El caos de mi vida
Me revuelvo en la cama gimiendo, con un punzante dolor de cabeza. Presiono mi cráneo con las manos y me doy la vuelta entre las sábanas viendo los rayos del sol filtrarse por la persiana semibajada. Cierro los ojos con fuerza y me acurruco en las almohadas subiendo la sábana todo lo que puedo. La carcajada de Senén me hace refunfuñar.
Me emociona lo que ocurrió ayer entre nosotros. Una parte de mí está pletórica por haber hecho lo que me apetecía sin cuestionarme nada, simplemente dejándome llevar por los acontecimientos y mis deseos.
—No te tapes tanto —dice con ese tono grave suyo que ahora me duele oír.
Me despoja de las mantas y se deleita con mi desnudez. Nunca me imaginé que el psiquiatra pudiese ser así de pervertido. Intento, inútilmente, cubrirme, pero me apresa las muñecas sobre mi cabeza. Me contempla con descaro, y mi pudor hace aparición. No debería ruborizarme así, y menos después de todo lo que hicimos anoche, mas sigo avergonzada.
Es mi segunda experiencia sexual y aunque no ha estado mal, no he conseguido el objetivo que se busca en este tipo de actos. O sea, que no he llegado a correrme.
Senén es increíble y le pone muchas ganas. ¡Joder, creo que folla como un animal salvaje, hasta dejarte exhausta!, pero a pesar de lo excitaba que estaba y del gusto que me daba, fui incapaz de alcanzar el orgasmo. Lo tiene todo para atraer al sexo contrario y su miembro es... de dimensiones poco vistas, creo. Sin embargo, no ha habido el final feliz que me esperaba. ¿Lo peor? Él lo sabe.
Lo veo en sus ojos cuando me mira; está dispuesto a resarcirme, pero sinceramente no creo que lo logre. Me enciende su deseo por mí y me gusta atraerle, pero ahí queda todo; no obstante, le dejo hacer, porque sus besos en mi cuello me estimulan a darle otra oportunidad, porque sus caricias en mis pechos me consumen y su roce en mi entrepierna húmeda me hace jadear.
Bajo los párpados y a mi mente vienen los sucesos del día anterior.
Senén me miraba como una bestia salvaje que no está dispuesta a perder su botín. El cosquilleo en mi estómago, las ganas que proliferaba el alcohol y mi necesidad de hacer lo que me diera la bendita gana porque me apetecía, inclinaron la balanza.
El lugar seguía con su ambiente festivo, ajeno a nuestra escaramuza hormonal. Me fui acercando, despacio, sin saber cuál sería mi siguiente paso o lo que debería hacer a continuación. No me atreví a mirarlo, solo dejé que mis ojos vagaran por su camiseta y apoyé una mano en el centro de sus pectorales. El latido fuerte y constante de su corazón me gustó, pero me gustó más cuando acarició mi pelo, cuando me echó un par de mechones sueltos hacia atrás y cuando me besó en la mejilla con intensidad. Me abrazó fuerte, tanto, que si hubiese sido un jarrón roto, me hubiera recompuesto sin fisuras.
Apoyé mi rostro en él y respiré hondo. Hice bien en coger aire en ese momento, porque me faltaría mucho después.
Volvió a tentarme con sus caricias y besos, que recibí gustosa. Inevitablemente, no podíamos estar prolongando algo que, si bien se sentía genial, no llevaba más que a generar demasiada apetencia.
—¿Hasta dónde quieres llegar?
Su pregunta me resultó confusa al principio, y más porque no paraba de desconcentrarme con sus caricias. Su mirada significativa me aclaró el mensaje.
—Hasta el final —concluí.
Se apartó con brusquedad, recibiendo una queja por mi parte que le hizo reír.
—¡Vamos! —Fue todo lo que dijo ante de cogerme por la mano y sacarme del pub.
Recorrimos un par de calles antes de detenernos frente a una moto. Me pasó un casco y me instó a que montara con un gesto. Di un paso atrás y lo observé indecisa. ¡A ver, que una cosa era montárselo con él y otra montarme en una moto! Me parecía más peligroso esto último.
