Su ayer
Tirada en la cama replanteándome si merece la pena salir o no.
No tengo planes. Ni nadie con quien realizarlos. Estoy en el punto de partida.
El silencio es abrumador, tanto que creo que me he quedado sorda. Hay tanta calma y tranquilidad que me cuesta no identificarla como aburrimiento. Lea me ha vuelto a recomendar la meditación a través de una app, con ejercicios sencillos. La he mirado por encima y hay cosas que, solo por el título de los audios, me parecen una soberana gilipollez. ¿Comerse una fruta conscientemente, en serio? No obstante, y porque estoy desesperada —sí, lo estoy— por tener una vida sin estrés, he comenzado a realizar algún ejercicio de cinco minutos. Se basa en la respiración e inhalar profundo, prestar atención a cómo entra y sale el aire. ¿Una tontería? Pues en parte sí, es innegable que funciona, aunque no para parecer que has alcanzado el Nirvana.
He descubierto que la meditación no se trata de dejar la mete en blanco como cree la opinión popular, sino de dirigir el pensamiento conscientemente hacia el ejercicio que estás haciendo y prestar atención a través de los sentidos. Es cierto que cuando atiendes a eso no hay cabida para nada más. Y el sonido de las olas del mar de fondo ayuda; creo que cuando vaya a la playa estaré en modo zen.
Hago una meditación de unos pocos minutos, desayuno algo ligero y me visto ropa cómoda. Antes de salir, me aseguro de que mis compañeros de piso estén en óptimas condiciones, y me despido.
Llevo un par de días yendo a por pan. Lo he establecido como rutina para salir de casa, aunque sea media hora y no enclaustrarme. La cafetería cercana a la que fui con los hermanos Ónix en distintos días también hace pan, y uno muy rico. Fue de casualidad que me enterase, al ver a una vecina de la zona bajar con él de la cuesta. Reconocí el logotipo del local y fui a averiguar, con la fortuna de que había más personas yendo a lo mismo. La pesquisa remató, entrando y pidiendo una. Nunca consigo acabármela y aguanta a la perfección dos días —cosa rara en el género de hoy—, pero suelo desmenuzarla en el jardín para los pájaros. Verlos aterrizar y llenar mi hogar con su presencia me hace sentir en armonía con lo que me rodea. Ríete tú de las señoras de cierta edad con varios gatos; ¡yo soy la chica de las palomas!
Mi ánimo también se ve reflejado en mi vestimenta. Aunque no he vuelto a los chándales —pero dame tiempo—, sí que he regresado al conjunto simple de vaqueros (ceñidos) y camiseta de algodón (con escote). El clima ya es veraniego, y es que mayo se está acabando y las lluvias poco paran por aquí.
El sol se eleva, todavía no calienta como lo hará en unas horas, pero sus rayos inciden en mi rostro. ¡Atrápame, Vitamina D!
El paseo rutinario me aporta seguridad y distracción. Los árboles adyacentes, llenos de hojas, meciéndose con la brisa, me insuflan ese oxígeno que mis últimos desastres me han robado. Todo marcha y hasta sonrío cuando llego al punto en que conocí a Senén. Me detengo observando el lugar con un cariño singular.
Yo ahí acuclillada, presa del pánico, con el mundo cerniéndose sobre mí. No es que ahora esté a años luz de una situación parecida, pero la perspectiva es otra, más amable con lo sucedido.
—¿Recordando viejos tiempos?
Me giro y veo al psiquiatra a mi lado con su ropa de deporte. Su sonrisa es amplia y su emoción apenas contenida, pero me alegro de verlo.
—No hace tanto que pasó —aludo a aquel momento.
—No —asiente haciendo una mueca con la boca—, es verdad. Pero ¿te sientes igual?
Sonrío con cierta tristeza.
—Podría volver a estar igual —digo muy a mi pesar, porque es cierto. A lo mejor el día de mañana me vuelvo a ver envuelta en ese estado.
—No lo creo.
Lo encaro ante su rotundidad.
—¿Ah, no? —lo reto.
