Doblegado a la norma
Detesto estar aquí. Este olor a desinfectante, a estéril, me provoca rechazo. La sala de espera de la UCI es amplia, y no somos las únicas personas que aguardan por ver a alguien que está dentro. Lo único de lo que soy capaz de pensar ahora es en nuestra última conversación, a gritos. ¡No quiero que esa sea la última! ¡No quiero que se marche a ninguna parte odiándome! Pensé que estaba haciendo lo correcto. No la eché para herirla. ¿Y si la sentencia fue así de mala porque la despedí? ¿Y si tiene razón y soy una pésima amiga? Tiene que haber gente para todo, a lo mejor yo soy de esas que ha de estar sola. Pinchitos y Estrella siguen en sus macetas, vivos. Tal vez eso sea lo mío, hacer crecer plantas y mantenerlas con vida. Puede que sea capaz de reforestar un bosque. Tampoco es un mal aliciente en la vida.
—No te hagas eso.
La voz de Cian, a mi lado, me distrae.
—¿El qué?
—Fustigarte por lo que le ha pasado a Mayra. —¿Cómo lo sabe?—. Yo también la aprecio, pero esto se lo hizo ella sola. Tú lo dijiste. Ya es mayorcita.
—¡Pues me equivocaba! —me retracto.
Aprieta su mano sobre mi muslo.
—Es fuerte. Saldrá adelante.
¡Y una mierda! Llegó aquí deshidratada, desnutrida y no sé que más palabras con des delante. Llevaba cerca de tres días sin alimentarse correctamente y dándole caña al cuerpo vomitando, además había empezado a hacer ejercicio, ya que se había apuntado a un gimnasio. ¡Ella! Que todo lo que significara andar más de lo necesario le suponía un esfuerzo que no quería asumir. Que no tenga bazo repercute más negativamente sobre todo lo que le está aconteciendo ahora. El médico nos ha dicho que está sin defensas y que será un milagro si sale de esta. Así de mordaz ha sido. Ni me planteo si se ha pasado tres pueblos en cómo nos lo ha dicho, porque lo único que tengo claro es que la que ha sido una gran amiga hasta hace un par de meses está entre la vida y la muerte. A punto de cumplir los diecisiete años y quizá ni llegue a ellos. Ni siquiera deberíamos estar esperando. Los horarios de visitas en esta área del hospital son muy restrictivos, pero ninguno tenemos el valor de abandonar el lugar. Ahora mismo nada podemos hacer por ella, pero cualquier cambio en las primeras veinticuatro horas será decisivo.
Mi pierna empieza a temblar; Cian me la retiene con su mano, sutil, haciéndome notar su presencia. Soy un manojo de nervios. Me he tocado tanto el pelo con las manos sudadas que ya da asco vérmelo. Calha mantiene mejor el tipo que yo, aunque su manicura se ha ido al traste. Senén está con los brazos apoyados en las rodillas y echado hacia delante, como si tuviera que socorrer a alguien en cualquier momento. La tensión en su mandíbula resalta la severidad de su cara. Se levanta sin previo aviso y desaparece por uno de los pasillos que salen de aquí. Todos nos quedamos callados. Él la está tratando, no debe ser fácil saber que no ha conseguido llegar a ella y sacarla de su trastorno alimenticio. Cian se despereza en su silla y también se yergue.
—Necesito estirar las piernas. ¿Os traigo algo de beber o comer?
Ambas negamos. Me da un beso en la frente y le acaricia a Calha en la barbilla antes de irse. Aún se me hace raro verlos así, pero me agrada.
—No te lo he preguntado antes, pero ¿qué os pasa a ti y a mi hermano?
¡Vaya! La hecatombe de las conversaciones. Senén y yo nos hemos ido distanciado desde que Cally apareció, y los acontecimientos de los últimos meses nos han alejado más y más. Que todo mi ser suplique por un minuto de su atención me repatea, porque me hace sentir patética. Él no es la persona que busco, pero mi raciocinio no acepta explicaciones.
—Está con otra —digo llanamente.
—¿Con quién? ¿Con Verónica?
