No sufras tú, que ahora me toca a mí
Paralizada. Así me quedo mientras Mayra llora sobre mi camiseta. La puerta de fuera sigue abierta, y la lluvia ha empezado a caer con fuerza. La sostengo como buenamente puedo, porque la pobre está temblando de una manera muy exagerada. Su fragilidad es tan palpable que observo a Cian en busca de ayuda. Él parece estar tan perdido como yo.
—Mayra, ¿qué...?
—Me puedo quedar aquí contigo. ¡Por favor! —me implora desesperada—. ¡Te pagaré un alquiler!
Me impresiona su solicitud y la atajo de inmediato.
—No necesitas darme nada, Mayra. Puedes quedarte el tiempo que necesites. —La miramos de hito en hito—. ¿Puedes decirme qué ha pasado?
Niega con la cabeza y estalla en un nuevo torrente de drama. Farfulla algo, pero entre tanto gimoteo no consigo descifrar nada.
—Está bien, está bien. Pasa y siéntate —la invito señalando hacia donde se encuentra Cian. Mayra se detiene de pronto al ser consciente de otra presencia—. Él es Cian. Cian, ella es Mayra.
Mi amigo le sonríe, y ella le devuelve la mueca sin ganas. Aprovecho para cerrar la puerta y que no siga entrando agua de paso.
—No sabía que tenías compañía...
—Cian también se va a quedar. ¡Bienvenidos al Hotel Venec! Estadía: hasta que gustéis —bromeo sin gracia—. Encended la tele y ved algo mientras preparo la cena.
Estoy sacando ollas del mueble cuando diviso a Mayra por el rabillo del ojo.
—Puedo ir a un hotel...
Levanto una mano.
—¡Pa pa pa pa! ¡Nada de eso! ¡Te quedas y punto! Tengo habitaciones para ambos. —Sin muebles, pienso—. Ve con Cian, es un gran tipo, seguro que consigue sacarte una sonrisa.
Apelo interiormente por que así sea mientras ella acata mi petición. Aprovechando que estoy de cuclillas, saco el móvil del bolsillo y envío un mensaje.
Mayra está en mi casa.
Echo agua en una cacerola que es del tamaño adecuado para los que somos. Un pitido me indica que me ha llegado un mensaje.
¿Qué hace ahí a estas horas? No puede salir del centro de menores después de las nueve y media sin un permiso especial.
Me llevo una mano a la frente y pongo el agua a calentar.
Ha venido muy alterada y me ha pedido quedarse.
Pensé que deberías saberlo.
Bien.
Voy a ver qué averiguo.
Preparo los ingredientes desapasionadamente y soy testigo de cómo mi amigo ha conseguido que la que va a ser la informática de mi empresa, se tranquilice. Él capta mi mirada y me guiña un ojo; le sonrío de vuelta elevando el pulgar.
Consigo tenerlo todo listo para las once, preguntándome qué ha pasado con el día de hoy. Recuerdo haberme despertado sin ganas de levantarme para afrontar otro día lleno de ansiedad, y de golpe y porrazo, mis problemas han pasado a un segundo plano. La gente de mi alrededor también sufre, tiene un pasado y lo lleva a cuestas como me sucede a mí. Todos lidian con algo. Lo enfrentan. Siguen a pesar de los inconvenientes. Yo me centro tanto en lo que me acaece que el mundo deja de existir para que solo seamos yo y mi problema. No. No es la clase de persona que quiera ser en el futuro, ni en el presente.
Arreglo todo en mi terraza, junto a mis plantas, que aunque pequeñas ya han crecido, y reparto los platos y los cubiertos en la mesa. Cian se acerca por detrás.
—¿Te ayudo con algo?
—No, no hace falta. ¿Cómo está?
Ambos miramos por el cristal a una Mayra abrazada a un cojín con la visión perdida y sin atender a la gran pantalla.
—Intenta aparentar estar bien, pero luego empieza a temblar de nuevo.
—Ha tenido que ser algo serio para que se haya puesto así.
—¿Sabes algo de su vida?
—Poca cosa. Lo básico y necesario para saber que es buena persona y que no quiero verla en ese estado. Me ha ayudado mucho con el negocio. Sin ella, esto seguiría sobre el papel todavía.
—Intentemos distraerla —sugiere Cian.
