El yin y el yang

Me despierto envuelta entre sábanas blancas, abrazada a Senén. Este fin de semana a su lado ha sido increíble. Cierto es que hemos dedicado especial atención en satisfacernos el uno al otro, y solo de pensar en algunas cosas que hemos hecho, me muero de vergüenza. Sobre todo cuando le practiqué sexo oral. Jamás lo había hecho; no con un hombre, pero bueno, una cosa llevó a la otra y... Yo solo deseaba probarlo de una manera muy lasciva. La excitación me ayudó a ser algo más atrevida, pero ni eso impidió que me aterrase la idea de estar haciéndoselo mal. Duda que quedó despejada en pocos minutos. Su chorro denso y caliente me impresionó en parte, tal vez por la cantidad; su sabor entre amargo y salado me resulto curioso. No sabe igual que el flujo de una mujer. Lo importante es que el psiquiatra quedó encantado con mi demostración, aunque no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

En resumen, se puede decir que hemos comido, dormido y tenido mucho mucho sexo. Senén es insaciable, y yo... Bueno, desde que descubrimos que me corro más que una catarata, estoy muy dispuesta a aceptar el placer que me brinda, y él está demasiado motivado a dármelo. Muy atrás quedó esa noche tan espantosa en la que él se esforzaba, y yo estaba distraída.

Me intento estirar, pero una punzada de dolor me sobreviene en las piernas. ¡Tengo agujetas! Y sí, también noto algo adolorida mi zona íntima, como un pequeño ardor. No se pueden tener unas sesiones tan apasionadas de sexo sin que queden secuelas. Espero no ser la única, la verdad. Aunque ha merecido la pena. La pulsera que llevo en la muñeca se me engancha en el pelo e intento desenredar este lío. Cuando lo consigo, sin un par de pelos menos, me quedo mirándola. «El ayer no importa, mi futuro eres tú». La acaricio sin ser consciente de que lo hago y miro para Senén. Hay algo que no le he contado y que puede poner en riesgo nuestro inicio de relación. Pero este secreto tiene mucho que ver con el futuro de dos personas y su unión.

El miércoles Cally se casa por lo civil con Jacob, y Cian y yo seremos los testigos. He aceptado guardar este secreto hasta que ellos decidan revelarlo, pero es posible que no lo hagan. Siguen queriendo la típica ceremonia, pero esa la celebrarán cuando nadie se oponga a que estén juntos. Mientras, serán marido y mujer para el resto del mundo.

Alucino mucho con Calha y con lo que está dispuesta arriesgar para estar al lado de Jake. Al principio cualquier cosa podía pasar. Que se dieran cuenta que su momento ya fue, que si hicieran más daño del que ya se habían hecho, y esta posibilidad, que casi parecía la más remota; no obstante, mi amiga ha sufrido un cambio tan favorable, que nadie, que se haya molestado en observar atentamente, diría que está cometiendo un error. Ella se ha convertido en una mujer tan segura y fuerte que ni el propio Jacob creo que se atreva a toserle. Esa confianza se ha visto reflejada en su trabajo y en cómo consigue patrocinadores sin titubear. De hecho, la competencia ya ha intentado robárnosla. ¡Los muy cerdos! Claro, que si tu mejor amiga es la jefa y encima te ha escudado frente a su hermano, por quien está pillada, para que consigas tu fructífera historia de amor, han de currárselo algo más para que te largues.

—¡Me encanta despertarme contigo a mi lado! —se despereza Senén apretándome contra él y besándome en la frente.

Sonrío cerrando los ojos y acurrucándome en él. No tarda demasiado en empezar a besarme el cuello y a acariciar mis muslos con sus manos. ¡Por Dios, ya está duro como una roca!

—¿Tenemos tiempo para lo que te quiero hacer?

Jadeo con sorpresa.

—¿Aún te queda algo por hacerme?

