Deseo inconfesable

¿Alguien recuerda que dije que no parecía buena idea poner mi número en los carteles? ¿Sí? ¡Pues en efecto fue muy mala idea! Llevo cerca de cinco días recibiendo llamadas de tíos babosos diciéndome de todo. También hay alguna tipa que se divierte llamándome tonta y recomendándome que me dedique a la prostitución porque pinto de pena. ¿Sororidad? En algunas radica la podredumbre humana tanto como en los hombres.

¿De Cian? No tengo ni la más mínima noticia. He llegado tarde por lo que se ve. Estoy segura de que entre Calha y yo hemos empapelado la maldita ciudad al completo, y aunque no todos los carteles han sobrevivido (algunos han sido arrancados por gente poco cívica y otros por la lluvia torrencial que se ha instalado estos días), una gran parte persisten en sus posiciones desafiando a los contratiempos. ¡O se ha vuelto a ir de la ciudad o ya no le importo lo más mínimo! Tengo claro que no voy a suplicar. Me duele, pero ¡ya está!

Otra llamada entrante. Suspiro con hastío. Solo falta que no conteste para que sea él. Descuelgo.

—¿Venec, eres tú, a qué sí? —Es una voz de mujer.

Me quedo algo pillada porque no se me ocurre de quién se puede tratar.

—Claro que eres tú, ¿quién si no? ¿Estás loca o qué? ¿Cómo se te ocurre poner esos panfletos de mi hijo por ahí? ¡Eres tan desequilibrada como aparentas! Siempre fuiste una niña muy rarita y antisocial que...

Hasta aquí llegué con esta mujer.

—Esta desequilibrada sabe que los panfletos se refieren a un texto breve de carácter agresivo y político, ¡señora! —Por no llamarle de otra manera más acorde—. También sabe que su pasatiempo favorito es despotricar sobre las vidas de sus vecinos, los cuales se ocupan de vivirlas y no prestarle atención a usted, porque es tan aburrida que resulta una pérdida de tiempo. También sabe que está cobrando una minusvalía que no padece para no tener que trabajar. ¿Qué sucedería si alguien se enterase de esto?

La línea comunicando al otro lado me responde. Río como la malvada de una película. ¡Qué bien sienta! Nunca la he tragado, siempre mirándome como si fuese una cucaracha que soportar. Sé que le suplicó a Cian varias veces que buscase otras compañías y cambiase de amiga. La incapacidad que dice tener es una estafa para cobrar del seguro por un accidente de tráfico que tuvo. No sé a quien habrá sobornado para que los informes médicos digan lo que no es, pero no tiene más problema que la de ser una arpía. Para su desgracia, Cian me lo contó todo.

Arrojo el móvil al otro extremo del sofá y me estiro cuan larga soy en él.

¿Qué diablos le pasa al mundo? ¿Es que yo atraigo a toda la porquería que habita en él o qué?

El timbre de casa suena sacándome de mis cavilaciones contra la peste del planeta. No me sorprendo al ver a Calha al otro lado cuando abro la puerta. Llevamos toda la semana quedando. He de decir que ha encajado en mi vida de forma muy natural. Hay veces que olvido que apenas sé de ella. En cuanto me ve la cara, ya sabe lo que pasa.

—¿Otra llamadita de esas?

—Esta vez de la madre de Cian —explico.

Alza las cejas alucinada.

—Diría que no ha sido una charla muy agradable.

—De esa mujer no hay agradable ni el aire que respira.

—¡Ay, Nec! ¿Así es como te llevas con tu futura suegra?

Un escalofrío me invade. Sin duda es una parte importante en la que pensar si se dan las cosas en esa dirección.

—¿No hay noticias de él?

Niego con la cabeza.

Calha se adentra en el recibidor con resignación.

—¿Qué te parece si esta noche salimos a divertirnos? Realmente estar esperando a que te llame es una completa estupidez.

Y tiene razón. Ahora que ya no asisto a clase, poseo demasiadas horas libres para comerme el coco y la terapia no servirá si no busco un objetivo que me anime a levantar por las mañanas. Esta espera ha sido un entretenimiento muy bueno para no estar tan centrada en mis mierdas, pero ¿cuánto más voy a poder estirar esta goma sin que me rebote en la cara?

—Salir no parece una mala idea —admito por fin.

—¿Cuándo he tenido yo una mala idea?

La estudio con las cejas alzadas dispuesta a nombrar un montón de ocasiones que en realidad nunca se han dado. Todo lo que Calha ha hecho ha desembocado en que nos hayamos convertido en amigas, y unas no muy malas. Desde luego no entramos en el tópico de amistades comunes; no obstante, eso ahora no me parece ni relevante.

—Te concedo esta batalla, Cally —digo para chincharla.

Se ríe y da palmaditas como una enana y va directa a mi habitación.

—¿A dónde vas?

—A mirar qué clase de ropa tienes para salir de fiesta. No te ofendas, pero tus colores a la hora de vestir son muy... sobrios.

Sobrios, por no decir sosos, sin gracia, simples... Lo peor es que no va a encontrar nada. Toda la ropa con «vida» quedó en mi antigua casa. La que tengo ahora es la que me he comprado por internet con tal de no tener que socializar con la gente. No me ha ido tan mal, aunque sí que es verdad que algunas prendas tallan más grande de lo que me correspondería si me hubiese molestado en acercarme a una tienda física.

