Las cartas que reparte la vida

Cally no contesta al móvil. No tarda mucho en que este pase a estar apagado. Y es que la cosa empeora por momentos. Cirio y Zénnit han sido los primeros en llamarme, puesto que también han recibido idénticos mensajes. También me ha llegado un mensaje de Mayra.

¿Qué diablos está pasando ahí?

Imagino que a Megan también se lo hayan mandado, pero es casi seguro que no se pronuncie hasta mañana. Cian, a mi lado con el portátil, niega, resopla y se lleva las manos a la cabeza. Ni me molesto en preguntar, él ya me lo dice.

—¡Vec, está por todo internet!

Vislumbro por encima los enlaces que dan a una página web de pornografía. ¡Madre mía! Es que ni siquiera se puede confundir con otra. Se la ve claramente. No sé si sabía que la estaban grabando, pero el vídeo que han subido a internet se titula: Viciosilla lesbiana pide por un rabo. Me enervo al leerlo porque ella no es así. No es justo que la hayan expuesto de esta manera y que se burlen de ella por disfrutar del sexo con la que en teoría es su pareja. Aunque pronto se convertirá en un cadáver. ¡Pienso hacer papilla a esa hija de puta!

—¡Dios, qué comentarios! Ahora mismo me avergüenzo de mi género.

Le quito el portátil y bajo por lo comentarios.

«Es bollera porque aún no sabe lo que es que la folle un hombre de verdad».

«¡Pedazo actriz! ¿Dónde hay más vídeos suyos?».

«Lo que haría con esa boquita suya...».

«Se me pone dura con solo mirarle a las tetas. ¡Qué follada tiene!».

«Yo le borraba ese tatuaje con mi leche».

La cosa degenera más a medida que el tiempo pasa. No me puedo creer lo cerdos que son algunos. Ninguno se ha planteado, ni por asomo, que esto no ha sido consentido. No obstante, sospecho que a la gran mayoría les daría igual. Solo ven un cuerpo que desear, una muñeca que les dé placer, sexo, no a la persona que hay detrás. Esos malditos pajilleros, misóginos y despreciables seres humanos son los espermatozoides que nunca debieron llegar a buen puerto.

—¿Cómo denunciamos el vídeo? ¿Hay alguna manera de quitarlo?

Me mira con elocuencia.

—La informática del grupo se ha ido, excepto que...

Lo ignoro y tecleo un mensaje a Mayra.

¡Ha sido Yaly!

Cally no contesta y el vídeo está por todo internet.

¿Sabes cómo quitarlo?

No tarda ni dos segundos.

Podría hacerlo sin dificultad, pero te recuerdo que tengo un juicio pendiente por eso mismo.

Tienes razón.

Lo había olvidado.

Me pongo a ello ahora.

No, no.

Será mejor denunciarlo a la policía.

Quiero que esa pague por lo que ha hecho.

La puedo localizar.

Me lo pienso. Cian me observa.

¿Hay riesgo para ti?

No.

Hazlo.

Si Yaly piensa que Calha está sola, se equivoca. No sé qué pretendía con todo esto; sin embargo, sospecho que mi amigo y yo estamos involucrados en este plan. Dylan y ella han elaborado esto para hacer daño, pero exactamente ¿a quién se lo querían hacer?

—¿Con quién hablabas? —La temida pregunta hace su aparición.

Cojo aire y lo suelto en respuesta.

—Con Mayra.

—¿¡Qué!? ¿Te habla?

Aparto el portátil de mis rodillas y me levanto.

—Hemos estado en contacto desde que se fue. —Antes de me recrimine algo más, aclaro—: Ella me pidió que no os dijera nada.

—¡Sabías que me estaba desesperando por no saber nada de ella! —me acusa.

—Si te lo hubiese dicho y ella se hubiese enterado, no tendríamos manera de saber de ella.

Se inclina uniendo sus manos sobre la separación de sus rodillas y reflexiona.

—¡Vale! Mejor eso que nada. Aunque creí que no nos volveríamos a ocultar cosas.

Expiro y me siento a su lado de nuevo.

—¿Este secreto por el del cuadro? —digo alzando una ceja.

Se le escapa una risa sesgada y alza las manos.

—Siempre te sales con la tuya.

—Ojalá fuese así —murmuro.

