Una pesadilla sin fin

Voy a todo correr por los pasillos de urgencias, con Calha y Senén pisándome los talones. Hay varios corredores que se entrecruzan. Al final de uno de ellos, veo a mi amigo sentado en una de las sillas de la sala de espera, con las manos sobre la nuca y con su cuerpo inclinado hacia delante.

—¡Cian! —grito acercándome a él.

Se levanta con el espanto tiñendo su rostro, y nos abrazamos.

—¿Qué ha pasado? —pregunto separándome.

—N-No lo sé. Creo que la ha atropellado un coche.

Calha y yo intercambiamos una mirada extrañada.

—¿Cómo que la ha atropellado un coche? —repite Cally, incrédula.

—¡No sé, joder! Vi que echaba a correr y lo siguiente fue contemplarla tirada en el suelo, llena de sangre. —Su voz se rompe.

Le ofrezco el refugio de mis brazos intentando calmar su angustia. Puedo sentir su impotencia por no poder haber hecho nada; no quiero que piense en ello.

—¿Sabes si alguien la perseguía? —pregunta Senén.

Todos nos volvemos a él. Mi amigo frunce el ceño haciendo memoria. ¿Por qué alguien iba a seguir a Mayra?

—¿De qué hablas, Ny?

Él la manda callar con un gesto.

—¡Joder, pues claro! ¿Cómo no me di cuenta? —reflexiona Cian—. Creí que iba apurada porque llegaba tarde a algún sitio, tal vez había quedado, pero estaba huyendo. ¡Dios! —dice tirándose del pelo.

La mirada seria del psiquiatra me provoca un escalofrío. Antes de que lo acribillemos a preguntas, un médico se acerca a nosotros.

—¿Familiares de Mayra Rodríguez Gómez?

Cian se pone a la cabeza.

—¿Cómo está?

El hombre de mediana edad, vestido con una bata blanca y con un bigote bien recortado, suspira. Me temo lo peor y casi puedo sentir cómo mi cuerpo anticipa el golpe, temblando y constriñendo mi estómago.

—Hemos tenido que realizarle una intervención quirúrgica a vida o muerte.

¡Dios mío! Calha se cubre la boca, espantada.

—Tenía una hemorragia interna que hemos podido subsanar, pero... —Se detiene y toma aire. ¿¡Pero qué!?, grita todo mi ser—. Hemos tenido que extirparle el bazo.

Suspiro aliviada. Un alivio que nace de la más sincera gratitud porque siga viva.

—¿Pero está bien? —se cerciora Cian.

—Está estable. Ahora permanece en observación.

—¿Podemos verla? —pregunta Senén.

—De momento, no ha despertado. Una enfermera pasará a avisarlos cuando esté consciente.

El psiquiatra asiente, y el médico oprime el brazo de Cian para darle fuerza.

—Nos vemos más tarde —se despide y se interna por una puerta deslizante y opaca a su espalda, a la que solo tienen acceso los facultativos.

El silencio se instaura entre nosotros, pesado.

—¿Me puede explicar alguien qué esta sucediendo? —exige Calha.

Me siento tan perdida como ella, pero ni Senén ni Cian parecen propensos a hablar.

—Disculpadme, tengo que hacer una llamada —se excusa el psiquiatra alejándose.

—¡Ny! —grita Cally—. ¿De qué va todo esto?

Lo sigue un tramo y pierdo a ambos de vista. Me giro hacia Cian, y nos sentamos en las sillas. Él se deja caer en la suya y apoya la cabeza contra la pared, a su espalda.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto posándole una mano en el brazo.

Resopla negando con la cabeza.

—¿Cómo se supone que debería sentirme, Vec? No me di cuenta... Ella me lo había contado... ¡Joder! —Se levanta y estampa un puño en la pared—. ¡Encima delante de mí!

Me cuesta entender a qué se refiere. Sé que tiene que ver con el secreto de Mayra, pero no me voy a aprovechar de la situación para averiguar la verdad. Además, Cian me había advertido que no debía estar sola. ¿Cómo he podido olvidarlo? Estoy tan inmersa en mis flirteos con estos dos que no la he vigilado. Dijo que me veía como a una hermana mayor, y ¡ahora acaba en el hospital y con un órgano menos!

