Círculos sociales

¡Aquí arde Troya! Senén expulsa aire por las aletas dilatadas de su nariz como un toro a punto de embestir. La belleza de Calha se ve disminuida por el pánico que transfigura su rictus. Yo quedo a la espera de que todo salte por los aires.

—¡Voy a matar a ese hijo de puta! —suelta el psiquiatra antes de emprender su camino hacia la puerta.

Acierto a interponerme entre este y la salida. Los músculos de Senén no son de adorno, se lo va a cargar. Cally lo retiene de uno de sus brazos, desesperada.

—¡Ny, por favor!

Él la mira fuera de sí y estalla.

—¿Te ha forzado y no quieres que le deshaga el alma a ese cabrón?

Creo que todas las palabrotas que nunca le había visto soltar, se están yendo en un torrente de estupefacción. Busca que lo apoye, pero mi mirada esquiva lo alerta.

—Deberías dejar que tu hermana se explique —comunico.

La enormidad de los acontecimientos que se han dado a espaldas del psiquiatra empiezan a confabular en su mente. Casi juraría que puedo distinguir como se anexionan las piezas dentro de su cabeza.

—Jacob y yo...

—¡No! —Se desembaraza de la mano de Calha y se aleja en la otra dirección—. Tú no puedes haber caído tan bajo.

Esas palabras me resultan duras hasta a mí. Mi amiga se encoge y los ojos se le tornan vidriosos. Le dedico una mueca de ánimo. Se gira con sus dudas patentes. Siempre la han tratado como la niña que fue y eso la hace sentirse como tal.

—Lo quiero.

Hasta yo me intranquilizo al escuchar la seguridad que emana de ella. La repulsión en el rostro de Senén es acibarada.

—¡Intentó violarte! —grita con violencia—. Fui yo quien te lo tuvo que quitar de encima porque tú estabas semiinconsciente. ¿Crees que voy a permitir que te arrojes a semejante suicidio?

—Él ha cambiado, Ny —dice en un tono meloso su hermana.

—¿Pero te estás escuchando? —escupe escandalizado.

—¡Se cómo suena! ¿Vale? —Alza ella también la voz—. Pero tú mejor que nadie sabes cuánto lo quería y la persona que fue.

—¡Eso no importa! Esa persona nunca existió. ¡Despierta, hermana! Esta es la peor decisión que puedes tomar en tu vida.

—Ny, tú tratas a personas así todo el tiempo. Gente que ha perdido el norte y que ha hecho cosas que no estaba en su mano controlar.

—¡Es gente enferma, Calha! —aclara.

—Es gente que ha de convivir con lo que ha hecho toda su vida, igual que Jacob.

—¡No son como él!

Mi amiga entrelaza su manos por delante de su cuerpo, a la altura de sus muslos.

—¿Ah, no? ¿No les muestras que pueden redimirse? ¿Que tienen una segunda oportunidad? ¿Por qué ellos sí, pero Jacob no?

Su rectitud flaquea. Las cejas no permanecen en esa posición tan severa y su mirada está desesperada por encontrar las palabras que hagan recobrar la cordura de su hermana. ¿Pero acaso no le está hablando con mucha sensatez?

—Ellos no pudieron escoger. Es algo que les ha tocado. ¡No es ni comparable!

Cally asiente dándole la razón, erguida y con esa chulería que le tengo visto otras veces cuando se sabe vencedora o cree en algo fielmente.

—Él ha podido escoger. Ha escogido cambiar. Y yo lo he escogido a él.

Hay una vena en la sien del psiquiatra que sobresale. Ahora mismo su piel asemeja tan dura como la del mármol. Hay demasiada tensión en su cuerpo.

—No es tan fácil cambiar como ponerte un nuevo conjunto de ropa, Calha.

—Nos lo estamos tomando con calma —se justifica ella.

—¡Sí, ya lo veo!

Ambos se sopesan. Ninguno va a dar el brazo a torcer.

—No te estoy pidiendo permiso, Ny.

Parece que hayan abofeteado al psiquiatra.

—Si de verdad creyeras estar haciendo lo correcto, no te esconderías. Eso quiere decir que ni tú confías tanto en él como quieres hacerme pensar.

Inevitablemente, los recelos de Calha no han desaparecido del todo. Cualquiera se daría cuenta, pero ¿quién podría culparla? Hay que ser muy valiente para volver a confiar, o estúpida, el tiempo dirá.

—Tengo derecho a tomar mis precauciones. —Alza la barbilla con desafío—. Y tú tienes dos opciones. O apoyarme o quitarte de mi camino.

Los ojos de Senén se cierran ligeramente.

—No puedo aplaudir esta locura.

—Pues entonces, no estorbes.

Cally recoge su abrigo y me aparta para irse. Me recuesto en la madera blanca de mi entrada una vez se cierra. No digo nada, solo atiendo la perplejidad de su hermano. Quizá ella está siendo injusta. El miedo que siente Senén es comprensible. No creo que sea capaz de ver a Jake como el hombre que hará feliz a su hermana, solo lo ve como aquel ser que se intentó aprovechar de la confianza de la persona más querida para él. Su vagar por el suelo de mi salón finaliza en mis ojos y me enderezo. Hay dolor en su expresión cuando habla.

—¡Me mentiste, bella Venec!

Está tan desamparado ahora mismo que me dan ganas de gritar por ser tan mala con él, aunque también quiero consolarlo.