Me apoyo en el marco de la puerta mientras la veo rebuscar tirando toda mis prendas al suelo. Pongo los ojos en blanco y respiro hondo. ¿Es necesario desordenarme la habitación? Agarra un jersey gris como si fuese un cadáver en descomposición y con una mueca que deja patente su desagrado.

—¡Tenemos que ir de compras, Nec!

Contemplo el clima que se desarrolla tras la ventana y prefiero meterme en un nido de avispas. Ya no se trata solo de la lluvia, que cae como jarros de agua, sino el viento fuerte que la acompaña.

—¿Pero tú has visto la que está cayendo?

—Tenemos paraguas.

—Llegaremos empapadas.

—Vamos a ir de compras, podemos cambiarnos con lo que compremos.

—Enfermaremos.

—Después de pasárnoslo bien.

—No quiero.

—¡Claro que sí!

Voy refunfuñando, llevada a rastras por Calha, por el pasillo. No va a aceptar un no por respuesta, lo sé.

Según salimos me lamento; hace frío, uno que hiela la piel. Me alegro de haber adquirido unas katiuskas hace unos meses y un chubasquero que es más funcional que bonito.

Como vaticiné, llegamos empapadas. Al paraguas de Calha se le rompieron siete varillas al poco de salir de casa y combarse hacia fuera. Mi impermeable dejó de ser tal en cuanto se rozó en la pared de un edificio y se rasgó por varios sitios. ¡Lo barato sale caro, es verdad! Resumen: llegamos al centro comercial con el pelo goteando, y la ropa pesando cinco kilos más de lo que le corresponde. Nada más atravesar las puertas automáticas tiro el plástico que me cubría en la primera papelera que veo. Le dedico una mirada huraña a mi amiga, sin dejar escapar una pulla.

—¿Qué era eso que decías de que tú nunca tienes malas ideas?

Me sonríe con inocencia.

—¡Que esa cosa que llevabas encima acabe ahí es de haber tenido la mejor idea del mundo!

Resoplo.

—Además, este inconveniente tiene una solución muy sencilla. ¿Dónde está el problema?

Miro mis pantalones, sabiendo que la única parte seca es la que cubren las botas.

—¡Voy a tener que comprarme hasta bragas de lo mojada que estoy!

Calha se echa a reír por el doble sentido de mi comentario, pero a mí se me disipa el inicio de risa que iba a emitir al ver a su hermano justo enfrente.

—¿Se puede saber qué os ha pasado?

El análisis no se centra en mi amiga precisamente, sino en mí. Su repaso me caldea más de lo que desearía, y que se haya quedado encallado en mi pecho no ayuda. Bajo la vista; ver mis senos resaltados por las gotas de lluvia y el jersey realzando mi busto, me lleva a cubrirme como puedo. ¿Resultado? Nuestras miradas encontrándose y evitándose. Senén carraspea, y yo me sitúo detrás de su hermana.

—Nos ha vomitado una ballena. ¿A ti qué te parece? —espeta mi acompañante, fastidiada.

—¿Por qué no habéis cogido el transporte urbano?

—¡Menuda tontería!

—¿Os habéis visto? —rebate el psiquiatra.

Calha pone las manos en alto.

—¡Oh, por Dios! ¡Tú y Venec haríais buena pareja! ¿Sois alérgicos al agua o qué?

Ambos saltamos como si nos hubiesen pinchado. Ella da por zanjada la conversación tirando de mí hacia las tiendas.

—¡Esté atento al móvil! Después te llamaré para que nos lleves de vuelta, Ny —grita sin detenerse.

La cara de Senén muestra que la idea no le agrada un ápice, al igual que a mí.

—Prefiero pillarme un taxi —la informo.

Vuelve a poner los ojos en blanco, y nos introducimos en uno de los comercios. Me suelta y se pone a rebuscar entre montones de ropa; coge las prendas que ha separado tras su análisis. La sigo atenta. ¡Nunca vi a nadie tan decidida a la hora de comprar! Cuando no le caben más prendas entre los bazos, me las arroja encima y me empuja hacia un probador. No es que sea muy amplio, pero aparenta más raquítico con las dos en él. Sin ningún miramiento, ella se empieza a quitar la ropa hasta quedar completamente desnuda. Me contempla con toda naturalidad esperando que yo haga lo mismo.

—¡Vamos! He cogido ropa interior para las dos.

Calha se desespera ante mi lentitud y me desabrocha los pantalones. Visto que no tengo donde colocar tanta ropa la dejo en el suelo mientras mi amiga me baja las perneras.

—Puedo mejor sola —le digo cuando no ceden más debido al calzado.

Me ignora y me quita el jersey y la camiseta mojada sin esperar que coordine mis movimientos con los de ella. Me da la vuelta y desabrocha mi sujetador. El espejo enseña mis pechos y los pezones rosados. Calha, detrás de mí, desliza los pulgares por los bordes de mis bragas y tira de ellas hasta descubrir mi sexo con algo de vello.

—Nec, ¡tienes un cuerpazo de infarto! —dice mirando con todo el descaro mi desnudez—. Las botas te las quitas tú.

