IX. Felicidad momentánea

Sauta, Territorio Verde, 2 de marzo de 863 D.F.M.

Seteh sentía que cada célula de su cuerpo dolía. Dolía tanto que no recordaba qué había pasado para estar así, entonces supuso que Carmine le había dado tal golpiza que le había afectado sus recuerdos más recientes. Lo último que llegaba a su mente era estar encerrado en la torre más alejada. Se acercaba una asamblea en el Territorio Rojo y él estaba prohibido de asistir. Conociendo a la Diosa Roja, ella tenía algún plan maquiavélico en mente.

Volvió a quejarse cuando intentó abrir los ojos. ¿Por qué dolía tanto?

-¡Seteh!

La voz de Selba hizo que frunciera el ceño, con los párpados apretados. ¿Qué hacía ella allí? Sintió la calidez de la magia, aliviándole el dolor. Definitivamente, no era magia de Carmine.

-¿La noche fue tan buena que me despierto en tu cama con resaca y sin recordar nada? -murmuró con una media sonrisa que le hizo doler las mejillas.

Oyó a Selba soltar una risa cargada de alivio.

-Set, me alegro que estés bien.

-Me duele hasta lo que no tengo, pero supongo que estar aquí contigo cuenta como "estar bien".

La magia curativa fue suficiente para que pudiera abrir los ojos. Estaba en el dormitorio rojo del Castillo Verde, pero no lograba entender cómo había llegado allí. No tenía otra opción que preguntar qué había pasado y la expresión de Selba al oír su interrogante fue que no había sido nada bueno.

Sabía que Carmine tenía un plan en mente cuando lo encerró, pero robar los Cubos y asesinar estaba muy lejos de lo que había imaginado. A medida que la Diosa Verde le contaba los detalles, menos lograba entender las motivaciones de su predecesora. Y el detalle de que había podido usar magia no le había pasado desapercibida. No fue hasta que le dijo que se iba a quedar bajo la tutela de Selba que hizo el esfuerzo por sentarse.

-¿Me voy a quedar contigo? -exclamó, abriendo los ojos y esbozando una sonrisa plena y llena de sinceridad. Selba no pudo evitar contagiarse con esa alegría.

-No vayamos a contrariar las órdenes de Narg, ¿no?

-¡Por supuesto que no! -corroboró él, levantando los puños y haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo-. Al fin y al cabo, cumpliste tu promesa... -añadió, bajando la voz y poniéndose más serio-. Pero Camine sigue ahí, siendo malvada.

Selba se pasó las manos por la cara, soltando un suspiro y asintiendo.

-Cortó toda comunicación, todo transporte, todo negocio. Ya no tenemos acceso al carbón que venía de Etna ni al comercio de minerales y piedras preciosas. También era el principal productor de arroz y soja... -Tomó aire y lo soltó de golpe, bajando los brazos-. Muchas familias quedaron fragmentadas, sin poder volver a su Territorio. Temo por los verdes que quedaron del otro lado, y tengo las quejas de los rojos que quedaron aquí. Es un caos.

-Carmine, arruinando vidas desde tiempos inmemorables -dijo Seteh, riendo sin humor. Abrió los brazos ignorando el dolor y le hizo un gesto a Selba para que se acercara-. Ven, esto se merece un abrazo.

Ella dudó. Se levantó de la silla donde estaba sentada y se acercó a Seteh, quien la atrapó entre sus brazos, apoyando la mejilla en su escote.

-¡Seteh! -exclamó la muchacha soltándolo. Él soltó una carcajada entre quejidos.

-Está bien, está bien -dijo, volviendo a acostarse sin quitar la sonrisa del rostro-. Creo que nunca he estado tan feliz -confesó.

Selba se levantó. Ella tampoco había estado tan contenta por alguien más.

Sauta, Territorio Verde, 30 de abril de 863 D.F.M.

Casi dos meses después del ataque de Carmine, los Dioses se reunían en una nueva asamblea. Narg y Sun-Hee se habían recuperado por completo cuando volvieron con sus Cubos a sus Territorios y se realizaron las respectivas ceremonias para los Dioses caídos, Gulabi y Xanthos. Sin embargo, los ánimos en los territorios no se habían calmado en absoluto. El territorio Amarillo entró en crisis, cosa que obligó a los demás a apoyarlo.

Así que Xanthos fue enterrado en el jardín de los recuerdos, nació su sucesora Aurea en el seno de una familia noble en la ciudad de Shar. Gulabi ya tenía un sucesor, un niño de dos años llamado Amaranthus.