Su teléfono móvil y el timbre de mi casa suenan casi al unísono. Ignoro quién lo esté llamando, aunque parece alterado, ya que mi amigo le pide que se calme. Cuando abro la puerta la persona del otro lado no está en mejor estado; no obstante, no viene solo. ¡Si mi cara no es un poema ahora, no lo será nunca!

—Tengo una hermana desconsolada en casa preparando las maletas para volverse a Londres. Dime que tú no eres la encargada de difundir ese vídeo.

Me enderezo sujetando la puerta, o ella a mí, porque su simple duda duele tanto como un mazazo en la cabeza. La mujer que viene acompañándolo, maquillada, peinada y vestida de una manera elegante (zapatos de tacón a juego con un vestido negro por encima de la rodilla, raja hasta medio muslo y gabardina, caqui, fresca por encima), me mira de arriba abajo sopesándome. Su rictus serio me hace saber que no le agrado, pero el sentimiento es más que mutuo. Senén pretende dar un paso hacia el interior de mi vivienda, pero me atravieso en medio para impedírselo.

—¡Gracias por pensar tanto en mí! —digo con sarcasmo y doble intención. ¿Me echaba de menos, eh? ¡Seré crédula!

—¿Y qué quieres que piense? —dice entre dientes—. Os vi aquel día y ahora... ¡Calha sale desnuda practicando sexo!

Su última frase a gritos me sobresalta. Cian se acerca e interrumpe su llamada.

—Espera un momento, tío. —Aparta el móvil de la oreja y se acerca hacia el psiquiatra—. ¿Quién te crees que eres para venir aquí y acusarla? ¡Largo o te pongo en tu lugar! —Sonríe con chulería—. No sería la primera vez, ¿recuerdas?

Lejos de acobardarse, Senén da un paso al frente. Mis nervios se disparan y mi respiración se vuelve errática. Agarro a mi amigo del brazo e intento echarlo hacia atrás. La mujer que acompaña a Senén hace lo mismo y le susurra algo al oído sin dejar de mirarnos.

—¿Qué clase de relación tenéis tu hermana y tú que ni siquiera sabes con quién sale?

El psiquiatra se desentiende de la joven con la que viene y avanza.

—¿De qué hablas?

—No empecéis, por favor —suplico en un hilo de voz.

Odio las peleas. ¡Las odio! Cian me pasa un brazo por detrás y me acerca a él por la cintura. Es su forma de hacerme saber que me ha escuchado y que no hará nada para lastimarme.

—Tu hermana estaba liada con una compañera de trabajo, y esa no era Vec.

Él parece reparar por primera vez en mí y en mi cabestrillo.

—¿Qué...?

Mi amigo lo empuja con la puerta, haciéndole retroceder a la vez que me echa atrás con él. La entrada queda sellada y nosotros separados por un muro, literal y figuradamente. No sé lo que es tener hermanos, pero su obsesión por proteger a la suya a toda costa, saca a relucir sus más feos defectos. Psiquiatra o no, Senén es una persona real, y esas personas no suelen ser perfectas. Lo peor, y es algo que no puedo seguir negándome, es que me gusta y creo sentir algo por él. ¿Pero merecen la pena sus desplantes? Me negó por no herir a Calha, me recriminó mi actitud cuando ella se fue y ahora ha pasado a juzgarme. Si hubiese la posibilidad de que mantuviéramos algún tipo de relación, ¿qué me esperaría con Senén? ¿Tendría que ir con pies de plomo para no molestarlo? ¿Tendría que soportar esa clase de actitud? Automáticamente, la respuesta acude. NO. Yo no le tengo que aguantar nada a nadie. Me acosté con él pasando por alto esos detalles, pero ¿no he evitado en todas esas ocasiones fijar los límites? Sí. Me doy cuenta de que esta clase de actitud se repetirá, hasta que no deje claro que a mí no se me puede pisotear. No hay consecuencias para nadie porque yo recibo todos los golpes, y eso es muy cómodo de llevar para el resto porque me convierto en el saco de boxeo. Son comportamientos abusivos que he tolerado, pero ya no más. Cian me observa, supongo que espera que lo amoneste por cerrarle la puerta en las narices, pero lo que me cabrea es no haber tenido la capacidad de reacción para hacerlo yo.

—Se lo mer....

—Sí, tienes razón —lo corto.

Escuchamos una voz lejana hablando; mi amigo se percata de que aún está con el móvil en la mano y la llamada sigue.