—¿Tienes miedo? —Como no respondía, lo dedujo él—. Nunca has montado en una.
¡Bingo!
Me fastidió un poco su risa. No quería que pensara que era una cagada o que no tenía el arrojo de otras mujeres con las que hubiese estado, pero algo me paralizaba.
—Yo... Es que no sé cómo he de inclinarme...
Algo que siempre había oído es que, en las curvas, el que va de paquete ha de dejarse caer hacia el lado que se incline el vehículo, si no puede desestabilizarlo; me preocupaba que eso pudiese suceder.
—¡Monta, anda! Solo has de agarrarte a mí y ya está.
Seguí recelosa en mi sitio. El psiquiatra se bajó y me colocó el casco sin quitarme ojo de encima.
—Te prometo que con lo poco que pesas, no hay riesgo —dijo con calma.
Me acerqué indecisa y esperé a que él se colocara para subirme yo también. Apoyé mis manos en sus hombros y deslicé una pierna por encima del asiento. Sentada por fin, agarré su cintura; Senén afianzó mis manos.
—Solo no te sueltes.
Asentí temerosa y encendió el motor. El rugido y la vibración entre mis piernas me llevó a apretarme más contra el psiquiatra. Emitió una risa y arrancó. Al principio fue despacio, pero una vez que alcanzamos carretera abierta, mis nervios se dispararon. Los volantes del vestido se echaban hacia atrás por el viento, y yo estrujaba la cintura del piloto. Notaba su risa en mis manos y en una ocasión las acarició con una de las suyas. ¡Casi me da algo cuando le vi conducir con una sola extremidad!
Su vivienda está a las afueras de la ciudad, en una zona urbanizada y con edificios altos y lujosos. Se ven desde uno de los miradores de la capital y aunque pensé que se tratarían de edificaciones empresariales, comprobé de primera mano que me equivocaba.
Disminuyó la velocidad hasta detenerse en las inmediaciones de uno de los bloques. Enseguida un hombre uniformado salió y agarró las llaves que Senén le lanzó al vuelo. Observé todo con atención mientras me quitaba el casco y se lo tendía al psiquiatra. Su moto desapareció junto al empleado y me condujo hacia el interior del monumental edificio.
Las puertas acristaladas, a juego con la fachada del casi rascacielos —porque solo tiene veintidós pisos— no me dieron mucha seguridad, aunque no descarto que tengan un grosor más extendido que el de una vidriera normal. Pasamos por una puerta giratoria y el recibidor me dejó alucinada. Me recordó y mucho al hotel al que había asistido con Calha. Evocarla me provocó un pinchazo en el pecho.
Había dos recepcionistas que nos saludaron; el vestíbulo me resultó inmenso. Sacó una llave un tanto rara de su bolsillo y nos introdujimos en uno de los ascensores —no sé cuántos llegué a contar, pero cinco mínimo—. Pulsó el botón con el número veintiuno y metió la llave en una ranura; el aparato no funcionó hasta que la giró.
—¡Qué singular! —comenté.
—Es un sistema de seguridad, para no acabar en el piso que no te corresponde.
Arrugué la nariz sin entender hasta que llegamos a su... vamos a llamarlo casa, porque él la llama así, pero es el culmen de cualquier piso.
Según se abrieron las puertas ya pude ver su morada. Directamente estábamos en su hogar. Las puertas se cerraron a nuestras espaldas y empecé a entender todas aquellas ocasiones en las que Cally hacía referencia a su estatus económico.
Posee, lo que debería ser toda una pared, una cristalera que va del techo al suelo y que tiene unas vistas panorámicas de gran parte de la ciudad. Si a eso le sumamos la oscuridad adyacente y el alumbrado eléctrico de carreteras y calles, la estampa era preciosa.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias. Ya he bebido suficiente.
Me acerqué a la ventana y miré hacia abajo. El vértigo me invadió de súbito. ¿Pero a qué altura estábamos?
Choqué contra su torso al alejarme. Sujetó mi cintura y me besó en el cuello.
