Arbitraje

He adelantado la consulta con Lea casi dos semanas. Me da un poco de rabia tener que haberlo hecho, porque íbamos a intentar espaciar nuestras citas a los dos meses, pero no ha sido posible. No me siento bien y, joder, ¡para algo estoy pagando esta terapia! Para estar bien, no por gusto.

No he de ignorar que a pesar de lo ocupada que se ha vuelto mi vida, mis días malos son menos que los buenos y eso es muy importante. Los síntomas siguen ahí, pero cuando no les das poder, desaparecen, y gracias a las personas que me rodean es muy fácil desatenderlos. Antes éramos yo y mi ansiedad, y Pinchitos. Después fuimos, yo, mi ansiedad, Pinchitos, Estrella, Cian y mis estudios. Ahora es Cian, Senén, Calha, Mayra, mi trabajo y la ansiedad. Mi papel en todo esto es que permanezco en sus vidas como un añadido. Ya no se trata de mí y los demás, sino del conjunto que conformamos en las vidas de los otros. La que ha causado más impacto en mi vida en los últimos tiempos fue la informática. Con ella aprendí mucho sin darme cuenta. Aprendí que mi madre no es ni de lejos la peor que me pudo tocar, no es perfecta (eso desde luego) y tiene cosas que solucionar en su manera de ver la vida, pero Lea me insiste en que no la puedo cambiar, así que no cuento con ello. Me jode, pero he de aceptarlo. Puede que algún día, en algún momento, sea capaz de que no me importen sus pullas, sus comentarios malintencionados y sus ganas de quejarse por todo, pero mientras ese día no llega, yo prefiero guardar las distancias. Al menos se preocupó a su manera de mí, y supongo que me quiere. Hay que ser justa. Sé que Cian mantiene la comunicación con ella, al igual que con sus padres. Él siempre ha sabido ser más conciliador que yo en sus relaciones fraternales.

También aprendí que hay destinos peores que la muerte de un padre y es su ausencia durante toda la vida. Una persona a la que no conoces, de la que no sentirte orgullosa, de la que no poder presumir, de la que omitir en cada conversación que se dé, porque explicar la verdad es bochornoso y denigrante. Alguien por quien sentirse inferior sin tener por qué, porque no es que tú hayas hecho nada malo, pero hay acciones que pesan y repercuten en la persona que pretendes ser. Una marca imborrable de haber sido alguien que no podías evitar, de estar donde no te quedó más remedio, de llevar en el ADN una mala conducta que repetir.

He entendido que hay secuelas psicológicas incomprensibles para los demás, incluso para mí que padezco una. Que todos luchamos con nuestro peor enemigo a diario: uno mismo. Que no hay quien se haga más daño que tu cabeza diciéndote que no eres suficiente, que hay mil defectos que subsanar. La apreciación propia está tan adulterada por nuestras inseguridades que ahí entra la persona que los demás ven (en ocasiones una imagen más indulgente), con el esperpento que creemos ser.

Mi querida Mayra me ha enseñado que la confianza da pie al dolor. A atacar como un animal herido, y que ello sea sinónimo de pedir ayuda a gritos. No fui la única que arremetió en su día contra todos para que la dejasen sola, por no creer estar a la altura, por miedo a no ser aceptada, por no funcionar con la normalidad que se espera. Esa negatividad que se instaura en una como castigo propio por no hacer las cosas bien. Centrarse en las cosas malas, porque las hay, nos da esa falsa sensación de creernos poseedores de la verdad, pero que estas existan no quiere decir que los sucesos buenos no se den; no obstante, se evaporan cuando te aíslas en una única parte.

Sí. Mayra ha sido la representación de mi yo de hace unos meses, del principio de mi lucha. Una amiga para la que no supe ser, estar ni parecer. He sido como esa gente contra la que cargaba, esa que no me ayudaba, que no me comprendía, que me juzgaba. Yo he resultado ser así también cuando alguien me necesitó.

—No estoy de acuerdo. —Lea me lleva la contraria—. Hacemos las cosas lo mejor que podemos o sabemos. No puedes olvidar que tú sigues inmersa en un aprendizaje interno.

»Estableciste un límite. No estabas cómoda con una situación y dijiste hasta aquí.

—Mayra acabó en la UCI —rezongo.

