Arriesgando
Salgo resoplando de mi quinta reunión. Llevo toda la mañana haciendo entrevistas, ya en mi despacho (me lo han acabado hace un par de días), aunque lo que es el recibidor está por terminar. No es nada fácil hablar con una persona con martillazos y taladros de fondo, pero así me voy acostumbrando a lo que va a ser mi oficina y a mis futuros compañeros. Una previsualización de mi entorno laboral.
Decir que esta mañana es un desastre es poco. De todas las entrevistas que he realizado, solo una de las aspirantes al puesto me ha gustado lo suficiente para saber que la contrataré, el resto ponían más condiciones que yo, y estoy dispuesta a no olvidar que la que aquí manda soy yo. Según salieron he roto sus currículums y los he tirado a la basura; también los he apuntado en una lista negra, por si vuelven a postular en el futuro, poniendo de título: NI DE COÑA.
Vamos a ver, que no eran peticiones ni medio normales, eran del tipo: «Yo a la una tengo que salir porque estoy acostumbrado a eso». Si mi cara no fue un poema con esa, no lo fue con ninguna. «Prefiero solo trabajar de mañanas, las tardes me gustan para estar de cervecitas con los amigos». Esta también tuvo su aquel, sobre todo porque era un hombre de cuarenta tacos. He llegado a la conclusión de que me sueltan esas cosas porque, en cuanto saben que yo soy la jefa, no me toman en serio. «Me parece un salario muy pobre, o sea, que yo tengo un estilo de vida que mantener». Sí, sí. Esa fue una mujer que parecía salida de una peli americana de las malas. El restante no tenía más idea que a nivel de usuario sobre los requisitos que pedíamos, pero dijo que quería probar suerte. Me gustó su desenvoltura, pero supe que no se comprometería en cuanto lo vi enviando mensajes con el móvil mientras hablábamos.
Ver a personajes tan variopintos me produce una extraña calma. En el último año me sentí un bicho raro por no saber lidiar con mis traumas emocionales y porque mi comportamiento errático estaba guiado por el miedo, el cual no era capaz de controlar. Pero ver a tantos otros seres peculiares por el mundo, en apariencia normal sin nada llamativo, que la cagan irremediablemente cuando conversas con ellos, me da la perspectiva para comprender que si esta gente puede seguir con su vida sin inmutarse, ¿qué hago yo rayándome?
Dentro de media hora tengo la última reunión. Mayra me la ha metido de improviso, alegando que el currículum de la chica es increíble y podría ser una muy buena relaciones publicas, que es lo que más me urge ahora. Ni siquiera me he leído el informe que me ha dejado sobre la mesa; no tengo ganas. Estoy tan desilusionada que ya me da igual quién entre por esa puerta. ¡Como si es un alienígena! Bueno, eso sí despertaría mi interés.
Me sirvo un descafeinado de la recién estrenada máquina de la que no solo Mayra y yo hacemos uso, sino también los obreros. Es lo menos tras el pedazo trabajo que están haciendo.
Muevo la cabeza de un lado a otro y me acaricio el cuello. Me quedo junto a la mesa observando a mi compañera a través del cristal de su oficina, atenta a su ordenador de mesa. ¡Resulta tan raro verla lejos de una pantalla!
—¡Hola, Venec! —Eduardo se ha acercado—. ¡Mañana acabamos!
Su sonrisa de complacencia acompaña sus palabras, y yo por poco tiro la bebida.
—¿En serio? Pero si aún quedan siete días...
—Lo sé, pero lo único que queda por hacer es colocar unas sillas, empapelar aquella pared y poner los zócalos en esa esquina de allí —señala—. Cuento que mañana solo se trate de colocar el mobiliario como encargó el decorador y limpiar.
—¡Es una noticia fantástica! —Lo abrazo de improviso y me separo tan rápido como lo he abrazado. ¡Estoy tan contenta que ya no sé ni lo que hago!
Eduardo ríe mientras me cuenta sobre algunos pequeños cambios para una mejor funcionalidad de la entrada. Lo explica todo con tanta claridad y convicción que decido hacer caso a sus recomendaciones sin dudar. Entre medias, una voz nos interrumpe.
