Decisiones y cambios
Espero sentada en un banco de piedra del centro a que Cian salga de currar. Por lo que se ve, no solo se dedicó a averiguar sobre mi vida desde que llegó, sino que además se buscó un trabajo a media jornada en una cafetería de la zona cara de la ciudad.
Atiendo al bolso-mochila a mis pies y la recuerdo a ella. Últimamente todo me la recuerda. Las calles que recorrimos y que empapelamos con la foto del cuadro, los sitios a los que pedíamos comida; la ropa que me he puesto, que insistió en que me comprara porque me sentaba de maravilla. Según decía no podría quitarme los ojos de encima de nadie. Me río con tristeza, porque la muy condenada tenía razón. En poco tiempo, llenó mucho con su presencia y su manera de ser.
Llevo un cuarto de hora aquí sentada y ya he sido testigo de las miradas de apreciación de varios tíos que pasaban. ¡No sé qué les pasa por la mente, pero como vean más pierna que ropa se vuelven locos!
Los días veraniegos parecen querer quedarse, y yo llevo mal tanto calor, así que evito todo aquello que me cubra demasiado.
Solo ha pasado una semana desde que Calha se ha ido y ni siquiera he vuelto a tener noticias suyas. Es como si hubiese desaparecido de la faz de la Tierra. De su hermano tampoco he vuelto a saber nada, pero en este caso lo agradezco porque nunca sé qué esperar de él. ¡Es todo tan extraño!
Los dos primeros días desde que se fue daba pena verme y, aunque ahora tengo de nuevo a Cian conmigo, fue mi determinación a no seguir penando por nadie lo que me sacó de casa a seguir con mi vida. Si los demás continúan con su existencia, yo también. Me permito estar triste, porque lo estoy, pero ya no dejo que eso condicione mis días y mis horas. Me encargo de buscar oportunidades y cosas que aún me gusten.
Atrás quedaron esos funestos días en los que me encerraba a temer el exterior. En los que me centraba tanto en mi malestar que todo lo demás quedaba paralizado. Ha sido un camino largo en exceso, que no ha concluido. Sé a donde no he de retornar. Y tampoco voy a negar que su presencia me da esperanza. ¡Una que creía perdida, porque la fe en los demás era una locura! Ironías de la vida, a pesar de la deserción de Calha, eso no me ha impedido confiar en que se trata de una mala etapa y nada más.
Esa parte ingenua de mi persona piensa que si proyecto lo que quiero, lo conseguiré atraer. Y en estos últimos meses he visto y vivido situaciones de lo más disparatadas, que me llevan a creer que todo es posible.
Su voz despidiéndose de sus compañeros de oficio me distrae de mis pensamientos. Sonríe con confianza y bromea con ellos antes de salir por la puerta. Cuando me divisa, amplia su mueca y se dirige hacia mí sin demora.
Le sienta muy bien la camisa negra del uniforme. En cuanto se acerca, cojo el bolso y lo abrazo. En estos días hemos pisado el acelerador y pasamos todo el tiempo del que disponemos juntos, ya sea en su piso o en mi casa. No hay nada romántico entre nosotros, aunque sí que ha habido momentos incómodos en los que yo he experimentado sensaciones que juraría que estaban dormidas.
—Me encanta tu nueva tú y sus ganas de ponerse estas minifaldas.
Me separo de él dándole un manotazo en el hombro. Le gusta burlarse de mí todo lo que puede y sacarme los colores. Aunque no lo puedo culpar. En toda la adolescencia solo me puse pantalones; los vestidos en muy contadas ocasiones, una de ellas cuando salí aquella noche con Cian, o para ir a la playa. ¡Ya no hablemos de escotes! Ahora eso ha cambiado. No sé si ha sido por la aparición de Cally en mi vida o porque yo albergaba ser más atrevida y sacarlo a flote. Me siento más segura que antes. Me sigo comparando con algunas mujeres que veo, eso es algo difícil de erradicar, pero también veo mis puntos fuertes, ¡que los hay! Por ejemplo, mis piernas torneadas de tanto andar y mi abdomen plano. No me quejo.
—Deja de disfrutar tanto y dime, ¿te apetece que vayamos a cenar por ahí?
Me acerca a él por la cintura y me escruta buscando el truco.
—¿Qué? —inquiero.
