La maldad de las personas
Llevo esperando aquí sentada unos veinte minutos. La parte de mí a la que le gusta regodearse en las cosas que salen mal está disfrutando con el plantón, que parece que Calha me ha dado. La racional que habita en mí decide no precipitarse y seguir esperando estoicamente, porque tiendo a sacar suposiciones muy rápido y no suelo llevar razón; suelen estar condicionadas por mis miedos e inseguridades, y casi siempre hay explicaciones mucho más complejas y amables detrás.
La melodía breve de mensajes entrantes en mi terminal me hacen atenderlo.
Ya me dirás quién es tan importante para dejarme con las ganas.
Aprieto los labios con un torrente de cosquillas que circundan la parte inferior de mi cuerpo. Todo lo que me acontece con Senén me confunde muchísimo. Creí que lo tenía claro, pero el ahora no concuerda con el ayer.
Sonrío cuando le respondo.
Con las ganas te dejó Mayra, no yo.
Al instante me responde.
Me vengaré de ella en nuestra próxima sesión.
¿Qué clase de profesional eres?
Un verdadero profesional, creo que ya te lo demostré.
Mi vena malvada sale a flote.
No recuerdo que acabaras de demostrarlo.
¡AUCH! ¡Eso ha dolido, bella Venec!
Pero es la verdad.
Entenderás, pues, que quiera ponerle remedio cuanto antes.
—¿Con quién hablas para poner esa cara de satisfacción?
Alzo la mirada y bloqueo el móvil de inmediato cuando la sonriente Calha que yo conocí hace su aparición. Compruebo, no sin cierto horror, que poseo una sonrisa imborrable en el resto que no consigo mermar.
—Yo... Con nadie. —Su ceño fruncido me inspecciona mientras se quita la chaqueta y la deja en la silla detrás de ella.
No sé por qué miento, si no hay nada de malo en hablar con su hermano. O tener conversaciones subidas de tono. ¿O sí lo hay? El hecho de que lo esté ocultando, me avisa de que debería plantearme el porqué, más tarde.
—Me alegra que hayas aceptado venir.
Me encojo de hombros restándole importancia. Siento que por Cally haría cosas que no haría por nadie más. Su ausencia me llegó a doler físicamente y no he parado de repetirme desde que se fue, que no me arriesgué por ella como se merecía, y que me volví a quedar con las ganas de hacer algo que sí quería. No hubo día que no me arrepintiera y ahora que la tengo delante, aquí otra vez, sé que no voy a meter la pata de nuevo. Si me tiene que reconcomer algo que sea lo hecho, no lo que ha quedado por hacer.
—Querías contarme algo —le recuerdo—. Cuando a mí me hizo falta alguien, ahí estuviste tú y no lo he olvidado.
Sonríe con pena y sus ojos se vuelven vidriosos por un instante.
—¿Te importa si hablamos dando un paseo? Aquí hay demasiada gente para lo que quiero hablar y no me siento cómoda.
Acepto, un tanto extrañada por su conducta. La Calha que yo conocí no se incomodaba por nada, lo que me hace sospechar que el tema tiene cierta relevancia.
Dejo un billete de cinco euros sobre la mesa y nos marchamos. Fuera, las nubes y el frío nos ponen el telón de fondo.
—Tú dirás —comento cuando empezamos a andar calle abajo.
Mueve la cabeza varias veces en un gesto nervioso de arriba abajo.
—No te mentí cuando te dije que no me iba por ti —Me mira—, aunque no fui del todo sincera tampoco.
Ya me lo parecía.
—Verte con Cian... Cómo te besaba, la posesividad que vi en él... No lo soporté. —Achino los ojos—. Me recordaste a mí hace unos años y no quise revivir eso.
—¿A qué te refieres?
Sus ojos observan un punto vacío en la distancia.
—A lo perdida y pequeña que me sentí en aquel tiempo. Daba igual lo que hiciera, porque era un bucle constante que me llevaba de nuevo a él, era enfermizo. —Traga saliva—. A ti te vi igual en ese instante. Alguien que perdonaría a su amigo una y otra vez porque no es capaz de ver en quién se ha convertido.
»Hay gente que sí cambia. Y se aprovechan de que los que los quieren los ven igual que antes para salirse con la suya. —Sus ojos me perforan—. No quería quedarme a ver eso. No quería volver a padecer lo mismo desde la distancia.
»Si me hubiese quedado, te hubiese perdido de igual forma.