Rebusca entre el montón de ropa que yace en el suelo con su culo respingón hacia mí. Puedo verle los pliegues de su intimidad con total claridad, y me cuestiono si las mejores amigas tienen todas este grado de confianza. A ella no parece importarle, pero yo me detengo a observar ese pecho lleno que le cuelga al estar agachada, y que me apetece acariciar; sus pezones grandes, el tatuaje de un colibrí a un lado de su vientre. Una punzada breve de deseo me invade y me asusto. ¿Qué diablos me pasa?

Acabo de quitarme la ropa y me inclino sobre unas bragas de encaje que están a mi lado. Son de un tono burdeos y es como si no llevara nada. Calha se está abrochando un sujetador de colores, de flores bordadas. Evito mirarla demasiado, molesta conmigo misma. Me ciño la parte de arriba, que combina con el tanga que me acabo de poner, y mis pechos resaltan, henchidos.

—Sabía que ese te quedaría genial. ¡Espera!

Me giro y veo cómo mete uno de sus dedos entre el encaje de mis bragas, junto a uno de mis muslos, para recolocar mejor un plisado que quedó metido hacia dentro. Su ligera caricia me ha hecho soltar un breve gemido; me ha excitado. Intento simular mi respiración cogiendo lo primero que pillo. La vigilo a través del espejo, pero está interesada en la ropa que tenemos a nuestros pies. Me visto lo que tengo entre las manos, deseando salir de aquí. La falda plisada gris con amarres de cuero en un lateral me queda increíble, pero me hace tener que buscar otra prenda más. Capto lo que es una camiseta de manga larga, pero para mi sorpresa cuando me la pongo deja parte de mi abdomen al aire; el escote cuadrado tampoco ayuda.

—¡Estás tremenda, Nec!

Gimo con hastío.

Me acaricia las piernas y pego un bote.

—¿Tienes cosquillas?

—Pues...

—Te faltan estas medias —dice tendiéndome unas muy sugerentes.

Se las cojo y me las coloco sin mucho cuidado, por lo que me gano varios manotazos de Calha, aún sin vestir; ella realiza la tarea. Se agacha y separando la tela con cuidado entre sus dedos, me introduce el pie y arrastra la media por mi pantorrilla, la rodilla, el muslo. Repite la acción con la otra pierna y cuando llega a mis nalgas cuelas sus manos por dentro de la media. Mi respiración se descompensa, y el calor entre mis muslos se intensifica. Sube las manos por mis caderas y estira bien el panti, hasta presionar la costura en mi clítoris; jadeo. Se separa de mí sonriendo y dando el visto bueno a mi atuendo. Mi pecho sube y baja con ferocidad.

—¿A que te lo estás pasando bien?

Su sonrisa me deja claro que esto no ha sido tan casual como pareció. Sabe el estado en el que me encuentro y lo disfruta. No soy capaz de moverme, solo contemplo cómo se prueba un vestido ajustado por los pies. Contonea sus caderas mientras lo sube y se agacha para regalarme una vista impresionante de sus pechos, que escapan del sujetador. Noto cómo la lencería que llevo se va humedeciendo a la vez que sus senos son apretados por la tela del vestido, volviéndolos muy apetecibles.

¿Venec, en qué piensas?

—¿Calha dónde estás?

Esa voz me alerta.

—Aquí —contesta mi acompañante sin preocuparse lo más mínimo.

La cortina es descorrida bruscamente, y solo verlo hace que me empape por dentro. ¡Me voy a morir de combustión espontánea! Sus ojos me recorren con atención; yo casi jadeo sin poder contenerme. Estoy apoyada contra una de las paredes de este cubículo y con las mejillas enarboladas de un rosa intenso. ¡Estos dos van a acabar conmigo!

Senén aprieta los labios y se da la vuelta para irse corriendo la cortina de nuevo. No obstante, eso no evita que me fije a tiempo en su creciente erección.

Calha se mira en el espejo ajena a todo lo que no sea admirar cómo le queda la prenda.

—Voy a por unos zapatos —anuncia tan campante.

Me deslizo por la pared hasta el suelo y me siento. ¡Vale, mi vida se está complicando mucho! Y yo no entiendo por completo este ardor placentero que me crece entre las piernas.

***

¡Hasta los topes de bolsas vamos! Doy gracias de que estamos en rebajas, pero aun así me he gastado una cifra larga de tres números. Calha se ha asegurado de que renueve por completo el vestidor. ¡Tendré ropa de sobra para el próximo par de años! No sé si mitad de la que llevo aquí me quedará bien, pero no me atreví a meterme otra vez con ella en un probador. Me fío de su «ojo clínico» para saber si me favorecerá. Todavía estoy confusa por lo acontecido allí dentro. Por si fuera poco, ha conseguido arrastrar a su hermano con nosotras y lleva la mayor parte de los paquetes. Hay varios de calzado, que sí que me probé, que ni siquiera deberían caberle en las manos.

Me siento incómoda no, lo siguiente. Percibo las miradas aprobatorias de la mayor parte del gremio masculino que nos cruzamos. Calha también me obligó a que le dejara hacerme una trenza de lado. Según ella, completaba el look. ¿Me siento atractiva? ¡Sí, y mucho! Pero me noto rara estando con ellos.

Llegamos al aparcamiento subterráneo y nos detenemos frente a un todoterreno negro. La mayoría de nuestras compras caben en el maletero, pero la ingente cantidad se ve desplazada, en parte, a los asientos de atrás, junto a mi amiga. Esta me sonríe.