La magnitud de los acontecimientos me oprime el pecho. Siento que me falta el aire e intento respirar por la nariz con normalidad. ¡Me he ido con Calha para disfrutar del sexo en vez de estar con mi amiga, que me necesitaba! ¿Qué he hecho? ¿Cómo he podido desatenderla así? ¿Qué clase de persona soy? Rompo a sudar, un sudor frío que me invade la columna. Me levanto presa del pánico, sin ser capaz de controlar mi cuerpo. No siento mis manos ni mis piernas, es como si estuviera flotando, la visión torna más brillante y los sonidos parecen irreales. El corazón se me acelera hasta que lo noto con total claridad en mi pecho y puedo contar su latido como si lo oyera de un estetoscopio. Me dan dolorosos pinchazos en el centro del esternón y me mareo. Unos brazos me sostienen antes de que caiga. Senén me sujeta mirándome con preocupación.

—Inspira por la nariz, despacio —dice con voz firme y sosegada. Me arrastra de nuevo hasta los asientos y me hace imitarlo—. Así. Coge aire poco a poco y suéltalo. Dime, ¿qué ves?

Me cuesta centrarme en lo que me pide, pero sus brazos asiéndome y su cercanía me hacen sentir protegida. Admiro sus ojos oscuros, el azul marengo de los bordes, las motas más oscuras, casi negras cuando el marrón le come terreno al mar de sus ojos. El interés que emanan al observarme, como si pudiesen rescatarme de cualquier caos que haya a mi alrededor.

—Tus ojos —respondo con dificultad.

—Bien. ¿Qué más? —pregunta ciñéndome más a él.

Bajo la mirada a sus labios, esos labios rosas, tan tiernos cuando besan, tan demandantes cuando me desea. Tan apetecibles...

—Tu boca.

Se le escapa una sonrisa y me aparta el pelo de la cara.

—Dime dos cosas más.

No entiendo por qué he de hacerlo, pero me gusta tenerlo tan próximo, porque así es todo lo que puedo ver y me encanta verlo a él. Desvío mi atención a su pelo, tan brillante, negro, con algunos reflejos de un castaño muy oscuro. Tiene un cabello tan sedoso que podría estar acariciándolo horas. Me agrada cuando se ensortija en mis dedos.

—Tu pelo. Lo tienes más largo que la mayoría —observo. Y le queda tan bien que no quiero que se lo corte ni un milímetro.

—¿No te gusta?

—Me encanta —pronuncio con una bocanada de aire involuntaria.

—¿Qué más?

Su barba, su cuello, su cara... ¡Nuestras manos! Mi mano y la suya están aferradas la una a la otra contra mi pecho. Ni cuenta me había dado de que lo tenía agarrado, o él a mí. Su sujeción es estable, la mía desesperada. Percatarme de este hecho me fastidia. Intento desasirme, pero me lo impide.

—¿Qué ves? —exige.

—Nuestras manos. No sabía que me había agarrado a ti. No... —Lo miro aturdida.

—Ojalá siempre me agarraras así —bromea—. ¿Qué escuchas?

¿Qué importancia tiene eso? Él me apremia con el ceño fruncido.

—Venga. —Su voz es tan profunda, tan seductora.

—A ti.

Nos miramos con intensidad, mi mano aprieta la suya y la pego más a mí. Lo quiero cerca, todo lo que pueda.

—¿Qué más escuchas?

Voces ininteligibles hablando no sé dónde, tal vez a lo lejos. Pasos de médicos, enfermeras y auxiliares, con esas zapatillas de goma que hacen un ruido desagradable. Ruedas de camillas que van de un lado a otro.

—Gente a mi alrededor.

—¿Qué sientes? —dice susurrando.

Juega con los dedos de nuestras manos y sonrío.

—A ti —bisbiseo muy cerca de él.

Sus ojos se posan en mis labios; su respiración choca contra mi nariz, y yo solo quiero sentir su calor más de cerca.

—¿Y de qué sirve todo eso? —inquiere Cian malhumorado.

Me separo como si me pinchasen, percatándome de que no estamos solos y que tanto mi amigo como Calha nos están contemplando. Senén cierra los ojos y sonríe agachado frente a mí. Yo me pongo colorada, casi fijo, aunque no me puedo ver.