—Nada. Es que me gustas mucho. —Sonríe haciéndome enrojecer—. ¿Estás segura? La última vez no nos salió muy bien —declara.
—Tampoco demasiado mal, ¿no te parece? —Se me escapa una sonrisa al recordarlo y me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta.
Su ceja alzada me deja claro que no se le ha escapado mi comentario y evoca una mueca de suficiencia.
—Así que quieres repetirlo, ¿eh? ¡Hay formas más sencillas de pedírmelo, Vec!
Aprieto los labios y lo fulmino con la mirada. ¡Será engreído! Me pongo colorada como un tomate, eso sí, y lo empujo bufando.
—¡Ya te gustaría! —le espeto con mi ánimo decayendo.
Corre tras de mí al acelerar yo el paso y rebasarlo.
—Claro que sí, ya lo sabes. ¡No pienso en otra cosa!
Su tono de cachondeo me clarifica que solo quiere hacerme enrojecer, lo que está haciendo a las mil maravillas, porque siento que tengo una estufa al rojo vivo en la cara.
—¡Déjalo, ya veo que ha sido una mala idea!
Me da alcance y me retiene por la cintura pegándome a él. Me revuelvo, abochornada.
—¡Vamos, Vec! Sabes que estoy de broma. —Me pongo de morros y cruzo los brazos sobre el pecho—. Pero me gusta saber que para ti esa noche fue tan importante como para mí.
Suspiro en un intento por calmarme.
—Lo fue, Cian. Aunque no fuera consciente de la relevancia de ese momento hasta que pasó.
Apoya su barbilla en mi hombro y me aprieta contra él.
—Me basta con eso.
Pero a mí no. No quiero volver a vivir un momento tan transcendental sin darle la importancia que tiene en el instante que sucede. Quiero vivirlo con intensidad, no estar entumecida por miedo a sentir. Y por eso es que me estoy dedicando tanto tiempo a ser yo misma y hacer lo que me apetece; descubrirme cómo soy. Si algún día inicio una relación sentimental con alguien, no quiero que me pille desprevenida, que no me entienda, que esté dando palos de ciego como hasta ahora; quiero saber qué y cómo lo quiero, sin dudar, sin miedos. Quiero disfrutar el proceso.
Me besa en la mejilla y coge mi mano. Entrelazamos los dedos por costumbre, es algo que ya hacíamos antes cuando estábamos a solas, aunque ahora Cian también lleva este gesto al exterior. No me molesta de hecho, porque tampoco lo asocio con nada más que dos personas que se quieren sintiéndose cómodas estando juntas. Sé que él no se rinde en sus pretensiones conmigo, pero es más cauteloso y no quiere pifiarla después de haberme visto tan mal por Calha. Sabe lo que hay, pero su optimismo es inquebrantable. Y bueno, yo soy clara, aunque sí que quizá me dejo querer de más, pero por otra parte, esto lo hacíamos cuando éramos amigos sin saber lo que el otro sentía, así que me cuesta distinguir dónde poner el límite o si lo hay tan siquiera.
Lo observo y me doy cuenta de lo mema que fui al convencerme de que mi vida podría seguir igual sin él. Los colores que aporta a mi vida no los aporta nadie más. Es mi pasado y mi presente, y espero que también permanezca en mi futuro. Sus ojos profundos me inspeccionan, recelosos.
—¿Qué tanto me miras? ¿Ya te has dado cuenta de que estás enamorada de mí? —se chancea.
Me río y le sigo el juego.
—¡No sé cómo he podido estar tan ciega! ¡No puedo vivir sin ti! —Me llevo una mano a la frente de forma teatral.
—¡Soy un partido irrepetible! —se jacta.
—¡Y un engreído de cuidado!
Me acerca a él y me vuelve a besar en la mejilla. Se prodiga en más muestras de afecto que antes, y es que si me ha echado de menos la mitad que yo, querrá subsanar el tiempo perdido. En cambio yo me domino más, no porque no lo quiera como antes, sino porque todavía atisbo miedo a demostrar todo lo que guardo en mi interior. A Cian no parece importarle y doy gracias, porque ahora mismo no quiero forzar nada.
—¡Ey, Vec! Mi compañero me ha dicho que este jueves hay una fiesta en una de las fraternidades para todo el que quiera pasarse. He pensado que tal vez...
