Por ti, no por mí
Senén y yo nos separamos de inmediato. La escena es surrealista. El psiquiatra tiene una máscara horrorizada en el rostro; yo no sé qué cara tengo ahora, pero por cómo se me ha borrado la sonrisa diría que es mínimo de incomodidad.
Un par de lágrimas brotan de los ojos de Calha. Ya es la tercera vez que la veo llorar, la segunda por algo que yo hago. Sonríe borrándose la tristeza de la cara con la yema de los dedos.
—Vosotros... Vosotros dos... ¿Estáis saliendo y no me dijisteis nada? —solloza.
Nos miramos de soslayo, porque la realidad siempre es más complicada, al menos la mía. En ningún instante hemos fijado las pautas de nuestra relación, que hasta ahora era de amistad. ¿Lo sigue siendo? Todavía hay una cita pendiente que no ha encontrado su hueco. Pero lo que acaba de pasar aquí no es posible de ignorar, ¿verdad? Yo creo tener claro por fin lo que siento y, aunque parece que no hallo el momento adecuado, merece la pena el riesgo. ¿O no?
—No es lo que piensas, Calha —se apresura a decir el psiquiatra.
¿No lo es?, pienso desconcertada, mirándolo.
A Cally le tiembla el labio inferior y se lo muerde con fuerza para contener el llanto.
—Ha sido el calor del momento.
La desolación me invade.
—Tú nunca actúas por impulsos, Ny —lo acusa ella.
—Esta vez sí. Solo ha sido un lapsus, nada más.
—¿Qué? —susurro demasiado bajo para que alguien me oiga.
La humillación derrumba mis ganas de crear oportunidades, generar ocasiones, o simplemente volver a querer exponerme a alguien más. El ardor de mi pecho es muy distinto al de antes, este me consume en la desgracia más ruin. La garganta se me constriñe, hasta ser difícil articular cualquier palabra de defensa o ataque. Nada. Mi voz ha desaparecido igual que si no la tuviera nunca. Concuerda hasta con como me siento ahora. Mis sentimientos han sido pulverizados con una sola palabra: error. Tanto tiempo buscando expresarme, encontrar y entender lo que experimento, se ha traducido en una equivocación de proporciones épicas por mi parte. He descuidado mi protección y han arremetido con la desconsideración necesaria para que ya no crea en nadie.
Veo la desesperación de Senén suplicando a su hermana que lo crea. La necesidad de ella de aferrarse a la mentira. Y entiendo que me importa muy poco lo que ellos puedan estar padeciendo, porque yo sigo aquí, entera y escombrada por dentro, apartada como siempre a los hechos que también me atañen.
Me estabilizo con una mano en el borde de la mesa y otra sobre el centro de mi pecho. La presión en él es punzante y la risa que emana de mí inarmónica. Mi gesto los hace reparar en que yo también existo y no soy parte del paisaje. Senén pretende acercarse a mí, espantado.
—Bella Venec... —dice con gravedad.
Elevo la mano que no me sostiene y la agito para que detenga sus pasos.
—Ni se te ocurra —balbuceo.
Necesito salir de aquí como sea. No soporto esta burla del destino.
Paso por al lado de Calha creyendo que en cualquier momento caeré redonda al suelo, porque esto no me puede estar pasando a mí. Pretende sostenerme cuando trastabillo con una de las sillas, pero me aparto de malas maneras.
—Idos de mi casa, los dos.
Apenas reparo en todos los trabajadores que salen y entran de las habitaciones, voy derecha a la mía y me encierro en ella. Acabo en el suelo de rodillas, llorando y aferrándome al pecho. ¿Cuántas veces te pueden partir el corazón?
Cian me encuentra en postura fetal en el suelo, con las lágrimas cayendo por el rabillo de mis ojos. Se apresura asustado y me endereza.
—Vec, ¿qué te sucede?
No respondo, solo me escondo en su cálido abrazo, queriendo que me cubra de la maldad del mundo. ¡Me siento tan utilizada!
Unos golpes ligeros en la puerta nos interrumpen.
—Chicos, estos hombres ya han acabado, creo que quieren irse —dice Mayra con suavidad, sin atreverse a entrar.
