Deslealtad al corazón

El mes se septiembre pasa sin pena ni gloria. Dentro de una semana, Mayra tiene su juicio y está preparando su defensa. Apenas he quedado en un par de ocasiones con ella para tomar algo. Su físico ha cambiado más todavía. Entra dentro de los cánones de belleza y medidas ideales, pero yo sé que no es saludable lo que se está haciendo. Sin bazo y sin defensas, más el maltrato que está sometiendo a su cuerpo con la escasez de nutrientes, es cuestión de tiempo que el desenlace no sea halagüeño. La última vez que nos vimos, el encuentro fue un fiasco. Decidí tentar a la suerte mencionando el tema y exponiendo mis preocupaciones por ella, y solo obtuve unas cuantas malas contestaciones a gritos en medio de la cafetería. Hubo una que me caló, en especial.

—Ocúpate de tu vida, que bastante perdida estás, sin meterte en la de nadie más.

Se largó por donde había venido, y yo me levanté con la dignidad, en apariencia, intacta. No he vuelto a preguntar por ella, y de hecho tengo su carta de despido redactada. Lleva un mes y medio sin presentarse por la empresa y sin hacer su trabajo. Y no, no soy una ONG. He hablado con el abogado de la empresa para que se la haga llegar. Un abogado al que no tuve que acudir hasta que fue todo el lío de Yaly. Se supone que solo lo vería para las posibles demandas que nos hicieran, pero he asistido a él antes de lo esperado.

Al final Yaly y Dylan han entrado en prisión tras saltarse los servicios comunitarios en más de una ocasión. La morena que fue parte de nuestro equipo pasará tres años entre rejas, además de por tráfico de drogas. Su hermano ha sido internado en un psiquiátrico previamente para su evaluación. Lo encontraron en un tugurio de mala muerte desvariando. Algo de unas setas alucinógenas. Me gusta saberlos encerrados, creo que es ahí donde tienen que estar. Tanta mala baba no podía quedar suelta haciendo de las suyas.

Con Cally he mantenido la distancia de tal manera que la trato como a una empleada más. Bueno, tengo más afinidad con cualquiera del equipo que con ella. Su carácter se ha ido agriando y somos pocos los que queremos cruzarnos en su camino. Es desagradable sin necesidad y sus contestaciones cínicas enturbian el ambiente de trabajo. Los demás son tolerantes —quizá demasiado— por lo del vídeo, pero hay comportamientos que no son excusables. Si sigue así, le obligaré a coger una baja.

Caleb, en cambio, ha sido un soplo de aire fresco. Hemos expuesto su obra hace tres semanas y fue todo un hito en el gremio. Fue también nuestro primer artista representado, y se habló de ello durante lo que restó de mes. La popularidad de Vernáculo ha subido como la espuma desde entonces. Los escritores de Megan están consiguiendo cierto renombre, y más tras la publicidad que Calha ha hecho de ellos. He de admitir que fue soberbia promocionándolos. Y la cantante de Nashville, la daremos a conocer en Halloween. Por el momento, su single You and me forever se escucha en todas las plataformas musicales. Sé que se vienen al menos otros cinco nuevos artistas, tres escritores más, un escultor y otro cantante de folk urbano.

—Jefa, ¿qué haces?

Todos me llaman así, pero no ha sido hasta que Caleb entró que me he dado cuenta que lo hacen como una especie de ensalzamiento de mi persona.

—Organizando la agenda de la semana que viene —respondo sin apartar la vista de la tabla que me muestra el ordenador—. Tengo dos reuniones con patrocinadores a la misma hora, y cada uno patrocina a un artista distinto. ¿En qué estaría pensando?

Caleb se ríe sentado en la silla de en frente con una pierna flexionada sobre la otra.

—¿Qué haces esta noche?

Barrunto sobre cómo reorganizar a estas personas, mas no verme sobrecargada, cuando su pregunta cala en mi subconsciente.

—¿Esta noche? —repito—. No sé, cenar e irme a la cama.

