Piezas por crear
Saltando en el sofá como un niño de tres años, así estoy desde que concluyó la conversación con Ariz. ¡Una galería de arte! A alguien del mundillo le gusta lo que hago y no a alguien cualquiera. Se trata ni más ni menos que de la jodida Ariz Mackintosh, la artista y galerista mundialmente conocida por sus obras revolucionarias e innovadoras con materiales sostenibles. Es capaz de crear arte con cualquier cosa que tenga a mano, y un referente entre todos aquellos que queremos ser alguien. ¡Y ESTÁ EN MI CIUDAD! ¡Estoy tan contenta que no quepo en mí! Corro por la casa, brincando y chillando de emoción. Me abalanzo a por el móvil y marco su número sin razonarlo siquiera.
Espero que me conteste pronto, porque no puedo con el ansia que me corroe.
Cuarto tono, quinto... ¡Vamos, contesta!
—¿Nec? —responde una voz amortiguada al otro lado.
—¡Calha! —chillo.
—¡No tan fuerte, me estalla la cabeza!
Me detengo por una milésima de segundo a pensar en lo que ha querido decir. Ayer no bebimos, al menos no más que lo de la cena. Bueno, yo no lo hice, porque me fui directa a casa, pero ella... Se suponía que dormiría conmigo, o eso le dijimos a Senén.
—¿Te fuiste de fiesta después de que nos despidiéramos? —cuestiono.
—Si se puede considerar ir de fiesta a emborracharse... Mi hermano no está muy contento conmigo. Me ha dicho algo de haber vomitado en el paragüero de la entrada —sisea como si le doliese.
No sé qué me molesta más, si que se emborrachara o que siguiera por su cuenta con nuestra salida. No tengo derecho a enfadarme, es absurdo, pero no me gusta pensar que se ha ido sin mí a hacer lo que sea que haya hecho. Decido no profundizar en esos pensamientos. No sé muy bien qué responderle, sin que se me note el fastidio.
—¿Quién diablos tiene un paragüero a día de hoy en casa? —digo sin pensar.
Calha se ríe.
—Él ya no —comenta alegre—. Creo que no le ha quedado más remedio que tirarlo.
—¡Ibas fina! —la acuso.
—Estaba jodida —argumenta.
¿Quién soy yo para juzgarla? Ni siquiera me he comportado como una amiga. He hecho lo mismo que Cian conmigo. ¡Toma ironía!
—¿Por qué ha tenido que tirarlo? —cambio de tema.
—No sé qué rumió sobre la vida marina que aún se podía reconstruir y la sangre de Cristo derramada por todas partes.
—¡Qué!
Me echo a reír a pesar de lo asqueroso que suena lo que me está contando. Calha me acompaña, gimiendo afligida.
—Te he echado de menos —manifiesta.
—¡Lo siento!
Busco razones que ella pueda entender a mi comportamiento, pero no se las puedo dar cuando ni yo las tengo. El silencio se prolonga por la línea.
—¿Nos podemos ver? —dudo. Soy consciente de las ganas que tengo de verla, tantas que me sobrecogen.
—¿No quieres tus siete días?
—¡No, no los quiero! —Y es verdad. Estar con ella se siente natural, puedo ser yo misma. ¡Es una loca de cuidado, pero es que me gusta su locura!—. Tengo algo que compartir y tú eres la primera y la única en la que he pensado.
—¿En serio? —Me parece que la escucho sonreír.
—Te lo juro.
—Nec... Intentaré ponértelo fácil, sé que estás confusa.
—Lo estoy, no quiero hacer daño a nadie.
—¿Y qué pasa contigo? ¿Y si te haces daño por negarte lo que quieres?
—Ojalá pudiera responderte.
Otro silencio se prolonga entre nosotras.
—¿Dónde nos vemos?
—¿Te encuentras bien para quedar? —titubeo.
—Por ti voy a rastras si hace falta.
Mis pezones se endurecen al escuchar tal declaración. Siseo.
—Que te parece en una cafetería que hay...
—¿Ya no soy bienvenida en tu casa? —me interrumpe.
—Pues claro que sí.
—Entonces te veo allí, Nec.
La línea comunica, ya me ha colgado. Sonrío. Corro al vestidor, donde ya tengo colocada la nueva ropa que compré ayer. Aparto perchas con brusquedad; me siento tan pletórica que los atuendos que me pondría normalmente (como el chándal viejo que llevo) no encajan con mi estado de ánimo. Vislumbro un vestido floreado y con vuelo por encima de la rodilla y ni me lo pienso. Es al ponérmelo que veo que llevo la espalda al aire con un gran lazo sobre mi trasero. Me calzo unas deportivas blancas y me aliso el pelo. La sonrisa no me ha abandonado en todo momento y tampoco cuando suena el timbre. Abro la puerta y le dedico una mirada de felicidad a Calha. Su aspecto es deplorable. Tiene ojeras, la tez pálida y su cabello oscuro inmaculado no tiene forma alguna. Lleva una falda de volantes gris y una camiseta escotada de tirantes y encaje blanca, por encima se ha cubierto con un impermeable caqui, abierto. Coge las gafas de sol que lleva sobre su cabeza y sonríe con pesar. Me repasa de arriba abajo con una pizca de deseo contenido.