No desaprovechamos el tiempo en estos días, así que me impresiona que se haya quedado con ganas de algo.

—Muchas cosas —susurra seductor en mi oído.

—¿Cómo qué?

Chupa uno de mis pezones y le da un leve mordisco. Mi cuerpo reacciona al instante y me excito. Mis pechos se hinchan y mis puntas se elevan erectas. La humedad entre mis piernas se concentra y un hilillo se desliza por las nalgas hasta las sábanas.

—¿Te he dicho que me encanta tu culo?

—No —me río.

Fija sus ojos en los míos y alza las cejas, sugerente. ¿Qué trata de decirme? ¡Oh, no! ¡No puede estar hablando en serio!

—¡Ya te digo que ni en tus mejores sueños! —me niego.

—¿Por qué no? —dice haciendo un mohín lastimero.

—¿Tú has visto lo que tienes entre las piernas? —digo escandalizada—. ¿Es que quieres reventarme o qué?

Se echa hacia un lado y no para de reír. ¡Yo no le veo la maldita gracia! ¡Que no se trata de que me use todos los agujeros que tengo!

—Te estimularía para que no te doliese —habla cuando consigue para de carcajearse. Yo me cruzo de brazos, molesta—. Esa zona puede proporcionarte tanto placer como tu vagina. Solo he de lubricarla bien y excitarte todo lo que pueda.

Me besa como un demente haciendo que me maree. ¡Menos mal que estoy tumbada!

—Y creo que eso se me da muy bien. ¿No te parece?

Lo fulmino con la mirada y niego, seria.

—Mi culo se queda como está. ¡No voy a dejar que me sodomices! —Me muestro tajante.

Acepta con resignación y sigue lamiéndome cada porción de cuerpo que se pone en su camino.

—Ya conseguiré que me supliques —se jacta.

Dudo mucho que le pida que me dé por culo, así de claro. Pero es difícil discutirle cuando sus manos y su lengua se han compenetrado tan bien, para que me olvide hasta de que es lunes por la mañana y voy muy muy tarde a trabajar. Se eleva de nuevo y mordisquea mi oreja. Me río y vuelve a hablar.

—Te haré mía por ahí también.

Tiemblo porque la seguridad de su mirada me dice que no tengo nada que hacer, pero lo cierto es que si me va a gustar tanto como todo lo que me ha hecho hasta ahora, seguro que me da igual. Y el hecho de que me quiera poseer de una manera tan elemental, me hace sentir deseada y excitada a partes iguales. El caballero que suele ser durante el día en combinación con el pervertido que es en la cama, me fascina. No debería gustarme, quizá, pero me gusta, demasiado. ¿Y a quién le importa? De todas maneras, nuestra privacidad no le compete a nadie. Entrecierro los ojos dejando clara mi postura, porque tampoco quiero que se piense que lo puede conseguir todo solo con abrir esa magnífica boca. Suspira.

—Está bien. Dejemos ese tema por el momento. ¿Quedamos el miércoles? —Me tenso entre sus brazos—. Es mi día libre y quiero pasarlo contigo.

—No puedo, Senén. He hecho planes con Cian. —No miento del todo, con él voy a estar.

Se aparta de mí e interrumpe sus caricias. ¡Adiós a lo que se daba!

—¿Con Cian? —repite apretando los dientes.

Se tumba de espaldas mirando al techo, yo me recuesto contra el cabecero cubriéndome con las sábanas.

—Ya sabes que se va el sábado de madrugada. Y no lo veré en trescientos sesenta y cinco días. —Me embarga la tristeza solo de pensarlo—. Quiero aprovechar estos días con él.

Deja escapar una risa sesgada y se yergue quedando sentado en el borde la cama. Me deslizo hasta él y acaricio uno de sus brazos.

—No te pongas así. No voy a renunciar a mi amistad con Cian, así que deberías empezar a aceptarlo.