—Hay cambios, bella Venec. —Se aproxima—. He sido testigo de ellos.
Noto cómo se colorean mis mejillas al evocarnos juntos la otra noche. Desvío la mirada y doy un paso atrás.
—No me siento tan distinta a ese día —confieso a media voz.
—No se trata de ser distinta, se trata de comprenderte.
Inclino mi cabeza a un lado observándolo con duda.
—¿Estás jugando al psiquiatra y a la paciente?
—No —sonríe arrebatadoramente—, pero si te pone, lo haré.
Me gusta su descaro, me ilusiona; no obstante, hay algo que me frena y que no estaba ahí la noche que me entregué a él.
—No hemos hablado desde el otro día. ¿Cómo estás?
Voy a responderle, cuando el llanto me sobrecoge y emana por mis lacrimales de manera desenfrenada. ¿Qué me sucede? ¿Por qué no puedo controlar esta turbación? ¿Qué le ocurre a mi cuerpo?
Senén me abraza sin pedir permiso y me cubre con su fornido cuerpo. No es un acto desubicado, sino gentil, protector, como lo es él.
Intento inútilmente detener esto que me acontece, pero es como si no tuviera la manera de remediarlo.
—Déjalo fluir —me susurra al oído—. Que salga todo.
No entiendo de qué me habla ni creo que esté en condiciones de comprender nada. Me apoyo en su pecho y oculto mi cara en su camiseta húmeda. Huele a jabón y a una loción muy potente que distrae mis sentidos. Es agradable su refugio y solo obedezco su petición. Lloro, lloro e hipeo sobre el calor que emana de su cuerpo.
Me voy quedando fría a medida que mi plañido se reduce y la tiritera me invade. La temperatura del exterior es cálida, al igual que su compañía, mas mi cuerpo está en disonancia térmica con el entorno.
Nos quedamos así lo que me parece mucho tiempo. Alguna gente que pasa se nos queda viendo un segundo antes de seguir a lo suyo, pero no me importa. Seguro que imaginarán lo que no es. Que somos una pareja, tal vez que ha discutido, o que se está demostrando lo mucho que se quiere.
Su mano en mi espalda acariciándome como aquella vez me hace sonreír muy brevemente. Deshago su envoltura apenas y me inspecciona. Me froto los brazos en busca de calor.
—Ha sido por él —acusa.
Está serio, tanto que impone.
—Se ha enterado de que tú y yo nos hemos acostado —suelto sin meditarlo.
Se carcajea carente de ánimo, desviando su atención a un punto distante.
—Ha pagado su frustración contigo como el niñato que es —murmura—. No le dejes que te haga esto.
—Fue culpa mía. Sabía de sus sentimientos hacia mí y no los consideré cuando tú y yo... Y tampoco se lo dije, debería haberlo hecho y que no se enterase como se enteró.
Su mirada incide en mí con intensidad.
—¿Qué quieres decir? —Puedo palpar su sospecha.
—Vio tus mensajes en mi teléfono —hipeo con las lágrimas reapareciendo.
—¿Ha mirado tu móvil sin consentimiento?
—No... Bueno, sí, pero yo estaba durmiendo, y él creyó que sería urgente...
—¿Por qué lo justificas?
—Yo no... —Lo estoy haciendo, ¿verdad?
—Desconozco la clase de relación que tenéis, pero no es quien para inmiscuirse en tu privacidad sin tu consentimiento. ¿Eres consciente de esto? —Me sostiene por los brazos para darle más énfasis a sus palabras—. No permitas que te manipule.
—¡Él no hace eso! —lo defiendo—. Puede que no actuara correctamente, pero jamás me utilizaría. ¡No lo conoces!
—Yo diría que sí. ¿A que ha dejado de hablarte? Si usa su silencio para castigarte, eso es manipulación aunque tú no lo quieras ver.
Niego con tozudez. ¡No! Él no me puede estar haciendo eso. Él no es así. Cian no me mortificaría de esa forma.
—Está herido —susurro.
