Los peligros de posponer
Les he dado a todos una semana de vacaciones para poder irme. ¡Sí, me he ido! El último incidente en mi casa, me hizo estar segura de querer hacer ese viaje con mi amigo y alejarme de todo por un tiempo. Lo más gracioso es que mi capricho beneficia a todos. Megan podrá cuidar de su hija, Cally podrá asimilar que su ex pareja está viviendo en la misma ciudad que ella. Yaly no tendrá que seguir fingiendo que sabe hacer algo de lo que no tiene ni pajolera idea, Cirio y Zénnit necesitarán descansar después de hacer ellos solos el trabajo que se supone que deberían de hacer entre dos, y Mayra ha decidido dejar todo atrás, pero al menos se ha comunicado conmigo. ¡No veas mi sorpresa cuando, el primer día de descanso oficial, me llega un mensaje al móvil de la informática!
Gracias por entenderlo.
No le respondí, pero la comunicación se ha ido sucediendo a lo largo de los días.
Sigo viva.
Cian no sabe nada de esto y me sabe mal ocultárselo, pero...
No les cuentes a ninguno que hablo contigo.
Sobre todo a Cian.
Sería poco inteligente por mi parte destruir la única vía de comunicación que la informática ha dejado abierta entre nosotras. En la otra franja esta Cally. A pesar de no haber pospuesto mis planes por ella, también estamos en contacto. Aquel día después de la trifulca, Senén agarró a su hermana y se la llevó de allí. No sin antes detenerse junto a mí y dedicarme una mirada significativa. Creo que si hubiese podido, me hubiera cargado como a un fardo para llevarme con ellos, pero intuyó que no me iría a ninguna parte. Conocía la historia por Calha; sin embargo, aquella noche volví a escucharla de otra boca. Mientras Cian intentaba atender las heridas de su amigo, este empezó a hablar.
—Había olvidado lo fuerte que es el cabrón —se quejó.
Lo inspeccioné con crítica. Sí, me había caído genial cuando lo conocí, mas las cosas habían cambiado desde la revelación de mi amiga. Sabía de lo que Jake era capaz, y no podía conciliar ambas personas en una sola. Él se dio cuenta de mi cambio.
—Lo sabes.
Asentí. Cian me atisbó desconcertado e hizo la pregunta adecuada.
—¿Qué es lo que sabe?
—Que Calha fue mi novia.
Los ojos más bonitos de la estancia se abrieron de par en par.
—No me contó solo eso —lo acorralé.
Quería ver si era capaz de admitir lo que casi estuvo a punto de hacerle. Para mi sorpresa, sonrío, lo que hizo que el labio empezara a sangrarle otra vez.
—Te dijo que estuve a punto de violarla. —Afirmé, seria. Cian se sobresaltó, pero no tanto como con lo que diría a continuación—. Es verdad.
—¡Eso no puede ser cierto, Jake! —se quejó mi amigo. Casi era una súplica—. Tú no serías capaz de hacer algo así.
—Oh, sí lo fui. A ti nunca te coincidió escuchar mi historia, pero todos los que estamos en ese programa tenemos algo de lo que avergonzarnos. —Unió sus manos sobre sus piernas separadas, sentado al sofá junto a Cian—. Mi arrepentimiento más grande es haberle fallado a ella.
—N-no lo entiendo, tío.
—Calha y yo nos conocimos en el instituto, tendríamos dieciséis años, no más. Me había instalado con mis padres en Londres el curso anterior, pero no fue hasta el siguiente que coincidimos ella y yo. —Sonrió de una manera que reconocí al instante, la de una persona enamorada—. Te juro que si echo la vista atrás no sé ni cómo hice para que se fijase en mí. Era tan perfecta e inalcanzable, que cuando empezamos a salir no me lo podía creer.