A Seteh no le fue permitido entrar a la asamblea, aunque lo intentó, esperaba ese rechazo. A pesar de haber podido usar el Cubo -aunque no lo recordara- no era un Dios y Carmine estaba aún en actividad. Esperó como siempre en la sala contigua.

Fei Long llegó justo después que entró. Seteh contempló al joven muchachito. Había crecido un poco desde la primera y única vez que lo había visto, hacía un año atrás. Se dejó caer en el sofá con un suspiro y apoyó los pies en el reposabrazos.

-Hey, mocoso, ¿cómo estás? -saludó.

Fei Long apenas asintió a modo de respuesta, enfrascado en la lectura de un libro de muchas páginas. Seteh miró el techo, sumamente aburrido, preguntándose por qué había ido hasta ahí si podía andar por cualquier parte del Castillo. La costumbre quizá.

Volvió a mirar al niño.

-Mocoso. -El aludido levantó los ojos azules de su lectura a la espera. El joven rojo carraspeó-. Gracias.

-¿Por qué? -indagó con curiosidad, dejando el libro sobre sus rodillas.

-Por salvarle la vida a Selba.

Fei Long pestañeó y luego se encogió de hombros.

-Estoy entrenado para eso -explicó. Volvió a tomar el libro y continuó leyendo. Seteh se acostó en el sofá y dejó la cabeza pendiendo desde el reposabrazos-. Son amigos, ¿cierto? -preguntó Fei, echándole un veloz vistazo.

Seteh se incorporó, apoyando los antebrazos en las rodillas. La mirada del niño era inocente, con una curiosidad innata de su edad.

-¿Por qué lo preguntas?

-Los veo muy unidos, a pesar de que las reglas pidan que se haga lo contrario.

El joven rojo soltó una risa seca.

-Las reglas me importan una mierda.

-Me lo imaginé -comentó, sin inmutarse por la forma en que lo dijo y volviendo a su lectura.

Seteh se quedó pensativo. No había hablado con alguien así que no fuera Selba, por lo que aquella conversación con el joven Dios Azul lo llenó de una tranquilidad que no experimentaba en años. Si seguía hablando, estaba seguro que él lo oiría sin juzgarlo.

-Es que ella es la única a la que le importo como persona y no como futuro sucesor del Cubo Rojo -añadió, enlazando los dedos y mirando el suelo.

Fei Long continuó mirando las letras en las páginas, pero no estaba leyendo en realidad. Oír aquello le hizo recordar lo solo que estaba, que incluso creciendo junto a sus hermanos siempre había sido relegado por ser el nuevo Dios Azul. Seteh y Selba al menos se tenían uno al otro, él no tenía a nadie.

-Tienes suerte -murmuró el niño. Muy en el fondo, envidiaba la amistad que ambos compartían.

Seteh se percató de la repentina tristeza que lo embargó, pero no dijo nada más. Se quedaron callados hasta que la asamblea terminó y Sun-Hee y Selba fueron las únicas que entraron a la sala de espera. Fei Long se levantó así que se abrió la puerta, dispuesto a irse con su sucesor.

-Señora Sun-Hee -detuvo Seteh antes que salieran. La Diosa Azul se giró para mirarlo, confundida por lo repentino de la reacción-. El tres de mayo cumplo dieciocho. Quería invitar al moco... digo, a Fei Long. A reforzar la relación entre futuros Dioses, ya sabes.

Sun-Hee ladeó la cabeza.

-Los Dioses no festejan cumpleaños -atinó a decir, extrañada ante tal extraña petición.

El joven rojo sonrió de lado y metió las manos en los bolsillo.

-Nosotros sí -respondió, añadiendo a Selba. Ella lo miró con los ojos enormes, como pidiéndole que se callara, pero él siguió sonriendo como si nada.

Sun-Hee miró a Fei Long, quien estaba quieto, igual de sorprendido por la propuesta. No podía negarle la salida, ya que él nunca había causado problemas, y Selba y Seteh la habían salvado del ataque de Carmine. Eran de confianza.

-¿Fei?

El muchacho no respondió de inmediato. Tras unos segundos, asintió. Sun-Hee se sintió satisfecha con la respuesta, por lo que le indicó a Selba que fuera a buscarlo a la frontera en la mañana y que en la tarde regresara por el mismo lugar.

Seteh le guiñó un ojo a Fei Long. Él le respondió con una sonrisa casi imperceptible.

Sauta, Territorio Verde, 3 de mayo de 863 D.F.M.

