Libre albedrío
Despierto con un mensaje de Senén en el móvil.
¡Esto es absurdo! No podemos seguir así.
Estoy algo desorientada. Pero enseguida mi cuenta atrás interna me recuerda que ya estamos a jueves. Solo queda hoy y mañana para estar con mi amigo. Lo miro y sonrío. Nos hemos vuelto a quedar dormidos en el sofá después de una maratón de pelis. Tiene la boca un poco abierta, una mano sobre su abdomen y otra debajo de su cabeza. ¡Está adorable! Lo beso en la mejilla sin contenerme. ¿Soy la única que cuando ve algo muy mono tiene que apretar los dientes para no darle un mordisco? No le muerdo, pero lo despierto con un aluvión de achuchones por la cara. Esto se considera normal entre amigos, ¿no? No lo estoy besando en la boca.
Refunfuña porque no lo dejo dormir, yo me río. Sin que me dé tiempo a prever su movimiento, intercambia nuestras posiciones y ahora es él el que está encima de mí dándome besos, además de hacerme cosquillas en la cintura. Me río asestándole golpes con un cojín el la cara para que se esté quieto, pero solo conseguimos forcejear como dos niños pequeños. Es cuando inmoviliza mis manos por encima de mi cabeza y la camiseta de mi pijama se sube, mostrando una porción de mi vientre, que el ambiente se enrarece y su mirada oscila entre mis ojos y mi boca. Desciende sin pararse a pensar, pero a mí me sobreviene el pánico y me muevo en el último instante, separándonos. Cian se aleja como si despertase de un trance, yo me siento y recoloco los objetos de encima de la mesa de café.
El día de ayer fue estupendo. Solos él y yo. Siendo los de siempre, como antes de que nos acostáramos. Pero supongo que hoy es la vuelta a la realidad, una realidad que me recuerda el mensaje del psiquiatra; hay otro más.
Voy para allá y hablamos.
¿Alguien se da cuenta de que tengo un trabajo y que no lo puedo desatender cuando me venga en gana? El lunes llegué a media jornada, ayer ya no fui, y hoy sospecho que volveré a llegar tarde. Cian se pone de pie caminando de espaldas y mirando a un punto indeterminado de nuestro espacio.
—Me voy a duchar. Después he quedado con unos amigos de Alcohólicos Anónimos —informa señalando con el pulgar el baño.
—¿Hoy no te veré?
—Tenemos todo el día de mañana. También he de despedirme de ellos.
Asiento, apesadumbrada; me da un beso casi imaginario en la frente y desaparece. Yo también decido darme una ducha rápida y quitarme toda la laca que me echó ayer la peluquera en el pelo. Las flores descansan sobre mi sinfonier. No tardo mucho en quitarme el día anterior del cuerpo y vestirme para ir al trabajo. Opto por unos vaqueros negros tobilleros, una camisa del mismo color con los hombros al aire y manga larga. Rompo esta monocromía con unos zapatos de tacón rojo y un collar de plata con un pequeño rubí en forma de corazón. Me estoy secando el pelo con el secador cuando el timbre suena. ¡Ya está aquí!
Cian ya le ha abierto para cuando llego hasta la puerta. Coge la chaqueta del mueble y me da un beso en la mejilla antes de salir.
—¡Chao, chicos!
Muevo la mano por toda despedida y me vuelvo hacia Senén. No puede ocultar la animadversión que siente por mi amigo, es superior a sus fuerzas.
—¿Qué te parecería si yo hubiese mirado así a Verónica?
—Puedes mirarla como te venga en gana, yo no voy a hacértela tragar a la fuerza. ¡No nos hablamos!
Su tono borde me sorprende. Para querer venir a hablar está muy subidito para mi gusto. ¿Y cómo es eso de que no se habla con la que era su mejor amiga? Me gusta saberlo, pero me lleva a pensar si pasó algo más que yo no sepa entre ellos. Realmente nunca llegué a sacar a coalición el tema después de que nos volviéramos a acercar. ¿Debería, no? Si pretendemos ser pareja, ¿no tendríamos que aclarar esto? ¿Hay algo que aclarar? Suspiro.
—No puedo llegar muy tarde al trabajo, Senén. ¡Estamos hasta los topes! —decido ser diplomática.
—¡El trabajo puede esperar! —me espeta.