—Esto es lo mismo que hacías cuando Cian bebía. Te echabas la culpa. —Menea la cabeza frunciendo los labios como un maestro decepcionado—. Tú, no puedes, controlar, lo que hacen, los demás.

Recalca bien la oración, porque ya no es la primera vez que me lo dice. A veces creo que la saco de quicio. ¿Por qué seré tan dura de mollera?

—Lo sé... —Pero.

Ese nexo que queda en el aire es la puntillita que mi psicóloga necesita para rematarme.

—¿Quién robó esos datos?

—Mayra.

—¿Podría haber tomado otra decisión?

Lo barrunto.

—Puede que no tuviera más opciones —objeto.

—Ir a la policía era una. —Estira un dedo—. Negarse era otra. Ya tenemos dos.

—Hizo eso por mí, por sus amigos.

Sus ojos fijos en mí no se desvían ni un ápice.

—Por lo que me contaste y por el resultado de después, su padre jamás tuvo una intención real de lastimaros a ninguno. Es más, antes de su fatal desenlace, él hizo lo correcto por encima de su propio bien y para asegurar el de su hija.

Cierto.

—Pero ella no lo sabía.

—No, pero estuvo dispuesta a cargar con las consecuencias de sus actos. ¿Por qué si ella estaba dispuesta a eso, te culpas tú?

—Pues... —Mutis. No sé qué decir. ¡Maldita lógica aplastante de Lea!

—Mayra decidió su destino. Solo ella. —Mueve la cabeza en repetidas ocasiones para revalidar sus palabras—. Su padre también.

—La eché sin hablar antes con ella.

—¿No sabía que tenía un contrato que cumplir? —Afirmo—. ¿Por qué no fue ella a hablar contigo si sabía que no podía asistir a su deberes con la empresa? ¿Por qué no coger una baja? ¿Por qué incluso no renunciar?

»Dijiste que se fue durante una semana cuando descubriste que era bulímica.

—Sí, pero coincidió con las vacaciones que me cogí y les di a todos.

—Pero ¿qué pasó en ese tiempo que regresó por el vídeo de Calha hasta que recibió la carta de despido? ¿Se personó por la oficina? —Niego—. En otros trabajos te echan sin menos consideración y por mucho menos. Tú estás regentando un negocio. Lo tienes que defender si quieres obtener unos beneficios. Si no te aportan, se tienen que ir. Porque en el fondo sabías que más personas dependían de ese sueño en el que se han embarcado contigo.

—Siento que me he aprovechado de ella. Mientras pudo no puse objeciones, pero cuando me necesitó... —Es lo que más me tortura.

—Como amiga estuviste ahí, pero además es que también eras su jefa. Como líder hiciste lo que tenías que hacer, y como amiga también. —Desvío la mirada—. La apoyaste, le diste cobijo en tu casa, un trabajo, te preocupaste por su salud. Discúlpame si me equivoco, pero ¿no pagaste el funeral de su padre?

—Sí —digo bajito.

—Eso es respaldar a una amiga. Estar ahí e incluso, a veces, darles un toque de atención.

»Que perdiera el bazo, su bulimia, su cabreo porque las cosas no salieron como ella quería no tienen que ver contigo. Solo buscó a alguien con quien desfogarse.

—No puedo evitar sentir que le he fallado.

Lea respira hondo. Hoy se lo estoy poniendo difícil.

—Vale. Veámoslo de otra forma. ¿Cómo van el resto de tus amistades? La última vez me dijiste que Calha y tú habíais tenido una conversación no muy agradable.

Bufo. Tengo para rato en esta consulta raquítica.

—Pues lo solucionamos y mantuvimos una relación basada en el sexo. —Así sin medias tintas se lo suelto, y su rostro se queda a cuadros—. Pero ya se ha acabado. Ella se ha dado cuenta de que quiere volver con su ex y se merece ser feliz.

La sorpresa sigue patente en sus ojos y sus cejas alzadas.

—Bieeen. Entiendo que ha sido consensuado.

—Sí, en todo momento hemos sido claras y no ha habido ni un solo problema. De hecho, hemos conseguido afianzar nuestra amistad. ¿Es raro, no?

Mi psicóloga flipa conmigo. Sé que está reordenando sus ideas.