—Calha sigue enamorada de él. Lo haría con o sin mi apoyo —me justifico.

—¿La has alentado a ello?

Por aquí no paso otra vez.

—¿Me vas a volver a culpar de las decisiones de tu hermana? No tiene cinco años. Es hora de que la empecéis a ver como la adulta que es.

—Esa adulta está a punto de arruinarse la vida.

Niego con seguridad.

—Yo no voy a dejar que nada malo le pase. Estoy pendiente de ella.

—¿Cómo esta noche?

Vale. Si él lo quiere así...

—No creo que me sintiera cómoda en un trío. Esas marcas no han sido de estar pasándoselo mal.

Acorta nuestra distancia con decisión, cabreado.

—¿Es que os han lavado a las dos el cerebro o qué?

Inspiro antes de responder.

—Ella tiene razón. Todos merecemos una segunda oportunidad.

—Él iba a vio...

Agito una mano delante de su cara cerrando los ojos con fastidio.

—Sé la historia. Ambos me la han contado. Y sí, no es para rememorarla con cariño, pero ¿qué pretendes que hagamos? ¿Raptamos a Calha y la encerramos hasta que piense lo que tú quieres? ¿Cómo sabes que no eres tú el equivocado?

Se lleva las manos a la cabeza y camina de un lado a otro. Espero a que se calme.

—Senén —digo acariciándole un brazo y haciendo que se detenga—. No la vamos a dejar sola. Y de verdad creo que Jake no volverá a cagarla en ningún aspecto.

—Es mi hermana. No estoy dispuesto a arriesgarme.

—Pero ella sí. Te guste o no, has de claudicar.

La lucha interna a la que se ve sometido es digna de un cuadro del barroco. El sentimiento contra la razón. Quiere hablar, pero le chisto y enmarco su cara con mis manos. Lo acaricio con mis pulgares y lo beso. Se rinde a mí como un gladiador que perdió la batalla con todos los honores. Hay rabia en su entrega, hay detrimento, hay desaliento y también mucha exigencia, deseo y abandono.

—¡Vuélveme a decir que estás enamorada de mí!

Me río cuando me empuja al sofá y nos tumbamos ahí, él encima de mí.

—Estoy enamorada de ti.

No separa sus párpados deleitándose en mis palabras.

—¡Qué bien suena! —Acaricia mi rostro y antes de contemplar mis ojos, se detiene en mis labios—. ¿Te gustaría conocer a mis padres?

Todo mi deseo se esfuma de golpe.

—¿A tus padres?

—Sí. Mañana vienen de visita y querían comer con sus hijos, pero algo me dice que mi hermana no asistirá y bueno, les he hablado mucho de ti, sobre todo a mi padre.

La idea me descompone. ¿No se supone que conoces a los padres cuando las cosas van en serio? ¿Estoy yo preparada para conocer a sus padres? Todo me grita que no.

—Yo...

—Por favor —pide con tranquilidad, sin suplica.

—Está bien.

No, no lo está. No quiero ir, pero su rostro risueño me hace silenciarme. ¡Oh, vamos! ¿No se supone que yo iba a establecer límites? ¡Me cabreo a mí misma!

***

Los nervios se atenazan en mi estómago mientras me coloco unos pendientes de oro sencillos. Por algún motivo, siento que he de ir más formal a esta comida que a todas las reuniones de trabajo que he tenido. Llevo unos pantalones de traje negros, amplios, y una blusa rosa de seda. Me he hecho un moño y me he aplicado algo de rímel y un pintalabios rosa palo. ¿Por qué he aceptado? Decepcionar a Senén me mortificaba, pero estoy deseando acabar ya con esto. ¡Si hasta llevo unos zapatos de tacón de aguja!

El sonido melódico del timbre me sobresalta y voy a todo correr. Tropiezo en la alfombra del salón y por poco no me abro la cabeza antes de llegar a la puerta. ¡Al menos no tendría que asistir! Vale, que prefiera ir a urgencias que a una comida con dos personas a las que no conozco es para hacérselo mirar.

La sonrisa de Senén me roba el aire y es que está impresionante. Lleva un traje que se le ajusta muy bien. ¿Así es como quedan los trajes en un hombre? No es como en mi imaginación. Lo que tengo delante es muy seductor. No acierto ni a decir hola cuando ya ha dado un paso y me estampa un morreo que me deja tambaleando. Bien. Si hace esto delante de los padres, no me percataré ni de que están ahí.

—Hola —exhalo con las rodillas flaqueando.

—Hola —musita sobre mis labios, sonriendo.

Noto mis mejillas colorearse. ¿Las que se ponen rubor es porque no tienen un tío así al lado, no? ¿Por qué si no, para qué se lo aplican, para parecerse a una fresa?

—¿Estás lista? —Ni se ha separado al hacerme la pregunta, como si quisiera tener a mi cuerpo en tensión para darme otro beso.

—S-sí. —Trago concentrándome en lo que tengo que hacer—. Solo he de ir a por el bolso.

Acepta y me suelta a desgana. Mientras voy a por lo que me falta, una parte insidiosa de mí me va lanzando pullas sobre lo rápido que va esto con el psiquiatra. ¡Voy a conocer a sus padres! Me miro antes de salir por la puerta de mi cuarto, con el bolso, en el espejo. No. No me reconozco. Y no es como en esas novelas cutres en las que no reconocerse es sinónimo de algo positivo. Lo que veo es a una persona que se esfuerza por encajar, porque la acepten, por ser una más de un rebaño que en su día le dio de lado. Pensé que ya había dejado esta parte de mí atrás.