—¿Eso significa que no tienes planes?

—Aparto la mirada de la pantalla.

—Si a eso lo consideras un plan...

Vuelve a reírse, su melena castaña enmarcando su rostro. Sus ojos verdes brillan divertidos.

—Supongo que no tendrás inconveniente en acompañarme a un micro abierto, ¿no?

Lo analizo con las manos sobre la mesa. ¿Quiere salir conmigo por ahí?

—¿Un micro abierto? —¿Por qué repito todo?

—Sí, ya sabes. Donde la gente, y algún que otro artista, se da a conocer. Tal vez podamos captar nuevos talentos. Van abrir un nuevo local llamado Cántale; hoy es la inauguración.

Muchos establecimientos están abriendo últimamente en Lancara. No soy ajena a que la ciudad se está expandiendo de forma considerable.

—¡Estará hasta los topes! —observo.

—¡Más carne fresca!

Me río, porque me vendría bien salir por ahí sin pensar en las movidas de mi día a día. Desconectar un poco y divertirme.

—Pago yo la cena —añade cuando no acabo de responder.

Reímos.

—Bueno, si me lo pones así, no me puedo negar.

Se levanta y se encamina hasta la puerta.

—Nos vemos a las diez, ¿te parece una buena hora?

Asiento elevando un pulgar y atendiendo a mi trabajo otra vez.

—Sí, nos vemos allí. Pásame la ubicación —le pido.

Sonríe y agacha la cabeza, complaciente. Sigo con mi quebradero de cabeza sobre el horario cuando un par de golpes suaves me interrumpen de nuevo. La puerta está abierta, solo la cierro en mis conversaciones telefónicas para no molestar. Cally, en el umbral, me provoca a enderezarme. No quiero problemas hoy, pero la hago pasar. Cierra la puerta sin yo pedírselo; cierro los ojos porque esto promete una conversación densa. Me masajeo las sienes. Avanza con lentitud y timidez. Toma asiento y habla.

—Ny me ha dicho que estoy intratable.

Vale. ¿Digo algo? No, mejor me callo. Hacerse la tonta es lo mejor, que siga hablando ella. Ni mu, no voy a decir ni mu, siempre la cago, no hay más que haberme visto con Mayra.

—Hoy he hecho llorar a Meg.

Me llevo las manos a la cabeza. ¡Pobre, Megan! Es la más sensible del grupo y se la ve sobrepasada últimamente. Su hija ha empezado a preguntar por su padre y no entiende por qué ya no está. El tema está minando a nuestra correctora, que no sabe cómo afrontar el tema sin faltar a la realidad.

—¡Por Dios, Cally! —me quejo.

—Me he disculpado de inmediato —me asegura.

Nos quedamos en silencio.

—¿Por qué no me has dicho nada, Nec? Pensé que podía contar contigo.

¿En serio me está diciendo esto?

—Tuve suficiente con todo lo que me soltaste la última vez.

—¿Te molestó eso? —inquiere con una ceja alzada.

Me levanto bruscamente haciendo que la silla se eche hacia atrás.

—Pues mira, sí. Ya sé que tú estabas pasándolo mal, pero es que resulta que a mí también me afectan las cosas. Que se me recrimine constantemente cómo soy ya me jode. —Me mira sorprendida—. Todo el mundo me contesta mal cuando lo están pasando como el culo, pero si a mí se me ocurre hacer eso: «Eh, tía que los demás no te tenemos culpa». ¡Contrólate!

»He llegado a la conclusión de que voy a terapia porque la gente que en verdad debería de ir, no lo hace.

Entrecierra los ojos.

—Eres una persona difícil de tratar, Nec. Te ofendes por todo.

—¿Ah, sí? —¡Ya me he encabronado!—. Tal vez se deba a que no estoy para aguantar las lindeces que me soltáis todos cuando os viene en gana. Tu hermano me culpa por lo que te ha pasado, pero no tengo derecho a ofenderme, ¡claro que no!