—Puede impresionar un poco al principio.
Le di la razón con un gesto de cabeza y noté cómo sus dedos me desabrochaban los botones de la espalda.
—¿Q-Qué haces? —Me sentí expuesta de pronto.
—¿Has cambiado de idea? —Se giró y se puso de frente a mí.
—No... Yo solo... —Miré a mi alrededor buscando alguien que nos espiara.
Su piso o dúplex—porque posee un espacio aparte arriba— es de grande como un campo de fútbol. Y la altura hasta llegar al techo debe ser como de unos ocho metros. De ahí que le dé para albergar un piso superior dentro de este.
—Esto es importante, bella Venec. —Me alzó el rostro para que lo mirara—. Me muero de ganas por pasar una noche contigo; en realidad, más de una —aclaró—, pero si no estás segura o no te sientes cómoda, no quiero que realicemos algo de lo que después te puedas arrepentir o que te cree malestar.
Su sinceridad me llenó de calor el pecho, eso y su genuina preocupación. Había bebido, y puede que algo más de la cuenta (lo que me llevó a replantearme la mala idea que había sido ir con él a ninguna parte en ese estado), pero eso no cambiaba quien era. No obstante, no pude evitar hacerle la siguiente pregunta:
—¿Por qué hoy sí, cuando el otro día me rechazaste?
—Ya te lo dije. Tú buscabas consuelo en alguien y sentir que no estabas sola.
—¿Cómo sabes que hoy no busco lo mismo?
Sonrió.
—¿Lo buscas?
¿Lo buscaba? No. En mi cabeza no albergaba nada de lo que estaba aconteciendo.
Hubo más preguntas que quería hacerle, pero temía que aquello que habíamos iniciado se estropease, y llegados a tal punto no quería dar marcha atrás.
No esperó mi respuesta. Tiró mi bolso a uno de los sofás y deslizo la tela del vestido por mis hombros hasta dejarme en ropa interior.
—¡Guau!
No me vi la cara, pero apuesto a que alcancé todo el cromatismo del magenta y variantes. Si algo me hizo sentir Senén con esa observación fue adulta. Una mujer, con deseos, inquietudes... Real.
Se arrodillo delante de mí y fue dejando un reguero de besos a cada cual más ardiente hasta que me vi completamente despojada de cualquier tipo de prenda. Me aferré a sus hombros sin parar de gemir. Acabé mareada por la caricia de sus labios, labios que me harté de besar cuando se irguió con la mirada oscurecida de un deseo atávico.
Le quité la camiseta, desabroché sus pantalones, y le ayudé a desprenderse de todo lo que nos estorbaba. Nos reímos, ya desnudos. Acaricié su rostro, su espalda, y su lengua con la mía. Nos movíamos, aunque no supe a dónde hasta que mi espalda chocó con el frío cristal de la ventana. No dejó de invadirme y tentarme con su boca y manos.
—Tengo una fantasía contigo que quiero realizar.
Apenas le presté atención, medio ida por todas las sensaciones que experimentaba. Debió de ver mi desorden mental porque repitió:
—¿Me dejarías fornicarte de cara a la ventana?
¿Quién usaba esa palabra a día de hoy? Pasó su lengua por mi cuello y la respuesta acompañó ese gesto, sin meditar a lo que estaba accediendo en realidad.
—Sí.
Su cara se iluminó por completo. Fue corriendo al pantalón tirado a unos metros y volvió enfundándose un preservativo con agilidad. Lo miré perdida, pero su rápida acción me espabiló.
Me volteo con precisión y me aprisionó con su cuerpo, espachurrando mis pechos en el frío vidrio. Apartó mi pelo y siguió torturando mi cuello, sabiendo que era mi zona erógena por excelencia, hasta que me volví a abandonar a él. Separó mis piernas con la suya y cuando me tuvo en su posición predilecta, se introdujo con un solo envite. Grité por la sorpresa, aunque también de gusto.