—¡Hola!
Su pelo azabache suelto y lacio; su traje de chaqueta azul me recuerdan a otro que llevó el día de mi exposición. No sonríe, sino que permanece seria. No aparta la mirada y su maletín es lo único que lleva con ella. Calha me observa como si no me conociera de nada y me cabrea. ¿Cómo consiguen los demás hacer eso? ¡Yo soy una tormenta emocional en mi interior!
—Vuelvo al trabajo —se despide el jefe de obra.
—¡Gracias, Edu! —le digo distraídamente.
Toda mi atención está puesta en ella, a la espera de que suelte lo que haya venido a decir. Han pasado cinco días desde que está aquí y ni se ha molestado en llamarme. Tampoco he vuelto a ver a Senén, aunque al menos nos mensajeamos. ¡Vuelve a estar hasta arriba con el trabajo!
—Vengo a una entrevista de trabajo. Me han dicho los trabajadores de la entrada que te pregunte a ti —explica imperturbable.
Cierro los ojos y gesticulo con los labios por la metedura de pata. ¡Mayra te mato! ¿Por qué no miré el maldito folio que dejó en mi mesa? ¿Cuántas probabilidades había de esto? ¡Venga ya, universo! ¿A qué estás jugando conmigo?
—Sígueme —le ordeno intentando ser profesional.
Oteo por encima de mi hombro que venga detrás de mí y la conduzco hasta mi despacho. La invito a pasar y su sorpresa es mayúscula cuando me siento al otro lado del escritorio. ¡Al menos, una reacción!
Sé de sobra lo cualificada que está Cally, me lo demostró con creces en su día. Pero ¿quiero trabajar con ella?
Antes de hablar, ya sé que no le voy a hacer la entrevista.
—¿Buscas trabajo?
—A eso he venido. —Mira hacia los lados—. ¿Me vas a hacer tú la entrevista?
Su burla me ofende; no obstante, no modifico mi expresión. ¡A esto podemos jugar las dos!
—Soy la dueña de esto y por tanto la mandamás. ¡Yo decido! —Un pequeño gesto en sus ojos me da a entender que le fastidia verse en esta situación—. ¿Te vas a quedar o me pedirás trabajar a distancia desde Londres?
Frunce los labios y aprieta los puños por encima del maletín que tiene en las piernas.
—Veo que este puesto no lo conseguiré. —Se levanta dispuesta a marcharse, pero la detengo.
—Me habías dicho que no te ibas por mí sino por ti, que era algo que necesitabas —le recuerdo—. Mentiste. No hay más que ver la distancia que has impuesto.
Se gira y me observa con una multitud de emociones cruzando su rostro.
—¡No eres el ombligo del mundo, Nec! —me espeta gratuitamente.
Asiento dolida.
—Sí, soy más como el pelo del sobaco. Se me quita cuando estorbo.
—¿Por qué eres así?
Su frase me abofetea. ¿Así cómo? ¿Es que no tengo derecho a estar dolida? ¿Qué fue eso tan grave que hice para que me trate de esta forma? ¿Besar a Cian? Ni siquiera fue un beso consentido. ¡Y ya empiezo a estar harta de no estar en ninguna relación y sentir como si los engañara a todos! ¡Joder, que he sido clara! ¿La gente me escucha cuando hablo o escuchan lo que quieren escuchar?
—¿Yo? ¿Y tú cómo eres? Mira, no entiendo nada.
Unos toques en la puerta y la consiguiente presencia de Mayra nos sacan de este duelo.
—Venec... —Se calla al ver a Calha—. ¡Ah, perdona! Se me había olvidado la entrevista. Puedo volver después.
—No hace falta. ¿Qué venías a decirme?
Cally aprovecha para irse, pero le hago una seña a mi informática para que cierre la puerta y se atraviese en medio. Es uno de los motivos por los que la contraté. Tengo mucha afinidad con ella y me entiende sin necesidad de palabras.
—¿Sabes que mañana ya acaban las obras? —Asiento y sonrío por su creciente emoción—. ¡No más ibuprofenos!
Niego con la cabeza y elevo una mano.
—Te presento a Calha; nuestra nueva integrante.