—Bueno, no. Una relación sana y adulta se traduce así. En dos personas asumiendo sus riesgos, fijando unas pautas y respetando al otro. Por lo que me cuentas, vosotras supisteis equilibrar ese tipo de relación y habéis salido beneficiadas. No suele ser lo común —puntualiza—, pero si ambas estáis cómodas con el resultado, pues bienvenido sea.

Me encojo de hombros. Sé que a Calha la voy a tener de por vida. Se ha convertido en mi mejor amiga, aunque sí que hemos dado unos cuantos rodeos para lograrlo. No le recomendaría a nadie el sexo para afianzar el compañerismo, pero aquí ha sido un pegamento muy sólido.

—¿Qué tal con su hermano? Con el tampoco hablabas mucho ya.

—Bueno... —Noto cómo me pongo roja como un tomate. Hay cosas que no voy a decirle a Lea, lo tengo claro—. Se me ha declarado delante de su hermana.

La sonrisa de Lea le alegra la cara.

—¡Qué bien! ¿No?

—Sí...

—Ese sí no ha sonado muy convincente.

—Cian también se me declaró el mismo día.

—¡Oh!

—Sí... ¡Oh! —repito—. De hecho, Cian se ha ido de casa.

—¿Porque estás saliendo con Senén?

—No —Frunce el ceño—. De hecho, ambos están esperando una respuesta en firme por mi parte y digamos que no soy capaz de darla.

Lea se recoloca en la silla. Creo que intuye por dónde voy o se está preparando.

—Me gustan los dos.

Pone las manos sobre la mesa con calma.

—Bien. Te iba a decir que si tus relaciones con los demás seguían su curso e iban bien, no tenías por qué centrarte en la única que no se ha arreglado, pero ya empiezo a entender por qué has adelantado la cita. —Ríe con humor.

Buena falta hará que alguien se tome esto a risa, porque yo estoy que no duermo. Me acuesto pensando en ellos y me levanto pensando en ellos. Y si sueño, sueño con ellos y todo se va a la mierda porque me dejan de hablar por no ser capaz de decidirme, y encuentran a otras chicas más guapas, más listas y más normales que yo.

—Eso no es posible, ¿verdad?

—Suele haber alguien que siempre destaca más o está por encima, pero quizá tú no sepas discernirlo de momento. —Sus comentarios prudentes me fastidian, como siempre. No dice nada y lo dice todo, y yo sigo igual de confusa—. ¿Has de tomar una decisión ya?

—No, supongo que no, pero tampoco puedo posponer esto indefinidamente. ¡Es que no sé cómo he llegado a este punto! Pensé que con Cian lo tenía claro, pero...

—¿Qué pasó?

—Me besó y... —La sonrisa asoma a mis labios y vuelvo a ese momento. Suspiro antes de continuar—. Sentí todo lo que ya había sentido por él antes y más. Cuando nos separamos, no me gustó volver a la realidad. Me hubiera gustado alargar ese momento, siento que se acabó muy pronto.

Lea sonríe.

—Así que tus sentimientos por tu amigo siguen intactos y más fuertes que nunca.

—Eso parece. Dice que no puede quedarse si al final él no va a ser el elegido. No cree soportar verme con Senén.

—¿Y Senén?

—Pues no he vuelto a hablar con él. No tiene ni idea de todo esto.

—¿Te preocupa que si se entera pueda dejar de estar interesado en ti?

¡Ni lo había pensado! Estaba bastante ocupada intentando aclararme, pero, desde luego, es una posibilidad.

—Lo que me preocupa es no entender mis sentimientos y perderlos a los dos.

—¿Sigues con el diario que te recomendé?

—Sí.

—Úsalo para escribir lo que te atrae de cada uno. Si pasas tiempo con alguno escribe qué fue lo que más te gustó de estar con él y por qué. Tal vez te ayude a aclararte.

¿Escribir más? ¿Es que acaso voy a cambiar de oficio? Lo que sí hago es dibujar mucho más y hasta he cambiado el negro por los colores. Todo tiene colores, y me gusta jugar con ellos, combinarlos y ver a dónde me transporta todo ese enjambre de celosías.

—¿Qué pasará si resulta que no puedo decidir? —expongo.

