Cara o cruz

Salgo del sofocante ambiente para que me dé algo el aire. Nuestra última presentación, de un escritor novel, está siendo todo un éxito. Pero la velada está tan animada y hace tanto calor que las bebidas frías no soy suficientes; mi rostro irradia calor y sé que soy la poseedora de un bonito rubor en los mofletes. Camino sorteando invitados y dedicando sonrisas agradecidas por su apoyo. Aunque esto me recuerda, en parte, a mi propia presentación, es muy distinta. No prolifero una reunión con tintes de falsa apariencia. Cada uno es como es y ha de sentirse cómodo expresándose. Cierto que los patrocinadores juegan en otra liga y no se relajan ni para ir al baño.

Empujo la barra de la puerta que da al exterior y me quedo del otro lado. Huele a lluvia y la calle está unos grados más fresca que en el edificio de mi espalda. Me alegra haber optado por un traje pantalón y no un vestido como me insistió Cally, la que por cierto va a tener un plus este mes, porque ha hecho un trabajo genial gestionando y organizando el evento. No han pasado ni dos minutos en que absorbo todo lo que puedo de este clima húmedo, y la puerta se abre a mis espalda.

—¡Estás aquí! —Calha me abraza por la espalda brevemente—. ¿Estás contenta con el resultado?

Asiento arrebujándome en el chal que nos ha tirado por encima de los hombros mi amiga.

—No esperaba menos de ti.

Sonríe satisfecha y clava su vista al frente.

—Perfecto, porque te quería pedir algo...

Alzo una ceja mirando de soslayo su perfil. Que Calha deje una frase en el aire es equivalente a que la petición tiene más contras que pros. Espero el desenlace de sus labios.

—Necesito que esta noche me cubras.

Enfoco mi vista en el parque de enfrente. Las farolas le sacan un resplendor ambarino a los columpios. La lluvia que ha quedado en ellos resalta cuando las luces de un coche le da de lleno, y la noche parece menos oscura debido al jolgorio que hay montado tanto en el interior como en la calle. Son las ocho y media y los días han encogido lo suficiente para ser octubre.

Hay desesperación en su demanda. Desde que decidió que iba a arriesgarse con Jacob, han quedado a solas un par de veces a tomar algo como dos amigos. Dice que se muere por ir más allá, pero que él ha marcado unos tiempos para que ella se sienta cómoda y confíe en él otra vez. Me parece un detalle por su parte y más porque está tan desesperado por mi amiga como ella. Todas esas quedadas fueron a la luz del día y, en una, me vi forzada a unirme por insistencia de Calha. Y por insistencia quiero decir que dijo por favor durante cinco minutos seguidos. Por no escucharla acepté, aunque me percaté de que Jake no me mira tan bien como antes. Sospecho que haya llegado a sus oídos lo mío con su chica. Cian también se reunió con nosotros en aquella ocasión, pero apenas cruzamos un hola y nuestras miradas fueron esquivas. Para los tortolitos, en cambio, no fue nada incómodo, creo que ni se acordaron de que estábamos allí. Nunca he buscado tantos temas de conversación como ese día, mas ninguno llegó a eclosionar de mis labios. Abrir la boca, quedarme muda y suspirar de frustración; esa fui yo durante dos horas. Los golpecitos que mi amigo daba con los dedos sobre su vaso de gaseosa tampoco ayudaban.

Hoy hace siete días que se fue de mi casa y que no cruzo palabra con él. No sé si me quiere dar espacio o yo a él. No sé si se está replanteando nuestra amistad, espero que no. No sé si debería hablarle como siempre o aclararle que estoy intentando descubrir qué siento. En resumen: que no sé nada.

—Con cubrir, te refieres a Senén —confirmo.

Otro que tal baila. Ni sé de él ni yo le doy señales de seguir con vida. No sé si me ha dado por perdida, espera a que le diga algo, o ya ha retomado su rutina sin contar más con mi existencia.

—¿Y a quién si no? —refunfuña.

Bufo.

—Ya, ya. Se lo tengo que contar, pero quiero hacerlo sabiendo que tengo la razón. Ahora mismo el rebatiría todos mis argumentos y me haría dudar. —Se encoge, angustiada—. No puedo quedarme con la duda, Nec.

La entiendo. Yo tampoco quiero quedarme con las dudas, pero ella al menos solo tiene a uno.

