II. Infancia restringida

Etna, Territorio Rojo, 3 de mayo de 845 D.F.M.

Era el séptimo hijo de la pareja, una familia de bajos recursos que trabajaba en los yacimientos de minerales en la base volcánica de la cordillera de fuego, en el Territorio Rojo. El día de su nacimiento era caluroso y pesado, y no fue un parto difícil. Así que comenzó a llorar, el pequeño rollizo abrió los ojos color carmesí y buscó frenéticamente el pecho para alimentarse. Su madre lo acunó en sus brazos y sonrió al ver el cabello rojo de su pequeño.

Su hijo sería grande, tendría una vida más digna de la que le podría ofrecer allí, entre el calor y los volcanes, la sobreexplotación y el hambre.

El padre del niño, al oír el llanto, entró al dormitorio expectante y con una media sonrisa, curioso por el nuevo miembro de la familia. Lucía fatigado, pero aún así, se podía ver que esperaba con ansias a su nuevo hijo. Su mujer le hizo señas con una mano para que se acercara, y su expresión poco a poco se fue transformando a una de sorpresa absoluta. Intercambió una mirada interrogativa con su mujer y ella le respondió con un suspiro.

—Es nuestra esperanza, Jamith.

El hombre acarició la rala cabellera pelirroja del pequeño y asintió.

—Sí, lo será, Milan.

La puerta se abrió de golpe, y la imponente figura de la Diosa Roja Carmine apareció en el umbral. Era intimidante, y su cabellera larga y color sangre caía como una cortina sobre sus hombros hasta la cintura, con el mechón blanco recogido en un broche. Tenía los ojos entrecerrados y no pidió permiso para entrar. Se acercó con paso firme y veloz, y se paró al lado de Jamith, con el mentón en alto y con una expresión de desprecio hacia su nuevo sucesor.

—¿Qué nombre tiene? —preguntó, dibujando una mueca con los labios.

Milan miró a su esposo, y él respondió.

—Seteh.

—Bien, despídanse de Seteh.

Milan besó la frente del pequeño con ternura, aguantando las lágrimas en la comisura de los ojos. Carmine, ansiosa y fastidiada, se inclinó sobre la mujer para tomar al pequeño sin decir una palabra. Ella era la Diosa y los padres no podía replicar u oponerse. Sin decir nada más, salió de la habitación y desapareció.

La pareja se abrazó y se quedaron mirando el rellano llorando en silencio.

Sauta, Territorio Verde, 14 de abril de 847 D.F.M.

Una niña pequeña de cabello boscoso corría por los pasillos, con los pies descalzos haciendo un repetido ruido sordo por los corredores de madera. Se había escabullido en la noche hasta la cocina para ver si conseguía algún bocadillo, pero al oír que hablaban de ella, se detuvo antes de entrar, quedándose detrás de la puerta.

—Es igual a su madre, a Lindelin. Tiene el mismo pelo, los mismos hoyuelos —decía Marín, la más anciana de las empleadas, la que la cuidaba con mucha dedicación como si fuera su propia nieta.

—Pero, ¿qué fue lo que pasó con ella? —preguntó una voz que le resultó desconocida para la pequeña Selba. Seguramente era alguna dependienta nueva.

—Nuestro señor la violó, y luego de tener a Selba, ella se suicidó —le respondió en un susurro Marín y la niña se quedó estática. No tenía idea de lo que significaba aquella palabra, pero por el tono de voz de la anciana, no parecía ser nada bueno.

Oyó una exclamación, luego más susurros.

—¿Usted me está diciendo que la nueva Diosa es hija de nuestro señor Grehn?

—Shhh. Ella no lo sabe, casi nadie en realidad. No podemos hablar de eso cuando él está aquí.

—¿Por eso siempre se mantiene alejado de la pequeña? ¿Por lo que hizo?

Marín chistó, moviéndose para abrir la puerta. No encontró a nadie allí, Selba ya se encontraba corriendo hacia su dormitorio con el estómago roncando de hambre. Cuando finalmente pudo treparse a su cama, se echó a llorar.