Vale, esto no está yendo bien.
—¿Te parece normal que no me hayas llamado desde el lunes? —sigue hablando.
—Bueno, tú tampoco lo has hecho.
—Esperaba que reflexionaras.
¿Que yo reflexionara? ¿Este se cree Dios todopoderoso o qué?
—¿Tú no tienes nada que reflexionar?
—He tenido que venir hasta aquí.
El tic de mi ojo reaparece, pero porque estoy achinando ambos.
—Puedes irte si gustas. No retengo a nadie.
Lo sorteo y pretendo ir a acabar de secarme el pelo. Él me detiene por el brazo y su furia desborda en su rostro.
—¡Ese es el problema! —No lo entiendo. ¿Qué problema?—. No siento que luches por mí. Te ha molestado ver cómo besaba a Verónica, pero ¿te has parado a pensar por qué fue?
—Te apeteció —respondo sabiendo que esa es la verdad.
—No. Me gustó su entusiasmo por verme, por querer algo de mí, por quererme como hombre. Me gustó saber que era importante para alguien, que me deseaba, que prefería arriesgar todo lo que había conseguido por mí. ¡Me gustó eso! Pero no ella. Ella jamás me gustó. —¡Qué bien! ¿Se supone que tengo que tener cuidado de que no le dé por desear sentirse así de nuevo y se morree con la primera que pase?—. Fue gratificante imaginar que tú hicieras eso un día. Pero cuando nos separamos y la vi, me di cuenta de que la había cagado. Yo quiero besarte solo a ti, y ver tu rostro cuando el beso finalice. No el de nadie más, pero ¡a veces eres tan fría!
¿Pretende ponerme de mala hostia? Porque va por buen camino.
—¿Exactamente qué quieres de mí, Senén? ¿Que cambie?
—¡Que me quieras, joder! ¡Quiero que me quieras solo a mí y que se lo grites al mundo! Que cuando me veas no te puedas contener y me beses sin importar dónde estemos. ¡Quiero que no pienses tanto!
O sea, en el fondo quiere que cambie, que sea como no soy. Como intento ser, pero no me sale. Esa sensación de no ser suficiente con el psiquiatra sale a flote.
—Una vez te besé sin pensar y me rechazaste.
Jadea.
—¿En serio? Si supieras lo que me costó contenerme... Por aquel entonces no creo ni que hubieses reparado en mí como ahora, pero yo en ti ya sí.
Tiene razón. Lo deseaba, aunque no era muy consciente de lo que me pasaba con él. No obstante, de aquella no sentía todo esto que experimento ahora por tenerlo al lado.
—¿Qué somos, Senén? —Mi pregunta lo descoloca—. Para mí todo esto es terreno desconocido. No sé lo que debo exigirte y lo que no ni tampoco lo que debo reclamar. Es decir, nunca he tenido pareja antes, ¿pero tú y yo lo somos? Porque si no lo somos, me cuesta gritarle al mundo que eres mío. Me cuesta lanzarme a tus brazos como lo hizo ella, porque en realidad no sé si tengo derecho.
»Dices que me quieres; sabes que yo también te quiero a ti. Pero no sé cuál es la manera correcta de actuar. Y si no recuerdo mal, no hace mucho que tú decidiste luchar por lo nuestro cuando yo ya estaba dispuesta a hacerlo hace tiempo. Así que... ¿Exactamente que me recriminas?
Afianza su mandíbula sin responder.
—Nunca te he ocultado cómo soy. Pero si mi frialdad va a hacer que quieras buscar a otras, tal vez no deberíamos de definirnos como nada. ¿No crees?
Decir que no me duele soltar estas palabras es como decir que no me importa tener ansiedad.
—¿Qué hacías allí aquel día? —pregunta.
Vamos a hablar de ello por lo que se ve.
—Nerón me pidió que acudiera porque se pensó que era tu novia. Yo estaba segura de que no vería lo que al final vi.
—Fue una trampa.
—Lo fue —corroboro—. Y caíste sin dificultad.
—Ella me había enviado un mensaje para quedar allí. No fue ella, ¿verdad? —Niego—. Pensé que solo se trataba de una quedada como otra cualquiera, pero después se me lanzó y... La besé. —Cierro los ojos torciendo el gesto al recordar ese instante—. Cuando os vi..., cuando te vi a ti, mi mundo se vino abajo, Venec. Y cuando Verónica afirmó que nos queríamos, comprendí que había sido un pelele.