—Siempre imaginé que con veintidós años una no tendría que darle explicaciones a nadie —comento por lo irrisorio que fue ese pensamiento y lo inválido que es en realidad.

—Pues ya ves que sí. Es lo mismo que cuando tienes diecisiete, sabes un poco más pero sigues igual de perdida, y tu familia te sigue echando broncas porque jamás te ven como la adulta que eres.

—Pero lo eres.

Se pone más seria que antes. Es tan similar a su hermano, pero con una nariz más fina y respingona y con una curvatura en la mandíbula más delicada; sus ojos más redondos que los de él.

—Ninguno me ve así. Me he esforzado mucho por demostrarles que me puedo valer por mí misma y que no necesito de la fortuna familiar. —Se le escapa una mueca pesarosa—. Pero soy Calha, la niña mimada de la casa. Se creen que me lo tomo todo a la ligera y que sin Senén estaría perdida.

»Cuando fue de Ariz, pensaron que había encontrado la estabilidad que necesitaba para tomarme la vida en serio, pero nunca supieron por qué dejé ese trabajo. Permití que creyeran que me aburrí, como me suele pasar con la mayoría de cosas. —Agacho la cabeza—. Aquí en Vernáculo sí que me quiero quedar. Siento que es mi sitio, y por primera vez no busco la validación de mis padres ni de nadie.

»Doy gracias todo los días porque nuestros caminos se entrecruzaran, Nec. Todavía no eres consciente de lo que tu proyecto significa para todos lo que trabajamos contigo. Cada uno siente que su carrera se ha asentado aquí, en tu empresa.

»Lo que has creado es grande. Muy grande.

Sonreímos. ¡Es verdad! No sé qué significa para cada uno de ellos, pero me basta con su implicación y su motivación.

—¿Cuándo vas a contratar a un nuevo informático?

No es que corra prisa, pero sí que preciso de alguien con conocimientos para actualizar la página web cada poco, y aunque Clalha ha defendido el puesto, tiene limitaciones.

Me tenso.

—¿O es que sigues esperando a que ella vuelva?

Suspiro. Sí, una parte de mí espera su regreso, pero sé que me miento. Mayra no va a volver a esta empresa. La inquina que me profesa ahora mismo es contraproducente con un buen desarrollo de Vernáculo; no obstante, sigo siendo esa niña ilusa que busca su mundo idílico en el real. ¿Algún día aprenderé?

—Me ayudó a hacer esto posible, Cally. Es como si la estuviese traicionando.

Chasquea la lengua.

—Mira, he ido a visitarla y hasta a mí me cuesta tratar con ella. La Mayra que conocimos no existe.

—¿Eres un poco drástica, no te parece? —la acuso.

—¡Te odia! —espeta sin miramientos tirando del chal—. No es que esté mal por la bulimia, es que siente unos celos enfermizos por ti. Está donde debe estar para que la traten.

—Está colada por Cian —la excuso.

—Es no es un cuelgue, Nec. Es una fijación obsesiva por demostrarse algo a sí misma y a los demás.

Sonrío por cómo aventura con tanta seguridad.

—Se te pegan las dotes de tu hermano, ¿eh?

—¡Oh, venga! —Alza los brazos y tira nuestra improvisada manta al suelo—. Ni Cy quiere ir a verla.

—¿Qué? —Esa revelación me pilla de sorpresa.

Ambas nos agachamos a la vez y nos damos un cabezazo al recoger la prenda. Siseamos llevándonos una mano a nuestras frentes. Calha inspira con teatralidad.

—Fue el mismo día que la internaron, pero acabaron discutiendo... —Nos levantamos—, por ti.

Dobla la prenda porque ahora mismo ambas hemos entrado en calor por esta conversación. No un buen calor, pero yo me noto hervir, no de furia, pero sí de resentimiento por el trato de la informática. ¿Por qué la ha tomado conmigo?

—Te omitiré las partes desagradables en las que te pone de vuelta y media, pero tu querido amigo la puso en su sitio. —Niega acariciando la tela—. Una pena no haber estado, porque seguro que le aplaudía.

—¡Pero si ellos se querían un montón! —me sorprendo.

—Ahora mismo May no es buena ni para sí misma. De hecho la han privado de las visitas. Ny dice que sigue cortándose con más frecuencia. —Se echa el pelo suelto para atrás—. Tiene depresión.

