Tú entras, tú sales

Salgo por la puerta y suspiro. La terapia con Lea ha sido intensa, pero me ha servido para quitarme un gran peso de encima, y para descubrir cosas que siempre han estado ahí y no supe identificar en su momento.

Resumen: una madre controladora y sobreprotectora que consiguió reprimir esa parte de mí que ahora busca emerger. Y una enfermedad que nos sacudió hasta desquiciarme. No tenía el control entonces y ahora tampoco. Ironías de la vida, ¡ni siquiera he de pretender tenerlo!

La raíz de mis problemas psicológicos tiene su origen ahí. En el instante en que te pospones se acabó. Siempre queriendo agradar, queriendo ser buena, volviéndose una obsesión el ser la mejor, aguantando, negándome a mí misma, teniendo que ser fuerte, desbordada, cansada...

Una persona aguanta lo que aguanta, pero todo tiene su límite. Y yo no puse ninguno a cada avasallamiento hacia mi persona. Lo que me ha pasado, en parte, es porque yo lo permití. No puse defensas, solo me limité a recibir los golpes y soportar el dolor.

No voy a cambiar de la noche a la mañana, ¡eso está claro!, pero ahora sé que voy por buen camino. Aceptarme como soy va a ser un desafío, lo sé. No obstante, Lea tiene razón. ¿Cuáles son las prisas? ¿A quién le debo una explicación? Soy adulta, y serlo no significa ser perfecta. Persigo unos estándares desfasados e inalcanzables para cualquiera. Me desgasto por no ser más indulgente conmigo.

Ni siquiera llego a dar un paso que me aleje del edificio, y me lo topo plantado frente a mí. Tiene las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros, la cabeza gacha y una sonrisa que me calmaba hasta no hace mucho.

—Pensé que no te volvería a ver.

Cian niega con la cabeza y me pasa un brazo por los hombros.

—¡No digas bobadas, Vec!

¿Las digo?

—¿Las digo?

Me besa en la frente y andamos.

—Sí, muchas.

El silencio hace su aparición, pero no es tenso, de hecho se parece a esos momentos que compartíamos antes, en el que solo nuestra compañía era suficiente.

—¿Cómo has sabido dónde encontrarme?

—Bueno... —Se rasca la nuca con la mano libre—. En su día te seguí para conocer tu nueva vida.

Me detengo.

—Perdona, ¿qué? —digo estupefacta.

Él también se para y alza los brazos a modo defensivo.

—No pienses mal. Te vi saliendo de la floristería y quise averiguar qué era de tu vida. Ya no vivías con tu madre y no habías dejado ni una sola seña donde encontrarte. ¡Joder, si hasta cambiaste de número de teléfono! ¿Cómo coño iba a encontrarte? —se excusa rápidamente.

Así que no me lo había imaginado después de todo. El día que compré a Estrella, él estaba allí.

—Me destrozó saber que ibas al psicólogo y aún más que no tuvieras ni un solo amigo en la escuela de arte. —Frunce el ceño con incomprensión—. Jamás has tenido problema para relacionarte a pesar de tu timidez inicial.

En eso tiene razón. Siempre he sido una persona tímida que se soltaba una vez que congeniaba con alguien. Pero no fue así cuando empecé en Frida Kalho. Es como si tuviera un letrero que me identificase como fracasada desde el principio. Los profesores apenas reparaban en mí y tampoco se paraban a darme las indicaciones pertinentes para mejorar como a otros de mi compañeros, y estos, enseguida hicieron piña dejándome al margen, sin siquiera darme la opción de conocerme. Eso que sucede en los libros de persona solitaria y misteriosa que atrae a la gente, no acontece en la vida real; ahí todos se apartan cuanto pueden, porque podrías resultar peligrosa.

—Digamos que mis expectativas en el ámbito académico quedaron en sueños idealizados de quien no conocía el mundo —explico.

Niega con la cabeza.