Nunca antes habíamos ido a una fiesta juntos, y él ni siquiera me había invitado, no porque no quisiese que fuese, sino porque mi madre no me dejaba salir por la noche. Ahora eso ha cambiado, nadie me lo puede impedir, pero también es verdad que esa clase de acontecimientos me hacen sentir insegura. No sé cómo desenvolverme en esas circunstancias ni qué esperar. ¿Es cómo en las películas? ¿Un desmadre de alcohol, sexo y drogas en el que estaré fuera de lugar? ¿Intentarán drogarme? ¿Acabarán burlándose de mí porque no bebo, porque no sé las mezclas con alcohol para pedir? Quiero ir, pero y si digo o hago algo que me deje en ridículo a mí o a mi mejor amigo. Debo explorar todo aquello que he anhelado en su momento, pero ahora que puedo es como si algo me frenara.
—Era solo una idea, no tenemos que ir si tú no quieres.
Se me olvida con quién estoy; la persona que mejor me conoce del mundo, y es que soy un libro abierto en mis expresiones cuando algo no es de mi agrado.
—No, no. Sí que quiero ir.
Fuerzo la sonrisa, pero Cian no está convencido. No pretendo que él se enclaustre y no haga cosas que le apetezca solo porque yo las tema. Perdí la cuenta de las veces que había deseado ir con él o con mis amigas de entonces a divertirme por ahí, las noches que me dormí llorando porque los demás vivían algo que a mí me estaba vetado. Las horas perdidas viendo la televisión, leyendo un libro, pintando o mirando al vacío sintiendo pena de mí misma. La impotencia de que no me dejaran más libertad, que confiaran más en mi criterio, que me infantilizaran cuando ya era una mujer. Tengo que resarcirme de todos esos momentos en que me quebré y aguanté porque no tenía opción.
—De verdad que quiero ir. Solo que no sé qué ponerme —me excuso.
Se ríe y me abraza por los hombros.
—Estarás bien con cualquier cosa que te pongas. —Se separa un poco de mí y me mira de arriba a abajo; yo frunzo el ceño, desconcertada—. Si llevas algo corto, mucho mejor.
Lo alejo de un empujón, ofendida.
—¿A que me pongo un burka, pedazo de vicioso?
—Siempre que te lo pueda quitar... —dice riéndose. Le doy la espalda y me propongo seguir mi camino sin él—. Sería una verdadera maldad taparte tanto.
Se pone a mi vera y no habla más aunque una sonrisa gamberra lo acompaña. Sacudo la cabeza, molesta. O sea, que algún comentario de esta índole ya hacía, pero es que ahora es distinto. Soy capaz de distinguir el grado de sinceridad que hay en sus afirmaciones, por mucha broma que pretenda disfrazar en ellas.
—¿Entonces vamos?
No lo miro a pesar de su atención en mí.
—Sí —confirmo aún fastidiada.
—¡No sabes las ganas que tenía de ir contigo a una!
El azul de sus ojos brilla de expectación y su sonrisa le forma un hoyuelo en una de sus mejillas. Su energía es contagiosa, y me dejo llevar.
***
Hacía años que Cian y yo no íbamos al cine. ¿Nuestra cena? Se quedó en unos bocatas de chipirones y tortilla de patatas a la salida de este. La película de terror que fuimos a ver cumplió con su objetivo, que yo acabase cagada de miedo. A pesar de que intenté alargar nuestra comida todo lo que pude, el bocata no se hizo kilométrico.
Se ha ofrecido a pasar la noche conmigo, puesto que vivo sola y un tanto apartada de viviendas cercanas; sin embargo, sé que solo es una excusa para que tengamos más privacidad. En el piso que comparte siempre hay gente, aparte de su compañero de piso, y dice que le gusta la tranquilidad que emana mi hogar.
Me tumbo en el sofá cuan larga soy y no tardo en soportar el peso de mi amigo encima. Apoya su cabeza en mi vientre y me abraza por la cintura.
—La mejor almohada del mundo —murmura.
Pongo los ojos en blanco y le acaricio el pelo. Este estado de calma me hechiza. Podría tirarme horas así con él y no me cansaría. Nunca creí que perseguiría el sosiego como el mayor de los tesoros, pero ¡mírame!
Acaricia mi piel por debajo de la camiseta en un acto repetitivo que me hace suspirar. El mundo puede arder ahí fuera, que yo no me cambio por nadie.
Estamos así un buen pedazo escuchando la quietud.