Mis palabras suenan más duras de lo que pretendía, pero el psiquiatra tampoco se queda atrás. Me otea por encima del hombro, cabreado.

—¿Pretendes que finja que no pasa nada cuando hace un par de días me dijiste que estabas enamorada de él?

Me alejo y me siento sobre mis rodillas, herida. ¡Eso ha sido un golpe bajo!

—¡Te he escogido a ti! —le recuerdo.

—¡Qué bien! —se levanta como Dios lo trajo al mundo—. ¡Ya está todo olvidado!

—¿No confías en mí?

—¡Ambos sentís lo mismo el uno por el otro! ¿Cómo quieres que me quede tranquilo?

La aflicción se abre camino en mi pecho con un amargor que me hace doler las cuerdas vocales. ¡Siempre igual!

—Yo no fui besando a mi mejor amigo cuando decía querer estar contigo. ¡Es algo que no deberías olvidar!

Me levanto hecha una furia envuelta entre las sábanas y bajo las escaleras, agarrada a la barandilla, en busca de mi ropa. ¡Soy una estúpida! ¡Qué fácil le es echar en cara los defectos a los demás! ¡Como si él no tuviera ninguno!

—¡Venec, espera! —me pide desde lo alto de la escalera.

Lo ignoro por completo y recojo mis cosas. Me pongo mi vestido rojo y me calzo los tacones a las prisas. ¡Que se quede con mis bragas, me da igual! Me coloco el abrigo por encima, cojo el bolso y la bendita llave del ascensor. Me alcanza en este, sin haberse tapado lo más mínimo. Agarra mi brazo y me hace encararlo.

—He sido un estúpido. ¡Perdóname!

Me deshago de él y entro al cubículo en cuanto las puertas se abren. Pulso el botón y giro la llave.

—Sí, sí que lo eres.

Mi furia a un lado, y su hastío al otro. Las puertas nos separan eliminando la imagen del otro.

***

Plasmo mi firma en el certificado nupcial junto a la de Cian. Nos contemplamos y reímos. ¡Ya es oficial! ¡Calha y Jacob son marido y mujer! Estos se besan con todas las ganas del mundo, casi como si hiciese años que no se ven. Mi cara de alegría va cambiando por una de perplejidad. ¿Se acuerdan de que estamos aquí? ¿De que hay más gente? El juez flipa en todo el espectro cromático entero. Cian se ríe al verme y se encoge de hombros. Él ya está acostumbrado a estos dos, y ahora hasta entiendo por qué quería mudarse cuanto antes de allí. El morreo se prolonga más de lo debido y las manos de Jake acaban en las nalgas de mi amiga, que ni se inmuta. El juez que los ha casado carraspea, pero no parecen enterarse. Es mi amigo quien se ve obligado a devolverlos a la realidad.

—¡Chicos! ¡No queremos ser partícipes de la noche de bodas!

Oculto mi risa en el ramo que Cally me ha obligado a llevar. No solo eso, se ha emperrado en que luzca un vestido por las rodillas de encaje rosa palo. He tenido que ir a la peluquería y todo para que me hicieran un peinado con flores a juego con el ramo. Llevo una coleta de lado, con mi pelo pulcramente ondulado y un maquillaje sutil. He tenido que tranquilizarla durante la manicura y la pedicura, que sí, también me he hecho por orden de ella. Se lo he concedido porque ella no quería estar sola en esos preparativos y porque estaba histérica. Temía que Jacob se fugase y la plantase. ¡Como si eso pudiese haber sido posible en algún momento! La ausencia de ambas en Vernáculo ha sido relativamente fácil de explicar. Contamos una milonga sobre un representante extranjero que quería hacer tratos con la empresa. Va a ser un chasco cuando sepan que «no lo conseguimos». Aunque yo tengo un problema mayor. Cuando Senén se entere de esto, me mata. No hemos vuelto a hablar desde nuestra discusión del lunes por la mañana, y creo que con esto me manda a la mierda fijo. ¡Tal vez deba de replantearme la sodomización!