—Es un técnica para calmar los ataques de pánico. Yo la he acortado bastante —explica poniéndose de pie—. Se trata de hacer que el cerebro busque otro foco de atención que no sea el miedo circundante, que nos hace atenderlo. Tiene que pensar en cinco cosas que vea, identificar cuatro sonidos que escuche, tres cosas que pueda tocar, dos que pueda oler y una que pueda saborear.

»Se pretende que la persona que está atrapada en un estado ansioso use los cinco sentidos y repare en su entorno, para reconectar con lo que la rodea.

»Para que nos entendamos: hay que sacarla de dentro y devolverla al exterior.

Cian arruga el ceño como si estuviese resolviendo una ecuación complicada.

—¿Y funciona?

—¡Tú me dirás! —objeta el psiquiatra.

—¿Te encuentras bien, Vec?

Asiento insegura y con la agitación dejando sus coletazos en mi interior. Es lo malo de sufrir un episodio como este; no es automático, tengo que esperar a que el cuerpo y la mente se reajusten hasta sentirme a salvo de nuevo. Puedo echar hasta días en este estado de bajón, en el que me tengo que estar recordando hasta creérmelo, que son episodios puntuales, que a más gente le pasa y que no hay nada de malo en ello; no obstante, yo soy de las que su fustiga por ser así, por no domar mi temor.

Calha se sienta en la silla contigua y me abraza, dándome un beso muy cerca de la comisura de los labios. Senén recompone su expresión por una distante y seria; me sobreviven las ganas de llorar. Mi amigo niega con la cabeza y mira hacia atrás. El tiempo avanza lento. Yo ni me muevo de donde me colocó Senén, que está de pie apoyado contra la pared y de brazos cruzados. Cally sigue a mi lado, agarrada a mi mano; Cian no para de dar vueltas de un lado a otro del pasillo.

Por fin, aparece una enfermera que nos hace saber que Mayra ya está despierta y que podemos pasar a verla de uno en uno. Cian y Senén dan un paso adelante al unísono y se estudian.

—¡No tardes! —le pide el psiquiatra—. Es imperativo que hable con ella.

Mi amigo me sorprende accediendo y no replicando a nada. Los minutos pasan sin que los que quedamos aquí diga nada. Veinte minutos después, mi amigo sale con los ojos rojos. Senén entra de inmediato, apurado. Me levanto, obligando a Calha a soltarme, reticente, y voy hacia él. Evita mi mirada para no derrumbarse, pero sé lo que necesita ahora mejor que nadie. Echo mis brazos alrededor de su cuello, y él esconde su rostro en el mío sollozando. Nos apretujamos con fuerza mientras acaricio su cabeza. ¡Odio verlo así! Sobre todo porque han sido contadas las ocasiones que se ha roto de esta manera delante de mí. Una, cuando se rompió el brazo con doce años, otra cuando su padre le cruzó la cara con once en una fiesta familiar por faltarle al respeto, la tercera cuando descubrió que me acosté con Senén.

—Tenía que haberme dado cuenta —habla con la voz amortiguada por mi pelo—. Debería haberla protegido mejor.

No entiendo por qué se culpa. Él no tiene nada que ver con lo que la ha sucedido a Mayra.

—Shh, Cian... —susurro—. No es culpa tuya.

Aunque yo sí que debería haber estado más atenta. Posponer mi caos personal y haberme centrado más en ella. ¡Que vino a mi casa buscando refugio! Da igual que no sepa qué acontece en su vida en estos momentos, eso debería haber sido suficiente para hacerme espabilar, pero está claro que mirar por los demás no se me da tan bien. Fracaso como amiga y como persona. Dejo escapar un par de lágrimas que sé que nadie verá y me flagelo.

—¿Cómo sucedieron las cosas? —interrogo cuando se calma y nos separamos—. ¿Habíais quedado o algo?

Niega antes de responder.

—No. Estaba regresando del trabajo cuando la vi por causalidad bajando las escaleras de la calle Moralés. —Arruga la frente—. Iba apurada, con la cara colorada y jadeando. Me hizo gracia porque pensé que habría quedado con alguien, tal vez una cita, o le corría prisa por ir al baño.

Ambos emitimos una breve risa tintada de tristeza.