Intento analizar sus palabras y lo que me quiere explicar, pero se me escapa el resultado final.
—¡No me has perdido, Cally, estoy aquí!
—Sí, ya. —Ríe entre dientes—. ¿Me vas a decir que tu amigo y tú ya no estáis juntos?
La inspecciono, buscando algo que me indique qué ha maquinado su loca cabeza.
—Si te refieres a juntos de amistad, pues estamos intentando ser amigos. —Me duele a lo que hemos llegado Cian y yo—. Si te refieres a pareja, creo que nuestro tiempo ya pasó.
Ella se detiene.
—¿No estáis saliendo?
Niego, confusa.
—¿De dónde sacas eso?
—¿Hola? ¡Llenaste toda la ciudad con una imagen de él que tú misma pintaste porque no querías que desapareciera de tu vida! ¿Acaso es tan descabellado pensarlo? —se defiende.
—Sí, es verdad —digo con simpleza—. Tampoco quería que tú desaparecieras.
Acusa el golpe con la vista en el suelo.
—No lo entiendes, Nec. No podía quedarme a ver eso. No podía.
—No sé qué crees que tendrías que haber visto, pero no fue algo idílico.
—A eso precisamente me refiero. —Su expresión asemeja a la de un cervatillo asustado—. El no sentirse suficiente, creer que le estás fallando, los desplantes, la humillación de haberte fallado a ti misma...
Estoy completamente desconcentrada de esta conversación y hasta temo hacer la siguiente pregunta.
—¿Qué te ocurrió a ti?
Bufa con ligereza y reanuda sus pasos. Estamos así un largo trecho hasta que su voz se hace audible de nuevo.
—Tuve una pareja en el instituto. Se llamaba Jacob. —Sonríe como una adolescente de pronto—. Me enamoré perdidamente de él con dieciséis años. Había venido el curso anterior, pero no fue hasta el último año que nos empezamos a tratar. Coincidíamos en un par de clases juntos y empezamos a tontear sin darnos cuenta. Antes de que acabara el año, nos convertimos en pareja, y una muy envidiada.
»Él era capitán del equipo de fútbol y estaba cañón. Tenía su público, uno muy amplio, pero hasta que estuvimos juntos no me di cuenta de su popularidad. Para mí era un chico más, que me gustaba demasiado.
»Íbamos a fiestas, salíamos, quedábamos con nuestro grupo de amigos y... mi primera vez fue con él.
Sigo atenta su relato cuando se pausa para tomar aire.
—No hubiese imaginado persona más perfecta para un momento tan especial y fue... —Me mira y sonríe con cierta felicidad— increíble.
»Aquello hizo que las cosas se consolidaran más entre nosotros y bueno, ni qué decir tiene, que yo me enamoré como jamás quise a nadie. No podía imaginar amar a otra persona, no me entraba en la cabeza. Pero él —Coge aire—, conoció a otra gente.
»Lo ficharon para un equipo más importante y los ojeadores eran cada vez más. Pero según lo eran ellos, también los codiciosos.
Reordena sus pensamientos.
—Empezó a salir sin mí, a ir de juerga, a beber... —Mis nervios se desatan al ver las similitudes—. Dio a sus amigos de lado, y todo lo que lo caracterizaba y por lo que yo me enamoré fue desapareciendo.
»Seguía siendo atento conmigo y teniendo sus detalles, o eso me parecía a mí. Lo que le gustaba era lucirme como un trofeo, y una noche insistió para que fuera con él y sus nuevos amigos de fiesta. —Ahora mismo, Calha parece medio ida, atrapada por un dolor insuperable—. Yo no me sentía muy cómoda con la idea, porque esa gente no me gustaba, pero iba a estar con él. Jacob jamás dejaría que nadie me hiciese daño. Al menos, del que yo me enamoré, el de meses atrás.
»Fuimos a un local bastante concurrido, en el que mi por entonces novio no dejó de beber en toda la noche. Odiaba verlo así, porque se ponía violento y no parecía él. Intenté en varias ocasiones que nos fuéramos, pero decía que quería divertirse más. Finalmente, conseguí que nos marchásemos.
»Se tambaleaba mucho al andar, y yo tomé la sabia e indiscutible idea de llamar a Ny para que nos viniese a buscar. —Su sonrisa queda estática en el rostro como si fuese una figura de porcelana—. ¡Menos mal que lo hice, Nec!