—Te sientas delante, con mi hermano.

Maldigo internamente mi suerte y rezo para que el camino se me haga lo más corto posible. Abro la puerta del copiloto y me siento. Senén entra poco después, con la mandíbula tensa. Nos hemos puesto todos el cinturón cuando sale del parking.

Por el espejo retrovisor veo a su hermana mordiéndose el labio inferior de forma traviesa mientras está con el móvil. Senén mantiene en todo momento una mano sobre la palanca de cambios. Cerca, mi pierna, cubierta por la media oscura hasta el muslo y semitransparente más allá de él, roza sus nudillos. Cambio de postura y finjo atender la carretera.

¿Por qué algo tan sencillo como esto me resulta terriblemente difícil? Pero lo de Calha, ¡eso me ha dejado por completo desubicada! ¿Qué se supone que debería hacer ahora? De verdad que necesito una amiga, pero es que además me encuentro con alguien que encima le gusta sobarme. ¿Lo peor? Que a mí también me ha gustado.

Debería estar pendiente de recuperar a mi mejor amigo y tener claros mis sentimientos por él. ¿Cómo he complicado tanto las cosas? Tal vez sí que padezca algún tipo de desequilibrio. ¿Qué me pasa?

Me sobresalto al darme cuenta de unos dedos rozándome la pierna, cerca del bordillo de la falda. Senén me mira de soslayo; su mano ha acariciado mi extremidad sin querer. O eso creo. Frena ante un semáforo en rojo, y me percato de su observación en mi persona. Un escalofrío me recorre en su inspección. Jugueteo con el cinturón sobre mi pecho, y lo uso de excusa para poder taparme. Su querida hermana no me ha dejado ponerme una chaqueta por encima, y ¡no será porque ahora no llevo variedad!

Tiró del extremo de la falda sin éxito; no da más de sí. Es como si llevara una eternidad a la espera de que ese puñetero aparato cambiase de color. La lluvia, por otra parte, empieza a amainar, y yo reniego por no haber insistido más en coger un taxi. Senén arranca nada más cambiar la luz. Seguimos en silencio, sin que nadie se moleste en iniciar un tema de conversación.

—¿A dónde te apetece que vayamos?

Retiro lo dicho. Calha, asoma su cara entre los asientos, aún fijando su atención en el móvil. El psiquiatra arruga el ceño.

—No sé. Cualquier sitio valdrá.

Su amonestación silenciosa me hace suspirar. Me va a echar un discurso de los suyos. Siempre que he mostrado desinterés por algo, ella se ha encargado de pisotear esa energía insípida —como la llama ella— y rebatir el inexistente argumento con un montón de posibilidades que, aunque razonables, rayan en el positivismo exagerado de una persona ingenua. Por el momento, su manera de ver la vida va ganando a la mía.

—Cualquier sitio no valdrá —recalca—. ¿O quieres verte llena de porreros y drogadictos en un tugurio de mala muerte?

¡Luego soy yo la pesimista!

—Somos más inteligentes que eso como para no darnos cuenta a tiempo, ¿no crees?

—¿Pero tú nos has visto? —Señala su físico de arriba a a abajo—. No nos dejarían salir tan fácilmente.

—Me parece que exageras —río.

—¡No, no lo hace! —el psiquiatra ha decidido intervenir en la conversación—. Es mejor que andéis con cuidado por ahí. Evitad la zona norte.

Ruedo los ojos.

—¿No conoces ningún sitio? —me insiste.

—No, Cally. No salgo mucho.

Pone morritos y se dirige a su hermano con la esperanza de que él resuelva el lugar de destino de esta noche. ¡Yo es que ni ganas tengo ya, pero a ver quién se lo hace saber a mi compañera!

—¿Por qué tenéis que salir hoy con el diluvio que está cayendo?

Esa frase me recuerda a todas aquellas veces que mi madre me decía cosas parecidas para que no saliese. Lo consiguió hasta que cumplí dieciocho años; no obstante, creo que me perdí una parte interesante y distinta de mi adolescencia. La rabia me invade. ¿Qué pasa, que todos pueden divertirse menos yo? ¡Venec sé normal, pero mira cómo los demás viven y tú solo quédate con las ganas! ¡No más!

—¡Como si se nos viene un tornado encima. Calha y yo salimos esta noche! —espeto bastante borde.

Mi amiga se gira y me abraza orgullosa.

—¡Esta es mi chica! —dice dándome un beso en la mejilla.

—¡Lo que me faltaba! —murmura él.

—¡Tú no lo entiendes, Ny! Venec está depre porque su mejor amigo pasa de ella como la mierda, después de que empapelamos toda la ciudad con su cara. ¡Es el amor de su vida!

Senén y yo pegamos sendos botes en nuestros asientos, además de un volantazo por parte de él que nos ha puesto los pelos de punta.

—¡Senén, conduce bien! ¿O quieres matarnos? —grita Calha.

Su respiración es agitada, como la nuestra, y aprieta el volante. Me dan ganas de fulminar a su hermana. ¿Por qué le cuenta nada?

—Así que vosotras sois las artífices de esos carteles. ¿De dónde habéis sacado ese cuadro?

—Lo pintó, Nec. ¿A que es fantástico?

—Una verdadera obra de arte, la verdad.

Sonrío con disimulo. Parece estar impresionado.