—¿Y tú cómo estás ahora? —eleva la voz—. ¿Acaso crees que esa manifestación de llorera incontrolada es normal?
—¡Tienes el tacto en el culo! —expreso humillada.
—Las buenas palabras no parecen tener ningún efecto en ti. —Me aparto dispuesta a irme y seguir mi camino, pero me retiene del brazo—. No puedes ir caminando por tu vida, angustiada, por si tu felicidad hace desgraciados a otros. Porque en cuanto esas mismas personas por las que hoy tienes tanta consideración, tengan la oportunidad de obtener lo que a ti te cuesta tanto alcanzar, no mirarán atrás ni se preocuparán por si sales herida en el proceso, porque su bienestar es lo primero.
»El tiempo pasa y las oportunidades escasean. Eres joven hoy, pero si sigues practicando esa deferencia por lo demás antes que por ti, te encontrarás con una vida desperdiciada cuando peines canas.
El corazón se me encoge por su verdad tan absoluta.
—¿Te arrepientes de lo que pasó entre nosotros? —La inseguridad se trasluce en su frase.
—No. No he encontrado nada de lo que arrepentirme. Quise que pasara.
Su sonrisa se ensancha hasta hacerme temblar las piernas, y sus ojos brillan tanto que parecen gemas.
—Pero para ti no fue como para mí —objeta, limitando su ilusión.
Quiero suavizar el golpe sin mentirle.
—No. —Mi suavidad es digna de un erizo.
—Mortificantemente clara —ríe.
—O sea, yo...
—No, está bien. —Abanea una mano—. Puedo encajar el golpe.
—Mi cuerpo reacciona ante ti, sin embargo... —intento excusarme.
—No concuerda con lo que desea tu interior —concluye.
Nos quedamos callados. Senén barruntando algo, y yo busco palabras a lo que me sucede, sin éxito.
—Te acompaño a casa —dice por fin.
—Iba a por pan —aclaro.
—¿Entonces un café?
Le sonrío con ganas.
—O dos —rebato.
Subimos la cuesta. Yo satisfecha con lo que me ofrece este día: su compañía.
***
—A ver, déjame pensar... —musito.
Se nos ha hecho tarde, y Senén ha insistido en que nos fuéramos a comer los dos por ahí como un par de amigos cualesquiera. Me gustó mucho la idea, y ¡aquí estamos!, en un restaurante mexicano a punto de saber qué salsa hará que mis papilas gustativas mueran en servicio. La espera por nuestras comandas ha derivado en hacernos preguntas personales para conocernos mejor.
—Ya sé. ¿Por qué eres psiquiatra?
Se ríe con esa sonrisa arrebatadora que habrá logrado sacar más de un suspiro, pero que a mí solo me agrada. Su suéter blanco acabado en pico y sus pantalones vaqueros rotos, le hacen aparentar más desenfadado que de costumbre. Fue a su casa a pegarse una ducha y cambiarse después de nuestro café. Yo aproveché para tomar una chaqueta de mi vivienda mientras tanto, aún no he conseguido templarme.
—¿Eso es lo que quieres saber de mí? ¿Tanto te perturba que lo sea?
—Es algo que me molesta desde que nos conocemos —admito.
—¿En serio? —dice riéndose y apoyando los codos en la mesa.
—Sí. ¡No te rías! Pero siento que cada cosa que diga la vas a psicoanalizar.
Obvia mi petición, porque se parte de risa. Los comensales de las mesas colindantes lo miran. Me recuesto en mi silla cruzándome de brazos y poniendo morros.
—Vale vale. —Se limpia una lágrima del rabillo del ojo—. Puede que lo hiciera en alguna ocasión.
—¡Ah! —exclamo por semejante aclaración. ¡Lo sabía!
—Es inevitable, bella Venec. Uno no puede dejar de ser lo que es. Pero respondiendo a tu pregunta, lo decidí a los siete años.
—¿Tan joven?
—Sí. Mi tío... —Se aparta para que el camarero deposite su plato—. ¡Gracias!
Esperamos a que disponga todo sobre la mesa y en cuanto se marcha, retoma el relato.