»A la salida del lugar aquel, Jacob se puso pesado y a meterme mano de una manera muy indecorosa y ruda. Me sentí sucia.
»Intenté apartarlo y hasta le chillé que parase, pero no le gustó mi actitud. —Jadea con rabia—. Según él, era una aburrida que no sabía divertirme y que como su novia yo tenía que satisfacerlo en lo que me pidiese. ¿Te lo puedes creer?
Abro los ojos, incrédula. Odio al Jacob ese.
—Le dije que tenía suerte de que aún me fijase en él. Ya no se cuidaba en absoluto y tanto beber le había redondeado su antiguo vientre trabajado. Sudaba mucho más que antes y temblaba cuando estaba más de dos horas sin beber. —Uff, esto pinta mal—. Mi recriminación no le hizo ni pizca de gracia y se propuso «enseñarme» cómo debía comportarme. Sus nuevas amistades lo habían instruido durante ese tiempo en la misoginia y el machismo.
»Me agarró con fuerza del brazo y me empujó hacia un callejón cercano. Trastabillé y acabé cayendo al suelo de espalda. Me di un buen golpe en la cabeza y empezó a sangrarme. Apenas conseguía enfocar la visión y me notaba terriblemente mareada.
Detiene su narración con un par de lágrimas brotándole de los ojos.
—Se tiró encima de mí e intentó... —Cierro los ojos— forzarme.
»Recuerdo vagamente cómo me arrancó los botones de la blusa que llevaba y como apestaba a alcohol mientras me lamía y besaba. Fue asqueroso. Pero lo que no consigo olvidar por más que me esfuerce son su palabras: «A las mujeres hay que enseñaros». «A ti te voy a enseñar yo, porque me perteneces y siempre lo harás».
»Se estaba desabrochando el cinturón del pantalón cuando dijo eso. —Calha ríe—. Lo siguiente que vi fueron su dientes en el suelo junto a su cara aplastada, y la correa de su cinturón en la mano de mi hermano. Usó al hebilla para envolverse los nudillos y pegarle una buena paliza. Lo dejó irreconocible.
»El resto te lo puedes imaginar. Llamaron a la policía y a mí me llevaron al hospital. Mi ex no quiso presentar cargos contra mi hermano y cuando la noticia trascendió, se volvió a mudar junto con sus padres a otro país.
»Todavía no era mayor de edad y eso fue lo que lo salvó de mi denuncia. Eso y que Ny evitó una desgracia mayor para ambos.
Se limpia los restos de las lágrimas con las manos.
—Ny me aconsejo que fuera a terapia, y así lo hice durante un par de años. Aunque me negué a tomarme los somníferos que me recetaron para poder dormir y me harté de revivir constantemente lo mismo, por lo que la dejé. Mi hermano no estuvo para nada de acuerdo con mi decisión, pero es que estaba harta de contar en los grupo de apoyo una y otra vez aquel día. —La entiendo, solo quiere olvidar—. Para mí no es tan sencillo decir que él es el villano y yo la víctima, porque la historia es más compleja.
»Desde entonces, no he vuelto a mirar a otro hombre. Es que no ha habido nadie que me haya hecho sentir todo lo que experimenté con el Jacob que conocí, lo bueno quiero decir; hasta que llegaste tú.
Me quedo sin replica y con el aire retenido en mis pulmones. Ni en mis ideas más locas hubiese imaginado tal pasado para Cally. Es tan independiente, tan a su alocada manera, que sigo sin creerme que alguien pudiese minar así su espíritu.
No sé qué decirle, ni si debo hacerlo. Entiendo por qué me lo cuenta, pero no creo que Cian sea ni de lejos como Jacob.
—Cally, yo...
Me interrumpe alzando una mano.
—Lo que quiero decir es que no te ciegues. Sale caro.
Acepto el consejo en silencio. Ella no conoce a Cian. Sé que ha tenido sus baches como persona, pero yo también los he tenido. ¿Quién soy para juzgarlo? No. Es que me niego siquiera a considerar la posibilidad de que mi mejor amigo de la infancia se haya vuelto como la persona que ha descrito Calha, en apenas meses. No obstante, una insidiosa parte de mí me hace evocar todas nuestras discusiones y sus faltas de respeto para conmigo. Unas relevantes y graves que no puedo pasar por alto, que sé que no debo volver a permitir. Nuestra relación depende de ello y, puede que, él también.