—Aunque llegué a pensar que era algún tipo de campaña publicitaria para promocionar un club de citas.

¡A la mierda todo mi orgullo! ¿En serio simula eso el mensaje? La exclamación ahogada de horror de mi amiga casi me deja sorda.

—¿¡Cómo te atreves!? —se escandaliza.

—¿No habéis recibido llamadas de ese tipo? —se extraña Senén.

Nosotras nos miramos con la firme intención de no aclararle que en efecto solo me telefonean para eso, y para describirme con todo lujo de detalles lo que me harían.

—Ya.

Ha leído entre líneas. Seguro que en su trabajo ha visto cosas de lo más variopintas y entienda mejor el pensamiento de los demás.

—Entonces ¿hoy no duermes en casa?

Mi corazón late deprisa al oír la pregunta. Es a mi amiga a quien va dirigida, lo que me lleva a pensar en cuándo daremos la salida por concluida o si se quedará conmigo.

—No. Me quedo con Nec. ¿A que sí?

Asiento, aunque no sé por qué, porque no quiero que se quede, y más desde lo que pasó en el probador. Aún tengo que analizar qué fue eso, y las dos solas compartiendo cama... ¡Simplemente, no es una idea sensata!

—Últimamente pasáis mucho tiempo juntas. Apenas te veo.

—Congeniamos bien y me gusta mucho estar con ella —dice mirándome con intención.

¡Juraría que mi casa no queda tan lejos para que el trayecto se me esté haciendo eterno! Su comentario me deja trastocada y acalorada. En cuanto llegue tendré que cambiarme de bragas otra vez, estas ya no sirven. ¿A ver si voy a ser una viciosilla? ¡Lo que me faltaba!

Por fin, llegamos. La lluvia apenas descarga cuando saco las bolsas del maletero; Senén me ayuda. Su hermana sigue atenta al móvil mientras escoge las bolsas que usará esta noche.

—Veo que te llevas bien con Calha. Me alegra que tenga una amiga.

Se me caen las llaves al suelo al escucharlo. Las recojo y forcejeo con la cerradura de mi casa por mis manos temblorosas. Si me hubiese dicho esto hace doce horas, le habría contestado que yo también estoy contenta. ¡Ahora, estoy atacada!

Consigo abrirnos paso y respiro hondo. El aire de aquí no es más fresco que el de fuera, pero el olor me hace sentir a salvo. Senén coloca las bolsas sobre el sofá, y yo dejo las mías en el suelo. Me recuesto en el reposabrazos con los ojos cerrados y suspiro. Las pantorrillas me están matando.

Una mano cálida me acaricia la mejilla, me apoyo en ella sin separar los párpados.

—Si tu amigo no te llama, es porque es un imbécil. Tú vales mucho, bella Venec.

Lo contemplo embobada. Sonrío por sus palabras, pero se me queda el rictus estático cuando baja su mano por mi cuello, y desliza su dedo índice por mi yugular, mi clavícula hasta mi canalillo. Jadeo y se retira con brusquedad; mi cuerpo se inclina buscando aún su roce. Me repongo como puedo y me levanto. En ese momento, llega Calha con unas cuantas bolsas y la cabeza metida en su Iphone; Senén y yo nos separamos más.

—Bueno, creo que ya tengo una ruta que podemos seguir sin preocuparnos de que nos violen —anuncia ella.

¡Qué bruta es, madre mía! Su hermano se lleva las manos a la cara.

—Me marcho. Si necesitáis que os recoja, avísame.

Ella asiente, y él se larga cerrando la puerta de la entrada. Me quedo observando esta largo rato. Los momentos con Senén se me antojan demasiado breves e imprecisos. Es como si nunca consiguiésemos acertar con el momento o la circunstancia. Ni siquiera entiendo lo que me pasa con él. Me pone, lo odio, lo deseo, lo quiero ver lejos, me apetece, me da igual. ¡Tengo que pedir una cita con Lea, pero ya! ¡Estoy más salida que la esquina de una mesa!

—Tengo hambre, ¿tú no?

Reparo en Calha, a un palmo de mí, esperando mi respuesta.

—Supongo que deberíamos comer algo si tenemos intención de beber después.

Yo debería comer hasta reventar para evitar probar el alcohol más tarde. Y debería hacer una compra abundante el fin de semana. Últimamente he estado pidiendo demasiada comida a domicilio.

—¿Qué pedimos?

Lo dicho, solo probamos comida de restaurantes. No es que sea una experta en comida casera; sin embargo, no me tendría que adaptar al menú establecido. Tampoco es que tenga nada que cocinar ni me vaya a dar tiempo, quiero cambiarme. ¡Ni de coña salgo así, visto lo visto!

—Pizza.

—¿Pizza? —se asquea Calha.

—¿No te gusta?

—Nunca le he cogido el gusto a esa comida y además, ¡odio el queso, es asqueroso!

Me resulta insólita su declaración. No había conocido a nadie a quien no le gustase la pizza.

—Vale, pues decide tú.

Pone un mohín hastiado.

—Llevo todo el día decidiendo yo.

Ruedo los ojos y me deshago la trenza.

—Tú sabrás qué te apetece para cenar —objeto.

Se tira en el sofá y cruza las piernas con un dedo sobre su mejilla.

—Quiero marisco y vino para beber.

Alzo las cejas.

—¿Marisco antes de salir?