Senén me dedica una sonrisa en cuanto regreso junto a él. Parece satisfecho con su premio, y con ese ánimo suyo es que nos dirigimos a su coche, tras cerrar mi casa a cal y canto. El trayecto se desarrolla en silencio. Lo agradezco, porque no tengo ganas de hablar, pero es incómodo. Senén ni se da cuenta, sumido como está en su nube; apoya una mano en mi rodilla, orgulloso. Hace demasiado calor para estar en pleno octubre, de hecho el clima es bochornoso, y ya estoy sudando en una mezcla de nervios y calor. La ciudad va quedando atrás y la carretera va dando paso a zonas de vegetación más frondosa con casas a varios kilómetros de distancia entre sí. La espesura de los árboles abre camino a campos verdes y cuidados al detalle, fincas extensas y con cancelas amplias de barrotes. Mi acompañante disminuye la velocidad y se interna en un camino aledaño que traspasa una de estas vallas tan enrejadas y pijas. A medida que avanzamos, un camino empedrado nos recibe, al fondo hay una edificación de tres alturas blanca y extensa. A mi derecha veo un gran arenero de forma circular y enseguida identifico este sitio como un campo de golf. ¡El psiquiatra me ha traído a un maldito club de campo! Estaciona frente a la elegante edificación, antes de que alcance a salir, él me lo impide.

—¡Espera ahí! —Su voz me ha sonado autoritaria.

Me quedo en el vehículo con un escozor que me invade el pecho. Al instante, la puerta de mi lado se abre y Senén me tiende la mano para ayudarme a bajar. ¡Ni que estuviera lisiada! Emito una mueca que debe llevar el sello de desagrado en ella, a pesar de que pretendía ser algo similar a una sonrisa. ¡Me siento fuera de lugar según poso mis pies en este suelo inmaculado y antinatural! Mala elección de zapatos para venir. No hay ni un solo objeto fuera de lugar, los alrededores están limpios hasta la incongruencia y todo obtiene un aspecto pomposo y carente de realismo. Soy como Alicia en el país de las maravillas.

Observo cómo un joven viene a todo correr para hacerse cargo del vehículo de Senén, y este me pone una mano en la espalda para que camine junto a él. Ascendemos los cinco escalones que nos llevarán al interior y según atravesamos el umbral, solo veo ventanas arqueadas de estilo colonial que dan a campos extensos de golf, con personas practicando este deporte. Todo es blanco, incluso la ropa de los jugadores y los empleados. Las plantas de las esquinas tienen un apariencia tan perfecta que son como las de plástico. Los peinados de las personas que nos cruzamos no tienen un pelo fuera de su sitio, una sola arruga en la ropa, y su comportamiento es estudiado al milímetro.

Nos dirigimos hasta un pequeño mostrador, donde un tipo trajeado nos mira con solemnidad. Senén le da un nombre que el señor busca en una lista con tranquilidad y, en cuanto lo localiza, nos hace ser acompañados por una mujer poco mayor que yo, a la que avisa con un chasquido de dedos. La cortesía de esta es impecable, como todo aquí, y me dan ganas de chillar o despeinar a alguien. Tal vez a ese hombre, a lo lejos, que lleva un puñetero bisoñé que se distingue a la legua que no es su pelo natural. ¡Esto es desquiciante! Nos paramos en una mesa circular con dos comensales a ella. Un matrimonio, en apariencia, de mediana edad y con la elegancia innata de quien la ha mamado desde la cuna. Él, un hombre con porte, pelo escaso por arriba y ciertas canas esparcidas al detalle (esto es obra de peluquería), de ojos oscuros y mirada severa, bigote, y una leve panza asomando (quizá en su día fue deportista), enfundado en el uniforme de club de campo con la insignia a un lado de su polo. Ella, una mujer esbelta con unas patas de gallo llamativas, a pesar de que se ve que se cuida; de ojos azules, y pelo claro en una estudiada media melena. A diferencia de su marido, va vestida con unos pantalones caqui y una blusa de color perla, con un collar de estas a juego. Ambos me dedican un análisis breve pero inconfundible.

Senén le da una leve palma en el hombro a su padre y un par de besos a su madre, y se encarga de las malditas presentaciones. A mí me empieza a temblar la comisura de los labios por forzar una sonrisa que estoy lejos de sentir.

—Papá, mamá. Os presento a Venec Morengo, la chica de la que os hablé.

¿Por qué me presenta con mi primer apellido? ¿Y qué pasa con el segundo? Tanto su padre como su madre me tienden la mano, pero sin hacer el esfuerzo por levantarse. Supongo que incluso aquí, las etiquetas de la educación también se pueden pasar por el forro si así lo deseas. Finalizo cuanto antes con los prolegómenos de las presentaciones, y el psiquiatra me invita a tomar asiento entre sus progenitores. Por desgracia, están sentados uno frente al otro. Desliza la silla para atrás y me siento con todas las miradas clavadas en mí. En cuanto intenta acerca de nuevo la silla, nos descoordinamos y nos quedamos atascados en un baile de gestos, incómodo. Alzo una mano, con la cara al rojo vivo, y me coloco yo sola. No se me ha escapado la censura en los ojos de su padre, y cierta sonrisa discreta en los labios de su madre. ¡Me la soplan estos dos!