Observo a mi amiga bastante perdida. No sé quién es la Verónica esa de la que me habla.
—¿Te refieres a la mujer tan elegante de hace un mes? —me cuestiona.
—Los vi hace un par de semanas besándose en un bar.
Se lleva las manos a la boca sorprendida.
—¡Pero si se va a casar con su mejor amigo!
Niego con la cabeza sin entender. ¡No podemos estar hablando de la misma persona!
—Juraría que era ella.
—Si no lo pongo en duda —dice Cally agitando una mano en el aire—. Siempre bebió los vientos por Ny, pero él siempre la vio como a su mejor amiga. Lo que no entiendo es cómo acabó comprometiéndose con Nerón.
—¿Nerón? —repito.
—Sí. En la universidad siempre estaban los tres juntos. Eran superamigos. Nerón es el mejor amigo de Ny y siempre estuvo pillado por Verónica, y ella... Bueno, creo que ya sabes por dónde van los tiros.
—Pero si se va a casar con Nerón...
Calha me amonesta con la mirada.
—Nec... Vero lleva aquí unos dos meses y Nerón está en Estados Unidos trabajando. ¿A ti te parece eso normal para dos personas que están a punto de casarse?
—¿Entonces Senén y ella están engañando a su mejor amigo? —Me cuesta creer que el psiquiatra sea de esos.
—Ya te digo que no. Mi hermano jamás traicionaría así a Ner. Pero seguro que fue la última oportunidad de ella para saber si pescaba a su cuelgue de la universidad.
Me llevo las manos a la cabeza. ¡Esto es una casa de locos!
—Mi hermano te quiere a ti.
Su declaración me cosquillea por todo el vientre. La calidez de mi pecho se extiende y mis comisuras buscan una mueca pletórica.
—No es eso lo que vi —me obceco.
Cally bufa, y Cian regresa cargado con agua, sándwiches y bolsas de galletas y patatas de la máquina expendedora. Nos tiende unas cuantas.
—¿De qué habláis?
—De que Nec se piensa que mi hermano está liado con otra porque los vio besándose, pero le estoy diciendo que se equivoca, y no le entra en esa cabeza.
La recrimino con un vistazo significativo. ¿Cómo se le ocurre soltarle todo eso así a Cian? Este se sienta tan tranquilo y abre una de las bolsas de galletas.
—No me extraña. A mí me hizo lo mismo un día que salimos juntos y una tía se tiró a besarme. Se largó corriendo sin dejarme explicárselo.
Gesticulo con las manos alucinando por tener esta conversación con mis dos amigos a cada lado.
—Perdona —me defiendo arrastrando la palabra—. La tenías agarrada de la cintura, y ella a ti del cuello.
¿En serio no fue algo consensuado? Lo he pensado todo este tiempo. Chasquea la lengua y Calha niega con la cabeza. ¿Esto qué es un complot?
—¿Y qué querías que hiciera si me pilló de improviso? Lo primero que haces en esos casos es agarrarte a la persona, pero no porque lo desees, sino porque estás procesando lo que está pasando.
—¡Sacas conclusiones muy precipitadas! —concuerda Cally—. ¿Qué hizo Ny después de que ella lo besara?
—No lo sé, no me quedé mirando.
Ambos asienten con obviedad.
—¿Ves? No sabes nada —analiza Calha.
—¡Sé lo que vi!
—También aquella noche —se burla Cian.
—¡Oye! —me quejo—¿Tú de qué parte estás?
—De la tuya, siempre. Pero este es un defectillo que deberías subsanar.
—¿Algo más, ya que estamos? —me ofendo.
Atiende al interior de la bolsa y niega con la cabeza.
—Nah, eso es todo.
¡Flipo con estos dos! Ya no abro más la boca y me pongo de morros. Ellos se dan cuenta y empiezan a pincharme cada uno en un costado con sus dedos para que me ría. Casi consiguen que me olvide de por qué estamos aquí. Casi.
Las horas avanzan y nos quedamos solos. Ya es de noche, y la espalda me está matando. El psiquiatra tiene la mirada perdida, en unos asientos más apartados de nosotros.
