Un color que olvidar
Senén, con quien he querido empezar algo en dos ocasiones y ambas fueron fallidas. ¿Será esta la tercera? Tengo lágrimas amontonadas en las cuencas de los ojos, sin dejarlas marchar. No usaré la pena para que quiera quedarse conmigo. Mejor sola.
—¡Pues claro que mereces la pena, Venec! ¡Te quiero! Pero...
Pero. La palabra más peligrosa del diccionario. Desvío mi mirada de él y parpadeo. No. Tiene derecho a no querer estar conmigo. ¡Ya sabía que esta posibilidad existía! Solo duele más de lo esperado, pero aguantaré.
—No quiero un amor a medias.
¡Ahí están! Las palabras que yo misma diría si la situación fuese al revés.
Nos quedamos viéndonos y puede que memorizándonos. Si aquel día no hubiese salido de casa, si me hubiese rendido a mis miedos, si simplemente saliese más tarde o puede que un poco antes, si hubiese tenido la templanza en ese ataque de pánico, nunca nos hubiésemos conocido. Él seguiría con su vida, y yo con la mía. Y ninguno tendría el corazón hecho añicos ahora. No, no se puede querer a dos personas, aunque yo sí pueda. No está bien visto. No es lo aceptado. Puede que sí que tenga un defecto. No se puede querer así. No se puede querer como yo lo hago, porque es demasiado. Yo misma quiero un amor único e irrepetible, pero tengo dos.
Avanza en paralelo a mí, se detiene a recoger su abrigo y sale sin despedirse. Solo entonces me permito llorar desconsoladamente. ¿Por qué no sé querer como se debe?
***
He estado pegada al móvil todo el día; por si acaso, no sé, me enviaba un mensaje diciendo cualquier cosa, lo que fuera. No ha sido así. Son casi las dos de la madrugada, y Cian tampoco ha vuelto; a lo mejor se le hizo tarde y se quedó en casa de Jake. La comida sigue en el invernadero, dentro de los recipientes. Ni la he tocado. La inapetencia se ha instaurado en mí. Las lágrimas se han secado y me he quedado vacía de ellas. Horas de llanto han conseguido lo que no había logrado en el año que combatí mi ansiedad.
El ruido de las llaves abriendo la puerta me indica que Cian sí ha venido, pero me alerta algo. Voces. ¿Cian ha traído a alguien a mi casa? Es otra voz varonil, que me suena. Me levanto de la cama y agudizo el oído.
—Creo que está durmiendo, tío. Está todo a oscuras —dice mi amigo.
—Sí, sin duda es muy tarde para haber venido. No me fijé en la hora.
¿Senén? ¡Esa es su voz! ¡No me lo puedo creer! ¿Estaré soñando?
—¿Ha pasado algo?
Oigo resoplar al psiquiatra. La puerta se cierra y la luz del salón es encendida. Intento ser sigilosa y me acerco hasta la puerta de mi cuarto intentando otear por la abertura.
—Hemos tenido un desencuentro. —Casi me parece ver a mi amigo alzando las cejas—. No sé ni por qué te estoy contando esto.
—Porque no tienes a nadie que te aguante, está claro. —Noto su guasa desde aquí.
Senén bufa.
—No entiendo qué ve en ti.
Me asomo a mirar; Cian se da la vuelta hacia el psiquiatra, que está sentado en el sofá.
—Así que es por eso. Te ha dicho lo que siente por mí.
El mayor de los dos se echa a reír. ¿Qué le hace gracia?
—A ti ya te lo había dicho, claro.
Mi amigo niega con la cabeza.
—No era necesario —dice—. Conozco a Vec desde que éramos niños. Sé lo que siente por mí y sé lo que siente por ti, incluso mejor que ella.
—Me ha dicho que está enamorada de los dos —balbucea sin ánimo.
Cian asiente, pero no dice nada.
—¿Cómo puedes quererla y aceptar verla con otro? —Senén no oculta su extrañeza.
Mi amigo se sienta en el sillón y apoya los codos en sus rodillas.
—Tardé en comprender que yo he vivido muchas experiencias que a Vec le han impedido realizar. —Enfoca sus ojos en el psiquiatra—. Si quiero que algún día me escoja a mí, hemos de estar en igualdad de condiciones.