—Has demostrado que estás por encima de ellos. Tal vez no era el sitio adecuado para ti.

Río con escepticismo.

—¿Y cuál lo es, Cian?

Se acerca más a mí y me mira con intensidad.

—A mi lado. ¡Yo jamás te juzgaré!

Sonrío con pesar.

—¿Ah, no? ¿Y qué fue lo que hiciste cuando descubriste que me gustaban las tías?

—Me pillaste con la guardia baja. ¡Joder, nunca mostraste interés por otra mujer hasta ahora! —Se pasa las manos por el pelo—. Y odio saber que es por ella que ya no me miras como antes. ¡Estoy celoso! ¿Vale?

Su confesión me pilla desprevenida. Cian celoso de una mujer. Tiene gracia. La tendría si no fuese por lo enrevesado de la situación.

—Tú tuviste algo que ver en ello, ¿no crees? —Reanudo mi andar, él me imita.

—Sí, de acuerdo, hui como un cobarde. ¿Pero qué tiene ella que no tenga yo?

Alzo una ceja mirándolo significativamente.

—Aparte de lo obvio —bufa.

Lo pienso y mi sonrisa se ensancha hasta casi doler.

—No lo sé. Al principio pensé que estaba como una puta cabra y me desquiciaba su manera de ser. Sin embargo, no sabía cuánto necesitaba de alguien hasta que ella se incrustó en mi vida. —Río al recordar cómo se plantó en casa el primer día—. Me escuchó cuando nadie más lo hizo y quiso quedarse a pesar de que yo no era ni de lejos la mejor compañía.

»A mí también me sorprendió saber que la deseaba de una manera tan íntima. Pero es pensar en ella y me emociono.

Cian me escruta con sus ojos.

—Realmente sientes algo fuerte por ella, ¿eh? —lo dice con dolor y cierta resignación.

—Eso parece.

Enlazo mis manos delante de mi barriga y me desanimo.

—No responde a mis llamadas. Tal vez todo se haya acabado antes de empezar y tampoco es que me sienta preparada para una relación de ese calibre ahora mismo —reflexiono—. Puede que sea mejor así.

—¿Ha pasado algo entre vosotras? Ya me dijiste que no os habíais acostado, pero... —Parece incómodo solo con exponerlo.

—Todo ha sido más bien sexual; ya sabes, caricias, besos, vernos desnudas, explorarnos...

—Vale vale, ¡vale, Vec! ¡Es demasiado! —dice jadeando—. Imaginarte en esas circunstancias me afecta.

Me callo algo avergonzada y viendo por el rabillo del ojo como ha de recolocar su miembro. Entiendo que no le afecta en un aspecto tan negativo como imaginé.

—No puedo evitar pensar que si me hubiese declarado desde el principio, esto no estaría pasando —se fustiga.

Entiendo su pensamiento y hasta yo me hago la misma pregunta. Tal vez seríamos pareja, y aunque hubiese conocido a Calha ni me hubiese sentido atraída por ella, ¿o sí? Puede que fuese incluso peor. ¿Cómo sería mi vida si las cosas se hubiesen dado mejor o como tendrían que haber sido? ¿Y si mi madre no fuese como es y hubiésemos tenido una relación sana? ¿Y si mi padre no hubiese tenido esa enfermedad? ¿Si yo no hubiese sufrido de ansiedad? ¿Conocería a Senén o Calha? ¿Me gusta la idea tan siquiera? Me altera pensar en cualquiera de los hermanos, pero ¿mi vida sería mejor o peor? ¿Se daría el mismo desenlace?

Cambio de tema.

—¿Y qué es de tu vida ahora, Cian?

Tomamos asiento en un banco cercano. Mi amigo se inclina sobre sus rodillas y apoya los codos en ellas, se frota las manos.

—No hay mucho que contar. Estoy compartiendo piso con un chaval que ha empezado este año la carrera de derecho. ¡Te caería bien, es un tío legal!