Una de las cosas que había aprendido en las tutorías, era que los Dioses no podían tener pareja. Le habían dicho que la habían abandonado en las puertas del castillo al nacer, sin embargo, ante esa nueva revelación, no podía dejar de sentirse mal, muy mal. Era hija del Dios Verde, y al parecer le había hecho algo muy malo a su madre. Entonces comprendió por qué Grehn la odiaba tanto, por qué la evitaba tanto.

Porque era un estorbo, un error, algo que no debería haber ocurrido.

Granat, Territorio Rojo, 18 de noviembre de 848 D.F.M.  

Carmine asistió a una de las tutorías de Seteh, dejando al pequeño nervioso mientras aprendía las letras con la profesora. Ésta era una mujer rígida, que había dicho a la Diosa Roja que él podía aprender a leer cuando tuviera cuatro años, pero el niño no mostraba ningún avance. Miraba la hoja y el lápiz con ganas de hacer cualquier otra cosa menos estar sentado en ese pupitre bajo la mirada estricta de ambas mujeres.

—Dibuja la A —indicó Carmine, con un gruñido, apuntando la hoja con un dedo de uña larga y pintada de color borgoña.

Seteh tomó el lápiz y arriesgó dibujando un círculo. Era lo único que sabía hacer bien. Alzó los ojos a la espera de una reacción y lo único que sintió fue el golpe duro del puño de la Diosa Roja sobre su cabeza.

—Te dije que la A.

Seteh se sobó la cabeza y lloró en silencio. No quería hacer ruido y recibir otro golpe. Carmine soltó un bufido y se alejó.

—Niño inútil.

Traicam, Territorio Naranja, 15 de julio de 850 D.F.M.

Tenía cinco cuando la conoció. Ella tendría unos cuatro años más que él y una expresión seria que la hacía parecer mayor. Sus ojos verdes se parecían a los suyos rojos cuando se miraba al espejo: cargados de una tristeza profunda. El hombre que iba con ella, el Dios Verde, no le dedicaba la mirada y si hablaba con ella era de forma ruda, como si la odiara desde lo más profundo de su ser. Algo así como cuando Carmine le hablaba a él.

Ambos niños se quedaron sentados en la sala de espera, ya que no estaba permitido entrar en las asambleas si no eran aún Dioses en actividad. Ella se quedó de pie al lado de la ventana, mirando al exterior. Él se sentó en el sofá en silencio, intentando no hacer ruido porque quizá molestaría a su compañera.

—¿Cómo te llamas?

El pequeño miró en dirección a la niña, que no quitaba los ojos del paisaje lluvioso. Tenía los brazos cruzados y los labios apretados, como si nunca hubiese hablado.

—Seteh —respondió el chiquillo. Su voz apenas era audible.

—Yo soy Selba. —Se giró para mirarlo al fin—. Un gusto, futuro hermano.

Seteh pensó que hablaba como un adulto, y que era más alta que él, mucho más alta. Cuando crecieran seguramente lo seguiría siendo. Ella se sentó frente a él y se restregó las manos, al parecer nerviosa. Él bajó los ojos, cohibido, y no respondió nada.

Selba se quedó mirándolo por varios minutos. A decir verdad, era el primer niño con el que había podido entablar una conversación. El Dios Verde la mantenía en el Castillo, cargándola de profesores y de cosas para estudiar, sin dejarle tiempo a jugar o divertirse. En realidad, siempre había vivido rodeada de adultos y de un Dios que se negaba a admitir que era su padre y que ninguneaba sus esfuerzos y logros.

Quitando esos pensamientos de la cabeza, se inclinó levemente hacia adelante. Se sujetó las manos con nerviosismo. Tenía casi diez años y nunca había estado así delante de alguien.

—¿Quieres jugar? —preguntó con las mejillas sonrojadas, haciendo un esfuerzo enorme por hablar.

Seteh la miró pestañeando, luego sus ojos se iluminaron.