—Perdona, Jake —se disculpa—. Era el imbécil del psiquiatra.

Un pitido me hace atender al mío. Es un mensaje de Mayra.

Calle Bodega nº21

Pincho en el enlace para saber cómo llegar.

—Tengo la ubicación —informo.

—Perfecto —susurra—. Jake, sé dónde está esa tía. ¿Vienes a buscarme?

Intercambian unas palabras más, en las que Cian se niega a darle la dirección y cuelgan.

—Espero que ese a «buscarme» sea en realidad a buscarnos —objeto.

—No vas a venir en tu estado.

—¡Oh, sí! Ya te digo yo que voy a ir. Si le hay que arrear unas hostias —No me veo haciéndolo, pero quién sabe—, será mejor que las reparta yo que vosotros. Es una mujer...

Dejo que le cale el mensaje. A día de hoy las leyes protegen a la mujer a costa de casi todo; una mejora significativa. No tanto cuando la persona en cuestión decide usar las reglas en un beneficio un tanto reprochable, y un hombre siempre tiene las de perder aunque sea inocente. Yo seré el escudo, sobre todo porque tengo ganas de arrancarle las trenzas una por una. El padrino de mi amigo llega en cinco minutos. Por cómo han chirriado las ruedas al frenar, no venía a una velocidad moderada. Salimos, yo aguantando la cara de disgusto de Cian, y nos subimos al coche. Le paso la dirección al piloto y arrancamos como una llamarada del camino de mi casa.

—Tío, más despacio —se queja Cian—, que está herida.

Intento disimular mi mueca de dolor, por salir disparada hacia atrás en el asiento, pero lo mío no es la actuación digna de un Óscar. Jacob aminora la marcha a disgusto y nos dirigimos al lugar. Vamos a dar a un garito de mala muerte en la zona más conflictiva de Lancara. Recuerdo vagamente cuando el psiquiatra nos advirtió a mí y a Calha sobre a dónde no ir. ¡Pues aquí estoy! ¡De cabeza a meterme en líos! Por suerte, el lugar está apartado. Se trata de una caseta de un solo piso con el tejado metálico y un montón de motos aparcadas fuera. También hay algún que otro coche, pero diría que los dueños no sienten mucho aprecio por ellos. Tienen rayas y abolladuras, y la pintura ha visto mejores días.

—¿Conocíais este lugar? —inquiero cuando nos encaminamos a la entrada.

Esta es estrecha y fuera hay un gorila con muy malas pintas. Tiene la cabeza rapada y tatuada, aparte de los brazos que son como dos veces los de mi mejor amigo. Lleva gafas de sol muy oscuras a pesar de que es de noche, y los piercings le cubren rostro y orejas. Diría que no nos quita los ojos de encima por el ángulo de su cabeza, pero tampoco lo puedo asegurar. Un taxi frena a un par de metros y de él sale una cara conocida. Cian se detiene y la intercepta.

—¿Qué cojones haces tú aquí, canija?

Una Mayra mucho más flaca que la última vez que la vi desafía a mi amigo con su metro y medio.

—¡A donde me da la gana! ¡Y quítate de en medio, que no eres mi padre!

Lo bordea y se acerca a nosotros. Mi amigo aprieta la mandíbula con cara de mala leche mientras la sigue.

—Os quiero a las dos detrás —nos ordena.

Ambas rodamos los ojos por la muestra de macho alfa. El hombretón de la entrada estira un brazo y nos vigila por encima de sus gafas mostrando una sonrisa divertida.

—No se permiten críos.

Jake se pone al frente y le tiende un fajo de billetes con disimulo.

—Vuelve a mirar, aquí no hay ninguno —comenta.