—¿Y si a pesar de ello, no te escoge a ti?
—No se trata de que me escoja o no, sino de que no tenga dudas cuando lo haga. ¡Mírala! ¡Está perdida! Es incapaz de decidirse por uno. Y eso quiere decir que o bien no conoce sus emociones como debería o que en verdad nos ama a los dos. Y ninguno estamos dispuestos a compartirla con el otro por mucho que la queramos. Entonces, ¿cuál crees que será su decisión? —Senén niega con la cabeza—. Exactamente. Solo conseguiremos que se desespere por encontrar una respuesta que en el fondo no nos satisface a ninguno. Y en esas ya estamos.
—¿Y qué sugieres?
—Yo me voy a ir en unos días y dejaré de ser un obstáculo para ti. Tienes todo un año para ganar terreno.
—¿Me las estás cediendo?
—Jamás. Pero si en ese tiempo sus sentimientos por mí siguen intactos, ni ella podrá negar la evidencia.
—¿Y si sigue queriéndonos a los dos?
—Eso no es posible. Esto no es Crepúsculo. —Imagino que el psiquiatra le ha puesto una cara rara porque Cian responde—: Me ha hecho verme las películas con ella.
—¿Cómo puede estar tan confundida?
—La enfermedad de su padre la obligó a ser fuerte, y ella entendió eso como dejar de sentir emociones negativas. —Mi amigo detiene su relato—. Cuando su padre murió, se esforzó tanto por reponerse y seguir como si nada, que no se ha atrevido a querer a nadie más.
»Para ella querer es arriesgarse a perder a alguien de manera cruel.
—Nunca me ha hablado de su padre —comenta Senén.
¿Es verdad? ¿Nunca le he hablado de él? ¿Tiene razón Cian? ¿Me he vuelto así a raíz de lo de mi padre? ¿Todo tiene su origen ahí? ¿Tengo miedo de amar sin condiciones? ¿A la deriva? ¿Por eso no soy capaz de escoger?
—¿No la puedes ayudar con eso? ¿No eres psiquiatra?
—Ya está yendo a uno.
Cian arruga el ceño. Su perfil está concentrado.
—No lo sabía. Pensé que solo iba a la psicóloga.
—Empezó hace poco. ¿No os lo contáis todo?
Mi amigo se ríe.
—La obligué a que escogiera entre tú y yo, y hemos estado distanciados desde entonces.
Se quedan sumidos en un largo silencio que Cian decide romper al rato.
—¿De verdad se puede querer a dos personas a la vez?
Senén se recuesta en el sofá con la cabeza apoyada en el respaldo. Parece que sonríe.
—¡Joder! Claro que sí.
Abro los ojos con sorpresa por su revelación.
***
¡Tengo que escoger a uno! ¿A quién? ¿Quiero a uno más que al otro? No. De manera distinta, pero no por eso con menor intensidad. ¡Estoy jodida!
Desde que ayer escuché a Senén decir que sí se puede querer a más de una persona, me he estado comiendo el coco intentando discernir mis sentimientos. El amanecer despunta, y yo sigo igual que hace veinticuatro horas. ¡Aturdida!
Después de su charla, el psiquiatra se marchó a su casa y mi amigo se fue a su habitación. Ninguno supo que los estuve espiando. Me yergo y voy al baño a darme una ducha. Las ojeras son pronunciadas y la pesadez de cabeza incómoda. Cojo una pastilla del mueble y me la tomo con un sorbo de agua del grifo. Al estar sin descansar, los nervios harán de las suyas. La alcachofa de la ducha me recibe con agua caliente y va relajando mis músculos. ¿Qué hago? ¿Qué hago? Si Cian no me hubiese besado hace unas semanas ni me percataría que mis emociones por él seguían intactas. Desde que regresó hemos tenido nuestros altibajos, pero, sin contar un par de besos, entre nosotros no sucedió nada como la noche en que pedí mi virginidad. Lo quiero en mi vida, eso lo sé. ¿Pero ahora mismo lo quiero como pareja? Quizá me aproveché mucho de sus mimos cuando me vi mal. Bebí demasiado de su cariño, sin tener en cuenta sus sentimientos. Pero creí que se había cegado en una posibilidad que había expirado en el tiempo. Yo intenté seguir con mi vida y olvidar, y en esas conocí al psiquiatra.