»Creyó realmente que la correspondía por ese maldito beso. Me costó hacerle entender que se trató de un grave error por mi parte.
¿Por qué me cuenta todo esto? ¿Por qué ahora? ¡Estoy de Verónica hasta las narices! ¡La detesto! ¡Solo vino a complicar las cosas! Me mira atentamente cuando vuelve a hablar.
—No quiero a nadie en mi vida que pretenda separarnos, y sé que ella no te gusta. Yo he quedado desencantado con con su persona también. Nunca vislumbré el interés que habitaba en su interior ni su egoísmo. —Se aproxima un paso hacia mí—. Quiero dejar este tema zanjado, porque quiero que seas mi novia, Venec.
En mí asoma una sonrisa que intento retener.
—¿Aunque sea fría? —le digo con cierto recochineo.
—Sé cómo conseguir que ardas —susurra y me abraza por la cintura.
Lo retengo con una mano sobre su pecho.
—Senén, no me pidas que sea alguien que no soy, porque no pienso cambiar por ti ni por nadie.
Sí. Mi primer límite. Mi primera línea roja. Mi base en estos cimientos.
—Solo hazme saber que me quieres siempre.
—¿Cómo tengo que hacer? —A pesar de todo, no quiero arriesgarme a perderlo.
Se ríe y me abraza.
—No te contengas jamás conmigo. Si quieres hacer algo, lo haces y que no te importe quién pueda estar delante.
—Lo intentaré. —No prometo nada.
Empieza a besarme el cuello y a desabrocharme la camisa.
—Me acabo de vestir —protesto.
—¿Entonces no quieres? —se detiene retándome.
¡Joder, claro que quiero! Y por la sonrisa pérfida que asoma a sus labios quiere que lo diga con todas las letras. ¡Vamos allá! ¡He dicho que lo intentaría!
—¡Fóllame, Senén!
Pronunciar esas palabras ha sido como pulsar el botón de la bomba atómica. ¡Oh, no! ¡Hoy no llego a a trabajar!
***
He tenido que llamar a Cirio y fingir que estaba mala. El psiquiatra no estaba dispuesto a soltarme y, ¡para qué negarlo!, yo tampoco quería que lo hiciera. Me sabe mal dejarlos tirados con todo el mogollón de trabajo que tenemos, pero soy débil ante este hombre que me está mordisqueando el vientre.
—¡No puedo más! —exclamo muerta de cansancio.
Se ríe y sale de entre las mantas. Su sonrisa no ha desaparecido en todo el rato, y me resulta imposible no imitarlo. Son cerca de las seis de la tarde, y no hemos parado. Nos hemos saltado la comida en nuestro afán por consumirnos el uno en el otro. Ha habido otros bocados que me he llevado a la boca, pero solo sacian una parte de mí, porque el estómago me gruñe.
—¡No consigo tener suficiente de ti!
—¿Debería preocuparme eso? A lo mejor estamos haciendo algo mal.
Me besa riendo.
—O algo muy bien para que queramos repetir siempre.
Desde que me acuesto con él he tenido todos los orgasmos que debería haber empezado a tener desde los dieciséis. ¿Quién no querría insistir hasta desfallecer?
—Necesito comer —digo levantándome.
Obtengo una mueca malvada por su parte, que se que va con segundas intenciones por mi comentario. Recojo su camisa del suelo y me la pongo. Me tengo que remangar las mangas un par de veces, pero al menos me cubre lo importante por si apareciese Cian. Se mueve por la cama hasta un extremo y sube el borde de la camisa hasta mis nalgas.
—¿Qué haces?
—Mirando lo que yo quiero para comer.
Bermellón. Así me pongo al escucharlo. Le doy un manotazo en la mano y salgo de mi habitación muerta de vergüenza. ¿Cómo puede conseguir que esto me siga haciendo sonrojar? ¡Que se sabe mi cuerpo al milímetro, y yo el de él!