»Fue mi primera relación formal. Mejor dicho, la primera con la que quise estar sin que hubiera otras de por medio. ¡Era increíble! No era celosa, me daba mi espacio y sobre todo tenía confianza ciega en mí y yo en ella. Jamás me había sentido tan a gusto en la vida. —Su rictus cambiaba a uno de disgusto—. Pero... ¿Siempre hay uno, no? Me junté con personas que fingían preocuparse por mí. No me di cuenta de que me estaban llenando la cabeza de basura y acabando con mis posibilidades de un futuro brillante como deportista.
»Me sumergí en el alcohol hasta que no podía pasar sin un trago ya desde por la mañana. Los patrocinadores que se habían interesado por mí se fueron retirando y las becas que me habían ofrecido fueron revocadas.
»Por supuesto no le había contado nada a mis padres ni a mi novia, porque no quería que me vieran igual que yo me sentí: un fracasado. —Su mirada vagaba por la habitación—. Dejé de entrenar y fui perdiendo todo lo que me caracterizaba, hasta que me dio asco verme en el espejo. Tenía siempre los ojos vidriosos, sudaba mas de lo normal y hasta había empezado a perder el pelo. Cuando el alcohol empezó a ser insuficiente, me refugié en el LSD y el MDMA. Me encantaba esta última.
»No recuerdo si aquella noche había consumido alguna droga, solo sé que quería lucir a lo único bueno que quedaba en mi vida. De lo único que sentirme orgulloso. Alguien que me seguía mirando como si fuese el mismo, a pesar de que no la estaba atendiendo como se merecía, y la quería a mi lado. Con ella sentía que todo volvía a su cauce. No obstante, bebí; bebí mucho y apenas sé cómo salimos de aquel garito. Solo recuerdo estar sobre ella exigiéndole algo. Nada más pensaba en que era mía y que nadie me la podía quitar. —Negaba con la cabeza en esta parte del relato—. Me rechazó y me sentí tan humillado, tan incapaz en la vida, que quise demostrarle que se equivocaba. Quise demostrárselo a todos, y le rompí la blusa rosa que llevaba. Nunca lo podré olvidar; se la había regalado yo. Ella llevaba puesto algo que le había regalado yo, demostrando cuánto me apreciaba todavía.
Ocultó su rostro tras las manos y Cian le dio unas palmadas entre los hombros. Jake sorbió por la nariz y continuó.
—Ella sangraba por la cabeza, Cian, y ni siquiera mi importó. No me molesté en cuidarla. —Mi amigo y yo intercambiamos una mirada que denotaba nuestros propios recuerdos—. Si no llega a ser por su hermano, que me dio una paliza como la de hoy, yo hubiera violado a Calha. A la mujer que yo quería.
Mi amigo tragó grueso.
—¿Qué sucedió después?
—Que lo perdí todo. Mis padres consiguieron librarme de la cárcel, a costa de servicios comunitarios y de que acudiese a un psiquiatra para mi evaluación. —Reía sin ganas—. La analítica que me hicieron en el hospital al que fui tras las hostias que me dio Senén, demostró que estaba bajo los efectos del alcohol y las drogas. Pero para mí eso no cambiaba nada.
»En cuanto pagué mi deuda con la comunidad, mis padres decidieron empezar de cero y nos vinimos a Lancara. Desde entonces no he podido mirarles más a la cara. En Londres mi padre tenía un puesto importante y bien remunerado como ingeniero aeroespacial, pero las miradas inquisitivas nos perseguían. La gente se había enterado, y mi madre no soportaba que nadie que me quisiese dar otra oportunidad, cuando solo me había equivocaba una vez en la vida.
Era otra forma de verlo sin duda. Y una que me hizo recapacitar sobre ello al meditarlo.
—Jamás creí que la mereciera. Hay hechos que no se pueden deshacer, y lo peor era saber el monstruo que anidaba en mí si le daba la dosis correcta de alimento. Tuve que ir a rehabilitación. ¡Fueron dos meses jodidos! Los temblores, esa sensación de malestar, la fatiga... El mono fue terrible. Pero cada vez que flaqueaba, me acordaba de ella. De sus ojos asustados, de la sangre... Dios, la sangre es lo que más me perturba a día de hoy. ¡Estaba sangrando y no la auxilié!