—¿Por qué no has acabado de amueblar tu casa?
Me encojo de hombros.
—No tenía ganas.
—Cuando tengas ganas, yo te montaré los muebles.
Sonrío.
—¿Sabes? —Se me ocurre de pronto y me incorporo obligándolo a levantarse—. No te he presentado a mis compañeros de piso.
Su cara es todo un poema, y me río por lo bajo. Tiro de una de sus manos, detrás de mí y lo conduzco al invernadero. Frunce la nariz en un gesto que no le veía desde que éramos unos críos, cuando le costaba comprender algo. Señalo a mi cactus y a la aloe, que trasplanté hace unos días.
—Ellos son Pinchitos y Estrella, los que me han ayudado a mantenerme cuerda. —Me observa como si estuviese chiflada y resopla—. Amiguitos, este es Cian. Les he hablado mucho de ti.
Él se pone serio como si la situación lo requiriese y estrecha una púa del cactus y una punta de la suculenta.
—Es todo un placer. Gracias por cuidarla cuando yo no estaba. —Se gira hacia mí, me apresa por los muslos elevándome y provocando que suelte un jadeo por la sorpresa—. ¡Había olvidado tu sentido del humor!
Lo rodeo con mis piernas por la cintura y me abrazo a él.
—No era una broma —pronuncio bajito—. ¡Ojalá lo fuera! Saber que ellos dependían de mí, me ayudaba de alguna forma. Es que me sentía igual que una planta, alguien que solo hacía sus funciones vitales, pero incapaz de conectar con el resto de seres más allá de mi mera presencia.
»Ellos me suministraron la vida que me faltaba. Jamás me he alegrado tanto de que las plantas existieran como cuando peor estuve.
Me mira con atención. Sé que suena a locura lo que digo, sé que nadie que no haya pasado por esto va a ser incapaz de entenderme; no obstante, yo sé que no volveré a menospreciar a un ser vivo por que no sea lo que se espera de él. Uno puede llegar a aquedar atrapado dentro de sí mismo de las maneras más horribles, no siempre ha de ayudarte un ser afín. Somos todos tan distintos, y nos une algo tan común como la existencia.
—¡No volverás a estar sola! ¡Te lo juro! Ni ellos tampoco —dice dirigiéndose a mis plantas.
Se me escapan las lágrimas. No era de extrañar que me enamorara hasta las trancas en su día de mi mejor amigo, lo insólito hubiese sido que no lo hubiera hecho. Posee un mundo interno que muchos quisieran y un respeto por las opiniones ajenas que nadie contempla ya.
Lo beso con fuerza en la mejilla y lo apretujo; él me imita.
***
La semana casi ha llegado a su fin y la he aprovechado como pocas veces. Cian me ha ayudado a preparar uno de los cuartos como un estudio de pintura, algo que quise hacer desde que compré esta casa, pero nunca encontraba el momento y tampoco sabía cómo hacerlo. El garaje ha quedado librado de todos mis trastos de pintura. También hemos estado mirando catálogos de muebles, para preparar las otras dos habitaciones y convertirlas en dormitorios de invitados. Mi amigo alarga de manera indefinida estas y empiezo a sospechar por qué. De momento solo hay una cama en toda la casa y eso le da la excusa perfecta para que cuando se queda, podamos dormir juntos. Sin embargo, desde que nos hemos puesto con la faena no veo la hora de ver convertida mi casa en un hogar acogedor y que me represente. El estudio ha quedado inmejorable. Hay dibujos, míos, enmarcados en una de las paredes, a la que el manitas de Cian (no sé desde cuando sabe hacer eso) ha añadido unas placas con piedra adherida, dando un efecto bárbaro. Los amplios ventanales que muestran el jardín lateral de la casa aportan la luminosidad ideal para el propósito de esta estancia, y las estanterías que mi amigo me recomendó por su funcionalidad, tienen todo mi material resguardado en módulos, y no tirado como hasta ahora.
También me aconsejó una gran mesa de dibujo profesional, que puede reclinarse. Está situada en una esquina de la habitación, junto a las ventanas. Es alucinante cómo se acuerda de todas esas veces en las que me quejaba de que no estaba cómoda con la superficie de las mesas normales. Al final, acababa dibujando en un bloc sobre mis piernas, en una postura que me reventaba la espalda.