»Tú me tratas como a una niña porque no quiero ver el mundo con el cinismo que lo veía antes, pero ¡eh, que me lo tomo a lo personal porque sí!

»Que unos malditos psicópatas la cogen conmigo solo porque existo, y todo lo que ellos hacen automáticamente es culpa mía, porque soy como soy y afecta a otras personas aunque en el fondo yo no tenga nada que ver, pero ¡ey, Venec, no se te puede decir nada! ¡Por supuesto que sí, Cally!

»Yo he de poder con todo, pero vosotros podéis estar mal.

—¡Nunca te he dicho eso! —me amonesta.

—¿Ah, no? —Mi voz se ha ido elevando con el transcurso de la discusión—. Será que te pasa como a tu hermano, que decís una cosa, pero actuáis de manera muy dispar.

Veo a Zénnit y a Megan al otro lado de la puerta simulando que no fisgan.

—¿Qué debería haberte dicho? ¿Deja de lloriquear que no es para tanto? —La miro con los brazos en jarras—. ¡Sí fue para tanto! ¡Te ha visto toda la jodida ciudad y seguramente medio país! Te dije que te tomaras un tiempo libre, un descanso, lo que fuera. No hacía falta ni que te quedaras, pero quisiste seguir para olvidar. ¿Debo decirte que no te veo bien? Vale, Calha, querida. ¡No hay Dios que te aguante! ¿Mejor?

Cirio se ha sumado al corrillo.

—No creo que haga falta ser tan borde —opina Cally.

—¡Ay, coño! ¿Soy desagradable? ¡Perdona! ¿Te molesta? —digo sarcástica—. ¿No era que el mundo es un sitio cruel?

Se levanta furiosa, y nos enzarzamos en una pelea en toda regla.

—¡No es necesario que me escupas mis propias palabras solo para hacerme sentir peor!

—¿Y qué hará que te sientas bien? ¿Seguir cargando contra mí, tal vez con Megan? ¿Con quién?

Cirio entra para mediar, pero alzo un brazo en su dirección y me muestro tajante.

—¡Como alguien se meta, os despido a todos!

Eleva las manos y vuelve a cerrar la puerta en un visto y no visto.

—¡Qué gran jefa eres! —me sermonea Calha.

—La mejor que podéis encontrar en vuestra vida —alardeo hecha un basilisco—. ¿Acaso tienes alguna queja? ¿No he vanagloriado tu trabajo cuando lo merecías? ¿No te he aguantado en este tiempo a pesar de que eras como un ogro?

—¡Sin embargo, aquí estás, echándomelo en cara!

—¡Igual que me lo echas tú a mí!

—¿Por eso te has mantenido alejada de mí? —su voz baja una octava.

Suspiro.

—No parecía que quisieras a nadie cerca, y yo no quería seguir tragando todo lo que se me eche encima. —También mermo mi tono.

Nos callamos con las respiraciones alteradas, pero no nos miramos.

—Tenías razón. ¡Cian es un gran tío! —El cambio de tema me pilla con la guardia baja. La ojeo consternada—. Me ha apoyado mucho y nunca me ha dicho que fuera inaguantable. Pensé que estabas celosa porque quedábamos, de ahí tu cambio de actitud.

Me apoyo en la mesa.

—Jamás me celaría por algo así. Tampoco sabía que quedabais —confieso—. A pesar de vivir en la misma casa, tenemos nuestro propio espacio. Yo me he encerrado a dibujar. Es lo que hago cuando estoy mal, y Cian lo sabe.

»Ni siquiera le comenté que estaba molesta contigo.

—Te conoce muy bien, Nec. Más de lo que te imaginas.

No sé por qué estamos hablando de mi mejor amigo. Esto es casi surrealista. Calha y Cian siendo colegas; no me lo esperaba.

—Quiere ser trabajador social —sonrío por el comentario de Cally.

—Lo sé, me lo ha contado. Ha nacido para ello.

—Sí, ¿verdad?

Reímos.