Me llevo una mano a la frente y la arrastro por el cabello hasta revolver mi melena. Las desgracias se ceban en la canija.

—Lo de su padre le afectó mucho.

—¡Pff! O será que lo lleva en los genes.

—No se heredan las desgracias.

—¡Anda que no!

Callamos oteando los alrededores.

—Así que lleva para rato —comento.

Cally asiente.

—Seguro que le mejora el ánimo cuando Ny le explique al acuerdo que llegó su abogada. —Intenta animarme—. Oye, todos la apreciamos, pero no se le puede consentir esa actitud tan hipócrita. Cuando mejore, si nos quiere cerca, estaremos. Ahora debemos seguir con nuestras vidas. ¡Tú misma lo dijiste!

Es cierto, pero ya no pienso igual; soy como una veleta. Lejos de conseguir su objetivo, me desinfla. ¡Seguir con nuestras vidas! Hemos sido testigos de todas las desventuras que le han acontecido, es normal que esté hecha una mierda. Sin embargo, para evitar que nos arrastre con ella, hemos de seguir nuestro camino y dejarla atrás. ¿He entendido bien?

—¡Nec...! —Calha me reprende—. No está sola, Ny está pendiente de ella. Pero ahora nosotros no le hacemos bien.

Pues sí que debo de ser expresiva para que mi amiga sepa leerme los pensamientos.

—¡No dije nada!

—No hace falta. Pero quiero decirte algo. —Se cruza de brazos—. Tú y May no sois iguales aunque hayáis pasado por sucesos similares.

Frunzo el ceño.

—Yo no...

—Todo lo que hiciste por ella... ¿No es porque te veías reflejada? —Mi cara lo expone todo—. Ny me lo ha dejado caer.

¡Qué maruja ha salido el psiquiatra! Lo que más me jode es que es verdad. Cuando no tenía a dónde ir, quise ayudarla, porque a mí también me hubiese gustado tener un refugio al que acudir en los días que las discusiones con mi madre me mutilaban el ánimo. Quería respaldarla con un trabajo en el que se encontrase cómoda, para que ganase su dinero y no tuviera que depender de nadie. No quise machacarla con su bulimia al enterarme, porque yo tampoco soportaba que se me señalara por mi actitud con la ansiedad. Creí que lo estaba haciendo bien, porque todo eso es lo que yo hubiese querido para mí en su momento. Y hasta le costeo la estancia en ese centro para que sepa que la sigo apoyando a pesar de todo, para que se sienta aliviada por tener a alguien incondicionalmente, pero ¿y si me estoy equivocando? ¿Y si ella no precisa lo que yo creí que podría necesitar? ¿Y si debo soltar?

—Yo también fui muy desagradable. Tu hermano te lo puede decir.

Calha agarra un bidón de metal vacío y lo usa como taburete, me invita a que la imite con otro que hay. Lo hago, prestando atención a no machar la ropa con ningún residuo que puedan tener. A mi elegante amiga no parece importarle machar el vestido azul luminoso (por la pedrería) que lleva. Me recuerda a una cantante de cabaret de los años veinte, pero con su melena larga y suelta.

—No así, Nec.

—No lo sabes.

—Ny me ha hablado mucho de ti estos días. —Mi corazón se enloquece—. No se parece en nada a lo que May está haciendo.

—¿Senén te ha hablado de mí?

Me sonríe, confidente.

—Si se hubiese sincerado así desde el principio, jamás me habría acercado a ti. Aunque no habría tenido el mejor sexo de mi vida.

Abro los ojos por su osadía y le lanzo un cacho de cartón que hay por el suelo. Tengo que hacer que limpien esto, o limpiarlo yo. Esta salida de emergencias da mal aspecto a Vernáculo. Calha se ríe y esquiva el objeto sin problema.

—No hace falta que lo grites a los cuatro vientos —recrimino.

—¡NEC ES UNA TIGRESA EN LA CAMA! —dice a grito pelado y riéndose.

Me abalanzo sobre ella y le tapo la boca, pero finalizamos partiéndonos el culo juntas.

—Te quiere mucho. —Cambia el tono y la actitud—. Pero Cian también.

Acaba de resumir mi dilema. Ambos me quieren, y yo los quiero a ambos. ¿Yo, egoísta? ¡Para nada!, pero quiero quedarme con los dos.

—Me he dado cuenta —espeto de mala gana y volviendo a mi bidón.