—Seguí caminando para interceptarla en el cruce y preguntarle a qué tanta prisa, pero de repente escuché la bocina de un coche, el chirriar de los frenos y un golpe espantoso. La gente chillaba. Yo no veía nada, porque era hora punta y había un par de furgonetas que me impedían la visibilidad. —Traga—. Me angustié al no verla por ninguna parte y me abrí paso entre el gentío que se agolpaba alrededor.

»Cuando la vi tirada en el suelo sangrando, yo... —Jadea incrédulo—. ¿Te puedes creer que había varias personas con el móvil en la mano, supongo que grabando, pero ninguna llamó a una ambulancia?

Me enervo porque la sociedad ha llegado a desmerecer la palabra humanidad, le pega más las de retraso mental. ¿En qué mundo vivimos?

—¿Quieres que te traiga un café o algo? —encuesto.

—No, no es necesario. Aún no se te ve bien del todo, Vec. ¿Estás segura de que quieres estar aquí? Sé que odias los hospitales.

—Yo no importo ahora. Además estoy en un hospital, seguro que podrán tratar mi histerismo —me mofo de mí misma.

Me dedica una sonrisa triste y deja un beso en mi frente.

—Voy al baño. Vuelvo ahora.

Calha sigue a mi amigo con la mirada. Justo en ese momento sale Senén tan apurado como entró con el móvil en la mano y hablando con alguien.

—Ya podéis pasar —dice apartando el aparato de sí—. Yo he de irme. Nos vemos después.

Da dos pasos más y se gira.

—¡Calha, te quiero con el móvil activo, y sin rechistar! —señala cuando esta va a responder.

Su hermano se va y nosotras nos quedamos mirando la una para la otra.

—¿Te importa si paso yo antes?

Niega con la cabeza y sonríe.

—Te espero. Iré a por un café mientras.

Me coge de la mano y me da un apretón para insuflarme fuerzas. Respiro hondo y me adentro por un pasillo aledaño corto y viro hacia la derecha en una puerta blanca. Me interno sin llamar.

En una cama, en el centro de la habitación, está la pequeña Mayra con cables conectados a ella. Uno es para medirle las constantes vitales y el resto... No estoy segura de que quiera saberlo. Lleva una mascarilla con oxígeno que se quita al verme entrar.

—No, no. ¡Déjatela puesta! —me apresuro a decir. Está pálida, a pesar de lo morena de piel que es. Se la ve cansa y tiene algún que otro arañazo en la cara. Intento no ponerme a llorar al verla así—. ¡Nos has dado un buen susto!

Me arrimo a la cama en la que está y le cojo de la mano. Está helada. Sonríe con esfuerzo mientras yo parpadeo seguido para mantener la compostura.

—Perdóname por no haber ido contigo a casa. Si te hubiese acompañado como cada día, seguro que nada de esto estaría pasando. —Intento bajar el nudo de mi garganta—. ¡Lo siento mucho, Mayra!

Intenta hablar y carraspea algo, antes de que pueda emitir una sola sílaba se pone a toser. Me apresuro a ponerle la mascarilla sobre la boca.

—¡Póntela! Si te la han colocado, por algo será. ¡No seas tozuda!

Niega con esfuerzo.

—Es incómoda para hablar —dice con la voz tomada.

—¡Pues no hables! No tienes que decir nada, solo descansar. ¿Me oyes? Me quedaré contigo el tiempo que haga falta, no te preocupes.

Arrastro con cuidado la silla que hay cerca y me siento en ella sin soltarla. Apoyo la barbilla en el colchón y la observo. Tiene la mirada fija en el techo.

—Me alegro de que no vinieses conmigo. —Me sorprendo al oírla—. No me hubiera perdonado que él te hiciese daño.

Me envaro al oírla. Me quedan claras varias cosas, pero la más importante es que su accidente no fue tal y está en peligro. Quiero hacerle mil preguntas al respecto, pero veo lo mucho que le cuesta formar una simple frase, así que tragaré la inquietud que me atenaza. Le aprieto la mano con cuidado de no hacerle daño.

—No te canses, Mayra. Ya hablaremos de lo que sea que te preocupa. Tienes que descansar. La operación... —Se me quiebra la voz e inspiro de nuevo—. Necesitas reponer fuerzas.