Le doy la razón y llevo la comida en una fuente hasta el invernadero.
—¡La cena ya está! ¿No querréis una invitación, verdad?
Toman asiento y comemos en silencio. Cian y yo intercambiamos miradas indecisas sobre cómo aligerar el ambiente; no obstante, es difícil andar con pies de plomo si no sabes dónde está la mina.
—Oye, Mayra...
—Prefiero estar en silencio, Venec.
Acato su petición. Sea lo que sea que la tortura, le estará dando vueltas ahora mismo, no hace falta ser adivino. Me fijo en mi amigo y también aparenta estar barruntando en su propio día. Yo prefiero no analizar en exceso el mío porque ha sido intenso como poco. Y sí hay sucesos que necesitan un análisis a fondo, pero es que ahora mismo no creo estar en el entorno adecuado para ello. Solo pienso en cómo convertiré en las próximas veinticuatro horas, mi hogar en el de mis amigos.
Acabamos de comer en el mismo mutismo, recogiendo cada uno su plato. Mayra regresa al sofá, y nosotros nos quedamos con Pinchitos y Estrella charlando en voz baja.
—Ha sido un día de locos, ¿eh?
Río por el comentario de Cian.
—No te creas. Los míos últimamente son así.
—¿Has pensado en escribir un libro? —se burla.
—¿Quién leería los problemas de una chica con ansiedad? Es obvio que todo el mundo tiene sus demonios —declaro, atenta a Mayra.
—Claro que sí, pero a todos nos gusta saber que no estamos solos pasando por esas mierdas.
Me recuesto en la silla con los pies en el borde y sonrío.
—Lo mío es la pintura, no las letras, Cian.
Chasquea la lengua.
—Yo que quería saber cómo me describirías. —Se lleva la mano a la barbilla y entrecierra los ojos—. Un guaperas irresistible, encantador, ingenioso...
—Y que no tiene abuela —finalizo poniendo los ojos en blanco.
Nos reímos volviendo a la realidad.
—Siento todas las cosas que te dije, Vec.
Cierro los ojos.
—Ya te habías disculpado.
—Lo sé, pero no consigo perdonarme. Dejé que la impotencia me dominara. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. ¿Lo sabes?
Intento tragar el nudo de mi garganta.
—Yo tampoco he estado muy fina —declaro—. Me creí lo primero que me dijo un desconocido de ti, como si yo no hubiera convivido contigo toda mi vida. ¡Lo lamento, Cian!
Sonríe mirando a la mesa.
—¡Nos la han jugado bien!
—Podría haber sido peor —manifiesto.
Sus increíbles ojos me contemplan y asienten.
—¡Mucho peor!
Mi amigo bosteza y le indico con un gesto que nos reunamos con nuestra compañera. Al llegar al salón, vislumbramos a una Mayra cao, tirada en el sofá con un brazo colgándole hacia el suelo.
—¡Vaya! Sí que estaba agotada —comenta Cian.
—Eso parece —concuerdo, observando lo joven que es en realidad—. Voy a buscarle una manta y una almohada.
Rebusco en mi armario las prendas, cuando el timbre suena por... ¿quinta?, ¿sexta vez?, hoy. Me desentiendo de él suponiendo que mi amigo se encargue de quien esté al otro lado, y agrupo los elementos. No es hasta que voy con parsimonia por el pasillo que se me ocurre quién podría estar llamando y acelero el paso, a juego con mi corazón.
En la entrada, Cian y Senén se miden en inspecciones dignas de púgiles. Dejo todo sobre el respaldo del sofá y me acerco con cautela. Mi amigo se aparta en cuanto me ve llegar y hace una mueca con los labios.
—Me voy a la habitación, así tendréis privacidad.
Quiero detenerlo y decirle que no pasa nada por que se quede, pero me doy cuenta de que su decisión evitará que el ambiente se enrarezca más. La mirada de Senén en el cogote mientras observo a Cian marcharse, me incomoda.
—¿Un día ajetreado?
Lo encaro y afirmo con cansancio.
—No lo sabes tú bien. ¿Qué haces aquí?
Sonríe como si mi comentario no le molestara, aunque soy consciente de que ha sonado como si me estorbase.
—Lo digo porque Mayra está bien, está conmigo, no porque no puedas venir. O sea, es tarde para que vengas, pero tampoco tan tarde como para que no puedas venir. —Mi intento por explicarme es tan bochornoso que rompo a sudar.