»Cada vez que alguien joven entra en AA, me veo a mí el primer día. Reacio a asistir, convenciéndome de que no era como ellos, que era mejor. Salí de la primera reunión vomitando cuando vi lo bajo que había caído. No he vuelto a faltar desde entonces.
Mi amigo miraba a Jake como a un desconocido.
—Cuando te vi llegar a tu primera reunión, te juro que me recordaste a mí. Creo que por eso me acerqué y me ofrecí a ser tu padrino. Entendería que no quisieses que lo fuese más ahora, y que buscases a otro.
Cian se levantó revolviéndose el pelo. Nunca justificaría un acto como el que llevó a cabo Jacob, pero no pude pasar por alto su pesar. ¿Realmente había gente que merecía una segunda oportunidad?
—No. No necesito otro. Es solo que... Nunca imaginé que... ¡Es una mierda!
Jake se levantó y cogió su chaqueta.
—¿Sabes lo que es una mierda? Saber que te quieres casar con tu novia, haber comprado el anillo para pedírselo y estar a punto de... —No pudo acabar la frase—. ¡Eso sí que es una mierda!
Se fue con un gesto de cabeza de despedida. Cian seguía alucinado incluso después de irse su padrino.
—¿Sigue en pie lo de irnos? —preguntó.
Así que aquí estamos ahora, tirados en toallas en la arena de la playa. Puedo decir que ya he conseguido un tono de moreno ideal, pero eso no evita que quiera fijarlo bien. Aunque este viaje era para refugiarnos de nuestro día a día, ninguno lo hemos hecho. Mi amigo se ha estado mensajeando con Jake. Ha decidido que la persona que ha conocido es con la que se queda, dice que pasado tenemos todos. Tiene razón. Una parte de mí ha estado barajando la idea de decirle a Cally lo de la propuesta de matrimonio fallida. O sea, que ya estaban seguros de que habían encontrado a esa persona ideal. Ella habló con el mismo amor de él, que él de ella. Sin embargo, esa acción los perseguirá por siempre a ambos.
¿Cómo está hoy?
Parece que mejor.
Va a salir de casa, después de tres días.
Me alegro.
En estos días he estado en contacto con los hermanos Ónix. ¡Sí, sí, ya! Los quería lejos, y mírame. Hay sucesos que no creo ser capaz de ignorar. Le he preguntado a Cally día tras día cómo estaba, pero sus mentiras no me las creía ni a distancia, así que recurrí a Senén para saber la verdad.
¿Tú cómo estás?
Me sorprende su interés. No es que haya sido muy agradable con él últimamente.
Bien.
Gracias por preguntar.
Le doy vueltas y añado.
¿Y tú qué tal?
No estoy seguro.
Saber que ese tipo está en la misma ciudad que mi hermana no me gusta ni un pelo.
Y tampoco me tranquiliza la idea de que te trates con él, si soy completamente sincero.
¿Para qué habré preguntado?
¿Qué harías si tuvieras un paciente como Jacob?
No justifico lo sucedido ni por asomo. Tampoco es que me fíe al cien por cien de Jake; andaré con más cautela. No obstante, y ahora que mi amigo ha decidido confiar en él, quiero saber la opinión de un profesional. ¿Las personas con semejantes pasados se pueden redimir? ¿Lo hacen de corazón?
¿Pretendes que olvide lo que hizo?
No.
Solo quiero saberlo.
¿Has tratado alguna vez a un paciente que haya hecho algo realmente grave y se haya arrepentido?
¿Es posible?
Tarda en contestar.
Nunca he tratado a un paciente con esas características.
Me desilusiono, pero pronto entra otro mensaje en la conversación.
Pero sí he leído casos en los que es posible una rehabilitación.
Así que respondiendo a tu pregunta: sí es posible cambiar.