—¿Por qué no vas a hablar con él? —me pide Calha.
Niego como una niña pequeña muerta de vergüenza. ¿Y qué le digo? ¡O sea, es que no!
—¡Ayúdame, Cy!
Arqueo una ceja al escuchar el mote de mi amigo de la infancia, y este sisea mirándola por encima de mi hombro. La manía de Calha de sintetizar los nombres no cambia.
—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así?
—Tantas como te he ignorado.
—No voy a obligarla —habla por toda contestación.
—¿Por qué?
Según suelta la pregunta Cian la mira cruzándose de brazos y entrecerrando los ojos. Ella hace mutis e inspira hondamente. No, desde luego que mi amigo no me va a empujar a los brazos de otro. Conozco de sobra sus sentimientos por mí, pero reconozco que no me he molestado en analizar los míos por él. Lo quiero, eso es innegable, pero cuánto es en lo que no me he sumergido todavía. En su día me lo preguntó Calha y creí saberlo. Creí saber tantas cosas desde entonces... Un mensaje me distrae. Automáticamente miro hace Senén, pero no se trata de él, sino de Caleb.
¿Cómo está vuestra amiga?
Seguimos esperando.
Todo saldrá bien, ya lo verás.
Ojalá tenga razón. Es una persona tan positiva que Cally palidece en comparación a él. En este tiempo he observado que esos negros y blancos que esbozo tanto en mis dibujos, oscilan de manera curiosa dependiendo del día, y no solo en mí, sino en todas las personas que me rodean. Esos momentos malos que los componen, que me compusieron a mí en su día, no son más que fragmentos pequeños que, alejándose la distancia correcta, apenas se aprecian. Ayudan al resultado final, pero se trata de una pincelada más, algo que necesita estar ahí para que el total no se desequilibre. Cirio aparece, y me levanto preocupada. Se acerca a nosotros y esboza una mueca apenada.
—Por vuestras caras intuyo que no hay cambios.
Niego y al rato se persona el doctor de antes.
—Chicos, sé que estáis preocupados, pero será mejor que os vayáis a casa. —Su tono es paternalista. Suelen adoptarlo mucho, por lo que veo. Será lo que les enseñan en la facultad o aquí—. No hay novedades, la tenemos en coma inducido y si hubiese algún cambio, os llamaremos.
»Nada podéis hacer por ella.
Esas cinco palabras nos caen a todos como losas. No es la primera vez que nos vemos en tal tesitura e impotencia, pero verbalizarlo siempre se hace más duro. Intercambiamos miradas indecisas. Ninguno quiere dar el primer paso, pero este médico no parece estar dispuesto a dejar que nos quedemos, mi empleado es quien abre la marcha invitándonos a que lo sigamos. ¿Por qué será que pensamos que si estamos cerca servirá de algo?
Cirio propone ir a la cafetería del hospital y, sin mucho entusiasmo, le acompañamos. El local está cerca de la entrada, y mis ganas por respirar aire fresco se instauran. A través de las ventanas del establecimiento veo lo lleno que está de médicos, enfermeros y demás personal auxiliar con sus uniformes blancos, azules y verdes, y necesito tomar distancia de todos ellos. Doy un paso atrás y Cian se percata.
—¿Estás bien, Vec?
Asiento forzando una sonrisa.
—Necesito salir un momento.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. Prefiero estar sola.
Me analiza antes de aceptar e irse con los demás. Yo empujo la puerta y salgo al exterior. Una ventolera me recibe y respiro hondo. Me dirijo a un banco de piedra cercano y me siento, con mucho cansancio de pronto. Creí que después de la enfermedad de mi padre, no tendría que acudir tan seguido a este lugar, y la vida me trae una y otra vez, como un bumerán. Odio la sala de urgencias, ahora también la UCI. Odio saber que en un sitio donde hay vida todos los días también se alberga la muerte por igual. Si los muros de este sitio pudiesen hablar me pregunto, ¿qué pesaría más? ¿Los llantos o las risas? ¿Cuántas buenas noticias por las malas?
