Buscando el perdón
Me levanto con una cara que da asco verla. No he pegado a penas ojo después de que ese recuerdo bloqueado rondara mi mente. ¡Alucino con lo que me está pasando! ¿Cómo voy a confiar en los demás si no soy capaz de confiar en mí?
Odio admitirlo, pero mi madre tiene razón. Estoy demacrada. Tengo unas ojeras oscuras marrones y unos granitos por toda la cara, que imagino que indican algún desajuste hormonal. Se me ve agotada. No es solo que me sienta así, es que ya supura por todas partes.
Procuro no recrearme demasiado en mi imagen o sé que me vendré abajo. Cuando esté mejor, seguro que también lo hará mi rostro, espero. Solo es una etapa, una etapa larga en la que no me siento bien y necesito encontrarme, porque irremediablemente me he perdido.
Respiro hondo convenciéndome de que esto es un bache en mi vida; pero si quiero que las cosas sean distintas, he de hacer cosas distintas.
Sonrío. Es como si tuviera a Lea en la cabeza.
Sigo decidida a hablar con Cian, pero hay un pequeñísimo problema, y es que no sé cómo contactar con él. Cuando dejamos de vernos y me sentí tan abandonada, cambié de número de teléfono. Es curioso, porque el suyo me lo sabía de memoria, pero esta me falla cuando intento marcarlo. ¡Es frustrante! Esperaba que viniera a verme tan siquiera; sin embargo, se ve que eso no va a suceder. Vale, aún he regresado ayer y a lo mejor me quiere dar espacio y sí, no es adivino, pero me corre prisa que hablemos.
¿Y si se ha rendido conmigo? No se lo he puesto muy fácil que digamos, aunque siendo justa tampoco voy a estar esperándolo con los brazos abiertos como si fuera un perro al regreso de su amo.
Siento que me voy a volver loca si no hablo con alguien. Pinchitos y Estrella no me valen en esta ocasión.
Desbloqueo el móvil, que tengo en la mano, y sigo dando vueltas por mi habitación mientras busco su número.
A ver, la chica es rara. Pero seamos claros; yo ahora mismo tampoco soy la normalidad en persona. ¡Joder, mi vida dista tanto de ser perfecta que a lo mejor necesito tomar perspectiva! Y ayer se comportó como la mejor de las amigas.
Se merece una oportunidad. Tanto como la que yo quiero que me dé la vida a mí.
Un tono, dos tonos... Descuelga.
—¡Calha! —exclamo aliviada.
—¿Ya me echas de menos? —ríe al otro lado.
—Necesito tu... —¡Vamos, Venec, dilo!—, ayuda.
—¿Estás bien? Parece que te estés ahogando.
Miro hacia arriba con resignación. Lo de pedir favores no es lo mío, y más desde que me exijo poder con todo. Esto es casi como que me saquen una muela sin anestesia.
—Sí, estoy bien... Bueno, no. Por eso te llamaba.
—¿Te encuentras mal? —Su preocupación me hace sonreír.
—No, no es eso. Me hace falta una buena amiga en estos momentos...
Me parece oírla sonreír.
—Estoy ahí en veinte minutos. —Cuelga.
¿A quién le importa que sea rara si aparenta tener un corazón precioso?
Me meto en la ducha con el agua casi hirviendo, algo que me relaja. Pronto salgo y me visto unos vaqueros ajustados y una camiseta blanca de algodón. Aún me estoy secando el pelo cuando escucho el timbre.
Miro el reloj.
Puntual.
Echo a correr todavía con la toalla sobre mi pelo y le abro.
—Traigo dos cafés. El tuyo es un mocaccino; un pajarito me ha dicho que te gustaría.
Sonrío y me aparto para dejarla pasar.
Sigo resentida con ese pajarito, pero que se moleste en informar a su hermana es un detallazo.
Toma asiento en la barra con su café y me tiende el mío. Me siento junto a ella y voy directa al grano.
—Se trata de Cian, el chico del hospital.
—Ahm... —Por la cara que está poniendo yo diría que no le agradó.
