Priscila y él habían estado hablando mucho por mensajes y que tenían una salida pendiente, pero de ahí a invitarla a un viaje le parecía una idea sin sentido.

—¿Priscila? ¿Cómo crees? Recién estamos comenzando a hablar...

—Es obvio que tiene interés en ti, y... pues, podría ser una buena oportunidad... —dijo ella.

Dante no respondió, aún había tiempo para el viaje, y no quería presionarla.

—Bueno, ya veremos.

—¿Saldrán el sábado? —inquirió la muchacha.

—Sí, lo haremos... pero, lo otro que quería decirte —dijo cambiando de tema—, era si no quieres salir mañana —susurró—. Ya estás bien y llevas muchos días aquí adentro, creo que te haría bien dar una vuelta, quizás ir al cine o al teatro, o a donde tú desees.

—¿Lo crees? —preguntó ella.

—Sí, y no acepto negativas —dijo él con una sonrisa dulce—, te noto triste y no me gusta que estés así.

Trini asintió, metió la comida en el horno, y se limpió las manos.

—Es una buena idea —susurró con una sonrisa tímida—. Iré a darme un baño, ¿puedes controlar la cena?

—Claro... —dijo él y la vio marchar.

Suspiró, necesitaba volver a hacerla reír.

Trini fue al baño y bajo la ducha, dejó caer sus lágrimas. Llevaba días triste, pero no sabía bien el por qué. De pronto había perdido las ganas de vivir, de estudiar, sus sueños parecían ahora más lejanos que nunca, y aunque su corazón seguía acelerándose cada vez que Dante estaba cerca, había asumido que él era un imposible y que lo único que debía hacer para agradecerle por todo lo que él hacía por ella, era ayudarlo a ser feliz. Y eso, incluiría un alejamiento que tarde o temprano se daría. Ella lo sabía, y anticiparlo, le dolía.

Aquel evento tan traumático había cambiado su vida, sus prioridades, sus pensamientos, su dirección. Se sentía agobiada, tan lastimada, que parecía solo flotar en una nube de escepticismo y apatía que la cubría por completo. Dante le pedía que no volviera a trabajar, ella ni siquiera sabía cómo volvería a vivir, cómo volver a empezar, a dónde ir.

Lo veía cuidarla, con esmero y cariño. Los primeros días, no la dejaba levantarse de la cama, le llevaba la comida, le curaba las heridas y le daba sus medicamentos en tiempo. Entendía su enfado, su impotencia, suponía que era normal que sintiera eso, y que quisiera exigir justicia, y le agradecía inmensamente. Si él no hubiese estado en su vida, ¿qué habría sido de ella?

Eso la llevó a cuestionarse si acaso era amor lo que sentía por él o un inmenso agradecimiento por sus acciones tan desinteresadas. Sin embargo, no encontró la necesidad de buscar una respuesta a esa pregunta, ese era un amor que sería por siempre platónico, y que de alguna manera le servía como motor, para seguir adelante.

Desde que comenzó a levantarse, Trini decidió ayudar en la casa en lo que pudiera, Dante le dijo que no era necesario, pero a ella su abuela le había inculcado ese sentido de agradecimiento. Todavía recordaba que cuando iban a la casa de la amiga de la iglesia de su abuela, ella siempre le decía que en casa ajena debía ayudar a hacer las cosas y no dejarse servir, que eso era descortés.

Se empezó a entretener arreglando un poco el jardín, limpiando la casa y sobre todo, cocinando. Dante le enseñaba recetas y ella se distraía mucho haciéndolas. Un día, arreglando la alacena, encontró un viejo libro de recetas, eran postres, tortas y bocadillos dulces. Las recetas estaban escritas a mano sobre hojas de papel amarillentas. Lo volvió a guardar prometiéndose que un día haría algo de ese libro.

Así fue como en la mañana del día que saldría con Dante, se levantó temprano para preparar una receta que le pareció interesante, tarta de manzana con canela. Cuando Dante y su padre bajaron a desayunar, ella ya tenía todo preparado, y con una sonrisa dulce, les sirvió un bocado a cada uno.

Dante observó aquella tarta y sus ojos se cristalizaron.

—No sabía que sabías cocinar esto... —murmuró.

—No, no sabía, encontré un viejo cuaderno con recetas allí —dijo señalando el cajón.

—Oh... —Dante no dijo nada más, pero se llevó un bocado de la tarta a la boca y luego se excusó y se levantó de la mesa.

—¿No salió bien? —preguntó Trini al señor Carlos.

—Está deliciosa, igual a la que hacía mi mujer —respondió el hombre—. Era el postre favorito de Dante y ella se lo hacía constantemente, no volvió a comer esto desde que... bueno, desde que ella falleció.

—Perdón... yo...

—No te preocupes, estará bien —agregó el hombre antes de despedirse y marcharse.

Dante regresó.

—Yo... yo no sabía.

No dijo nada, solo abrazó a Trini y la besó en la frente. Ella se zambulló en aquel cuerpo voluminoso que tanto amaba y absorbió el aroma a lavanda de su colonia.

—No te preocupes, estoy bien. Gracias, gracias por este regalo —dijo y ella sonrió.

—Terminemos de desayunar y salimos —añadió y él asintió.

Quería contarles que la historia tendrá en total 35 capítulos y un epílogo. 

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