Asiento separándome de mi amigo y voy a por mi cartera, sobre el sinfonier. Me limpio como puedo las lágrimas sabiendo que no podré ocultar los ojos rojos. Salgo al pasillo y atiendo con más o menos acierto al encargado de este grupo de trabajadores. Me tiende la factura y le explico cómo quiero costear su labor. No tarda mucho en regresar con un aparato, por el que acerco mi tarjeta hasta verificar el pago. Me entrega un resguardo y se despide con cordialidad. Le doy las gracias sin energía mientras cierra la puerta. Ni siquiera sé cómo han quedado las habitaciones. Ahora mismo hasta me da igual, pero las caras angustiadas de mis compañeros, me oprimen. No voy a dar más pena a nadie. ¡Me niego en redondo!
Fuerzo una sonrisa y voy hasta el primer cuarto, el de mi informática. ¡Igual que en mi imaginación! Solo faltan las piezas de cama, que tendré que comprar mañana o pasado en los grandes almacenes, porque poseo las justas.
—¡Instálate! —le digo de una manera un tanto autoritaria—. Voy a por unas sábanas y unas mantas, y te las traigo.
No se me escapa el intercambio preocupado de miradas entre Cian y ella, pero lo desecho. Doy unos pocos pasos y me adentro en la que será la de mi amigo. Un repaso rápido me basta para saber que ha quedado perfecta, solo faltan las frazadas.
—¡Ey, para, para! —me pide Cian reteniendo mi brazo antes de que salga—. ¡Dime por qué estabas así!
Me pierdo en su mirada sabiendo que mi lugar seguro es él. Su seriedad y preocupación me hacen ser cautelosa. Percibo que mi entorno permanece en un equilibrio precario que puedo desestabilizar soltando la palabra inadecuada. Mis problemas son míos, no voy a arrastrar a nadie conmigo. Solo preciso tiempo para superarlo. Solo eso.
—¿Puedes dormir conmigo esta noche? Por favor.
Esa conexión de la que siempre hicimos gala se restaura casi como si no hubiese estado hibernando, e intuye que lo único que preciso es su compañía. Sin juicios, consejos o charlas motivadoras. Solo su presencia evitando que me desangre de tristeza.
—¡Claro! Lo que necesites —susurra sobre mi cabeza cuando me vuelve a abrazar.
No ceno ni él tampoco. Nos tumbamos en la nueva cama, directamente en el colchón. Cian me cubre con su cuerpo mientras la oscuridad se traga el maldito día. Su respiración constante marca nuestro propio tiempo, en el que las horas son minutos y en el que la pena da paso al sosiego. No hay palabras huecas ni esfuerzo vacuo por realizarlas, solo el estoicismo del cariño restituyendo el orden.
***
Noto los ojos hinchados al despertar. Estoy de cara a Cian y nos cubre una manta gruesa y suave. Me sonríe con el cansancio plasmado en él mientras me acaricia el pómulo. Le sonrío de vuelta, cerrando los ojos ante la claridad y me acurruco buscando su calor.
—¡Gracias! —digo, estrechada por sus brazos.
Besa mi coronilla y me aprieta más. Suspiro satisfecha por esta tregua de persona. Apoyo mi cabeza en su pecho; quiero quedarme así para siempre, tranquila y segura.
—¿Necesitas que hoy te enjabone?
Y de esta manera, sin esfuerzo, consigue que me ría. ¿Qué clase de amistad no se pone a prueba en las épocas complicadas? Nosotros no habíamos tenido ninguna.
—Tú y yo deberíamos hacer ese viaje que nunca hicimos y nos prometimos hace ya tanto.
Con trece años. Era una tarde de verano con cuarenta grados en la que no corría ni una mísera brisa. Estábamos tirados en un campo cerca de un riachuelo comiendo chucherías y pronosticando la que sería nuestra vida con dieciocho años.
Sonrío con un jadeo. Él tendría muchas novias, saldríamos de fiesta entre semana; yo sería una promesa como artista a la que todos mis compañeros admirarían y mis profesores adularían. Alquilaríamos nuestra propia casa en verano, puede que en una playa que hubiésemos descubierto, viajaríamos por todo el país en carretera y conoceríamos el mundo. Tendríamos amigos en cada ciudad nueva por explorar. Y cuando yo fuese más famosa que Gaudí, Cian sería mi invitado de honor a las galas que asistiera.
¡Locuras de preadolescentes que se creen que se comerán el mundo y no al revés! Si lo analizo bien, no hay nada de lo que dijimos que no podamos cumplir todavía. Quizá no todo ni de la misma manera, pero seguimos juntos a pesar de las adversidades.
—Me gustaría mucho —acepto con la voz ronca.
Me mira con una sonrisa en los labios mientras me acaricia el pelo.