—Yo... —¿Cómo podría exponer el tema?
Calha bebe un sorbo de café y achina los ojos.
—Te ha hecho algo, ¿a que sí?
Decirle que me ha hecho un poco de todo no es como pretendo iniciar esta conversación, por muy cierto que sea.
—Sí, pero creo que tiene una buena explicación —Eso espero—. Y necesito escucharla.
—Necesito más contexto —Vuelve a beber—. ¿Para qué necesitas mi ayuda?
Suspiro y doy un trago de mi bebida.
—Ahora mismo estamos algo distanciados por... Bueno, por cosas que han sucedido... Y yo, esto... Soy algo rencorosa...
¡Qué manera de explicarme tengo! Doy otro sorbo para aclarar las ideas.
—¡Vamos, que os acostasteis, y él salió por patas!
Me atraganto y le escupo todo el contenido a Calha en la cara. ¡Oh, mierda!
Cierra los ojos y se limpia con la servilleta que envolvía la parte inferior de su envase de café.
—¡Lo siento mucho! —digo bajito y paralizada.
Le he manchado la blusa que lleva con miles de gotitas de mi bebida.
—Veo que he acertado.
—¡Lo siento, Calha, de veras, es que me has pillado desprevenida...! —¡Qué palo!
Ella empieza reírse mientras acaba de limpiarse; la miro perpleja.
—Los tíos son todos iguales, ¿eh? Siguen un patrón muy marcado. Me gustas, te gusto, nos acostamos, me da el canguelo y me piro, tus sentimientos no son importantes.
Por el resentimiento con el que lo dice, me queda claro que habla por experiencia propia.
—¿Quieres una de mis camisetas para cambiarte?
Niega con la cabeza tras acabar su bebida y dejarla sobre la barra.
—Cuéntame vuestra historia —me pide atenta.
¡Nuestra historia! Es como repasar algo que ya ha concluido, y me doy cuenta de que no quiero que concluya nada con Cian.
—No hay mucho que contar. Nos hicimos inseparables en Infantil y eso no ha cambiado desde entonces. Siempre ha estado ahí para apoyarme en todo, escuchándome, compartiendo secretos, escudándome... Bueno, lo que viene siendo un buen amigo, y el mejor —digo con nostalgia—. Aunque no sé en qué momento las cosas cambiaron entre nosotros. Esta noche he recordado algo que nos pasó y que había olvidado por completo. ¡Ni siquiera sé cómo pude borrar semejante recuerdo!
—¿Se te declaró o algo así?
—¡Para nada! Nunca ha habido nada de eso, por eso es que estoy tan confundida. ¡O sea, ni siquiera me di cuenta de mis propios sentimientos hacia él! ¿Qué clase de persona no ve eso?
—Más de las que te crees —suelta torciendo los labios.
—Tengo miedo, Calha —Me observa sorprendida—. De perderme miles de cosas porque no soy capaz de reconocer mis emociones.
Sonríe con ternura.
—Y me he dado cuenta de que me aterra perder a Cian —Aprieto los dientes—. A ver, fue un capullo integral al que me dan ganas de abofetear porque me hizo sentir como una mierda, pero también he visto que mi vida puede seguir sin él, solo que no quiero que se convierta en un extraño. Me dolería hasta el pelo solo de imaginármelo.
—Lo quieres.
—Sí, claro que lo quiero.
—Ya... —Calha se pasa un mechón de pelo tras la oreja—. Pero la pregunta es, ¿cómo lo quieres? ¿Como un amigo o como algo más?
Voy a responder; no obstante, mi boca se queda abierta en una tentativa, puesto que ni yo conozco esa respuesta. Sé lo que experimenté en el pasado y ahora soy consciente de que albergaba más que una amistad para con él, aunque no sé si eso sigue intacto. Las veces que lo vi desde entonces no noté nada, solo una rabia y un dolor monumental. ¿Y ahora?
Mi mutis sigue pesando.
—Está bien. ¿Qué papel juego yo en todo esto?
Me espabilo.
—He perdido todo contacto con él y no sé ni su número ni dónde vive ahora.