Perdí la poca cordura que me quedaba cuando se movió en mi interior. Estaba expuesta a cualquier público que pudiese mirar en nuestra dirección, o lo estaría si hubiese algún edificio que enfocase sus vistas hacia allí. Apoyé las manos en el cristal y el vértigo del paisaje se convirtió en una adrenalina que acuciaba la pasión.
Los minutos se prolongaron y el sudor nos invadió a ambos por el esfuerzo. Sentía su respiración agitada en mi oído y sus jadeos hambrientos. Me gustaba lo que hacía y cómo lo hacía, la situación tan atrevida y desvergonzada a la que me sometía, cómo me apretaba hacia él y su empuje en mi interior, pero careció de cierta intensidad. No fue delicado, sino preciso y desenfrenado; sin embargo, mi cuerpo no respondió ni a mi ganas ni a su frenesí.
Mientras recuperaba el control y normalizaba su respiración, aún sobre mí, apartó su cabeza y me analizó circunspecto desde atrás.
—No te has venido conmigo, ¿verdad?
Intenté ocultar el rostro y desviar mi mirada de su escrutinio. No pude evitar pensar que el problema estaba en mí, y me dio vergüenza confesarle la verdad. Salió de mi interior y me enfrentó sin prolegómenos.
—Estuvo muy bien —dije saliéndome por la tangente.
—No es eso lo que te he preguntado.
Su rictus serio me molestó. ¿Era tan grave eso? A lo mejor estaba cansada o me faltaba práctica para mejorar.
—No —pronuncié bajito.
—¿Por qué no me has avisado de que fuera más despacio?
¿Había que avisar de esas cosas? Mi extrañeza me delató.
—Bella Venec, ¿cuántas relaciones sexuales has tenido hasta la fecha?
Me envaré. ¿Tenía que decírselo? No era algo con lo que me sintiera cómoda hablando. ¿Tan desastrosa había sido para que fuese importante ese dato?
Intenté sortearlo para recoger mi ropa, pero me interceptó y me agarró por los brazos, reteniéndome.
—¿La quinta? ¿La cuarta? —insistió con cierta desesperación—. ¿La tercera, tal vez?
Me revolví incómoda.
—¡Suéltame, por favor! —Me dio rabia la súplica en mi voz y la escasa firmeza en esta.
—Dímelo —me rogó.
Agaché la cabeza abochornada.
—La segunda —susurré.
Yo creo que si le hubiese dado una patada en los huevos no hubiese abierto así los ojos. No era como si me quitase la virginidad, ¿no?
Me desasí de él y agrupé mis prendas del suelo en un montón sobre mi regazo. Estaba humillada a varios niveles. No esperaba que aquello acabase así, nada hacía prometer algo tan desastroso.
—No te vayas —me pidió acercándose.
Seguía en shock, su mirada extraviada así lo indicaba.
¡No entendía nada! ¿Qué tenía de malo? No es como si se hubiese aprovechado de mí o yo fuese menor de edad y le hubiese mentido.
—Sin la llave no puedes irte —explicó.
Me senté como Dios me trajo al mundo en uno de los sofás, intentando cubrirme las partes claves. Suspire con las ganas de llorar haciendo mella.
—¿Y no me la vas a dar, a que no?
La sospecha se convirtió en un hecho.
—No.
¿Cómo hacía siempre para quedarme atrapada allá a donde fuera o hiciera lo que hiciese?
Se sentó junto a mí y me acarició las mejillas con los pulgares.
—Si me lo hubieses dicho habría sido más cuidadoso y no... —Se llevó las manos a la cabeza.
—No quería delicadeza. Me gustaba cómo lo estabas haciendo, yo solo... No sé qué ha pasado.
—Pasó que di por hecho cosas que no son. Fui desconsiderado y mi ansias me han traicionado.
Arrugué el ceño.
—Si te soy sincera, no sé por qué te gusto. Quiero decir, es ilógico que te atraiga con lo poco que nos conocemos.
El timbre de su sonrisa me hizo enfrentarlo. No era tan alegre como fingía.