Senén se coloca frente a mí y empiezan una charla insustancial, que viene siendo un resumen de sus vidas para ponerse al día. No participo en ella ni me molesto en escuchar atenta, solo quiero que el tiempo avance hasta que sea inevitable mi marcha de este local de ensueño, o de pesadilla. No obstante, Enea, la madre, no está dispuesta a aislarme y sus modales imperan.

—Y dinos, Venec, ¿a qué te dedicas?

Su sonrisa afable no me engaña. La traducción de esta pregunta es conocer mi poder adquisitivo. Saber si soy una interesada. Jamás iniciaría una charla por ahí, pero se ve que no hay tiempo que perder, a pesar de que aquí aparentan tenerlo todo, incluso el avance del mismo. Abro la boca para responder, pero mi voz se ha convertido extrañamente en la de Senén.

—Ha creado una empresa desde la nada. Tal vez os suene, se llama Vernáculo y ya tiene muy buenas referencias.

—¡Vaya! —Su padre parece gratamente impresionado—. He oído hablar de ella, pero hace poco que se ha dado a conocer, ¿no es verdad?

—Bueno es que...

—¡Ni siquiera tiene un año de vida!

No sé si es entusiasmo o una falta de fe en mí brutal, para que el psiquiatra no haga más que interrumpirme y no dejarme hablar de algo que he montado yo y que sé vender mejor que nadie. Le dedico una mirada fulminante que no me molesto en ocultar.

—Ha sido un proyecto ambicioso por mi parte, es verdad —hablo apretando los dientes y fijando mis ojos en los de Senén. ¿De qué va?—. Pero me he sabido rodear de un equipo a la altura para llevarlo a cabo —digo mirando ahora al padre.

—Pareces muy joven todavía —señala este con cierta admiración.

—En efecto —sonrío—, tengo diecinueve años.

—¡Increíble!

Diría que este señor no está acostumbrado a ver a mujeres triunfar. Senén muestra una sonrisa orgullosa difícil de igualar, y su madre me sonríe afable.

—¡Disculpa a mi marido! A veces es un poco efusivo en sus opiniones. —La suavidad y cordialidad en su tono me provocan un escalofrío sin saber por qué.

Aunque no han dicho nada incoherente e irrespetuoso, me cuesta anexionarlos con la idea que me había formado de ellos. Las historias de Senén me hablaban de gente más cercana y accesible, no de esto. Es como estar inmersa en una película. Bebo un sorbo de agua de la copa que ha llenado hace un par de minutos uno de los camareros.

—No me ha molestado en absoluto. Me gusta la gente sincera.

El hombre ríe y me da una palmada en la espalda que casi me hace tirar la delicada copa por la mesa. La esposa lo reprende con la mirada, y su hijo intenta no reírse; yo simplemente flipo y no por la familiaridad del gesto, sino por lo poco convencional que resulta. ¡Ni que fuera un jornalero! Le resto importancia, porque es la actitud más corriente de las que he visto desde que he llegado.

—¡Así se habla! —Aurls, el padre, se gana otra amonestación de su mujer—. ¡Mi amada esposa es un tanto remilgada!

Ella desvía su atención de nuevo a mí.

—Y bueno, ¿por qué no nos hablas algo más de ti? Cuéntanos, ¿qué te gusta hacer? —Enea sigue con su ronda de preguntas sin cortarse un pelo.

Ni le contesto, porque un torbellino de pelo azabache se interpone entre nosotras, figurada y literalmente.

—Bueno, mamá, ¿ya estás interrogando a mi amiga? ¿Y tú lo consientes, Ny? ¿Qué pasa contigo?

Su mano en mi hombro me da la fuerza que necesito para seguir con esto. Ahora es cuando me percato de que hay cinco sillas y no cuatro, la otra está junto a su hermano. Sin ningún tipo de pudor, Cally coge esa silla y la sitúa junto a la mía.

—¡Calha, por Dios! ¿Qué numerito es este? —se escandaliza su madre, horrorizada.

—¡Siempre nos tienes que dejar en evidencia! —se queja el padre, abochornado.

Confirmo que nadie ha reparado en su acción. Es más, ni nos prestan atención. Mi amiga los ignora y alza un brazo saludando a uno de los empleados. Este se acerca corriendo y se inclina hacia ella para servirla en lo que le pida.

—¡Hola, guapo! ¿Me harías un favor? —Le dedica un aleteo de pestañas, y este la mira embobado—. ¿Te importaría cambiar mi servicio junto al de ella? ¡Hace mucho que no nos vemos!

El pobre trabajador asiente y casi trastabilla por cumplirle el capricho a mi amiga. Sus padres niegan con la cabeza, y yo me río abiertamente. Senén también tacha su actitud. Una vez que el empleado termina se retira y vuelve a su posición de estatua, pero esta vez sin quitarle ojo de encima a Cally.

—¡Eso ha sido muy grosero! —la riñe Enea.

Su hija se lleva una mano al pecho haciéndose la ofendida.

—¡No querrás que deje a mi jefa sola en semejante encerrona! ¿Y si me baja el sueldo por permitirlo?

—Yo no... —quiero corregir sus palabras.

—No te preocupes, Nec. Sé lo que hago —susurra.

—¿Tu jefa? —se extraña Aurls.

El psiquiatra suspira y se recuesta en su silla.

—Calha trabaja para Venec —anuncia.

