VI. Cosas inesperadas

Territorio Rojo, 19 de junio de 862 D.F.M.

Seteh esperó a que Carmine se fuera del Territorio -quién sabe a dónde, no le importaba- para salir él también. Se echó una capa a los hombros y salió al centro de la ciudad de Granat lo más rápido que pudo. Últimamente solía escabullirse incluso cuando la Diosa Roja estaba presente, ya que ella cuando no le estaba regañando o dando una golpiza, lo ignoraba por completo. Había aprendido a robar pequeños montos de dinero de la bóveda principal del castillo, por lo que ya contaba con lo suficiente para tomar un tren y comprar algo más.

No se preocupó demasiado por si lo reconocían. Sus ojos llamaban demasiado la atención cuando miraba a alguien a la cara, sin embargo no hacían preguntas ni lo detenían. Se tomó el primer tren a Krasny y al llegar se dio cuenta que tenía una espera de dos horas para el siguiente hacia la capital del territorio verde. Tampoco le pidieron sus credenciales de viaje, al parecer Carmine tenía el pueblo tan subyugado que temían negarle a su sucesor cualquier cosa.

Se despatarró en un banco de madera frente a las tiendas que vendían alguna que otra artesanías para los visitantes. Esperar no era lo suyo y estaba poniéndose ansioso, por lo que se volvió a levantar y mirar lo que los vendedores ofrecían. Compró unos bocadillos de pescado que devoró con ansias y mientras se comía el último se detuvo contemplando joyas.

Había un collar de plata cuyos eslabones eran flores que se entretejían. Le pareció muy delicado, digno de una Diosa. Su valor era casi lo que llevaba encima. Mas si iba a ir a visitar a Selba en su cumpleaños sin avisar, al menos debía llevar un regalo.

Sauta, Territorio Verde, 20 de junio de 862 D.F.M.

Un estallido de magia le indicó a Selba que uno de los Dioses había ingresado a su Territorio. Desconcertada ante tal visita inesperada, se trasladó de inmediato sin fijarse quién era y se topó con un Seteh muy cansado. Dormitaba sobre los asientos de un vagón casi vacío de un tren que ingresaba del Territorio Rojo.

Se arrodilló junto al banco y le tanteó la mejilla.

-Hey, Set, ¿qué crees que haces? -murmuró, temiendo despertar a los demás pasajeros que también dormían.

El aludido se despertó sobresaltado, mirando a su alrededor desorientado.

-¿Qué pasó? -preguntó con voz pastosa. Al ver a Selba que trataba de contener una risita se incorporó de inmediato-. Oh, Sel, viniste por mí. Ya me duele hasta el alma por dormir en estas cosas incómodas.

-Pero, ¿qué haces aquí? -insistió, pero él solo se restregó un ojo con pereza.

Chasqueó la lengua, miró alrededor y se sentó al lado de Seteh, tomándolo por el brazo. Antes de que él pudiera replicar, se lo llevó en un estallido.

Aparecieron en el dormitorio de Selba, sentados sobre la cama y de frente al ventanal abierto por donde entraba una brisa cálida que refrescaba la noche. Seteh entrecerró los ojos por el cambio repentino de luz y se giró hacia la muchacha con una sonrisa perversa.

-Oye, que soy menor aún.

Selba le soltó el brazo bruscamente y se alejó, poniéndose roja como el cabello del muchacho. Él se carcajeó y se dejó caer sobre el acolchado soltando un suspiro.

-Lamento la tardanza -dijo entonces, casi en un murmullo y poniéndose serio. Metió una mano en el bolsillo delantero de su pantalón y sacó algo que se lo extendió a Selba-. Feliz cumpleaños.

Sobre su mano reposaba el collar que había comprado en la estación de Krasny. Selba se lo quedó mirando y extendió una mano trémula para tomarlo. Su primer regalo de cumpleaños.

-Los Dioses no festejan...

-No somos como todos los demás Dioses -le interrumpió él, sonriendo pero no había humor en su gesto.

Ella se quitó el pendiente del Cubo y cambió el collar por el nuevo. Seteh se quedó mirándola en silencio, más serio que de costumbre. Selba se quedó cohibida ante aquella intensa mirada carmesí, por lo que carraspeó y miró al exterior por el ventanal, contemplando las estrellas.

-¿Carmine te permitió venir?

Él soltó una risa seca.

-¿Tú crees? Me fugué, por supuesto.

-¡Te va a matar! -exclamó ella preocupada. También pensó que la Diosa Roja también la mataría a ella por recibirlo.

-La golpiza vandrá la pena.

Volvieron a mirarse a los ojos.

-Set...

Él la interrumpió sentándose de un salto.

-¿Dormiré aquí?

-¡Por el Cubo, por supuesto que no!

Selba brincó de la cama y abrió la puerta del dormitorio con las mejillas incendiándose otra vez.

-Ven, te muestro el dormitorio rojo.

-Perfecto, lo haremos en el mío entonces.

Selba chasqueó la lengua y lo empujó hacia el pasillo.

Seteh volvió al día siguiente, y así que el tren ingresó en el Territorio Rojo, de un momento a otro se encontró tendido en la alfombra junto a la chimenea de recepción del Castillo Rojo, con un dolor punzante en el abdomen y tosiendo sangre.

-Si crees que puedes desafiarme comportándote así, estás muy equivocado, muchacho. La próxima vez no seré tan compasiva ni contigo ni con la puta esa de Selba.

El muchacho se irguió ante el insulto. Se apoyó con los codos y las rodillas para sentarse, jadeando.

-No voy a detenerme, ¿sabes por qué? Porque me importas un carajo. El Cubo será mío en algún momento.

Carmine lo miró alzando el mentón, con desprecio y con odio. Deseaba con todas sus fuerzas poder matarlo, pero eso sólo complicaría sus planes.

-Ya veremos.

Seteh la vio alejarse con el repiqueteo de sus tacones. Se tendió en el suelo boca arriba, intentando regular su respiración. Quería que aquella mujer muriera de la forma más terrible existente, y de preferencia, lo más pronto posible.

Granat, Territorio Rojo, 27 de febrero de 863 D.F.M.

Selba tenía un mal presentimiento. Desde que Seteh la había visitado en su cumpleaños siete meses atrás, había faltado a las siguientes dos asambleas. Esta sería en su propio Territorio, por lo que esperaba verlo en la sala de espera.

Cuando llegó, Fei Long estaba como siempre sentado en uno de los cojines, pero esta vez había llevado un libro para leer. Era su cuento favorito de la infancia: "La niña que robó la primavera". Sonrió ante la coincidencia y lo saludó como de costumbre, mirando alrededor a ver si encontraba algún rastro de Seteh.

-Hoy tampoco ha venido -dijo el niño, sin quitar la vista del libro.

-Ya veo -respondió ella con desánimo. No quería tener que recorrer pasillos sin fin buscándolo, pero no tenía otra opción.

Se pasó las manos por los brazos, tenía la piel de gallina aunque no hiciera frío. Su estómago se revolvió. Algo iba mal, muy mal, pero no sabía qué era. Fei Long había bajado el libro y también parecía molesto o incómodo. Tenía el ceño fruncido en una expresión indescifrable.

Al segundo siguiente, el pequeño la jalaba al suelo con habilidad y la sala estalló en una explosión ensordecedora.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top