Nos perdemos en el deambular del tráfico, frente a nosotros.

—¿Dónde estuviste? —pregunto sin mirarle.

Sonríe sin ganas, tampoco me mira.

—Aquí y allá. Me pulí todos los ahorros para la universidad conociendo otras lugares pintorescos del país. Pero caía todas las noches en fiestas que me dejaban más muerto que vivo al día siguiente, y digamos que decidí ir más lejos. —Ahora sí me contempla y me sonríe solo a mí—. He ido a Irlanda, Dinamarca, Italia, Francia... Esta última no me entusiasmó especialmente. ¿Sabes? En cada lugar que descubría algo interesante pensaba «Ojalá Vec estuviese aquí conmigo».

Su declaración me calienta el pecho y sonrío.

—Cuando me cansé de echarte de menos, a pesar de haber puesto países de distancia entre nosotros, decidí volver.

—¿No hubo nadie en todo este tiempo?

No sé por qué pregunto eso. A mí no debería importarme lo que haya hecho. No estábamos juntos y seguimos sin estarlo.

Su mandíbula se tensa y sé la respuesta; la odio cuando la escucho.

—Hubo demasiados cuerpos sin cara y nombres de los que no me acuerdo. Mitad ni lo evoco con claridad, bebía mucho y hasta creo que a veces no solo se trataba de alcohol.

Ahogo una exclamación de horror. ¿Cian drogándose?

—No puedes confiar en cualquiera y no todo el mundo sabe divertirse sin ciertas sustancias. A mí poco me importaba llegado a cierto punto, pero no me gustaba el rumbo que estaba tomando mi vida. Nada tenía sentido y me sentía vacío.

—¿Por qué te fuiste?

Lo suelto con inquina y resentimiento. Ese comportamiento me sigue resultando incomprensible.

Deja escapar lo que se intuye como una risa breve, pero hay más en ese gesto.

—¡Me acojoné! —La intensidad de su mirada me sobrecoge—. No sé cómo recuerdas tú aquella noche, pero para mí fue lo más. Tenerte de esa manera solo para mí, yo... ¡Joder, no podía soportar la idea de que dijeses que había sido un error o que estabas demasiado bebida! ¡Debería haber esperado y no aprovecharme de la situación, pero me fue imposible! Deseaba tanto aquello que fui egoísta.

—¡Deja de hacer eso! —le recrimino.

—¿El qué?

—Tratarme como si yo no tuviese cerebro para decidir. No había bebido tanto; no te paré porque no quise, y a mí también me daba miedo que pudieses pensar así.

—Ya. Pero tú no huiste —Interpreta mi silencio correctamente—. Siempre fuiste la más valiente de los dos.

¿Lo fui? Me extraño. Jamás me he sentido así.

—Enfrentas las cosas aun con miedo. ¡Y qué decir de los varapalos que te ha dado la vida! Los has aceptado estoicamente.

—¿Ah, sí? —espeto sardónica—. ¡Será por eso que voy a terapia!

Me agarra de una mano y la aprieta con fuerza.

—Hay que tenerlos bien puestos para acudir a un psicólogo —me vanagloria—. ¿Fue por mí?

Niego devolviéndole el apretón.

—Tengo ansiedad, y me dan ataques de pánico desde los dieciséis —le confieso.

Se echa para atrás, confuso.

—Nunca me habías dicho nada.

Afirmo con los ojos acuosos y mirando para otro lado.

—Me daba vergüenza —digo con un hilo de voz.

Tira de mí hacia él y me abraza con fuerza. Lloro en silencio sobre su pecho y dejo que me acaricie el pelo mientras me besa en la cabeza.

—¡No lo sabía, Vec, no lo sabía! Debí de darme cuenta. ¡Soy un garrulo!

—No quería perderte... —susurro amortiguada en su camiseta.