—¿Qué te parece si tenemos una maleta preparada con un poco de todo para cuando queramos desaparecer? ¡De improviso! ¡Sin decírselo a nadie! ¡Sin saberlo nosotros hasta que ya estemos de camino! ¡A donde sea!
Su emoción es contagiosa, tanto que ahora le diría que sí a ir a cualquier parte del mundo con él. Le brillan los ojos y sé que a mí también, porque así es Cian, contagia sus ganas de vivir. Con él siento que todo sigue siendo igual de posible que entonces.
—¡Sí! —La sonrisa que acompaña a mi exaltación es comparable a la suya.
—¡Pues vámonos! —Nos destapa y se va a vestir.
—Pero ¿cómo? ¿Ahora mismo? —replico sorprendida.
Se ríe rebuscando en sus maletas, que ya tiene aquí.
—Hoy vamos a la cancha. —Estira una camiseta entre sus manos y la analiza—. Ayer me pasé todo el día echándote de menos. Me debes esas veinticuatro horas.
—No fueron veinticuatro horas —protesto, sentada sobre el colchón y con el pelo enmarañado cayendo sobre mi rostro.
—Son los intereses.
Me lanza sus calzoncillos a la cara (unos limpios que acaba de coger) y se tira sobre mí revolviéndome más el pelo con sus manos, hasta que estoy segura de ser como los pelos de una escoba de hierbas secas. Achino los ojos y le devuelvo el gesto; nos enzarzamos en una pelea por ver quien puede más. Nuestros gritos y risas llevan a Mayra a interrumpirnos con una taza de café humeante entre las manos.
—Se te ve mejor, jefa.
El término me recuerda al psiquiatra y me molesta.
—Sí, lo estoy. —Cian y yo nos miramos, él encima de mí reteniendo mis manos—. Aunque cualquiera lo diría con este plomazo encima.
—No todas se quejarían —objeta entre bisbiseos la informática, llevándose la taza a los labios.
—¡Vamos, a ducharse! —Tira de mí Cian hasta ponerme de pie en la cama.
—¡Perdona! ¿Me estás diciendo que huelo mal? —me ofendo.
—¡Terrible! —se carcajea huyendo por el pasillo cuando le tiro sus calzoncillos, que por poco no acaban dentro del café de Mayra.
Esta los agarra con dos dedos y se le desorbitan los ojos.
—Están limpios —le aclaro por si acaso.
Cian se acerca por detrás de ella y se los saca de las manos.
—¡Gracias, canija! —Y le da un beso en la mejilla.
Parece que hayan flameado a mi informática. Casi se tira lo que le quedaba en la taza por encima; yo intento mantenerme inexpresiva.
El revuelo inicial se mitiga y miro a mi amiga.
—¿Cómo estás, Mayra?
Se encoge de hombros.
—Mejor en cuanto empecemos a trabajar y no tenga tiempo de pensar.
La entiendo, pero en cambio para mí comenzar va a ser complicado. Tengo que lidiar con alguien a quien contraté de forma repentina. Y ni siquiera el problema es ella, sino su hermano. De él no me hubiese esperado tal renuncio.
—¿Te quieres venir con nosotros? Vamos a la cancha.
Niega con una sonrisa apesadumbrada.
—Tengo cita con Senén, para hablar de mi nueva situación.
—¿Hoy? —me extraño, pues es domingo.
—Es una cita extraoficial...
No sé muy bien qué quiere decir eso, pero asiento con la cabeza.
—Sé que no te lo he dicho, pero si necesitas desahogarte... —No acabo la frase porque sé que ella entiende lo que pretendo decirle—. No me parece mal que no lo hagas —aclaro—, pero que lo sepas.
—Si he venido aquí es porque sé que estaré bien, como jamás pude estar en mi casa. —Le da con la uña a la taza—. Te veo como a una hermana mayor.
Su aclaración me pilla por sorpresa. ¿Yo una hermana mayor?
—¡Pero si apenas puedo cuidar de mí, bien lo has visto! —evidencio.
—No se trata de eso —explica—. Sabía que tú me brindarías ayuda sin preguntar.
»Me ofreciste un trabajo sin apenas conocerme y me lo diste a pesar de que te conté lo mal que estaba mi vida.
—La mía tampoco es perfecta —me justifico.
—Precisamente por eso mismo es que vine a ti. Tú lo entiendes. —Sonríe oprimiendo los labios—. He pasado por un montón de psicólogos y asistentes sociales que no; se supone que ellos han tratado con personas en esta situación antes. Pero que veas algo no significa que lo comprendas.
»Si hasta has comprado muebles para que estuviera cómoda.