Su mueca triste es demasiado expresiva, a pesar de seguir sonriendo. Eso es imposible que suceda. O es uno o es el otro. No puedo tenerlos a los dos.

—Bueno, cuéntame. ¿Qué tal está Mayra?

Inspiro.

—Ha tenido que ser internada en un centro especializado. En el mismo que trabaja Senén, porque no solo se purgaba. —Espera la continuación de mi relato. A mí me duele saber lo mal que está en realidad la que fue mi compañera—. Se lesiona haciéndose cortes en los brazos.

—Venec, ¿quién está costeando su ingreso en tal sitio? —Entrecierra los ojos.

—Yo.

Senén podría hacerlo, pero al trabajar allí, había conflicto de intereses y decidí atajar los inconvenientes. Él no se puede involucrar con una paciente (algo tarde ya), y Calha estaba intranquila. El apellido Ónix no debía aparecer en las facturas y sé que Cian no gana lo suficiente para hacer frente a algo así. Ahora está ahorrando para su matricula en la universidad. Va a intentar optar a una beca, pero quiere tenerlo todo atado por si no se la conceden. Y en el fondo he querido hacerlo, no voy a dejarla desamparada.

—¿A pesar de vuestra última discusión?

Cierro los ojos un momento, expirando. Sí. Cada vez que hablamos, la cagamos. Después de que el doctor Rosales me llamara para decirme que Mayra ya estaba fuera de peligro y consciente, me personé allí al día siguiente, que es cuando la cambiaban a planta. No se alegró de verme, aunque yo me sentí tan aliviada de verla consciente y en plenas facultades que me dio igual. El médico me dijo que había sido un milagro que se recuperara, pues había llegado en un estado deplorable. Las ganas de darle un guantazo a la informática seguían ahí, pero después del miedo de los últimos días a que nos dieran malas noticias era un consuelo. No había avisado a nadie. No por desconsideración, pero quería cerciorarme primero de que todo era real. Aquella noche se me hizo eterna y apenas pegué ojo de la alegría.

—¿Cómo te encuentras?

Estaba sentada en la cama con la mirada perdida en la ventana de su derecha.

—Viva.

Con esa respuesta debí de darme cuenta de que eso no pintaba bien. No parecía satisfecha de estarlo.

—¡Joder, Mayra! Me tenías asustadísima.

—¿Cargos de conciencia? —Giró su rostro hacia mí y me recordó al de una película de terror. Sin color, demacrado y con una sonrisa horripilante en él. La burla fue el peor golpe.

—¿Por qué debería?

—Porque esto es por tu culpa.

—¿Que no comas es culpa mía?

Sí, me enfadé. Me enfadé de que me echara encima su mierda. Pero se ve, ahora aquí con Lea, que me caló.

—Todo lo que me ha pasado es culpa tuya.

Dolió. Duele que te culpen de algo que está fuera de tus manos. Más cuando haces todo lo posible por ayudar y se vuelve en tu contra. Si algún día Mayra y yo fuimos amigas, ya no queda ese cariño que se mostró en el pasado.

—¿Y yo qué tengo que ver con lo que te ha sucedido?

—Tú lo tienes todo. Trabajo, amigos, gente que te quiere.

—Tú también —protesté.

—Nunca seré tan perfecta como tú.

—¿De qué hablas?

—No te hagas la tonta. ¿Qué se siente cuando te escogen siempre?

—¿A qué viene esto? ¿Es que acaso tienes envidia de mí? ¿De qué?

Se rio con esa voz rota que la acompaña ahora, débil y ronca.

—Has conseguido formar una familia a tu medida, tener un trabajo de éxito, amigos, un hogar, y su amor.

—Tú eres parte de ello.

—Nadie se ha enamorado de mí. Es imposible destacar contigo cerca.

—¿Por qué dices eso? Eres un chica increíble.

—Pero no soy la mujer que atrae miradas. Siempre seré la gorda llena de granos y la fea de Mayra.

—Eso no es así. Eres muy inteligente, divertida, sincera...

—¡PERO NO SOY GUAPA! Ningún chico quiere besarme ni me consideran como pareja, ya ni hablemos de acostarme con alguno.

Desconocía todos esos deseos en la informática. Los típicos de una adolescente y hasta de un adulto, pero ahí estaban, esperando a asomar la cabeza, a ser escupidas a gritos, a revelarse en el amargor de la desdicha.