—¡Estás preciosa, Nec! —dice besándome en la mejilla por un largo instante.
Cedo a un impulso y la abrazo con fuerza. Aunque con dudas, me lo devuelve.
—¡No te voy a mentir, tú das pena! —bromeo.
Nos echamos a reír. Ella emite una mueca de dolor y se adentra en la vivienda. Empujo la puerta con fuerza hasta que se cierra; me siento cerca de ella en el sofá. No puedo evitar sonreír, tal vez como una desquiciada, pero es que estoy eufórica.
—¡Me ha pasado algo increíble! —anuncio.
Entrecierra sus ojos e investiga mi rostro en busca de alguna pista.
—Cian te ha llamado —deduce seria.
Niego con la cabeza, con una sonrisa triste ahora.
—No, no es nada de eso, pero tiene que ver en parte.
—¡Desembucha!
Pongo las manos sobre mi boca ocultando mi felicidad y lo suelto con un chillido histérico.
—¡Me ha llamado Ariz Mackintosh para que exponga mi obra en su galería!
Muda. Calha se queda muda. Abre los ojos con sorpresa, mira para la mesita de café y de nuevo a mí. Sigue sin hablar. Aprieto los labios y arrugo las cejas. ¿Por qué no reacciona?
De golpe salta del sofá y se pone a dar saltitos y a gritar, aunque esto último le pasa factura.
—¡Oh, Dios, Venec! ¿De verdad?
Me uno a sus saltos y algarabía.
—Sí, me ha llamado esta mañana. Dice que quiere mostrar mi arte al mundo. No sé muy bien todo lo que me ha dicho porque apenas podía escucharla de la emoción, pero le he dicho que sí a todo —hablo con rapidez—. Tenía un evento en dos semanas, pero el artista la ha dejado tirada en el último momento. ¿Cómo alguien puede dejarla plantada? No lo entiendo. Quiere que yo lo sustituya.
Mi amiga detiene su júbilo meditando algo.
—Nec... ¿y tú tienes algo más que el cuadro para enseñar? —cavila desinflando mi burbuja.
—¡Oh, mierda! Bueno, algún que otro dibujo tengo, pero...
—Todo lo que muestres debería tener una línea de unión. ¡No valdrá cualquier cosa!
Un nudo se instala en mi estómago y me sobrevienen ganas de gritar de rabia y llorar de frustración. La angustia que se va apoderando de mí me hace sudar frío.
—No pasa nada. Tenemos tiempo. —Intenta tranquilizarme—. Enséñame tus trabajos.
Asiento con la mirada perdida y corro hacia el garaje. Aquí abandoné mis ilusiones y ahora las tengo que desempolvar en tiempo récord. ¡Vida, qué chistosa eres! Llevo varias carpetas un poco desvencijadas al salón. La ceja alzada de Calha me amonesta al ver el estado de los portafolios. Se quita la chaqueta y estudia concienzudamente mis dibujos. Son un buen montón, como los iba apartando según los acababa, no me fijé en la cantidad que eran. Los hay a boli, que están plasmados en papel de gramaje fina, algunos a carboncillo, en papel durex. También he realizado algunos a lápiz en simples folios, papel bond y, cómo no, en un bloc de dibujo que me compré al poco de mudarme a mi casa. Los tamaños varían desde el A1 al A7, y aunque hay variedad, por desgracia es un arte monocromático que no casa con el cuadro de él. O eso creo, porque mi experta amiga ve una línea de sucesión que va marcando sobre la mesa y ordena parte de mis ilustraciones.
—No hay relación entre ellos —afirmo.
Calha menea la cabeza, sin apartar los ojos de su labor.
—¡Te equivocas, sí la hay! De hecho, se me ha ocurrido una idea —dice alzando la comisura de uno de sus labios—. Todos estos —señala a los que están sobre la mesa, cerca de once bocetos— son perfectos. Mira este de un corazón cosido, ¡qué realismo, Venec! ¿Y estas manos rotas? ¡Son increíbles! Posees un talento fuera de serie.
»Me encanta este torso. Está doblado sobre sí mismo y no hay rostro ni nada, pero está claro que soporta un dolor inconmensurable. ¿Cómo lo haces?
Me subyuga su mirada cargada de emociones.
—Solo expresé a través de dibujos cómo me sentía —comunico sin ánimo—. Pero no veo una posible correlación con el cuadro, Cally.
Ella vuelve a negar.
—Te equivocas. Podemos presentarlo como la oscuridad antes de que él apareciera. La pintura de Cian está llena de vida y esperanza y esto —Cabecea hacia la mesita—, es el dolor a su ausencia. ¡Encaja a la perfección!
—¿Tú crees?
Abraza mi cintura y me sonríe.
—Créeme. ¡Tienes una obra que presentar! Seguro que Ariz no pondrá ninguna pega. Estoy convencida que esto le da mil vueltas a lo que iba a presentar en un principio.
—Gracias por estar aquí.
Sonríe y me acaricia con dulzura. No hay nada lascivo en el gesto, aunque mis emociones reaccionen a su peculiar manera.
