Diario: octava página
Me he despertado sobresaltada y he tenido que apuntar esto en el diario enseguida. He recordado algo con respecto a Cian. Una conversación que tuvimos hace años, y qué no sé cómo he llegado a bloquear de tal manera que había olvidado por completo. Pero ha regresado de sopetón. ¿Cómo he podido eliminar tal suceso de mi mente?
Intento forzar más la memoria pero es inútil. Al principio me he planteado si no sería una fantasía, pero a medida que he ido incidiendo en el suceso más convencida estaba de que era real.
Esto fue hace tres o cuatro años. Cian había llegado a mi casa a primerísima hora de la mañana. Le había abierto la puerta tras recibir un mensaje suyo en el móvil. Sin hacer demasiado ruido subimos a mi cuarto, yo me metí de lleno en mi cama a seguir durmiendo. ¿Qué diablos hacía que no dormía a las siete de la mañana?
—¡Vamos, Vec, despierta! —dijo zarandeándome—. ¡Me aburro!
Le dediqué una mirada huraña desde mi almohada.
—Tengo sueño. ¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas?
Le brillaban los ojos y traía una sonrisa boba en los labios. Estaba claro que había bebido.
—Salí ayer por la noche y todavía me retiré ahora. Tenía ganas de verte.
Entreabrí un ojo para verle una sonrisa tímida. Como su visita no tenía ningún sentido para mí, me di la vuelta y me cubrí con las mantas hasta la cabeza. La luz encendida de mi cuarto molestaba a mi propósito de seguir durmiendo un maldito domingo.
—¡Venga, despierta! —me zarandeó.
Lo ignoré fervientemente con la firme intención de recuperar el sueño perdido. Cuando creí que se había dado por vencido, un tirón en las cobijas y el descender del colchón me despabiló. Tenía la ropa fría del exterior, lo que contrastaba con el calor del interior de la cama. No me giré, a la espera de saber cuál sería su siguiente paso. El corazón me latía fuerte y deprisa. Permanecí rígida y con la mente a mil por hora. No era la primera vez que dormíamos juntos, pero esto se notaba diferente en todos los aspectos. Pasó su brazo izquierdo por mi abdomen y tiró de mi cuerpo hacia él. Su aliento acelerado se estrelló contra mi cuello y sus latidos retumbaban en mi espalda.
—Vec, despierta —susurró.
—Cian, ¿qué haces?
No hubo respuesta, solo me apretó más contra él. Su mano comenzó a colarse por debajo de mi camiseta de pijama hasta el abdomen, que acarició despacio.
Me gustó aquello, y me gustó mucho más que no se detuviera. Notaba su erección a través de la ropa, presionando sobre mi trasero y palpitante de deseo.
Por cada incursión en una nueva porción de mi piel expuesta, su respiración se volvía más pesada y mi excitación aumentaba. Su manoseo se volvió más atrevido y mis ganas por reprimir mis jadeos se fueron evaporando. Mantuvo ese placentero martirio durante largos minutos que no sé si llegaron a convertirse en una hora. Puede que en ese tiempo su lucidez fuese haciendo mella en su atrevimiento, porque al final solo me abrazaba. Cuando fui capaz de reunir el valor, me giré y lo miré a la cara. No había atisbo de vergüenza, solo complacencia. Era obvio que había bebido, pero no tanto como para no saber lo que hacía. Ni siquiera se alejó de mí, todavía me aproximó más a él. Estudié su cara a conciencia. Los lunares de sus mejillas, que acaricie uno por uno siguiendo el trayecto de una nueva constelación por denominar. ¡Era mi Cian! Con quien había crecido, con quien me sentía cómoda siendo yo misma. Su abrazo me hizo sentir un hogar al que pertenecer, y así, observándonos el uno al otro, nos dormimos.
Podría omitir que desde aquel suceso estuve feliz, sonreía sin evitarlo y me sentía pletórica. Claro que, puede que no le diese la atención entonces que se merecía a ese hecho. Autoconvencerse de que una cosa solo puede ser de determinada forma hace que pierdas perspectiva y no analices las cosas con ecuanimidad.
¡Dios! ¡Lea tenía razón! ¡Yo albergaba sentimientos por mi mejor amigo y él también por mí!
Aunque nada había cambiado entre nosotros desde aquel suceso, pues seguíamos mensajeándonos y nos habíamos visto en clase. Un par de noches después me envió un mensaje diciéndome que me esperaba en el portal. Bajé en pijama e ilusionada. Contemplaba la posibilidad sobre el tema a tratar a esas horas, y me gustaba que él tomara las riendas de la situación. Bien podría haberlo hecho yo, pero teniendo en cuenta que el que se metió en mi cama fue él, le correspondía aclarar los hechos.