—No sabes a quién elegir —asegura.

Niego y coloco unos mechones detrás de las orejas.

—¿Un consejo?

Me encojo de hombros.

—Soy toda oídos.

—Escógete a ti primero.

Alzo mi rostro hacia ella con las manos apoyadas en el borde mi asiento improvisado. Sus ojos se fijan en los míos con rotundidad. Me está diciendo que no me olvide de mí por ninguno de ellos.

***

Después de esta triunfal noche, me fui de copas con Cirio y Zénnit. Caleb tenía una cita ,y Megan se fue antes que nadie para estar con su hija. Ha sido una salida que me hacía mucha falta y que me ha despejado la mente de mis líos amorosos. También ha sido la primera vez que he salido con ellos por ahí y creo que nunca me he reído tanto con nadie. Compaginan tan bien que llaman la atención de quien los rodea. Han forjado una buena camaradería y me alegra que eso haya ocurrido en parte por mí. Ninguno tiene pareja, pero he intuido que uno de los dos bebe los vientos por nuestra correctora. ¡No sabía que los hombres podían ser tan cotillas! No creo que me aburra nunca en Vernáculo, es como un culebrón, y aunque no me suelen ir, este me gusta en especial. Tras un par de copas y anécdotas, me han acercado a casa. Ellos estaban tan cansados como yo o puede que más. Noviembre y diciembre van a ser una vorágine de presentaciones, y la más gorda se nos viene dentro de una semana y media con Brooke, la cantante de Nashville.

Es la una y media cuando me descalzo en la entrada de mi casa, con una sonrisilla estúpida en los labios. ¿Resistencia al alcohol? 0,01%.

Tiro la chaqueta sobre el sofá y me caliento un poco de carne asada que dejé lista por la mañana. ¡Gracias, Venec del pasado! Me cuesta enfocar la vista en la ensalada de lechuga, zanahoria, cherris y pepino. Me desprendo también de la chaqueta de traje, dejándome solo con una blusa fina sin mangas y me echo un par de filetes de cinta de lomo en un plato. No llego a dar ni mi primer bocado y el timbre suena.

¡Vamos a ver! ¿Quién llama a estas horas a una casa decente? Me río por mi ocurrencia mientras me dispongo a averiguarlo. Se me pasa el mareo de golpe al distinguirlo del otro lado del ojo de buey. Me acicalo y me miro por encima antes de abrir. Me dedica una sonrisa deslumbrante al verme.

—¡Hola! Sé que es muy tarde, pero necesito hablar con Calha. ¿Por qué no me coge el teléfono?

¡Oh, genial! ¿Me cubres? Pero si mi hermano se presenta en tu puerta a las tantas de la madrugada, búscate la vida. ¡Espero que su noche esté mereciendo la pena! Me ensarto en el medio del umbral mientras pienso algo.

—¡Ya sabes como es! —digo con una sonrisa bobalicona—. Podrías haberme llamado a mí, y yo te la pasaba, no era necesario que te molestases en venir hasta aquí tan tarde.

¡Mierda! Mi móvil está en el bolso. ¿Dónde lo puse? ¿Y ahora dónde le digo que está su hermana?

Senén agacha la cabeza sonriendo.

—Puede que también haya sido una excusa para verte.

¡Ay, Dios! Su mirada se enfoca en mi ojos y luego en mis labios. Me muerdo el inferior por la tensión que estalla entre nosotros. Da un paso al frente y mi espacio vital le pertenece. ¿Me puede explicar alguien por qué mi piernas tiemblan como un flan? Tengo la mano apoyada en la puerta y me está haciendo falta su soporte. El cuerpo del psiquiatra está pegado al mío, aunque sin tocarse, y yo ardo por dentro. Él no hace amago de moverse ni de rozarme, solo está ahí plantado mirándome, con los labios tensos en una sonrisa.

—¿Y bien? ¿Puede salir Calha un momento?

Se me quita todo nubarrón de la cabeza al instante. Titubeo y hasta trastabillo con mis pies al intentar desplazarme. Senén tiene que extender un brazo para evitar que me vaya de bruces al suelo. ¡Soy única dando vergüenza ajena! Su tacto es peor que estar a dieta y ver cómo todos comen lo que tú deseas probar. Intento reponerme y fingir. He de fingir un montón de cosas ahora que lo pienso.

—Es que ahora tu hermana no está. —Le doy la espalda buscando una explicación y de paso mi bolso.