***
Lo llamo. Un tono, dos tonos, tres tonos, cuatro tonos, cinco tonos... Salta el contestador. ¿Por qué Cian? Llevo media hora intentando localizarlo, y no hay manera.
Después de la intensa charla con Calha, no me lo he quitado de la cabeza. Tengo que hablar con él; verlo, tocarlo, ¡no sé!
Ya he enfilado hasta su piso, el que comparte con Dylan. No recuerdo si hoy le tocaba trabajar o no, porque la verdad soy una mala amiga que no se preocupa mucho por los demás, por lo que me estoy fijando. Debería acordarme, pero mi mente se ha ido de vacaciones a Honolulu. No sé por qué estoy tan ansiosa de estar a su lado. Supongo que la historia de Cally me ha aterrado más de lo que estoy dispuesta a admitir. Ella yendo a terapia. ¡El mundo al revés!
Un vecino me cede paso en el portal cuando llego a la entrada del edificio en el que ahora vive, y accedo hasta el tercer piso por las escaleras. Parece que voy apagar algún fuego, porque llevo el paso acelerado. Nada más plantarme frente a su puerta timbro dos veces seguidas. Escucho unos pasos acercarse y al instante me abren. La cara de la persona que me recibe es de rechazo absoluto, cosa que me sorprende. Dylan me observa con recelo y una clara antipatía. ¿Qué le pasa conmigo? ¡Ah, sí! No me he alejado de Cian como esperaba, sino que he vuelto a incrustrarme en su vida. Eso ahora me da igual, no estoy para sus opiniones.
—¡Hola! ¿Sabes dónde está Cian? Lo ando buscando y es importante que lo localice cuanto antes.
Cruza los brazos sobre el pecho y alza las cejas como un padre preparado para echarle la bronca a su hijo.
—No tengo ni idea de a dónde ha ido. ¿No ibas a mantener las distancias con él? ¿En qué idioma hablé contigo?
¿Pero este de qué va?
—No eres nadie para venir a decirme lo que tengo o no tengo que hacer. —Sé incluso antes de preguntar que no voy a obtener ayuda de él, pero aun así lo intento—. ¿Sabes dónde podría encontrarse?
—No, y ahora vete —Hace el amago de acercar la puerta echándome hacia atrás, pero la aparición de alguien a sus espaldas, lo cambia todo.
—Ey, tío, ¿quién ha llamado....? —Mi amigo sale de la ducha envuelto en una toalla y secándose el pelo con otra—. ¡Vec! ¿Qué haces aquí? ¡Pasa!
Su alegría por verme me alivia y empujó la puerta con brusquedad, para abrirme paso delante del imbécil de su compañero.
—Con que no sabías dónde estaba, ¿eh? —le recrimino a Dylan.
—Deberías irte —me espeta este con chulería y dando un paso hacia a mí.
Cian se interpone entre ambos alejando a su amigo de mí con un empellón.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta.
—Pasa que llevo un buen rato llamándote y no contestas —le explico, omitiendo el trato de su compañero.
—Dejé el móvil por aquí en el salón... —Lo busca, mas no lo encuentra—. ¿Dónde me va?
La torpeza de Dylan se vuelve contra él al intentar esconder el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón; sin embargo, Cian capta el gesto.
—¿Ese es mi móvil? —lo increpa sacándoselo de las manos—. ¿Qué haces tú con él?
—Puedo explicártelo. —Posa sus ojos en mí con inquina—. Te estaba protegiendo.
Cian se altera.
—¿De qué? O de quién mejor dicho. ¿De ella? ¿De Vec? ¿Es que te has vuelto loco?
Yo observo la discusión desde detrás de mi amigo; siento cómo el pulso se me dispara y los temblores se afianzan de mi interior a las extremidades. ¡Por favor, que la cosa no vaya a más!
Dylan arremete contra mí.
—No podías mantenerte alejada, ¿eh? ¡Con esa pinta de mosquita muerta que tienes y lo guerrera que has salido!
—A ella le hablas bien —me defiende Cian empujando con brusquedad a su amigo.
Lo cojo del brazo y tiro de él hacia atrás, asustada. No quiero que se peguen.
—¡Yo no le tengo que hablar bien a esta zorrita!
Visto y no visto. Mi mejor amigo le arrea un derechazo que lo tumba. Corro hacia Cian y lo aparto de Dylan, empujándolo por el pecho. Está furioso, y yo atacada por cómo vaya acabar esto.
—No sigas, Cian, por favor —le suplico casi sin aire.