—Claro, es que tú cuentas desde el día en que te dio el ataque de pánico. —La sorpresa se plasmó en mí. ¿Ya nos conocíamos?—. Yo me había fijado en ti meses antes. Debió ser al poco de que te mudaras, pero siempre coincidíamos. No me extraña que no reparases en mí, iba corriendo, y tú parecías ajena al mundo que te rodeaba.
»El día que te vi tan alterada, me di cuenta de lo que te pasaba y quise ayudarte. Y bueno, puede que también esperase que te gustase como hombre —acabó confesando.
—Yo no lo sabía, Senén.
—Tenías a otras cosas que atender, lo entiendo.
—Nunca me entero de lo que pasa a mi alrededor —me quejé—. Es como si me supusiese un esfuerzo concentrarme en los demás.
—Estás pasando por un proceso que lleva su tiempo. No puedes correr sin gatear antes.
Tiró de nuevo mi ropa —le dejé— y me estrechó contra él.
—Por cierto, ¿saliste sola?
—No. Había salido con mi amigo Cian.
—¿El gallito que me pegó? —inquirió señalándose la barbilla.
No le quedaba ni una sola marca de aquel encontronazo y su diversión al hablar del tema era similar a la de un demente. Lo analicé molesta.
—Tú tampoco te quedaste atrás en ser un ave de corral. —Rio y cedió ante mi comentario mostrándome las palmas de las manos—. Ni siquiera sé por qué me hablaste así.
—Tienes toda la razón. Fui un capullo integral. —Lo fue—. ¡Discúlpame, bella Venec! Fui un grosero y pagué mi mala leche contigo.
»No soporto verte con él.
Me extrañé.
—¿Por qué?
Sonrió peinando mi cabello hacia atrás con su mano.
—Estás mejor sin que el pelo te cubra. Tienes una desnudez preciosa que no me cansaría de contemplar. —Ardí de vergüenza—. Vámonos a la cama.
No respondió a mi última pregunta y no hubo más escarceo en su cama que el que ahora pretende con su lengua entre la unión de mis piernas.
Gimo sin contenerme por las sensaciones tan deliciosas que me hace vivir. Cierro los ojos y me combo hacia su boca apretando en mis puños la sábana bajera.
—Dime qué te gusta más y qué no quieres que repita —susurra con su voz grave.
Refunfuño, porque creo que perderemos mucho tiempo comunicándonos y me distraeré de lo que me provoca.
—¿Es necesario? —protesto.
—Sí, si quieres conocerte mejor. Y sobre todo si quieres alcanzar el orgasmo.
Su amonestación impertinente me corta el rollo.
—Vas a tener que volver a empezar —lo chincho.
—Será un verdadero placer —sonríe.
No tarda mucho en llevarme al punto en el que me encontraba antes. Tiene mi cadera bien afianzada a pesar de cómo me retuerzo. Sus lametones tan concisos se desvían hacían mi profundidad.
—No, eso no. Sigue como hasta ahora.
Noto la reverberación de su sonrisa contra mis pliegues y vuelve al foco de tortura. El calor en mi interior se escurre hacia él; el martirio se prolonga y percibo el cansancio de mi compañero en sus movimientos. Intento concentrarme en lo que estamos haciendo, pensar en cosas que me exciten más para llegar al ansiado orgasmo, pero solo consigo perder el hilo con el ejercicio que estamos realizando y que mi excitación se disuelva.
Senén se retira y emite una mueca de resignación. La frustración me embarga.
—No he conseguido hacerte mía. Ni tu cuerpo ni tu mente me pertenecen.
Exhalo, disgustada conmigo misma. ¿Por qué no consigo llegar? ¿Qué me pasa?
—Lo siento.
Se coloca a mi lado y me acuna el rostro.
—No tienes que disculparte por esto. A veces sucede.
¿Ah, sí? ¡Qué chasco!
—No lo entiendo, ¡me gustas! —declaro.
—No siempre eso basta.
¡Pues vaya!
***
Regreso a casa extenuada, pero para nada complacida. ¿Quién me hubiera dicho que acostarme con el psiquiatra sería tan insatisfactorio?