El segurata se hace a un lado asintiendo y vuelve a su posición de estatua. ¡Esto es como en las películas, no me creo que funcione también en la realidad! ¿Pero de qué me extraño? Dentro se divisa un local de mayor amplitud de lo que prometía desde fuera. Hay un par de mesas de billar a la izquierda, y una barra se extiende por el largo del local hasta la puerta de los baños. La iluminación proviene de unas bombillas en el techo con unos ventiladores aledaños. Una diana de dardos está junto a una máquina tragaperras, en la pared junto a los aseos. Hay unas cuatro mesas robustas a la derecha con sus correspondientes cuatro sillas a juego. Viéndole las pintas a alguno que hay tomando algo junto al camarero y otros jugando unas partidas con los palos de billar, sabes que estar aquí no promete nada bueno. Las miradas no se hacen esperar, y es que imagino que llamamos demasiado la atención, sobre todo Mayra y yo. El calzado se me pega al suelo y el serrín esparcido no disimula la porquería que hay en él. No obstante, el único olor que se desprende aquí es el de las barricadas de cerveza y el del tabaco negro. Ni siquiera deberían estar fumando dentro, pero está claro que las normas se las soplan. No seré yo quien se ponga tiquismiquis con este tema, solo quiero pillar a la cabrona que ha traicionado la confianza de Cally.

—¡Ahí! —Cian señala a un pequeño grupo de más o menos nuestra edad cerca de los baños, sentados a una de las dos mesas que hay en ese lado.

Dylan está sentado riendo y jugando a las cartas con otros hombres, más de la edad de su hermana. Yaly permanece de pie, apoyada sobre un tipo que fuma y se jacta de la mujer que tiene a su vera metiéndole mano delante de todos. A ella no parece importarle que la sobe frente al resto del local. Me percato, tardíamente, en el tipo de ropa que lleva. Una camiseta escotada y, que parece dada de sí, de tirantes que le llega por encima del ombligo. No lleva sujetador, ya que se le marcan los pezones en la tela, y sus pantalones cortos, apenas le cubren los glúteos. Lleva un tanga rojo, cuyas tiras sobresalen por encima del bordillo de los vaqueros raídos. Su cara tiene una expresión entre aturdida y excitada; no se asemeja a la persona que estuvo trabajando en mi empresa.

—Está colocada —bisbisea Jacob a Cian.

Dylan nos divisa y se levanta acojonado. Tanto Jake como mi amigo rodean la mesa para evitar su huida. ¡Dios, esto no va a acabar bien! Todo el local nos vigila y se han puesto en tensión. Los de la mesa de los hermanos se levantan dispuestos a comenzar una pelea, y Mayra y yo contenemos la respiración. La que hasta el momento había sido mi empleada repara en mí y se ríe jactándose de su obra.

—¿Te ha gustado el vídeo que te envié de tu amiguita? —Si las miradas matasen, juro que de esta tipa no quedaban ni los restos—. ¡Le encanta el sexo! Y gime como una auténtica puta. ¡Sé bien de lo que hablo!

Se carcajea, pero pronto es acallada por el hombre que tiene junto a sí, que solo se preocupa de meterle la lengua de una manera repugnante en la boca y la magrea sin pudor por quién los pueda ver. La informática aparta la vista con una mueca de asco, y me fijo que mi amigo sujeta a Jacob para evitar que se abalance sobre la morena. A mí me preocupan más los cuatro tipos que nos miran con cara de pocos amigos. Bueno, más bien a ellos, porque a nosotras nos dedican otra clase de atención. Comprendo que aquí hay otro tipo de reglas que no me gustaría comprender.

—¿Soy la única que piensa que deberíamos haber venido armadas con bates de béisbol? —concluye Mayra.

Su murmuración llega a mis oídos y mi risa suena como un gemido lastimero. Solo me lamento de estar lisiada en un momento como este, porque aparte de abanicarlos, no me veo ayudándolos de alguna otra forma.

—Solo los queremos a ellos —declara Jacob señalando a los hermanos.

Unos de los tipos se ríe.

—Pues resulta que están con nosotros y excepto que nos puedas dar una paliza... —Su voz queda interrumpida cuando sus dientes chocan entre sí por el puñetazo que le ha dado Jake.

Hay un instante a cámara lenta en el que los demás nos quedamos paralizados antes de que el caos estalle. Cian y su padrino empiezan a hostias mientras que Dylan pretende escapar. Le hago un gesto a Mayra para que le impidamos el paso. Echamos a correr hacia él y conseguimos acorralarlo en la entrada de los baños. Oteo por encima de mi hombro asegurándome de que nadie más intervenga. Por lo que se ve, aquí nadie los va a ayudar. Disfrutan del show, pero digamos que les importan una mierda. Nunca me he alegrado tanto de que cada uno se interese por su culo. Yaly está con medio cuerpo encima de la mesa liándose con el hombre que no ha detenido su entretenimiento, y la toquetea en sus partes con vulgaridad. No creo que se esté enterando apenas de nada, y no puedo evitar sentir cierta lástima por ella. Es una mujer a la que han denigrado tanto que apuesto que no sabría de dignidad, ni propia ni ajena, aunque se la escupieran a la cara.