Respiro más tranquila.
Pero no creo que él pueda.
Doy la conversación por concluida y aparto el móvil a un lado. Entiendo la posición de Senén. Como ya sospechaba, Calha es la debilidad más grande del psiquiatra, y este peca de ser humano como el resto de mortales. Un nuevo mensaje me distrae.
Me haces falta.
Solo deslizo la pantalla hacia abajo, sin llegar a entrar en la aplicación. Mi corazón se acelera al leer esas tres palabras, y mi barriga cosquillea. Detesto no ser capaz de no emocionarme por él, de que mi cuerpo no lo olvide. Decido apagar el móvil y estar desconectada de mi vida habitual el resto de días que pasemos aquí. Nos hemos ido al otro extremo del país; mañana nos vamos de senderismo y acampada por la noche. ¡Estoy deseándolo!
***
¡Retiro lo dicho! Llevamos caminando horas bajo un sol infernal, con un montón de mosquitos pinchándome por todas partes. Solo se escucha su zumbido y mi posterior manotazo en mi carne. Estoy sudando la gota gorda y echo de menos el estar tumbada como una estrella de mar en la playa. ¿Por qué planeamos cansarnos en nuestra escapada? ¿Estábamos locos o qué cuando lo decidimos? Aparto un helecho hacia un lado, y mi pie se enreda con unas zarzas. Me araño el tobillo con los pinchos y siseo de dolor.
—Recuérdame por qué hacemos esto —pregunto a mi amigo deteniéndome para beber agua.
—Porque alguien dijo: «Quiero estar en contacto con la naturaleza. Descubrir lugares únicos y ejercitarme.» —responde con voz de pito.
Guardo la botella mirando a mi alrededor.
—¿Y quién es ese al que imitas?
—¡Tú!
—Eso parecía un dibujo animado —protesto.
—Así suenas, Vec.
—¡Ni en sueños!
Seguimos avanzando con dificultad, porque ni siquiera estamos en un camino delimitado. No. Hemos atravesado un bosque, que no creo que hayan desbrozado en la vida, o casi. El sol se intuye entre los pocos claros que hay entre árbol y árbol. Los matorrales son abundantes, así como las malas hierbas que crecen por doquier. Hay zonas despejadas, pero es como si hubiesen arrasado toda vegetación. Apenas nos hemos topado con algún animal, aunque Cian asegura que podría haber jabalís, ciervos y algún que otro reptil, sobre todo serpientes. No me gustan las serpientes. Si viese una, coronaria la cabeza de mi amigo más rápido que una cabra una montaña. Me parece antinatural que si no tienen patas se puedan erguir. Su musculatura desafía las reglas de la naturaleza, no hay quien me lo quite de la cabeza. Solo espero que si nos cruzamos alguna, ella siga su camino y nos deje seguir a nosotros el nuestro.
—¡Vec, estás en pésima forma! —se queja Cian.
—¿Perdona?
—¿No puedes ir más lenta?
Entrecierro los ojos. ¡A que le tiro una piedra a la cabeza!
—¿Es que has quedado con un castor?
No entiendo a qué viene tanta prisa.
—Se supone que tenemos que llegar a la gruta en media hora, pero a tu paso no llegaremos ni en dos.
—¡Tengo calor! —resalto—. Y el calor me aplatana.
—¡Yo no! ¡Yo estoy genial! —se mofa.
—Sí, ya lo noto en tu humor.
Llegamos a un montículo elevado y desde lo alto divisamos todo el valle. Se llama el Valle de las Lágrimas porque antiguamente venían las esposas de los marineros a despedirlos, y a llorar a los que no volvían de faenar en los anchos mares. Antes esta cala se usaba de pequeño puerto, por lo que ponían los carteles del inicio de la ruta.