***
Me detengo frente al escaparate de la galería. Como me había advertido Cally, Ariz me mandó un mensaje para reunirnos antes de la exposición y conocer con más detalle mi obra. Lo llevo todo guardado en un maletín portafolios de piel que mi amiga me regaló para esta entrevista. A pesar de saber todo lo que tengo que decir (puesto que Calha se ha encargado de asesorarme e instruirme durante horas), venir con un modelito apropiado, escogido por ella también, y arreglada según la ocasión lo merece, ¡estoy atacada! Hubiera preferido hacer esto acompañada, pero, uno: no hubiera dado buena imagen; dos: mi amiga tenía otras cosas que hacer.
Aprieto el asa de la maleta, respiro hondo y me adentro en el lugar. Llevo deseando algo así desde mucho antes de ingresar en la escuela de arte y, aunque tengo un miedo terrible a chafarlo todo, no me voy a acobardar. Me sudan las manos y me las limpio a los pantalones del mono aguamarina que llevo. Me siento algo fuera de lugar, no solo por los zapatos de tacón que llevo y que me quitan más seguridad, sino porque una vocecita me dice que yo no debería estar aquí, que esto es un golpe de suerte. En el trecho que hay desde mi casa hasta la galería, no he podido quitarme esa sensación de ser una impostora. No he finalizado mis estudios, es que ni los he empezado como es debido, y tengo una ocasión envidiable para cualquier artista. ¿Me lo merezco en verdad? ¿Y si mi talento solo se resume en una buena obra? ¿Y si mi estanco? ¿Y si esto es todo lo que tengo que ofrecer?
Una mujer menuda camina desde el fondo del pasillo hacia mí con una sonrisa. No me he internado más en el lugar después de que sonara la campanilla de la puerta indicando que alguien había entrado. Me tiende la mano y se la estrecho cuando llega a mi altura.
—Venec, supongo. —Asiento con una sonrisa trémula—. Yo soy Ariz.
Es más baja que yo, con el pelo muy corto, que ha adornado con un pañuelo rojo con lazo alrededor de su cabeza, de sonrisa franca y agradable. Aparenta tener unos treinta y tantos, pero los lleva con naturalidad. Su seguridad es casi palpable en contraste con mi energía.
Aunque conocerla es casi como una fantasía, me obligo a visualizarla como a una persona corriente o no seré capaz de llevar a cabo esta reunión. Me invita a tomar asiento con un gesto de mano hacia una mesa redonda estrecha y blanca, circundada por dos sillas del mismo color que son como taburetes. Accedo y me acomodo de cara a ella.
—Muchas gracias por aceptar mi oferta con tanta premura, más teniendo en cuenta las prisas.
Emito una mueca contenida.
—Es todo un honor poder presentar mis dibujos —expreso mesurada.
Cally fue muy insistente en que no me deshiciera en halagos hacia Ariz y que mostrase una actitud indiferente aunque agradecida. No sé si lo estoy haciendo bien o me paso de desinteresada.
—¡Seré franca! —Esas palabras me aterran de pronto—. No imaginé que fueses tan joven. Los carteles sugerían otro tipo de... madurez.
No estoy segura de si su opinión es similar a la de Senén. ¡Maldita sea! ¿Y qué quiere decir otro tipo de madurez? ¿Para qué me ha llamado si no es para exponer mi obra?
—¿Cuál era el objetivo? —curiosea.
Noto cómo se me tensa la piel del párpado; el tic del ojo hace su aparición. Realmente no estoy obligada a responderle y por mucho que admire a esta mujer, no voy a contarle mi vida como si fuésemos íntimas amigas.
—Quería encontrar a alguien —comunico con ambigüedad.
—¿Ha habido suerte? —pregunta sonriendo.
—No.
—Vaya...
Otra mujer se nos aproxima, pero solo se dirige a Ariz.
—¿Os traigo algo, Ari?
Esta asiente.
—¿Quieres un café, Venec?
—Si puede ser un descafeinado, lo preferiría —pido a la joven.
Confirma y se marcha. Como ahora me tome algo con cafeína voy a estar temblando hasta Año Nuevo.
—Bueno, qué tal si me muestras lo que has traído. Confieso que tengo cierta curiosidad por saber qué esconde tu ingenio.
—Por supuesto. —Acepto con otra sonrisa que no me llega a los ojos.
Abro la cremallera del maletín que tengo sobre el regazo desatendiendo el temblor de mis manos y mi pulso acelerado. ¡Por Dios, que no me vaya a desmayar!, ruego.
Saco las primeras láminas y se las voy entregando por orden; el que me indicó Calha. Ariz alza las cejas con el primero y me mira sorprendida a medida que le voy tendiendo los siguientes. Estoy tan nerviosa que no sé si está impresionada para bien o para mal. Cuando le doy el definitivo, me muevo insegura en mi asiento. La superficie de la mesa está repleta de mis dibujos. Recoge alguno por segunda vez y repara en ellos con más atención. Me dan ganas de morderme las uñas del estrés por saber qué piensa, pero vengo bien aleccionada. ¡Nada de mostrar ningún atisbo de inseguridad! Por fin me mira, y lo hace como si me fuese a amonestar por algo. ¡Oh, no!