Su cara afligida fue una imagen difícil de tragar. Intentó quitarle hierro al asunto, ¡pero seamos sinceros, para los dos fue decepcionante! Él cumplió su fantasía, y yo, bueno, me quedé con las ganas de lo que prometía su mirada en el pub. Tampoco debe molar mucho que no hayas cumplido tu objetivo con la chica que te gusta, si bien lo pienso.
La despedida fue un tanto incómoda, me besó en los labios; un beso húmedo que no me empapó nada en mí. Solo quería bajarme del coche cuanto antes.
Arrojo el bolso contra el sofá, cabreada. Este se abre y del interior resbala mi móvil hasta el suelo. Busco el cargador y lo conecto. Ayer, en algún momento de la madrugada, se apagó. Las notificaciones llegan en ráfagas según enciendo el terminal: setenta y tres llamadas de Cian, y ciento cincuenta y un mensajes de WhatsApp.
¡Ahora no! ¡No quiero lidiar con esto en este instante! ¡Necesito paz!
Me meto en la ducha y me lavo a conciencia. No me arrepiento de mi decisión de acostarme con Senén ni de lo que hicimos en su piso, pero me siento mal por no haber alcanzado el orgasmo. Me siento defectuosa. Sin embargo, y a pesar de que no fue lo esperado estoy contenta, porque hice lo quise sin temores. ¿Así se siente la libertad? ¡Me encanta! ¿Quién hubiese dicho el día que me dio el ataque de pánico y lo conocí, que acabaría acostándome con él? Lamento que las cosas no hayan salido a su gusto, pero creo que estoy empezando a entender que lo que me sucedía con el psiquiatra solo se trataba de atracción física, y por lo que se ve no es suficiente. No sé nada de su vida, ni sus rutinas ni sus manías ni sus gustos sobre nada, tampoco me he interesado por ello y sigue sin interesarme. Teniendo en cuenta su profesión, me extraña que él no lo viera, o puede que todos nos ceguemos de idéntica forma cuando nos atrae alguien. Todavía no me queda claro por qué se ha fijado en mí y qué es exactamente lo que le gusta, porque tampoco es que me haya dado mucho a conocer. Tanto él como Calha han tenido una peculiar forma de conducirse con respecto a las relaciones sociales, a las que no estoy acostumbrada. Saben lo que quieren casi al instante, algo que a mí me resulta imposible discernir. Van a por ello y no se ponen límites. Se pasan por el forro los convencionalismos sociales si es necesario y lo más gracioso es que les sale bien.
Sigo un rato más bajo el chorro de agua caliente saboreando este momento de reflexión.
Lo bueno de los sucesos de esta noche es que no me he comido el coco con Cian, pero revivir su beso con aquella chica me provoca unas ganas tremendas de chillar. ¿Mi vida será esta si lo dejo ir? ¿Siendo libre, pero sin sentirme plena?
Abandono el baño dejando un reguero de gotas por el suelo. Envuelvo mi pelo con una toalla que cojo del armario incrustado en la pared y desempaño el cristal del lavabo, mirándome en él. No es una observación a fondo, no busco una crítica de mi físico, solo una apreciación exterior de cómo se me puede ver.
Común. Típica. Normal. De repente esas calificaciones no son suficientes, ¡quiero ser más! Creí que aspirar a ser normal era un buen objetivo, algo seguro por lo que empezar, pero me doy cuenta de que no quiero ser como los demás: aburrida. Quiero ese algo que me haga especial, que me diferencie, por lo que la gente quiera quedarse. Sí. Tal vez sea algo que ya poseo y no vislumbre, porque tanto Cian como Senén se han establecido en mi vida. Solo que uno ya se ha desencantado y al otro he de alejarlo como sea.
Desenrollo otra toalla y me cubro con ella el cuerpo. Antes de salir del cuarto de baño, me enfundo las zapatillas. El sonido de un par de mensajes en mi móvil me lleva hacia el salón.
Creo saber la respuesta, pero si cambias de opinión y quieres darle otra oportunidad a lo que ocurrió entre nosotros esta noche, me encantaría volver a intentarlo.
No te quito de la cabeza.