—¿No te va?

Frunzo los labios.

—Estaba pensando en lo desagradable que sería vomitar eso.

—¿Eres bulímica?

—¿Qué? ¡No! —me apresuro a responder. ¿Cómo llegó a semejante conclusión?—. Pero si nos pasamos bebiendo, ya sabes....

—Ah. —Lo medita unos instantes—. ¡Me da igual, quiero marisco! Voy a pedirlo.

Empiezo a ver la niña caprichosa y consentida que habita en ella. Enfilo por el pasillo dejándola con su encargo.

—¿A dónde vas? —susurra alejando el móvil de su oreja.

—A darme una ducha.

Por toda respuesta obtengo una risa. ¡Será desgraciada! ¡Qué nochecita me espera!

***

Atiendo a mi barriga, tres cuartas más grande. ¡He comido como si no hubiese mañana! Cada una ha engullido un centollo entero y parte de la botella de vino (y eso que no me apasiona).

—Admítelo; mejor que la pizza.

—Lo que tú quieras —rezongo.

¡Estoy yo ahora como para discutir tonterías! Me alegro de haber tomado la sabia decisión de vestirme antes o ahora me pondría un chándal de los míos. No sé cómo le irá al elástico de la ropa interior.

—Bueno, ¿lista para quemar las pistas de baile?

La ojeo sin ganas. ¿De dónde saca tanta vitalidad para estar a tope a cada minuto?

—Cinco minutos. Aún tengo un bigote del animal bajándome por la garganta.

Se echa a reír por mi ocurrencia y tira de mí hasta que me pongo de pie.

—Si no tienes ganas de salir puedes decirlo, yo lo entenderé —apelo a su generosidad.

—¡No seas tan aburrida, te pareces a mi hermano! ¿Qué os pasa?

La comparación con el susodicho me fastidia y no toco más el tema. Hacemos esto para que me no piense en Cian y en todas las llamaditas que estoy recibiendo. Ganas de salir: 0. Conformismo:10.

Cally se pone un abrigo y me pasa otro que ha escogido de entre las bolsas. Nos dirigimos a la calle, yo medio tambaleándome porque no tengo la misma práctica que ella andando en tacones. Por suerte, el cielo se ha despejado y aunque sigue haciendo un frío que pela, no creo que pillemos el aguacero de esta tarde. Apago la luz del recibidor y paso la llave, que guardo en el bolso que llevo. ¡De verdad, odio los bolsos! Se supone que sirven para meter todas esas cosas que necesitas, pero que ocupan o te molestan, aunque nadie habla de lo incómodo que es cargar con una ridiculez, o en su defecto con uno del tamaño de una maleta, al que tienes que estar atenta porque si te lo roban pierdes todo lo importante que llevas encima.

—¡Vas muy bonita, Nec!

Me inquieto por su cercanía y porque me ha agarrado de la cintura. Me besa en la mejilla y apoya su cara en mi hombro. Tiene un carácter tan imprevisible que me aturde. Nunca estoy preparada para su reacción.

—Me gustas, Venec.

Me detengo en el acto, y ella me contempla, insegura.

—¿Sucede algo? —se extraña.

Me repongo como puedo, porque no es que sea una declaración, ¿no? Ella también me agrada, si no está claro que no pasaría mi tiempo con ella.

—No, nada.

Retomamos el rumbo hacia el centro de la ciudad, donde está el ambiente. Vamos dejando atrás las calles más tranquilas y nos metemos progresivamente en las de más bullicio. Se nota el cambio, desde la iluminación (más acentuada aquí para evitar el vandalismo), la gente joven, el jolgorio, la música que se cuela desde dentro de algún establecimiento cuando entran y salen. Cally me agarra de la mano entrelazando nuestros dedos. Decido no darle mayor importancia, ya que cuesta andar. Recibimos algún que otro silbido acompañado de comentarios que dan más asco que gusto escucharlos.

—¡Algunos tíos solo maduran cuando se mueren! —espeta Calha molesta.

¡Ya es el segundo comentario de odio que profiere contra el género masculino desde que la conozco! Me intriga esa rabia manifiesta y no lo dejo correr.

—¿Detestas a los hombres?

Se vuelve hacia mí, desconcertada.

—¡No! Es que algunos pueden llegar a ser... realmente indeseables.

Su expresión cambia a una de incomodidad y me queda claro que hay mucho más de lo que deja entrever.

Nos adentramos en uno de los edificios más pijos de la ciudad, donde si no me equivoco tienen una terraza en la azotea para los clientes. En teoría es un hotel, así que me hallo algo confusa ahora mismo.

—Han reformado los dos últimos pisos y los han convertido en la discoteca de moda —me comunica—. Eres mu transparente, ¿lo sabías?

Ríe instándome a que apure el paso. Los suelos pulidos de la entrada no me dan la seguridad necesaria para marcarme un sprint. Lo bueno es que el lugar apenas posee un par de personas entre el recepcionista de detrás del mostrador y un cliente que pasea por el hall. Enfilamos hacia el ascensor, de frente y de grandes dimensiones, que hace juego con el resto del vestíbulo, de tonos ocres. Mi amiga pulsa el botón del piso superior, el once. No para de sonreír y dar pequeños saltitos.

—¿No estás emocionada?