—Como te iba diciendo, mi tío, el hermano de mi padre, era un hombre dicharachero, divertido, espléndido... De esas personas con las que te alegras de haber coincidido en la vida. A todo lo dotaba de un nuevo significado, y para un niño de esa edad como lo era yo entonces, ver el mundo como una aventura por explorar resultaba emocionante. —Su rictus se vuelve severo—. Padecía esquizofrenia. Se la diagnosticaron demasiado tarde y bueno, él... No tuvo un buen final.
Trago con dificultad la saliva.
—Siempre lo había sido, pero no se le desarrolló hasta que fue un adulto. Empezó a oír voces y estar desconectado de la realidad. —Tiene la mirada perdida evocando los sucesos—. Mi padre lo llevó a un centro especializado y los facultativos que lo examinaron, determinaron que se trataba de esquizofrenia indiferenciada.
»Lo trataron, y vigilaron su evolución durante un mes, dentro del recinto. —Me mira con tristeza—. Recuerdo que me enfadé muchísimo con mi padre porque no me dejó ir a visitarlo. ¿Cómo le explicas a un niño que un lugar así causa demasiada impresión hasta para los adultos?
Su sonrisa estática me indica lo doloroso de esos momentos.
—Se recuperó, o bueno, eso nos pareció a todos, incluidos los médicos. Le tuvieron que ajustar la medicación unas cuantas veces. No obstante, al cumplir los cuarenta, mi tío no soportó más su enfermedad y se suicidó. —Ríe con amargura—. Cinco años pasaron desde su diagnóstico a su deceso.
Muda. Así es como me quedo. Para una sola vez que muestro interés por su vida y ¡cómo me sale la cosa! ¡Es horrible!
—Lo hago por él. Ser psiquiatra es mi manera de rescatar a todos aquellos que se sienten tan perdidos como lo estuvo él. Al menos, lo intento. No siempre sale bien. El cerebro es un órgano complejo y con muchas incógnitas por resolver en el campo de la neurociencia. Yo siempre intento estar al día de todos los avances que salen; me leo tantos artículos como mi tiempo libre me lo permite y también hago mis propias investigaciones. —Observa su comida—. Nunca volvió a ser el hombre que recuerdo de mi niñez. Nunca volvió a ver el mundo con esperanza e ilusión.
—Lo siento mucho, Senén.
Limpia una lágrima que se ha deslizado por mi cara, con el pulgar.
—No era mi intención ponerte triste, bella Venec.
—Soy una embalse con poca capacidad —bromeo—. ¿Cómo se llamaba tu tío?
—Roger.
No me quiero ni imaginar por lo que tuvo que pasar el pobre Roger, luchando día tras día con semejante enfermedad. Ni lo que tuvo que ser para el pequeño Senén afrontar la marcha irrevocable de una persona a la que admiraba tanto. Seguro que si su tío lo puede ver desde alguna parte, estará muy orgulloso del hombre que es.
—Me toca a mí —dice introduciendo un bocado de la comida.
Me choca su predisposición a seguir conociéndonos como si no hubiese ahondado en sus demonios del pasado. Me repongo lo mejor que puedo, hincándole el diente a estos camarones a la diabla.
—¡Joder! —maldigo en cuanto empieza a arderme la boca. Ahora entiendo por qué se reía el hombre que nos atendió cuando los pedí.
—¿Pican? —se burla Senén.
Me abanico con la mano y se me salen las lágrimas. Bebo el agua con hielo, pero no mitiga nada, de hecho, parece que cada punto queme más.
—¡Bébase la sopa o tome el arroz, señorita! —ríe el mozo que nos ha servido, al verme la cara.
Le hago caso y, ni yo me lo creo, el escozor se va mitigando.
—¡Esto se avisa! —le recrimino al hombre que no ha parado de reírse de mi desgracia.
—Parecía tan segura de lo que quería que supuse que no sería su primera vez.
Siento los labios hinchados y la lengua como si la hubiese escaldado.
—¿Estás bien? —pregunta Senén al borde de la risotada.