—¿En la casa de sus padres?
—Lo dudo. Cian tenía todo preparado para mudarse en cuanto cumpliera los dieciocho e irse de casa de sus padres, estoy convencida de que lo ha llevado a cabo.
—¿Y si le preguntas a sus padres? —recalca con obviedad.
Sería lógico haber pensado en ello, pero es que solo les hablo por cortesía si me los encuentro en la calle. ¡Ni loca llamo a su puerta para preguntarles por su hijo!, encima con lo cotillas que son.
—No me caen muy bien desde que mi padre murió.
—Entiendo.
No sé si lo hace en realidad, pero sigue cavilando.
—Puede que se pase por aquí para ver cómo estás.
—No, no lo hará. —Y de pronto soy consciente de la verdad que guardan esas palabras—. Si esta vez no lo busco yo, esto habrá acabado.
Cian vio a Senén y a Calha, y seguro que piensa que he rehecho mi vida de alguna forma en la que él no tiene cabida. Ni siquiera acepté que me acompañase a casa en el hospital, cuando antes lo hubiera hecho con tal de no tener que soportar a mi madre. No me despedí de él y fui demasiado huraña. He sido en exceso tajante, intransigente e injusta. ¡Se va a rendir! Cian se va a rendir.
—Esta ciudad no es tan pequeña como para encontrarlo fácilmente. Y menos si no tenemos una idea de por dónde buscar.
—¿Y qué hago? —imploro con desesperación.
Entrecierra los ojos y se le dibuja una sonrisa que me recuerda a la de un gato. Diría que ha urdido un plan.
—Podríamos empapelar las farolas de la ciudad con una foto suya y un letrero que diga «Se busca», como con los perros.
Me desinflo en mi asiento por la disparatada idea.
—¡Menuda locura! Además no tengo fotos de él, las quemé...
Me incorporo recta de sopetón.
Puede que la idea no sea tan mala. Calha me inspecciona curiosa desde su sitio.
—Pero puedo hacer un cuadro con su cara; me la sé de memoria.
—¿Sabes pintar? —se emociona.
—¡Sí, y lo hago genial!
¡No sé de dónde me viene esta confianza tan repentina para asegurar tal cosa, después de que haya tenido que dejar los estudios por «falta de talento»! Tal vez, porque sé que no es verdad.
Me dirijo con decisión a mi invernadero, donde están Pinchitos y Estrella. Retiro la sábana que cubría el lienzo de la esquina descubriendo la pintura que abandoné hace tiempo. Son un montón de colores aplicados aquí y allá sin mucha adecuación. Aunque claro, eso es lo que vería un ojo inexperto. En realidad, se trata de las tonalidades de los ojos de Cian distribuidas en idéntico orden. Pero falta algo. Falta él.
Calha se posiciona a mi lado y admira un cuadro apenas iniciado. Le brillan los ojos con admiración; esa sensación me encanta, mi mejor amigo me miraba igual y me hacía sentir la persona más especial del mundo.
—¿Te quieres quedar? —la invito, mientras voy a buscar mis trastos de pintura al garaje.
Después de trastear un poco entre caballetes, tablas, botes de pintura, aguarrás..., me vuelvo a la terraza. Calha ha cogido una de las sillas de la mesa y la ha situado junto al lienzo.
—¡Esto sitio es precioso, Nec!
Me giro hacia ella y analizo los pelos de uno de los pinceles.
—¿Nec?
—Hablarnos con diminutivos o apodos cariñosos denota nuestra confianza y amistad —asevera con toda la naturalidad del mundo.
Niego con la cabeza y me río. ¡Dios, me cae bien esta chica!
—De acuerdo, Cally —replico mojando la punta en uno de los frascos de pintura y mezclando en la paleta.
—Suena horrible. ¡Es perfecto! ¿Ves? Parecemos amigas de toda la vida.