—Resultas encantadora cuando te pones nerviosa. Lo que no entiendo es por qué estás nerviosa. —Se aproxima un paso—. ¿Es por mí?
Río inquieta o como una demente, que viene siendo lo mismo.
—No... no. ¡No! No. —Demasiados noes.
Da otro paso.
—¿Estás segura?
Inspiro alzando la cabeza hacia su rostro e intento calmar los alocados latidos de mi corazón.
—S-sí —tartamudeo.
Acaricia un mechón de mi cabello entre su índice y pulgar y lo devuelve detrás de mi oreja.
—¿También se va a quedar a pasar la noche? —No aparta sus ojos de mí.
Dejo escapar el aire con fastidio.
—Es una larga historia y no quiero hablar de eso ahora.
Tensa la mandíbula, mas no dice nada.
—Es tu vida —comenta.
—Lo es —replico.
La afonía nos circunda. No deja de atender a cada mínimo gesto que hago; yo evito su ojeada todo lo que puedo. No quiero estar a malas con Senén, pero tampoco quiero que se inmiscuya en mi vida como si tuviera algún derecho. Me gusta su cercanía, y desde luego su compañía y, bueno, vale, me encantan sus besos, pero no puedo permitir sentirme juzgada e insegura por las decisiones que solo me incumben a mí. Fijar límites, me digo. Es lo que debo hacer ahora, y mañana me costará menos ponerlos.
—Está bien —claudica, resignado—. Sé el porqué Mayra está aquí.
Me acabo por enderezar y me aproximo más a él. Nuestra amiga está a unos escasos dos metros y aunque aparenta estar dormida, no me fío.
—¿Y por qué? —pregunto a la espera de su información.
El psiquiatra niega con la cabeza.
—No puedo decírtelo, bella Venec. Solo ella puede decidir a quién revelárselo.
Acepto, comprensiva, sus palabras. Desde luego, su vida no es la página de cotilleos de una revista amarilla.
—Claro.
—Que haya venido aquí dice mucho de la relación que habéis forjado —apostilla.
Avalo su comentario y caigo en la cuenta de otro asunto que necesito solucionar con urgencia.
—Necesito pedirte un favor.
Capto su interés de inmediato.
—Lo que quieras.
—Tengo que conseguir un par de camas, porque ahora mismo solo dispongo de una en mi casa.
Se tensa como si le hubiesen dado una descarga. Barre la estancia con la mirada y su rictus se endurece.
—¿Dónde dormirás esta noche?
Entrecierro los ojos y lo confronto cruzándome de brazos. Dejo que sume uno más uno mientras repaso su jersey de pico a cuadros grises y azules, sus vaqueros oscuros y sus zapatos negros. Tiene una porte digna de un modelo de pasarela, incluso de una de las esculturas del período grecorromano. Admiro su belleza y cómo sus emociones quedan atrapadas en su ceño. Su pelo ensortijado y brillante, tan oscuro, le hace destacar el azul pardusco de sus ojos al vigilarme.
—Podrías dormir conmigo en mi casa —aventura.
Sonrío y me relamo los labios.
—¿Con Calha de por medio? —le recuerdo—. Ni siquiera le contado que tú y yo...
Aprieta los labios y se pellizca el puente de la nariz.
—No quiero que compartáis la misma cama —manifiesta. Su expresión sincera me enternece y más porque se le nota que detesta la idea.
Me muero por acercarme y acariciarlo, tal vez consolarlo, pero reprimo el impulso. He de ser firme. Él no manda en mí.
—El caso es que, no es asunto tuyo.
Sus ojos se muestran dolidos por mi defensa. No voy a permitir que nadie más se meta en mi relación con Cian. Si decido dormir o no con él, es única y exclusivamente de mi competencia.
Se lleva las manos a la cara y se las pasa por su cabello azabache, echándolo hacia atrás. Está para darle un bocadito.
—Si hace falta, te traigo la maldita cama ahora.
Cierro los ojos e inspiro. ¿Por qué la persona más razonable de mundo no quiere razonar ahora?
—Puedes estar tranquilo —Ambos nos giramos al escuchar a Cian—, jamás la tocaría sabiendo que quiere a otro.
»Pero si tanto miedo tienes de mí, no me importa dormir en el suelo.