—¿Ya sales con él o lo sigues teniendo en la friendzone?

—¿Quién?

—Cian.

¡Pues claro! Ella siempre lo vio como a algo más, pero yo creí que solo se había deslumbrado momentáneamente. Cuando Cian me dijo que solo la consideraba como a una hermana, asumí que ella lo vería igual a él. Mi manera de actuar con amigo para mí era natural; sin embargo, solo estaba alimentando las llamas del odio y los celos. ¡Es un milagro que Cian no me haya recriminado nada como lo hizo ella!

—Cian y yo...

—¡Eres tan estúpida! Él te ama con todo su ser. ¡No te lo mereces! ¡No te mereces nada de lo que tienes!

Había oído cosas similares en el pasado de boca de mi madre, pero esta vez solo di media vuelta y me alejé para no regresar a donde se me tratara así. No la volví a visitar, no volvimos a hablar y no sé más de ella que lo que Calha me cuenta.

Han pasado tres días desde que está internada y solo pago su estancia en ese lugar. Solo por quien un día fue para mí, nada más. Los problemas de Mayra se suman a cada paso que avanzo y empiezo a entender lo que Senén me dijo en su día de que no todo el mundo quiere avanzar y curarse. La informática no parece querer, pero yo sí. Por eso es que yo me esfuerzo por mejorar aunque me cueste, porque si la vida solo se trata de esto, le voy a dar tanta guerra como pueda.

—Tal vez sea idiota —le respondo a mi psicóloga—. Pero no soy capaz de borrar de mi memoria cuando vino a mi casa para que no me encerrara en mí misma por la ansiedad, que avisó a Senén por si acaso. Su ayuda con mi negocio desde que la conocí, cuando me dijo que me veía como una hermana...

»Supongo que quiero excusarla de su comportamiento. Que sepa que sigo ahí por si me necesita. Que no la odio, aunque sí que me dolió lo que me dijo. —Suelto el aire por la boca de manera brusca—. ¿Todo esto por un tío? Yo solo quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Su cambio ha sido demasiado repentino.

—Puede que ella te tuviese como un modelo a seguir.

—¿A mí? —digo incrédula.

—Sí. Solemos admirar a gente que representa lo que nosotros queremos ser, pero también sucede que provoquemos justo lo contrario.

—No era mi intención.

—De nuevo te repito que no puedes controlar cómo se toman los demás las cosas que tú digas o hagas.

—Yo no me siento un modelo a imitar. Si soy un desastre. Sigo sin ser capaz de mantener mi ansiedad a raya y ni comprendo mis emociones.

—Y sin embargo tienes a dos hombres esperando a ser correspondidos, a una amiga incondicional, un proyecto que ha tomado forma y que va en alza... Si solo nos centramos en lo malo, no progresamos, Venec. —Me mira sin titubear para que me cale el mensaje—. Las cosas buenas de tu vida no están ahí por un golpe de suerte, están ahí porque has hecho las cosas bien. No te compares como hizo Mayra, porque tú tienes tus puntos fuertes y si te fijas solo en lo que no se te da bien, es cuando nos aparecen las inseguridades y el complejo de inferioridad.

»La ansiedad que tienes ahora no es comparable con la que iniciamos. Antes te obcecabas en los síntomas, a día de hoy te permites sentirlos, que no es fácil porque son sensaciones muy agobiantes, lo sé. Pero tú ánimo tampoco es el mismo. —¿Será verdad?—. Cuando llegaste aquí te daría un cuatro sobre diez, y ahora te veo sobre el siete a pesar de los inconvenientes que han ido surgiendo. ¿Acaso crees que no es meritorio?

—Bueno, sí... —Mi convencimiento es escaso.

—La ansiedad no se va a ir, siempre va a estar ahí. Pero de ti depende aprender a convivir con ella. Lo que tú tienes es ansiedad crónica, Venec. —Me inquieto porque no esperaba oír esto—. No quiere decir que nunca vayas a estar bien. Quiere decir que a ti te afectan más las cosas que a otras personas y has de buscar cómo aceptar los días malos. Para eso estamos aquí. Yo te propongo las alternativas, pero de ti depende llevarlas a cabo.

»Decisiones. —Me mira sin pestañear—. Tú decides.

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