—¿Cómo? —se escandaliza de nuevo Enea.

¡Espero que tengan unos buenos tranquilizantes en casa si todo es motivo de alboroto!

—Es una excelente ilustradora y relaciones públicas —intervengo—. Sin ella, Vernáculo no estaría tan bien considerada entre la competencia.

Cally me sonríe agradecida, y hasta su padre parece encantado con mi felicitación, pero Enea... Bueno, es una mujer difícil.

—¡Empleada! —escupe como si fuera la mayor de las afrentas—. Creí que ya habrías dejado de jugar a denigrar el apellido Ónix.

¡Oh, madre mía! ¡Estoy en una película del siglo pasado!

—¡Ny trabaja y no te ofende lo más mínimo! —se defiende mi amiga.

—Tu hermano es un varón. —¡Uff! No ha dicho eso, ¿verdad?—. Tú debes instruirte en saber manejar una hacienda, poner en vereda a los empleados —recalca la palabra con demasiado énfasis—, y dedicarte a la crianza de tus hijos. Tú no estás hecha para trabajar.

Cierro los ojos y sacudo la cabeza por tanta sarta de gilipolleces. Mi amiga frunce los labios, apuesto que para no contestarle una bordería a su madre, aunque se la merece.

—¡Mujer, déjala que se entretenga! ¡Ya sabes cómo es tu hija! Se aburrirá al poco, como con todo. —Se dirige a mí—. ¡Gracias por darle un oficio a mi ovejita!

¡Malditos snobs relamidos!

—Me temo que tienen un idea demasiado obsoleta de su hija —me entrometo, aunque no debería—. No creo que haya un solo compañero que no admire su dotes de liderazgo y su visión artística. Todas las presentaciones que hemos llevado a cabo son gracias a su buen ojo y a su carisma con los representantes más afamados de este mundillo. ¡No deberían subestimarla!

—Sin duda en eso ha salido a mí —se jacta el padre, orgulloso.

Pongo los ojos en blanco tras su cambio de parecer. Enea, en cambio, muta en un silencio obstinado. Por Dios, ¿cuándo comemos? A ver si así nadie dice más animaladas. Cally me aprieta la mano por debajo de la mesa en agradecimiento, y yo le devuelvo el gesto.

***

Tras los postres, nos han dado las cinco y cuarto de la tarde, y la madre de los Ónix ha insistido en mostrarme el lugar a solas. He accedido muy en contra de todo mi ser, pero tampoco voy a ser grosera. La pobre Cally hizo de todo por incluirse, pero Enea es una mujer que le gusta salirse con la suya, en eso se parecen.

El paseo por el campo es comedido y, en principio, en silencio. Le saco una cabeza a esta mujer en estatura y puede que también en pensamientos modernos y evolutivos. ¡Falta hará!

—Mi hijo está muy emocionado contigo.

Es clara y no se ha andado con rodeos, pero algo me dice que no ha acabado de hablar ni mucho menos.

—Eres la primera chica que ha tenido el gusto de presentarnos y, no me malinterpretes, pero ha sido toda una revelación.

Agacho mis cejas sin estar segura de comprender.

—No le agrado —aventuro.

—¡Oh, no, no, querida! —Se apresura a rectificarme. Cada vez que escucho querida de la boca de alguien, me entran los siete males—. Eres distinta a lo que tenía en mente para él, pero eso no tiene que ser malo. Solo se te ha de pulir un poco.

¿Pulir? ¿Esta mujer de qué va? Dejo que siga hablando, porque parece encantada de escucharse y de creer que tiene razón en todo. ¿La gente así qué problema tiene? Que tú pienses de una manera, no quiere decir que los demás también debamos ni mucho menos que estés acertada.

—¡Eres una muchacha tan joven! Me recuerdas un poco a mí cuando empecé con el padre de Senén —¡En un universo paralelo, vamos!—. Tan modosita, preparada para comerse el mundo, pero dispuesta a agradar a cualquier precio.

Vale. Eso me ha dolido. Creí que la estirada desde la cuna sería ella, me sorprende saber que es todo postín.

—¿En qué cree que debo mejorar? —cuestiono, llena de intriga.

Enea sonríe triunfal, como si hubiese ganado un torneo de tenis, que apuesto a que aquí también se realizan.

—Al hombre siempre hay que dejarlo quedar bien —¿Perdona?—. Nunca discutirle en público, sonreír a pesar de sus ofensas, estar pendiente de él... —¡Ni de coña, vamos!—. Entenderlo y apoyarlo, ser sutil a la hora de darle consejos, que nunca piense que la idea es tuya, sino implantársela. —Esta mujer se pasó con los margaritas, y yo no me di ni cuenta. ¡Es imposible que me esté hablando en serio!—. No te preocupes, yo te enseñaré a ser la mujer que Senén necesita.

Cierro los ojos, detengo mis pasos e inspiro todo lo hondo que mi abdomen me permite. Suelto aire despacio, por la boca. La madre del psiquiatra me mira con curiosidad. ¿Salir con él supone entrar en este mundo de pesadilla? No puedo apartarlo de su familia, pero ¿estoy dispuesta a soportar todo este circo? ¿Por él? ¿Y qué pasa conmigo? ¿Me perderé irrevocablemente como la mujer que me acompaña? Resignada a ser un llavero, colgada del brazo de su marido.

—Enea, yo...