Dylan saca una navaja de su chupa y la mueve como un profesional. Mayra y yo nos quedamos quietas. Se adelanta amenazándonos con ella y amagando a pincharnos. Retrocedo y choco contra la mesa en la que están estos dos casi follando sobre la superficie. Medio histérica por la situación y por la cara del moreno, que sé que no se irá sin hacernos daño, agarro un botellín de cerveza vacío de la mesa y se lo lanzo a la mano. No acierto, pero esta se estrella contra la pared a centímetros de su cara. Agarro otra adyacente y repito la operación. Consigo mantenerlo a raya hasta que con la tercera sí le doy en la mano y suelta su arma. La informática corre y la recupera del suelo antes que él. Este viéndose acobardado, sale huyendo hasta la puerta, pero no llega muy lejos. Un policía entra apuntándole con un arma, seguido de unos cuantos más.

—¡ALTO! ¡POLICÍA! —grita—. ¡LAS MANOS ARRIBA!

Los siseos de rabia de los demás hombres del bar son soltados con fastidio. Miro a mi alrededor y veo a Jake y a Cian con unos cuantos golpes, pero de pie, a diferencia de los matones de Dylan. Yaly parece reaccionar por fin y aparta de sí al tío que tiene encima. Le muta la cara en rabia al distinguir que llevan a su hermano detenido. Se gira y viene directa hacia mí. Me agarra de los pelos y me zarandea gritando como lo que es, una vulgar ramera. Intento zafarme, pero con un solo brazo lo tengo difícil, así que le arreo una fuerte patada en la pierna. Me escuece el cuero cabelludo de los tirones y siento cómo me los arranca, se ve que no es la primera vez que hace esto. No consigo que me suelte, pero tampoco paro de propinarle patadas. Me la tienen que quitar de encima entre un policía y mis amigos. Me masajeo la cabeza, que noto algo hincada, por donde me intentó arrancar unos mechones; creo que lo consiguió.

—¿Estás bien? —pregunta Cian.

Asiento con la rabia consumiéndome por no haber sido capaz de defenderme mejor, pero hay otras formas de vengarme.

—¿Quién ha llamado a la policía? —inquiere Mayra.

Nadie le contesta, pero un agente se acerca a nosotros.

—Tenéis que acompañarnos.

***

¡Hemos acabado en el calabozo! ¡Los cuatro! ¿Por qué? ¡No tengo ni la más remota idea! Hemos ido de buena fe, sin resistirnos, siendo respetuosos y colaborando, pero... Una vez en comisaría a todos los que detuvieron se pusieron a discutir y hablar a la vez, y en cuanto Yaly me vio se lanzó otra vez contra mí. Solo que en esta ocasión fui más rápida y (bueno, sí, ella llevaba las manos esposadas) le arreé con la placa de identificación, que había sobre la mesa de uno de los oficiales, en la cara. Le dejé la nariz sangrando. No omití mi sonrisa de satisfacción. Vale, puede que por eso nos hayan encerrado a todos, aunque nos han puesto en celdas separadas de los otros camorristas.

—Pensé que nunca desearía pegar a una mujer —comunica Jacob.

—Esa tía no lo era —lo calma Cian.

Niego con la cabeza.

—No sabemos cómo ha sido su vida para acabar de esta forma —lo censuro.

Me mira como si no hubiese oído bien.

—¿Después de lo que le hizo a tu amiga la defiendes?

—No, para nada. Lo que pasa es que no puedo evitar plantearme si tuvo opción, o si simplemente se vio obligada a aceptar un camino demasiado difícil.

Mayra echa la cabeza hacia atrás, contra la pared.

—Pudo haber cambiado de vida —me contradice.

—¿Estás segura?

Antes de que me responda, un alguacil nos abre la puerta y nos indica que podemos salir. Lo seguimos por un par de pasillos cortos y desembocamos en una pequeña sala de espera. Tomamos asiento como nos indica. Frente a nosotros hay otras sillas pegadas a la pared y, como no podía ser menos, Yaly se encuentra en una sonriendo hacia nosotros. Tiene sangre seca sobre su labio superior, como una cortina que le sale de las fosas nasales. ¡Es repugnante! Pero es que aún sigue esposada y seguro que no se han molestado en darle algo para limpiarse.