—¿Quedáis muy a menudo? —pregunto con curiosidad.

—Día sí y día no. —La sonrisa boba que pone al decirlo me alerta.

—¿T-te gusta? —la pronunciación me falla y la garganta se me seca; el martilleo en mi pecho tampoco ayuda.

—¿Qué? —Se vuelve hacia mí—. No, no. No pienses mal, es que... —Se interrumpe al ver a todos nuestros compañeros curioseando.

Los fulmino con la mirada.

—¿NO HAY TRABAJO QUE HACER O QUÉ? —vocifero.

Saltan en el sitio y chocan unos con otros en su afán por perderse de mi vista. Sonrío con satisfacción. Me gusta esto de tener la batuta y que no les quede más remedio que hacer lo que yo mande. ¿Cómo he podido estar toda mi vida sin dar órdenes? Calha se acerca más a mí y me dedica una mirada suplicante. Entrecierro los ojos. ¿Qué le ocurre?

—Es que Jacob... —¡Oh, madre mía!—. Algunas veces se ha unido a nosotros y...

Espero impaciente a que continúe, pero su mirada perdida me da todas las pistas.

—¿Estáis...?

—¡No! ¿Estás loca? —Se escandaliza, pero pronto le sobreviene la risa de antes y casi al instante el llanto.

Me descoloco, porque no sé muy bien cómo actuar. ¿Exactamente por qué llora?

—¿Te encuentras mal?

—Nec, ¿qué voy a hacer? —Más perdida que un pulpo en un garaje me encuentro mientras la abrazo—. Creo que me estoy volviendo a enamorar de él.

¡Oh, vaya! Esto es una pequeña gran complicación.

—Bueno, tranquila, quizá se deba a que estás más sensible últimamente y... —¿Y qué? Ni yo me creo la estupidez que estoy soltando.

—No, no lo entiendes. —Se separa—.Tengo miedo, mucho miedo. No puedo volver a caer, y menos después de lo que pasó entre nosotros. ¿Qué me está pasando?

Sé que cuando uno se enamora le cambia el carácter y suele ser más afable con todo el mundo, es curioso como en el caso de Cally es al contrario. Su manera de ser se ha ido agriando. Pero conozco bien lo que el miedo es capaz de crear. No suelen ser buenas versiones, sino sucedáneos bastante pobres.

—Tal vez, solo necesites mantener las distancias un tiempo. Joder, ¿por qué no me contaste esto?

—Me daba vergüenza. Y no quería que pensases que había perdido la cabeza.

—¿Desde cuándo lo ves?

—Desde un par de días antes de incorporarme al trabajo.

Empiezo a unir las piezas.

—Por eso me soltaste todas esas chorradas sobre cómo es la gente. Te sentías culpable por albergar sentimientos por tu ex —¡Soy lo peor de lo peor! Y yo creyendo que me estaba atacando.

Asiente limpiándose con un pañuelo de papel que sacó de la caja de encima de mi mesa.

—Deberías buscarte otra amiga —digo sobresaltándola—, está visto que no doy la talla cuando se trata de estar apoyando a alguien.

Decir que me siento mal es poco. O sea, estaba supermosqueada porque me sentía juzgada y... ¡Buff!

—Cian me dijo que tenías tus altibajos emocionales y que todo lo que había sucedido te afectaba más de lo que aparentabas.

—¿Te dijo eso?

—Eso y que no te lo tuviera en cuenta. Que si tú no estabas bien, no podías cuidar de nadie.

Niego con la cabeza. Estoy anonadada con mi mejor amigo. ¿Desde cuándo se fija tanto?

—Cally, yo...

—No es necesario, Nec. En verdad te ataqué. Sabía que tú te abstendrías de discutir. Me aproveché y eso no fue justo. —Me atisba con un mohín de labios—. ¿De verdad he estado inaguantable?

—Bastante. He estado a punto de pedirte que pillaras una baja con tal de no soportarte más.

Me da un golpe en el brazo izquierdo. Siseo y se lleva las manos a la boca, espantada.