Pongo una sartén al fuego y me hago algo de beicón. No soy muy fan de él, pero ahora mismo me apetece mucho; lo siento por Cian. Le pongo una tapa por encima cuando la carne intenta huir como si estuviera poseída, y espero hasta que queda crujiente. Lo paso a un plato y apago la vitrocéramica. Los brazos de Senén me abrazan desde atrás y me besa en la mejilla.
—¿Quieres un poco?
Por toda contestación me tiende un sobre, y lo miro extrañada. Dejo todo sobre la encimera y agarro lo que me ofrece. Saco del interior un papel y empiezo a leer. «Certificado. La estrella con coordenadas 09 17 46.1 30 18 19... Descubierta el día 10 de julio... La estrella pasa a llamarse: VENEC.» Sonrío. Me salto el número de registro y dejo de leer cuando algo escrito con rotulador negro me llama la atención al final del papel. «¿Te casas conmigo?». Intento no llorar, pero mis manos tiemblan y la emoción aflora. Del extremo del papel cuelga con un hilo rojo un anillo de compromiso. Senén lo desata y se arrodilla delante de mí ofreciéndomelo. No ha hincado una rodilla, sino las dos. Lleva el torso desnudo y solo se ha puesto los pantalones; va descalzo.
—Te dije que quería que fueses mi novia, pero en realidad quiero mucho más. Dime, ¿te casarás conmigo?
Lloro y tiemblo a partes iguales. Senén me quiere tanto como para pedirme que pasemos el resto de nuestras vidas juntos. Y yo me quedo muda, literalmente. De mi boca no sale ni un solo sonido por más que lo intento. El pánico aflora en mí. ¿Qué le voy a contestar? ¿Sí? ¿No?
—Vale, respira. —Al menos se da cuenta de que esto es demasiado para mí. Se levanta y se acerca envolviéndome en su abrazo—. No hace falta que respondas ahora mismo. Sé que es muy pronto.
¡Pues menos mal! ¿Por qué se apresura tanto? ¿Estoy embarazada o qué? No, creo que me vino el período hace dos semanas. Apoyo mi frente en la piel caliente de su pecho y me pongo a llorar desconsolada. Él se ríe y me aprieta más.
—Espero que este llanto no sea de horror.
Gimo por su estúpida broma y niego. La voz sigue sin salirme. Espera a que me calme e interpone el anillo entre los dos. Es una piedra de ónix negro —¡Qué ingenioso!— en forma de corazón, rodeado de pequeños diamantes. ¡Me encanta! Aprovecha que tengo los dedos de las manos extendidos sobre sus pectorales, para deslizar el anillo en el dedo anular de mi mano derecha. ¡Me queda perfecto!
—Contestes lo que contestes, este anillo es para ti.
¿Cómo que conteste lo que conteste? ¿Es que espera que le diga que no?
—Con que lo lleves, a mí me vale. —Entrelaza nuestros dedos—. Decías antes que no sabías si tenías derecho de decirle al mundo que soy tuyo, espero que ahora te quede claro.
Me besa, y yo olvido todo, incluso que tenía hambre de otra cosa que no era de él. Nos entregamos de nuevo, el uno al otro, en el suelo de la cocina.
***
He llegado la primera a Vernáculo. Bueno, para ser más concreta, llevo aquí desde las seis de la mañana. Senén tuvo que irse de madrugada por una urgencia, y Cian no regresó en toda la noche. Puede que la fiesta de despedida que le hicieron sus amigos se alargase. Desde la proposición de Senén estoy hecha un manojo de nervios, ni la medicación que me estoy tomando ayuda ante algo de tal magnitud. Debería contárselo a Cian. Tiene que saberlo por mí. ¿Pero qué ha de saber exactamente? No he respondido al psiquiatra, y que no lo haya hecho me supone un quebradero de cabeza. Lo quiero, eso es indiscutible, pero ¿me quiero casar? El sexo con él es fantástico; sin embargo, ¿matrimonio? ¡Uff! A pesar de haber dicho que no necesita que le responda, no me lo creo. ¿Quién pide algo así y no espera una respuesta en firme? ¿Yo estoy preparada para esto? Me llevo las manos al pelo y me lo revuelvo. ¡Esto es una locura! Unos golpes en la puerta me sobresaltan.
—¡Jefa! —Cirio me mira extrañado—. ¿Ya estás mejor?
—Sí. No. No lo sé.
La excusa de ayer me parece innecesaria hoy.