Pero hay un objeto que trajo él como regalo que es mi favorito de esa estancia. Un marco de fotos con una imagen nuestra de cuando éramos pequeños. Nos la habían hecho en el colegio, el mismo día en el que nos convertimos en amigos. Ni siquiera sabía de la existencia de esa fotografía. Lo coloqué en el centro de mis dibujos, en la pared.
Los baños no han sido menos; un par de armaritos han sido instalados, y accesorios para tener los utensilios de baño mejor resguardados. Y por supuesto, mi querido invernadero ha sido dotado de dos sillas reclinables de madera, mullidas con largos cojines de algodón. Además de un terrario interior y rectangular que abarca la esquina derecha. Aunque la gran sorpresa fue que mi amigo sustituyó parte de la cristalera original por pequeñas piezas de cristales de colores. Cuando el sol da de lleno en ellos, entrar en ese lugar es como ver magia.
Le he preguntado cómo lo ha hecho, pero se niega a contármelo. Lo dejé solo un par de horas mientras hacía la compra. Lo único que me cuadra es que haya tenido ayuda de alguien.
Digamos que el ochenta por ciento de mi morada tiene el aspecto que imaginé cuando la adquirí. Lo que no alcanzaba a sospechar entonces era quién me ayudaría a que así fuera. Las consecuencias de estar tan ocupados es que no me tengo en pie. ¡Ha sido un no parar! Pero estamos a jueves, y Cian y yo vamos a asistir a una fiesta.
Ya me he vestido, peinado y maquillado —algo—, solo me queda colocarme los pendientes. Mi amigo debe estar al caer. Ha tenido que ir a su piso a cambiarse. Iba lleno de polvo del trajín de los muebles y su posterior montaje. Confieso que me quedé varias veces embobada viendo cómo se le abultaban los brazos cuando los flexionaba o soportaba el peso de algunas tablas; la maldita camiseta se le subía al atornillar las partes más elevadas y bueno, digamos que ha seguido practicando algún deporte, tiene más músculo que antes.
Escucho la puerta abrirse y unos pasos acercándose.
—¡Soy yo! —anuncia.
Le di una copia de las llaves para que le fuese más cómodo entrar y salir mientras yo hacía las compras pertinentes para la casa, y él traía los enseres para armar. A diferencia de mí, se sacó el carnet de conducir (yo ni siquiera lo he intentado) y pese a que no tiene vehículo propio, ha podido contar con el de su compañero de piso para este menester.
Su reflejo en el espejo me repasa. Lleva el pelo «peinado», y con esto quiero decir que ya se le ha alborotado por el camino. Esa manía que tiene de atusárselo hace que no quede como pretende. Su vaqueros rotos y su camisa a juego clara realza el color de su mirada. Aún estoy guerreando con uno de los zarcillos, que no consigo meter, cuando reparo en lo que le causa tanto interés. Me giro cruzándome de brazos, y él se ríe.
—¡Tienes un culo increíble!
Me tienta ir a cambiarme, pero me rechazo a mí misma tal petición. ¡Voy guapa, no es mi culpa lo que a los demás se les pase por la cabeza! Me arreglo para gustarme a mí. El vestido de tirantes que llevo no es provocador, y los volantes que posee de los muslos a la rodilla le dan un toque casi infantil. Los topos lilas ayudan a dar volumen a mi anatomía en contraste con el fondo blanco. Me he realizado una coleta alta, con mi cabello ondulado, y solo he usado un poco de rímel y una sombra de ojos discreta a juego con el pintalabios. No creo que sea para babear como lo está haciendo Cian; no obstante, me percibo como una exhibicionista.
Le pongo el enganche de cierre al pendiente y cojo el pequeño bolso pálido con correa, de encima de la cama. Cian me intercepta en el umbral de la puerta y me impide avanzar. Me aprisiona por la cintura y me mira complacido.
—Se me hace la boca agua —susurra.
Decir que me pongo bermellón es poco. Evito mirarlo e intento que me suelte, aunque él está decidido a no dejarme ir. El sofoco que experimento me hace abanearme con la mano y acabo por apoyar ambas en sus brazos.
—¿Por qué me lo pones tan difícil? —inquiero con desesperación.
—Porque no quiero que dudes ni por un minuto sobre lo que me haces sentir.
Resoplo.
—Lo que me queda claro es que andas más salido que la esquina de una mesa.
Se ríe y me libera. Su mirada cargada me turba.