Un alborozo a lo lejos nos distrae. Me giro y veo a Calha venir hecha una furia hacia nosotras. En cuanto nos alcanza, me tiende mi bolso.

—¡Nos vamos, Nec!

Ambas la observamos sin entender nada.

—Hija, ¿pero qué son esos modales? —la reprende Enea.

Mi amiga la ignora.

—¿Qué pasa, Cally?

Sus ojos están acuosos y parpadea para retener las lágrimas.

—¡Ny! ¡Eso me pasa! Tu novio le ha dicho a mi padre que he vuelto con Jacob.

—¿Has vuelto con ese bastardo? ¿¡Pero es que te has vuelto loca!? ¡Después de lo que te hizo! ¡No te reconozco, hija!

¡No me puedo creer que Senén le haya hecho eso a su hermana! ¿Desde cuándo es tan rastrero?

—¡No puede ser! ¿Senén ha hecho eso? —digo incrédula.

—¿No me crees?

De lejos veo al psiquiatra y a Aurls dirigiéndose hacia aquí, este último haciendo aspavientos con las manos y la cara enrojecida de rabia.

—¡Enea! ¡ENEA! ¡Detenla! —vocifera.

Esta otea hacia todos los lados comprobando que nadie los vigile. De nuevo, no hay nadie alrededor.

—¡Aurls, por Dios! Baja el tono —murmura con una sonrisa falsa—. ¡No des que hablar! ¡Nuestros amigos están aquí!

¿Y esta clase de gente tiene amigos en verdad? El padre de los Ónix se detiene soslayando a nuestro lado. Senén unos pasos por detrás se cruza de brazos y muestra una expresión satisfecha. ¡Es todo lo que necesito!

—¡Vámonos! —susurro a mi amiga.

Ella necesita apoyo, y yo salir de aquí.

—¡Aurls, Enea, ha sido un placer conocerlos! —Les estrecho la mano a cada uno con las mías dejándolos descolocados—. Pero he de irme; mi mejor amiga me necesita.

Mi ojos se posan en los de Senén, que parece tan desubicado como sus padres, y me decepciono en el acto. Redirijo mis pasos al edificio para irnos. Él me intercepta y me retiene por el brazo, su hermana me espera algo más lejos.

—Ey, ¿me vas a plantar así delante de mis padres?

—No me gusta la encerrona que le has hecho a tu hermana —digo tirando de mi brazo.

—¿Por qué pretendéis ignorar la gravedad de un hecho que casi acaba en tragedia? —se enfada.

—¿Sabes? —emito algo similar a una risa—. ¡Eres muy hipócrita! Ni consideras, ya no digo darle una oportunidad a él, sino a tu hermana y confiar un poco en su criterio. Yo a ti te he dado como veinte.

—Jamás he traspasado ciertas líneas. ¡Sería impensable!

—Imagínate cómo debe sentirse él sin en verdad está arrepentido, Senén.

—¿Por qué no lo ves como yo? —expresa con hartazgo.

—¿Por qué debería?

—¡La estoy protegiendo!

—¡No! —Nos sostenemos las miradas—. Solo quieres llevar razón.

Echo a correr hacia su hermana dejando atrás esta parafernalia de gente a medias.

***

Cally conduce como una posesa adelantando a coches que esperan que el semáforo cambie de color y sorteando a peatones que cruzan por la calle. Las curvas no son mejores, las coge con violencia y derrapando.

—Me gustaría que me pudiesen identificar cuando encuentren nuestros cadáveres —digo con intencionalidad.

Esta reacciona levantando el pie del acelerador y conduciendo como una persona equilibrada.

—¡No me puedo creer lo que Ny me ha hecho! —se excusa.

Asiento todavía con las manos apoyadas en la guantera. ¡Yo tampoco! Es que ni me lo quiero creer. Esa no es la imagen que tenía del psiquiatra, pero supongo que las señales estaban ahí, ¿no? Está tan acostumbrado a cuidar y a mandar que infantiliza a las personas que lo rodean, quitándoles el poder de elección. Es un comportamiento peligroso, pero lo es más si nadie le para los pies.

—No era así como pretendía que se enteraran mis padres —sigue quejándose.

—¿Y cómo iba a ser?

Niega con la cabeza y cambia de marcha.

—No lo sé. Esperaba que mi hermano hubiese cambiado de idea para entonces. —Le dedico una ceja alzada—. ¡Ya, ya! Fue mucho presuponer.

Estaciona frente a mi casa, pero no se baja.

—¿A dónde vas ahora? —cuestiono.

—A casa de Jacob —responde sin mirarme.

Reprimo el impulso de darle mi opinión. No creo que sea lo que necesite ahora, pero eso no impide que me preocupe igual.

—¡Tranquila! Cian estará allí, le he preguntado.

La extrañeza me circunda.

—¿Aún no confías por completo en Jake?

—Sí y no. Si me dejo llevar, es todo perfecto, pero cuando los recuerdos aparecen, yo...

—No puedes seguir así.

—¿Crees que no lo sé?

—Cally, te estás enfrentando a toda tu familia por él. ¿Y me quieres decir que no estás segura de Jake?

—El problema no está siendo él, sino yo.

Me masajeo las sienes.

—¿Lo has hablado con él? —Niega—. Tal vez deberíais poner las cartas sobre la mesa.

—Ya sabe lo que pienso —se justifica.

—No es lo mismo sospecharlo que saberlo. Debéis aclarar esta situación.

Ella afirma con la mirada perdida en el parabrisas.