—Ya era algo que tenía que hacer, solo me diste la excusa —protesto. Me siento incómoda con tantos galardones que no creo merecer. Esto es lo que hay que hacer por la gente que te importa, no veo lo extraordinario en ello.
Niega con la cabeza dispuesta a marcharse.
—No le hagas esperar. Ayer se paso toda el rato hablando de ti. ¡No sabes la suerte que tienes!
Me quedo petrificada, no porque no sepa lo especial que es Cian, sino por la amargura del tono de ella. No desconozco su falta de amistades en el instituto, y cierto acoso al que ha sido sometida por su aspecto. La necesidad de poseer un amigo sincero con quien contar debe ser un anhelo desgarrador. Lo único que puedo hacer por ella es compartir lo que tengo. Y no debe ser suficiente cuando uno quiere algo propio.
***
Hace un calor sofocante, mi respiración está alterada y sudo como una cerda. Solo quiero tirarme en la hierba, bajo la sombra de un árbol y descansar mis piernitas.
—¡Estás muy floja, Vec! —se queja Cian.
Le doy la razón por el placer de no enzarzarme en una discusión absurda y me dejo car de rodillas en el mullido suelo.
¡O sea, que el sol quema que no veas! Creo que me he quemado los hombros y me pican los brazos. Me fijo en que los tengo rojos. Mi amigo solo está más bronceado y sudado también. Se acerca con la pelota en las manos y se sienta a mi lado, usando esta de almohada.
—¡Te he machacado! —se jacta.
—El que me ha machacado es el sol, tú solo incordiabas.
Se ríe y saca un refresco de la nevera portátil que trajimos con nosotros.
—¿Quieres?
Se lo arranco de las manos.
—Solo necesito restregármelo por la cara —explico pasándome la lata por la frente y mejillas.
—¡Estás muy roja! —observa.
—Me sobra toda la ropa que llevo puesta.
Le devuelvo la bebida mientras él se ríe de mi persona. Aclaro, llevo una camiseta semi trasparente en la espalda y liviana, y unos pantalones cortos que apenas me cubren por completo las nalgas. Cuando digo que hace calor es porque Lancara se ha vuelto un maldito horno. ¡Que son las ocho de la tarde y no corre ni una brisa! Espera. Sí, ahí viene una.
Llevamos todo el día fuera. Nos hicimos unos bocatas antes de salir para comerlos aquí, en nuestro lugar. Las hora se han pasado volando, y qué decir que fuimos de los pocos que se atrevieron a salir con esta temperatura. Cruzamos a más gente en las terrazas de los bares que paseando por puro placer. ¡No los culpo!
—Necesito una piscina —pienso en voz alta.
—¿En tu casa? —cuestiona dando un trago.
—No, me refería a una piscina en la que tirarme ahora.
—Hay hielos en la nevera. ¿Te tiro unos pocos por encima? —bromea.
Lo fulmino con la mirada, pero acabo por replantearme si es tan mala idea. A ver, que creo que estoy volviendo la hierba de mi espalda amarilla.
—Vale —digo soltando el aire.
Mi amigo coge unos cuanto hielos en la mano y antes de que pueda procesar su sonrisa diabólica, me los mete dentro de la camiseta.
—¡AH! —grito, levantándome con prisas.
Me sacudo hasta que se caen al suelo, con las carcajadas de Cian de fondo.
—¡Serás bicho!
—Encima de que me preocupo por ti —protesta haciéndose el ofendido.
—Te voy a dar a ti... —manifiesto yendo derecha a por él, pero algo en su posición me hace atender al lugar que mira.
—Apuesto a que te busca a ti —objeta mi amigo, cogiendo la pelota y tirando el refresco acabado en una papelera.
Vuelve a la cancha y lanza unos tiros que entran sin esfuerzo en la canasta. Calha se acerca con pasos comedidos.
No me apetece verla ni hablar con ella, hasta siento que ha mancillado este sitio con su presencia. No es un lugar que quiera compartir con nadie que no sea Cian.
—¿Qué haces aquí? —espeto con rudeza.
Se detiene en el acto, sorprendida.
—No contestabas a mis llamadas; fui a tu casa y Mayra me dijo dónde estabas.
Pongo los ojos en blanco. He dejado el móvil en casa para que el mundo me dejase en paz. Por supuesto, Cally ha de hacer lo que mejor le convenga, sin respetar opiniones ajenas. No tengo ánimo para tratar ahora mismo con ella.
—No me interesa nada de lo que tengas que decir, la verdad. Solo me apetece estar con mi amigo sin preocuparme por los sentimientos de los demás, para variar.