¿Debería? Me pregunto. Quizás sí. Soy joven, poseo una independencia que mucha gente de mi edad desearía y voy a asistir al local más de moda de la ciudad con mi amiga, pero lo único que percibo en mí es una mezcla entre nervios e incomodidad. Habrá mucha gente, presupongo, y seguro que no se puede ni andar, algo que ya de por sí me agobia. Y eso sin contar que el suelo no ceda por el exceso de peso y de gente saltando. ¿Los pilares de este sitio serán lo bastante fuertes? Me sacudo la cabeza por mis pensamientos fatalistas.

Las puertas se abren con un sonido de campanillas.

—Tengo sentimientos encontrados —admito.

Calha sonríe abiertamente.

—Me encargaré de que sean positivos. —Me guiña el ojo.

Delante, un par de seguratas franquean la gran puerta doble. Me extraño un poco ante la facilidad que hay para acceder.

—¿No tenemos que pagar entrada o algo?

Cally se vuelve, a un par de pasos delante de mí.

—Las chicas no. Es su manera de atraer a la clientela masculina.

—Pff —digo cruzando las puertas agarrada a ella.

¡Pobre de aquel que nazca hombre! Queremos igualdad, pero aún se sigue exigiendo que la mujer sea un objeto de deseo, y el género masculino pague por verla. Si hubiese venido con Cian, yo habría entrado gratis, y él tendría que pagar para poder estar conmigo. Suena casi como a prostitución. Mini actos de degradación que aceptamos con una sonrisa. ¡Asqueroso!

Le damos nuestros abrigos y bolsos a la guardarropa. Enseguida reparo en el lugar. ¡Es enorme! Todo está a oscuras excepto por las luces estroboscópicas del techo y de las paredes. La pared del fondo es todo un ventanal de un extremo a otro, en el que las vistas panorámicas de la ciudad son increíbles incluso desde aquí. A la derecha hay unas escaleras amplias de hierro junto a una de las barras, imagino que sean las que llevan a la azotea. El local está concurrido, pero no resulta en absoluto agobiante. Descendemos cinco escalones que dan a la pista de baile, donde hay gente restregándose más que bailando. Calha me arrastra, emocionada.

—¡Vamos, Nec! ¡Desmelénate!

Me suelta y gira sobre sí misma moviéndose de manera provocativa. Un par de tíos cerca de nosotras la admiran con un interés malsano. Me acerco a ella vacilante. Me gusta bailar, no es que lo haga bien ni mucho menos, pero lo disfruto. Que me miren mientras lo hago ya no tanto, y menos con los buitres estos. A ella no parece importarle o es que ni cuenta se ha dado, porque me arrima a ella y posa ambas manos en mis caderas invitándome a que me mueva con ella.

—Vamos a ver si conseguimos provocarles un buen dolor de huevos a esos babosos de ahí.

Río negando con la cabeza.

—Eso no estaría bien —me compadezco, alzando la voz para que ella me escuche.

—Estará muy bien, te lo prometo —dice sobre mis labios.

Me dejo embaucar por su caricia en mi mejilla, apartándome el pelo suelto que cae sobre mi rostro; otra caricia en mi costado desde el pecho a la cadera, su roce desde mi rodilla hasta el muslo, en donde se topa con la tela de mi pantalón corto. No es invasiva, es sutil, cuidadosa. Me observa sin perder ni un atisbo de mis reacciones. ¡Joder, me gusta lo que hace! Nuestros pechos chocan y me muevo contra ella, envuelta en deseo. Nos contoneamos fingiendo seguir el ritmo de la música, nuestras caderas subiendo y bajando. Sus ojos azules oscuros se entretienen en mis labios. Se muerde los suyos, tan rebosantes, y se inclina sujetándome por la cintura. Las ganas que experimento de golpe por querer besarla me sobrecogen y me aparto de imprevisto.

—¿No estás a gusto? —inquiere cerca de mi oreja y acariciándome la cintura con una de sus manos.

Respiro rápido, asustada por lo que provoca su cercanía en mis sentidos.

—Yo... —Intento tranquilizarme—. Calha, es que yo no..., no sé si quiero que esto suceda.

Se aproxima más a mí y me acaricia mi mejilla como antes, también mis labios con anhelo.

—No voy a hacer nada que tú no quieras —me asegura, y eso me derrite por dentro.

—Lo sé, solo que yo... —La miro. ¡Es guapísima!

—¿De qué tienes miedo, Nec? —susurra depositando un besito en mi cuello.

Una sacudida de deseo me invade por su gesto. Sigue con sus labios presionando cerca de mi yugular, besando despacio y brevemente. Echo la cabeza hacia atrás para facilitarle el paso. Apoyo mis manos en su cintura, palpando su delicadeza y queriendo ir un poco más allá. Mis dedos bajan por su vestido rojo hasta el límite de este y subo por el interior de su muslo tan suave, hasta que la cordura hace mella en mí.

Me deslizo a un lado con la respiración completamente alterada y contemplándola impresionada.

—De mí —le respondo como si despertara de un embrujo—. Tengo miedo de mí misma.