—¡Son muy buenos! Mejor que buenos, magníficos. —Ríe inspeccionando alguna lámina.
Suelto el aire que estaba conteniendo despacio, aliviada.
—¿En qué habías pensado? —inquiere entrecerrando los ojos.
Llega el momento de la verdad. Si planteo esto de la manera incorrecta, todo se irá al traste. ¡No te falles, Venec!
—Había visualizado que el cuadro fuese la obra central, la culminación, el desenlace de lo que tienes entre las manos.
—Continúa —me pide.
—Se podría presentar como una obra oscura, decadente, abocada a la desesperación. —Asiente, atenta a mi explicación—. El lienzo sería el cenit.
—¿El cenit? —repite alzando una ceja con recelo.
¡Oh, no debería haber reaccionado así! ¿He dicho algo mal?
—Sí, la evolución, la salida al dolor. —¡Mierda! ¿Qué estoy diciendo? Así no era. Me están traicionando las ansias.
Su gesto de descontento me confirma que estoy metiendo la pata pero bien.
—O sea, la metamorfosis —espeto en mi afán por corregirme.
—Tendría más sentido que fuese su mundo interior resurgiendo —comunica algo decepcionada.
—¡Sí, eso! Es lo que quería decir.
Nos invade un silencio incómodo. Su ayudante aparece con las bebidas y unos pastelillos que ni me atrevo a tocar después del nudo que se me ha instalado en el estómago.
Había empezado genial, ¿cómo he llegado a este declive en la conversación? ¡Me muero de la vergüenza!
Ariz remueve su café con la cucharilla y se queda pensando. No se la ve muy convencida con mi propuesta. ¡La he pifiado! ¡Mi gran oportunidad y la he echado por la borda! Bebe un pequeño trago y me observa. Seguro que está pensando en la mejor manera de decirme que se equivocó y que esto no va a funcionar. Vale, estoy preparada.
—Me gusta tu estilo, querida. —Pero... Ahora es cuando viene la estocada de gracia—. Pero este trabajo está incompleto.
¿Incompleto? Arrugo el ceño contrariada.
—Esa transición para llegar al objetivo final falta. ¡Míralo tú! —Señala mis bocetos—. El conjunto es un calvario, pero el cuadro es lo opuesto. Necesitamos un enlace. La catarsis.
El pánico se tiene que estar reflejando en mi rostro, estoy segura. ¿Qué hago?
—Mira, me gusta lo que propones y no quiero quedarme sin nada que presentar, pero necesito ese desarrollo plasmado. ¿Crees que lo podrás conseguir en una semana?
Enfrento su mirada con desafío.
—Desde luego —asevero. ¡Es una segunda oportunidad!
—Me da igual cómo lo hagas, pero has de entregarme algo y no cualquiera cosa. Tiene que ser sublime. —¡Sin presiones!—. Te aconsejo que cumplas... o créeme que destruiré todas tus posibilidades de futuro.
Su amenaza me incordia. No porque no entienda lo que ella se está jugando, que es su reputación, sino por tratarme como a una niñata a la que le está haciendo el favor (que también). La que me buscó fue ella, a la que le gusta el trabajo y por quien se va a arriesgar es por ella sobre todo, no exclusivamente por mí. Mi admiración por su persona se esfuma de un plumazo y ya solo veo a alguien que solo se preocupa por su estatus; el arte es secundario. Hasta en este mundillo la vileza se practica. ¡Qué bien!
Me levanto como una autómata, sin rastro de ánimo en mí.
—¿No te tomas el café? —interroga divertida.
—El tiempo corre en mi contra y tengo trabajo que hacer. Quizá en otra ocasión.
Su sonrisa se ensancha. Un gesto de soberbia que adoraría poder borrarle, pero no dispongo de nada, solo mi orgullo malherido y mi dignidad quebrándose en mil fragmentos.
—Nos mantendremos en contacto, querida. Aún tengo que ver la joya de la corona. Espero que para cuando vaya a buscar el cuadro, ya hayas concluido con lo que te falta —ríe.
Mi mueca de asco hace su aparición como siempre que no tengo ganas de sonreír. Ni me molesto en aplastarla. Que Ariz Mackintosh sepa que la aborrezco no me importa lo más mínimo. Quizá le venga bien saber que su genialidad se va a la porra cuando profiere sus intimidaciones.
Le doy la espalda dejando mis dibujos en sus manos y saliendo por la puerta todo lo recta que puedo. El maletín de Calha se viene conmigo.
Una semana para matarme a dibujar y encontrar eso de lo que carece mi obra. ¡Es como volver a las clases!
Algo me falta, pero ¿qué?
***
Llevo dos días sin salir de casa, obsesionada por completar mi exposición. He hecho de todo un poco y sé que no tiene sentido ni correlación con lo que voy a mostrar en la galería de Ariz. Cuanto más me esfuerzo, más me bloqueo y el resultado es un montón de bocetos mediocres que no remueven nada en mí. También varios de mis lienzos se han quedado en la basura, convertidos en un manchurrón sin forma de colores. Una vorágine que se traga todo. Tienen cierta belleza, pero no es lo que busco ahora.