Mayra se gira en redondo y le tiende una mano, emocionada. Cally me observa como si me hubiese vuelto loca. Tal vez sí que lo esté, pero necesito ser objetiva y madura. Ella es buena, yo quiero que mi negocio funcione, puede que acabe descubriendo qué le pasa conmigo y hasta consigamos llevarnos bien. No aspiro a lo de antes, pero estoy cansada de coleccionar relaciones fallidas y gente que me tuerce la cara sin saber muy bien por qué. ¡Esta vez pienso averiguarlo! Voy a hablar con Senén.
***
Le he pedido que nos reuniéramos en un parque cercano. ¡Estoy de tomar bebidas sin ganas para quedar con la gente hasta las narices, que después me paso todo el día meando! Es su hora del descanso. Lo estoy haciendo venir casi a ex profeso, mas ha sido idea suya.
He dejado a Mayra poniendo al tanto a nuestra nueva integrante sobre lo que tiene que hacer. Por supuesto, no sabe que nos conocemos y de momento la voy a mantener en la ignorancia sobre ese hecho. ¡Claro; si Calha no se va de la lengua!
Me río al recordar su cara de contrariedad y cómo me habló con los dientes apretados y por lo bajo para que la informática no nos escuchara.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
—¿Quieres el trabajo sí o no?
—Sí.
—Pues es tuyo, no me defraudes. ¡A trabajar!
Me fui cogiendo la chaqueta mientras le enviaba un mensaje a Senén.
Este aparca su coche junto a la acera. Me saluda desde dentro, yo me balanceo ligeramente en el columpio en el que estoy sentada. En cuanto se apea, no me hago de rogar.
—¿Sabías que Calha había enviado un currículum para trabajar en mi empresa?
Cierra el coche con el mando y frunce el ceño. Vale, no hace falta ni que conteste.
—No. No me había dicho que planeaba quedarse.
¡Oh, Cally! ¡Eres desquiciante! Siempre haciendo las cosas sin contar con nadie y a su manera. ¿Qué le pasa con la comunicación a esta chica?
—La he contratado —le informo. Se sienta en el columpio de al lado.
Su desconcierto va en aumento.
—Sé que es buena en su trabajo. —Se masajea la frente.
—Lo sé y por eso me he decidido a ello. Aunque no sé cómo será nuestra interacción.
Su rostro es un cuadro de incomprensión muy simpático.
—Estoy muy perdido.
—¡Ya lo veo, ya! —Me doy impulso para columpiarme—. No me habla ni quiere saber nada de mí. ¿Sabes por qué?
—No.
Espera a que continúe hablando.
—Pues yo tampoco. —Freno esparciendo arena—. ¿Te ha contado algo?
—Calha es una persona muy impredecible, ya desde que éramos pequeños; y misteriosa. La conozco de toda la vida y sigo sin ser capaz de descifrar su comportamiento. ¿Sabes lo frustrante que es eso para alguien con mi profesión? —Alza la mirada a las nubes grises—. Su regreso ha sido tan abrupto como su partida.
—¿Por qué se fue? —le pregunto.
—Tenía la esperanza de que tú lo supieras.
Observo mis pies.
—¿Te contó algo de nosotras?
—¿Qué tendría que contarme? —Me atiende agarrado a las cadenas.
¿Realmente hay algo que decir? Solo se trató de un tonteo que no llegó a más. Podría haber ido, soy muy consciente de ello, pero yo no estaba preparada, ni creo estarlo ahora, ¡para qué mentir!
—Nada. Esperaba entender qué le sucede conmigo.
Nos quedamos callados, cada uno atento a alguna parte del parque.
—Sí que hay algo que quise preguntarte en su día. —Me alerto—. Hubo una noche que llegó muy borracha a casa. ¿No iba a quedarse a dormir contigo?
¡Oh, Dios! La noche en la que se me declaró.
—Sí, ese era el plan, pero las cosas se torcieron.
Ni lo miro. Es que no puedo hacerlo sin delatarme.
—¿Qué pasó?
