* 11 *
El sonido de su celular despertó a Dante, era un número desconocido. No se animó a atender, pero fueron tantas las veces que llamó, que al final lo hizo.
—Hola, ¿Dante? —La voz grave de un hombre saludaba al otro lado de la línea.
—¿Sí?
—Te estamos llamando de Mundo de Juegos.
—¿En serio? —preguntó Dante confundido y sorprendido.
Mundo de Juegos era un evento nacional en el que se reunían los gamers más importantes y conocidos de todo el país.
—Sí, nos gustaría tenerte para la cuarta edición que se llevará a cabo en un mes en Luna Blanca. Sé que no te gustan los eventos públicos, pero tenemos buenas propuestas que ofrecerte, además creemos que es importante para tu carrera que te conviertas en una figura un poco más pública. Quisiéramos reunirnos en estos días. ¿Estás interesado?
Dante estuvo a punto de decir que no, pero entonces recordó el día anterior con Trini y el momento en el que él le comentó sus sueños. Si lo que quería era salir a la calle, dejar de tener miedo, enfrentar sus fantasmas, esta parecía una buena oportunidad.
—Sí, podría escuchar esas propuestas —admitió.
—Bien...
El hombre le dio una fecha, una hora y un lugar para la reunión y luego colgó. Dante quiso ir a contarle a Trini de inmediato, pero se le hacía tarde para la escuela.
Al llegar, Priscila lo esperaba en el salón, y para su sorpresa, lo invitó a sentarse a su lado.
—Mira, he estado avanzando un poco con la tarea que nos dieron —dijo mostrándole los apuntes.
—Eso se ve genial —dijo Dante con entusiasmo.
—¿Quieres que continuemos hoy? —inquirió la muchacha—. Podríamos vernos en tu casa o la mía —añadió.
—Sí, sí —dijo con entusiasmo. Después de todo, ese era el día que Trini le había pedido que no fuera.
Quedaron en verse a la tarde, en la casa de Dante, ya que Prsicila dijo que su madre había invitado a sus amigas a casa y sería difícil encontrar silencio para concentrarse.
Durante todas las clases, ella permaneció a su lado y le habló como si hubieran sido amigos toda la vida. Dante salió de allí y regresó a su casa con la sensación de que toda su vida estaba cambiando.
Al llegar a su casa, le preguntó a Trini qué tal le había ido en el examen y si cómo había estado su mañana. La muchacha respondió que le fue bien y que todo estaba en orden, pero omitió su miedo a que llegara la noche. No quería alertar a Dante, pero la idea de encontrarse con Ramón le hacía doler la cabeza. Eso junto con el nuevo descubrimiento que había hecho, la tuvieron en vela por largo rato.
Dante le preguntó si podía llamarle un rato y ella le dijo que sí.
—Priscila y yo estudiaremos en casa hoy —comentó Dante luego de saludarla.
Trini sintió como si alguien le golpeara en el estómago.
—Ohh... qué bien... —respondió.
—Me ha hablado todo el día, es... emocionante —comentó el muchacho
—Te dije que si era inteligente sabría valorarte —añadió.
—Es solo una compañera...
—Pues de ti depende —dijo Trini luchando contra sí misma—, solo déjala que te conozca, Dante, se enamorará... es imposible que no —añadió.
—Eres muy buena —rio Dante—, pero no es necesario que exageres.
Trini no respondió, no estaba exagerando.
—Ya me tengo que ir, iré a ver a mi abuela y luego... al burdel...
—Cuídate mucho, ¿sí?
—Lo haré.
Dante sintió un sinsabor en su interior cuando colgó, imaginarla con Ramón no le resultaba grato, temía por su integridad, por su bienestar. Deseaba sacarla de ese pozo de una buena vez por todas, y entonces, se le ocurrió una idea.
Horas después, cuando Priscila llegó a la casa, la hizo pasar y fueron al estudio. Su padre avisó que llegaría tarde, así que esperaba que la muchacha se fuera para cuando él regresara.
—¿Estamos solos? —preguntó Priscila—. ¿No vives con tus padres?
—Sí, con mi papá, pero él no está.
—¿Tu mamá? —inquirió ella.
—Falleció...
—Lo siento mucho...
Dante se encogió de hombros y pronto empezaron el estudio. Unas horas después, Priscila estaba agotada y ofreció pedir una pizza. Dante pensó que era una buena idea, si había podido comportarse normal ante Trini, ¿por qué no lo haría ante Priscila?
Ella rápidamente buscó el control de la tele y localizó una película. A Dante le asombraba la naturalidad con la que actuaba la muchacha, pero no le desagradaba.
Se sentaron a ver lo que ella eligió y luego, cuando llegó la pizza, se dispusieron a comer. El reloj avanzaba y se hacía tarde, pero Priscila no parecía querer marcharse.
—Oye, Dante, ¿tienes novia? —inquirió entonces.
—No. ¿Tú?