Vislumbro por encima del hombro cómo alza una ceja y sigue mis pasos.

—¿Y a dónde se ha ido a estas horas?

Buena pregunta. Piensa, Venec, piensa. ¡Puto alcohol!

—Teníamos hambre —farfullo.

¡Oh, Dios! ¡Soy pésima inventando excusas! ¿Hambre? Acaba por cerrar la puerta y al instante de armarme de valor para enfrentarlo, me doy cuenta de que su mirada se queda fija en mi cena. ¡Mierda! Mierda, mierda, mierda.

—¿Y eso que tienes ahí?

Por supuesto, no podía hacer la vista gorda. No. Tiene que ponerme contra las cuerdas. Debería pensar en mudarme y así no tener que pasar por estas situaciones. Sí, mudarme parece un buen plan.

—Es que... ¡Ya sabes como es Cally! —digo con energía. ¿Y ahora por qué grito?—. Nunca está contenta con nada y siempre hay que ceder a sus antojos.

—¿Y por eso está eso ahí?

¿Por qué insiste tanto? ¿Acaso sabe algo? ¡Que lo sabe y me está tanteando! No, no pienses mal. Tú sigue hasta el final con la patética mentira.

—Porque yo tengo hambre y sí me apetece comer eso. ¡Y a saber lo que tarda! —Bien, bien. Simple y plausible. Vas bien.

—¿Y por qué no habéis pedido que os lo traigan a casa? ¿Qué hace mi hermana callejeando por ahí a estas horas?

¿Este qué es, de la gestapo? ¡Maldita sea! ¿Dónde habré metido el bolso con el móvil?

—¿Y quién la entiende? Le ha dado por ir.

—¿Y las has dejado ir sola?

El tic del ojo hace su aparición de manera dramática.

—¡Coño, sí! Estoy yo para ir andando con lo cansada que estoy.

¿Suena creíble? Espero que sí. ¡El bolso! Está debajo del abrigo. Senén se encoge de hombros resoplando. Entiendo que es que me cree o que se rinde. Sea la que sea, me vale. Se apoya en el respaldo del sofá y me mira. ¿Por qué me mira? ¿Tengo algo en la cara? Semblante de pócker, Venec. ¡No decaigas ahora con esos ojazos marinos y esa boca tan seductora! ¡Por Dios! ¿Por qué me tienta tanto? Me acerco al bendito bolso y saco el móvil fingiendo que quiero saber la hora, aunque tengo un reloj enorme en la pared colgado, ya lo sé.

—Tardará un poco, acaba de salir hace nada. Me extraña que no os cruzaseis. —Los detalles son importantes en las mentiras; si te acuerdas de ellos, claro está.

—No ha sido el caso —comenta.

¡Claro que no!

—He de ir un momento al baño —me excuso yendo hacia allí con el aparato.

En cuanto me encierro, desbloqueo el terminal y le envió un mensaje a mi amiga. ¡Espero que se entere y no lo haya silenciado ni apagado o la llevo clara!

Tía, tu hermano está aquí.

No tiento a mi suerte llamándola por si el psiquiatra sospecha. Espero unos interminables cinco minutos hasta que me responde. ¡Gracias a Dios!

¿Qué hace ahí?

No lo sé, ¡pregúntale!

Como no le has contestado al teléfono, no sé qué mierda te tiene que decir.

¿A estas horas?

Síííííííííí.

¿Qué le has dicho?

Que has ido a comprar algo para cenar.

¿Y se lo ha creído?

No lo sé, pero llevo demasiado metida en el baño y se va a pensar que estoy descompuesta o algo.

¡Vente ya!

JAJAJAJJAJ.

Tendré que parar a por comida ahora.

Haz lo que tengas que hacer, pero apura.

¡Gracias por cubrirme!

Me debes una gordísima.

Eres la mejor.

¿Qué haría yo sin ti?

Lo que tú quieras.

Pero ven cagando leches.

Tiro de la cadena roja como un tomate. No creo que haya tío que no pierda el morbo si piensa que la chica que le mola está cagando o deshaciéndose en muecas de dolor. ¿Pero por qué pienso en estas cosas? Me analizo en el espejo antes de salir y me arreglo un poco el pelo. Lo tengo en punta por zonas y su encrespamiento va a peor. ¿Por qué me esfuerzo en alisarlo si mi cabello es ondulado? Salgo guardando el móvil en el bolsillo del pantalón y forzando a mi boca a emitir una mueca desenfadada. ¡Fracaso estrepitosamente! Senén me sonríe con templanza y con su móvil entre los dedos. Lo alza y habla.