Nos echamos a reír mientras yo empiezo a darle las nuevas pinceladas al cuadro. Las dimensiones del lienzo son amplias, sin llegar a ser exageradas. Queda mucho blanco que tapar y en mi cabeza la idea va tomando forma según voy aplicando la pintura. Los lunares de sus mejillas, que no sé por qué siempre me han resultado atractivos, quedan plasmados. Sus labios rosas y carnosos. Su rostro triangular... La posición del sol va cambiando con el avance de las horas. No detengo mi quehacer ni siquiera cuando Calha encarga comida china, ni cuando me la deja en una mesa contigua, pequeña y redonda, para que coma. Ella tampoco se ha movido apenas, atenta a todo el proceso. ¡Me apasiona lo que hago! ¡Tanto que me da igual que mi vejiga esté a punto de estallar o mi estómago ruja como un león enjaulado! Esto es más importante. Me siento bien. Viva. Feliz.
La camiseta que me puse va cobrando color con cada salpicadura; también noto la cara tirante ahí donde me he manchado y el barniz se secó. ¡Voy a tener que darme otra ducha! Mi pelo suelto se ha ido ondulando y mi castaño tampoco se ha librado de los churretes. Uso la toalla, que tenía para secarme la cabeza, para retirar los restos más gordos de mis manos. Son las dos de la madrugada cuando doy por finalizada mi obra.
Me acaricio el cuello y lo giro. Han sido demasiadas horas en la misma postura; mi espalda y mis piernas también se notan cargadas. Podría haberme sentado para realizar parte del cuadro, pero el ansia me impedía optar por otra postura. A mi lado, Calha se ha quedado dormida en la silla, apoyada su cabeza sobre un brazo que tiene encima del respaldo. No parece en absoluto una postura cómoda, aunque admito que así resulta adorable. Es como una niña pequeña. No me ha molestado y ha estado en silencio como una estatua, hasta hubo alguna vez que se me olvidó que permanecía a mi lado. La zarandeo con cuidado; sus ojos somnolientos se enfocan en mí y sonríe.
—¿Lo has acabado? —dice incorporándose.
Asiento y me quito de en medio para que lo vea.
Sus ojos se abren y su boca forma un perfecto óvalo de sorpresa.
—¡Dios mío, Venec! ¡Es increíble!
Estoy muerta de cansancio, pero también satisfecha cuando miro el lienzo. En él aparece el rostro de Cian; sin embargo, he jugado con los colores originales, tiene un toque abstracto que imposibilita confundir a mi amigo. Los lunares de su cara fingen ser constelaciones, y los colores de sus ojos: La noche estrellada de Van Gogh. Lo que siempre veo en él está plasmado aquí.
—Sus ojos parecen tener vida. ¿Cómo lo has hecho?
Me encojo de hombros. No sé cómo lo hago, solo sé que puedo; a veces, hasta me sorprendo a mí misma. Es como si necesitase expresarme a través de la pintura, como si me contase secretos a mí misma.
—Tiene tanto color... ¡Es precioso!
Es cierto. El cuadro es una explosión de color tan harmonioso que cuesta creer que los haya usado todos. Aunque me he encargado de que los que destaquen por encima sean los azules y amarillos.
—Llevaba mucho tiempo sin pintar. Solo hacía dibujos en blanco y negro.
¿Qué tendrá Calha para que siempre me abra con ella? Ni siquiera me paro a pensar en lo que pueda opinar de mí. O tal vez es que ya me dé igual que me acepten. Es agotador agradar a todo el mundo y más cuando te das cuenta de que los demás tampoco son perfectos, y tú no has de estar por debajo de nadie. En realidad, no puede hacerme daño con la información que posee de mí, porque es la verdad; y me guste o no he de aceptarla. He de aceptarme.
—¡Eres increíble, Nec!
La sinceridad de su comentario me emociona y mi vientre es un torrente de cosquillas. Me sonríe y me agarra de la mano, acariciándola. Su admiración me llena de una energía que no recordaba y, sobre todo, de ganas de comerme el mundo. No quiero que esa sensación se vaya, quiero que se quede conmigo.
—Gracias —respondo con timidez.
No me acostumbro a los halagos, aunque a una parte de mí le encantan. No ha dejado de mirarme de la misma forma y carraspeo avergonzada. Reparo en que todo está a oscuras, excepto la terraza con su lámpara retro, y reacciono.