Me ciñe más contra sí y casi puedo jurar que siento el dolor que emana de él. Nos queríamos tanto que cada uno, a su manera, le ocultaba cosas al otro para no quebrar algo que era realmente delicado.

—¡Lo siento tanto! —habla a milímetros de mi rostro y lo enmarca con ambas manos.

Me sorbo los mocos y limpio mis lágrimas a los puños de mi jersey. Cian me observa con todo ese mundo interior reflejado en sus bellos ojos y deposita pequeños besos por toda mi cara. Es un acto tierno, que solo busca mi bienestar. Me dejo acurrucar por él e inspiro hondo. ¡Dios, cuánta falta me hacía esto! ¡Cuánta falta me hacía él!

Nos quedamos así un buen rato hasta que me calmo, recostada en su hombro. No decimos nada más, porque la verdad es que no hace falta alguna. Si queda algún secreto entre nosotros, es algo de escasa importancia.

—¿Con quién perdiste la virginidad? —suelto.

Cian se tensa.

—¿En serio, Vec?

Me río bajito.

—Con Loli Ponce —dice entre dientes.

Me giro y lo encaro.

—¡No te creo! ¿Con la "Lolas"?

Esquiva mi inspección, avergonzado. Había dos Lolas en clase, pero solo una tenía un apodo tan ingenioso debido a sus atributos femeninos. Se había desarrollado antes que la mayoría de las chicas de nuestra edad y eso le acarreó sus inconvenientes al principio, aunque después y, por lo que decían las malas lenguas, supo sacarle mucho jugo al asunto. ¡No la culpo! Bueno, hoy no, en su día me daba algo de envidia no tener un pecho como el de ella.

—No sabía que te iban con tanta delantera —declaro.

Cian carraspea más incómodo que antes.

—Digamos que yo la pillé cuando la cosa no se había descontrolado tanto.

Me incorporo con sospecha.

—¿A qué edad, Cian?

Traga antes de responder, como si le costase.

—A los catorce.

No ha entablado contacto visual conmigo en ningún momento desde que he sacado el tema.

—¿Y te lo has callado todo este tiempo? —le recrimino.

—Bueno, no es como te imaginas —se defiende—. Para mí fue humillante en varios aspectos y tardé bastante en repetir con otra.

Espero que entre en detalles con impaciencia.

—¡Oh, vamos! No pretenderás que te cuente cómo fue —se queja.

—Solo las partes humillantes —me río—. ¡Porfa!

—¡Eres el demonio! —refunfuña.

Eso quiere decir que me lo va a contar. ¿Por qué no hemos hecho esto antes? ¡Si se ve muy natural!

—Quiero aclarar que era mi primera vez y bueno ya iba nervioso. Habíamos quedado para... eso, ya me entiendes.

—¿Habías quedado para follar? —Me dedica una mirada significativa—. ¡Perdón! Continúa.

—A ver, ella no estaba mal sin ropa, pero...

—¿Pero?

—¿Te puedes callar, Vec? ¡Así es muy difícil contarte nada!

Me paso los dedos índice y pulgar por los labios para indicarle que no voy a volver a abrir la boca.

—Me costaba mantener la erección.

Aguanto como puedo la risa e intento mostrarme impertérrita y comprensiva, pero un inoportuno tic en la comisura de mi labio me traiciona. Cian sigue con su relato.

—Haciendo mamadas era muy buena. —Vale, esto preferiría no saberlo. ¡Qué ascazo!—. Aunque no bastó para que yo cumpliera.

Mi expresión es una gran interrogante, porque no lo acabo de entender.

—Fui incapaz de correrme —especifica.

¡Oh! ¡Oh, vaya! Mi vena maliciosa está disfrutando con esta historia.

—Ella se sintió tan insultada que se pensó que era gay, y fue difundiendo el rumor por ahí. Por suerte, nadie la creyó. —Me desafía con la mirada—. ¿Contenta?

Sonrío sin cortarme un pelo.

