* 12 *


Descubrir que una está enamorada debería ser una sensación hermosa, al menos así se había imaginado Trini que sucedería, sin embargo, ahora que podía saborear la sensación, esta tenía un toque agridulce. Se había enamorado de su amigo, de Dante, aquel que a su vez estaba enamorado de su compañera. Se había enamorado del único chico real al que había conocido, tal cual lo había profetizado Isa. Quizás ella tenía razón, quizá sus intenciones no eran malas al intentar protegerla.

Fue difícil levantarse, el sentimiento le pesaba en su interior, sabía que Dante no era para ella y sabía que su amor debería ser siempre secreto. No deseaba arruinar su única amistad real, su único contacto con alguien que no tuviera el alma tan manchada como todas las personas que la rodeaban. Fue a la universidad, ingresó a sus clases, y casi toda la mañana ignoró a sus amigos.

Samuel se preocupó, pero ella solo le dijo que creía haber pescado una gripe. Le costó concentrarse en todas las clases, pero dio un buen examen. Luego, cuando estaba camino a ver a su abuela, recibió la llamada de Dante. Para empeorar su día, él le contaba que se reuniría con Priscila para estudiar.

Trini se sintió mala persona, por un lado quería que le fuera bien, que esa muchacha valorara al hombre que tenía al lado, pero por otro lado, quería ser ella, quería estar en su lugar y ser su compañera de clases. Una chica normal, una chica que no tiene una vida paralela.

Su abuela la recibió con alegría y le preguntó por Dante, al parecer todo en ese día haría que lo recordara. Ella solo le dijo que era un buen amigo, gracias al cielo, su abuela no insistió.

—Estaba pensando en que hagamos un viaje —dijo de pronto.

—¿Un viaje? Abuela, es buena idea, pero yo no puedo costearlo —respondió—, además no tengo vacaciones en el trabajo...

—Hace mucho tiempo que no te tomas unos días para ti —dijo la mujer—. No necesitamos gastar mucho dinero, solo... podríamos ir al campo, a la casa de mi primo José.

—No lo sé, no creo poder salir de vacaciones, abuela —suspiró la muchacha. Le hubiera gustado poder llevarse a su abuela unos días de paseo, pero no tenía los medios y no podía darse el lujo de dejar de trabajar. Era cierto que pronto vendrían las vacaciones de invierno y que no tendría clases, y también era cierto que hacía muchos años que no se tomaba más que un día libre esporádico, pero ya faltaba poco, solo unos meses.

—Creo que no me queda mucho tiempo de vida —dijo la abuela de pronto—, y me gustaría hacer un viaje contigo antes de que...

—No digas eso, abu —pidió la muchacha y sus ojos se le llenaron de lágrimas. La idea de que su abuela muriera le perturbaba el alma, ¿cómo haría para vivir ella sola en el mundo? —. No puedes dejarme...

—Nunca te dejaré, Trini —prometió la anciana—, pero estoy cansada... Y tú ya tienes un compañero...

—Abuela... por favor

—Lo siento...

—Prometo que intentaré que salgamos aunque sea unos días... —dijo Trini ante la palpable tristeza de la mujer.

Se retiró de allí sin saber qué hacer, si pedir unos días y gastar parte de sus ahorros para llevar a su abuela al campo. Estaría bien, sí, pero quizás atrasaría sus planes. Lo tenía todo calculado, tenía planeado que cuando terminara el año, su carrera, y su vida cambiarían.

Llegó al burdel y saludó a las chicas, ingresó a su habitación y se cambió. Lo hizo mecánicamente, ese día recibiría hombres, no vendría Dante, y aquella paz que había experimentado por tantos días, esa seguridad de dormir en sus brazos, se había acabado.

Se prometió a sí misma pensar en él esa noche, en su salida del día anterior, en lo bien que la pasaron en el cine, o jugando. Ese sería su sitio seguro.

La puerta se abrió y Ramón ingresó, tenía los ojos rojos y apestaba a alcohol. No dijo absolutamente nada, la tomó del brazo y con fuerza la arrojó en la cama.

Trini cerró los ojos y dejó que Elsa se apoderara de la situación mientras ella iba a pasear a sus recuerdos con Dante. Sintió los besos del hombre bajando de sus labios hasta su cuello, mientras con sus manos apretaba con fuerzas sus senos y se restregaba contra ella.

Trató de casi no respirar, para no oler el hedor y que no le dieran ganas de vomitar. Odiaba a Ramón, pero era un tipo poderoso, un político con doble vida que tenía a todos amenazados. Si abrían la boca, les iría mal. Así también, era uno de los mayores benefactores del burdel, el que más dinero dejaba por las chicas y el que más privilegios tenía.

—Me encantas, muñeca —susurró en su oído.

Luego se puso de pie y empezó a desvestirse.

—¡Quítate la ropa! —pidió y Elsa así lo hizo.

Entonces, él se acercó a ella, le puso la mano en la boca y le susurró al oído.

—Ahora me pagarás todo lo que me has hecho esperar.