Son admirables. Todas aquellas personas a las que les atrae la medicina me resultan fascinantes. Estar dispuesto a lidiar con tanto dolor diario, a querer curarlos, a no rendirse a pesar de las atrocidades de las que han de ser testigos. La inmundicia humana acaba casi toda aquí. ¿De qué pasta habrá que estar hecho para valer para esto? ¿Cómo pueden levantarse día tras día y seguir? ¡Formidables, son formidables!
Unos pasos y una sombra cercana me distraen. Senén está de pie a un par de pasos de mí. Me hago a un lado para que tome asiento, ya que yo me he sentado como Buda. Su loción de afeitado me llega al acomodarse. Lleva el cuello de su abrigo de cuero subido para combatir el frío que hace. Octubre no perdona y se está haciendo notar más el invierno que el otoño. Tiene la vista al frente y desliza una palma de la mano contra la otra, tal vez para entrar en calor o como un gesto nervioso. Me sobrevienen unas ganas imperiosas de tocarlo, hablarle, hacer cualquier cosa que me vuelva a conectar con él, pero no sale nada de mí. Solo un latido discordante que me martillea en los oídos. Repaso su perfil con disimulo. Las pestañas oscuras y tupidas le enmarcan el ojo, del que no se distingue el color; mas apuesto que su mirada es penetrante. La nariz griega y perfecta, sus labios carnosos (casi me hacen suspirar sonoramente), su nuez, su... Aparto la mirada cuando fija su atención en mí de repente. Mi corazón ahora ha saltado del sitio, creo que se ha ido al lugar del estómago o vete tú a saber. Intuyo su sonrisa aunque mis ojos no están en él, sino en el cordón de una de mis botas.
—No te vi aquella noche.
Arrugo la nariz y lo atisbo de refilón.
—Calha me ha dicho que fuiste testigo de mi beso con Verónica. —¡La mato! ¿Por qué es tan bocazas?—. Yo no la besé.
—Me da igual —digo a la defensiva—. Yo me estoy acostando con tu hermana.
Cierro los ojos por mi impulso. O sea, pero ¿qué me pasa? ¿A qué ha venido eso? ¿Por qué lo espanto? Si lo de Cally es un pasatiempo. Ella está obnubilada con Jacob y yo... A mí me interesa que Mayra se ponga bien, el resto me parece muy irrelevante ahora. El psiquiatra compone una mueca divertida con la boca y asiente.
—Menos mal que no he cambiado de sofá pues.
Pues sí. Porque la verdad siempre nos los montamos ahí. Rara vez usamos la cama. El silencio vuelve a estar presente, y yo me arrebujo mejor en el cuello de mi abrigo. ¡Soy única metiendo la pata y alejando a la gente de mí! Busco desesperada cualquier tema de conversación para hablarle, lo que sea.
—¿Cómo está tu paciente? —Espera una aclaración—. El chico con esquizofrenia.
Su cara se recompone entre el reconocimiento de quien le hablo, la tristeza y la esperanza. Una amalgama curiosa que plasmar.
—Se intentó suicidar. —Me sobresalto al oírlo porque sé que eso le habrá traído muchos malos recuerdos—. Por suerte, pudimos evitarlo, pero su estancia se va a prolongar por más tiempo.
—Lo lamento —susurro.
—No sé cómo llegar a él, bella Venec. —Oírlo llamarme así me emociona por dentro—. ¡Joder, no soy capaz de llegar a nadie últimamente!
Parpadeo asombrada por escucharle decir una palabrota. A él jamás lo he visto siendo vulgar en nada. Su frustración es tal que me arrimo a él y le agarro de la mano sin pensar. Mi contacto lo hace girarse hacia mí.
—Sé que tú puedes conseguirlo, Senén. Te he visto. ¡Eres increíble! —Cierra su mano entorno a la mía y entrelazamos nuestros dedos—. Solo necesitas tiempo y tal vez una nueva perspectiva para enfocarlo todo. ¿Cuánto hace que no te tomas un descanso?
—Demasiado. —Acerca su rostro al mío.