—Sí, bastante.

Achina los ojos y vuelve su vista al frente.

—En las otras ocasiones llegué hasta el final —se enorgullece.

Tuerzo el gesto e intento aparentar desenfado, pero a Cian no se le escapa cuando no me siento cómoda del todo. Me agarra de la mano, agacha la cabeza hacia mí y me confía:

—Pero con ninguna fue como contigo. —Mi pecho se hincha y un cosquilleo me revoluciona—. ¡Contigo sí que disfruté!

Noto cómo mis mejillas arden y evito mirarlo por más tiempo.

—No hace falta que digas eso...

—No lo digo por hacerte sentir mejor. Lo digo porque es la verdad y tú tienes que saberlo.

Acaricia el dorso de mi mano con sus dedos, y ese gesto se vuelve una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. Se va aproximando muy lentamente a mis labios, y yo cierro los ojos, esperándolo.

—¡Vaya! ¡Tú nunca dejas de sorprenderme!

Una voz varonil nos interrumpe, y nos separamos en el acto. Senén está frente a nosotros y nos contempla con desprecio. En quien más enfoca su mueca es en mí.

—¿Se puede saber qué pasa contigo, tío? —lo abronca Cian incorporándose.

Lo retengo por el brazo y encaro al psiquiatra con toda la seguridad que soy capaz de reunir.

—¡Esto no va contigo, niñato! —le dice a mi amigo sin apenas prestarle atención—¡Mi hermana está pasándolo mal y tú aquí como si nada!

—¡Tú no sabes nada de mi vida! —le escupo con rabia.

—¿Ah, no? ¿No estuvo Calha a tu lado cuando nadie más quería estar? ¿Dónde estás tú cuando ella te necesita? ¿Haciendo manitas con este —lo divisa con desdén— mequetrefe?

Ni siquiera mi ira estalla tan rápido como el puño de Cian en la cara de Senén. El golpe es fuerte y el sonido me ha sorprendido. El psiquiatra se tambalea hacia atrás por el impacto y sonríe tocándose la zona herida. Un hilo de sangre le brota de su labio partido. Antes siquiera de que piense en devolvérsela, me interpongo entre ambos y agarro a Cian por los brazos empujándolo hacia atrás.

Estamos en una calle más o menos transitada y ya hemos llamado la atención de algunos viandantes, que nos miran con curiosidad y cautela. ¡Cómo no, hay quien ha sacado su móvil para grabar! ¡Ayudar, nunca! ¡Morbo, siempre!

—¡No vuelvas a faltarle al respeto o te las tendrás que ver conmigo! —alza la voz Cian.

—No te tengo ningún miedo —dice riéndose y palpándose la mandíbula que se le está empezando a hinchar.

—¡Ignóralo! —le pido a mi amigo, asustada.

He de emplear todas mis fuerzas para que no vuelva a pegar a Senén, que se lo merece por cierto, pero no me gustan las peleas. Va retrocediendo a contra gusto, y nos vamos alejando del psiquiatra, que nos mira serio y sin inmutarse.

—¿Ese tío de qué va? —me pregunta enfadado.

Me encojo de hombros, ¡estoy tan afectada como él! Senén me parecía un superávit de cordura hasta la fecha, pero ver asomar su otra faceta, en la que protege a su hermana, me ha resultado cansino y repetitivo. El hábito no hace al monje, y él ha resultado ser como los demás: un ser con defectos que carga contra mí porque cree que puede.

***

Deposito una bolsa de gel fría sobre los nudillos de Cian. Él sisea por el dolor, pero me deja hacer. Estamos en mi casa; en mi bendito salón, sentados en el sofá. El botiquín está abierto en el suelo. La carne se vislumbra por debajo de la piel levantada. Se la he desinfectado y vendado como buenamente he podido. No soy muy ducha en estas lindes. Recojo los frascos y el rollo de vendas, y lo amonesto en silencio.

