3

Alan llegó a las siete de la noche a la casa de Irene, su profesor de química se había tardado más de lo esperado en la cena. Pero se lo recompensó llevándolo y subiendo sus notas en la clase.

—Tu hermano me ha abierto la puerta. —Dijo el rubio sentándose con ella en el sofá. —Dijo y cito: Usa protección rubio. —Rió e Irene se sonrojó prometiendo que iba a matar a su hermano por eso.

—¿Listo para el maratón?

—Siempre estoy listo para star wars, bebé.—La castaña rodó los ojos.

—Y volvemos con lo de bebé.

—¿Sabes? Una chica me ha pedido un consejo con su novio.

—¿Qué pasó con eso?

—No supe qué responderle.

—¿Fue tan difícil la situación?

—Lo engañó. —Le respondió. —Y quería que yo la ayudara a decírselo sin que le duela.

—Eso es imposible.

—Pensé en que le hiciera como una canción.

—Eso no sirve,  rodó los ojos.—Eres malo con el desamor.

—Me han rechazado varias veces.—Rió, la castaña lo miró, ¿Quién podría ser capaz de hacerle eso? Alan era el chico perfecto para cualquiera, era listo, divertido, daba buenos consejos y tenía unos ojos que hasta la persona más fuerte caería por ellos. No comprendía quien no puede ver eso en él.

—¿Quién?

—Irene, hay cosas que no deben ser contadas.—le dijo serio.—Nadie sabe ni sabrá lo que pasó, no vale la pena recordarlo.

—Es una tonta la que no pueda ver lo increíble que eres.—Alan le sonrió.

—Lo dices sólo porque eres mi mejor amiga. Seamos sinceros, ¿Qué chica podría estar con alguien  como yo?

Ella, ella estaría con alguien como él.

Alan le sonrió y tomó el paquete de Doritos que había en la mesa frente al televisor. Se acomodó recostando su cabeza en las piernas de la castaña y decidió empezar con el maratón.

Esa noche, Irene no logró ver la película, su mente sólo pensaba en el lindo chico rubio que estaba casi dormido en sus piernas.

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