Picoteo un poco de pizza que encargué para comer y me acaricio el cuello. Estoy molida de tantas horas frente al lienzo. Estoy desarrollando cierta fobia a verlo en blanco y al dormir me acosan las pesadillas sobre lo que no he hecho. ¿En qué momento mi sueño se ha convertido en mi desasosiego? Retomo mi actividad, sentada en el taburete mientras el segundero corre.
Ya ha oscurecido cuando aporrean mi puerta con fuerza. Me extraño y dejo el pincel sobre uno de los botes. Me apresuro a la entrada, dudando.
—¡Nec, abre! ¡Sé que estas ahí!
Su voz me alivia y la dejo pasar, contrariada.
—¿Qué ocurre? —le pregunto como si estuviese chiflada.
—¿Que qué ocurre? —repite indignada metiéndose a mi casa—. Que no he sabido de ti en cuarenta y ocho horas. ¡Eso ocurre! ¿Qué ha pasado con Ariz?
Cierro y suspiro girando mi cuello y manoseándolo.
—Me dijo que mi obra está incompleta y que si no quiero que mi sueño se quede en eso, será mejor que le entregue algo digno en menos de una semana. Y no se me ocurre nada —rabeo dejándome caer en el sofá.
—¡Esa tía está pirada! —dice Calha, indignada—. ¿Te ha dicho qué le falta?
—La transición —comunico de mala gana.
Mi amiga tuerce el gesto y se sienta a mi lado.
—¿Por qué no me has avisado?
Retiro las manos de mis ojos, cansada.
—No lo sé. Quería acabar el encargo cuanto antes.
Se inclina sobre mí y me gira, de espaldas. Presiona con sus pulgares entre mis hombros y mantiene un movimiento circular que me hace gemir y relajarme.
—¡Qué agradable! —murmuro.
Sigue masajeándome y va bajando por la espalda, desentumeciendo mis músculos. Se reclina sobre mí y me besa el cuello. Desliza sus manos por mis costados hasta mis pechos (no llevo sujetador) y continúa con su masaje sobre ellos, por encima de la camiseta que llevo.
—Cally... —protesto con un gemido.
—Shh. ¡Relájate! —me pide.
Sigue torturándome con sus hábiles manos hasta que me recuesto sobre ella sin que deje de lamerme el cuello. Separo las piernas, abandona mis pezones erectos y ahora acaricia mis muslos desnudos.
—Vamos a la cama —susurra con la respiración alterada.
—Cally, yo...
—No vamos a hacer nada. Solo dormiremos, se te ve agotada, cariño.
Se separa poco a poco y nos dirigimos a mi habitación. Voy dando tumbos, no solo por el agotamiento, sino por el deseo que me embarga. Calha, a mi vera, me agarra de la mano y me la acaricia. En mi cuarto se desprende de toda la ropa que lleva a excepción de la interior. Se me hace la boca agua y suspiro, yo solo llevo una camiseta blanca. Nos metemos entre las mantas, ella se aproxima y me abraza por detrás. Mi corazón late fuerte, pero sus pulsaciones las percibo más al sur de mi anatomía. Cuela una de sus manos por debajo de mi prenda y acaricia mi vientre, enseguida cambia su trayectoria y me saca las bragas, hasta quitármelas por completo. Jadeo, y es que las emociones me aplastan. El calor se instaura en mi vientre y se desliza entre mis piernas. Mi rostro es como una candela.
—¿No me lo ibas a poner fácil? —digo con la boca seca.
Sigue con sus sugerentes caricias, que me hacen desear más.
—La que no sabe lo que se pierde eres tú. Lo realmente difícil está siendo para mí —musita en mi oreja.
Unos de sus dedos se escapa de su recorrido y se desliza por toda mi hendidura de principio a fin sin llegar a penetrarme. Grito de placer. Calha gime sobre mí; estoy empapada y sé que ella lo ha apreciado.
—No soy virgen —le aclaro debido a su último comentario.
Se ríe alejando las manos de mi zona erógena. Me decepciona que no continúe, pero parece estar esforzándose por controlarse, y no puedo evitar sentirme agradecida por su consideración.
—En cuanto a mujeres, sí. Y déjame decirte que es mucho más placentero que con un hombre. —Su declaración me deja afectada.
Aleja sus manos por completo y me besa en la mejilla. Abraza mi torso y se acurruca. Sigo con la respiración alterada y con las ganas manando de mí.
—¡Duerme, cariño!
La noto sonreír a mi espalda, pero no le voy a suplicar. Sé que quiere tentarme hasta que no me importe, pero de qué me sirve un acto de ese estilo si a lo mejor después me arrepiento como nunca. Aprieto las piernas intentando obviar estas ganas que me corroen. ¡Es una cabrona integral!
***
Me despierto empapada en sudor y con una idea fluyendo en mi mente. ¡Va a resultar que dormir a medias tiene sus ventajas!, porque la maquinación sigue a flote, en la superficie de mi consciencia. Me levanto sin preámbulos y corro a mi lugar de pintura: el invernadero. Saludo a Pinchitos y a Estrella y agarro el último lienzo que me queda. Si esto no sale, mañana a primera hora deberé comprar más.