—¡Sí, genial! No creo que mis papilas funcionen en lo que queda de año.
Contemplo ufana mi comida y me niego a dar esta batalla por perdida. Ni corta ni perezosa, me meto otro pedazo de los endiablados estos y descubro que, aunque pican, lo soporto mejor.
—¿Por qué los sigues comiendo? —interpela Senén.
—Tengo hambre y a esto se acostumbra una, ¿no?
—Sí, pero con tiempo, no en un día.
—No tengo tanta paciencia.
—Empiezo a entender tu problema.
—¿Qué problema? —inquiero con la boca llena de arroz.
Se ríe y sigue probando su comida sin inmutarse.
—¿Tu comida no pica?
—Apenas.
—¿No habíamos venido aquí a probar comida picante? —Frunzo el ceño.
—Sí, pero me gusta sentir la lengua.
—¿Qué sentido tiene haber venido pues?
—No desestimes lo cómico que ha sido ver cómo te ponías roja por el chile.
—¡Eres el diablo! —me ofusco lanzándole una guindilla.
No finalizo ni de broma los camarones, pero la sopa y el arroz me lo acabo. Espero que mi estómago sea más resistente que mi lengua, pronto lo sabré.
—¿Postre? —encuesta el mozo.
Senén espera mi respuesta.
—¿Pica también?
Ambos se echan a reír.
—Los hay con cierto sazón, pero no le harán arder la boca como el plato que ha probado.
—¡Venga, hemos venido a probar vuestra gastronomía! —accedo.
—¡Así se habla, mija!
El psiquiatra es más reacio.
—¿No estallaré en llamas? —pregunta al señor.
Nos reímos, y el camarero niega.
—El menos picante que haya —suplica abriendo los ojos.
—La muchacha es más valiente que usted.
—Lo es —afirma Senén mirándome.
No lo soy, pero me gusta que lo piense.
***
¿Dónde puñetas irá esta maldita pieza? ¡Si son todas iguales, y con el mismo tono de azul! Diez mil piezas de puzle, pero ¿a quién se le ocurre? ¡Encima en 3D! A ver, que es original, pero son demasiados pedazos. Senén se parte de mi cabreo.
—Se supone que lo tienes que disfrutar.
—Ña ñañaña, ñi ñaña ñoñu —repito como una cría.
—¿Ese se supone que soy yo?
—Tu versión pedante —replico encajando un fragmento—. ¡No sé cómo te puede gustar hacer puzles!
Se encoje de hombros.
—Me relaja.
¡A mí me estresa! Temo que en cualquier momento toda esta precaria torre, de lo que en teoría es un delfín saliendo del agua, se desmorone. Me tiemblan las manos cada vez que inserto una pieza.
¿Que qué hacemos montando un rompecabezas? Pues aquí el psiquiatra tiene el día libre y me ha propuesto que pase lo que queda con él. No vi objeción a su petición puesto que no tengo vida social y ya hemos comido, así que parecía lo más lógico, y puede que cómodo. Estamos en su vivienda; ni qué decir tiene que me sonrojo cada vez que miro a los ventanales. También es verdad que la perspectiva es distinta y puedo apreciar el gusto de Senén. Muy elegante, organizado y un tanto añejo, las cosas como son, pero ha hecho algo que yo todavía no, que es convertir su morada en un hogar propio.
—Cuéntame algo más de ti —me pide.
Hemos estado así desde el postre. En cuanto el silencio hace acto de presencia, lo irrumpe de esta forma.
—Mmm —Voy a colocar otra pieza, pero enseguida me percato de que no es la correcta—. ¿Me queda algo por contar aún?
Se ríe.
—Claro que sí, un montón de cosas.
—No se me ocurre nada.
Sigo buscando entre el galimatías que hay por la mesa de cristal.
—¿Tienes algo en mente? —pregunto para no tener que exprimirme lo sesos.
Sonríe y lo observo. Quiere saber algo en exceso privado; empiezo a desentrañar sus expresiones.
—¿Con quién fue tu primera vez?