—¿Qué querías que hiciera, Vec? ¿Que le dejase insultarte? ¡Tú tienes derecho a estar con quien te dé la gana!

—Lo sé. No es eso lo que me preocupa, sino que a ti te hubiese pasado algo por ser tan impulsivo. ¡Estaba aterrada!

Agarra mi mano y me hace levantar del suelo, en el que estaba de rodillas, para sentarme en su regazo.

—¡Perdona! ¡Es que ese tío me ha sacado de mis casillas! —Le paso los brazos alrededor del cuello y me dejo caer contra su cuerpo—. Se ve que tengo bastante competencia.

Me separo de él cuando se ríe.

—¿De qué hablas?

—Vec, ese tío está pillado por ti.

Mi corazón se acelera y aparto la mirada de mi amigo, molesta.

—Se ha comportado como un cretino por su hermana, nada más.

Cian enarca una ceja escéptico.

—¡Se la pones dura! —recalca.

—Bueno, ¡vale ya! —digo enfadada y me levanto de sus piernas.

Mi amigo se ríe y me vuelve a sentar sobre él. Habla sobre mi oído, bajito.

—No eres al único al que se la pones así. —Encaja mi trasero sobre su entrepierna y noto su rigidez a través de la tela del pantalón.

Salto de inmediato y me alejo de él. ¡O sea, que mi experiencia en lo que viene siendo la intimidad de dos personas se reduce a un solo encuentro! Y aunque me encanta aparentar que me la sopla todo, en este tipo de circunstancias me sigo sintiendo como una novata.

Cian se ríe a mandíbula batiente, y yo me noto enrojecer de manera exagerada. No tardo mucho en coger la maleta del botiquín y salir de aquí, avergonzada.

—Me encanta esa faldita que llevas —grita desde el salón.

Para mi mayor mortificación, hoy me apetecía vestir mejor y dejar atrás mis prendas holgadas y sin vida. El clima veraniego me ayudó a decidirme y ser más atrevida. ¿Quién me iba a decir que acabaría con el paquete de Cian entre las piernas?

—¡Vete a la mierda! —voceo en respuesta.

Escucho cómo se sigue riendo todavía y lo maldigo internamente. A estas situaciones con él no me tenía que enfrentar antes, y aun así no me disgustan del todo. ¿Quién me entiende?

Me cuestiono por un momento si volver a llamar a Calha, pero lo descarto enseguida. La llevo llamando y dejándole mensajes desde el viernes por la noche, y no ha querido contactar conmigo. Tampoco sé dónde vive. Siempre nos hemos pasado el tiempo muerto en mi vivienda. ¡Uff! Me gustaría solucionar las cosas con ella, pero si no me da la oportunidad, nada puedo hacer salvo esperar.

El timbre de casa suena y mi corazón da un brinco. ¡Cally!

Salgo como alma que lleva el diablo del baño y abro casi sin aliento.

¿Adivina quién no es? Como siempre.

Ariz Mackintosh está al otro lado con una sonrisa radiante, que ya descifro como complacida con su mera existencia. Hago un mohín de disgusto al verla. Ahora que ya cumplí con mi contrato, no pienso fingir más.

—¡Querida! Espero que no te hayas olvidado de tu paga —dice con petulancia.

La presencia de Cian detrás de mí la hace desviar su atención. Él tiene el ceño fruncido.

—¡Vaya vaya, querida! Al final has conseguido encontrarlo —ríe.

Me aparto de la entrada para que se interne y ser, espero que por última vez, hospitalaria con ella. Ariz no lo duda y entra sin quitarle ojo de encima a mi amigo.

—¿Quieres tomar algo?

—No, querida. Tengo prisa. Solo vengo a dejarte esto —dice entregándome dos talones a mi nombre.

Se me desorbitan los ojos cuando veo la cantidad por la que se ha vendido cada uno de mis cuadros. ¡Aquí hay muchos ceros! O sea, ¿quién es el chiflado que paga tanto por lo que yo he creado?