—¿No conseguisteis al patrocinador?
Sonrío con pena. Es lo que tienen las mentiras. Que la gente que confía en ti se preocupa por algo que no es real. ¡Calha lo vale!, me digo.
—Me temo que no.
—¡No te vengas abajo! ¡Habrá más oportunidades!
¡Lo que yo decía! Intenta animarme por algo que dista de la verdad. Le sonrío a modo de agradecimiento, y me deja sola con mis cavilaciones. ¿Debería llamar a su hermana y comentarle lo que Senén me ha pedido? No. Les fastidiaría la luna de miel. Encima para más inri hoy es el último día de Cian en Lancara. ¿Qué le digo cuando me vea el anillo? Porque no me lo voy a quitar, sería una deslealtad con los dos.
¡Yo no me quiero casar! Tengo cosas que quiero hacer antes y sí, puede que hasta hace no mucho pensara en casarme y tener hijos con Cian, pero ahora en esa opción también entra Senén. Me veo con cualquiera de los dos en el futuro. El psiquiatra está listo para dar un paso muy grande, uno para el que yo no estoy para nada preparada.
Me levanto de sopetón haciendo saltar la silla conmigo. Agarro el abrigo del respaldo y salgo corriendo; me choco con Caleb por el camino.
—¡Dile a Cirio que me he tenido que ir! —digo a voz en grito.
Él asiente perplejo, y yo llamo a un taxi mientras salgo. No me hacen esperar mucho y enseguida aparece uno en las inmediaciones de la empresa. Me subo a él y le doy la dirección al conductor. El trayecto se me hace muy corto. Cuando una se come la cabeza, el tiempo marcha veloz. Salgo del vehículo y me adentro en el edificio con inseguridad. Jamás he estado en un sitio de estos, y el ambiente es lúgubre por mucho que se esfuercen por aparentar. Me acerco al mostrador donde hay una recepcionista con una bata blanca.
—Disculpe. Necesito hablar con el doctor Senén Ónix.
—¿Cómo se llama?
—Venec Morengo.
—Un momento, por favor.
Espero mientras le da a un botón del teléfono y se comunica con alguien del otro lado. Al colgar me dirige una sonrisa.
—El doctor Ónix vendrá enseguida. Si gusta, puede esperarlo en esas sillas de ahí.
Le doy las gracias y me dirijo, pesarosa, hacia donde me ha indicado. No me ha dado casi tiempo a acoplar mi pandero en los asientos, cuando Senén ya viene apresurado por el fondo del pasillo. Me levanto y me quedo algo aturdida al verlo con la típica bata blanca que lo clasifica como médico. Se lo ve tan irresistible como siempre a pesar del cansancio, y siento que mi corazón se rompe en pedazos por lo que estoy a punto de hacer.
—¡Qué sorpresa! ¿Por qué no me has dicho que venías?
Mi expresión lo alerta y asiente entendiendo. Abre una puerta aledaña y me invita a pasar. Es un despacho con una mesa, tres sillas, y archivadores a los lados; una ventana cuadrada está frente a la puerta.
Cierra y suspira. Jugueteo con el anillo con el pulgar.
—Imagino que vienes por eso —dice señalando la alianza.
Me muerdo el labio inferior en cuanto empieza a temblarme y me obligo a ser fuerte.
—¡No lo digas! —me implora—. ¡No necesito una respuesta ahora!
Dos lágrimas rebasan mis ojos.
—¡No es justo para ti, Senén! Y tampoco lo es para mí.
—¿Es por él? —Me contempla dolido—. ¿Es por Cian?
Niego.
—No. Es por mí. Yo... —Inhalo a trompicones—. Esto no es lo que busco en este momento de mi vida.
»Te quiero —digo acercándome a él—. ¡Te quiero muchísimo! Tanto que no sabes lo que me duele hacer esto, pero creo que he estado persiguiendo cosas que no se corresponden con lo que preciso ahora.
—¿Cuáles son esas cosas? Tal vez... —Su voz se quiebra; le cubro la boca con mis manos.
—No lo sé, pero siento que tengo que averiguarlo por mí misma o si no, nunca podré ser feliz. —Sonrío llorando—. ¡Tú eres psiquiatra! ¿Tiene sentido lo que te estoy diciendo?
—Por desgracia, sí.