La risa grave de Senén podría helar un volcán.
—No te temo en absoluto, pero no quiero verla mal por tu causa otra vez.
Cian acepta el ataque sin inmutarse, casi.
—Repítetelo, a ver si te lo crees. —Se acerca y emite una risa torcida—. Te aterra que me prefiera a mí.
Se van acercando, y yo me temo lo peor. Me interpongo entre ambos extendiendo los brazos.
—Chicos —advierto con el corazón galopando de pánico—, estáis en mi casa. Espero que sepáis comportaros.
El primero que da un paso atrás es Senén. Inspiro aliviada, aunque por poco tiempo. Agarra mi mano, temblorosa, y le da un apretón.
—No temas. Hay ciertos límites que no estoy dispuesto a cruzar. —Besa mi mano y atiende a mis ojos—. Si es tu decisión, la respetaré.
»Sea cual sea —dice sobre mi oído antes de darse media vuelta e irse.
En cuanto se va, ya lo echo de menos y me siento rara por experimentar eso. Me giro a Cian con los brazos en jarras.
—¿Qué ha sido eso? —me quejo.
Respira cabreado.
—Yo diciendo que dormiré en el suelo.
Agarra el cojín del sillón y lo tira sobre el parqué del suelo. Acto seguido se tumba con la cabeza apoyada en él.
—No es necesario todo esto —protesto.
Emite una risa amarga.
—Sí lo es.
Suspiro mirando al techo. ¡Los hombres y su ego!
***
Decir que no pegué ojo es poco. He dado mil vueltas en la cama y he intentado que Cian se viniese conmigo en un par de ocasiones, pero el muy pedante se puso en plan orgulloso. Cuando me cabreó lo suficiente, le arrojé una de mis mantas para que al menos no pasara frío.
Ahora tiene que tener la espalda molida. Lo observo bebiendo un sorbo del zumo de naranja que me he preparado, apoyada con la espalda en la encimera. La cafetera está echando las últimas gotas en la jarra; Cian dobla la manta.
—¿Dormiste bien? —lo pincho.
—Genial —dice colocando el cojín en su sitio.
¡Maldito testarudo!
Son las ocho de la mañana y tengo una pesadez en la cabeza importante.
—¿Crees que pueda ducharme o habrá algún inconveniente?
Aprieto los labios conteniendo lo que me dan ganas de espetarle. Nos enfrentamos con las miradas mientras se aproxima, a la espera de mi respuesta.
—Mientras no necesite que me enjabones, no hay problema.
Sus ojos se desorbitan por mi comentario, y yo analizo mis palabras, una vez soltadas, dándome cuenta del doble sentido; me masajeo la frente. ¡Sin duda, yo sin dormir no soy apta para conversar!
—¿Quieres que te enjabone? —repite riéndose.
—¡Oh, por Dios, cállate! Ve a ducharte —digo avergonzada y dándome la vuelta para que no se me vea el rostro.
Me aproxima a él por la cintura y me besa en la sien.
—Si supiese que es eso lo que quieres en realidad, no habría nada que pudiese detenerme.
Se aleja y se va al baño.
¡Soy única complicando las cosas! Me gustaría hacerle saber lo mal que me sentí toda la noche por no tenerlo a mi lado. Solo quería estar abrazada a él, nada más, como solíamos hacer cuando teníamos un día difícil. Dos personas apoyándose, sin falsas intenciones u oscuros pensamientos.
Mayra se despierta algo confusa y me mira.
—¿Qué hora es?
—Las ocho y diez.
—¿Se puede saber a dónde vais tan pronto?
Preparo unas tostadas mientras se despereza; saco unos tarros de mermelada del mueble y queso de untar de la nevera.
—Tengo aguacates y yogures por si quieres otra cosa. También te puedo preparar una tortilla francesa.
Se detiene en su quehacer de ponerse las deportivas y me analiza estrechando los ojos. Ayer le hubo que sacar las gafas para que no las rompiera.
—¿A ti qué te pasa tan pronto? ¿Te chutas algo? —Alzo las manos extrañada. «¿Qué dice?»—. Yo soy más de cereales de miel con leche. Ya sabes, esos que son todo azúcar.
Resoplo. De eso no tengo nada, como era de esperar. Esta chica solo funciona con una dosis alta de azúcar en vena.