—¿Acaso no lo es? —sigue vociferando Dylan desde el suelo—. ¿No se tiró a otro tío estando contigo?
Arrugo la nariz, porque eso es una interpretación muy libre de la verdad. Cian pretende abalanzarse de nuevo contra su compañero, pero me abrazo a él.
—No no no, por favor.
Consigo que repare en mi estado y en cómo me cuesta normalizar la respiración.
—¡Ey, ey, ey! Tranquila, ¿vale? —Asiento, aferrada a él—. Me visto y nos vamos. Ven.
Me agarra de la mano y me lleva hasta su cuarto. Dejamos atrás al moreno, todavía tirado en el suelo. En cuanto cierra su habitación, me abraza. Huele a jabón de argán, y me aprieto contra él.
—Lo siento, necesitaba verte. No sabía que esto sucedería.
Apoya su barbilla en mi cabeza y suspira.
—No te tienes que disculpar tú, sino yo. Tenía que haberlo visto venir —cavila—. Nunca pierde ocasión de malmeter contra ti. Creí que se debía a que actuaba como un amigo, pero tenía que haberme dado cuenta después de lo de la otra noche.
—¿La otra noche? —Me separo de él y lo observo. Me devuelve una sonrisa apenada.
—Me entró a saco mientras estábamos viendo una peli en el sofá.
—¿Qué? —casi chillo con las manos en la boca.
—Creo que le molo.
¿Lo cree solo? Ahora entiendo qué le pasaba conmigo y sus ganas de alejarme de mi amigo. Le importaba una mierda su bienestar, solo me quería fuera de escena. ¡Seré burra!
—Él me dijo que bebías mucho y que bebías más cuando estabas conmigo.
Cian se echa para atrás contrariado.
—Las veces que él me ha visto borracho han sido las mismas que tú, Vec. —Se pasa las manos por el pelo tensando todos los músculos que quedan a la vista—. Pero sí que le conté lo que bebía antes. ¡Dios! ¡No me lo puedo creer!
Se deja caer en la cama; yo me siento a su lado.
—¿Entonces no es verdad nada de lo que me dijo?
—No. ¡Joder, Vec, no!
La verdad me horroriza.
—Si me alejé de ti en parte, fue porque creí que te estaba haciendo daño —revelo.
—¡Lo voy a matar! —dice irguiéndose de la cama.
Lo detengo antes de que la sangre llegue al río.
—¡No! ¡No lo hagas! —Se me llenan los ojos de lágrimas y me recuesto en él.
Me aprieta con fuerza y resopla por la nariz.
—El día que discutimos fui encendido por lo que había estado hablando con él. ¡Joder! ¿Cómo me he dejado liar de esta manera?
Niego con la cabeza sintiéndome igual de utilizada. La risa me invade de súbito. Tanto, que se me saltan las lágrimas que pretendía retener.
—¿De qué te ríes? —se extraña.
—Tú preocupado por mis pretendientes cuando el tuyo ha dado más por saco que nadie.
Se ríe él también estrechándome como solía hacer.
—No me puedo quedar aquí, Vec —explica—. Es que no pienso pasar ni un solo minuto más. ¡Este tío está enfermo!
Ni lo reflexiono, porque si lo hiciera, tal vez sopesara que esta alternativa me puede traer repercusiones, pero es mi vida.
—Quédate en mi casa —le pido.
Gira el rostro hacia mí, pasmado.
—¿Estás segura? No sé qué pensará tu... —Busca el calificativo—. Lo que sea.
Resoplo poniendo los ojos en blanco.
—Senén y yo solo somos... amigos.
—¡Ya, y yo me lo creo! —murmura con hastío.
Me quito de encima de él y lo enfrento.
—Bueno, ¿te vienes conmigo o prefieres quedarte aquí?
La respuesta es clara. Coge sus maletas y empieza a llenarlas con sus cosas. Sonrío y le ayudo a marcharse de aquí cuanto antes.
Cuando salimos (con un Cian vestido) no hay ni rastro de Dylan. Mi amigo coge sus llaves del piso del bolsillo del pantalón y las lanza en la mesa de la salita.
—No creo que vuelva a fiarme de los anuncios de compañeros de piso. —Cierra la puerta tras de sí.
—¿Os conocisteis así?
—¿Cómo creías que había sido?
—Pues no lo sé, por cómo hablaba de ti preconcebí que os conocíais de antes.