Buena pregunta, y difícil de contestar. ¿Cómo lo explico? ¿Debería tan siquiera? Si Calha no lo hizo, sus motivos tendrá. ¿Estaré traicionando su confianza? ¿Hay algo que traicionar si no me quiere cerca? ¿Y qué se supone que le diría a Senén? «Verás, es que tu hermana me puso tan cachonda aquella noche que si no la paro, me conocería el código de barras mejor que tú». O sea, que de alguna manera retorcida (y sin pretenderlo, que quede claro) he estado media liada con ambos hermanos. ¡Son pura seducción!
No logro contestar a su pregunta y los segundos se dilatan en minutos. Mi estómago empieza a revolverse. Senén se levanta de improviso y se planta frente a mí espantado.
—¡Dime que no es lo que estoy pensando! —Su cara de pasmo hace que me agobie—. ¡Bella Venec, habla!
Intento quitarle hierro al asunto y fingir que no sé de qué va el tema.
—¡Yo qué sé qué es lo que piensas!
Abre los ojos exageradamente y se pasa las manos por la cara resoplando.
—¿Tú y mi hermana estuvisteis juntas?
Me pongo de pie, incómoda. No sé cómo responder sin faltar ni a la verdad, porque no quiero mentirle a Senén, ni tampoco fallarle a Cally.
Se tapa los ojos con las palmas de la manos y se pasea por el arenal.
—¡Dios Dios Dios! —Su neurosis va en aumento.
Lo cojo del brazo y hago que me mire.
—A ver, no es lo que estás pensando. —Me observa incrédulo—. Sí, sucedieron algunas cosas entre nosotras, pero no nos acostamos si es lo que te preocupa.
Siento que esta conversación la estoy teniendo demasiado a menudo.
—Si llego a saberlo no...
Se me cruzan los cables al entender por dónde podría ir esa frase inacabada.
—¡Qué! ¿No nos hubiéramos acostado? ¡Permíteme que lo dude!
Su réplica queda atascada en su garganta. Se da la vuelta y regresa con intención de decirme algo que no desembucha. Me reiría de ver a un Senén tan desubicado, sino fuera porque vuelvo a sentirme juzgada.
—Hubiera mantenido las distancias —se queja.
—¿Como las mantuvo Calha a pesar de que sabía que yo te gustaba? —Es un golpe bajo, muy bajo, de hecho. Pero, joder, que yo no me he aprovechado de nadie. ¡Qué ganas de mandarlos a todos a la mierda, en serio! —No debí de decir eso —me corrijo.
—¿Ella lo sabía? —se extraña.
—Eso me había dicho, pero no me la tomé muy en serio.
Suelta una risa breve.
—¡Qué cabrona!
No parece cabreado. De hecho, medita sobre el tema. Cruza los brazos sobre el pecho aumentando el volumen de sus brazos con el acto. Me sacude un impulso por acariciarlo, y no de una manera decente. Las comisuras de mis labios se elevan mientras admiro su persona. Es alto, un metro ochenta, ochenta y cinco como mucho. Su pelo, que se curva en su nuca hacia arriba es tan sedoso como aparenta. Y sus ojos... Qué decir de esos ojos tan claros y sinceros que no podrían ocultar nada aunque quisieran. Unos ojos que se vuelven más pardos cuando no está atento a lo que le rodea, como ahora. La jugosidad de su boca, por otra parte, resulta adictiva. Besa de una manera que es como si un terremoto de alta magnitud me arrasara por dentro. Me vuelve tal desorden que nadie podría jamás comparar tal catástrofe con un suceso al que volverse adepta. Yo sí.
Me pilla de improviso, embobada, y sonríe. ¡No sé ni cómo no me caigo redonda al suelo! Mis piernas no parecen fiables ahora mismo.
—¿Y tú qué quieres?
Es una pregunta que deseo contestar desde hace ya mucho; cuya respuesta solo poseo yo, pero que desconozco.
—Ojalá te lo pudiera decir, Senén. Soy una amalgama de colores que no sé diferenciar. —Se aproxima hasta que siento su calor—. Hay días en que creo diferenciar el rosa, pero si la luz cambia es gris, verde o marrón.
»Si le echo aguarrás acabo con todo, pero tampoco habrá nada que rescatar.