—No —expresa de forma casi inaudible—. Tienes que saberlo.

—Mayra, te lo suplico, ¡no seas terca! —endurezco mi tono.

—¡Por favor, Venec! —Cierro los ojos y aprieto los labios. ¿Por qué no me hace caso?—. Tienes que estar prevenida.

—¿De qué? —claudico, viendo que no va a cerrar la puñetera boca.

—De mi padre.

La analizo, distinguiendo no solo una lágrima que le escapa por el rabillo del ojo, sino a la adolescente vulnerable que hay debajo. ¡Todavía es una cría!

—Ha salido de la cárcel —susurra con la voz grave—. Y quiere vengarse de mi madre, a través de mí.

Sacudo la cabeza porque esto suena a una película, y no, o sea no. Esto no puede ser la realidad de nadie. La vida es demasiado complicada sin este tipo de añadidos.

—Lleva... Bueno, llevaba trece años en prisión por tráfico de drogas y posesión ilegal de armas. Desconozco si había algo más, tampoco quise averiguarlo. —Tiene la boca seca, pero hasta que no expulse la anestesia no le puedo dar líquidos—. Mi madre fue quien lo entregó.

»No le parecía mal la vida que llevaba mi padre mientras entrase dinero y lujos para ella. —Ríe de una forma que parece una molinillo de café—. En cuanto sospechó que podrían pillarlo, lo traicionó e hizo un trato con la policía a cambio de que a ella no le pasase nada.

»Lo capturaron en una redada. Solo una persona sabía de su paradero: ella.

»Me ha enviado cartas en todo este tiempo que estuvo encerrado prometiéndome una buena vida cuando saliese, pero... —Se pone a llorar—. Ha contraído deudas con mafias estando dentro y tiene que pagarlas. Es imposible que salga de ese mundo.

»Quiere que lo ayude. Y como aún soy menor de edad y mi madre no se hace cargo de mí...

¡Dios mío! La tutela de Mayra es del padre.

—Senén y yo hemos estado preparando los papeles para mi emancipación, pero... Estas cosas no van tan rápido como una necesita. Y él me ha encontrado antes de que mi solicitud haya sido concedida.

Se silencia sollozando.

—¿Crees que me pueda hacer daño? —inquiero, extrañada.

Coge aire en ráfagas y asiente. Gira la cabeza en la almohada despacio y me mira a los ojos.

—Sí, si con eso puede llegar hasta mí.

***

Las baldosas del suelo nunca me parecieron tan interesantes como hoy. Las vetas que las conforman, los materiales, lo pulidas que están, su perfecta alineación con respecto a las demás, la separación que hay entre ellas, el color... Flipo con ellas. O tal vez es que sigo flipando con todo lo que me ha contado mi informática. Debo de llevar media hora aquí, en este pasillo que está haciendo de sala de espera. Calha está dentro ahora; yo sigo dándole vueltas a lo que Mayra me ha dicho.

No es que su padre la empujara contra el coche. Es que en su afán por darle esquinazo no vio el vehículo que se le venía encima.

¡Tuvo suerte! Podríamos estar lamentándonos por algo mucho mayor.

Es increíble. Cuanto más lo pienso, más incomprensible me resulta que la gente pueda tomar tan malas decisiones en la vida, y cargar a los demás con sus mierdas. Me he quejado de mi madre, pero no he podido evitar pensar en ella después del relato de mi amiga, y hacer comparaciones. Siempre hay alguien peor, aunque parezca mentira. Sabía que la de Mayra era una incompetente como tal, una interesada que solo se arrimaba a los hombres por el dinero que tuvieran, además de que nunca se preocupó por el bienestar de su hija ni por comprarle lo básico para cubrir sus necesidades; ya no hablemos de tener un detalle con ella porque sí. ¡Vamos, una joya de persona! Sin embargo, es doloroso pensar que ni su padre la vea más allá que como un útil con el que conseguir sus propósitos. Ninguno se ha molestado en ver a la maravillosa persona que han creado, sin ser partícipes en ello y a pesar de los escollos en su camino. ¡Es admirable! Aunque ahora me pregunto cómo o qué he de hacer para ayudarla. Puede que su padre ya haya descubierto que está aquí, o tal vez no. Lo malo de Lancara es lo pequeña que es. No se puede esquivar eternamente a alguien.