—Me acaba de enviar un mensaje. Dice que no consigue decidirse.

Inhalo hondo y despacio, pero muy muy aliviada.

—¿Tú has cenado? —Necesito cambiar de tema a la de ya o me pilla.

Se yergue del respaldo y asiente.

—Sí, hace unas horas.

Me dirijo a la que iba a ser mi cena, ya fría, ¡cómo no!

—¿Quieres tomar algo? —Recojo la carne con intención de volverla a calentar. No me gusta la comida fría.

—Sí, a ti.

Pego un brinco cuando sus manos surcan mi cintura y siento el eco de sus palabras sobre mi oído. El plato choca con un sonido agudo contra la encimera y el tenedor y el cuchillo se caen al suelo, rebotando en él. Me viro entre sus brazos, histérica. ¿Pero por qué estoy tan taquicárdica? Me arrincona contra el mueble, y mi respiración se va al traste en equilibrio. Ahora sí nuestros torsos chocan. Acaricia un mechón de pelo que se me ha venido hacia delante.

—¿Estás nerviosa? —susurra con voz grave.

¡Combustiono! ¡Yo combustiono aquí!

—N-no —Verosímil total. Mi tartamudeo ni se ha notado. Ironía modo on.

Ríe y su risa me provoca un pinchazo de deseo al sur de mi anatomía. Busco cómo alejarme. No puedo dar marcha atrás, mi espalda está pegada al granito pulido de la encimera, así que me deslizo a un lado. Opción fallida. Posa un brazo sobre el mueble de detrás de mí e impide mi retirada. Yo creo que no estaría más sofocada ni aunque me quemasen viva. Evito fijarme en él, pero fallo y contemplo cómo sus ojos se recrean por todo mi rostro. ¿Busca algo? ¿Tengo algo que no me vi en el espejo?

—Podría estar admirándote la vida entera. —Ahora sí, nuestras miradas confabulan en un choque de olas.

Siento una mezcla de querer alejarlo, porque no creo ser capaz de gestionar todas estas sensaciones y emociones, y al mismo tiempo quiero derretirme en su brazos. Estoy loca, ¿verdad? Sonríe más ampliamente y acaricia mi mejilla con la otra mano, deleitándose. La intensidad del momento se traslada a él descendiendo sobre mi boca, y a mí separando los labios para recibirlo. Me cosquillea hasta el borde de los labios. No sabía que era posible, pero ahora me queda claro que sí. Nuestras bocas se sellan la una sobre la otra y me afianza por la cintura. Sí, sin duda disolverme en su beso es lo mejor de esta noche, puede que de mi vida. Mis manos cobran vida propia y me abrazo a su cuello y lo aproximo más por la nuca. ¡Me siento tan bien con él! Nuestras salivas confluyen en un deseo subversivo. Esto es adicción. Me sienta sobre el mueble de la cocina, apartando todo lo que hay en él antes. Se inclina sobre mí retirando la blusa de dentro de la cinturilla del pantalón, sin dejar de besarnos en ningún momento. Mis manos están afianzadas en sus fornidos hombros y mis piernas se enredan alrededor de sus caderas. Nuestras lenguas juegan a probarse y a profundizar un beso que ya debe de ser obsceno. Abrimos más nuestras bocas, en un afán por devorarnos. Escucharlo gemir por mí, me enloquece. Toda su acción queda reflejada en la prisión a la que me reduce. No quiere que me escape, quiere asegurarse de que soy para él y no parará hasta hacerme perder el sentido. Por mí puede tirar la llave, seré gustosa su rea. Me alejo de él apoyando una mano en su pecho. Por desgracia, sigo necesitando aire para vivir, pero a él parece que se le ha olvidado este detalle. Se abalanza de nuevo con más pasión que antes. Mis manos hierven, mi pecho se acelera y mi estómago es un torbellino de emoción. Acaricio su rostro al milímetro y las caracolas de sus mechones sueltos. No quiero soltarlo nunca. Cuando mi boca es invadida hasta el subconsciente y mis labios están hinchados, su lengua se pasea por todo mi cuello. ¡Oh, joder! ¡Esto no me puede estar pasando a mí! Es demasiado de todo. Demasiada intensidad en lo que me hace sentir, en la ficción que parece que amotina a esta escena, en mi corazón intentando abrirse camino en mi pecho y ofrecerse a él. Se separa para observar mis reacciones, pero se detiene aterrado. Dos lágrimas surcan la comisura de mis ojos. Las borra, raudo, pero sus ojos se calan en las profundidades de mi conciencia. Está preocupado y teme haber hecho algo malo; puedo verlo con tanta claridad que se me escapa una sutil sonrisa.