—¿Crees que me equivoco?

—Soy la primera que desea que esto os salga bien, a los dos. Pero eso no evita que recele a veces.

—No puedo evitar sentir esto hacia él.

Me fastidia verla tan angustiada, sobre todo porque su único delito es querer a quien no debe.

—¿Qué es lo que sientes?

Sonríe de manera genuina.

—Siento que los días tienen sentido porque él existe. Las horas nunca me parecen suficientes para estar a su lado y solo quiero pasar tiempo con él. —Su mirada se ilumina—. Cuando lo veo no puedo evitar sonreír y saber que todo va a ir bien. Mi estómago se convierte en esas mariposas de las que todo el mundo habla, pero no hay nervios, solo calma y felicidad, porque estoy donde quiero estar y él me quiere.

»¡Nec, me quiere! ¡A mí! —Me río por su emoción—. Podemos estar todo el día juntos que no me canso de su compañía, disfruto cada minuto; es la persona más divertida que conozco.

»Me conoce como nadie se ha molestado en hacerlo y me acepta, sin medidas, sin pretender que cambie. Es más, le gustan mis defectos, hasta esos que yo detesto en mí, él es capaz de admirarlos. Es ese apoyo que no esperaba obtener ya de nadie. Es... Lo que quiero decir es que me complementa.

—Parece que lo tienes claro.

—Tengo claro que no seré capaz de sentir esto por otra persona con tanta intensidad.

—Entonces no dejes que nada lo haga tambalear.

Sonríe apesadumbrada y le doy un beso en la mejilla. Salgo del coche y me dirijo a mi casa. El Mini arranca y se pierde de vista. ¡Yo estoy deseando quitarme estos malditos tacones! Al otro lado de la entrada, los arrojo lo más lejos posible de mis pies. ¡Qué desastre de día! Lo medito un instante y decido hacer caso del consejo que le di a Calha. Hay gente a la que no pienso perder por nadie.

Hola.

Casi al instante responde.

Hola.

Me toca hablar a mí, por supuesto.

¿Qué tal?

Preparándome para hacer de sujeta velas.

Río.

¿Cómo estás tú?

No lo tengo claro.

Pero no quería seguir así contigo.

¿Vamos a dejar de ser amigos?

No.

Me emociono al leer el mensaje, pero...

No lo sé.

Nunca me había visto en algo así.

¿Me odias?

Nunca podría odiarte.

Quiero ser lo que tú buscas, es solo que...

No quiero que seas lo que yo quiero.

Quiero que seas tú.

Siento que ya no me conozco.

Ni siquiera sé si algún día lo hice.

¡No quiero perderte, Cian!

¡Ni yo a ti!

¿Y qué vamos a hacer?

Darnos tiempo.

¿Crees que es buena idea?

Es la única opción por el momento.

Tú no necesitas que te atosiguen más.

Y yo puedo esperar.

No quiero que tengas que esperar nada.

Pero yo sí.

Ninguno dice nada más; yo no deseo que la conversación muera aquí. El texto de escribiendo... vuelve a aparecer.

Calha ha llegado.

Cuídate.

Desatiendo el móvil a mi lado con mi estado anímico decayendo por momentos. Ni siquiera tengo tiempo de regodearme en mi miseria, el timbre suena. ¡Voy a desconectarlo! Arrastro los pies hacia allí y abro, pesarosa. El psiquiatra está del otro lado. ¡Qué pereza!

—Bella Venec... —Da un paso al frente comiéndose todo mi espacio.

Su calor me envuelve al instante, pero no estoy lista para él.

—Senén —digo con cansancio—, no es el momento.

Pretendo darle con la puerta en las narices, pero me lo impide.

—¿Qué sucede? ¿Tan molesta estás por lo de mi hermana?

Suspiro.

—No ha sido muy noble por tu parte lo que has hecho. No me esperaba algo así de ti.

—¿Se trata de eso? Has descubierto que tengo defectos, ¿eh?

Entrecierro los ojos por su pedantería.

—No son los defectos, son las formas.

—¡No voy a pedir disculpas por proteger a mi hermana!

—Vale, entonces no hay más que hablar.

Intento por segunda vez, y en un vano intento, darle con la puerta en las narices. La detiene y se adentra en mi hogar haciéndome retroceder. Cierra y se aproxima más a mí, hasta que no tengo donde recluirme.

—Te quiero.

Decir que esa declaración no me afecta, sería negar cómo mi cuerpo ha entrado en ebullición de puro gozo. ¡Si hasta tengo ganas de llorar de felicidad! Su cara desciende hacia la mía, pero se queda ahí a centímetros, embriagándome con su fogaje. Busco mi resolución en algún recoveco de mi consciencia, pero me cuesta.

—Senén —jadeo sin pretenderlo.

—Noto cómo tú corazón se acelera —Sonríe—, los latidos de tu cuello me lo revelan. Tu respiración se hace menos consistente y tu cuerpo reacciona ante mi presencia.

Sí, mi maldito cuerpo siempre me traiciona. Lo que no esperaba es que fuese tan esclarecedor para él.

—Yo no...

—¿Lo vas a negar? —dice con una sonrisa petulante en sus labios mientras se acerca más—. Está bien. Dime que no me deseas, que no sientes nada por mí, y acabemos con esto.

Juega con ventaja. Ya le dije que me había enamorado de él y ahora se siente como un pollo de corral. Se pavonea.