Me hace sonreír su mensaje. Porque sí, es agradable saberse deseada a tal extremo. No obstante, la sensación agridulce que me he llevado conmigo no la quiero duplicar. Senén me excita, es innegable, pero si no va haber fuegos artificiales, ¿qué sentido tiene?
¿Y por qué se aferra a creer que seré lo que él quiere?
No le contesto. No hay nada que decir. Espero que el doble tic en azul le dé la respuesta sobre mi falta de interés. Ahora mi prioridad es otra, o mejor dicho otro.
Marco su número y suena al mismo tiempo que una melodía en la entrada. Me extraño y dirijo mis pasos hacia allí; abro la puerta y un cuerpo cae a mis pies.
—¡Cian, por Dios! —exclamo soltando el teléfono y agachándome a su vera—. ¿Estás bien?
Su cabeza reposa sobre mis zapatillas y se ríe por algo que no entiendo.
—Tenía unas vistas magníficas, ¡vuélvete a levantar!
Resoplo con hastío y lo ayudo a incorporarse. Apesta a alcohol y por cómo es incapaz de sostenerse, diría que está como una cuba. ¡Me destroza verlo así! Dylan tenía razón, no soy buena para él.
Con sumo esfuerzo consigo llevarlo hasta el sofá.
—¿Se puede saber qué haces en este estado? —le recrimino jadeando.
—Llevo toooda la noc-che intentando contactarrr contigo y como apagasste el móvil, me vine a tu p-puerta a esperarte. Pero essstaba muuuy canssadoo y me senté. —No es capaz de enfocar la mirada, ¡está fatal!—. No sé dónde metí las llaves.
—¡Maldita sea, Cian! ¿Por qué has bebido así? —Me llevo las manos a la cabeza y el movimiento suelta la toalla, que pillo al vuelo.
—¡Oh, sí! Un stripsssseesseeesss... —Su sonrisa es una mueca de medio lado perturbadora—. No pares, por favor.
Afianzo de nuevo la tela y me rindo. En este estado va a ser imposible mantener una conversación con él.
Se ríe sin ningún tipo de control, lo que le pasa factura, y a mi alfombra. Las arcadas le sobrevienen y desperdiga todo su contenido sobre el suelo en varias tandas.
—¡Lo siento, Vec! —dice entre náuseas.
Mi mueca de asco es más por el olor que por los tropezones que nadan en un charco de desechos.
Respiro hondo —una muy mala idea— e intento sobreponerme a esta situación. Me aproximo con cuidado y echo hacia atrás ese pelo rebelde que le cae en la frente. Está pálido y no ha parado de vomitar. Intento abrazarlo como puedo para confortarlo, pero no sé si la que necesita más sosiego soy yo.
—¿Estás bien? —pregunto cuando su estado le da una tregua.
Asiente con el dedo pulgar y se recuesta en el sofá con los ojos cerrados. No pasan ni dos minutos y ya lo oigo roncar. ¿En serio?
Voy a por lo utensilios de limpieza y friego el suelo y parte de la alfombra, con suma repugnancia (mañana ya la retiraré). Mientras cambio el agua de la fregona en el baño, me siento en la taza del váter a pensar. ¿En qué momento llegamos a esto? ¿Por qué se hace daño así?
Recojo el cubo con agua limpia, le echo más producto con esencia de pino y repaso el suelo del salón. Aparto a un lado los útiles y me siento sobre el reposabrazos del sillón observando a mi amigo.
¡Lo quiero tanto! Mas a mi pesar, las palabras de Dylan se me clavan como un puñal. No sé lo que quiero; soy como una veleta a la que maneja la tormenta y que ha dado tantas tantas vueltas que cuando se detenga, no sabrá volver a indicar el rumbo a casa.
Me voy dejando caer sobre el mullido asiento y sin percatarme me duermo.
Un gemido lastimero me despierta. Abro un ojo desorientada habituándome a la claridad. Muevo el cuello con dificultad por la postura en la que me quedé somnolienta y miro en rededor.