Enlaza sus manos por detrás de mi cintura y ensancha su sonrisa. Mi respiración se altera con su proximidad.
—¡Cuanto más te conozco, más me gustas!
Me emociono por sus palabras y el burbujeo en mi pecho quiere desembocar en lágrimas. Me recuesto en su pecho y suspiro. Él también me gusta, pero no sé ni cómo ni cuánto. Me voy a guardar mis emociones por él hasta que esté segura de lo que soltar por mi boca. No quiero cagarla como con Cian y Calha, que no pudieron ser ni pareja ni amigos. En esta ocasión, el silencio será sinónimo de inteligencia. Me abrazo a él, y él me corresponde. No significa nada, no tiene por qué significar nada esta muestra de cariño, solo dos personas que se aprecian necesitando eso, un abrazo que los recomponga, que los una, que los haga sentirse mejor con el día que tienen que afrontar, o la vida.
—Siento que nunca hago lo correcto.
—¿Y quién sí? —Me acaricia la cara apresando mi pelo a ambos lados de ella—. Deja que las cosas sigan su curso, a ver qué pasa.
—¿Y si no estoy preparada para los acontecimientos?
—¿Y si resulta que sí lo estás?
Bajo los párpados cansada. Él me alza la cabeza por la barbilla; nuestros ojos se encuentran.
—Ojalá pudieras verte como te veo yo.
—¿Y cómo me ves?
—Fuerte.
Río con las lágrimas resbalándome por el rostro. ¡Si no hago más que llorar! ¿Qué fortaleza es esa?
Me presiona hacia él otra vez, envolviéndome con más intensidad.
—Algún día serás consciente de ello y podrás distinguir a la gran persona que se esconde en tu interior.
No le creo ni por asomo. Sin embargo, me dejo mecer por sus dulces palabras, porque me gustaría que fueran ciertas. ¡Cómo desearía que así fuese!
***
El resto del día me lo tomo para mí. No regreso a la oficina, con la tranquilidad de saber que Mayra se encargará de todo. No es oficial, pero es la segunda al mando. Esta empresa es tan mía como suya, aunque yo haya puesto todo el capital. ¿A quién le importa que tenga dieciséis años? Si después está más centrada que yo en según qué temas.
Camino sin rumbo fijo por la ciudad y acabo en el barrio donde me crie. Mis pasos me han llevado hasta la cancha de baloncesto en la que Cian y yo solíamos pasar los ratos muertos. ¡Parece que haya pasado una eternidad! Bajo los peldaños que hacen de gradas y en el medio de la pista observo mi alrededor. No ha cambiado en nada. Quizá la pintura del suelo más desdibujada, a pesar de haber sido repasada varias veces, o las propias canchas oxidadas y manchadas en algunos puntos. Los grafitis están por todas partes, en el suelo, los muros de ambos lados... Me encantaba este sitio y no solo por estar con mi amigo, sino porque adoraba practicar deporte, cualquier tipo de él. Me dabas una pelota y a alguien con quien jugar, y lo disfrutaba. Disfrutaba de cansarme, porque irónicamente me revitalizaba. Me distraía, porque los árboles que bordeaban y siguen bordeando el lugar, le daban un toque privado al sitio que lo dotaba de propio, aunque estuviera hasta los topes de gente. Tiene mucho trote este lugar y muchos recuerdos buenos. Unos en los que me gustaría envolverme.
Suspiro con morriña. Cuando retrocedo en mis pasos dispuesta a marcharme de este lugar, lo veo en el límite de la grada. Me quedo quieta ipso facto. No hace mucho me hubiera sonreído al verme, y yo también a él. Ahora ambos permanecemos serios a la espera de ver quién da el primer paso.
Resultar ser Cian quien avanza. No hay prisa en su acción y aunque no me muevo a su espera, por dentro me muero de incertidumbre. Ha pasado más de un mes desde nuestro último y desastroso encuentro.
Se detiene a un par de pasos de distancia y lo observo con más detenimiento. Sigue igual. Su pelo revuelto, aunque ha intentado peinárselo a la moda. Sus lunares. La noche estrellada de sus ojos. Su ropa desenfadada, que consiste en una sudadera, unos vaqueros y unas deportivas...