—Eso no cambia lo que ha pasado.

—Ni tú puedes negar el riesgo que está asumiendo.

—Ni tú que te puedes engañar.

—¿Tú crees? —Sus labios están tentando a los míos. ¡Será desgraciado!

—Las cosas no siempre son lo que parecen —emito en un murmullo agudo.

Sonríe espirando sobre mí.

—¡Pues comprobémoslo!

Su boca se apodera de la mía, y yo lo olvido todo. ¡Se está tan bien entre sus brazos! Le devuelvo el beso sin dificultad, sorprendiéndome de lo necesitada que estaba de él. Pero la cordura hace mella en mí por un instante y me aparto.

—¡No quiero cambiar por ti! —espeto acelerada.

Senén enfoca los ojos en mí, desorientado.

—No te pido que cambies. ¡Me gustas tal y como eres!

—No pienso dejar mi trabajo, me ha costado mucho llegar a donde estoy —digo retrocediendo más allá del sofá.

—Me gusta que seas una mujer independiente —afirma acechando mis pasos.

—No pienso darte la razón en todo.

—Ni quiero que lo hagas. —Se detiene—. ¿A que viene todo esto?

—Tu madre quiere pulirme. ¿Qué soy, un diamante?

Exhala y se pasa una mano por el pelo.

—No te han causado una buena impresión —suelta con resignación—. Antes eran más naturales, pero desde que se jubilaron se han petrificado algo en las cómodas costumbres de los poderosos.

¡Bonita manera de llamarlo! Pero para mí son una caricatura de los adinerados, no me los puedo tomar en serio.

—¡Ese no es mi mundo! —declaro.

—¡El mío tampoco!

Me cruzo de brazos, analizándolo. ¿En serio pretende que me crea semejante trola?

—¡Vamos, Senén!

—Bueno, sí. A veces asisto a ciertas recaudaciones en favor de los más desamparados. Pero ¿qué tiene eso de malo?

Nada. No tiene nada de malo, pero algo me grita que no será solo eso, que habrá más cosas a las que acostumbrarme y no sé por qué, pero me espanta en dónde me puedo llegar a meter.

—¿Tanto te han horrorizado mis padres?

Cierro los ojos, harta de no saber ponerle palabras a esos pálpitos que siento. A esa intuición que me advierte, pero que no logro discernir con claridad.

—No, claro que no. Son... peculiares, pero no diría que son malas personas.

Porque no lo son. Tienen pensamientos del jurásico; no obstante, eso no es un delito. Cada uno tiene una mentalidad que va conformando con los círculos sociales en los que se mueva. Ellos no han salido del suyo.

—¿Entonces?

Hay cosas que aclarar. ¿Por qué no ahora?

—¿Qué pasa con Verónica?

Deja escapar una risa breve que no contiene humor.

—Es una amiga. No hay nada entre ella y yo.

—¿Se ha ido?

Las aletas de su nariz se ensanchan, su boca permanece firmemente cerrada. O sea, que «madame me voy a casar con el mejor amigo de mi cuelgue» no está con su futuro marido, sino que sigue aquí esperando pescar al psiquiatra. ¿Pero en qué clase de culebrón barato se ha convertido mi vida?

—Ella tiene asuntos que arreglar.

La que se ríe ahora soy yo. Me deshago el moño con furia.

—O sea, que cuando se trata de Cian tengo aguantar tus celos de macho alfa, pero si se trata de ti, todo es normal.

—Yo no he dicho...

—¡Basta! ¡Ya, Senén! Me has hecho sentir que mi relación con mi mejor amigo era algo de lo que avergonzarse, y resulta que tú tienes una similar que atender.

—¡Yo jamás me he acostado con Verónica!

Me despeino el cabello para que campe a sus anchas.

—Ella está encaprichada por ti.

—Solo se ha tratado de los nervios antes de la boda.

—¡No puedes creer en serio lo que me estás diciendo! —flipo con lo ingenuo que es en este tema.

—¡No la conoces!

—¡Vi cómo te besaba!

—Se siente fatal por ello, y ya lo hemos aclarado.

¿Se siente fatal? ¡Venga ya!

—Quiero que te vayas.

Sus ojos se abren desmesurados.

—¿Por esto? ¡Te comportas como una cría celosa!

Me echo a reír porque es lo peor que podría decirme. Me acerco a mi bendita puerta (que la uso más que cualquier otra zona de la casa) y lo invito con la mano a que se marche. Él dirige sus pasos, molesto, por mi arrancada.

—¿Vas a dejar que esta nimiedad se interponga entre nosotros? —Se detiene frente a mí.

—Si para mí no valen ciertas cosas, para ti tampoco.

Lo insto a que salga y una vez fuera, por fin, le cierro la puerta como era mi deseo desde el principio.




Este es uno de los capítulos más largos que he escrito de Los colores que olvidé. Espero que haya merecido la pena leerlo. 

Paso por aquí, también para recordaros, a todos aquellos que leéis, que no os olvidéis de votar si la historia os está gustando, comentar y recomendarla si os parece que merece la pena que sea conocida. 

Aunque hace tiempo que ya no le doy importancia a esas cosas, porque lo que me gusta es escribir y crear historias, sí que tiene cierta relevancia dentro de la plataforma de Wattpad, así que si tenéis un minuto, no olvidéis apoyarme.

¿Qué os han parecido los padres de Calha y Senén? 

¡Os leo!

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