Iba ganando Seteh. Selba se mordía el labio mientras miraba una y otra vez las cartas de la mesa y las que tenía en su mano. Fei Long era el único que parecía tranquilo a pesar de ser el que tenía menos puntos. Sin embargo, el pequeño dio vuelta la partida tres jugadas después.

-¡Por eso nunca juego con azules! -exclamó el joven rojo tirando sus cartas sobre la mesa, molesto-. Hacen trampa o son mocosos más listos que yo.

-Seteh, es sólo un juego, no te portes como un niño -lo reprendió Selba, juntando el mazo y guardándolo en su estuche, dando por terminada la partida.

El pequeño no emitió opinión. Habían pasado el día jugando a las cartas, al ajedrez, leyendo libros y ya era hora del almuerzo.

-Ahora, como es mi cumpleaños, quiero una torta de chocolate enooorme -exigió Seteh, tirándose hacia atrás en su silla. Selba puso los ojos en blanco-. ¡Porfis!

Selba chasqueó los dedos. Un pastel como el que quería el Dios Rojo apareció en el centro de la mesa que hizo que hasta Fei Long se veía emocionado.

-Si te conoceré, Set. Ya le había pedido a los cocineros que hicieran una.

Seteh se levantó y la abrazó. Selba apenas rio de su actitud infantil que contrastaba con la del verdadero niño allí. Fei Long, a pesar de ser criado junto a su familia -cosa que no ocurre a menudo, se suele tomar distancia de los lazos afectivos- se veía muy solitario, haciendo que madurara más de la cuenta. Pero verlo comer torta como cualquier niño de su edad, pudo darse cuenta que él necesitaba la compañía de alguien que lo valorara por lo que era. Él la miró al sentirse observado y le sonrió, con los dientes llenos de chocolate.

Era la primera vez que lo veía sonreír.

Dio un respingo cuando la magia del Cubo la alertó que algo ocurría en la frontera con el rojo. Sin dar explicaciones a sus amigos, se desapareció al instante. Seteh miró a Fei Long y se encogió de hombros, volviendo a comer. Estaba acostumbrándose a las repentinas desapariciones de Selba, que solía ir de inmediato cuando algo ocurría.

Cuando volvió, más de una hora después, su rostro era sombrío. Se derrumbó sobre el sofá al lado de la ventana y se estremeció. Seteh se levantó para acercarse, colocándose en cuclillas frente a ella y apoyó las manos en sus rodillas.

-¿Sel..?

Ella se le quedó mirando apretando los labios, con el mentón temblando.

-Hubo un intento de éxodo de verdes que habían quedado en el Territorio Rojo. Carmine los asesinó a todos.

Seteh se irguió, apretando los puños.

-Vieja hija de puta.

-Seteh, tus modales -reprendió ella, haciendo un gesto hacia Fei Long, quién se había quedado inmóvil, mirando a ambos con la expresión seria que tanto lo caracterizaba.

-¡Modales un carajo! -estalló-. ¡Esa vieja loca está haciendo lo que se le cante las pelotas y nadie hace nada para detenerla!

Selba se levantó y le acarició el brazo para tranquilizarlo, pasándole magia, pero él se soltó bruscamente.

-¡No me quiero tranquilizar! -exclamó, notando las intenciones de la joven verde-. ¡Si por mi fuera ya habría ido a darle su merecido! ¡El Cubo Rojo ya responde a mí, mierda!

-Seteh, tranquilízate, por favor. Alterarte no va a solucionar nada. -Selba se pasó las manos por la cara y suspiró-. Fei, ¿quieres que te lleve a la frontera? -le preguntó con la voz más tranquila. Imaginó que el niño podría estar asustado o incómodo con la situación.

Sin embargo, él negó con vehemencia.

-Hay... un par de libros que vi en la biblioteca que me gustaría terminar de leer, si es posible.

Selba le sonrió.

-Sí, por supuesto.

El clima continuó tenso durante todo el día, mas Fei Long no pareció darle demasiada importancia. Selba se fue para continuar resolviendo el problema, entregando los cuerpos a sus familias y solicitando otra asamblea. Para cuando volvió con los muchachos, ya era noche. Seteh se había dormido en el sofá con un libro en la cara y Fei Long estaba sentado sobre la alfombra, al lado de la chimenea, inclinado sobre papiros viejos que se guardaban en la sección más apartada de la biblioteca privada del castillo. A Selba le alegró que alguien se interesara por esos cuentos añejos.

Dejó que él se llevara algunos consigo, con la promesa de que volvería a devolverlos y tomar más.

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