Nuestra aproximación es comedida y el aire frío nos ayuda a buscar una excusa para que nuestros cuerpos se encuentren. Su intensidad me hace bajar la mirada a sus labios.
—Pues quizá deberías... —pronuncio con dificultad.
—¿Te vendrías conmigo? —susurra ya sobre mí.
El interior me cosquillea intensamente y esta tensión me tambalea (menos mal que estoy sentada). ¿He dicho que su calor me abrasa el rostro? Me inclino hacia él aferrando con la mano que tengo libre su camiseta. El psiquiatra expulsa el aire entre sus labios abiertos con cuidado, yo cojo el mío a ráfagas inestables. Me besa en la mejilla con deleite, y yo sello ese contacto cerrando los ojos. Inspiro de satisfacción por sentirlo por fin. ¿Qué me pasa con él? Sigue con besos por mi sien, mi barbilla, mi frente... ¡Dios, esto es una tortura! Me coloca la mano en la espalda y me empuja contra él como si hiciese falta. Como si quedase algún espacio por eliminar. Como si no me estuviese consumiendo ya con su cercanía. Agacha su cara para cercar mis labios, tentándome, pero no me muevo. Si lo hago, no podré contener las ganas, el desasosiego por acariciarlo, por unirme a él y no querer separarme más.
—¿No te ibas a alejar de mí? —digo con los ojos cerrados.
Su respiración es fuerte, segura, incitante.
—Eres como ese castigo divino por el que merece la pena hipotecar tus creencias.
—Eso no suena bien —refuto confusa.
—¿Desde cuándo la divinidad no suena bien?
Abro los ojos y su mirada me consume. Me siento ese firmamento que exploró con su telescopio. ¡Y qué importante me percibo de pronto! Nos buscamos con una calma que estamos lejos de sentir y sonreímos antes de besarnos. Nuestros alientos se mezclan, pero los labios se quedan con el hormigueo de la necesidad haciendo mella.
—Estaba pensando que... —Calha está atenta al móvil mientras habla y por la sonrisa que intenta omitir, sé que su pretensión de no contestarle a cierta persona se fue al garete— ¿Si nos vamos ya a casa, y así venimos mañana a primera hora...?
Se calla en cuanto ve lo cerca que estamos. Porque ni siquiera nos hemos separado, solo hemos interrumpido el avance y ahora mismo deseo que le caiga un meteorito en la cabeza.
—¡Ay, Dios! —su exclamación provoca que su hermano se separe de mí como un rayo y desuna nuestras manos. Me duele el gesto, pero no voy a enroscarme a él como una víbora—. ¿Estabais...?
El psiquiatra se levanta y se aleja.
—¡No, para nada!
Ni se despide, solo entra en el recinto. Yo me quedo con la boca abierta y decepcionada. ¡Es increíble lo pusilánime que es con su hermana! Cally se acerca a toda prisa y se sienta a mi lado.
—No me había fijado en que... ¡Lo siento, lo siento!
Me río, porque no hace tanto ella buscó separarnos y hasta me confesó albergar sentimientos fuertes hacia mí. Si de aquella ella se hubiese dado cuenta de que lo suyo era una necesidad de posesión, si yo me hubiese percatado de que confundí la amistad y mi deseo por ella con algo romántico, no nos encontraríamos ahora así. Pero ¿merece la pena reconcomerse por eso? Cada una actuamos lo mejor que supimos. No soy una experta en estos temas, ha quedado claro. Me encojo de hombros.
—Ha salido corriendo como siempre, Cally. —Me contempla triste por mi semblante—. No tiene agallas.
—¡Voy hablar con él!
La detengo agarrándola por el brazo en cuanto enfila detrás de él. Me levanto intentando ahogar este nudo en mi garganta.
—No quiero que le des permiso para que podamos estar juntos. —Calha se gira, observándome—. Quiero que él me demuestre que merece la pena jugársela por mí. Y no lo hace.
Mis ojos acuosos la hacen abrazarme.
—¡Lo siento, Nec! Esto es culpa mía, lo hace por mí.
Niego sorbiendo los mocos.
—¡No, Cally! Tal vez pretenda que yo defina nuestra relación. Pero...