—¿Te quedas a pasar la noche? ¡Es muy tarde!
Mi envase de comida china sigue en la superficie circular sin abrir; mi estómago se queja.
—¿Has cenado? —pregunto contrariada. No soy consciente de haberla visto comer nada más.
Desune nuestras manos y sonríe.
—Creo que me quedé dormida antes de que fuera la hora. Es muy entretenido verte pintar. Te abstraes de tal manera que resulta irresistible no admirarte.
Sé que es sincera —Calha no parece ser capaz de mentir—, pero noto cómo se me suben los colores. He perdido práctica en esto de ser sociable, porque solo soy capaz de emitir una sonrisa incómoda.
—Voy a mirar qué tengo en la despensa para prepararnos algo...
—No te molestes. Hay un sitio que sirve comida a domicilio durante toda la noche a la vuelta de la esquina. ¿No te enteraste? —Niego—. Lo abrieron hace poco, está pensado sobre todo para los sanitarios y funcionarios que tienen turnos de noche. Ya sabes: bomberos, policía, seguratas... Tiene reseñas muy positivas.
Saca el móvil de su bolso, colgado de la silla, mientras habla; tras desbloquearlo, le cambia la cara.
—Seis llamadas perdidas de mi hermano y cincuenta y seis mensajes de WhatsApp —ríe.
Teclea rápidamente y envía un mensaje. Me quedo quieta sin saber qué hacer con mi persona.
—Bueno, ¿qué quieres para comer? —encuesta.
—Cualquier cosa estará bien. Voy a ducharme mientras.
Salgo del lugar ojeando de refilón el lienzo iluminado. ¡Es mi mejor obra hasta la fecha!
Abro el grifo de la ducha y me desvisto. Desahogo mi vejiga, que me está matando por cierto, en el váter y después dejo que el agua caliente desentumezca mis músculos, una vez bajo el agua. Espero que esto sirva. ¡Dios, es una locura en toda regla! Pero es una locura que me apetece llevar a cabo. ¿Qué pensará Cian? Suspiro y agarro mi esponja. Vierto jabón de camomila en ella y me restriego las manos y los brazos con vigor. Desenredo el pelo con las manos y me froto la cara con las yemas de los dedos. Nunca llego a comprender cómo me las apaño para llenarme tanto de pintura. Me aclaro la espuma con el chorro en mi espalda y apoyo la frente contra los azulejos, los ojos cerrados. Estoy así hasta que escucho el timbre sonar y a Calha correr a abrir. Exhalo con cansancio y giro la llave. Me envuelvo en un albornoz, que tengo colgado en el colgador de la puerta, y salgo con la capucha puesta. Ahora mismo no tengo fuerza ni para caminar.
Mi invitada me espera con todo un banquete en la mesa del comedor. Hay pasta, solomillo, patatas, menestra de verduras, ensalada, y hasta creo que estoy viendo consomé. Alzo las cejas.
—¿No crees que se te ha ido la mano? —inquiero.
—¡No has comido ni bebido nada en todo el día, no conozco tus gustos y todo parecía muy apetecible! —informa.
Me siento en el suelo y bostezo. Estoy agotada y famélica. Cojo un tenedor y un plato que ya ha dispuesto Calha y me sirvo pasta y algo de solomillo. ¡Tiene una pinta estupenda! Agarro un botellín de agua y lo bebo todo. Sí que estaba sedienta.
—¿Dónde dormiré?
La pregunta de Calha me distrae de la cena.
—Supongo que en mi cama, yo dormiré en el sofá.
Traga la menestra que estaba masticando.
—¿Y por qué no dormimos juntas?
—¿Prefieres que durmamos juntas?
—¿Acaso no cabemos?
Me encojo de hombros.
—Sí, claro.
Seguimos comiendo y hablando de cosas intrascendentes. Casi todo se centra en el cuadro de la terraza. El tema no tarda en variar en anécdotas que compartimos Cian y yo de pequeños. Como cuando confundí un delfín con un tiburón en la playa y me eché a llorar porque creí que quería comerme. El pobre animal quería jugar, pero Cian acudió en mi ayuda con su tabla de surf; no tendríamos más de siete años.