—Lo sient...

—¡Es broma! ¡Ya estoy curada! Te lo merecías.

Entrecierra los ojos y forcejeamos como dos niñas pequeñas, riendo. Se detiene un momento y me analiza.

—¿Sabes que me has dicho querida como decía Ariz?

Repaso la discusión y guiño un ojo con disgusto.

—No dejes que me parezca a ella, querida —bromeo.

Nos carcajeamos un buen rato hasta que Calha vuelve a hablar.

—¿Te apetece que repitamos lo de la peli? Pero esta vez seré buena —dice con una mano en su pecho.

—¿No has quedado con mi amigo? —la cuestiono.

Su cara es de terror.

—No me ha dicho de quedar ni yo a él. Pero si quedamos, Jacob vendrá con él.

—¿Tú y Jake habéis salido alguna vez a solas?

—¡No! —Su horror se materializa en esa respuesta—. Pero...

—Temes que acabe sucediendo con el tiempo.

Asiente mordiéndose el labio inferior. Agarro su mano y la aprieto para darle fuerza.

—¡Puedes contar conmigo!

Nos abrazamos y me prometo estar más atenta a mi alrededor, sin creerme el ombligo del mundo.

***

Aviso a Cian para que no me espere a cenar y para que no llame esta noche a Calha. He quedado para comer con Caleb, pero no me iré sin asegurarme de que mi amiga está bien. Llevamos un par de horas viendo una película que se supone que es una comedia romántica, pero que no nos hace reír a ninguna. Tal vez porque los protagonistas no consiguen estar juntos a pesar de quererse o porque nos sentimos demasiado identificadas con todo. Mi amiga pausa la peli.

—No hay quien se crea la historia de estos dos.

Me encojo de hombros.

—Supongo que ahora se confesarán sus sentimientos, olvidarán todo y serán felices.

—El típico cliché —se queja.

—Oye, que la escogiste tú.

—Lo sé. —Arroja el mando a una esquina del sofá y la película sigue su curso—. Pero me ha ayudado a darme cuenta de algo.

La ojeo metiéndome un cacahuete en la boca.

—¿Ah, sí? ¿De qué?

Se gira apoyando un brazo contra el respaldo y me encara.

—Creí que te quería, pero solo quería poseerte.

Alzo las cejas por semejante testimonio.

—No me malinterpretes. Te tengo mucho cariño y me gustaste como mujer, eso lo tengo claro. Eres tan bonita —Me sonrojo— y tan buena persona, que quería alguien así en mi vida.

No sé qué decir. Ni siquiera estoy segura de si es un halago o un insulto; no obstante, creo que la entiendo. Entre nosotras hay mucha atracción, pero no amor romántico. Puede que ambas confundiéramos eso en algún que otro momento o lo sintiésemos de manera fugaz, pero desde luego ahora está claro.

—Creo que yo llegué a sentir algo romántico por ti —confieso—. Antes de que te fueras, yo estaba bastante pillada, Cally. Cuando te fuiste lo pasé realmente mal.

—Era pasión, Nec. Si hubiese sido lo que dices, no hubieras desaprovechado la oportunidad cuando volví. Y hasta yo me di cuenta que las cosas habían cambiado.

Tal vez tenga razón. Desde luego, no es algo que me aflija ahora.

—La atracción sigue ahí —comento distraída, como quien hace una apreciación sin importancia.

Me observa de arriba abajo y sonríe, pícara.

—Eso es verdad. —Se lleva un dedo a los labios y se da toquecitos entrecerrando los ojos—. Tenerte cerca me excita.

Giro mi cuello y casi me lo disloco. Me sigue pareciendo admirable la facilidad con la que expone algunos temas.

—¿Yo te atraigo de esa forma todavía?

Dejo los frutos secos encima de la mesa y la analizo con recelo. Sus ojos, sus labios rosados, sus pechos (libres de sujetador). Mi inspección me enciende y me remuevo incómoda en el sofá. Pues sí. Me sigue poniendo cachonda.