—Pero ¿qué? —dice separándose para verme bien.
—Si él supiera que tú y yo no tenemos nada, ¿se arriesgaría por mí?
Ambas forzamos a nuestros labios a permanecer unidos. Ninguna se pronuncia. Las dos sabemos la verdad. Senén no está dispuesto a arriesgar cierta estabilidad emocional por nadie.
***
El regreso a casa es extraño. Abro la puerta desganada y me descalzo con la punta de los pies y le doy una patada a las botas contra una esquina. Ni ganas tengo de recogerlas y colocarlas en el armarito dispensando para ello justo a mi lado. Cian cierra con llave y conecta la alarma. Posa sus manos en mis hombros y deja un beso en lo alto de mi cabeza.
—¿Qué quieres hacer?
Me vuelvo hacia él confundida.
—¿A qué te refieres?
—¿Te ves capaz de dormir?
—No creo que descanse mucho —admito.
Sonríe.
—Te tenía una sorpresa preparada. A lo mejor te apetece verla.
Me intrigo; y sí, también me ilusiono. ¿Está mal a pesar de lo que está aconteciendo? Asiento y sonrío como una niña pequeña. ¿Qué será? Coge mi mano y me guía hasta el invernadero, del que salimos por la puerta que da al jardín de atrás. Abro los ojos alucinada. Hay una tienda de campaña montada junto al único árbol que permanece aquí (un nogal) y unas mantas en el suelo dobladas.
—¿Y esto? —digo mirándolo.
Eleva los hombros quitándole importancia.
—Era nuestro plan en las vacaciones y no lo pudimos llevar a cabo. Vi en el parte meteorológico que hoy la noche estaría despejada, y en esta zona apenas hay contaminación lumínica. No quería quedarme con las ganas de hacer esto contigo.
Sonríe con timidez, y yo me siento derretir por dentro. ¿Mi mejor amigo ha preparado todo esto para mí? ¿Para nosotros?
—¿Te gusta o te horroriza la idea?
Le paso los brazos alrededor del cuello como hacíamos antes, cuando la confianza no suponía segundas, terceras o decimoquintas intenciones.
—¿Me lo tienes que preguntar?
—Te fascina la idea —declara—. Es lógico, vas a estar con un tío increíble, guapo, sexi, adorable, encantador...
Me río, porque está como una puta cabra.
—¿Sabes? Tienes razón.
Se queda sin habla y balbucea de pronto.
—¿En serio?
—¡Eres el mejor! —Le doy un beso en la mejilla y lo abrazo; no se me escapa que se ha puesto rojo.
Me ciñe a él con fuerza e inspira en mi cuello. La calma que me invade estando con él no aparece con nadie más y me gusta. Interrumpimos el mimo, y mi amigo extiende las mantas sobre la hierba; nos tumbamos juntos a ver las estrellas, todavía con los abrigos puestos. El clima gélido aquí parece menor, acurrucada por sus brazos. Mis ojos se quedan prendados por tantos puntos luminosos en el cielo. Mirar arriba hace que me olvide de los problemas tan mundanos de este planeta y de su insignificancia en comparación con la grandeza del cosmos. Tal vez deba mirar hacia arriba más a menudo y olvidarme de la monotonía de mis días en ellas. Volteo el rostro cuando noto los ojos de Cian fijos en mí.
—¿No miras las estrellas?
—¿Quién quiere mirar las estrellas cuando ya tiene su deseo cumplido con él?
Si alguna vez el pecho me dolió por un latido muy fuerte de más, ahora no siento lo mismo. Me quedo atrapada en mi propia noche estrellada y simplemente la noción del tiempo pierde su propiedad, y yo observo otras estrellas al contemplarlo.
¡Uff!
Mayra al borde de la muerte.
Calha siendo la amiga que era en un principio con Venec, y Senén dando una de cal y otra de arena. ¿Qué le pasa a nuestro psiquiatra?
Y Cian... ¿Habrá preparado esa sorpresa por simple amistad o porque no pierde la esperanza de conquistar a su amiga de la infancia?
¡Os leo!
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