Sonreí al verlo de espaldas a través de la vidriera de la puerta. No aparentaba estar nervioso y llevaba puesta su chaqueta de cuero que tanto me gustaba. Pasaba la mano por su pelo hacia atrás, peinándolo con los dedos o revolviéndolo, más bien.
Nos tropezamos cuando volteó y yo abrí la puerta. Nos reímos y nos contemplamos. Como siempre, yo vagué por sus ojos. Ese celeste, las vetas de índigo, las espirales de cobalto, el azul eléctrico de fondo, las motas de dorado en contraste. Los colores que olvidé. Esa noche estrellada de de Van Gogh que me hizo querer ser artista. Él.
Lo echo tanto de menos...
Hizo un gesto con la cabeza en dirección al coche negro que estaba aparcado en frente. Era de su padre y si lo pillaban conduciéndolo, se metería en un problema. Con quince años nadie se atrevería a tanto, mi amigo sí. Incursé en el vehículo por el lado del copiloto, y el tomó asiento en el del conductor. Toqueteaba el volante, pero evitaba mirarme.
—¿Y bien? —Apoyé mi cabeza contra el respaldo de cara a él.
—Quería que hablásemos de lo del otro día.
—¿De qué? —me hice la tonta.
Se le escapó una risa nerviosa mientras seguía apretando el volante.
—Ya sabes... Cuando fui a tu casa el otro día y me metí en tu cama... —Apretó los labios y arrugó el ceño—. No estuvo bien por mi parte hacer eso... Somos amigos y no quiero que eso cambie.
Congelé mi sonrisa, una triste y desapasionada. El pecho me ardía en un torrente de desilusión mal gestionada. Un llanto que tragué junto al nudo de mi garganta. ¡Éramos amigos y eso jamás iba a cambiar! Cualquier otra intención entre nosotros, fuera de lo esperado, estaba mal.
—No pasó nada, Cian —le recordé con una punzada de decepción corroyéndome.
—Es que nuestra amistad es muy importante para mí y no estaba seguro de si te habrías enfadado.
¡Enfadada! ¡Me conocía mejor que nadie! ¡No lo había detenido y se echaba la culpa a él como si yo no hubiese tenido la voluntad de pararlo! ¡No quise pararlo, no es que no pudiera! Le había dejado claro que me parecía bien aquello, que lo deseaba. ¡No estaba enfadada, estaba feliz! Él tenía que darse cuenta, ¿verdad? Tal vez debería haber sido más tajante, exponer con palabras lo que sentía, pero me escudé en que se suponía que me conocía. Empiezo a tener mis dudas.
—¿Por qué debería? No ocurrió nada —repetí. Así me lo grabaría en el alma.
—¡Qué alivio, Vec! No sabía si la había cagado.
Negué con la cabeza, él me abrazó. Le palmeé la espalda sin ganas y con la mueca de disgusto que el cristal de su lado me enseñaba.
—Hagamos como si nada hubiese pasado —declaré.
Él sonrió aliviado; yo, incómoda.
Sería mejor olvidarlo. No estuvo bien. Yo debía sobrevivir a otra decepción.
¿Y ahora? ¡Que nos hemos acostado! ¡Joder, que eso no se hace como un favor o con desgana! ¡Me acosté con él! ¿Por qué huyó? ¿Por qué me abandonó?
Tengo que hablar con él... Solo de llevar esta acción a cabo, tiemblo. Me sorprende sentirme todavía así con respecto a él. Tiemblo, pero de emoción.
Nota de la autora:
La trama va cogiendo color, ¿eh? Sí, lo sé. Menudo chiste malo, pero sinceramente creo que se van afianzando algunos personajes. Por supuesto, una vez que la finalice tendré que retocar esos detalles sueltos que ahora paso por alto para que la novela avance.
Lo cierto es que escribir "Los colores que olvidé" está desatascando mi mente y ayudándome a nivel personal.
Todo lo que está aquí escrito tiene una base sólida y verídica, puesto que me he documentado sobre el tema. Quiero, ya que estoy, hacer hincapié en algo. Veréis que a medida que Venec se va "curando" también se abre más y es capaz de dar detalles más precisos de lo que le acontece. Esto es así por algo. El trastorno de ansiedad o ansiedad generalizada, que es lo que nuestra protagonista padece, trae varios síntomas (algunos ya los hemos visto gracias a que ella los va narrando) dos de ellos son la falta de concentración y problemas de memoria. No todos los casos son iguales, ya que las personas tampoco lo somos.
Hoy he traído un recuerdo bloqueado de su pasado, pero ¿habrá más?
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