Abro botes de pintura, estudio los pinceles que voy usar, hago las mezclas pertinentes y bosquejo el arquetipo. Me fluye una energía extraña por las venas hasta las yemas de los dedos, algo que solo me sucede cuando voy a crear algo digno de ver. La confianza me bulle mientras trazo las pinceladas.
Llevo un pedazo inmersa en este cuadro cuando una presencia a mi espalda me distrae.
—Cally, vete a dormir —le pido—. Necesito hacer este sola.
Sé que no me va a insistir y que me comprende, o por lo menos me respeta en mi decisión.
—¿Sigues sin bragas?
Río bajito. ¡Lo de esta chica es increíble! Creo que nunca seré capaz de entender cómo funciona su cerebro.
—Sí. —Es toda mi respuesta antes de continuar pintando.
Gime con queja y vuelve a la cama. Bueno, ahora quedamos empatadas.
Sigo inmersa en esta idea, que voy plasmando con más lentitud de la que me gustaría al principio, pero que agarra ritmo a medida que la el proyecto va tomando forma. Los primeros rayos del sol dan la bienvenida a un nuevo día, y yo doy por concluido eso que me faltaba. Cojo el móvil de encima de la mesa y le envío un mensaje a Ariz.
No habrá más obras expuestas que las que ya tiene y este nuevo cuadro, aparte del de Cian. Me da igual si le sigue pareciendo que va a ser una exposición inconclusa, porque yo la doy por acabada. Espero una media hora mientras me masajeo el cuello, sin el mismo resultado que consigue mi amiga y sonrío. Tengo ganas de volver a la cama con ella, pero no puedo permitir que lo vea, quiero que sea una sorpresa para todos, y la pintura aún no se ha secado del todo.
Cuando estimo que ha transcurrido el tiempo idóneo le echo la sábana por encima y regreso con ella. Me dedica una sonrisa atrapada en la comodidad y el calor de la cama, y me mira apacible.
—¿Lo conseguiste?
Me atrevo a darle un beso en la frente por toda contestación.
***
A la tarde, Ariz llama a mi puerta. Le abro con desgana, por tener que tratar con su persona. Se interna en mi casa con una confianza que ahora distingo como egocentrismo y jactancia. Pongo los ojos en blanco y la conduzco hasta mi terraza. Allí, sobre sendos caballetes descansan mis cuadros, cubiertos por telas.
Cuando está lo suficientemente cerca, los destapo sin rodeos. Sonrío pletórica al ver el pasmo chantado en su cara engreída. ¡Toma esa, Ariz Mackintosh!
—¡Vaya! Te había subestimado —exclama cohibida.
—Sí —afirmo sin mirarla—, la gente tiende a hacerlo.
Sigue admirando las pinturas sin prestarme atención. Parece realmente orgullosa a pesar de que no lo ha realizado ella, sino yo. Supongo que esto le ayudará a ganar prestigio, aunque también espero ganarlo yo.
La ayudo a trasladar los lienzos hasta su furgoneta, pero se detiene a medio camino.
—¿Y esto? —pregunta depositando el cuadro que lleva en brazos.
Me giro confusa. Se ha agachado junto a dos de las pinturas que deseché.
—No valen. —Es toda la información que le suministro.
—¿Me los puedo quedar? —dice casi con veneración.
Arrugo el ceño y me encojo de hombros.
—Supongo que sí. Los iba a tirar de todas formas.
Voltea horrorizada, y se aproxima a mí de una manera que me incomoda bastante. Sujeta un mechón de mi cabello entre sus dedos y lo enrosca con coquetería; me sonríe, arrimándose más.
—Aún no eres consciente de lo que vales. ¡Una lástima!
Me echo hacia atrás, perpleja, y sigo el rumbo hasta su vehículo. Ella carga los tres lienzos restantes.
—¡Nos vemos el viernes, querida! —grita, ya desde el asiento del conductor.
Arranca su furgón y la observo alejarse levantando una humareda con sus ruedas traseras.
¿Acaba de pasar lo que creo que acaba de pasar?
***
El anuncio de mi exposición en la Galería de Arte Ariz corre como la pólvora. Se han pegado algunos carteles en establecimientos comerciales muy visitados, sobre todo en el centro. Se ha anunciado en la radio y en la prensa escrita. ¡Me alucina el alcance y la fama que tiene la Mackintosh! No ha escatimado en gastos para darme la relevancia necesaria, tengo que concedérselo. No he podido evitar preguntarme si alguno de los profesores que me dio clase hasta hace un mes, se habrán enterado de que la «sin talento» expone su obra. La verdad es que los ha dejado quedar a la altura del betún como docentes en la materia. Como se suele decir: si no sabes, enseñas. O criticas, mejor dicho, la envidia como mentora no se debería practicar, pero qué sabré yo, ¿no?
Los días avanzan a una velocidad vertiginosa y si no fuese por Calha, creo que me consumiría en el terror. Porque sí, he conseguido algo grande, pero también estoy asustada. No sé si estoy preparada para lo que se viene, ni sé qué voy a hacer con mi futuro a partir de ahora. Seguiré pintando, eso por descontado; no obstante, ¿en dónde enfocaré mis esfuerzos? ¿Más exposiciones? ¿Abrir mi propio negocio? Tengo el capital, pero ¿es lo que quiero?