—¡Soy un completo gilipollas! Y entiendo que no me hables.
Vale. Esto no me lo esperaba. Estaba lista para recriminaciones y acusaciones, tener que defenderme y puede que incluso otra discusión. No es que quisiera, pero ya es como mi rutina.
—Mira, aquello que te dije... Podría decir que fue a causa del alcohol, pero no es verdad, Vec. Quería hacerte daño. —Bien. Lo consiguió—. Me sentí tan traicionado, que yo... Hice aquello que juré que no te haría nunca.
»Me encantaría prometerte que nunca lo voy a volver a hacer, pero es que ahora mismo no me fío mucho de mi palabra.
¡Vaya! Sinceridad arrolladora.
—No creo tener un problema con el alcohol, aunque sí que he empezado a asistir a unas charlas de lo que vendría siendo Alcohólicos Anónimos. —No sé ni cómo me siento por su revelación. Si sorprendida porque haya dado ese paso, o triste porque haya tenido que darlo—. Pero sé que no quiero volver a ser el capullo que te dice esas cosas porque se siente frustrado consigo mismo.
»Tienes todo el derecho a estar con quien tú quieras, aunque eso me joda en el alma. Si él te hace feliz, yo... —Coge aire—. Yo lo aceptaré.
Me quedo callada mientras mi cerebro absorbe sus palabras.
—Tenía que haberte pedido perdón en persona desde el principio, lo sé. Pero no estaba seguro de si vernos empeoraría las cosas. —Se ríe llevándose las manos al pelo—. Ahora entiendo por qué dicen que enamorarse de tu mejor amiga solo trae complicaciones. ¡Esto es un desastre!
»Tú y yo jamás nos hemos llevado así de mal. Nos cubríamos las espaldas como auténticos hermanos. ¿Qué nos ha pasado?
Pasó que nos vimos como algo más. Empezamos a crear expectativas y no nos dimos cuenta de que no eran asumibles para nosotros. Nos olvidamos de lo que éramos para empezar a imaginarnos lo que podríamos ser y nos perdimos. ¡Y de qué manera! Una amistad destrozada y dos personas que no saben cómo volver a quererse bien.
—Solo quería decirte eso. ¡Lo siento muchísimo, Vec! ¡Ojalá supieras cuánto!
Sé que lo siente, lo puedo ver en lo vidriosos que están sus ojos y lo que se esfuerza por mantener la compostura. Sigo procesando todo lo sucedido cuando regresa sobre sus pasos. Antes de que llegue al extremo del campo, se voltea.
—¿Al menos te gustó mi regalo?
¿Su regalo? ¡Claro! Asumí que había sido de Senén, pero esto encaja mejor. El psiquiatra ni siquiera hizo referencia al día que era ni me felicitó.
—¿Tú fuiste el que me dejaste la flor?
Se extraña por mi pregunta.
—¿Crees que podría olvidarme de tu cumpleaños? —Sus cejas alzadas rezuman obviedad—. Había algo más que la rosa. ¿Lo viste?
Alzo la mano para que vea su otro presente y sonrío. La manga de mi chaqueta se echa hacia atrás y revela una pulsera de plata hecha con la frase: «El ayer no importa, mi futuro eres tú». Debería haberme dado cuenta de que era de él, porque en el cierre hay una pelota de baloncesto que cuelga de la cadena restante. Me había gustado tanto el mensaje que no me había cuestionado lo rara que era esa frase para el psiquiatra.
—Fue mi torpe manera de decirte que te sigo queriendo.
No lo soporto más y echo a correr a sus brazos. Nos fundimos en un abrazo añorado y sentido.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —repite sobre mi cabeza—. ¡Te lo juro, Vec!
—¡Cállate! —digo colgada de su cuello.
¡No quiero oír más disculpas de nadie, ni las mías! Solo quiero estar al lado de la gente que me importa. Y aunque no sé cómo reconstruir nuestra perdida amistad, sé que no puedo dejar de quererlo. El problema reside en que mi amor por él quizá no sea proporcional al que él siente por mí. Y ahí, puede que tengamos nuestro punto de partida.
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