Me sobrevienen unas ganas horribles de llorar, y más por la cara de estupefacción de la que en teoría es mi amiga. Salgo corriendo hacia la salida y le pido a la chica del guardarropa mis cosas. Noto a Calha detrás de mí pronunciando mi nombre. En cuanto me dan mis cosas apuro el paso hasta el ascensor y pulso repetidamente el botón que me dará la escapatoria. Las puertas se cierran justo en el instante que mi amiga me da alcance. La escucho gritar mi nombre al otro lado, mas respiro aliviada cuando sé que he conseguido huir. ¡Me estoy comportando como una idiota, soy consciente de ello, pero no puedo lidiar ahora con esto! No puedo.

Fuera, me quito los zapatos de tacón y sigo con mi carrera con ellos en la mano. Un brazo me retiene de mi fuga. Choco contra su cuerpo y miro hacia arriba.

—Nec, ¿qué sucede? —Su tono es apremiante, y la preocupación que demuestra su rostro me hace sentir como la mierda que soy.

Rompo a llorar desconsolada, sin entenderme lo más mínimo. ¿Tan retrógrada soy? Me abraza y me cobijo en su resguardo sintiéndome más pequeña. Acaricia mi pelo y me besa en la cabeza. No me suelta y sigue afianzándome con fuerza hasta que me voy calmando. Mi corazón late fuerte contra mis costillas, las cosquillas de mi vientre aparecen y se quedan.

—Me atraes mucho, Nec —dictamina sobre mi oído—. Como mujer, como amiga y como algo más, si es que me das la oportunidad.

Me aleja despacio, aferrándome por los brazos. Lo siguiente lo dice sobre mis labios, tentándome.

—¡Me fascinas! —coloca los dedos bajo mi barbilla y la alza. Si cualquiera de las dos se mueve nos besaremos y mi interior palpita de deseo.

—Cally, me caes muy bien —Reúno valor para proseguir—, pero no estoy segura de nada.

—Sé que me deseas como yo a ti —me desafía—. Percibo cómo tiemblas entre mis brazos. ¡No es miedo, son ganas, cariño!

Cierro los ojos con ahínco, negándome a oír lo que su endiablada boca me sugiere.

—Está bien. —Se separa de mí.

—Necesito tiempo —me excuso.

—Te esperaré.

Doy un brinco y la observo con sorpresa. El cosquilleo de mi vientre se intensifica y un leve mareo se acomoda. Me ilusionan sus palabras y eso me desconcierta; estoy dichosa. Quizá porque alguien va a luchar por mí, porque Calha no me resulta indiferente o porque yo también le gusto.

—Te ofrezco una semana para que te acostumbres a lo que te hago sentir. —Me mira fijamente—. Cuando se acaben esos siete días, volveré.

—¿Y qué sucederá? —le pregunto en un hilo de voz.

—Lo que tú quieras.

—No quiero que me esperes.

Eleva una mano para que deje de hablar.

—Eso no es decisión tuya.

—Cally...

—Lucharé por ti como nadie lo ha ha hecho.

Jadeo por su declaración. Me hierve la sangre y las piernas me tiemblan.

—Esto es una locura —manifiesto—. Apenas nos conocemos de un par de semanas...

—Lo que es una locura es saber lo que una quiere y no pelear por ello —declara alzando la voz—. ¡Yo te quiero a ti!

Acorta la distancia entre nosotras y me da un beso en los labios que me sabe a poco. Respira sobre mí clavando sus ojos oscuros sobre los míos, con intensidad.

—Una semana, no lo olvides. —Y se va.

La veo alejarse con ese vestido tan llamativo y tan ceñido, contoneando sus caderas al andar. Se le va subiendo a cada paso y rememoro la suavidad y tibieza de su piel; suspiro. Mis cosas están en el suelo tras el forcejeo, me agacho a recogerlas. El abrigo me hace entrar en calor enseguida, uno más sano que el que he estado experimentando hasta ahora. Me coloco el bolso cruzado por encima y los tacones me resultan un tortura que me devuelve a la realidad. Regreso a casa con andar lento, pensando en que voy a tener que cambiarme otra vez de bragas.

***

Ha sido una noche muy corta, de vueltas en la cama. A pesar del frío que tenía, no he podido taparme sin que el agradable calor me hiciera imaginar las caricias de Calha. Sudo en contraste a la baja temperatura. Al menos ya no pienso en Cian, aunque este «remedio» no es mejor. ¿Es que soy incapaz de tener una amistad que no acabe en un lío amoroso?

Me ducho en agua helada, para templarme, aunque no duro mucho debajo del chorro. Me visto el chándal más calentito que tengo, gris oscuro, y desayuno un bol de cereales con leche. Mastico sin ganas, atendiendo al vacío. ¿Qué pasa dentro de mi cabeza para tener este caos de emociones? ¿Ahora también me gustan las mujeres o solo me atrae Calha?

El móvil suena encima de la mesa revelando un número desconocido en él. Otra llamada guarra para iniciar bien el día. ¡Venga, me va la marcha! ¡A ver qué ingeniosidad me suelta este! Descuelgo metiéndome otra cucharada de cereales en la boca.

—¿Sí? —digo con la boca a rebosar.

—¿Hola? ¿Eres la autora del cuadro que se ve en los carteles?

Pongo los ojos en blanco. Una mujer. Ellas suelen ser más duras a la hora de insultar.

—Sí, soy yo.

—Encantada de saludarte. Me llamo Ariz; soy dueña de una galería de arte. Tal vez te suene Ariz Gallery...

Escupo el desayuno que me quedaba en la boca. Esta llamada no es como las otras; esta llamada lo cambia todo.



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