***

Cuando Ramón salió de la habitación, dejó a Isa más dinero de lo normal. Esta le dijo que no era necesario, pero él insistió en que se lo quedara. También le recordó que no les convenía estar mal con él, a lo que ella solo se encogió de hombros.

Un rato después, Lulú salió ya vestida para ir a su casa y preguntando por Trini, Isa le dijo que no la había visto, que pensaba que estaba con ella. Entonces, ambas, sintieron el temor ingresar por sus cuerpos. Se dirigieron a la habitación y la encontraron tendida en la cama, inconsciente.

Isa la revisó, tenía signos vitales pero estaba lastimada, moretones por el brazo, el cuello y la cara, le sangraba la entrepierna y tenía mordiscos en el pecho. Sus lágrimas no se hicieron esperar, era la primera vez que pasaba eso en su burdel.

—¡Llama a una ambulancia! —ordenó a Lulú, que lo hizo de inmediato—. ¡Viejo idiota! —gritó Isa y golpeó una pared. Se sentía culpable, debió haber pensado que Ramón se desquitaría con ella, pero no lo creyó capaz. Era alguien público, ¿por qué arriesgarse así?

La ambulancia llegó y llevaron a Trini al hospital. Isa y Lulú estaban a su lado y se preguntaban a qué hora las atenderían. Era un hospital público, no tenían ningún seguro y además, desde que llegaron y explicaron la situación, sintieron el rechazo del personal.

—No nos atienden porque somos putas —dijo Lulú con enfado—. Ellos creen que nos lo merecemos, que nos lo buscamos.

Isa no respondió, sabía que era cierto.

—Tenemos que llamar a alguien que apresure esto... Pero ¿quién?

—D...Da..n...t... —murmuró Trini.

—Elsa, despertaste, ¿te sientes bien? —preguntó Lulú tomándola de la mano.

—Déjala, no la lastimes más —susurró Isa—. ¿Quieres que llame a Dante? —preguntó la mujer.

—Ss...í —susurró.

—¿Estás segura? —insistió y Trini cabeceó como pudo.

Lulú buscó el número en el celular de Trini y se lo pasó a Isa, que llamó desde su número.

—¿Hola? —la voz adormilada del muchacho sonó del otro lado.

—¿Dante eres tú? —preguntó.

—Sí, soy yo, ¿quién eres?

—Soy Isa, estamos en el hospital... Trini... atacaron a Trini —dijo entonces.

La voz de Dante se alteró por completo y luego de que la mujer le explicara dónde estaban, cortaron la llamada, y en diez minutos él estuvo allí.

Dante ingresó y las mujeres, en la sala de espera, le contaron que no las atendían. Él les preguntó cómo estaba Trini y si podía verla, Isa le explicó que la habían puesto en una camilla y la habían dejado en observación, le contó lo que sucedió y él insistió.

Al verla, no pudo evitar soltar lágrimas. Su ángel lloraba en silencio el dolor de sus heridas. Estaba lastimada por todas partes, apenas abría los ojos de lo hinchado que los tenía, había sangre en sus piernas y moretones en su piel.

—Trini, por Dios...

—D..Dan... te... no... me dejes —pidió ella entre sollozos.

—No iré a ningún lado, haré que te atiendan ahora mismo.

Y como si alguien se apoderara de su cuerpo, Dante salió al pasillo y gritó a todos los médicos y enfermeras que se encontraban allí. Descontrolado como nunca antes, solicitó, imploró, rogó por la ayuda para la chica. Un médico se acercó a él y le pidió que se calmara, a lo que Dante respondió que solo se calmaría cuando atendieran a su amiga.

El mismo médico le dijo que él se encargaría, y llamó a una enfermera para que lo acompañara.

Un par de horas después, Trini recibió medicinas para el dolor, le hicieron algunas curaciones, unos estudios y la llevaron a una habitación privada a descansar. Dante, Isa y Lulú, esperaron en el pasillo hasta que les dejaran entrar.

—Está descansando ahora —dijo el médico al salir—, le hemos dado algunos sedantes para el dolor. Estará bien, pero... necesitará muchos días para reponerse.

—Está bien —dijo Isa—. No se preocupe por eso.

—Entiendo el trabajo que hacen, pero esto... esto lo pueden denunciar —añadió el médico.

Isa solo asintió, sabía que no tenían ninguna oportunidad de hacerlo, pero no tenía ganas de discutir con el galeno.

—Puede entrar una persona a quedarse con ella —dijo el doctor y se marchó.

—Vayan a descansar —añadió Dante—, yo me quedaré.

—No, me quedaré yo —dijo Isa con seguridad.

—No... —insistió Dante—. Yo me encargo, ella es mi amga —afirmó.

Isa dudó un minuto, pero luego asintió y ambas se marcharon prometiendo volver al día siguiente.

Dante pasó lo que quedaba de la noche y gran parte de la mañana, sentado al lado de la cama de Trini, observándola dormir y preguntándose cómo podría hacer para sacarla de ese infierno.

Bueno... ¿qué será que sucederá ahora?

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