Descendemos a un paso rápido y sin internarnos más que lo estrictamente necesario en esa selva. La gruta de Venceslao está unos cien metros más abajo. Apenas y se aprecia desde aquí, pero Cian investigó mucho su localización por internet antes de iniciar nuestro viaje. En teoría es un sitio al que no es fácil acceder y por tanto no nos encontraremos a mucha gente allí. Sobre todo pretendemos eludir cualquier tipo de relación social con otra persona. Está visto que no es lo nuestro. Aquí no hay gota de cobertura, por lo que nuestra aventura está garantizada. Sin embargo, mientras seguimos nuestro descenso, mi mente me trae a Yaly de vuelta.
—¿A qué viene esa cara?
Observo a mi compañero.
—Es por una de mis empleadas. Cirio y Zénnit me han alertado sobre ella. Al parecer, no es quien dice ser y no he solucionado ese problema. No sé quién es y qué quiere.
—Échala —asegura sin más.
Resoplo.
—Está liada con Cally.
Se ríe meneando la cabeza. El camino es escarpado y tenemos que andar con cuidado a la hora de apoyar los pies.
—Os divertís en el trabajo, ¿eh?
Me río con él, porque es cierto que se asemeja a un reality show.
—Es una situación peliaguda. No quiero que ella se piense que lo hago como una venganza personal.
—Pero tienes a sus compañeros para atestiguar que es una mentirosa.
—Lo sé, pero quiero algo tangible. Pruebas. Algo totalmente incriminatorio.
—¿Cómo lo vas hacer?
—Pues esperaba llamar a los centros en los que dice haberse formado y que me dieran información sobre ella. Si no tiene los estudios pertinentes, es suficiente para que no siga con nosotros.
—Es un buen plan —asegura.
—Yo también lo creo. —Patino y caigo de culo—. ¡Auch!
Cian se carcajea de mí y me ayuda a levantarme.
—¿Te has hecho daño?
—Solo en mi orgullo y dignidad. ¿Los has visto por algún lado?
—Uno se ha escondido detrás de esa roca y el otro ha echado a correr —bromea.
—Volviendo al tema anterior —digo irguiéndome y sacudiéndome—, lo que no logro entender es por qué ha mentido.
—¿Por el sueldo?
—Nah, no creo. Ni siquiera parecía interesada en el salario cuando la entrevisté, y ni me facilitó un número de cuenta para el ingreso, dijo que lo prefería en mano.
—¿Tienes alguna teoría?
—Ni la primera.
La conversación remite al contemplar el agujero de la gruta. Ahora debemos cruzar unas tablas en precario equilibrio que simulan una especie de puente. Hay rocas afiladas sobresaliendo a un lado y a otro de este; la marejada se estrella contra ella salpicando la pasarela. Sorprendentemente no hay nadie más, aparte de nosotros. Cruzamos el primer tramo (porque se divide en tres) con precaución. A ver, el sito es espectacular a pesar de que temo no poder estabilizarme y caerme; las tablas se tambalean mucho. El trayecto es en zig zag: primer tramo a la izquierda; segundo, inclinado a la derecha; tercero, en un ángulo de 180º a la derecha. ¡Ah, no! Hay un cuarto, que gira y va de frente a la cueva.
Cian se asegura a cada paso, que sigo detrás de él. Cuando pisamos el terreno pedregoso de la gran abertura, me agarra de la mano. El sol ya está bajo y el viento se ha levantado. Las nubes en el horizonte cubren el cielo y una ligera neblina pretende cubrirnos. Llevamos todo el santísimo día andando y solo hemos parado a comernos los bocatas que llevábamos en nuestras mochilas. Por fin, nuestro destino se abre paso ante nuestros ojos. Nos internamos en su interior sin prisa, observando todo lo que nos rodea. Del techo cuelgan algunas estalactitas (o eso creo que son), hay luces incrustadas en el suelo para una mayor visibilidad del terreno; las zonas peligrosas han sido acordonadas para delimitarlas. Casi todas son barrancos de los que no se alcanza ver el fondo. El sitio es espectacular. No sé qué clase de minerales lo compongan, pero brilla y la escasa luz que viene de las aberturas del techo le sacan reflejos de colores. No esperaba tal maravilla ni amplitud, dicho sea de paso, de esta pedazo gruta.