***
La fiesta no es el desfase que me imaginaba; doy gracias. De hecho, la gente que veo, aunque ha venido a divertirse y algunos se desmelenan, permanecen en un estado óptimo de sus capacidades motoras y mentales. La manera de vestir también dice mucho de ellos. Creí que desentonaría al llevar unas converse altas; no obstante, hay más chicas con calzado plano y cómodo. Puede que influya que aún es temprano, y la reunión apenas comienza. La música en cambio es alta y hay que gritar para hacerse escuchar.
—¿Qué te parece? —dice en mi oído con fuerza.
Asiento más relajada, ahora que sé a qué me enfrento, y le sonrío por respuesta.
Nos abrimos paso entre un grupo de gente y a lo lejos, el amigo de Cian eleva un brazo para hacerse ver. En cuanto llegamos a él nos saluda: a Cian con una palmada en la espalda y a mí con dos besos. Sigo sintiéndome incómoda con este saludo, a pesar de llevar toda mi vida practicándolo.
—¿Qué tal, Venec? Esta semana no te he visto. ¿Has conseguido robarme ya a mi compañero de piso?
Le da un codazo en las costillas a Cian, en una broma privada entre ellos.
—No, Dylan. Sigue siendo todo tuyo —le aseguro.
Sonríe mostrando una dentadura blanca en contraste con su piel chocolate. Es un joven desenfadado que me ha tratado como una más desde que mi amigo nos presentó. Me pasa un brazo por los hombros y me guía a otra estancia de esta fraternidad.
—¡Te la quito! —le grita a Cian.
Este asiente, y yo me dejo llevar con alguna reticencia interior. Dylan siempre ha sido muy cordial conmigo, pero este «secuestro» me desorienta. Me dirige a una sala más amplia, con los altavoces en un volumen más bajo, al pie de unas escaleras y nos detenemos allí.
—Quería hablarte de Cian.
Mi ceño se pronuncia y lo enfoco sin entender.
—¿Qué le sucede?
—Mira, sé que os conocéis desde pequeños y que por algún motivo habéis estado distanciados. No sé si te contó cómo se pasaba los días en ese tiempo, pero cuando vino a vivirse conmigo, llegué a temer por él. —Me alerto por sus palabras—. Bebía mucho y no te estoy hablando de agua o zumos, sino de alcohol. No creo que tenga un problema con la bebida, pero sí que la usó como refugio.
»Le costaba levantarse antes de las dos del mediodía y bueno, digamos que era intratable.
—No entiendo qué me quieres decir —le comunico cuando su silencio se prolonga.
—Lo que trato de decirte es que si no vas a ser alguien positivo en su vida, mejor desaparezcas cuanto antes. —Su comentario me taladra el cerebro—. Pareces una buena chica y me caes bien, en serio, pero no viste lo jodido que estaba. Me alegra verlo mejor y sé que tú tienes mucho que ver en ello, pero me doy cuenta de que él espera algo de ti y que tú no tienes muy claro lo que quieres.
Trago con dificultad. El escozor de mi garganta se vuelve doloroso y pestañeo varias veces.
—Yo lo quiero mucho y nunca le haría daño —digo con la voz estrangulada.
—Lo sé, y cualquiera que se fije más de dos minutos en vosotros será testigo del cariño que os tenéis, pero eso no siempre basta. A veces dos personas se pueden querer mucho y hacerse daño. Créeme, lo he vivido. —No sé qué me jode más, si que me lo diga con todo el respeto y preocupación que demuestra o entrever la verdad que hay en sus afirmaciones—. Sé que no lo aparenta, pero hay días en los que después de estar contigo, viene decaído. Tal vez hayáis creado algo tóxico para los dos y no os deis cuenta.
Una lágrima resbala por mi mejilla. Dylan me aprieta el antebrazo ligeramente antes de irse y dejarme sola, presa de una realidad que me asfixia. ¿Eso somos Cian y yo? ¿Dos personas nocivas que solo se hacen daño? ¿Estoy siendo como mi madre lo fue conmigo? ¿Soy tan egoísta? ¡Sí, claro que sí! Sé de sus sentimientos hacia mí y en vez de ser tajante en que nada sucederá, me comporto igual que cuando nos gustábamos y yo no lo sabía. No quiero que desaparezca de mi vida, esa idea me espanta, pero el propio Cian me contó sus excesos con el alcohol, y aún me espanta más que eso se convierta en un problema.