—Nec, cariño, ¿te quieres estar quieta? Así me es imposible maquillarte.
La gran noche ha llegado y soy un manojo de nervios. Cally se las está viendo y deseando para ponerme el rímel. Me ha hecho embutirme en un vestido de raso de color metalizado. El escote es redondeado pero simula una caída en el medio muy elegante. Me llega hasta los tobillos y es muy fresco. Me ha sugerido que me deje el pelo suelto y natural, que se resume en unas ondas definidas que caen hasta mi costillas. El maquillaje se está basando en tonos tierra, que dan más sencillez a mi apariencia.
—No puedo. ¿Y si no asiste nadie?
Calha reniega de mi pesimismo.
—¿Y si está hasta los topes y te quedas fuera?
La fulmino con la mirada por no tomar en serio mis temores.
—¿Y si no le gustan a nadie mis dibujos? Algunas de las personas que llamaron me dijeron que lo hacía de pena.
Da unas pinceladas en mi labio inferior con el carmín.
—Los mismos que no tienen talento ni para defecar y limpiarse bien el culo después.
Río sin poder evitarlo. ¿Qué haría yo sin ella?
Posa sus manos en mis hombros y me hace mirarla.
—¡Eres increíble, Nec! ¡Métetelo en la cabeza! Ariz no muestra la obra de alguien mediocre ni por lástima. Esa zorra no hace nada sin saber que obtendrá beneficios.
Entrecierro los ojos por ese comentario. Mi amiga me gira hacia el espejo y me obliga a contemplarme.
¡Estoy increíble! Me veo tan bien como ella y no desentono a su lado como otras veces. Calha lleva un traje de dos piezas de color rosa palo con un top negro por debajo de su chaqueta, y el pelo recogido en una cola de caballo.
Nos nos entretenemos mucho más y salimos. El clima exterior es clemente y hace una noche perfecta de primavera.
Vamos dando un paseo hasta el centro de la ciudad, en la zona bohemia, donde confluyen todas las actividades dedicadas al arte. Facilitamos nuestros nombres al gorila que está en la puerta, encargado de comprobar que estemos en la lista, y nos deja pasar. Nada más atravesar el umbral, Ariz se nos acerca muy animada con un vestido palabra de honor azul eléctrico poco favorecedor, que le hace parecer un pitufo.
—¡Ah, Venec querida, por fin llegas! —Me extraño porque llegamos bastante temprano, la verdad—. Calha, ¡cuánto tiempo sin vernos!
Miro a amiga con extrañeza. ¿Se conocen? Ariz le estampa dos besos, sujetándola por la cintura. Se separa de ella y la examina de arriba a abajo con antojo. Esta mujer es el equivalente a un hombre baboso.
—No tengo la misma sensación. Podría haber estado un par de años más sin verte la cara —dice Calha entre dientes y con una sonrisa falsa.
—¡Oh, querida! ¡Tan bromista como siempre! —se ríe Ariz.
—No sabía que os conocías —le digo por lo bajo a Cally mientras la artista se gira a comentarle algo a uno de los camareros que sirven bebidas.
—Luego te lo cuento. —Es toda su explicación.
Mackintosh me sujeta por la espalda, y se interpone entre nosotras, empujándome hacia delante.
—Espero que no te importe, Calha querida. Pero tengo que presentar a Venec a algunos conocidos.
—¡Adelante, querida! —dice con retintín mi amiga.
Me paso el resto de la velada yendo de aquí para allá tras Ariz y conociendo personas importantes del mundillo. Los hay de todas parte del mundo: Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Francia... Aunque cordiales, la gran mayoría resultan ser un tanto pedantes y en varias ocasiones me abstraigo de unas conversaciones que estoy lejos de comprender. ¿A mí que me importa el estado financiero de la bolsa turca o el sistema sociopolítico ruso? ¡Si ni siquiera sé cómo afrontar un día estresante sin venirme abajo emocionalmente! Tras varias sonrisas que espero que cumplan su función de «lo estoy disfrutando» y dos copas de champán, me excuso para ir al baño.
Dentro de este, me refresco la cara con cuidado de no estropear el maquillaje. La puerta se vuelve a abrir y sonrío cuando veo a Calha. Me abraza por la cintura y me da un beso en la mejilla.
—¿Qué tal tu noche?
—Aburridísima. No creo que me apetezca repetir la experiencia, son todos muy esnobs —admito.
—No todas las galerías son como esta, aunque pocas te darán el prestigio que conseguirás con Ariz.
Me volteo entre sus brazos.
—¿Qué hay de vosotras?
Suspira y se aleja.
—Digamos que no es una buena decisión mezclar trabajo y placer. Ha sido una de mis pocas malas ideas —comunica desviando la mirada—. Yo estaba trabajando para la revista que ya te comenté y la conocí en una entrevista que le hicimos. Le gustó mi visión artística y cómo la llevaba a cabo. Quiso que fuese su mano derecha, y en verdad lo consideré, pero...
Siempre hay un pero.