—¡Cómo deseaba descubrir sitios así contigo! —declara Cian mirando el techo de la cueva con una sonrisa satisfecha.
Sus iris, en los que siempre pienso antes de dormirme, atrapan los destellos creando una pátina sobre sus ojos. ¡Es hermoso! Es como el cuadro que pinté de él, sus cara es un reflejo de colores, de todos y cada uno de los que usé. Jamás pensé que vería mi obra de arte cobrar vida. Lo admiro embobada. Él se percata y me sonríe con la dulzura más auténtica que me hayan dedicado.
—Me pregunto quién habrá comprado tu cuadro.
Se aproxima y retiene mi rostro entre sus manos; me acaricia. No debí permitir que lo adquirieran. Me dejé llevar por la ira, la rabia, la impulsividad que me sobreviene en momentos de frustración, cuando me regodeo en que nadie me quiere, en que no gusto, en que tengo que cambiar. Me falta templanza en el ánimo para esos momentos. Objetividad. Y al final me viene el arrepentimiento.
—¿Te puedo contar un secreto? —susurra chocando su aliento contra mi nariz.
Ha agachado un poco la cabeza, sin soltarme.
—Pues claro. Ya lo sabes. —Me ofende que me pregunte.
—Prométeme que no te enfadarás —habla más bajo y se cierne más sobre mí.
Arrugo el ceño, insegura. ¿Qué habrá hecho para que me haga prometerle eso? Respiro hondo preparándome para todo lo malo que pueda decir, o casi. No creo estar lista para cualquier bomba que suelte por la boca. Mi pulso se dispara cuando le respondo.
—Lo prometo.
Cierra los ojos apoyando su frente en la mía y sonríe acariciándome los pómulos.
—Yo compré el cuadro —confiesa posando sus ojos sobre los míos—. No gasté mis ahorros para la universidad en irme de viaje. Fue en tu cuadro. Y es lo mejor que he podido hacer. Nos ha vuelto a unir.
Su revelación me sobrecoge porque sé que está trabajando para recuperar esa inversión. Y sí, me cabreo. ¡Se lo hubiese regalado!
—¡Estás loco!
—¡Joder, sí! ¡Por ti!
Su rostro desciende hacia mi boca y el aleteo de mi estómago busca que sellemos este momento mágico. Un ruido como de escombros moviéndose nos paraliza, y una de las puntas del techo cae sobre mi hombro y me sesga la espalda. Cian me aparta tarde y caemos al suelo. Él de espaldas y yo de cara sobre su entrepierna. La dureza que crece y se estampa en mi rostro me molesta, y me aparto siseando por el tajo en mi dorso.
—¿Por qué te empalmas? —le grito
—Llevo mucho sin sexo y... ¡Joder! ¿Tú has visto dónde tienes la cara?
Lo miro mal, pero enseguida lo olvido cuando el dolor me impide erguirme. Mi amigo se levanta, después de echarse hacia atrás y arrastrar los pies por la arena del suelo; me ayuda a incorporarme, con dificultad.
—¡Mierda, Vec! ¡Tiene mala pinta! —Intento verme la herida, pero solo vislumbro mucha sangre manando y me asusto—. ¡Tranquila, no estás sola! Vayámonos a pedir ayuda.
Salimos de ahí dejando un reguero de gotas de sangre. En el exterior el clima no es muy halagüeño. El viento es muy fuerte, las olas chocan fuertes contra las rocas afiladas, resaltando su peligrosidad, y la calima es más densa que cuando llegamos. Sé que esto va a ser una misión imposible antes de realizarla; y lo peor es que no tenemos cobertura para alertar a alguien de lo sucedido. Cian parece sopesar nuestras opciones y diría que ha llegado a la misma conclusión que yo.
—¡Podemos hacerlo!
Vale, se ha vuelto loco.