Pero claro, de su boca no salió una sola verdad, así que solo dejó que cada uno nos formásemos nuestras suposiciones.
—¿Los vuelves locos, eh? —me burlo mientras bajamos en el ascensor.
Cian intenta reprimir la sonrisa, sin mucho éxito.
—¡Anda, cállate! —Me pasa el brazo por encima de los hombros y llamamos a un taxi.
El regreso hasta mi casa es como un dejà vú. Mi cabeza apoyada sobre él, nuestras manos unidas... las sonrisas complacidas. El sonido de un mensaje de WhatsApp me hace sacar el móvil del bolsillo trasero del pantalón.
¿Te apetece que nos veamos después?
¡Uff!
Ha pasado algo.
Te cuento más tarde.
¿Estás bien?
Sí, sí.
No se trata de mí.
De acuerdo. Si necesitas algo, llámame.
—¿Es él?
Me encojo y asiento.
—Le gustas.
No sé cómo interpretar su frase. No ha sido una pregunta, pero su afirmación esconde algo más que no sé diferenciar. ¿Derrota? Lo analizo sin ver atisbo de ningún malestar. Me acerca a él por lo hombros y me besa en la frente.
La carrera llega a su fin, y le tendemos un par de billetes rojos al conductor. Mientras Cian coge sus cosas del maletero, yo abro la puerta de casa para dejarlo pasar. Según traspasa el umbral, cargado, me doy cuenta de un detalle importante.
—¡Ay, mierda!
—¿Qué ocurre?
—Te vas a reír —digo sabiendo que no lo va a hacer. Ni yo le encuentro la gracia—. No he seguido amueblando las habitaciones, y no tengo...
—Camas —recita por mí.
Me froto las manos a las perneras de los pantalones con un gesto nervioso.
—No te preocupes, dormiré en el sofá, soy más pequeña.
—No digas tonterías, Vec. Es lo bastante grande para que coja en él.
Ambos miramos el mueble desapasionadamente y chocamos las miradas. Nos echamos a reír por lo absurdo que está siendo todo.
—Hemos dormido juntos más de cien veces.
—Por lo menos —concuerdo.
—Y hasta te he visto desnuda. —Asiento sabiendo a qué se refiere—. ¡Esto se me hace raro!
Tiene razón. Todo es demasiado complicado. Y yo ni siquiera tengo nada con nadie para tener que justificarme. Además, ¿qué pasaría si durmiéramos juntos? Ya lo hemos hecho más veces, y él nunca se ha insinuado, aun cuando sabía de sus sentimientos por mí. Ha sido más que respetuoso, ha sido lo que siempre ha sido: el mejor de los amigos.
—Lo sé. Es que no sé cómo actuar contigo, Cian. No sé qué es lo que te hará sentir incómodo.
—¿Qué tal si dejas de pensar tanto en lo que me puede parecer mal y empiezas a actuar como la de siempre? ¡Que soy yo, joder!
—Lo sé, lo sé. Solo quiero que estés a gusto. Mañana ya solucionaré lo de las habitaciones. —Me aclaro cuando me observa de refilón—. Sobre todo por tus cosas, no creo que sea muy práctico tenerlas dentro de las maletas.
—Sí, claro. No había caído en eso.
—Bueno, estás en tu casa. Voy a hacer algo de cena.
—¿El qué?
—Pensaba en pasta fría. Sé que te encanta.
Su cara se ilumina como cuando éramos pequeños y cenábamos con nuestros padres en la playa. Alquilaban una gran casa entre ambas familias y pasábamos un par de semanas allí todos juntos. ¡Cómo cambian las cosas!
—¡Me va a gustar vivir aquí! Dormir en el sofá, con cocinera... —Llaman al timbre—. Y visitas a horas intempestivas.
Le miro mal mientras me dirijo a la puerta y compruebo la hora en el reloj de la pared.
—Son las diez y ni siquiera ha oscurecido del todo. ¿Dónde ves tú las horas intempestivas esas? —protesto abriendo.
—Será que voy mayor —dice imitando la voz de un anciano.
La cara de Mayra al otro lado me descompone. Tiene los ojos rojos, una mochila a su espalda y una bolsa deportiva a sus pies.
—¡Venec, necesito tu ayuda!
Se abalanza sobre mí sollozando y dejándome completamente descolocada. Cian se yergue del sofá en el que se acababa de sentar y me mira sin comprender. Niego con la cabeza a modo de respuesta, y apretujo a una Mayra desconsolada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top