—Quedamos una noche para aclarar las condiciones de lo que sería mi contrato y una cosa llevó a la otra.
—¿Os acostasteis? —digo perpleja.
—Fue la primera mujer con la que he estado y la que me sumergió de lleno en los placeres femeninos. La cosa se fue alargando, pero mi posible empleo quedaba en el aire cada vez que lo mencionaba. Me chantajeaba para obtener beneficios carnales y luego supe que no era con la primera que había jugado así.
—¿Fue tu primera experiencia sexual? —curioseo.
—No. —Calha ríe—. Antes de toparme con esa arpía estuve con un chico que fue mi pareja durante casi dos años. La cosa tampoco salió muy bien.
La observo consternada. Nunca me hubiera imaginado algo así de su pasado. ¡Es siempre tan desenfadada que cuesta creer que algo la pueda afectar en realidad!
—¿Que tonta, no? —expone con amargura.
—¡Para nada, Cally! Jamás pensaría eso de ti. Ya me he dado cuenta de que Ariz no es una persona fiable.
—Yo tardé más en verlo. Cuando di por finalizado nuestro lío, ella me presentó el contrato, pero no lo acepté. —Me mira con gravedad—. ¡Es una explotadora de cuidado! Se pasa los condiciones básicas de los trabajadores por el forro.
»Todavía alberga la esperanza de que sea su mano derecha o su amante florero.
—¿Y sabiendo todo esto por qué no me impediste colaborar con ella? —expongo preocupada.
Me acaricia la mejilla con tristeza.
—No se le puede negar el talento que posee ni su ojo para vislumbrar el talento de otros. Le gusta descubrir diamantes en bruto, y tú has sido uno muy grande, cariño.
—No siento que encaje aquí.
—¿Y quién lo hace? Es agotador vivir con tanta pomposidad sin acabar con cara de estreñido. ¿Tú los has visto? No he distinguido una sola barriga cervecera en toda la galería.
Me sorprendo al constatar que, en efecto, tiene razón. Pese a que la indumentaria es de lo más dispar, hay cierto tono petulante y gregario en el ambiente.
—¡Vamos, esta es tu noche y no puedes estar escondida en el baño!
Volvemos a la reunión; sin embargo, en esta ocasión me quedo junto a mi amiga charlando distendidamente. A los lejos me parece ver a un rostro sobresaliendo por encima del resto de las cabezas. Me dirijo a Cally, pero esta ya está con un brazo levantado y saludando con su habitual algarabía.
—¡Ny, aquí!
Senén se nos acerca y sonríe. Nos da dos besos a cada una.
—Pensé que no llegaría a tiempo —expresa.
—Aún no han destapado los dos cuadros de Venec. Esperará todo lo que dé la velada de sí para ganar más repercusión.
Como si Ariz la escuchase, da unas palmadas para llamar la atención de los asistentes y me hace un gesto para que me una a ella. Lo hago con reticencia.
—¡Sed todos bienvenidos y bienvenidas! Hoy tengo la suerte de presentaros a esta joven artista que apenas ha cumplido la mayoría de edad y ya nos asombra con su arte. —Todo el mundo está atento a sus palabras, incluida yo—. Pero hemos reservado lo mejor de su obra para el final.
Con un gesto, dos de los que imagino sean sus colaboradores, descorren las cortinas de mis lienzos. Un murmullo colectivo de apreciación inunda la sala.
—Es un placer presentaros a Venec Morengo Shíax, la autora de Los colores que olvidé, el título de su obra.
La ovación no se hace esperar. Busco a Calha con la mirada, interesada en su reacción por el lienzo que no vio. Tiene los ojos llenos de lágrimas y me preocupo por haberme extralimitado.
Acepto las alabanzas que me brindan con una sonrisa tímida, sin acabar de oír lo que Ariz comunica. Me acerco con disimulo a mi amiga y le toco el brazo con precaución.
—¿No te gusta? —pregunto.
Ella niega y se echa a reír.
—Para nada, ¡es precioso! ¿Soy yo?
Asiento con una sonrisa. En el lienzo se puede ver a una mujer desnuda con las piernas cruzadas sobre su sexo, desafiando con la mirada al artista. El fondo está lleno de colores azules y malvas, mientras que ella permanece en los claroscuros y su corazón estalla en fragmentos burdeos, primando su salpicadura por la extensión del cuadro.
—No me pediste que posara —ríe sollozando.
—Me he grabado al milímetro todo lo que me has mostrado de tu cuerpo —bromeo.
—No has dibujado al colibrí.
—Ese será nuestro secreto —bisbiseo.
Me abraza fuerte, y yo a ella. No imaginé que se pudiera emocionar de esta forma. Me alegro de haberlo hecho.
—No sé qué pensar de ver a mi hermana desnuda en un cuadro.
Calha pone los ojos en blanco, limpiándose los restos de rímel de debajo de los párpados.
—La idea original era con las piernas separadas, y yo haciendo un gesto con el índice para que se acercaran —mortifica al psiquiatra.
Me río por lo bajo mientras Senén la fulmina con la mirada. Unos toques en mi hombro derecho me hacen girar; la impresión me tambalea.
Cian está frente a mí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top