Se separan y les hacen una foto en la que salen sonrientes y luciendo sus trajes de novios. Ella, con un vestido palabra de honor con forma de corazón en el escote y pedrería, la falda cae como una cascada de encaje semitrasparente, a juego con el corpiño, y con algo de cola. Su pelo está adornado con perlas y una trenza con su propio cabello a modo de diadema; el resto de sus mechones los lleva ondulados. Él lleva un traje beis de alta costura con una camisa blanca y el pelo engominado y peinado hacia atrás. ¡Hacen la pareja perfecta! Nos sacan otra foto a los cuatro, contentos por tal celebración.

No sé cómo pueden estar tan felices si nadie más lo puede saber. Le devuelven la cámara de fotos a Calha, y se hacen una ellos dos enseñando los anillos de compromiso. Esa foto ha de estar bien resguardada, ¡porque sabe Dios cuándo la podrán enseñar! Mi amiga se separa de su ahora ya esposo —¡Qué raro se me hace decirlo!—, y me abraza.

—¡Muchísimas gracias por hacer esto por mí!

—¡Sabes que no me perdería este día por nada!

—Sé que tú y Senén...

La acallo. Ahora mismo no quiero hablar de él ni preocuparme por lo que pueda pasar después. Solo quiero vivir el momento.

—¿Tú eres feliz?

Ni siquiera necesito su respuesta. Sus ojos brillantes y su sonrisa hablan por ella.

—¡Como nunca pensé serlo!

Salimos del juzgado los cuatro, y mi amigo y yo los acompañamos hasta el coche. Ellos se van a ir quince días de luna de miel a Barbados. Cian se despide de ambos con dos besos, y Jake me da un abrazo más cariñoso de lo que esperaba.

—Sé que si hoy estamos aquí es, en parte, gracias a ti —dice sujetándome por los brazos con una sonrisa imborrable.

—Sí, pero como le hagas daño de cualquier manera, ¡te mataré!

La sonrisa que imposté se ha cambiado por una mirada asesina que él toma en serio a pesar de reírse. La mira junto a su coche y vuelve sus ojos a mí.

—Ni se me ocurriría volver a cagarla. ¡No entra en mis planes!

—¡Cuídala!

Se acerca a ella, pero Calha se gira y lanza su ramo, que acaba en mi otra mano.

—¡Qué bien, Nec! ¡Tú eres la siguiente! —grita como si yo no fuera la destinataria desde el principio y alguien más se disputara el ramo.

Cian se ríe al ver mi cara de espanto. ¿Por qué? ¿Por qué todo tiene que ver con bodas? Los vemos alejarse en el vehículo de Jake, saludándonos con la mano. No es que sean muy disimulados porque pone «Recién casados» en la parte trasera de la ranchera y encima le han atado latas para llamar más la atención. ¡Que Lancara no es tan grande! Y tampoco se puede obviar el vestido blanco de ella ni el traje claro de él. ¡O sea, que se ve que se han casado!

—¿Crees que llegarán al aeropuerto sin que el psiquiatra se entere?

Abro los ojos con temor.

—Espero que sí o me veo metida en un lío.

Mi amigo se ríe.

—¿Cómo se te ocurre arriesgarte tanto por ella?

—Porque también me arriesgaría si fueses tú.

Su risa se elimina.

—¿Si fuese yo quien se casase?

Una punzada me atraviesa el pecho. ¿Él casándose con otra? El dolor muta mi expresión. No soy capaz de contestar. Sé la respuesta que debería darle, pero... Esa no es la realidad. Estoy con Senén, no tendría que afectarme la idea de que Cian también rehaga su vida con otra persona, mas me trastoca.

—Yo... —Trago el nudo de mi garganta y miro al suelo—. No me interpondría en tu felicidad.