—¿Qué se siente al saber que tu chica se acostó conmigo?

Todos me miran, porque sus palabras van dirigidas a mí.

—No sé. ¿Qué se siente al saber que podrías haber cambiado de vida y ni siquiera los has intentado?

Su sonrisa se borra y los ojos se le cristalizan.

—¡Todos en la empresa saben que te gusta! ¡Ahora ya sabes lo que sintió Dylan! —vocifera llena de rabia.

Así que por eso hicieron todo esto. Para vengarse de mí, por supuesto. Calha ha salido herida por mi culpa.

—¡Eres tan estúpida! —exclamo—. Tenías un trabajo, amigos, una novia y todos te tratamos como a una persona, no como a la prostituta que veo que te esfuerzas por ser.

Escupe en el suelo los restos de sangre.

—Sí, ya... ¿Me hubieras contratado en tu pija empresa si hubieses sabido a qué me dedicada en realidad? ¿Sin estudios ni credenciales?

Sonrío sabiendo que mi respuesta la destruirá como no lo ha hecho la vida que ha llevado hasta ahora.

—No con el puesto que estuviste ocupando —Se jacta victoriosa de mi respuesta—, pero podrías haber sido una gran secretaria. No creo que tuvieras problemas con ello.

»Mayra aún es menor de edad y tiene un contrato. A Megan le dejo trabajar desde casa por su situación personal. ¿Por qué no iba a encontrar un hueco para ti? Llevo unos días pensando que nos hacen falta más manos.

Su sorpresa es genuina y busca negar mis palabras a toda costa.

—¿Y si supieras que era la hermana de Dylan?

Niego. No lo quiere entender.

—Eso no hubiera importado.

Se queda callada un buen rato.

—Ahora ya da igual —se ríe sin gracia—. No volveré a esa empresa.

La miro fijamente.

—No. Ahora no.

Un agente se acerca y se la lleva a una de las habitaciones tirando de ella por un brazo. Antes de desaparecer por la esquina, vuelve su cabeza atrás y me analiza.

—Tú y Calha estáis... Quiero decir... Ella y tú... ¡Uff! —Jake resopla en busca de una pregunta que se le atasca.

Los tres me miran y noto cómo me sonrojo. Carraspeo y me aclaro la garganta.

—Estuvimos medio liadas —confieso con un nudo en la garganta.

Mayra alza tanto las cejas que sobresalen por encima de sus grandes gafas de pasta. Mi amigo sonríe disimuladamente y Jacob... Bueno, creo que le ha dado una parálisis facial.

—No sabía que a ella... —farfulla.

—Fue después de ti. —Es todo lo que digo.

Lo medito y me vuelvo a él.

—¿Cómo te enteraste?

Resopla.

—¡Está en todas partes! Un amigo de AA me pasó el vídeo y cuando la vi... ¡Dios! —Se lleva las manos al pelo y se levanta—. Iba a matar al tío que hubiese hecho esto.

—Por lo menos tuviste la cabeza fría para llamar a la policía —comenta Cian.

—¡Necesito verla, no estar aquí! —se queja.

Cierro los ojos y me recuesto en la silla.

—Eres a la última persona que desea ver —manifiesto.

Él me observa destrozado. No he dicho nada que no sepa ya, pero mi rotundidad lo hunde más. A lo largo de la noche (madrugada ya) nos van tomando declaración uno por uno. Supongo que nuestras versiones coinciden y son plausibles porque a las casi seis de la mañana nos dejan marcharnos. Cian y Jake intentan averiguar qué sucederá con Dylan y Yaly. A mí me estalla la cabeza por las horas sin dormir y me dan unas punzadas terribles en la espalda. Necesito un analgésico cuanto antes, aunque sé que primero tenemos una parada obligatoria.

—¿Y bien? —pregunto cuando los veo salir de hablar con un inspector.

—Pues el psiquiatra ha puesto una denuncia por el vídeo de su hermana, y tras tu declaración sobre que Yaly falsificó documentos... En resumen, que tienen una deuda que pagar y lo más probable es que sean llevados a juicio —informa Cian.

—Podemos formar un club —bromea la informática.

—Pero necesitan que Calha denuncie en las próximas veinticuatro horas o los soltarán —completa Jacob.