—¿Te he hecho daño?

Niego sin soltar sus brazos. Solo han sido dos malditas gotas traicioneras de felicidad.

—No sé cómo he hecho para enamorarme de ti —confieso.

Su pecho se hincha y deja escapar todo el aire de golpe. Lo he pillado desprevenido, y su cara refleja la perplejidad de no ser capaz de asimilar lo que acabo de decir o quizá de ser consciente de lo que eso significa.

—¿Qué has dicho? —Su alegría es contagiosa, y me hace reír con él.

Me sujeta la cara con ambas manos para que lo mire. Contemplarlo hace estragos en mi interior. Es increíble y se ha fijado en mí. De todas las mujeres en las que podría haber posado sus ojos, estos me han escogido a mí. Me dan ganas de gritar de jubilo.

—Que estoy enamorada de ti.

Lo veo en él incluso antes de que lo realice. Me va a besar otra vez y apuesto a que no quedará nada en pie de mi persona para poder rescatar después. ¡Que así sea!

El timbre suena cuando sus labios suspiran encima de los míos. Mis ojos cerrados se abren para buscar su respuesta. Tensa la mandíbula como es característico en él cuando algo le molesta. Se conforma con un beso corto que me aturde. Bajo medio agilipollada de la encimera con su ayuda y me dirijo a la puerta con una sonrisa radiante. Me toco los labios para asegurarme, no de que siguen ahí, sino de que han salido tan afectados como los noto. Ni eso impide que abra con tal dicha que Calha contempla mi estado, suspicaz.

—¡Hola, Cally! —mi alegría supura por los cuatro costados.

—Hoooola —dice entrecerrando los ojos.

Entra con la bolsa de comida, y yo cierro. Senén se acerca a ella mientras esta se quita el abrigo y lo coloca sobre el sillón. Me sobresalto cuando veo su cuello, y no soy la única.

—¿Qué tienes ahí? —La voz del psiquiatra es extraña.

—¿El qué? —Calha saca los envases de la bolsa, y yo la miro aterrada.

—El chupetón de tu cuello.

La mano de mi amiga vuela hasta la zona para tapárselo. ¡Demasiado tarde! Me atisba con el mismo horror que yo a ella, y me temo que Senén se empieza a oler el marrón.

—¿Quién te lo ha hecho?

Ella recula, y yo me acerco para apoyarla como buenamente pueda.

—No sé. Tal vez me haya rozado con algo.

Vale. Hay quien miente peor que yo. El psiquiatra vuelve a tensarse, pero esta vez no es de una manera que me guste. Su cabreo impone.

—Calha... —vocaliza con precaución.

Los ojos azules de mi amiga se agrandan asustados, y la guerra que va a estallar en el salón de mi casa no promete risas y algarabía de la buena. No, no. ¡Esto va a ser un escándalo!

—¡He sido yo! Se lo he hecho yo. —Me oigo decir.

El pasmo del hombre con el que hasta hace unos minutos me estaba enrollando es de estupefacción. Cally invierte la curvatura de sus cejas alucinada. Entiende que estoy cavando mi propia tumba con tal afirmación.

—¿Te estás liando todavía con mi hermana?

La acusación escuece en su boca. La incomprensión se retuerce en el confluir de sus pupilas. Calha me agarra del brazo y, de espaldas a Senén, me espeta entre murmuraciones:

—Pero ¿qué haces? ¡No te lo perdonará!

Nuestras miradas conectan y me hace sabedora de lo que puedo estar a punto de perder si no rectifico ahora. Antes de que pueda reaccionar, se voltea y, con la osadía de todo un batallón, encara a su hermano soltando tres palabras condenatorias.

—Ha sido Jacob.


Abro debate.

Senén mata a Jacob, ¿sí o no?

¿Y Calha será capaz de defender su amor sin titubear?

¡Os leo!

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