—¿Y bien? —me acicatea.

—Sí, Cally —suspiro.

Ensancha su sonrisa y se acerca más, hasta no dejar distancia entre nosotras. Su respiración choca con la mía y la contemplo sin entender.

—Te propongo una cosa —expone con emoción—. ¿Qué te parece si nos damos placer?

Echo mi rostro hacia atrás para verla mejor.

—¿Perdona?

—¿Cuánto llevas sin sexo?

Entrecierro los ojos. ¿Y a ella qué le importa?

—Vamos, Nec.

Pongo los ojos en blanco y contesto.

—Mi última vez fue contigo —reconozco con desgana.

—¿Y no sientes deseo?

—A veces.

—Yo también.

Frunzo los labios. Pues vale. ¿Qué me quiere decir con eso? Se desespera al ver que no la sigo.

—¡Nec!

—¿Qué?

—¿Por qué no nos acostamos?

Gesticulo con la boca por la sorpresa. Nadie me había propuesto algo así antes. Por norma general esos hechos se dan orgánicamente.

—A ver, piénsalo. Tú y yo estamos libres, ¿no? —Asiento despacio—. Hay atracción entre nosotras —Sí, se lo acabo de admitir—. Y ya nos hemos acostado antes juntas. ¿Por qué no tener una relación basado en el sexo para sentirnos mejor?

—¿Me estás pidiendo que seamos unas follamigas?

—Llámalo como quieras. Pero podríamos desfogarnos de un mal día o disfrutar de un buen polvo sin necesidad de buscar una pareja o un lío de una noche.

Una parte de mí me advierte de la locura que es esta proposición, otra me expone posibilidades de mucha diversión sin compromiso.

—¿Qué me dices?

Estoy tan pillada por su petición que no consigo reaccionar. Se acerca y me mordisquea el lóbulo de la oreja.

—Ahora tengo muchas ganas. ¿Tú?

Bajo la mirada hasta su escote y vislumbro sus pechos sin objeción. Se me escapa un gemido, sin pretenderlo, y eso le da vía libre a Cally. Nos besamos con afán y deleite. Es una mujer, sí, pero sabe cómo besar, no tiene nada que envidiarle a Senén o incluso a Cian. Se tumba sobre mí y seguimos explorando nuestras bocas con avidez mientras nuestros pechos se aplastan. Nos acariciamos bajo la ropa, tanteando la piel que se descubre a nuestros dedos; no evito bajar todo lo que puedo hasta separar sus pliegues. Aún me quedan muchas cosas por hacerle a Calha en la cama y pienso realizarlas todas. Introduzco mis dedos despacio en ella. Lo hago insegura al principio, porque aparte de a mí, jamás he tocado a otra mujer en su núcleo. Se separa de mis labios y se arquea sobre mi cuerpo gimiendo. La penetro un poco más, pero noto cómo se tensa con cada hundimiento en ella y me retiro. Bajo su camiseta, deslizando los tirantes por sus brazos y dejando al descubierto sus hermosos pechos. Los aprieto, los lamo, y chupo sus pezones con ganas. Ella no para de gemir y me motiva. Me motiva a darle placer y a sentirlo yo.

Nos apuramos a despojarnos de cualquier tipo de prenda y nos quedamos completamente desnudas. La beso poniéndome de pie y haciendo que separe sus piernas. Hay algo que me muero por sentir. Desciendo entre sus muslo y hundo mi cabeza en la humedad de su raja. Cuelo mi lengua entre su labios y gimo de puro placer. No soy la única. El sabor salado de su interior me excita mucho más de lo que nunca me ha excitado nada. Cuanto más la lamo, más mojada está y su sabor se me torna adictivo. No puedo ni quiero parar. Noto como mi propio fluido resbala entre mis muslos hasta las rodillas. ¡Sí, sin duda esto es una buena idea!