—Cian, no creo que pueda. Me duele mucho al caminar y no creo que sea capaz de mantener el equilibrio. ¿Tu has visto el mar? —chillo para hacerme oír.
—Olvídate de todo aquello que no sea tu camino, solo céntrate en él. Yo iré detrás de ti todo el rato y evitaré que te caigas.
Miro dubitativa y con temor el trayecto.
—¡No, no puedo!
—¡Sí, sí que puedes!
—¿Pero y si hago que nos caigamos ambos?
—¡Eso no va a suceder!
Sus ojos muestran la determinación que a mí me falta.
—¡Confía en mí, Vec!
Acepto, porque soy consciente de la alternativa. Quedarnos es igual de peligroso que no intentarlo. Respiro hondo, pero antes de que dé un paso Cian me quita la mochila con precaución de no lastimarme más y se la pone él. La adrenalina me invade a la par que el dolor se esfuma. Prioridades. Necesito toda mi concentración en cruzar esta pasarela tan inestable y no hay cabida para malestares físicos ahora. Avanzo, con las piernas temblando. Sostenerme con este vaivén me resulta terriblemente doloroso. Parpadeo para retener las lágrimas y sigo. Cian me sujeta por la cintura cuando resbalo. Su fuerza y estabilidad me sorprenden y me hacen querer apurar el paso. En estos últimos días tiene mejor cara y hasta ha ganado un poco de volumen muscular. Creo que la preocupación por la informática lo consumió. Ahora, lejos de todos, las responsabilidades resultan menores y ajenas. Cruzamos el primer tramo, yo sudando copiosamente. Llegados a este punto no nos podemos detener. ¿Quién me iba a decir que echaría tanto de menos ese bosque infestado de serpientes? El siguiente trecho lo recorremos sin dificultad, ya que el viento nos da una tregua. Estoy tan tensa y siento tanta ansia por cruzar que mi corazón galopa. En el siguiente, tropiezo a mitad de camino y caigo sobre la madera. Me agarro a los bordes, de rodillas y ejerciendo demasiada fuerza en los brazos. Un hilo de líquido espeso y caliente me resbala hasta la muñeca izquierda. Mi amigo me sujeta, pero el aire vuelve a ser demasiado fuerte y bambolea las estructura. Cierro los ojos y gimo.
—Tranquila, Vec. Pasará.
Su confianza me transmite credibilidad. Intenta levantarme, pero se lo impido. Cruzo a gatas sabiéndome más segura. En el pequeño cúmulo entre el último tramo y el que ya hemos cruzado es que me yergo con su ayuda. Me dan punzadas en el hombro y el dolor se extiende a todo mi brazo. No consigo reprimir una mueca de disgusto.
—Que sepas, por si no lo logro, que estoy muy molesta contigo por ocultarme lo del cuadro —digo jadeando.
—¡Creí que era lo único que me quedaría de ti!
—No lo descartes —pronostico analizando la última pasarela, que está en un estado más precario.
—No permitiré que nada malo te pase.
Su seriedad me acongoja; temo que por mi culpa le pase algo. ¿Cómo se nos ocurrió internarnos solos? Sacudo la cabeza gimiendo cuando los pensamientos fatalistas me acorralan. No es el momento. Mente fría y clara.
—¡Hazla corriendo!
—¿Te ha dado un aire o qué? Es imposible que la haga corriendo, me caeré fijo.
—¿No has visto que le falta un cacho?
Atiendo a sus palabras y, en efecto, hay un intervalo justo al final que ha desaparecido. ¡Por Dios! ¿Qué clase de castigo es este?
—¡Es la única forma! —sentencia él.