La primera vez que fuimos al cine sin nuestros padres a ver una película de terror. Él me sostuvo la mano durante todo el filme, y me abrazaba cada vez que quería cerrar los ojos por alguna escena. En aquel entonces tendríamos once años.
La primera vez que se quedó a dormir en mi casa, ya con nueve años. En teoría íbamos a dormir en unos colchones hinchables que mi madre había dispuesto en el suelo de mi cuarto, pero pasada la media noche, yo me metí en mi cama porque aquel dichoso colchón hacía ruido y no me dejaba dormir. Al poco rato, Cian se metió en la cama conmigo y nos comimos una bolsa de gominolas que había traído escondida en su mochila. Mi madre me las tenía prohibidas. Estuvimos riendo, contándonos confidencias hasta tarde y nos quedamos dormidos.
Son momentos que echo de menos, porque todo resultaba más simple. No había que cuestionar el porqué de cada acción ni los sentimientos que nacían, para derivar años después en otras cosas muy distintas. El amor hacia Cian, el odio hacia mi madre, la rabia que siento hacia mí. De aquella solo importaba si me sentía bien con el momento o con la persona; no había un dilema tan complejo detrás. Tal vez ser adulta me quede grande, tal vez no sepa cómo ser madura.
Finalizamos la cena más cansadas, después de la cháchara, y nos dirigimos a mi habitación. En cuanto estoy a unos centímetros de mi cama, me tiro en ella y casi al instante ya estoy dormida.
***
Creo que no me equivoco si afirmo que debe ser casi mediodía. La claridad entra a raudales por las ventanas, cuyas persianas están subidas. Levanto la cabeza y constato, no sin cierto desagrado, que he babado la almohada. Me limpio parte de la mejilla con el dorso de la mano, y me giro. Calha está a mi lado, los brazos por encima de su cabeza, con el pelo sobre su cara y la boca abierta. Ella sola ocupa más de mitad de la cama, ya que está inclinada. En cuanto me muevo para erguirme, me abraza. Sigue dormida y me alegro de que por lo menos así posea una belleza más normal, casi rayando en lo vulgar. Me desasgo de sus manos con cuidado y voy a mi vestidor. Todavía llevo el albornoz de la ducha.
Mientras me visto unos vaqueros rotos y una camiseta de tirantes negra, me replanteo mi plan. Sigo con la firme intención de llevarlo a cabo, aunque las dudas atenazan mi determinación. Dudas que se van a la porra en cuanto repaso con la mirada el lienzo que descansa sobre el caballete. ¡Voy a hacerlo, y que sea lo que tenga que ser!
—¡Ey, no me has despertado! —me acusa Calha a mi espalda.
Apenas reparo en ella, imaginándome los posibles escenarios en los que desembocará su idea. Cian ignorándome. Empezando una relación de pareja juntos. Discutiendo. Perdonándonos. Puede que yéndonos de este lugar y olvidándolo todo.
—Hay que sacarle una foto —rumio.
La cara de mi amiga se ilumina con una sonrisa.
—De eso me encargo yo. He trabajado en una revista de moda hasta hace dos meses editando todas las imágenes de las modelos, y diseñando el formato en que se mostrarían en la web.
La observo de refilón. ¿Por qué será que no me extraña nada lo que me cuenta? ¡Es que hasta le pega y todo!
—¿Y qué pasó? ¿Por qué no trabajas más con ellos? —Me extraño a mí misma sintiendo curiosidad genuina por la vida de otra persona.
Resopla encogiéndose de hombros.
—No estaba de acuerdo con la calidad trabajo-precio, y ellos querían que hiciera más por menos —bufa—. Sé lo que valgo, y el talento hay que motivarlo. ¡No trabajo solo por amor al arte! Esa revista nunca estuvo tan bien posicionada como cuando yo me encargaba del tema visual, así que me fui.