Frunce los labios sin pretender avanzar de su posición.
—No sé exactamente por qué estás enfadada conmigo. Creí que estábamos bien.
Yo tampoco lo acabo de entender, pero así es. Estoy tan molesta con ella como con Senén. ¡Es ilógico! No obstante, es lo que estoy experimentando. No hablo. No tengo nada que decirle. No, cuando no tengo respuestas ni para mí.
—¿Sigo teniendo un trabajo al que acudir mañana? —inquiere.
¡Cómo no! Se trata de eso.
—Haz bien lo que se te encomiende y no tendrás problema.
Me mira sin decir nada.
—¿Por qué estamos mal ahora? ¿Es por mi hermano? ¿Sientes algo por él?
—No —digo con rotundidad. Si creí albergar algo por él, se esfumó con sus intentos por tapar la verdad.
—¿Entonces? —exige saber.
Suspiro. No quiero tener esta conversación ahora.
—Un día me dijiste que necesitabas tiempo para ti. Hoy lo necesito yo.
Asiente y da un paso hacia atrás, dubitativa.
—Hasta mañana, Nec.
La veo alejarse hasta desaparecer entre el camino de la arboleda. Cian se acerca por detrás y me abraza.
—¿Todo bien?
Niego.
—Para nada. No creo estar haciendo las cosas bien. —Me besa en el hombro—. No quiero volver a casa.
—¿Y qué quieres hacer?
—Escapar un rato de mi vida. ¿Sabes si se puede hacer?
—Apuesto a que si se pudiera hacer, Mayra sería la primera en haberlo hecho.
Sonrío apoyada en sus brazos.
—¿Te ha contado por qué está viviendo con nosotros? —digo impulsada por una corazonada.
—Puede.
Se hace el interesante, pero sé lo que trata de decirme. Mi empleada no solo le ha contado sus problemas, sino que además son lo suficientemente serios como para que yo esté aquí compadeciéndome de los míos.
—¿Has sabido algo más de Dylan?
—No, y no creo que deba preocuparme más por él. —Me ciñe con más fuerza a su torso—. ¿Quieres que pasemos la noche en un hotel?
Me confundo por su proposición.
—¿Vamos a dejar a Mayra sola?
—Es mayorcita.
—Creí que me estabas dando a entender que dejara de quejarme.
—No —aclara—. Te daba a entender que todos queremos descansar de nuestras movidas, no que las tuyas no te deban afectar.
—¿Es grave? —Me refiero a Mayra; él lo entiende.
—Sería conveniente que fuese acompañada a los sitios.
Frunzo el ceño.
—¿Y bien? ¿Pasamos la noche fuera?
Inoportunamente me acorralan los recuerdos de nuestra noche juntos. Sé que la intención de Cian no es esa, pero no puedo evitar hacer asociaciones.
—No es necesario —me decido—. No estaría bien dejar a nuestra compañera sola. Solo prométeme que hoy volverás a dormir conmigo.
—¿En tu cama o en la mía?
Me río. Lo miro por encima del hombro y sonríe con calma. Besa mi frente, y yo suspiro contra su pecho.
***
Vernáculo ya está en marcha desde hace ¿qué? ¿Dos horas? Mayra y yo hemos ido juntas y andando. Supongo que va siendo hora que me saque el carnet de conducir en algún momento, mas sigo sin ver su utilidad en una ciudad tan pequeña como esta.
Todos estaban puntuales, a la hora acordada, y con sendas sonrisas de probarse a sí mismos.
Yaly, Megan, Cirio, Zénnit, Calha, Mayra y yo conformamos el equipo que busca mostrar artistas independientes al mundo. Bueno, primero en España y luego en latinoamérica.
Mayra y Calha trabajan conjuntamente en la web, el diseño, la publicidad y a atraer clientes; esto último es obra de Cally.
Yaly y Cirio tienen doctorados en Bellas Artes. Cirio es el mayor del grupo, con treinta y siete años, y me cuesta entender que prefiera trabajar aquí descubriendo nuevos talentos y estudiando sus técnicas para compararlas con los grandes clásicos, en vez que aprovechar su titulación en crear sus propios estudios y enseñar a otros. Sin embargo, en nuestra entrevista expresó sin tapujos el hartazgo que era enseñar a pupilos que creían saber más que él.