Me empuja por la cintura hacia él y me abraza. No me atrevo a mirarlo, porque se que está tan devastado como yo, pero por primera vez en la vida sé que estoy haciendo lo correcto y lo que quiero. Y me aterra y gratifica a partes iguales. Baja su rostro y me alza la barbilla con dos dedos. Ver cómo una lágrima se desliza por su rostro me parte en tantos cachos que no hay materia que vuelva a unirse después de esto. Poso mis manos a ambos lados de su cara y borro la gota con el pulgar.
—¡Te juro que te quiero! Pero...
—¡Sin peros! ¡No es una despedida!
Me besa sin preámbulos, y yo lo saboreo como la primera y la última vez. No, no quiero separarme de él, pero a mí me falta algo y no puedo entregarle a nadie una versión incompleta de mí. ¡Ni yo debo aceptar vivir así! Sus palabras se me clavan muy dentro cuando desunimos nuestros labios.
—¡Te amo, Venec!
Nos separamos y abro la puerta; lo miro antes de decidirme a salir.
—No te quites el anillo, por favor. ¡Recuérdame!
¡Cómo si necesitase un anillo para eso! Cierro tras de mí intentando calmar el sollozo y limpiando las lágrimas. El tono de un mensaje me hace querer buscar un distracción. Mi pulso se dispara.
Han adelantado mi vuelo.
Sale en una hora.
Miro el reloj espantada. ¡Pero si teníamos tiempo por delante! ¡Estas se están convirtiendo en las peores veinticuatro horas de mi vida!
Salgo a todo correr y me meto en el primer taxi que veo. Le pido al conductor que se dé prisa en llegar al aeropuerto, y este así lo hace. No conduce como un loco, pero parece conocerse los atajos y caminos menos transitados. Voy mirando el reloj a medida que nos acercamos y mordiéndome las uñas. ¡No puede irse sin que lo vea antes!
Llego en poco más de media hora y lo siguiente se torna complicado.
¿Dónde estás?
Listo para embarcar.
Echo a correr en cuanto me envía su número de vuelo y una foto con su ubicación. Me salto el control de seguridad y escucho gritos a lo lejos para que me detenga. ¡No tengo tiempo ahora para eso! Giro a la izquierda por un pasillo larguísimo y de nuevo a la derecha, patinando, donde voy a dar a una sala enorme llena de gente en fila.
—¡Cian! —grito.
Se aleja de la cola y se apresura hacia mí. Un guardia de seguridad del aeropuerto viene hacia mí con la cara toda roja, pero mi amigo extiende un brazo para pedirle un minuto. Nos abrazamos, y me pongo a llorar. Ignoro cómo el hombre niega con la cabeza a modo de amonestación, pero ¡qué me importa! Decide retirarse y dejarlo pasar.
—Pensé que no llegarías.
—¡Yo también! —digo entre lágrimas—. ¿De verdad te tienes que ir?
—Sí —responde sin soltarme.
Repara en el anillo cuando me limpio las lágrimas.
—¿Eso es..?
—Un anillo de compromiso, pero no es lo que piensas —me apresuro en aclarar.
—¿No te ha pedido el psiquiatra que te cases con él? —recela.
—Sí.
Alza las cejas y sus labios se convierten en una línea recta.
—¡Hemos roto, Cian!
No llegamos a hacer ni veinticuatro horas juntos, así que se puede decir que fue la relación más corta de la historia.
—¿Y ahora?
—Me voy a quedar sola un tiempo.
Asiente.
—Vec, ¡prométeme algo! —me pide como si se le ocurriese de pronto.
—¿El qué?
—Vive todo lo que tengas que vivir mientras esté fuera, y yo haré lo mismo.
O sea, vía libre. Ambos tenemos carta blanca para hacer lo que queramos sin reproches. Y es que no tenemos ni veinte años, y sé todo lo que Cian aún quiere hacer, y él sabe lo que yo deseo. Algunas de esas cosas son imposibles de realizar si estamos juntos. Necesitamos experiencias vitales, y esas pasan por estar alejados un tiempo sin más preocupaciones y precauciones que las que deberían tener dos personas que acaban de abandonar la pubertad y asimilan su mayoría de edad.
—¿Y después? —pregunto.
—El tiempo dirá. Dentro de un año lo sabremos —habla con confianza.