—Sí, ya. No tienes. —Me lee la expresión de circunstancia—. Me vale el café y la mermelada.
Busca a tientas sus gafas y el timbre de esta casa se manifiesta.
—¡Voooy! —Alzo la voz, y paso al lado de Mayra para acercarle las gafas que tenía sobre la mesita de café.
Al abrir me encuentro con el hermano que no esperaba. Calha.
—¿Qué haces aquí? ¿Y tan pronto?
Me echa a un lado meneando la cabeza y se adentra con su soltura natural.
—Ya me advirtió Ny de que hacías preguntas ridículas. —Se detiene y me mira como si fuese obvio—. Chica, si venimos es porque vives aquí, ¿no?
Cian aparece con el pelo mojado y una toalla alrededor de la cintura. Las gotas se le escurren por los pectorales, abdomen y piernas torneadas. Lo amonesto entrecerrando los ojos, porque me está dejando el suelo lleno de gotitas. A Mayra se le cae la tostada que se estaba comiendo al suelo y se queda embobada, viéndolo. Calha, por el contrario, le dedica una mueca de desagrado.
—¡La que faltaba! —rumia este acercándose a sus maletas.
—¿Algún problema, chaval? —lo encara Cally.
Me llevo las manos a la cabeza y me aparto el pelo de la cara. ¡Otra vez no, por favor!
—Para nada —dice Cian dándole la espalda y agachándose a revolver entre sus cosas.
Mayra, por el contrario, intenta limpiar el suelo con una servilleta, pero tendría más éxito si le diese en el lugar manchado y no al aire. Se muerde los labios comiéndose a mi mejor amigo con la mirada. Alzo las cejas divertida.
Calha lo vigila de soslayo con cara de asco.
—Venía para que escogieras. —Saca un pequeño catálogo de su bolso tote y me lo pone delante de la cara—. Ny quiere saber qué te gusta. Te lo traerán a la tarde.
Sonrío, infinitamente agradecida con su hermano. No se ha olvidado ni ha pasado de mi petición, a pesar del enfrentamiento de ayer con Cian. A preferido mantenerse alejado para que yo no me sintiera incómoda en mi propia casa. ¡Es un cielo!
—¿Por qué pones esa cara de felicidad? ¿Tanto te gusta mirar muebles?
Mi amigo bufa con unos calzoncillos en las manos y un pantalón de chándal sobre su hombro. Se aleja meneando la cabeza y riendo por lo bajo con escepticismo. Cuando se encierra en el baño otra vez, Cally suspira y me contempla contrariada.
—¡No sé cómo lo puedes aguantar, en serio!
—No lo conoces. Deberías darle una oportunidad antes de juzgarlo. Es un gran tío.
Su cara es sinónimo de que eso no sucederá a las prisas.
—¡Hola, May! —saluda Cally a nuestra compañera.
Ella balbucea algo en respuesta, pero su atención está en la puerta que se ha cerrado.
Me siento en el sofá con Calha y ojeo las páginas. La noto mirarme, pero estoy inmersa en escoger todo lo que podrían necesitar mis inquilinos. Considero los canapés como una opción muy buena, unos armarios con puertas correderas, coquetas, mesillas... Lleno la cabeza de posibilidades de organización para cada cuarto, y el posible confort de mis amigos.
—Estás muy guapa, Nec —me susurra, acercándose más a mí.
La observo sorprendida y me fijo en sus labios entreabiertos. Solo la he besado una vez y su sabor dulce me gustó. Sonríe mostrando esos dientes blancos y me acaricia la pierna con su mano, subiendo y bajando. Compruebo que Mayra no está por ninguna parte. ¿A dónde habrá ido?
—¿Sabes que he vuelto porque no aguantaba estar sin ti? —Mordisquea mi lóbulo y me provoca mil descargas de cosquillas.
Tenemos nuestros rostros muy juntos y su respiración choca sobre mi boca.
—Cally —casi jadeo—, vamos a tomárnoslo con calma.
Se fue, volvió, me trató mal sin venir a cuento, y ahora quiere que haga como si nada. No va a ser así por mucho que la desee, porque compruebo que lo sigo haciendo con la misma intensidad de antes, puede que incluso más; no obstante, no voy a dejar que quiera correr para suplir el tiempo en el que decidió no estar. ¡O a mi ritmo o a ninguno!