Una chocolatina oscila delante de mis ojos. Cian la sujeta con una sonrisa traviesa.

—Tiene caramelo y galleta por dentro. Me suena que a alguien de por aquí le gusta. ¿Sabes a quién puede ser?

Sonrío a mi pesar y se la arranco de la mano.

—Gracias —digo abriéndola.

Él se sienta junto a mí comiéndosela suya. Nos quedamos en silencio viendo la pared de enfrente. No puedo evitar cohesionar el pensamiento a que mi mejor amigo también puede hallarse en peligro. O sea, que vivimos todos juntos, es lo más natural. ¿Qué hago? ¿Le sugiero que se busque otro sitio? Bien es cierto que nadie me garantiza que ese hombre sepa de nuestra existencia, ni que haya descubierto más cosas de Mayra que haberla encontrado por un golpe de suerte, o mala fortuna, depende de cómo se mire.

La chocolatina se me está haciendo amarga y me cuesta tragar; desecho el resto sin que mi amigo se percate. ¡Esto es una mierda! Trabajamos juntas. ¿Eso significa que Calha y el resto del equipo también está en riesgo? ¡Uff, uff! ¡Esto es demasiado!

Me levanto de golpe haciendo resonar el grupo de sillas unidas en el asiento. Cian me contempla caminar de un lado a otro.

—¿Te lo ha contado, eh? —dice dándole otro mordisco al dulce.

—Sí, y no sé qué hacer. ¿Las leyes la pueden ayudar? —Me llevo la mano al pelo y lo echo hacia atrás—. ¿Debería poner seguridad en la empresa? ¿En casa?

Mi amigo se levanta, tira el envoltorio en la papelera, y apoya sus manos en mis hombros.

—¡Ey, que no estás sola! Ninguna de las dos lo estáis. —Me abraza—. Estoy aquí.

Gimo y me alejo.

—¡Esto es serio, Cian! ¿Qué hacemos? ¿Y si te pasa algo malo a ti también? No sabemos lo que ese tipo pretende en realidad. Parece peligroso. —Lo observo, porque es como si esto no lo conmocionase como a mí—. ¡No entiendo cómo has podido callártelo sin alterarte lo más mínimo!

—Sabía que te pondrías así y quise evitarlo. —Lo encaro entrecerrando los ojos malhumorada—. Todo saldrá bien, Vec. ¡Ya lo verás!

Me alucina su optimismo cuando no hace ni una hora que estaba culpándose de lo sucedido. Supongo que cada uno tenemos nuestra forma de reponernos. Desvío la mirada suspirando y veo llegar a Senén, acompañado de dos oficiales. Inclino la cabeza, cautelosa; Cian se endereza al fijarse en ellos.

—¿Quién hay dentro? —pregunta el psiquiatra.

—Cally —respondo.

—Voy a avisarla para que salga —informa colándose entre nosotros.

Los policías nos analizan de arriba abajo con un rictus serio. Es como si estuviesen decidiendo si somos culpables o inocentes de algo. Me incomodan. Al minuto salen los dos hermanos.

—Ya pueden entrar —les dice Senén a los agentes.

Estos se internan con la confianza de quien sabe que tiene el poder. Un poder muy mundano y limitado por las normas de una sociedad cada vez más corrupta. Los cuatro formamos un corro a un lado del pasillo. Ninguno hablamos, solo esperamos a que se borre el horror de este día, a que las cosas se puedan solucionar y que la vida nos empiece a dar un respiro.

Cambio el peso de un pie a otro, incómoda. Cian me pasa un brazo por los hombros y me besa en la sien, no se me escapa la mueca antipática de Calha.

—¿Por qué no te vas a casa? Hoy me quedo yo aquí.

Lo miro sorprendida, pero no soy la única.

—No es necesario —advierte Senén—. Yo pasaré la noche con ella.

Mi amigo sonríe y niega.

—No, tío. Hoy me quedo yo. Prefiero que tú te hagas cargo de ellas.

Alzo tanto la ceja que creo que mi músculo se va a atrofiar y me quedaré con esta expresión para los restos. ¿Cian manteniendo una conversación con el psiquiatra?

—Pff. ¡Yo no necesito que nadie me cuide! —expone Cally con soberbia.