Cian, aún detrás de mí como una sombra, escruta por encima de mi hombro y silba largamente.

—Ambos compradores quisieron pagarte así —explica la galerista—. Yo ya he hecho mi dotación a tu cuenta como se especificaba en el contrato que firmaste.

Asiento distraída. Ese contrato que firmé, en una de las veces que fui a hablar con ella de la exposición, me llegó a parecer una condena. No me puedo creer que de lo que llegué a renegar, me traiga unos beneficios tan suculentos. ¡Por Dios! Si con esto, más lo que me legó mi padre, tengo para vivir hasta el ecuador de mi vida sin preocuparme más del dinero.

El cosquilleo que emerge en mi interior me llena por completo, casi haciéndome temblar. Tengo ganas de llorar, pero por primera vez es de alegría. No soy capaz de apartar los ojos de los papeles que sujeto entre mis manos, que tiritan. Orgullo. Lo que estoy experimentando ahora mismo es un orgullo enorme por mí misma, y satisfacción. ¡Lo he conseguido! Alguien ha confirmado mis mayores sueños y descartado mis peores temores. Soy una artista, no una farsante. ¡Tengo talento!

Jadeo de incredulidad y me río enfocando mi visión en las personas que están conmigo. Ariz me devuelve la sonrisa, no hay nada desagradable en ella desde que la conozco. Cian también me la devuelve con tanto regocijo como el mío propio.

—¡Te lo mereces, Vec! —Me abraza por los hombros y deja un beso en mi pelo.

Ariz nos contempla con una diversión malsana.

—Jovencito, tenía muchas ganas de saber quién era el modelo del cuadro —menciona—. Nunca un retrato le hizo tanta justicia a una persona. ¡Felicidades, querida! No lo dejes escapar.

La miramos de hito en hito. Sonríe con arrogancia y me tiende la mano. Se la estrecho.

—Espero que volvamos a trabajar juntas, querida. —Se dirige hacia la puerta—. ¡Avísame cuando tengas una nueva obra que mostrar! Ha sido un verdadero placer.

Sin más prolegómenos, se marcha cerrando la puerta tras de sí.

¡Ni loca vuelvo a colaborar con ella! Ha salido todo bien en esta ocasión, pero la presión a la que me sometió no la necesito. Le agradezco la oportunidad, eso por descontado, pero lo que quiero en mi vida es una tranquilidad que me dé seguridad y confianza, y Ariz Mackintosh no representa nada de eso. Es un alivio que nuestra contribución haya llegado rápido a su fin, además de mi admiración por ella. ¡Qué chasco de persona!

—¿Qué vas a hacer con tanto dinero?

—Ni idea, la verdad.

Es más de lo que creo necesitar. Tal vez sea hora de montarme un negocio propio. Es una idea que me lleva rondando desde que expuse en la galería y que no me quito de la cabeza, pero he de darle unas vueltas.

—¿Sigues queriendo hacer una carrera?

Mi amigo asiente.

—¡Toma! —le doy uno de los talones.

Se aleja como si le hubiera pinchado.

—¡No pienso aceptarlo!

—¿Por qué no? Dijiste que te habías gastado todo lo que tenías para la universidad, y yo no lo necesito.

Cierra mi mano con las suyas sobre el cheque.

—No.

Suspiro y ceso con mi insistencias. Si algo es Cian, es obstinado. Dejo ambos papeles en un cajón de la gaveta y vuelvo con mi amigo al sofá. ¡Estoy agotada a nivel mental!

—¿Puedo quedarme? —titubea.

Lo miro.

—Por supuesto.

—¿Cómo en los viejos tiempos? —Se le ilumina el rostro.

Asiento con una sonrisa cansada.

—Como en los viejos tiempos.