Lo quiero y lo admiro, pero hay algo que no me he vuelto a replantear con mi amigo: ser su pareja. Me ha importado más que imperase nuestra amistad por encima de todo, pero con Senén... No ha sido así. Yo quiero estar con él.
¡Vaya! Así que era así de fácil. Yo a quien de verdad quiero es a él.
Cierro el grifo con el corazón a mil. ¡Lo tengo claro! Solo he necesitado toda una noche en vela, una pastilla para los nervios y no sé cuánto debajo del grifo del agua caliente. Me envuelvo en una toalla y casi me la pego con el suelo, resbaladizo por el agua que he ido goteando. Voy al armario y saco a todo correr lo primero que mi mano agarra. Una camiseta de algodón blanca de manga larga y escote cuadrado y unos vaqueros negros con rasgaduras a lo largo de las piernas. Cojo lencería a juego morada, sin mucho miramiento y me visto con celeridad. Me seco el pelo con la toalla, hasta que me lo encrespo y tardo media hora en desenredarlo. ¡Las prisas siempre atrasan! Ni me paro a buscar el secador y me calzo un gorro de lana grueso y con forro por dentro. Busco unos calcetines calentitos para los pies, térmicos, los pobres están helados de que me pasara corriendo descalza entre el baño y la habitación. Voy a por mi botas negras y el abrigo a la entrada y me choco por el camino con Cian. Mi urgencia no pasa desapercibida, y nuestras miradas se sostienen. Soy como un libro para un gran lector. Y mi amigo lo sabe antes de que haga realidad la sospecha.
—¡Lo siento, Cian!
—¿Lo escoges a él?
—Quiero intentarlo con Senén y ver qué pasa.
—Al menos ya tengo mi respuesta.
—¿Seguirás aquí cuando regrese? —pregunto temerosa.
Sonríe.
—Seguiré aquí.
—¡Gracias! —Me abrazo con fuerza a él y me acabo de preparar. Cierro la puerta con sus ojos de telón.
Por el camino, llamo al psiquiatra varias veces por teléfono. No me contesta. No es que lo culpe, pero no le costaba nada descolgar a ver qué quiero. ¡Podría estar muriéndome! Barajo las opciones. Tiene la rutina de correr por esta zona todos los días, si no se ha quedado en casa deprimido. Decido tentar a la suerte y buscarlo por las inmediaciones, más por no hacer un viaje en balde que por intuición. Sigo llamándolo mientras tanto. A los lejos veo un corredor y mi corazón se acelera, pero no es él. Me pasa lo mismo un par de veces más. ¡No porque quiera va a parecer aquí por arte de magia! Doy media vuelta; habrá que ir a su casa. En mi ímpetu choco de frente con alguien y sonrío de emoción. Es él. ¡Es él!
—¡Senén! —grito.
Lleva unos auriculares puestos.
—¡Te he estado llamando!
Se los quita y me percato de que no se ha enterado de lo que le digo.
—¡Tenemos que hablar! —alzo la voz como si no me escuchara y bizquea por mi arranque.
—Ahora mismo no me apetece hablar contigo.
Lo miro mal. ¿Ahora se me pone con un arranque de dignidad? Pues no tengo tiempo para idioteces. Como hice ya un tiempo, la primera vez, lo agarro por los bordes de su chaqueta, se inclina por inercia, y aprovecho para estamparle un beso. Al principio solo se trata de nuestros labios unidos sin más, pero el psiquiatra reacciona, sorprendiéndome, me coge en brazos y nos aparta del camino. Su lengua busca la mía con desesperación, y yo no le hago esperar. Adoro cómo gime en mi boca, como si hubiese encontrado el paraíso en ella. Mis manos vagan por su cabello, se enredan en sus sedosos caracoles; después las puntas de mis dedos vagabundean por cada resquicio de su rostro, como si quisiera leerlo en braille. No se separa de mí en ningún segundo y ¡joder!, a mí parece que me hayan pegado con loctite a él. Al irrumpir el beso, su rostro muestra un placer inconmensurable; no ha abierto los ojos y su sonrisa es preciosa. Me suelta, y apoyo las puntas de mis pies en el suelo de tierra.