—¿Y si quiero seguir sola entonces?
Ni lo medita.
—Pues estaré solo, contigo.
Me río por lo bobo que es, pero lo contemplo con infinito amor.
Hacen una última llamada a los pasajeros del vuelo de Cian por megafonía. Él intenta no venirse abajo, sé que pretende ser el fuerte de los dos. Me agarra del rostro y estampa nuestros labios en un beso añorado por ambos. Con él el mundo no se tambalea, el mundo es él.
Se separa con el dolor impregnando el instante y se va echando a correr. Antes de traspasar la puerta de embarque, alza un brazo y me saluda sonriendo como si no se fuese durante todo un año y no fuésemos a estar separados. Y así, veo despegar de mi vida a mi otra mitad.
***
1 mes después...
¡Vernáculo ha sido una pesadilla! La plantilla se ha duplicado en este mes de diciembre y hemos escalado puestos entre las empresas de más renombre. Además hemos ganado el premio a Empresa Revelación del Año. ¡Ni sabía que algo así existiera! Pero Calha se entera de todo y nos hizo participar. Nuestra página web cuenta con más de un centenar de artistas cuya fama se va consolidando día a día. La próxima presentación será la mía, a principio de año y después de vacaciones. ¡Que bien merecidas las tenemos todos! He acabado mi próxima obra, que en nada se parece a la anterior. Esta es todo vida y color, incluso los bocetos más impregnados de claroscuros tienen matices vivos tan sutiles que dotan el dibujo de expresividad. Lo mejor de esta exposición es la pieza central. Sí, hay un cuadro. Sí, es de él. Un cuadro que necesita ser cubierto por todos mis dibujos y pinturas para que se vea el resultado final. Cirio me ha dicho que es una auténtica genialidad. Ha sido el primero en conocerla, junto a Caleb. La opinión de ellos dos es muy importante para mí. Caleb porque se ha convertido en el mejor amigo que tengo ahora, que no sustituye al original, pero me ha hecho darme cuenta de cuán diferente es estar con uno y con otro. Tenía razón después de todo. Jamás lo vi ni como a un hermano ni como a un amigo sin más. Lo extraño todos los días, pero no hay uno solo en el que no hablemos de cualquier cosa.
Cirio, por su parte, se ha convertido en una especie de figura fraternal y me ha aconsejado que retome los estudios. Temo un poco esa posibilidad, sobre todo por los recuerdos que me trae, pero mi compañero se ha ofrecido a ser mi mentor para sacar la mayoría de materias. No he descartado la idea, y él no pierde la oportunidad de animarme a ello. Pero de momento, todo eso queda aplazado en mi cabeza cuando bajo del taxi amarillo, y mis zapatos de tacón se posan en el asfalto mojado por la nieve. Recojo mi pequeña maleta de las manos del taxista y me dirijo hacia el gran edificio de mi derecha.
Las calles de Nueva York son todo lo que siempre imaginé o, mejor dicho, vi por la tele. Jamás creí que acabaría aquí. Subo las escaleras y timbro al telefonillo. Me abren y entro. Espero por el ascensor y cuando entro en él, pulso el botón del último piso. ¿Qué le pasa a esta gente que siempre quiere vivir lo más arriba posible? Las puertas se separan y reflejan su claridad por el pasillo oscuro. Una puerta se abre al fondo, desprendiendo más calidez al ambiente. Mis pasos resuenan por el suelo de mármol, y su sonrisa se amplía al verme.
—Pensé que no vendrías.
Me río yo también y me detengo frente a él, con la asa de la maleta de ruedas en mi mano.
—¡Tengo muchas experiencias que vivir! ¿Me ayudarás con ello?
Le dedico una sonrisa sugerente; sus ojos grises brillan con travesura. Nerón me invita a pasar alargando un brazo en dirección al interior. Me interno, y él cierra la puerta de su casa.
¡He llorado a moco tendido escribiendo esto! Espero que entendáis la decisión de Venec.
Y en cuanto a lo de Nerón, no me matéis, esa parte os la dejo a vuestro libre albedrío. ¿Lo pilláis? Entre ellos pasará lo que vuestra imaginación quiera que pase.
Pero esto no acaba aquí. Hay más capítulos.
Mientras, os presento a Verónica en la imagen inicial.
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