—¿Qué? —decimos Mayra y yo a la vez.

—Si Calha no interpone una denuncia, puesto que es la afectada directa, ellos serán libres —afirma mi amigo.

—Pero mintió en su currículum —objeto.

—Delito menor —apostilla Jake.

Me paso una mano por el pelo y me quedo con un mechón en las manos. ¡Maldita zorra!

—A casa de Senén pues, ¿no?

Ellos asienten.

***

Ya ha amanecido cuando llegamos y nos personamos en casa del psiquiatra. Antes tuvimos que recoger el coche de Jacob del lugar aquel. Por suerte estaba intacto. A Senén le muta la cara en cuanto nos ve a los cuatro. Mayra había desertado y Jacob... Bueno, apuesto a que le partiría la cara si no fuese porque ahora hay prioridades.

—¿Dónde está? —pregunto.

—Atrincherada en su habitación. No consigo que salga y la puerta está cerrada con llave.

Llamo con unos golpes suaves de mis nudillos en la madera.

—Cally, ábreme, por favor —pido en voz baja.

—¡Vete, Nec! ¡No quiero ver a nadie!

Tiene la voz rota por el llanto. Los presentes intercambiamos miradas de pesar. Al psiquiatra lo llaman por teléfono y asiente repetidas veces, para acto seguido irse en el ascensor.

—¡Intentad sacadla de ahí! —dice.

—¿A dónde vas? —lo increpa Cian, pero solo obtiene de respuesta las puertas cerrándose.

—Mayra ha vuelto —digo en un intento por distraerla—. Está aquí con nosotros.

—Hola, Calha —responde la aludida.

Esta no contesta y nos empezamos a impacientar. Jacob es quien lo intenta ahora, yo me aparto.

—¿Te acuerdas de lo que te dije la primera vez que estuvimos juntos?

Diría que el llanto que se ha escuchado hasta ahora se pausa de pronto.

—¿Qué haces tú aquí? ¿Ny te ha dejado entrar?

Él sonríe y apoya la cabeza contra la puerta.

—¿Te acuerdas?

El silencio se prolonga durante varios minutos.

—Sí —escuchamos un susurro.

Ninguno tenemos idea de lo que están hablando, excepto ellos dos, claro.

—Pensé que te lo habrías borrado —habla en voz baja Jake, con una sonrisa nostálgica.

—No fui capaz —responde la voz apagada de Cally.

No profundizan más en la conversación.

—¡Abre la puerta, Calha! —implora Jacob.

Su respuesta nos impacta a todos.

—¡No pienso abrir esta puerta jamás y menos a ti!

—¡Si no denuncias a Yaly, será libre! —se alarma Mayra—. ¡No puedes dejar que se salga con la suya!

—¡Me da igual! —chilla.

Cian nos aparta de la puerta cabreado.

—¡A la mierda!

Empieza a patadas a la madera hasta que revienta la cerradura y la puerta se abre con brusquedad. ¡Vaya! Pues sí que tiene fuerza Cian. Su padrino lo mira alucinado y nosotras también. Se internan en la habitación, pero en cuanto Calha ve a Jake se pone a llorar como una niña pequeña.

—¡Fuera de aquí! ¡A ti no te quiero cerca! —chilla desesperada en el suelo, echándose contra la pared.

La cara de él es de dolor, uno desgarrador, del que si no llegase a conocer la historia que hay detrás amonestaría a mi amiga por su actitud. Se aleja de todos, pero Cian se acerca y se agacha junto a ella como si de un cervatillo asustado se tratase. Pasan varias cosas extrañas a continuación. Mi amigo y ella se tantean con la mirada, Calha se lanza sobre él y se funden en un abrazo; Cian le dice algo sobre el oído que no alcanzo a escuchar mientras la consuela. De todos los presentes, él es el único que consigue apaciguarla.

Nos retiramos hasta la entrada, dándoles algo de espacio. Aún no asimilo del todo lo que mis ojos ven, pero la vida es curiosa.

Y tan curiosa, porque las puertas del ascensor se abren y dan paso a una imagen llamativa. Senén reaparece abrazado a la misma mujer del día anterior. Esta se separa y se miran con mucho cariño. Luego ella le estampa un beso en la mejilla y se sonríen. Salen cogidos de la mano, y mis ojos se quedan anclados en esa unión.

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