—Mira, yo..., no creo que... —habla con los ojos todavía cerrados.
—¡Shh! —Lo acallo poniéndole mis dos manos en la boca—. ¡Te escojo a ti, Senén!
Me muestra sus ojos de sopetón y busca mi mirada como si tuviese miedo de que le mintiese.
—¿De verdad? ¿Tú estás segura?
Me río; aún sigo abrazada a él.
—¿Quieres que cambie de opinión? —bromeo.
—No. ¡No! ¡Por Dios! —Me envuelve entre sus brazos con fuerza, y yo suspiro—. Tengamos esa cita cuanto antes. ¡Hoy mismo!
Me carcajeo por su ímpetu. ¡Es como un niño pequeño!
—¿Qué prisa hay? —digo feliz, apoyada en su pecho.
—Bueno, quiero hacer las cosas bien, pero también te quiero en mi cama; sobre todo ahora mismo.
Se me escapa un jadeo por su sinceridad. Noto calor en mis mejillas y sí, a pesar de todo lo que ya ha pasado entre nosotros, me muero de vergüenza solo de pensarlo. ¡Que Senén sabe muy bien lo que hace, y a su disposición soy como un bocadito del que no dejará ni las migas! ¡Ya vi lo fogoso que es!
—Aunque si me lo pides, podemos hacerlo aquí mismo.
Su voz sugerente va directa a mis entrañas. Sé que está de broma, pero seguro que estoy más roja que el culo de un babuino.
—¡Eres terrible! —digo dándole un empellón en el hombro.
Se ríe y alza mi rostro para que lo mire. Ni un segundo pasa cuando se lanza a besarme otra vez.
***
Esta semana ha sido un caos, pero yo he estado sumergida en mi propia nube de felicidad. Entre Calha y yo, Vernáculo parece el salón de Cupido. Tanto amor en el aire no sé si contaminará a Zénnit, a quien ya he visto parado en dos ocasiones frente a la puerta del despacho de Megan, sin atreverse a entrar y con el puño alzado para llamar. Me pregunto en qué acabará todo eso.
Es viernes, y yo tengo mi tan afamada cita con el psiquiatra. Sí, después de ¿cuánto? ¡Qué más da! Hoy será el gran día. Nos hemos visto durante la semana, pero solo a tomar un café y poco más, lo que se traduce en una tanda de besos como mucho. Decir que estoy que hiervo es quedarse corta. Necesito estar a solas con él, ¡ya! La parte positiva de eso es que he pasado mucho tiempo con Cian. Todo el que el trabajo me ha permitido, que ha sido bastante, la verdad. Hemos vuelto a nuestro sitio: la cancha. Sin embargo, y a pesar de que todo está bien, me siento rara con él. Es como si algo no encajara del todo. Tal vez se deba a esta nueva situación a la que me he de acostumbrar; por lo menos no he desaprovechado el tiempo con él.
Hoy en Vernáculo hay una nueva presentación a la noche. Se trata de la poetisa que captamos Caleb y yo: Layla. No me quedaré a toda la velada, pero sí que quiero mostrarle mi apoyo. De hecho estaba nerviosa por dar a conocer otro nuevo talento, como me pasa siempre; quiero que todo salga bien, no solo para nosotros como empresa, sino para ellos como, lo que son, promesas y artistazas. Pero ahora estoy intranquila por otra cosa. En concreto por una llamada de Senén, que me ha pedido que nos reunamos en una cafetería de la zona. Su tono no me gustó demasiado por teléfono y me pregunto qué habrá pasado ahora. De verdad, como sea algo más para separarnos, me fugo con él al fin del mundo.
Llego apresurada al establecimiento, sudando y tropezando con una silla de camino a la mesa en la que el psiquiatra ya me espera. Al verme, sonríe, y yo me quedo embobada viéndolo. Vale, al menos sus sentimientos simulan ser los mismos de estos días. Tomo asiento con la gabardina en la mano y me quedo expectante.