—Pues yo no sé si podría ser capaz de ver cómo te casas con el psiquiatra.

¿Por qué todo el mundo está tan empeñado en hablar de eso? Tengo diecinueve años. Debería estar preocupada por ir mona, emborracharme cada fin de semana y divertirme con mis amigos. Y en vez de eso, estoy preocupada porque mi empresa sea la mejor, no estancarme en mi arte, no ver a mi mejor amigo como algo más y que mi pareja (aunque no sé si lo somos, porque todavía no hemos hablado de eso) no se entere de que su hermana se ha casado a sus espaldas y yo he sido su testigo. En cuanto a la declaración que me hizo el otro día Senén, no me la he tomado en serio. Está claro que esa petición fue motivada por su deseo y porque ambos estábamos excitados. Ni le respondí ni tampoco me dio espacio a hacerlo.

—¿Qué te parece si nos hacemos una foto? —digo cambiando de tema.

Asiente y nos enfoco con la cámara del móvil. En cuanto nos encuadro y voy a darle al botón, Cian me besa en la mejilla. Ve la foto y sonríe.

—Ya sé cuál será mi fondo de pantalla en estos meses.

Y es que la imagen es inigualable. Hace un día soleado y con una temperatura impropia de un mes de noviembre. El sol me da de lleno en los ojos, sacando reflejos dorados por la luz, mi sonrisa es natural y sincera; creo que se ensanchó cuando mi amigo me besó. Y este sale con los ojos cerrados y abrazándome por la cintura, sin poder ocultar su propia sonrisa a pesar del beso. ¡Es una foto preciosa! La más bonita que tenemos. Pero también, ¡es la típica foto de una pareja!

Lo miro un poco apabullada, porque a pesar de ser el mismo de siempre, su presencia me altera más que antes. Mi corazón galopa por tenerle así, cerca. El caso es que lo he tenido así de cerca más veces y no me he sentido tan alterada. Observo otros puntos de la calle y cambio de pie mi peso intentando disimular lo azorada que me siento. Guardo el móvil en mi bolso y busco cómo aligerar la tensión. Sus manos presionan mi espalda y me acerca a él. Apoyo las mías en su pecho, con ambos ramos en la derecha, y lo miro confundida.

—¡Te quiero, Vec!

Mi labio inferior tiembla y empiezo a llorar, no sé muy bien por qué. Limpia mis lágrimas y me observa con ternura.

—¡Ojalá supieras cuánto!

Apuesto a que ahora mi imagen dista mucho de la de hace un instante. Se me caen los mocos y aunque los sorbo, no soy capaz de retener tanto llanto.

—¡Cian yo también te quiero, ya lo sabes!

¿Por qué me hace esto? ¿Por qué me tortura así?

—¡No quería entristecerte, Vec! —Sigue esforzándose por limpiar mi rostro, pero veo los manchurrones negros del rímel en sus palmas. ¡Qué desastre soy!—. Solo quería que lo supieras.

—Ya lo sé —digo entre hipidos.

—Puede, pero todavía no eres consciente.

¿Qué diablos ha querido decir con eso? Me abraza con fuerza, y yo le devuelvo el abrazo con miedo de separarme de él. Si pudiera, detendría el tiempo aquí y ahora para que no nos alejemos nunca y sé que no echaría nada en falta. Como no lo suelto, se ríe.

—¡Vamos, Vec! Te invito a comer unas fajitas y puede que algún postre con mucho chocolate. Hasta podemos tomarnos unos granizados de limón. ¡Te encantan!

—¿Y después vamos a la cancha? —digo limpiándome las lágrimas y soltándolo.

—¿Así vestidos? —Asiento—. ¡Tienes razón, le daremos clase al lugar!

Se me escapa una risa, y me pasa un brazo por los hombros. Encauza mis pasos, y nos dirigimos a algún lugar del centro de Lancara.

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