Asiento sorprendida. Envidio su manera de hacerse valer. Yo acabaría haciendo más por menos, solo para que no pensaran que soy una vaga.
—Entonces, ¿te quieres hacer cargo tú? —tanteo.
—¡Vamos a buscar a tu amor perdido! O lo que sea —rectifica cuando ve mi cara de disgusto.
Calha saca un Iphone de su mochila y coge el cuadro con cuidado. No sé por qué creí que usaría una cámara profesional, ¡si esta chica nunca hace nada de la manera esperada! Busca un lugar dentro del invernadero con la luz adecuada y realiza varios disparos. Frunzo el ceño hasta que viene a enseñarme el resultado.
¡Es una pasada! La iluminación ha incidido de forma perfecta sobre los colores primarios y resalta los ojos de Cian.
—¡Venga, vamos! —dice agarrándome de la muñeca y tirando de mí.
—¿A dónde?
—A desayunar fuera. ¡Si sigo un solo minuto más encerrada, me volveré loca!
Agarramos nuestras chaquetas, me calzo unas deportivas y salimos. Hace un día caluroso, más similar a uno de verano. Caminamos en un silencio cómodo y desembocamos en la cafetería en la que su hermano me invitó a un café. ¡Joder! ¡Lo acusé de usar a Calha para que me vigilara! Ahora que empiezo a conocerla, no creo que se prestase a algo tan bajo como hacerse pasar por mi amiga sin ella desearlo. Le debo una disculpa. Va a ser otra conversación tan incómoda, sino más, como la que tuve con su hermana cuando le pedí que me ayudara.
Nos sentamos en una de las mesas que hay junto a las ventanas y esperamos a que nos atiendan. El reloj de la pared marca las dos del mediodía.
—Me da que es más hora de comer que de desayunar —le digo a mi acompañante por lo bajo.
Se gira para comprobar la hora y se encoge de hombros.
—Me acabo de levantar, así que, ¡voy a desayunar!
Me recuesto en mi asiento, y el camarero nos toma nota. No se extraña por nuestros pedidos y en menos de cinco minutos nos los trae. Antes de que Calha pague, saco un billete de diez euros de mi cartera y se lo tiendo al mozo.
—Me toca invitar a mí, Cally —zanjo a su ceja levantada.
Ríe con mesura, y comemos nuestras napolitanas; mientras me comenta algunas ideas para que en la imprenta, a la que llevaremos las fotos, nos hagan los carteles. Tengo que admitir que esta chica posee una mente muy creativa y clara.
La puerta del establecimiento se abre; miro por inercia. ¡Mal hecho! Me envaro en cuanto lo veo. Senén se ha quedado parado en la entrada y me observa serio. Sus labios apretados parecen estar conteniendo las ganas de insultarme, por lo menos. Repara en su hermana y resopla por la nariz.
—¡Hola, Ny! —saluda Calha con la mano en alto.
Frunzo el ceño al oírla, aunque no es la primera vez que llama así al psiquiatra.
—¿Ny? —repito, buscando la explicación a ese apelativo.
—Fue mi primera palabra, entes que mamá y papá, y era para llamarlo a él. Así que se quedó con ese mote.
Él niega con la cabeza y se acerca con reticencia.
—¿No sabes avisarme de tus planes para que no me preocupe por ti? —recrimina.
Ella le da un mordisco a su napolitana y sacude una mano como queriendo restarle importancia.
—¡Vamos, Ny! ¡Sabes cómo soy, y que detesto estar actualizando mi ubicación como si fuese un preso en libertad condicional!
—¡Se llama tener consideración por la gente que te quiere y se preocupa por ti!
Me encojo automáticamente en mi asiento como si me lo dijese a mí.
—Las malas noticias vuelan antes que las buenas. Si algo malo me pasase lo sabrías enseguida. Deberías agradecer no tener noticias mías.
La enrevesada lógica de Calha le hace tensar la mandíbula y respirar hondo. Se da la vuelta, pero no sin antes hablarme.
—Me alegro de verte mejor.