Yaly es una joven sudafricana con el cuerpo de una atleta y unos ojos que desafían la lógica. Parecen violetas, por muy azules que sean. Lleva su pelo largo (hasta la cadera) recogido en una coleta alta con muchas trencitas. Rivaliza con Calha en belleza, algo que he observado que a esta última no le gusta mucho. Mide un metro ochenta y su argumento para querer trabajar aquí es lo ambiciosa que le resulta mi idea. Además posee una licenciatura en música especializada en el canto coral.
Zénnit también tiene una licenciatura en música. Es un virtuoso del violonchelo, el arpa y clarinete. Creo que también sabe algo de guitarra y piano. Se encargará de estar al tanto de todos esos grupos o solitas emergentes que no han sido acogidos por una discográfica.
Megan se encargará de la rama literaria y trabajará codo con codo con Cally en los diseños e ilustraciones de libros. Megan es una mujer bastante práctica, y madre soltera. Me ha hecho saber que para ella este trabajo es un sueño, ya que le permito trabajar desde casa si su pequeña se pone mala. Ella tiene una licenciatura en letras y literatura, que junto a sus conocimientos autodidactas en maquetación y creación editorial, suple la pieza clave del negocio. Creo que necesitará ayuda en el futuro, pero asegura poder encargarse de todo por el momento.
De todas maneras, yo tampoco pienso estar de brazos cruzados. No tengo la titulación que tienen todos ellos (a excepción de Mayra), pero estoy más que dispuesta a aprender de cada uno. Mi propósito es encontrar a futuros artistas, sean del ámbito que sean y derivarlos a su respectiva sección, además de seguir dibujando y pintando. La parte trasera del local, y que no está disponible al público excepto en ocasiones puntuales, es grande como un auditorio. Tengo intención de que aquí se realicen presentaciones de libros, exposiciones artísticas y conciertos.
Según me han asegurado Calha y Cirio, mi reciente exhibición con Ariz y una constante actividad en redes sociales mostrando nuevos trabajos, darán filón al negocio. No soy la única que se ha de desenvolver en este ámbito; Calha y Yaly también tienen aptitudes artísticas que pienso explotar tanto como las mías. Cally hace ilustraciones muy ingeniosas pensadas sorbe todo para cuentos infantiles, y Yaly hace xilografías.
Sé que hay mas ramas artísticas que explorar, pero yo me he decantado por estas tres. En este tiempo de asueto he indagado mucho en redes sociales sobre las quejas que manifiestan todos esos artistas que lo son, pero que no resultan comerciales. Las editoriales no se la juegan por un novato sin cubrir los costes, las discográficas prácticamente transforman un estilo musical para que se venda y decirle al mundo qué escuchar, y bueno, en cuanto a la pintura... Puedes demostrar tener las aptitudes, que si no has conseguido quien te apadrine, tu obra valdrá lo que un «experto» diga que vale. El arte se consume a todas horas y en todos los formatos, pero aún se sigue viendo como un hobby, no como un trabajo remunerado del que vivir. Todo aquello que se haga con gusto no es trabajar para la mayoría. Si no llegas a casa renegando de lo que haces es porque en el fondo no te has ganado la nómina del día. Yo pretendo cambiar esta visión.
Unos golpes en la puerta de mi despacho me hacen levantar la vista del ordenador. Calha asoma tímida.
—Pasa, Cally —mi tono no se asemeja al de ayer, porque sobre todo quiero crear un ambiente laboral agradable. Voy a intentar que lo personal quede fuera de estas paredes. Además soy yo la que la ha hecho venir—. ¿Estás muy ocupada?
—No. Mayra y yo retocamos unos detalles de la web, y Megan aún está revisando a los escritores que le sugeriste. —Se retuerce las manos con disimulo—. ¿Querías decirme algo?
Me molesta verla ahí plantada sin tomar asiento y me percato, con cierta torpeza, de que he de indicarle que se siente. La jerarquía a veces es una mierda.
—Siéntate, Cally —le pido apremiante. Obedece y se acomoda frente a mí, estirada—. Quería pedirte algo. —Su interés se vuelve receloso—. Como ya sabes no finalicé los estudios, y aunque no descarto retomarlos en el futuro, no quiero ser un lastre para mi propio negocio. ¿Crees que podrías enseñarme algo para ayudar al equipo?
Parpadea varias veces. Diría que me he explicado bien, pero ella no parece saber qué decir.
—¿Ocurre algo? —inquiero tras un rato en silencio.
—No, no —se apresura en contestar—. Es que no me esperaba esto. Creí que me ibas a echar.
Resoplo poniendo los ojos en blanco. Pensé que había sido clara ayer, pero está visto que los miedos nos confunden a todos.