¡Maldita sea, lo sé! Mas si me pego el sprint que Cian me pide, la madera se moverá tanto que... ¡He de cruzarla sola! Ahora me doy cuenta de lo que mi amigo pretende decirme. Si va él detrás, se caerá. E ir juntos a paso lento hará que nunca lleguemos al otro lado. El pánico se refleja en mí al unirse nuestras miradas. ¡Cuanto más posponga el acto, más me costará emprenderlo! A cada minuto hay menos luz y si no apuro, nos pondré en riesgo a los dos. Trago y cierro las manos en puños varias veces. En un segundo de arrojo, me lanzo. Me siento caer y perder el equilibrio por veces, pero sigo sin detenerme, llego al punto clave, salto y me estrello de bruces contra la tierra del otro lado, rodando sobre mi costado y espalda. El ardor es insufrible, pero me obligo a retener las lágrimas. Casi al instante, Cian se deja caer a mi lado con gesto de preocupación.
—¡Lo has hecho, Vec!
No me parece importante en estos momentos. El dolor me atraviesa de un lado a otro y gimo lastimera. Cian me hace girarme y me echa agua de su botella sobre la herida para limpiarla. Aúllo con queja.
—Es posible que necesites puntos.
—Nos ha llevado todo el día llegar hasta aquí. ¿Cómo vamos a volver?
Él me sonríe con tranquilidad.
—No creo que pueda evitar dos horas de camino, pero sí que podemos atravesar en línea recta.
—¿Cómo? —me extraño.
—Los animales crean caminos, solo hemos de seguir uno.
—¿No será peligroso?
—Ahora mismo, todas nuestras opciones lo son.
***
¡Seis puntos! Los que fueron necesarios para coserme. La idea de Cian al final nos salvó de pasar toda la noche a la deriva. La calima allí no era tan densa, así que orientarnos no fue muy difícil. No es que el recorrido fuese sencillo; venimos arañados por piernas y brazos. Pero no había más caminos para acceder a la población desde esa montaña y el que encontramos fue toda una bendición. Doy gracias porque nuestra aventura acabara bien. El pequeñísimo inconveniente es que llevo el brazo en cabestrillo y eso ha echado al traste todos nuestros planes. Esa noche no hubo acampada y decidimos regresar antes. La doctora que me atendió en urgencias me recomendó que no forzara mucho la zona durante un par de días. Y ni qué decir tiene que nuestras ganas de prolongar nuestra estadía se evaporaron. Así que aquí estamos, de vuelta en Lancara y a punto de entrar en casa.
Mi amigo carga con todas las maletas y yo enciendo la luz de la entrada. Todo sigue igual. Solo han sido cinco días, pero las preocupaciones no me invaden en tropel como esperaba. Mi mente sigue atrapada en las vacaciones. Mi móvil empieza a emitir una serie de pitidos seguidos, que me indican la entrada de varios mensajes simultáneos. ¡Vuelta a la realidad! Cian y yo nos sonreímos, pero la sonrisa se me congela en la cara al ver las imágenes que me han mandado. Mi horror va en aumento a medida que las paso, y me dejo caer en el reposabrazos el sofá. Me gano una punzada de dolor por mi poco cuidado.
—¿Qué ocurre?
La mano que me he llevado a la boca no controla mis lamentos. Él se asoma por encima de mi hombro y se queda tan impactado como yo.
—¿¡Esa es Calha!?
Sí, claro que lo es. Pero algo me dice que ella no ha tenido nada que ver con esto. Mi amiga aparece desnuda y en poses provocativas. No solo eso, hay un vídeo y en él se la ve practicando sexo con...
—¡Espera! —Mi amigo me coge el móvil y retrocede hasta enfocar la cara, reflejada en un espejo, de su acompañante—. ¡Esta es la hermana de Dylan!
Me levanto demasiado rápido y siseo. ¡Maldita herida! Me acerco a él dando la vuelta al sofá y expreso mi congoja.
—Cian, ¡esa es Yaly!
¡Hola hola!
Los sitios de los que hablo, aunque reales, los he modificado a mi gusto para esta historia. ¡Es más divertido!
¿Alguien se esperaba algo de esto? Cian comprando el cuadro, Venec sintiendo todavía algo por él, y la hermana de Dylan.
¡Os leo!
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