Hundo mi lengua más y más en su interior y la escucho gritar. Si algo tiene Calha es que es muy ardiente en la cama, y sabe cómo encender a una. Repaso con mi lengua su exterior y me detengo en su clítoris tan inflamado. Está muy muy rojo y le doy un pequeño mordisco que la hace gemir de una manera muy indecorosa. Ahora mismo Calha está entregada por completo a lo que estamos haciendo, y no me voy a ir de aquí hasta que se corra. Repito la acción notando como sus piernas empiezan a temblar y combino los mordiscos con lametones en círculos muy rápidos, que la hacen llegar al clímax en un par de minutos. Admiro cómo su líquido blanquecino se escurre de su vagina y lo pruebo con ganas. Gimo dentro de ella sin poder detenerme. ¿Por qué no hicimos esto antes? Lejos de detener mis caricias, las continúo, ignorando sus débiles protestas. No creo que hayan pasado ni cinco minutos cuando otra oleada de temblores la vuelve a vaciar por dentro. Me levanto de ente sus piernas sintiéndome más poderosa que nunca. Tiene la respiración afectada y sus mejillas están muy sonrojadas. ¡Me gusta verla así!

—Me parece buena idea lo de tener sexo entre nosotras —digo demasiado excitada.

¿Por qué no? Esto es mucho mejor que masturbarse. Calha se levanta y me besa.

—Ahora me toca a mí. Espera ahí un momento.

Sale corriendo y vuelve con un aparato similar al de la otra vez. Este es rosa y de un menor tamaño. Tiene dos protuberancias y no lleva correas.

—Ponte sobre el sofá de espaldas a mí y separa las piernas.

Hago lo que me pide sin oponer resistencia. Veo por encima de mi hombro cómo se introduce el relieve más pequeño en su vagina. Su gemido y el mío se acompasan. Realmente lo que estamos haciendo me está excitando hasta puntos delirantes. Se coloca a mi espalda y me penetra con el bulto más largo y grande. Mi grito de gozo resuena por todo el piso y todo lo que sucede a continuación es un cúmulo sin sentido de movimientos desenfrenados, suspiros, gritos, jadeos de placer y palabras susurradas para calentarnos más, si es que eso es posible. Calha aprisiona mis pechos con sus esbeltas manos y tironea de mis pezones con las yemas de sus índices y pulgares. Me recuesto sobre ella, sintiendo las erecciones de los suyos en mis espalda. Me besa el cuello y continúa embistiendo con anhelo. El tiempo se dilata hasta que el placer es lo único que sentimos y nuestro sudor se mezcla.

Cambiamos de postura nuevamente y seguimos descubriéndonos más zonas de regocijo. Me obliga a tumbarme y separa mis piernas. Lo que hace a continuación me excita y me sorprende a partes iguales. Se coloca sobre mí con sus propias piernas separas y mueve su sexo sobre el mío. Nuestros clítoris se acarician, y nuestras humedades aumentan la fricción placentera de nuestros cuerpos. ¡Dios, es como masturbarse, pero mil veces mejor! Calha echa su cabeza hacia atrás mostrándome un primer plano de sus pechos; su vientre contoneándose de forma muy sugerente. Se apoya sobre mis piernas y me fuerza a abrirlas más. Estoy tan henchida de gozo que el dolor pronto se transforma en más deleite. Nuestras caderas aumentan el ritmo solas y ambas chillamos al unísono presas del éxtasis más sobrecogedor de la tarde. Siento mucho calor en mi zona íntima y comprendo que nuestros flujos se están mezclando entre sí. Se desploma sobre mí y la acojo entre mis brazos. Se ríe con total abandono, y la beso en la boca. Ella me devuelve el gesto con cariño. Solo se ha tratado de sexo libre, puro y natural, pero ha sido fantástico.

—Mientras tenga sexo contigo, no creo que deba preocuparme más de Jacob.

Me río por su afirmación y de pronto me siento completamente liberada. No hay pretensiones de ninguna clase ni promesas fingidas ni preocupaciones por a dónde pueda llevar esto, porque hemos sido claras. Somos dos mujeres adultas y sin compromisos que han fijado sus propias normas y eso me gusta.