Sus palabras son como un puñetazo en el estómago. Calha sigue comiendo ignorante de la tensión, y él va hacia la barra. Me armo de valor y me levanto.
—Vuelvo ahora.
Mi acompañante asiente sin preocuparse y atiende su móvil. Me acerco con pasos vacilantes hasta colocarme al lado de Senén. Este vira su rostro, indiferente.
—Yo quería... —Mi voz apenas sale en un susurro audible—. Por lo que te dije en el hospital... Creo que, tal vez, me monté una película... O sea, yo...
Rompo a sudar y noto cómo se me suben los colores.
—Te cuesta pedir perdón. —No pregunta, sino que lo asegura.
Inspiro, antes de contestar, jugando con los dedos de mis manos y sin hacer contacto visual con él en ningún momento.
—Un poco.
—Tienes que solucionar eso.
—En eso estoy —respondo apretando los dientes con rabia.
Sus ojos atentos me están haciendo temblar. Mi cara ya debe ser una llama al rojo vivo y solo quiero echar a correr.
—Lo siento —espeto por fin—. Me... Parece que... me... equivoqué.
¡Pues sí que me ha costado! Respiro hondo dispuesta a volver a mi asiento.
—¿Y eso es todo? —Me detengo—. ¿No quieres saber si acepto tus disculpas o no?
Lo cierto es que me da igual, solo quería hacer lo correcto por mí y para ser responsable de mis actos cuando estos no son los adecuados.
—Entiendo.
Lo contemplo largo rato, pero ya me ignora. Se ha puesto a entablar conversación con el camarero de paso que pedía algo para beber. No sé qué es lo que ha entendido, pero no le voy a preguntar. ¡Anda y que le den! ¡Hice lo que tenía que hacer y punto! Regreso junto a Calha, acalorada, y me bebo el zumo de naranja de un solo trago.
—¡Vaya! ¿Bebes igual los cubatas? —dice riéndose.
—Lo cierto es que no bebo. —Y para una vez que lo hice acabé en la cama con mi mejor amigo.
Acabamos el desayuno y nos vamos. Calha ni se molesta en despedirse de su hermano, que queda en la barra tomando café y charlando aún con el camarero. Ignoro esta decepción que me crece por dentro por que ni siquiera se dé cuenta de que nos vamos o que le dé igual.
El resto de la tarde la pasamos en la imprenta dando las indicaciones necesarias a un tipo, del tamaño del cartel, del tipo de letra, del mensaje y del diseño. Mi compañera es muy concisa con los detalles y exige sin cortarse un pelo. ¡Se nota que tiene mano de líder! Salimos de allí en un par de horas tras obtener el resultado deseado. Ahora, con los brazos repletos de papeles, queda lo más difícil: repartirlos por toda la ciudad.
—¿Crees que nos multarán por hacer esto? —se me ocurre de pronto.
Calha se encoge de hombros, indiferente.
—¡No estamos ofreciendo una recompensa por que lo liquiden! Diría que estamos dentro del marco de la ley —bromea.
Pongo los ojos en blanco. ¡Las salidas de esta chica son tan extravagantes como ella! Observo el primer cartel que está sobre el montón que llevo en brazos. Son de tamaño A3 con una pátina brillante y plastificada. Ocupando la mayor parte de la superficie, está la foto del lienzo de Cian. Alrededor de esta y de manera muy artística, hay un breve texto.
«Si te reconoces, llámame».
También está mi número de teléfono. No parece muy buena idea, pero ya me preocuparé después por eso.
El ruido de la cinta adhesiva siendo desenrollada me distrae. Calha ha cortado el primer cacho con los dientes, lista para que le entregue el primero de los carteles, que pegaremos en la valla publicitaria adyacente a la imprenta. Alzo la vista y miro la acera que se alarga en la distancia, la ciudad extendiéndose a ambos lados, lo que mi vista no abarca pero que me conozco a la perfección. Llenar todo con la foto de Cian va a ser una ardua tarea. Una vez que el primer papel queda fijado, seguimos el trayecto que nos hemos marcado y dejo atrás las inseguridades. Hay que saturar toda una urbe con su cara.
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