Sonríe de manera forzosa y compungida. Se aleja un poco, y se va a hablar con Mayra en cuanto esta regresa de no sé dónde, la verdad.
Cojo un boli del cajón de abajo de la mesita de café y marco los muebles que voy a comprar. Los colchones me lleva más tiempo decidirme, sé que Cian los quiere muy firmes, casi duros. Mayra en cambio, adora sentir que duerme entre nubes, ella misma me lo confirmó; aunque ahora no recuerdo a qué había venido ese tema. Una vez que estoy segura de lo que quiero, me giro hacia Calha, pero está tan animada y Mayra también, que elimino al mediador; tampoco me hace falta.
Has hecho venir a Calha muy temprano.
Contesta al instante.
Ha sido cosa de ella.
Sonrío.
¿También lo del catálogo?
No. Eso ha sido cosa mía.
Lo supuse.
No he podido dormir en toda la noche imaginando...
Demasiadas cosas.
Acaricio la pantalla.
Ha dormido en el suelo del salón, a pesar de que le pedí que durmiese conmigo.
¿Se lo has pedido?
Casi siento el dolor en esa pregunta.
Sí.
Hemos dormido juntos en innumerables ocasiones, y la única vez que estuvimos juntos no fue porque fuésemos a dormir.
Para mí es más normal dormir con él que besarlo.
Tienes que entenderlo.
Si no fueses tú, lo entendería.
Conozco los vínculo fraternales que se pueden llegar a formar entre dos personas de sexo opuesto sin que ello involucre nada más, pero, si se trata de ti, no me vale.
No puedes pedirme que cambie mi relación con Cian.
No lo he hecho.
¿Pretendes hacerlo?
No. Aunque ello suponga perderte, no tengo derecho a hacerlo.
El hormigueo de mi interior me altera la respiración. Me quedo con la vista fija en la pantalla hasta que esta se apaga.
—Se te ve radiante.
La cara de Calha asoma por detrás y se apoya en el respaldo con los codos.
—Sonríes más que antes. Me gusta verte así.
Me extraño hasta que soy consciente de la sonrisa que se tensa en mis labios.
—¿Ya escogiste?
Afirmo sin abrir la boca.
—Entonces me voy.
Coge la revisa de mis manos y me da un beso en la mejilla.
—¿Ya os conocíais? —pregunta Mayra cuando Cally ya se ha ido.
Cian reaparece con los pantalones, pero sin camiseta, y agarra una naranja del bol de frutas, junto a la informática.
—Es la hermana de Senén. ¿No te lo ha dicho?
Abandona el repaso que le está haciendo a mi amigo para abrir mucho los ojos.
—¿De verdad? ¡Nadie me había dicho nada! —protesta—. Aunque, bien mirado, sí que se parecen. Ella es muy guapa.
Mi amigo carraspea riéndose.
—¿No crees que lo sea? —inquiere ella.
Cian clava sus ojos en mí.
—Las hay mucho más guapas. —Se mete un gajo en la boca y lo mastica—. Me gusta más la belleza natural.
Por algún motivo, Mayra se pone colorada hasta las orejas. Decido cambiar de conversación.
—¿Tenéis algún plan para hoy?
Él sigue comiendo la naranja como si el tema no fuera de su interés, y ella se encoge de hombros enfrascada en sus pensamientos.
—Pensaba que tú y yo podríamos ir a la cancha a echar unos tiros. Hace mucho que no vamos.
La timidez de Cian al expresarse se me hace rara. Ni siquiera me mira a mí, sino al pedazo de fruta que tiene entre las manos. Me fascina el plan, sobre todo porque me hace revivir esas tardes interminables en las que corríamos detrás de la pelota por ver quién era el mejor; él, por supuesto, pero me divertía a su lado.
—Me encantaría, Cian —Su expresión aburrida cambia por una esperanzada y animosa—, pero estoy a la espera de los muebles para las habitaciones. Creo que vienen hoy.
Me fijo en cómo se tensa un músculo en su mandíbula y cuello.
—Perfecto. —Tira las mondas en la papelera y se vuelve hacia Mayra—. ¿Y tú, canija? ¿Te vienes?
Ella no sabe cómo reaccionar y tartamudea cosas inconexas.
—D-de-ber-ría camb-biarme —logra articular.