Cian tiene mi móvil entre sus manos y me acusa con los ojos. Tardo un rato en identificar qué le pasa, pero en cuanto mi cerebro vuelve en sí, todas las alarmas saltan. ¡Ha visto los mensajes de Senén! Me incorporo entumecida.
—Me desperté porque oí tu móvil sonar varias veces, te intenté avisar pero como estabas tan dormida me acerqué por si era algo importante. —Ríe sin ganas—. No imaginé que habías aprovechado tan bien la noche, mientras yo estaba como un loco buscándote por todas partes.
Cierro los ojos exhalando.
—No quería que te enteraras así.
—¿Y CÓMO QUERÍAS QUE ME ENTERARA? ¿CUANDO ME LLEGASE LA INVITACIÓN A VUESTRA BODA? —Arroja el aparato lejos de él y este rebota en el sofá antes de estrellarse en el suelo.
—¿No crees que exageras? Solo nos hemos acostado.
—¡Te acostaste con él! —me acusa con su mirada llena de tristeza, como si hubiese cometido el peor de los delitos.
—¡Sí, me acosté con él! —digo llena de rabia—. ¿Y sabes qué fue lo peor? Que él estaba demostrándome cuánto me deseaba, y yo no fui capaz de corresponderle.
—¿Eso me tiene que hacer sentir mejor? —se queja, perplejo.
—¡Yo no te estoy recriminando que te liaras con aquella chica en la fiesta! —me defiendo.
—No, es verdad. Tú solo saliste huyendo sin dejar que me explicara, ¡como siempre!
—Pero ¿de qué vas? ¡Tú y yo no tenemos nada, no te debo ninguna explicación!
Su malestar alcanza cuotas insospechadas.
—¡PORQUE TÚ NO QUIERES! No me dejas demostrarte todo lo que tengo aquí dentro para ti —dice tocándose el corazón—. Y ya empiezo a estar cansado.
»Estoy cansado de esto. De ti y de mí. De lo que nunca seremos porque te niegas a darnos una oportunidad.
»Seríamos increíbles juntos, pero tienes tanto miedo de todo, que es agotador.
Las lágrimas anegan mis ojos. De todo lo que podría decirme, ha escogido lo más devastador e hiriente para mortificarme. Ojalá le pudiera decir que estoy trabajando en ello, que a mí tampoco me gusta la persona que soy y que estoy intentando descubrirme. Que esta noche fue la primera vez que no me reconcomió una decisión que tomé sin meditarla hasta el hartazgo; bueno, hasta esta conversación. Pero siento que sus palabras tienen más sentido que todas las que yo pueda expresar. Que sus sentimientos tienen más potencia que los míos, y que lo que yo quiera o experimente es egoísta.
Mi músculo cardíaco se acelera, me taladra en el pecho y me duele.
—¡No te atrevas a llorar! ¡No tienes derecho! —me condena con sus propias lágrimas deslizándose—. ¡Te acostaste con él! ¡Te acostaste con él! —repite.
Se revuelve el pelo en ese gesto tan suyo y se dirige a la puerta, la abre y de espaldas pronuncia:
—Quizá lo mejor sea no tenerte más en mi vida.
Acto seguido sale por la puerta; el eco de sus palabras rebotando dentro de mí. Ahora mismo soy todo fisuras, que se escombrarán a la mínima brisa.
Al menos, he conseguido alejarlo.
Hola hola.
La pobre Venec no gana para disgustos. ¿Será que alguna vez le pueda salir algo bien?
¿Conseguirá recomponer su amistad con Cian o se irá todo al traste?
Por cierto, ¿os habéis fijado en la imagen del principio del capítulo? Ese es Senén. Ha sido obra de nuestra amiga la Inteligencia artificial y me ha sorprendido porque lo sacó a la primera. No estoy teniendo la misma suerte para elaborar a nuestra prota. Pero si hay alguien que se le dé bien el arte o la informática, acepto que me mostréis vuestras sugerencias e ideas de cómo os la imagináis.
Por el momento, me despido hasta el próximo viernes agradeciéndote que me apoyes leyendo, votando y comentando.
Muakkks!!!
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