—¿Quieres tomar algo? —Sonríe.
¡A que le arreo un guantazo!
—¿Por qué has querido que nos viéramos con tanta prisa?
Suspira y se inclina hacia delante, cruzando los dedos de las manos. Un camarero se nos acerca y me pregunta qué quiero tomar. Me fastidia tanta interrupción y pido lo primero que se me pasa por la cabeza.
—Un mosto.
Senén alza las cejas. No me había visto pedir algo semejante con anterioridad.
—¿Frío o del tiempo?
¡Me cargo a alguien, joder!
—Del tiempo. ¡Gracias! —digo apretando los dientes y dedicándole una sonrisa de psicópata.
Mi acompañante se ríe por lo bajo y me contempla.
—Senén, habla de una vez o te dejo eunuco.
Se ríe por mi comentario y abre la boca. El camarero regresa con mi bebida, y yo se la arranco de las manos para que se pire cuanto antes. Por fin, Senén se pronuncia.
—No hace falta que sigas pagando la estancia de Mayra en la clínica.
Arrugo la nariz.
—¿Ah, no? Ya se la puede pagar ella. ¿Te ha dicho algo?
Suspira y aparta su taza de café vacía a un lado.
—No te quise decir nada porque pensé que iría a verte, pero se ve que me he equivocado.
—¿De qué me hablas?
—Le dimos el alta a Mayra el miércoles.
Proceso la información. ¡Eso es genial! Significa que ya está bien. Tal vez no curada del todo, pero supongo que Senén no la dejaría marchar si sospechara que puede volver atrás.
—Bueno, eso está muy bien. ¿Hay algo malo? —Tiene que haber algo más. No me puede haber hecho venir por esta tontería. Que la informática haya salido de ahí son muy buenas noticias.
Él se acomoda mejor en su asiento y mira hacia varios lugares como buscando algo para seguir hablando. ¿Qué diablos pasa aquí?
—Se incorpora el lunes a su nuevo trabajo. —¡Vaya! Si que tienen prisa por reclutarla. ¡Muy impresionados han quedado con sus dotes de hacker! Senén me mira con tristeza—. Ya se ha ido a Vancouver, Venec.
Dejo escapar una risa incrédula. O sea, que la informática se ha marchado sin despedirse. Pues sí que me odia. Tenía la absurda esperanza de que aunque no trabajase más con nosotros, hablaríamos y volveríamos a ser amigas. No sé, no creo que hiciera algo tan grave para que me desprecie así. ¡Ni la reconozco! ¿En esto se ha convertido? Fue alguien tan importante en mi vida y por la que me preocupé tanto, que me siento traicionada. Eso es. Me siento como un pañuelo de usar y tirar. Esto no puede deberse solo a Cian.
—Lo siento, cariño. —Casi ignoro cómo mi corazón enloquece por la manera en la que me acaba de llamar Senén—. En nuestras dos últimas sesiones, ella parecía dispuesta a un acercamiento y juraría que estaba arrepentida de cómo os trató a todos, sobre todo a ti. Pero simplemente, ha cogido sus cosas y se ha ido sin decírselo a nadie.
—Pues que le vaya bien —digo con la mirada perdida.
No me molesta el dinero invertido ni haberla acogido cuando lo necesitó. No. Lo que me molesta es su desconsideración. Que me veía como una hermana. ¡Y una mierda!
Me levanto medio ida arrastrando la silla. Senén intenta erguirse y seguirme, pero alzo una mano para detenerlo.
—Necesito estar sola.
Asiente sin decir nada. Yo salgo de allí entendiendo que hay relaciones fallidas, no porque tú no lo intentes, sino porque hay personas que simplemente te enseñan que nunca han merecido la pena.
¡¡¡Por fin Venec se ha decidido!!! ¿Os lo esperabais?
La deserción de Mayra ha sido un duro golpe para nuestra protagonista. ¿Habrá sido por desinterés que la informática se ha marchado sin despedirse de ninguno o habrá algo más?
¿Cómo vais los del TeamCian?
La historia todavía no ha acabado, no os perdáis el siguiente capítulo.
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