Olvido mi cometido con el ser marino y me sofoco. Ni lo miro de refilón, porque la vergüenza me atañe. ¿Debería decirlo? No hay nada de malo; no obstante...
—Con Cian.
Entrecierra los ojos.
—¿Tu amigo?
—Sí, el que te dio un puñetazo.
—¿Por qué?
Me descoloca su curiosidad o más bien que yo no sepa qué contestar.
—Pues... Esto... Él y yo habíamos bebido...
—¿Te acostaste con alguien por ir bebida?
—¿Qué? ¡No! —Aunque empiezo a ver un patrón peligroso en mis líos de cama—. Nos gustábamos y supongo que fue inevitable.
Se pueden freír huevos en mi cara, ¡estoy segura! Me recrimino el darle explicaciones a Senén. O sea me acosté con Cian porque quise y punto, como hice con él. ¿Por qué he de entrar en detalles? Tengo que mejorar lo de los límites.
—¿Te sigue gustando? —Salto por su pregunta.
—Lo quiero mucho...
—¿Por qué? No lo entiendo.
Su tono me molesta. No ha parado de juzgar a mi amigo desde el minuto uno, y lo cierto es que Cian ni le habría hecho nada si hubiese tenido buenos modales.
—¿Por qué lo odias? —Quiero saber.
—No lo odio. —Casi me lo creo, casi—. Pero es que como lo miras a él, no miras a nadie más.
»Si tú me mirases así...
Mi pecho brinca ante la fijación de su mirada en mis ojos.
—¿Cómo lo miro?
Niega con la cabeza riendo.
—Sigamos con esto; puede que estar callados nos venga bien.
Él continúa con su pasatiempo favorito, pero yo me rayo la cabeza pensando en lo que ha querido decir. ¿Hay algo que se me ha escapado? De inmediato, se me ocurre una cosa que estuve barruntando en su momento.
—¿Por qué te gusto? —Mi curiosidad por poco no le hace tirar con todo el trabajo que hicimos hasta ahora—. O te gustaba —me corrijo.
—Me sigues gustando —aclara y aparto la mirada de él—. Al principio fue por algo tan básico como lo bonita que eres. Tienes una belleza natural que muy pocas mujeres poseen. Y no he podido olvidarte desde entonces.
»Estuve planeando maneras de conocerte sin que creyeras que era un perturbado. —Ríe—. En todos esos escenarios tú te ibas y yo quedaba como un idiota.
Me río abrazada a mis rodillas.
—¡Por Dios, estuve cerca de una semana diseñando conversaciones o encontronazos casuales! —Mitiga su alegría—. En ninguno sufrías un ataque de pánico, ni yo te rescataba. Algo dentro de mí se rompió ese día cuando fui testigo de que, hasta lo seres más hermosos, sufren con la misma crueldad que el resto.
»Todavía sigo sin saber qué te llevó a ese estado y mi ser de profesión quiere investigarlo, pero la parte de mí que está flechada no quiere ser tu médico, quiere ser todo lo que le permitas y no alguien que deba mantener las distancias.
»Lo que me gusta es tu timidez, tu impulsividad, tu valentía...
—No soy valiente —lo corrijo.
—Claro que sí.
—¡Que no! Si lo fuera podría decir lo que pienso y establecer los límites que mi psicóloga me ha aconsejado.
—Sigues siendo valiente a pesar de eso.
Meneo la cabeza. No lo creo. Sé que no lo soy porque dejé de hacer muchas cosas y retomarlas me está costando. El miedo toma las riendas de mi vida en cuanto la inseguridad llama a la puerta. ¿Cómo va a ser eso valentía? Senén ve lo que quiere ver. En el fondo es como el resto de seres humanos. Puedes saber mucha teoría, conocer la práctica, pero todo se va al garete si eres tú el afectado. Hacemos que las normas sean distintas y que su validez carezca de tal, porque nos obcecamos en creer que con nosotros no es igual.
—Voy a por algo de beber, ¿quieres algo?
Niego y cojo mi móvil en cuanto un mensaje de WhatsApp entra.