—¿A las escondidas? —preguntó él, tímido—. Siempre veo a los niños jugando a eso en las calles y me parece divertido...

Selba sonrió con una leve mueca, casi imperceptible, pero que Seteh tomó como un sí. Ambos se levantaron como un resorte y el niño corrió hacia la pared murmurando "¡yo cuento!". Selba tomó carrerilla y giró por la habitación buscando un lugar ideal. Se le ocurrió detrás de la pesada cortina de la ventana.

Jugaron así, entre risas, corridas y escondidas por casi media hora. Seteh ya tenía el cabello mojado por el sudor y las mejillas sonrojadas, mientras que Selba ya jadeaba por el esfuerzo. Pero ambos tenían una sonrisa enorme que no podían quitar, la primera sonrisa sincera en ambos desde que nacieron.

Volvieron a correr en círculos, con la risa sacudiendo sus cuerpos, cuando la puerta se abrió de golpe y Grehn entró seguido Carmine y los demás Dioses. Ambos niños quedaron estáticos, jadeando en el medio de la habitación. El Dios Verde frunció el ceño y dio dos pasos largos para acercarse a Selba. Lo único que rompió el silencio absoluto fue el golpe con los nudillos que recibió por parte de su padre. Fue la primera vez que la golpeó, también la única.

—Eres la futura Diosa Verde. Tu trabajo no es hacer amigos, sino aliados —dijo, con una voz cargada de desprecio y lanzando una mirada furtiva a Seteh—. Carmine, controla a tu... —Se quedó pensando en cómo llamarlo cuando decidió—. Tu niño.

Con los ojos anegados en lágrimas, Selba se sobó la mejilla dolorida y se sentó quieta. La Diosa Roja, furiosa por aquella acusación de su hermano verde, se adelantó y, dedicándole a Seteh una mirada similar a la de Grehn, le indicó en silencio a que saliera al pasillo. El niño supo entonces que le esperaba una tunda de azotes cuando volvieran al Territorio Rojo.

Playa de fuego, Territorio Rojo, 20 de julio de 850 D.F.M.

Era una precaria cabaña a orillas del mar, perdida entre dunas y montañas. Omnyama desembarcó con la tripulación que la acompañaba y les indicó que esperaran allí. La mujer de cabello negro se acercó a la puerta destartalada y golpeó con los nudillos, y el eco en el interior le indicó que el lugar estaba vacío a excepción de la persona que le abrió la puerta.

—¿Carmine? —indagó la recién llegada, y la aludida asintió y la dejó pasar.

Omnyama miró a su alrededor y se quitó el tapado de piel de oso de los hombros. Sus ojos negros eran sagaces y contemplaba a su alrededor con curiosidad. La diadema en su cabeza destellaba un brillo oscuro, y la Diosa Roja notó al Cubo Negro.

—Gracias por atender a mi llamado, Diosa Negra.

Omnyama pasó los dedos por el marco de la ventana y se limpió la arena en ellos con el pulgar.

—Tenía... curiosidad —se limitó a decir—. Ningún Dios de color mostró interés en nosotros. Hasta ahora —añadió, con una sonrisa que mostraba que no se refería solo a ella.

Alguien golpeó la puerta. Extrañada, Carmine buscó en el Cubo saber quién era, y lo descubrió al tiempo que se abría la entrada. También era una mujer de larga cabellera, pero a diferencia de Omnyama, tenía el cabello albo, que brillaba con la luz del sol.

—Oh, lamento venir sin avisar —dijo la desconocida, con una sonrisa que a Carmine le parecía falsa—. Es que los duales deben estar juntos cuando salen de sus Islas, y más si es para hacer negocios. —Se acercó a la Diosa Roja y le extendió la mano para saludarla—. Soy Albion, la Diosa Blanca. 

Hey, chicos, ¿cómo están? Pues yo estoy super entusiasmada con este spinoff, como pueden ver XD Espero que les esté gustando y pronto estaré subiendo más capítulos.

Hasta luego~

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