VII. Muerte y destrucción

—¡Señorita Selba!

Tenía un pitido en los oídos y la cabeza le daba vueltas. Apretó los párpados y volvió a oír la vocecita que la llamaba. Alguien la sacudía.

—Señorita...

Selba abrió los ojos. Fei Long estaba inclinado sobre ella, cubierto de polvo y con sangre que le caía del pelo. Se veía un poco asustado, con los hombros tensos y jadeando.

—¿Estás bien? —preguntó ella de inmediato, tomando al muchacho por los brazos y revisándole el rostro. Parecía que tenía una herida en la cabeza, pero que no era de gravedad—. ¿Qué pasó?

Él se encogió de hombros. Selba hizo un intento por levantarse pero se dio cuenta que se había dañado el tobillo. Con un quejido y con la ayuda de Fei Long se puso de pie. A su alrededor todo era caos. Había mucho polvo en el aire y una pared se había derrumbado. Selba se preguntó en voz baja quién podría haberlos atacado así, sin motivo alguno.

—Carmine... —murmuró el niño en voz baja. Miró a Selba y se encogió de hombros—. Es la única que puede hacerlo en su propio Territorio.

Selba dio un respingo. Le pareció que Fei Long estaba más compenetrado en la situación de lo que quería aparentar. Entonces pensó que si la Diosa Roja se estaba rebelando, Seteh estaba en peligro. Hizo una mueca de dolor cuando intentó apurarse, por lo que siguió apoyándose en el niño para seguir.

Algo explotó no muy lejos de donde estaban. La Diosa Verde cubrió al pequeño azul y algunos cascotes le golpearon la espalda. Cuando vieron que era seguro, continuaron por el pasillo casi a rastras. El dolor en el tobillo le impedía ir más rápido. Un grito los dejó paralizados, uno que se extinguió al instante con el silencio de la muerte. Fei Long se sostuvo de Selba con más fuerza, mirando alrededor.

Hubo un destello de luz blanca y un cuerpo cayó frente a ellos. El pequeño dio un brinco del susto y la muchacha ahogó un grito. Era Xanthos, el Dios Amarillo.

Selba quedó paralizada. Siempre le habían dicho que los Dioses no podían matarse entre sí, ya que los Cubo no lo permitirían. Pero si Carmine había logrado una forma de eludir tal prohibición —como ocurría cuando había una ejecución, ya que era por un bien mayor—, todos estaban en peligro.

Unos tacones resonaron en el pasillo polvoriento, acercándose, y la Diosa Verde reconoció el cabello rojo y blanco de Carmine. De inmediato jaló a Fei Long para que quedara detrás de ella y retrocedió. La Diosa Roja tenía una sonrisa perversa y a su alrededor se extendía un aura oscura, casi negra como la noche. Se inclinó sobre el cuerpo del Dios Amarillo y tiró de su pulsera para arrancarle el Cubo.

—Tiene el Cubo de la señora Sun-Hee también —susurró el niño, tirando de la ropa de Selba.

Entre los dedos del puño cerrado de Carmine se escapaban vetas de luz azul y luz rosada. Fei Long pensó que si la Diosa Roja había matado a Sun-Hee, él también moriría. Siquiera se había despedido de sus padres al salir. Sintió que el pecho le dolía, los ojos le escocían y se aferró aún más a la Diosa Verde, quien también temblaba de cabeza a pies.

—Aquí estás, perra. Estaba deseando encontrarte —dijo Carmine dirigiéndose hacia ellos.

Seteh sintió el golpe de magia y su cabeza estalló de dolor cuando ese poder reventó junto con los cimientos del castillo. No había dudas, Carmine estaba haciendo algo y el Cubo estaba intentando que él respondiera. Recordó que era día de asamblea —justamente por eso estaba encerrado— y arremetió contra la puerta con el hombro intentando derribarla. No pudo con ella ni cuando su brazo ya dolía de tanto golpearla, mas siguió insistiendo. La golpeó entonces una y otra vez con el pie hasta que cedió. Cayó junto a ella al suelo y se quedó tendido, jadeando. Respiró unos cuantos segundos hasta que escuchó una segunda explosión, así que se levantó. Maldijo unas cuantas veces mientras corría por los pasillos. Carmine lo había dejado en la torre más lejana del salón de asambleas, por lo que le iba a llevar un tiempo en ir hasta donde estaba Selba.

Trastabilló cuando llegaba al centro del castillo, al salón principal. Una risita resonó tintineante, impregnada de maldad, sin embargo, no era la voz de Carmine. Seteh se detuvo, intentando recuperar el aliento, y se quedó detrás de una columna.

La Diosa Blanca, la misma que había visto en su niñez, estaba allí junto a otra mujer de largo cabello negro que tenía una expresión fría e imperturbable, como si no estuviera disfrutando. Estaba seguro de que se trataba de la Diosa Negra.

Si él nunca había estado enterado de la existencia de estas Diosas, seguramente los demás Dioses tampoco. Y si Carmine estaba con ellas, significaba que podían proveerle más poder de lo que le proporcionaba ya el Cubo Rojo.

—Por supuesto —dijo la Diosa Blanca contestando a sus pensamientos. Se giró hacia él con esa sonrisa que le daba escalofríos y la Diosa Negra también se volvió a mirarlo.

—Mierda —murmuró él.