No soporto pensar que otro tío te haya tocado como solo yo quería hacerlo.
Aprieto los dientes.
Tú mismo has dicho que ha habido otras después de mí.
¿Por qué para ti es válido ese comportamiento y para mí no?
Leo escribiendo en el chat.
Quería ser el único.
Respiro hondo, en proceso de buscar una calma que se me escurre. ¡O sea, él se zumba a todo lo que tiene pulso y yo me acuesto con otro porque quiero —y porque no tengo ningún compromiso con nadie— y me malogro! ¿Es eso así? ¿La sociedad sigue viendo esto así? ¿Lo aceptan sin más?
¿Qué pasa si yo hubiese querido lo mismo hacia ti?
Ni siquiera me has dado la opción.
Lo he tenido que aceptar sin más.
Está en línea, pero no hay indicios de respuesta; el doble tic azul confirma que me ha leído. Se desconecta dejando su última hora. ¡Cobarde!
Senén aparece a mi lado y me escruta.
—¿Todo bien?
—Sí —digo con la mandíbula tensa—. Bueno, no. ¿Qué pasaría si me quisiera acostar cada día con un tío diferente?
Abre los ojos con sorpresa y gesticula sin pronunciar palabra.
—¿Quieres hacerlo?
—No... Tal vez. ¡Yo qué sé! ¿Sería menos válida por ello?
—La valía de una persona no se cuenta por sus escarceos amorosos. No es eso lo que lleva a dos personas a disfrutar de la compañía mutua. —Se sienta en el suelo como antes—. Tengo un par de amigos que cada vez que los llamo están con alguien distinto; sin embargo, es en los primeros que pienso para desconectar de mi día a día y divertirme. Y no tengo la más mínima intención de acabar con ninguno en la cama, que quede claro.
»Lo que trato de decirte, bella Venec, es que si te quieres acostar con media ciudad, eso no va a cambiar quien eres, pero es posible que haya gente frustrada con su propia existencia que te juzgue, porque así se sienta mejor con su insignificancia.
»La pregunta es: ¿A ti en qué te afecta su opinión?
—No me gusta que me critiquen.
—A nadie nos gusta. Pero no puedes controlar las opiniones de los demás, porque hacerlo te llevará a modificar tu conducta y por tanto, te alejarás de quien realmente eres. Ya hay mucha gente así. —Da un sorbo a su bebida—. ¡Te sorprendería a la cantidad de ella que atiendo por esto!
—¿No te cansa escuchar los problemas de los demás?
—A veces es abrumador, pero me permite tomar perspectiva. Los profesionales de salud mental también tenemos una red de apoyo.
—¿Una red de apoyo?
—Claro. No es tan raro que vayamos a psicólogos o a otros psiquiatras para mantenernos... cuerdos.
—¿No se supone que ya sabéis cómo debéis solucionar vuestros dilemas o el agobio del día a día?
Ríe.
—No creo que veas a ningún cirujano operándose a sí mismo, ni a ningún doctor recetándose su propia medicación.
»Todos necesitamos ayuda. Lo difícil no es pedirla, a veces es aceptarla.
Es una manera increíble de replantearse la vida. Percibo que tengo mucho prejuicios establecidos del entorno que me rodea; Senén acaba de zarandearlos.
—A mí no me enseñaron eso. De hecho si podía hacerlo todo sola para que después nadie me recriminara el haberlo necesitado, mejor.
—¿Y qué tal te va con eso?
—Un día tuve que claudicar.
Asiente con la mirada perdida en el suelo.
—Suele ser el primer paso a una nueva vida más sana.
—Puede ser, pero yo sentí que me rendí a seguir luchando.
Me sostiene la mirada.
—Ahora luchas con conocimiento sobre la causa. Es muy distinto.
Centramos la atención en las diminutas piezas. Este delfín no avanza, apenas llevamos la cola y ni Senén ni yo somos capaces de colocar más. Tanteo la posibilidad de preguntarle por su hermana, pero no me atrevo. Si ella quisiese saber de mí o que yo supiera de ella, se habría manifestado. Me pregunto quién habrá comprado su cuadro. Agradezco no tenerlo conmigo, odiaría todo lo que esa pintura removería en mí.