—Calha... —Respiro hondo—. ¿Me puedes decir en qué podría ayudar?
Agita la cabeza como para aclararse las ideas y se transforma en la joven segura de siempre.
—Bueno, creo que Megan está sobrecargada. Pretende hacer ella sola el trabajo de tres personas. —¡Ya me parecía a mí!—. Yo tengo conocimiento sobre maquetación y diseño, pero cuando el trabajo se afiance, no podré ser ilustradora, diseñadora, relaciones publicas y además coayudante de Meg, sería un caos.
—¿Crees que podría ayudar?
—Desde luego. Tienes una visión perfecta para colaborar en el diseño y la maquetación. Un porcentaje importante de lectores consumen literatura por la apariencia del tomo. Un diseño interior original podría crear la diferencia en que se fijen en él o no. —Me inspecciona—. ¿Sabes usar una tableta gráfica?
—Nunca he utilizado una —admito.
—¿Cómo es posible? —se impresiona.
—Me gusta el tacto del papel y el sonido del lápiz o boli rasgando en él, el olor... La digitalización me resulta muy estéril y carente de emoción.
Calha niega, desengañada.
—¡Renovarse o morir, Nec! Como dibujante que eres, tienes que explorar distintas variantes, métodos. Si no lo haces, te estancarás. Tienes que estar abierta a las nuevas tecnologías o no habrá futuro para lo que quieres emprender.
Levanto las manos a modo de rendición.
—¡Está bien, está bien! Me has convencido. ¿Me ayudarás?
Sonríe alegre.
—¿En tu casa después del trabajo?
—Claro —acepto. Prefería que fuese en horas de trabajo, pero todos tenemos mucho que hacer para que esto crezca.
Se levanta de su asiento y se dirige a la puerta.
—La tabla gráfica es muy intuitiva, no creo que te lleve mucho entenderla. La maquetación es algo más compleja, pero nada que en unas cuantas horas y con práctica no consigas dominar.
Antes de que llegue a la salida, llaman a la puerta y esta se abre sin esperar mi respuesta. Calha se aparta antes de que le dé. Su cara es equiparable a la mía al ver a Senén del otro lado.
—¿Qué haces aquí? —espeta contrariada.
Él la analiza de arriba a abajo y alza una ceja con suficiencia.
—Vengo a hablar con ella.
Hay cierto desafío en el aire que me resulta extraño. Los hermanos se contemplan serios y la primera en irse muy ufana es Cally.
—¿Puedo pasar? —pregunta ya dentro.
Elevo las manos y las pongo sobre la mesa. ¡No, definitivamente no lo quiero aquí!
Me levanto y con un gesto de cabeza le indico que me siga. Agradezco no encontrarme a ninguno de mis empleados por el camino, ya que no quiero que se piensen que me dedico a recibir visitas personales en mi puesto de trabajo. Salimos al exterior y vamos a dar al parque de la otra vez.
—¿Qué quieres? —Lo enfrento una vez en la arena.
Está a dos pasos justos de mí. Demasiado cerca para todo lo que quiero acallar.
—Veo que estás enfadada. —Me cruzo de brazos—. Y tienes todo el derecho.
Cierro los ojos buscando la paciencia que no tengo.
—¿Qué quie-res? —repito.
—Explicarme.
Bufo. Recibo más explicaciones que las que ofrece un político. ¡Qué afortunada! Doy con la punta del pie sobre el suelo repetidas veces a la espera de lo que sea que ha venido a decirme.
—¡Me gustas! —suelta de sopetón y sobresaltándome. Ignoro fervientemente el hormigueo de mi estómago—. Me gustas muchísimo.
Vale, esto no tiene sentido. No concuerda con lo que viví el sábado en mi casa. O sea, ¿qué se piensa, que soy tonta de remate? ¡Y encima me miente a la puñetera cara!
—Verás, el viernes a la noche, Calha y yo estuvimos hablando después de que hubiese ido a tu casa. Me confesó lo que siente por ti, bella Venec. —Me mira con desesperación—. Jamás se había abierto a mí de esa manera y menos desde... —Deja la frase en el aire.
—Jacob —digo por él.
Se sorprende al oírme.
—¿Te lo ha contado?
Afirmo en silencio.
Se lleva las manos a la cabeza y se sienta en uno de los columpios.
—La vi tan esperanzada contigo, con la posibilidad de un futuro junto a otra persona. ¡Hacía tanto que no la veía sonreír así! No fui capaz de confesarle mis sentimientos por ti. —Sus ojos parduscos me imploran—. ¿Cómo le dices a alguien que se atreve a volver a amar que no se interponga en tu camino?