Ambas se quedaron observándolo como si se tratara de un espectáculo. Seteh no podía moverse, estaba entre aturdido y asustado. Aquellos ojos parecían saber más de él que él mismo.

—Albion, ¿qué había dicho Carmine que hiciéramos con él si aparecía? —La voz de la Diosa Negra era profunda y tranquila.

—Que nos deshiciéramos de él cuando ella tuviera todos los Cubos —respondió Albion, y el Cubo que pendía en su cuello brilló—. Pero aún le faltan dos.

—¿Lo dejamos que se vaya? —preguntó entonces Omnyama, mirando a su hermana Diosa y conversando como si él no estuviera escuchando el debate sobre su destino.

—Supongo. Quiero ver qué hará el Cubo Rojo ahora que también responde a él.

Seteh frunció el ceño y se miró las manos. El Cubo estaba colaborando con él, por eso había podido sentir la magia de las explosiones, y quizá fue el empujón que llevó a poder abrir la puerta. Ignoró lo que las Diosas desconocidas querían hacer, pero no iba a perder la oportunidad de salvar a Selba si podía usar un poco del poder del Cubo.

La risita de la Diosa Albion volvió a rebotar en las paredes mientras él corría en dirección al salón de asambleas.

Escuchó la voz de Carmine en un pasillo cercano y dio un giro brusco que casi se estampa contra la pared, pero volvió a equilibrarse con las manos. La vio de espaldas a él, y más allá, parada sujetando al pequeño Fei Long detrás de ella, estaba Selba. Tenía la cara y el cabello polvoriento y una expresión aterrorizada que trataba de ocultar.

Selba se movió inquieta, ignorando la presencia de su amigo a pocos metros de donde estaba.

—¿Dónde está Seteh? —preguntó la joven verde, cerrando los puños y apretando los dientes. Sentía las manos de Fei Long aferradas a su ropa, temblando tanto como ella.

Carmine rio.

—Ya lo verás pronto, del otro lado.

Seteh esbozó una media sonrisa, esperando tomar a la Diosa Roja por sorpresa. Arremetió contra Carmine pero antes siquiera de tocarla, se vio izado en el aire y cayó sobre el hombro dolorido a los pies de Selba y Fei Long.

—Mocoso inútil. Te dije que la próxima vez no tendría compasión.

La Diosa Roja miró hacia Selba y movió las manos en su dirección, haciendo surgir sombras negras de sus dedos. Seteh se dio cuenta que estaba siendo ayudada por la Diosa Negra, y que esa magia le permitía atacar a sus hermanos Dioses. No podía permitir que dañara a la joven verde, tampoco al pequeño azul que no tenía nada que ver en aquel embrollo. Se levantó sintiendo el cuerpo dolorido y cubrió a Selba y a Fei Long con los brazos, deseando con todas sus fuerzas que no estuvieran allí, que estuvieran a salvo. Tanto ellos como los demás Dioses.

Una luz roja le indicó que el Cubo había respondido. Lo último que oyó fue a Selba gritar su nombre antes de desaparecer en un torbellino carmesí.

—¡¿Qué... hiciste?! —chilló la Diosa Roja arremetiendo contra él—. ¡¿Dónde carajos enviaste a los Cubos?!

No sabía de qué hablaba, apenas tuvo tiempo de levantar los brazos para protegerse y se vio empujado hacia atrás con mucha fuerza, con mucha magia oscura. Carmine alzó las manos para volver a atacarlo, sin embargo, nada ocurrió. Seteh se quedó tendido en el suelo, jadeando por el esfuerzo. Era la primera vez que usaba magia, sin embargo lo había agotado de tal forma que no esperaba poder moverse por un buen rato.

—¡Siempre arruinando mis planes! ¡Siempre siendo un estorbo! —volvió a gritar Carmine, exasperada, moviendo las manos con euforia. La magia negra no respondía—. ¡Siempre jugando a ser un Dios! ¿Es que no ves que el continente debe ser gobernado solo por uno? ¿Que tenerlo dividido solo ocasiona guerra y caos?

Seteh intentó sonreír, pero le dolían hasta las mejillas. Quería decirle que estaba loca.

—Carmine.

La voz de Albion le llegó a Seteh como si estuviera del otro lado de una pared de agua. Estaba mareado, de seguro se desmayaría en cualquier momento y la Diosa Roja aprovecharía para matarlo. Al menos Selba estaba a salvo.

—Reconoce que este plan tuyo estaba destinado a fracasar —agregó Omnyama.

—Quizá si hubieras puesto un poco más de empeño lo hubieras logrado.

Seteh comenzaba a perder el hilo de la conversación, aunque quería mantenerse despierto para oír lo que las Diosas Negra y Blanca decían. Sería de mucho interés saber más de ellas.

—¿Por qué dejaron de ayudarme? —indagó Carmine con los dientes apretados—. Si me hubieran ayudado a deshacerme de esta escoria, ya tendría todos los Cubos.

Omnyama chistó.

—Ya no tienes los Cubos. El trato se cancela.

Seteh oyó un gruñido por parte de la Diosa Roja. Hubo un estallido de luz que pudo ver incluso a través de sus párpados cerrados y luego todo fue silencio y oscuridad. Estaba muy frío y se dejó llevar al fin por el manto de la inconsciencia.

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