—¡Pues, venga, te espero! Yo también voy a vestirme.
—¿Pero os vais ahora? —encuesto sorprendida, porque apenas son las nueve de la mañana.
—Sí. No nos esperes para comer —espeta dejándonos a las dos estupefactas, y se va a mi habitación a cambiarse.
—¿T-te parece mal?
Observo a Mayra y le sonrío.
—Para nada. De hecho, me parece una idea estupenda. Puedes usar esa habitación de ahí para cambiarte. —Señalo a la derecha—. Es la que tengo pensado asignarte.
Agarra sus pertenencias y se escabulle en la dirección indicada.
Respiro hondo y giro sobre mis pies. Estrella y Pinchitos van a estar muy entretenidos durante una buena temporada con tanta gente.
***
El mediodía llega perezoso. Hace un día soleado muy agradable; he abierto todas las ventanas de casa para que la brisa entre. El olor a flores y hierba me entusiasma. Tengo un libro abierto entre las manos, que apenas he empezado, y estoy tumbada en el sofá leyéndolo.
Son las tres y cuarto cuando suena el timbre. A este sonido empiezo a asociarlo a una mezcla de alegría, nervios y fastidio. ¿Es posible sentir todo eso a la vez? Se ve que sí.
Arrojo mi lectura en el sofá, quedando abierto, y corro hacia la entrada en calcetines. Miro por la mirilla para asegurarme de a quién me voy a encontrar, y me deshago la coleta baja y simple dejando mi pelo suelto y ondulado enmarcando mi cara. Me estiro la ropa y centro bien el escote. Con la mano en la manilla de la puerta me replanteo lo que acabo de hacer. ¿Por qué quiero que se me vea bien?
Abro. Al otro lado me encuentro a Senén. Lleva unas gafas de sol oscuras de montura invisible, y una sonrisa que hace que le devuelva la mía como una tonta.
—¡Hola, bella Venec!
Mi estómago se ha convertido en una maraña de telarañas que alguien está arrancando de los rincones para hacerme cosquillas. Me llevo una mano al pecho y sonrío cuando esa sensación se extiende; me siento jubilosa.
—¡Hola, Senén!
Se adentra y me acaricia la mejilla con el pulgar.
En la entrada, un camión aparca y de él bajan varios hombres, que empiezan a descargar multitud de cajas. A lo mejor me he pasado pidiendo cosas.
La siguiente hora se convierte en un trajín de operarios montando muebles y situándolos en las pertinentes habitaciones. Para mi sorpresa, el psiquiatra también se ha puesto manos a la obra. Unas manos muy fuertes, que han sido capaces de trasladar el armazón de un somier sin apenas esfuerzo. O mejor dicho sin apenas resollar, porque su trabajo se marcaba en los músculos de brazos y pecho. Y pensar que he estado envuelta en ellos...
Al verme en el salón rodeada de desconocidos decido seguir a Senén. Me lo encuentro agachado colocando el canapé; la camiseta se le sube por la espalda y los pantalones se le ajustan en el trasero al flexionar más las piernas. Revisa varias veces la montura con un brazo extendido sobre la parte de arriba, y analizando que no le quede nada sin asegurar debajo.
Se da cuenta de mi presencia en uno de sus movimientos y sonríe.
—¿Está a su gusto, jefa?
Me río. Estoy algo nerviosa y mi mano va a la manilla de la puerta, sobre la que estoy apoyada, y acaricio la suave superficie metálica.
—Al menos parece seguro.
Acaba de apretar un tornillo con el destornillador y se levanta.
—Podemos probarlo si no te fías.
La sugerencia en el tono y su cercanía me alteran. Doy un inexistente paso atrás y choco con la puerta; me doy un golpe en la cabeza muy estúpido.
—¿Estás bien?
Me llevo la mano a la parte afectada, que me duele, y me siento ridícula.
—Sí, estoy bien... —¡Me muero de vergüenza nada más!
—¿Quieres que te examine? —Esas palabras no deberían salir NUNCA de la boca de un tío como él, sin que pretenda darle un síncope a alguien.
—Eres psiquiatra, no médico —refuto.
—Creo que podré hacerme cargo de un chichón.
Pretende, como él dijo, examinarme, pero de nuevo lo rehuyo insegura. No me entiendo a mí misma. ¿Por qué me escapo de él?