Y esa afirmación descongestiona todas las dudas, todo el tiempo que estuvimos separados y las verdades que quedaron relegadas para no estropear lo que teníamos. Ha sido un bache en nuestra amistad, uno que necesitábamos pasar. Ahora, envuelta de nuevo entre sus brazos, sé que no lo perderé. Estoy en paz. Nos hemos perdonado.

***

La luz del móvil sobre mi mesilla y el ruido de la vibración contra la madera de esta me despierta. Es de noche, y los ronquidos de Cian a mi lado son lo único que se escucha. Me espabilo a medias y respondo en cuanto veo el nombre de Calha en la pantalla.

—¿Sí? —digo con ansiedad.

Me incorporo al no obtener respuesta y salgo de la cama descalza, apresurando mi paso por el pasillo para no despertar a mi amigo.

—¿Cally, estás ahí?

—Nec...

Su voz es apagada, grave.

—Cally, ¿estás bien? ¿Por qué no me contestas? —susurro alto.

La oigo emitir una risa desganada.

—Llamaba para despedirme.

¿Qué?

—¿De qué hablas, Calha? ¡No me asustes!

Veo en el reloj de la pared que son las dos de la madrugada, y el tono de mi amiga parece estar tomado por un llanto ya extinguido.

—Voy a volver a mi casa durante una temporada.

—Cally, ¿es por algo que he hecho? Si es por lo que viste la otra noche, puedo explicártelo.

—No, cariño —su voz ronca me muestra que está afónica—, es que necesito tiempo. Alejarme de todo un poco.

—Me gustas, Calha —le digo como una apelación a su ya, tomada, decisión.

—Lo sé. —Silencio—. Pero esto no tiene que ver contigo. Es algo que tengo que hacer.

Intento tragarme las lágrimas y el escozor de impotencia que me sobreviene en la garganta.

—¿Cuándo te vas? Podríamos vernos antes y no sé...

—Estoy en el aeropuerto, a la espera de embarcar. Me marcho en unos diez minutos, Nec.

¿Qué mierdas me está contando? ¿Se va a ir así, sin despedirse?

—¿Dónde está tu casa? —pregunto ya llorando.

Emite una risa breve que simula más un jadeo.

—Vivo en Londres.

Su revelación me cae como un balde de agua fría. El aire se vuelve espeso y mi desesperación se hace palpable; me tiemblan las manos y mi cerebro funciona a plena capacidad para retenerla como sea. ¿Qué le digo? ¿Cuáles son esas palabras mágicas que la harán quedarse?

—¡Adiós, Nec! —Cuelga.

Mis ojos se desorbitan y miro la pantalla del móvil sin asimilar la línea comunicando. Tiritando, pulso de nuevo sobre el dibujo de llamada, pero su terminal está apagado. Me dejo caer al suelo de rodillas. La grabación de la operadora resuena por el salón mientras voy asimilando que ella se ha ido.

Me dejo invadir por el desconsuelo y de pronto siento unos brazos envolviéndome. Cian, junto a mí, me contempla preocupado, mas no dice nada. Solo me abraza y me acuna como a una niña pequeña.

—Shh. ¡Yo estoy aquí! ¡Estoy aquí! —repite para calmarme.

Siento cómo mi corazón se parte irremediablemente. ¡Son demasiadas veces! ¡Demasiadas veces siendo fuerte! ¡Ya no quiero seguir siéndolo! ¡Esto duele! ¡Duele mucho!

Me duele el corazón.


*************************************************************************************

Bueno, bueno. ¡Qué deserción la de nuestra Cally! ¿Alguien se esperaba esto?

La pobre Venec se ha quedado hecha polvo. ¿Qué sucederá a partir de ahora? ¿Alguien más se irá? ¿Empezarán a irle mejor las cosas? ¿O todo empeorará notablemente?

Aish, si es que no le sale nada bien a nuestra protagonista.

Nos vemos en el próximo capítulo, como cada viernes.

Toriiak

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top