—¿Repetimos? —La pregunta de Calha me impresiona. Aunque más me pasma que mi cuerpo quiera repetir ante la sola petición.

—He quedado a las diez con Caleb. Si crees que nos da tiempo...

Se incorpora sobre mí sonriendo con malicia.

—Mira y aprende.

Mi grito choca contra las paredes cuando me penetra.

***

Llego media hora tarde a mi quedada con Caleb. Me tiemblan tantos las piernas y estoy tan agotada y satisfecha que prácticamente me desplomo en el asiento contiguo al de mi compañero.

—Pensé que no vendrías.

Lo atisbo extrañada.

—Te he enviado un mensaje.

—No, no lo has hecho —sonríe con guasa.

Compruebo en el móvil que, en efecto, el mensaje ha quedado sin enviar. Con tanto movimiento ha sido un milagro que escribiera el texto sin faltas de ortografía y con todas las letras. Se me escapa una sonrisa traviesa. Calha es insaciable. Si Jake se entera de lo que estamos haciendo, no descarto que me mate.

—Perdona, Caleb. Pensé que lo había enviado.

Sonríe despreocupado.

—¿Tienes hambre? —Ni se lo imagina. He quemado demasiadas calorías.

—¿Todavía no has cenado?

—Tenía la esperanza de que aparecieras.

De verdad, este chico me parece encantador.

—¿Sabes que eres el primero de la empresa que me propone un plan?

—Será porque les impones.

Me río por su ocurrencia, pero cuando constato que va en serio, me freno.

—¿Quién yo?

—¿No te has dado cuenta?

—¡No! —exclamo con simpleza.

Sonríe y me mira.

—Cuando te cabreas, tus ojos son muy penetrantes y subyugas a quien atiendes.

—¡Venga ya! —digo creyendo que aún me toma el pelo.

Sus cejas alzadas me hacen saber que no miente.

—Nunca nadie me había dicho nada. —Lo reflexiono unos instantes—. ¿Y a ti no te afecta?

—Oh, sí, pero no dejo que eso me impida conocer a las personas que me parecen interesantes.

Verlo repantigado en la silla con la toda la calma del mundo sobre él, me hace envidiarlo un poco. No se me escapa su halago, y el interés por conocernos es más que mutuo. Es algo genuino, que prolifera sin que nos esforcemos.

Me tiende la carta de detrás del servilletero y me insta a que mire los platos. Estamos de cara al escenario, supongo que esperando a que alguien suba, pero el ambiente es distendido. Hay mucha gente de nuestra edad y aunque la iluminación está basada en la penumbra, las luces ámbar de pared y las lámparas de las mesas dotan el lugar de acogedor.

Un grupo de unas cinco personas a la izquierda, en una de las pocas mesas con sofás, me llama la atención. No tienen nada de especial, pero parecen estar divirtiéndose, aunque solo sea por el escándalo que están montando. Una de las chicas se levanta y va al baño. No les presto más atención y dirijo mi inspección a la carta. En cuanto leo alitas de pollo fritas y aros de cebolla a la cerveza, ya sé lo que voy a pedir. Le paso la carta a mi compañero y vuelvo la vista al grupo de antes. La mujer que fue al aseo regresa con sus amigos, pero hay algo en ella que me descoloca. Creo que la conozco de algo. Se medio tambalea mientras va andando en esos pedazos de tacones. Necesita bajarse el bordillo del vestido que se le sube por mitad del muslo. Su pelo moreno está despeinado y su maquillaje parece derretirse. No es hasta que se tira prácticamente sobre uno de los chicos, que me percato de quién es. Él la mira sorprendido a la par que preocupado, pero ella interpreta esa inspección como una invitación a que lo bese. Y así, es cómo en el nuevo sitio de moda entre artistas, descubro al psiquiatra besándose con la que decía ser una amiga de la universidad. 

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