Su incomprensión acentúa mi incomodidad. Tiemblo por tenerlo tan cerca, y es una sensación a la que me podría hacer adicta.
—No es necesario, fue un golpe sin importancia.
—No quiero arriesgarme —insiste.
—Yo sí. —La dureza de mi voz lo detiene.
Joder. Pero ¿por qué lo trato así? Aprovecho que entran un par de empleados a acabar de armar el armario de esta estancia y me escaqueo. Sin embargo, Senén tiene piernas y sabe usarlas, así que me sigue hasta el invernadero. Tengo una mezcla de satisfacción y nervios en mi interior, y se vuelve peor al percibir su proximidad. Hay algo en su persona que me pide que me abandone a él, al refugio que me suministrarán sus brazos, sus caricias, sus besos...
Apoya sus manos en mis hombros y baja por mis brazos hasta mi dedos. Juguetea con ellos, acariciando uno por uno, despacio, y une nuestras manos. Cierro los ojos experimentando el placer de atracción que fluye entre nosotros, la emoción por saber que le gusto, la tranquilidad que me inspira. Mi espalda se topa con su torso y me envuelve entre nuestros brazos. Con la barbilla en mi hombro, habla sobre mi mejilla.
—Bella Venec —Suspiro y enfoco mis ojos en sus labios—, ¿qué ocurre?
¿Cómo se lo digo si no me atrevo a decírmelo a mí? ¿Cómo me expreso si no entiendo lo que siento? ¿Cómo lo hago? ¿Cómo?
—Me abruman las emociones y a veces creo que... —¿Qué? ¿Qué creo? No lo sé. Es que no lo sé—. Que no soportaré tanto. Son demasiado intensas; yo...
Desenreda nuestras extremidades y me hace mirarlo frente a frente.
—¿Soy yo quien te hace sentir así?
Miro esos ojos azul oscuro rodeados de pestañas negras. Miro sus labios llenos, nacidos para besar... o besarme. Quiero que me bese. El anhelo por él es tan fuerte que me clavo las uñas en las palmas de las manos.
—¡Háblame! —implora.
¿Qué le digo? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué siento?
Elevo mi rostro al tiempo que él desciende el suyo y nuestros labios se tantean, acostumbrándose al roce, a la suavidad, a la calidez. Atrapa mis labios y los presiona deslizando su boca por la mía. Lamo su humedad al profundizarse el beso; el calor que emana de nuestros cuerpos acucia a nuestra cercanía, a mis ganas de sentirlo más. A querer fundirme en él si es posible. Tironeo de las puntas del pelo de su nuca y hundo mis dedos en su cabellera. Senén me empuja por la curvatura de la espalda hasta unir nuestros cuerpos. El cosquilleo de mi vientre me inunda en todas direcciones; noto cómo mis dedos cosquillean allí donde lo toco, cómo hormiguean mis labios por los suyos sobre los míos, cómo me tiemblan las piernas al borde del colapso. Cómo el aire que le falta a mis pulmones, me lo insufla él. Y sé que quiero más, esto no es suficiente en absoluto.
Acaricio su rostro, la firmeza de su piel, los huesos que lo conforman... Sus labios, al separarnos para estar seguros de que no soñamos.
Lo observo a través de mis pestañas sin desasirlo. No quiero despegarme de él, de su calor; tampoco me suelta. Tiene la mirada perdida en mis labios y respira agitadamente.
Este beso ha sido...
—Singular —musita como si estuviésemos pensando lo mismo—. Como tú.
—¿Qué dices? —susurro, en nuestra burbuja.
—Lo que yo he sentido ahora ha sido singular.
Busco algo que me ancle de vuelta a la realidad en su camiseta.
—¿Eso es bueno o malo?
Se ríe con su timbre grave y profundo.
—Es formidable.
Sonrío contra su boca cuando presiona nuestros labios de nuevo y me abrazo a su cuello con los brazos estirados y feliz. Terriblemente feliz. Un pánico voraz y emergente que sale de la nada me grita que esto no durará, y como si el universo quisiera darle la razón de forma irrevocable, mi vida me recupera de las garras del amor.
—¿Nec? ¿Ny? ¿Qué hacéis?
Calha está plantada en el umbral del invernadero, contemplándonos con la destrucción de sus emociones plasmada en su hermosa cara.
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