—No... hace rato que no tengo novio —dijo encogiéndose de hombros—. Mi ex me dejó traumada —añadió entre risas.
—¿Qué hizo?
—Nada, infidelidad, ya sabes, moneda corriente en estos días —agregó.
—Oh...
—¿Tú eres fiel? —preguntó—. ¡Vaya! Qué pregunta tonta, los hombres no son fieles —se respondió a sí misma.
—Oye, claro que no es así —dijo Dante negando con la cabeza—. Siempre he pensado que cuando uno está enamorado, no puede ni debe estar con otra persona... Al menos yo no me creo capaz de hacerlo.
—¿Nunca fuiste infiel? —preguntó la muchacha con voz incrédula.
Dante no iba a admitirle que nunca ni siquiera había tenido novia, por lo que se limitó a responder con una verdad a medias.
—No, nunca...
—Wow, ¿y por qué terminaste con tu última novia? —quiso saber la muchacha.
—Eh... porque... pues, no nos llevábamos bien —respondió él. No era capaz de admitir ante esa chica que no tenía ninguna clase de experiencia—. Muchas peleas, cosas así. Yo... no salgo mucho y ella quería salir siempre...
—Ahhh... sí, eso le pasó a una amiga también —dijo ella—. Es complicado esto del amor...
—¿Te gusta alguien ahora? —quiso saber él.
—Hmmm... podría ser, pero esta vez quiero algo diferente —añadió ella—. Estoy cansada de los chicos cortados por la misma tijera —admitió.
Dante no respondió.
—¿Cómo te gustan las mujeres, Dante? —preguntó la chica.
—Pues... no lo sé... sinceras, cariñosas, divertidas... Alguien que además de ser tu pareja sea tu mejor amiga —admitió y la imagen de Trini apareció con claridad en su mente.
—Eso suena lindo —dijo Priscila.
Dante se levantó inquieto, observó su reloj. Era tarde, cerca de las once de la noche. Trini estaría con Ramón. Aquella idea lo inquietó.
—Dante, creo que ya es hora de irme —dijo Priscila luego de mirar su celular, acababa de llegarle un mensaje—. Mi mamá dice que ya es tarde —añadió rodando los ojos.
—¿Te acompaño hasta la parada?
—Si lo deseas...
Caminaron en silencio por las calles de la ciudad, hasta que llegaron a la parada de buses, luego, se quedaron allí esperando que viniera el que llevaba a Priscila, y un poco antes de que eso sucediera, ella suspiró, abrió la boca y luego la cerró.
—¿Qué sucede? —inquirió Dante.
—Yo... me preguntaba si querías... salir conmigo —dijo la muchacha.
—¿Salir? —preguntó Dante—. ¿Cómo una cita?
—Sí... bueno, pero mejor olvídalo... no es una buena idea —dijo Priscila nerviosa.
—Yo... claro que lo deseo —dijo Dante entonces y ella sonrió.
—Entonces, ya veremos cuando —respondió con algo de nervios.
En ese momento, llegó el bus en el que Priscila debía subir, así que lo hizo despidiéndose con su mano. Dante, sorprendido, anonadado y algo confundido, solo atinó a responder el gesto.
Se quedó allí, perplejo por un buen rato. ¿Qué había sucedido? ¿Priscila le había pedido una cita? ¿A él? ¿Por qué?
Un rato después caminó de nuevo hacia su casa. Pensó entonces en las ganas que tenía de contarle a Trini lo que había sucedido, pero ese día no podía ir junto a ella. La idea de ella con Ramón volvió a su mente, sus puños se cerraron instintivamente, y tuvo ganas de golpear a alguien.
Esa noche, le costó conciliar el sueño, sus pensamientos se entrecruzaban sin ningún orden lógico, Priscila pidiéndole una cita, Trini con Ramón, Priscila contándole sobre sus ex novios y él con miedo a fallar en la primera salida. ¿Y si no sabía qué hacer? ¿Cómo reaccionar? ¿Qué decir? Y de nuevo la idea de Trini, desnuda, siendo manoseada por un hombre como Ramón, que la veía como un simple objeto de su propiedad.
Se quedó dormido entre aquella ola de pensamientos, y tuvo un sueño extraño, era Trini, caminaban juntos por la calle del centro de la ciudad, pero entonces un hueco se abría en el suelo y ella caía en él. Podía escuchar sus gritos pidiendo ayuda, pero no podía ayudarla, no podía alcanzarla. La desesperación se apoderó de él y comenzó a pedir ayuda, pero la gente que caminaba a su alrededor parecía no verlo, no oírlo.
Entonces, el teléfono sonó y lo trajo a la realidad. Eran las cuatro y media de la mañana y el número era desconocido. Dante estaba sudado, asustado, atemorizado. Dudó en atender, pero algo en su interior le dijo que contestara.
—¿Hola?
—¿Dante? ¿Eres tú?
Queda uno que subiré más tarde.
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