Ninguno hacemos caso de su comentario. Desconozco si Mayra le haya contado algo o no, pero no están las cosas como para creerse invencible. Puedo distinguir la determinación de mi amigo en quedarse toda la noche. Me resigno e inspiro hondo. Siento que no me llega el suficiente aire.

—Está bien. Como quieras. Te traeré ropa para que te puedas cambiar por la mañana.

Me sonríe y vuelve a darme otro beso en la cabeza. Los oficiales salen y comparten unas palabras en privado con Senén. No hago ni el amago de escucharlos, estoy saturada. Agarro a Cian del brazo y le susurro confidente.

—Voy ahora hasta casa a buscarte lo necesario. ¿Hay algo que precises con más urgencia?

Niega con la cabeza y me deja ir. Calha está demasiado inmersa en fisgonear la conversación que mantienen con su hermano, así que me escaqueo para no perder más tiempo. Llamo a un taxi de camino a la salida. He venido en el coche de Senén, y el hospital queda algo lejos para ir andando hasta mi casa. Apenas espero cinco minutos y en cuanto me subo al vehículo, le doy las señas pertinentes al conductor. Si es que, el día que pasa algo, suceden mil cosas simultáneas a la vez. Me resulta una sobrecarga mental apabullante. No creo que sea mucho pedir dosificar los acontecimientos, más que nada para poder ir lidiando con ellos. El coche aparca en la entrada de tierra de enfrente de mi casa. Le tiendo un par de billetes al taxista y le doy las gracias. Al apearme, me percato de que podría haberle pedido que esperara, pero ya ha arrancado cuando me decido. ¡Qué más da!

Avanzo en la penumbra hasta la puerta principal, y antes de meter la llave, algo me mosquea. La farola adyacente a mi vivienda está fundida. Cambio de parecer al distinguir pedazos de cristal en el suelo. Está rota. Al dar otro paso escucho sonidos como de gravilla chirriando a mis pies. Observo con dificultad cachos de más cristal y me extraño. ¿Pero cuántos cristales tiene una farola?

Sigo el rastro. Cada vez hay más, y son trozos grandes. Distingo la ventana destrozada, tanto que ya no hay, y me adentro por ella. Camino en silencio y con el corazón martilleándome en el pecho. La adrenalina me corre por las venas y busco a tientas algo con lo que poder defenderme en caso de necesidad. Me amonesto por no tener un jarrón absurdo o una figurita pesada de estas que no sirven para nada, pero que ahora me vendría tan bien. Avanzo hasta la cocina y con toda la prudencia de la que soy capaz, abro el cajón de los cubiertos y cojo el cuchillo más grande que tengo: el jamonero. Soy consciente de que esto puede salir mal. De hecho, muy mal. Pero no pienso permitir que nadie me amedrente en mi propia casa. ¡Esto es mío!

Voy cagada de miedo inspeccionando mi morada completamente a oscuras, sin escuchar ni vislumbrar movimiento alguno. Repaso las habitaciones, pero no veo nada sospechoso y vuelvo al salón. Reparo en Pinchitos y Estrella; por alguna razón absurda verlos me da tranquilidad y confianza. Necesito comentarle esto a Lea, porque a lo mejor estoy como una cabra y deberían mirarme a fondo. Al llegar al sofá, distingo una piedra de considerable tamaño. Pegada a ella hay un papel escrito con letras mayúsculas.

«NO PUEDES HUIR DE MÍ».

A mi espalda escucho el ruido de vidrios al ser pisados. Me giro en el acto y chillo aterrorizada.



Hola hola.

¿A quién se le ocurre meterse a un lugar en el que han entrado a robar, encima a oscuras y sola? Según lo escribía pensaba: ¿Pero Venec qué haces? Jajajaja.

Ahora en serio. Os agradezco mucho a los que habéis llegado hasta esta parte de la historia por apoyarme con votos, comentarios o simplemente leyendo. Aunque también agradecería que los que sois lectores fantasmas os manifestéis de alguna forma, porque así no sé a qué público llego realmente. Si no queréis hablar, los votos son bien recibidos. 

Contadme. ¿Qué creéis que pasará? ¿Serán dos en el hospital? ¿Falta mucha historia?

Mmm... Hago mutis. 

¡Nos leemos!

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