Me siento en el primer peldaño de la escalera y pienso sobre lo que su compañero de piso me ha dicho. Está claro que he de tomar una decisión. Dylan no se equivoca en decir que no sé lo que quiero. Mi mente es un caos emocional que me cuesta un mundo desenmarañar, y no hago más que afectar a todos los que me encuentro en el camino con mis problemas sin resolver. Quizás estar sola no era una opción, sino una obligación autoimpuesta para no hacer daño a nadie. He absorbido tanta negatividad materna, tanta crítica y tanto dolor que a lo mejor lo expando. ¿Y si soy la mala que se cree la buena de la historia, y se ha escudado en ser víctima? ¿Soy así?
Puede que por eso Calha se fuera. Se dio cuenta de que podría destruirla y decidió poner tierra de por medio, literalmente.
Me aúpo con la ayuda de la barandilla y busco a Cian. Nadie me presta la más mínima atención, casi voy dando tumbos y apenas soy capaz de retener las lágrimas. Llego a la habitación donde dejé a mi amigo y lo observo junto a un sillón sonriendo a una chica —que está de espaldas a mí— y hablando. Solo he alcanzado a dar un paso en su dirección cuando empiezan a besarse. Las manos de Cian la sujetan por la cintura, y ella se cuelga de su cuello con afán. Me quedo estática en el sitio, sintiéndome como una estúpida por haber venido; procuro recular sin que me vean. Cian abre los ojos y aleja a la joven sin miramientos cuando me distingue.
No sé por qué, pero echo a correr. La música es ensordecedora y no sé si me llama o no, pero quiero salir de aquí. Fuera, y por un golpe de suerte —ya iba siendo hora de tener alguno—, hay un taxi aparcado frente al edificio. Me subo a él y le indico una dirección que me aleje rápido de aquí. Según arranca, me doy la vuelta atisbando por el cristal trasero a un Cian que se lleva las manos a la cabeza y da una patada al aire. Me recuesto en el asiento sorbiendo por la nariz.
¡Ni siquiera sé por qué me he puesto así! ¿Si no siento nada por él, por qué me ha dolido ver cómo se enrollaba con esa tía? La presión en mi pecho fue casi insoportable y mi vergüenza supina. Tal vez porque he vislumbrado un futuro en el que Cian tiene una vida en la que yo no aparezco, en la que no podré disfrutar de sus momentos importantes, en las que seré un aparte. Una vida que no le estoy ofreciendo y que él merece más que ninguna otra persona.
El taxi se detiene y le tiendo un par de billetes al conductor. Le digo que se quede con la vuelta y me apeo del vehículo. Deambulo por el centro sin rumbo fijo y con el llanto extinguido de cara al exterior. Hay bastante ambiente para ser jueves, en la calle y, sintiéndome osada, me interno en uno de los pubs. No es una buena idea salir sola, o a mí nunca me lo ha parecido. No tienes con quién hablar, con quien bailar, con quien beber... Exceptuando la primera, las otras dos puedo llevarlas a cabo. Me acerco a la barra, no muy convencida, y pido un chupito de tequila. El camarero no me pone cara rara, así que supongo que es un pedido habitual. Me da un salero y rodajas de limón en un cuenco. Me alegra haber visto cómo se hace esto en alguna película, aunque eso no me impide dudar. Observo que no haya nadie atendiéndome, ¡lo que único que me faltaría es tener mirones!
Me echo sal en el dorso de la mano, vacilante, la lamo y me bebo el chupito de golpe. De inmediato, cojo una rodaja de limón y le arranco la parte del jugo. ¡Debo de estar haciendo código morse con los ojos! ¡Qué fuerte! Una vez que se pasa la quemazón, le pido al barman otro chupito con un gesto de la mano. Deposito un billete sobre la barra para que cobre las consumiciones y vuelvo a repetir la acción nada más servirme. Ya me ha colocado el tercero antes de que se lo pida. Se nota que se gana la vida viendo a gente que quiere emborracharse.
—¿Olvidando las penas? —inquiere después de que ingiera el último.
—No —digo sonriendo y a la espera de que escarcie el cuarto—, solo quiero olvidarme de mí.
Me mira con una mueca que ni me molesto en interpretar y se va a atender a otros clientes. Ya he adquirido ese mareo tan agradable que solo el alcohol da y decido dar una vuelta por el local. Tampoco es que quiera acabar abrazada a la taza del váter maldiciéndome por no parar a tiempo.