La tarde avanza perezosamente hasta que el sonido, como de piedras en las ventanas, nos hace virar nuestra atención. El cielo está encapotado en un manto blanco que descarga con fuerza sus bolas heladas. ¿Está granizando?
—¡Vaya, vaya! ¡La que está cayendo! —comenta Senén ya de pie junto al cristal.
Me acerco a observar yo también. El caos se ha desatado. La capa de diluvio es tan densa que apenas se puede distinguir algo. Los vehículos parecen frenar su avance y las diminutas personas corren a parapetarse en los soportales o locales próximos. Unas cuantas bolas de tamaño considerable chocan con fuerza contra la cristalera; me alejo. El ruido es ensordecedor e inquietante.
Resulta un cuarto de hora intenso antes de que empiece a amainar.
Los destrozos se pueden contemplar desde esta altura. Hay arboles caídos cortando la carretera, ramas, alguna señal inclinada, cristales rotos, coches afectados en la chapa, tejados agujereados y ya no digamos las riadas que se han formado en algunas pendientes, y que han arrastrado tierra hasta las alcantarillas atascándolas e inundando vías. Las sirenas no se hacen de rogar; varias patrullas de bomberos se reparten, varias ambulancias transitan en contra de la prudencia y las patrullas policiales se dispersan para recomponer la rutina perdida.
La panorámica de la ciudad es abrumadora. No me alcanza la vista para atender todas las emergencias que hay. ¡Nunca había visto algo así! La ciudad de Lancara está desbordada. Los muros medievales que bordean la zona antigua y céntrica de lo que hoy es el núcleo urbano parecen afectados de alguna manera, también es la más elevada. Hay tantas dotaciones distintas atendiendo incidencias que cualquiera diría que ha sucedido una catástrofe.
El teléfono móvil de Senén suena, y este contesta al segundo tono sin apartar la vista de la ciudad.
—Dime. —Presta atención a las palabras de su interlocutor—. Lo entiendo. Claro. Estaré allí en diez minutos.
Cuelga y se apresura a por su chaqueta en un perchero de pie. Sigo sus pasos por inercia.
—Tengo que irme. Este temporal ha ocasionado más sucesos de los esperados. Tú espera aquí hasta que vuelva.
—¡Qué! No, yo me marcho a casa. ¡No pinto nada aquí!
—¿Tú has visto la que se ha montado ahí fuera? ¿En serio te crees que es seguro ir por las calles ahora mismo?
—Lo peor ya ha pasado —objeto.
—No seas terca, bella Venec. Lo peor aún está por venir —La luz se va como queriendo darle la razón—. Habrá quien aproveche esta situación para crear disturbios.
»El generador empezará a funcionar en breve. ¡Quédate, por favor!
—Pero yo...
—No podré hacer mi trabajo si estoy pensando en ti y en tu seguridad. —Respiro hondo y acepto a regañadientes—. Estás en tu casa. Dispón de ella como mejor gustes.
Como pronosticó, las luces se vuelven a encender. Llama el ascensor y en cuanto se abren la puertas se gira y me besa en la frente.
—Llegaré tarde, lo más seguro. Si necesitas algo, llámame.
Las puertas se cierran, y yo me quedo en su lujosa casa como un gato enjaulado. Mi pensamiento vuela hasta mi casa, la que espero que esté entera y sin ningún destrozo significativo. Pinchitos y Estrella están instalados en la parte más frágil y bonita de la vivienda, solo confío que la vidriera que los debería proteger no haya cedido a las inclemencias del tiempo.
Holaaaaa.
En este capítulo Senén se ha dado a conocer un poco.
¿Qué os está pareciendo la actitud de Cian?
Por primera vez hago mención a la ciudad en la que viven. Quiero aclarar que no existe y que es totalmente ficticia, me gusta crear escenarios. Existe una en el municipio de Lugo llamada Láncara, pero no tienen nada que ver.
Os leo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top