»Calha es mi debilidad. No puedo hacerle eso.
Sonrío con pesar, porque ahora entiendo mi desquite con su hermana. No es la primera vez que el psiquiatra demuestra una actitud errante cuando se trata de ella, pero la detesté cuando me di cuenta de que su bienestar estará por encima del mío. Y eso me dolió demasiado. Eso, y no ser suficiente para que me antepusiera.
—¿Y por qué no te retiraste? —lo acuso—. ¿Por qué seguiste buscándome? ¿Por qué me has hecho creer que tú y yo...? —Ni siquiera puedo acabar la frase sin que me sobrevengan las ganas de llorar. Respiro hondo y trago el nudo de mi garganta, reponiéndome.
Senén se levanta y acorta la distancia que nos separaba.
—¿Que tú y yo qué? —me apremia sujetándome por los brazos.
Las comisuras de mis labios se tensan al contemplar sus ojos ansiosos.
—Ahora da igual —declaro con cinismo—. De todas formas, dejaste claro que era un error.
Se aleja con rabia y se atusa el pelo hacia atrás.
—¿Cómo querías que le explicara que cuando estoy contigo soy incapaz de controlarme? ¿Cómo le digo que olvido el mundo cuando te miro? Que besarte es como tocar el cielo y que es allí donde quiero estar a tu lado. —Se gira hacia mí atormentado—. ¿Cómo le hago saber que te tengo en la mente a cada minuto del día y que sonrío solo por saber que existes?
Sus palabras pesan, me afligen y me provocan querer chillar. Quiero chillar hasta que no tenga cuerdas vocales, hasta que el dolor consiga calmar esta desesperación que me acorrala. No soporto saber que diferentes tipos de amor choquen y dejen sin ninguno que repartir. Que la frustración me dejará medio viva, a medio querer, a medio sentir.
—¿Cómo le digo todo esto? —pregunta sin aliento.
Se aproxima y me abruma con su cuerpo. Desprende calor y su altura tapa el sol, generando nuestro propio espacio privado. Su pecho sube y baja con rapidez, su rostro desciende hasta que noto su respiración sobre mis labios. Si alzo mi cabeza, sé lo que sucederá. Volveré a sentir sus labios aprisionando los míos, su sabor, sus brazos apretándome diciéndome la falta que le hago; no obstante, si acepto eso, ¿cuál será mi lugar?
Pongo una mano sobre su pecho y me separo. Es lo más difícil que he hecho hasta la fecha, más que lidiar con la ansiedad. Todo me grita que me aferre a él con fuerzas y que no lo deje escapar, pero mi mente, por fin apta para sostenerme, me da la fortaleza que no quiero tener.
—No le digas nada —susurro—. No hay nada entre nosotros, ni nunca lo habrá.
Me arde la garganta. Sus ojos me imploran y mi escultura clásica muestra el sufrimiento que ya vi en otras marmóreas. Sí, Senén es la viva imagen de la agonía.
—Lo mejor será que dejemos de vernos.
—No me pidas eso —suplica volviendo a aferrarme por los brazos. Une nuestras frentes y cierro los ojos cuando pretende que lo mire—. No puedo estar lejos de ti. No puedo, bella Venec.
Intento zafarme, pero me pega más a él y siento cómo mi determinación se quiebra.
—Senén, por favor. —Noto sus labios muy cerca de los míos—. ¡Suéltame! —susurro sin fuerza.
Se niega y he de presionar mis manos contra su cuerpo para alejarme. Me suelta tensando la mandíbula y pidiéndome con su mirada que me quede. Simplemente no puedo. Si lo hago me perderé a mí misma de una manera que no estoy segura de poder solventar.
Doy marcha atrás, con mis pies hundiéndose en la arena. Cuando mi espalda sustituye a mi rostro, su imagen se queda calada en mis retinas. Mi psiquiatra queda atrás mientras yo avanzo y avanzo, sin saber a dónde me guiarán mis pasos.
¡Hola hola!
¡Qué capítulo, eh! Esta es una de esas partes que escriben más mis personajes que yo, porque no tenía en mente que esto sucediera así.
Me ha dolido mucho narrar a Venec y a Senén despidiéndose. Pero ¿será definitivo? ¿Calha tendrá vía libre? ¿Y Cian? Él no ha movido ficha en ningún momento. ¿Estará empezando a ver a Venec como a una amiga?
Nos vemos en el próximo.
Muuuak!
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