Hay gente, pero no tengo que ir a empujones para apartarla; parejas bailando y dándose el lote en alguna esquina, también grupos de amigos riéndose y bebiendo desenfadados. La música no es tan ensordecedora como en la fiesta y la luz es casi inexistente. Doy vueltas sin prisa, imaginándome cómo habrían sido todas esas noches que me perdí.
«Aún las puedo vivir», me digo. Solo que no tengo con quién y que alguien permanezca en mi vida es como una misión utópica.
Mi bolso vibra y saco el móvil de su interior con algo de dificultad. Enfocar la vista ya es otro pequeño reto. El nombre de Cian se muestra en la pantalla, pero deslizo en botón de colgar.
—Lo hago por ti, amigo. Te mereces más —digo brindando al aire, pero sin vaso.
Me tambaleo y choco contra alguien que me sujeta por la cintura. Giro mi rostro para disculparme con una sonrisilla asomando, y verlo me despeja en parte.
—¡Bella Venec! —ronronea en mi mejilla—. Creí que eras un espejismo.
Tengo a Senén a un palmo de distancia y a pesar del estado en el que me encuentro —porque sí, algo achispada voy—, diría que él va peor.
No hay ni rastro del cabreo que le vi en las anteriores ocasiones que nos encontramos. Es más, está contento, creo.
Me separo de él, ruborizada. Extiende una mano y me acaricia la mejilla, con la otra me apresa de nuevo por la cintura. Pretendo alejarme, pero deja caer su extremidad por mi costado, acariciándome hasta la cadera. Se arrima más a mí y me aprieta contra él. El calor se vuelve viciado y mi respiración errática. Me hace cosquillas ahí donde toca y ha ido acorralándome contra la pared. Sus dedos en mi pierna trazan círculos muy sugerentes que me arrastran a una condición excitada que no esperaba. Estoy sorprendida por sus acciones, pero el alcohol me lleva a un estado de abandono y despreocupación que me gusta acoger. ¿Qué importa quién sea él? ¿Qué más da si está bien o mal? Su mano sube lentamente por mi muslo. ¿Por qué está mal? De hecho esto se siente muy bien. ¿Por qué he de pensar todo tanto? Soy joven, soy libre, y me merezco disfrutar de la vida. No le debo explicaciones a nadie. Y puede que tampoco a mí. Al menos esta noche no, ahora no. Hoy solo quiero olvidarme de todo y dejarme llevar.
Palpa mi nalga con las yemas de sus dedos de una forma muy suave y delicada. Suspiro contra su boca mientras una corriente se instala en mi vientre. Senén sonríe de manera maligna y me aprieta el trasero con decisión. Sigo con la boca abierta y no tarda en besarme con pasión. Su lengua me invade como si fuera dueño de mi ser, y yo lo recibo gustosa con la mía. Estas se acarician con ganas, porque hay muchas, y deleite. Mis manos se deslizan por sus pectorales, tan bien definidos a través de la tela, hasta detenerse en sus hombros. Lo acerco más a mí por la nuca y me restriego contra él. Senén gime dentro de mí, y nos separamos jadeando.
—¡Me obsesionas! —musita con gozo.
Lo apreso por la camiseta y tiro hasta que nuestras bocas se vuelven a unir. Hay tanto entusiasmo en el beso que me sobrecoge la intensidad. Una de sus manos abandona mi culo y magrea mi pecho por encima del vestido. Su deseo es tan grande que me oprime más contra la pared, abandona mi boca y continúa torturándome por el cuello. Me arqueo contra él llena de anhelo. Su mano se mueve hacia mi ropa interior, la enrolla hasta hacer un hilo con ella y tira por atrás, provocando que la tela presione mi clítoris y pegue un pequeño grito de placer. Las sensaciones son tantas que me abruman, y lo empujo apartándolo de mí.
—Espera, espera —suplico casi sin aire—. Para.
Me mira tan afectado como yo y poniendo una mueca de dolor cuando intenta adecentarse esa parte tan llamativa y elevada de su anatomía. Me sujeto con las palmas de la mano a la pared y respiro con dificultad. Senén me analiza con las mismas ganas de antes.
¡Dios, este tío me devora si lo dejo! La pregunta es: ¿Le dejo?
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